Million Franco Baby // Fleur

Allí entró Berger, intentando pasar desapercibido, embadurnado en sus galas más oscuras y con claro gesto de pocos amigos. No era asiduo a aquellos tipos de lugares, definitivamente no le iban demasiado, pero necesitaba calor, cariño, y compañía, no le importaba que tuviera que pagar.

Observó como unos hombres eran seducidos por dos profesionales de las artes amatorias y simplemente se acercó en silencio, tomando la vaso de alcohol que le había pedido al camarero, y alejándose como si nada de ahí, para tomar asiento en un rincón oscuro, en esperas de ver la muchacha ideal para él, no tenía prisa.

No dijo nada, no pidió nada más, solo aguardó en silencio en una oscura esquina en donde la luz de los candiles no podía llegar. Se preparó una pipa y comenzó a fumar, cómo si pudiera abstraerse completamente del mundo en aquella ígnea imagen de la hierba quemándose sobre el boquete de la pipa.

Aquella noche no había podido esconderse a tiempo, para cuando quiso darse cuenta, la arrastraban hacia una de las habitaciones para ser ofrecida como carnaza para un hombre de aspecto sospechoso. Al parecer había insistido en que la quería a ella, cosa que Fleur no alcanzaba a comprender, pues nunca se dejaba ver ni se exhibía como las demás. Ella siempre se cubría el rostro con el cabello y procuraba que su raído vestido ocultara todo lo posible de su cuerpo. Y sin embargo, allí estaba, arrojada al interior de la estancia, a los pies de ese caballero de tez oscura y ojos brillantes.

Se apoyó en las manos para incorporar el torso y aún con la cabeza gacha, intentó ver a quién tenía delante, sin parecer descarada. No pudo si quiera echar un vistazo, que el hombre la sujetó por el cabello y la obligó a levantarse, haciéndole daño. Pero no se quejó, estaba acostumbrada a ser tratada de mala manera, como si no valiera nada. Se puso de puntillas para intentar acompañar esa ruda mano, pero al final ni sus diminutos dedos pálidos tocaban el suelo. El hombre la empezó a tocar con la zurda bajo el vestido, de manera desagradable y brusca, haciéndole daño una vez. La lanzó contra la cama, logrando que se golpeara contra la pared con el hombro y se quedó encogida, deseando que todo aquello pasara rápido. Pero sabía que no sucedería así.

El contrario la despojó de su ropa, rompiéndola más de lo que ya estaba y una vez desnuda, le dio un golpe con el dorso de la mano, haciendo arder su mejilla. No pudo evitar emitir un quejido, al tiempo que se compungía en el rincón más alejado, pero él arremetió de nuevo, esta vez con la palma bien abierta y le dio en la misma mejilla, pero abarcando más, tanto que con un anillo que llevaba, le cortó el labio. Volvió a gritar, ésta vez más alto. Pero sabía que nadie vendría, nunca nadie lo hacía. Estaba resignada a aguantar aquel trato, a ser sometida como si fuera una bestia, cuando únicamente era una niña asustada. Sólo podía resistir, porque se negaba a morir.

El cazador contempló a una muchacha que le llamó la atención; rubia, ojos verdes y piernas largas. La pipa se avivó y un resplandor anaranjado iluminó su rostro bajo el sombrero; dejando a la vista una cara marcada por la lucha. Ya había elegido. Levantó la mano, chasqueó los dedos y luego cuando esta lo miró él movió el indice para atraerla. Berger no habló, solo cabeceó, señalando las escaleras. Ella sonrió y lo arrastró pasillos adentro, hasta que de pronto la muchacha se paró casi en seco, como si estuviera tirando de un ancora, al cazador no le gustaba que nadie lo dirigiese. Poco después detuvo sus pasos por completo: a su derecha, en un habitación se escuchaban sonidos de violencia, no se lo pensó. Derribó la puerta de una patada, los puños se le cerraron al comprobar el interior de la estancia. La acompañante salió espantada por el pasillo, nombrando en varias ocasiones al de arriba. Se apoyó en el marco para saltar la puerta derribada. Sin despegarse de la puerta, dirigió una rápida mirada a los presentes. Sabía que su presencia allí podía resultar insólita; un hombre con el rostro seco y ropajes oscuros, acorde con una camisa algo sucia que llevaba desde hacía un par de semanas, Berger. Aquello le sorprendió; una mujer arrinconada y un hombre de piel oscura con las manos más grandes incluso que las de Berger.

-Será mejor que te marches si no quieres acabar mal -Las miradas entre los dos parecieron encontrarse desde el mismo momento que derribó la puerta de la cual decidió despegarse, y con él, lo hizo la mirada de aquel agresor.

-¿A ti que te importa?, márchate si no quieres que te aplaste como a un insecto -exclamó con voz grave y amenazante, provocando en Berger una pequeña contracción bajo el ojo izquierdo, su adversario, que girando levemente su mandíbula y sin dejar de observar el rudo semblante de aquel hombre, lanzó al suelo un largo escupitajo. El pulso apenas se le aceleró.

-Tu lo has querido... -respondió Berger arrugando sus ojos y agudizando su clara mirada, la comisura de sus labios se curvaron por un instante, revelando una fugaz sonrisa maliciosa. Dejó el sombrero y la capa sobre la mesita de la entrada y, con altivez, recortó y encaró con su clásico andar que le caracterizaba a la hora de pelear, pero no llegó hasta aquel hombre, se viró y quedó a la altura de la mesita de la entrada, de nuevo. Agarró la pistola lentamente, mientras con el rostro de medio lado, seguía con el rabillo del ojo los movimientos del contrario. Una vez se hizo con ella la posó sobre la mesa, luego la mesa la arrastró hacia el centro quedando entre los dos personajes -. El que la coja primero... -la frase no hacia falta terminarla, ya se entendía venía a ser.

Berger arrugó la boca mientras miraba fijamente a los ojos de aquel tipo y cuando se delataron, supo, que iba a lanzarse sobre la pistola, Berger propinó una patada a la mesa y la pistola voló esquivando las manos del agresor y el cazador tan solo tuvo que estirar el brazo hasta su altura en donde justo la agarró. Cuando el contrario levantó el rostro desde abajo, Berger ya le estaba apuntando con una sonrisa. Probablemente ya se lo esperaba; un rodillazo fue directo en plena cara, y se escuchó el desagradable crujido del cartílago de la nariz; seguido por un repentino gemido. Luego se incorporó tambaleándose, observando a Berger y luego a la muchacha arrinconada, para terminar abriéndose paso hasta la entrada y saliendo de la habitación.

Berger se sacudió las prendas y se guardó la pistola. Miró a la muchacha arrinconada, y buscó sus ojos mientras se acercaba lentamente -¿Estás bien? -inquirió lentamente, con un tono más cálido y totalmente distinto al de hacia unos segundos.

Se sobrecogió al escuchar el tremendo golpe contra la puerta y ver por entre los revueltos mechones de su oscuro pelo como ésta caía luego al suelo con un fuerte y seco crujido. Ver a un hombre de pie, parado justo en el hueco que antes ocupara aquella pieza enorme de madera, fue algo completamente inesperado. No tenía muy claro lo que hacía allí, si venía a unirse al que la estaba golpeando o tal vez a quejarse del ruido que hacían. Desde luego, no esperaba que viniera a su rescate.

Cuando empezaron a discutir, ella a penas entendía algunas de las palabras y todo le parecía inconexo. Ambos varones se miraban desafiantes, como lo hacían los perros en su país cuando querían el mismo hueso. Pero claro, no era lo mismo. Ella no era ni mucho menos algo tan necesario como algo de comida para sobrevivir, era un simple juguete.

De pronto, todos sus pensamientos se esfumaron, pues empezaron a ocurrir muchas cosas en escasos segundos. Movimientos bruscos y ágiles, un arma, la mesita en mitad de la estancia y los hombres enfurecidos. ¿Se iban a pelear? ¿Por qué? ¿Qué ocurriría con ella cuando uno ganara? ¿A caso cambiaría eso su situación? Aunque lo hiciera, tampoco sabía si sería para mejor o para peor...

Para cuando quiso darse cuenta, se habían sucedido cierto número de golpes y gruñidos, con el que la había estado maltratando saliendo por patas como consecuencia. Ella se quedó inmóvil en el sitio en el que se encontraba y miró con miedo al vencedor, temiendo que al ser más fuerte a pesar de no ser tan corpulento como aquel varón de tez morena, pudiera golpearla con más fuerza. Se intentó ir más hacia atrás, pero las dos paredes que convergían justo a su espalda se lo impidieron. La voz que le hizo una pregunta, sonó extrañamente tranquilizadora. Esta vez sí entendió lo que le decían y a pesar del dolor que sentía en toda la cara, asintió muy despacio, pues parecía que la cosa había cambiado para bien.

Berger se percató de que aquella mujer también le temía a él, pero estaba acostumbrado. Dio otro corto paso y se apartó el pelo de la cara, para mostrarse mejor, aunque la visión de su rostro tampoco era confortable; descuidado al tiempo, poblado de cicatrices y salpicado de unas minúsculas gotas de sangre.

-Está bien... -dijo tranquilo y risueño, algo raro en él - ya se ha marchado, puedes tranquilizarte ese bruto no volverá a tocarte nunca más -sintió un cosquilleo en el estomago, parecía recordar un pasado lejano, un recuerdo tal vez dolorosos protagonizado por su hija en una de esas noches en las que se ponía cabezota porque no quería irse a la cama.

Sacudió la cabeza y apareció en la puerta un tipo gran talla, sobresaltado -¡Que hacéis! -exclamó. Berger sacó la pistola a relucir y la apuntó a aquel tipo sin decir nada. El hombre dio un paso atrás y su pie derecho se enredó con el izquierdo, haciendo que éste se cayera de culo, pero repentinamente se levantó y se marchó renqueando por el pasillo.

Berger volvió a guardar la pistola y se puso erguido mirando desde arriba a la mujer, por un momento pensó en marcharse y dejarla allí, de todos modos ya había cumplido. Pero a sus ojos le recordaba demasiado a su mujer y algo de su hija. Le extendió la mano, mostrando la palma y sonrió.

Ahora que lo peor había pasado, fue como si el miedo contenido estallara y empezó a temblar ligeramente. Cualquiera que la viera, sin fijarse en su rostro ni haber visto lo sucedido escasos instantes antes, creería que tenía frío por como sus pequeños hombros se movían de manera inquieta y los dedos de sus manos chocaban entre sí al intentar alcanzar los mechones que cubrían su cara para despejarla y permitirle ver mejor al hombre que se erguía frente a ella. Se le veía curtido y acababa de comprobar que era fuerte y ágil, aunque tal vez no aparentara ser digno rival de un monstruo como el que acababa de ahuyentar, estaba claro que la apariencia engañaba.

Dio otro respingo en cuanto una voz gritó desde el umbral que antes ocupaba la puerta rota y miró con temor en esa dirección, para seguidamente ser testigo de la segunda aparición de aquel arma de caño largo que apuntaba al intruso. Éste cayó sobre su propio trasero y luego echó a correr a trompicones. Ella dirigió su mirada de nuevo al que había sido su salvador aquella noche y la deslizó por su gesto hasta la mano abierta que le era tendida. No hacían falta palabras para expresar lo que significaba aquella acción, la entendía perfectamente, y por algún motivo, ya fuera porque la había librado de un maltratador o porque su presencia le resultaba tranquilizadora, ella tomó esa mano con cuidado y terminó por aferrarla aproximarse al borde de la cama y seguidamente levantarse de allí. Tragó saliva con dificultad y observó las orbes ajenas con cierta timidez, antes de hablarle por primera vez al extraño bondadoso.- Gra... gracias... -Dijo en tono bajo y claramente marcado por su acento chino, pero que no por ello dejó de sonar más sincero.

Saboreó la victoria frente a los dos hombres, casi no había sudado, y en su interior se sentía tan sonriente y ufano como un gallo en su corral. Normalmente el cazador salía perdiendo de todos los combates, las razones era muchas. Sin embargo a la furia sentía un agudo dolor en la rodilla, en los momentos así se sentía mayor, sus huesos no resistían ya como antes.

No fue hasta ese momento en el cual se percató de los característicos rasgos asiáticos de la muchacha, los cuales eran extraños para él. Y, pero sobre todo, la veía como una mujer delicada, frágil, como si pudiera romperla al tocarla, él se decía que en ocasiones no podía controlar su fuerza y temía hacerle daño a la gente más débil, se arriesgó y asintió a su agradecimiento con risa en la mirada.

Berger abandonó su posición, ayudando a incorporarse a la muchacha; a pesar de notar que la pierna le producía un dolor agudo -y se le notaba con el tembleque del párpado-, dio un paso hasta que quedó junto a la cama. Luego examinó su rostro postrándose delante de ella, le miró las manos, por encima y debajo y volvió al rostro en donde observó la herida del labio.

Se viró luego en donde reposaba una jarra y un cuenco, desgarró un poco de tela de la cama de un tirón y lo sumergió en la tibia agua del recipiente. Escurrió la tela y se la ofreció a la muchacha, señalándole la pequeña obertura ensangrentada. Aprovechó aquel instante de sosiego para cebar la pistolas, ya que aunque la había utilizado para amenazar no la tenía cargada, y temía que alguien más tuviera curiosidad de los ruidos y se presentase con ganas de pelea.

La joven china pudo ver un gesto extraño en el rostro del hombre, y aunque no supo muy bien a qué acontecía, no parecía ser algo agradable. Sin embargo, no pareció dedicarle mucho tiempo a ello y enseguida se puso a revisarle las manos y luego el rostro. Ella aún podía sentir el latido de la sangre en su mejilla, que sin necesidad de ver, sabía bien estaría muy enrojecida. De lo que no se había percatado aún, era del corte en el labio, pues aunque le dolía, no se había humedecido la zona y por tanto el sabor férreo no había alcanzado su lengua para avisarle de la herida. Se dio cuenta de ello cuando el contrario se la señaló y ella se tocó con la yema de los dedos, viendo la pequeña mancha en la yema de uno de ellos. Tomó la pequeña tela empapada que le ofrecía y la usó para limpiarse, notando un punzante y breve escozor que le hizo entrecerrar uno de los ojos. Ahora que no estaba tan tensa, le resultaba más fácil el dejarse llevar por el dolor, por pequeño que éste fuera.

Mientras atendía a su propia herida, siguió observando al varón que tenía delante, intentando descubrir lo que andaba haciendo con sus armas. Sabía lo que eran porque había visto unas cuantas a lo largo de su vida, pero no cómo se utilizaban realmente o por qué preferían eso a una espada. Suponía que porque abultaba menos y seguramente era más ligera, aunque no alcanzaba a comprender por qué era tan necesaria la violencia en el mundo. El ser humano se respaldaba demasiado en usar la fuerza y no se dignaban a intentar arreglar los problemas hablando... aunque en su situación actual, le resultaba extremadamente complicado el resolver nada si no se podía hacer entender.

Cuando hubo terminado de limpiar el corte, aclaró el trozo de tela en el cuenco y lo escurrió, dejándolo sobre la mesita. Miró de soslayo la ropa de cama rasgada e imaginó la bronca que le caería, no sólo por eso, sino por todo el lío ocasionado y los destrozos que habían ocurrido en su nombre...

El cazador giró sobre sus talones y se quedó mirando la entrada; creía poder disimular todo lo ocurrido si colocaba la puerta en su sitio de nuevo, al menos lo que quedaba de ella. Transcurrió poco hasta que dio un rápido salto hacia la entrada y con cuidado asomó la cabeza y viró la vista hacía un lado y otro, arrugó el ceño mirando hasta el final del pasillo en donde no se podía ver a nadie por allí purulando, de momento. Retrocedió y repuso la destrozada puerta en su lugar de forma que tapaba la entrada ya que de otra manera no podía colocarla mejor debido a las clavijas reventadas. Al virar el cuerpo alzó las cejas casi hasta desaparecer debajo del flequillo; la estancia estaba patas arriba en comparación con el resto de las otras habitaciones. Unas mesitas por doquier, el colchón casi volcado y numerosas gotas de sangre en medio de la estancia.

Volvió junto a la muchacha y se sentó a su lado; tanto se impresionó por la belleza de aquella mujer, que pareció que en un instante el cazador envejeciera cien años -¿Tienes nombre?- preguntó con voz clara y amable tono mientras daba largo trago a su cantimplora llena de un licor casero obtenido mediante la patata destilada. Mientras aún sentía el fuerte líquido deslizarse por su traquea ofreció la cantimplora a la muchacha de forma tan natural como lo podía hacer con una persona acostumbrada a beber ese licor tan fuerte que podía tumbar hasta el ruso de más talla.

Durante unos minutos, no tuvo muy claro qué hacer. De pronto, el hombre había colocado la puerta en su lugar, aunque estaba claro que sería imposible abrirla sin tirarla de nuevo, pero al menos así, durante un rato, lo más seguro era que nadie les fuera a recriminar nada. Eso le daba algo de tiempo para ordenar un poco la habitación, aunque resultaría imposible arreglar la sábana maltrecha, al menos podría ordenar las cosas que se habían descolocado. Pero no se había movido aún, seguía en shock por todo lo ocurrido, por la violencia de aquella montaña de tez oscura, por la milagrosa aparición del caballero que la había salvado. Estaba acostumbrada a que la tratasen mal, pero no solían golpear su rostro porque al parecer, era una de sus únicas cualidades.

Lo siguiente que vio, fue al hombre tomar asiento a su lado y escuchar nuevamente aquella grave y áspera voz. Le tomó unos segundos reaccionar ante la pregunta, que por suerte era sencilla y pudo saber qué responder sin problemas. Asintió despacio y meditó, pero como ya era costumbre, dio el nombre con el que la habían bautizado al pisar París por primera vez, y no el que tuviera como concubina, o el que le otorgaran sus padres al nacer.- Fleurrr... -Remarcó la r para que sonara, aunque no lo hizo como debiera y fue algo similar a un breve ronquidito.

Observó el frasco y el simple olor que la alcanzó, fue suficiente para saber que aquello no le iba a gustar. Negó un poco y le señaló con timidez, antes de volver a hablar. - ¿Tú? -Sabía que no era la mejor persona para conversas, pero ella se esforzaba por expresarse como podía. Se retiró el cabello, colocándolo tras sus orejas y sonrió con afabilidad, queriendo mostrarse agradecida por todo lo que aquel desconocido estaba haciendo por ella, sin pararse a pensar si quiera, que tal vez le pidiera luego algo a cambio.

Sabía de la mala vida de aquellas mujeres que se veían obligadas a vender su cuerpo, por temor a ser castigadas con duras palizas. Pensando en aquello, se le quitó las ganas de estar con alguna, prefería marcharse y tal vez, si le dejaban, emborracharse en su asidua taberna. Pero mirando como había quedado todo aquello no podría irse así como así... tal vez tendría que enfrentarse a la seguridad del local y no se sentía capaz para tal esfuerzo, no, si no podía matarlos, cosa que no haría.

Fleur... desde luego era una bella flor, le parecía un nombre muy apropiado, sin embargo no creía que fuera su nombre verdadero, no después de escuchar su peculiar acento.

-Berger -dio un trago -, quiero que sepas que yo no te haré daño, muchos años llevo por esta tierra. Y he visto de todo, bueno y malo, he sufrido lo peor que los hombres pueden hacer, sé lo que es estar en inferioridad y tener que defenderse a mano o a cuchillo, y todo lo que haya que ver.

La luz de la llama de la lampara les daba de lleno. Berger había arrojado su pistola al colchón junto a ella, y su delgada, lisa y rubicunda faz, perlada de sudor, con lastimera expresión, debido a su rodilla. Quedando sentando y mirando el techo, con la cabeza sobre el colchón. Y bebió otro trago de licor, derramando la mitad sobre la tela de la cama, y se mesó la barba como un hombre que se dispone para un mal trance o que piensa en lo que debe hacer.

-Voy a darte algo para que lo utilices con los que te vuelvan a levantar la mano - dijo eso un poco enfurecido, sacando el cuchillo que llevaba oculto y que había destinado, y de sus malos pensamiento no tenía el dudas, a terminar con el licántropo que acabó con su familia. Berger, bebió un largo trago y le ofreció aquel viejo cuchillo al que tanto cariño transmitía desde hacia muchos años.

-He traicionado, he vivido en pecado y he vertido sangre -la observó sonriente -. Pero te voy a decir algo: no he visto nunca nada que mereciera ser salvado de las llamas del infierno -"salvo su esposa e hija" pensó, y añadió luego cambiando bruscamente su tono-. Debes pegar primero; los muertos no muerden. No dejes que los demás sean tus dueños -agarró el cuchillo por el filo en gesto de entrega.

De pronto el contrario pasó de a penas decir palabra a hablar mucho y sin pausas. A la joven asiática le costaba mucho seguirle el ritmo y no entendía más de la mitad de las cosas que le estaba contando. Miraba los ojos ajenos intentando ver algo en su expresión, percibir alguna pista que le dijera por dónde estaba yendo la conversación unilateral. Le siguió con los vista cuando se recostó en la cama, moviéndose un poco para dejarle espacio. Fue entonces cuando parte del contenido del recipiente del hombre se desparramó sobre la cama. Ella dio un breve respingo y tomó rápidamente el trapo que antes escurriera para absorber la mayor cantidad posible antes de que penetrara en el cobertor del colchón.

El tono furioso que resonó en la habitación, la asustó un poco y retiró el trapo húmedo, apretándolo contra su pecho como si hubiera hecho algo malo y temiera ser regañada. En ningún momento esperó que el contrario sacara un viejo cuchillo que por un instante la hizo temer por su propia seguridad, aunque le extraña mucho después de que acabara de salvarle la vida. Fue cuando el hombre giró el objeto y lo tomó por el filo, que comprendió que se lo ofrecía, aunque no entendía bien para qué. Escuchó atentamente sus palabras, pero de nuevo eran demasiadas y se perdía. Esperó a que el contrario terminase de hablar para no interrumpirle y así preguntar, tocando el mango del cuchillo, pero sin llegar a cogerlo, apreciando las vetas de la madera gastada por el paso del tiempo.- ¿Para qué...? -Esperaba que le diera una respuesta breve y sencilla que ella pudiera procesar, sino, seguirían en las mismas por un buen rato y no se aclararía nada.

-¡No me has escuchado! -espetó y arrugó la nariz. Hasta el momento no se le había ocurrido que quizá la muchacha no pudiera entender su idioma. Suspiró y cabeceó, quizá se había excedido en el tono -. Para que te protejas, para que le cortes las pelotas a todo aquel que ose hacerte daño. -No solo podía ser amenazada por los hombres, los monstruos existían, pero no era el momento de asustarla, aún más.

Gesticuló y acuchillo el aire, haciendo énfasis en sus palabras y volvió a extendérselo, pero antes de que ella lo cogiera él agarró su mano y se la colocó sobre la palma. Rió, esperando que aquel objeto guardase de ella como había hecho con él.

-No puedo hacer nada más por ayudarte -"salvo acabar con su existencia, que dado la vida que le esperaba le haría un favor" y añadió: -, o, ¿tal vez quieras que te enseñe a utilizar la pequeña chispas? -dijo agarrando de nuevo su pistola que seguía sobre el colchón. Y sí, le había puesto ese apelativo debido a la multitud de chispas de pólvora que estallaban al dispararla. Dio un sorbo a su cantimplora y comenzó a juguetear con la pistola con total despreocupación.

Cuando el hombre gritó, ella se encogió, sabiendo perfectamente que la estaba dando una reprimenda. Casi cerró los ojos por completo al sentirse más pequeña y vulnerable, pero no lo hizo por seguir mirando al que tenía sentado al lado. Pudo ver como poco a poco se iba calmando y su tono de voz se tornaba más tranquilo y bajo, volviendo a intentar entender cada palabra que le decía, aunque no fuera capaz. Pero en cuanto el varón empezó a mover el brazo que sostenía el cuchillo como si se lo clavara a alguien, creyó comprender lo que le quería decir. ¿Le estaba enseñando a utilizarlo? ¿Era por personas como la que acababa de ahuyentar su salvador? Supuso que era por eso y se fijó en cómo sostenía la empuñadura o el movimiento ágil y contundente que ejercían los músculos del brazo ajeno. Ella no creía ser capaz de tales gestos, pero sabía que un objeto afilado podía asustar mucho a cualquiera.

Sostuvo el objeto cuando se lo puso en la mano y giró la muñeca para ver bien la hoja. Estaba algo mellada, pero seguro que cortaba muy bien... sería mejor guardarla para no hacerse daño. Al alzar la vista, se encontró con el hombre sosteniendo el otro arma y moviéndola como si de un artista de circo se tratara. Sí, había vivido encerrada muchos años, pero cuando niña, hubiera visto muchas cosas que aún recordaba, como los circos ambulantes llenos de trapecistas. Ojalá pudiera regresar a aquellos tiempos felices... Suspiró sin darse cuenta y negó rápidamente, apartando aquella idea tonta de su mente, aunque el contrario, seguramente lo tomaría como una negativa a su pregunta, la cual ella, ni si quiera había escuchado.

Le parecía un día execrable. Por la mañana había contemplado la ejecución de dos hombres condenados por la conducta de sedición, si bien no era la primera vez que presenciaba tales actos; siempre se decía que todo lo peor que podía ver de los hombres lo había visto en la guerra, unos recuerdos de grandes desasosiegos, pero cada cual con sus recuerdos y Berger tenía muchos. Siguió con la mirada el cuchillo hasta que desapareció donde Fleur lo hizo guardar.

Jugó un poco más con la pistola y apuntó firmemente hacia la puerta e hizo retroceder el martillo hasta el tope, seguidamente y, sin dejar de apuntar, desvió el cañón hasta un espejo en donde se encontraba su reflejo, se sintió tentado de apretar el gatillo. Odiaba más de lo que quería aquel semblante, sin embargo, tembloroso, retiró el arma y miró a la joven con una sonrisa de oreja a oreja, adelantando de nuevo el martillo para dejarlo en la posición segura. Estaba traicionando con sus gesto su verdadera identidad; un hombre de actitudes violentas y algo incivilizadas.

Bebió otro trago; su rojiza tez indicaba que había bebido en exceso pero todavía le quedaba bastante para perder el control de sus acciones. Le gustaba estar en aquella habitación con aquella mujer, bonita y con un buen aroma, era cómo un santuario en un mundo de guerra y oscuridad. No recordaba ni pensaba en nada del exterior. De pronto, del pasillo se escucharon carreras he hicieron que el cazador se tensase, pero solo quedaron en eso: ruidos, alguna huida de algún moroso o una puta escapando de su cliente...

-¿Queréis que haga algo más por vos? -preguntó. Si bien sabía que aquella mujer pertenecía al local, y le sería un infierno si se le metiera en la cabeza salvarla de aquella penosa vida.

Dejó el cuchillo bajo la almohada, ya se encargaría luego de esconderlo en otro lugar más seguro y útil, por si a caso. De hecho, acababa de pensar donde, en el rincón que formaban las escaleras con la pared que daba al segundo salón, donde ella se quedaba siempre agachada intentando pasar desapercibida entre tanta chica hermosa y tanto hombre salido.

Cuando alzó la cabeza y vio a aquel hombre apuntando su propio reflejo, abrió mucho los ojos, sorprendida y confusa. ¿Por qué hacía eso? ¿A caso no le gustaban los espejos? O tal vez quería dispararle a algo y le daba igual lo que fuera... Pero los trozos de cristal rotos, eran peligrosos, saltarían por todas partes y ella iba descalza. Levantó las manos y a punto estuvo de posarlas sobre el antebrazo ajeno para hacer que bajara el arma, pero por suerte, él mismo la apartó, logrando arrancar un suspiro de alivio de los labios de la asiática.

Ella también escuchó los pasos y se tensó por completo, temiendo que alguien entrara de un portazo, dejando que el gran tablón de madera golpeara el suelo y les encontrara con todo el cuarto revuelto, el arma y el cuchillo. Se podía armar una bien gorda... De nuevo suspiró cuando no sucedió nada y al oír la pregunta del hombre, asintió despacio y señaló la estancia.- ¿Ayudar...? -Ella se levantó primero y recogió algunas de las cosas que habían caído, pero la mesita era maciza y bastante grande como para que la moviera ella sola.

Guardó la pistola en su funda, su pellejo estaría más seguro así que si estuviera empuñada.

En cuanto ella se levantó, Berger, observó desde abajo el esbelto cuerpo de Fleur y por un segundo se le pasó aleatoriamente por la cabeza visiones y recuerdos de actos impuros y hiendo a ella como hombre, cabeceó para arrancarse esos pensamientos de la cabeza, y de pronto le repudió todo aquel que gozara intimamente con aquella muchacha; escupió al suelo y se levantó, apoyando las manos en el colchón.

-Sí, ¿por que no?... -dijo cerrando los ojos. Había acudido para resarcir sus deseos lujuriosos y ahora se veía obligado a arreglar el cuarto por su vida -, estoy consternado... no podía imaginar que la noche pudiera acabar así, me está bien empleado -farfullaba mientras agachaba el lomo para levantar la mesita maciza.

Luego, observó las pequeñas gotas de sangre que formaba una hilera casi continua hasta perderse debajo de la puerta. Pateó algunas; las gotas más grandes saltaron pero las más pequeñas se negaron a desaparecer. Sabía que no saldrían así como así, por propia experiencia; si bien sabía que para que desapareciesen el agua caliente era lo mejor, ¿pero en aquella estancia agua caliente?. Entonces sintió la vejiga llena... negó para si mismo, debía quitarse esa idea de la cabeza, no mientras estuviera Fleur por allí.

Agradeció con una sonrisa que el hombre le ayudara con aquel pequeño pero pesado mueble y una vez en su sitio, volvió a colocar las cosas que anteriormente reposaban sobre él. Escuchó al contrario decir alguna cosa, pero fue incomprensible y no porque no entendiera el francés, tenía claro que no pretendía hacer ese comentario en voz alta, se notó en el tono y la escasa vocalización. Fue por ello que no insistió en que lo repitiera y dejó pasar el hecho.

Se giró y deshizo la cama para volver a hacerla, pero girando la sábana que había sido rasgada para curarle el labio, colocando esa esquina en la parte inferior del somier que daba hacia la pared. En aquel momento ni si quiera pensó en que se suponía que las habitaciones eran para desordenar la ropa y no dejarla bien colocada en su sitio. Era lo menos relevante de todo aquello.

Cuando el caballero pateó el suelo, dio un pequeño respingo y viró a mirarle sin entender muy bien por qué había hecho aquello. Observó donde tenía situados los pies, esperando encontrar alguna cosa a la que hubiera golpeado con la punta de la bota, pero no había nada. Entornó más la mirada e incluso se agacho un poco para ver mejor, viendo sobre el viejo y gastado suelo de madera, pequeñas gotas rojizas que intuyó serían sangre. Miró al otro desde allí abajo, en cuclillas y negó con la cabeza, queriendo restarle importancia.- Pasa muchio... -Dijo con su mala pronunciación. No se refería a que siempre hubiera peleas, aunque eran bastante comunes, pero las chicas a veces sangraban por la agresividad de los varones que contrataban sus servicios, y no porque las golpearan.