AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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I see a million people {Lisette A. Desrosiers}
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I see a million people {Lisette A. Desrosiers}
Nunca me habían entusiasmado las fiestas de postín pero había de admitir que el Palacio Royal me impresionó la primera vez que entré allí. Después de cuatro años en la capital francesa, nunca me había aventurado a recorrer sus pasillos; por falta de tiempo, ánimo y, también -para qué negarlo- de contactos que me permitieran tal distinción. Había sido finalmente mi querido monsieur Moncharmin quien había insistido para llevarme al hermético espectáculo que iba a tener lugar entre las paredes del Palacio. No sabía de dónde habría sacado mi amigo la invitación y yo la habría rechazado de no ser porque me chantajeó vilmente alegando que qué iba a hacer un pobre viejo, solo y amargado, rodeado de sangre azul por doquier. En efecto, monsieur Moncharmin no estaba casado ni le conocía familia alguna, y, bien por eso o bien porque no pude resistirme a su amable y tímida sonrisa amparada por ese par de anteojos redondos que tuve que aceptar la propuesta.
Seleccioné el vestido más vistoso que tenía en el armario, que no tenía nada que ver con los que solía llevar cuando todavía era una Van de Valley de los de Austria -aquéllos eran mucho más pomposos y aparatosos- pero que sí cumplía con el deber de no dejarme desentonar entre toda aquella grandilocuencia.
Mas, hablando de desentonar. Yo ya me sentía como pez fuera del agua. A pesar de haber sido noble en un época, había renegado tanto del pasado, incluidos títulos y tierras, que no sabía si también habría dejado de lado los modales. ¡Pero vive Dios! Con una madre como la mía, eso se me había quedado grabado en el subconsciente, que la señora Van de Valley había sido una madre amorosa con sus hijos, pero siempre con los modales de por medio. Y así, a la primera presentación -"El archiduque de Normandía a sus pies"- pude no hacer el ridículo, aunque seguía sintiéndome como un alfarero en medio de una sastrería.
-¿Ha visto a Pierre Gardel por allí, Carolina? -inquirió Moncharmin señalando hacia unas escaleras de caracol que se abrían en dos- Es el nuevo director del Ballet de la Ópera de París. Este año estrena La dansomanie -expresó con pasión. La misma que siempre había tenido para las artes musicales. Sabía que echaba de menos su época de director del conservatorio (momento en el que nos conocimos, hará ya cuatro años mortales), y se repetía internamente que la jubilación no iba a privarle de seguir disfrutando de la música.
Yo asentía, pegada a monsieur Moncharmin en todo momento. Lo que más me aterraba en esos momentos era que desapareciera y me dejara a mi entre tanto tiburón. No voy a decir que ya me arrepintiera de haber acudido, pero estaba casi a punto.
Seleccioné el vestido más vistoso que tenía en el armario, que no tenía nada que ver con los que solía llevar cuando todavía era una Van de Valley de los de Austria -aquéllos eran mucho más pomposos y aparatosos- pero que sí cumplía con el deber de no dejarme desentonar entre toda aquella grandilocuencia.
Mas, hablando de desentonar. Yo ya me sentía como pez fuera del agua. A pesar de haber sido noble en un época, había renegado tanto del pasado, incluidos títulos y tierras, que no sabía si también habría dejado de lado los modales. ¡Pero vive Dios! Con una madre como la mía, eso se me había quedado grabado en el subconsciente, que la señora Van de Valley había sido una madre amorosa con sus hijos, pero siempre con los modales de por medio. Y así, a la primera presentación -"El archiduque de Normandía a sus pies"- pude no hacer el ridículo, aunque seguía sintiéndome como un alfarero en medio de una sastrería.
-¿Ha visto a Pierre Gardel por allí, Carolina? -inquirió Moncharmin señalando hacia unas escaleras de caracol que se abrían en dos- Es el nuevo director del Ballet de la Ópera de París. Este año estrena La dansomanie -expresó con pasión. La misma que siempre había tenido para las artes musicales. Sabía que echaba de menos su época de director del conservatorio (momento en el que nos conocimos, hará ya cuatro años mortales), y se repetía internamente que la jubilación no iba a privarle de seguir disfrutando de la música.
Yo asentía, pegada a monsieur Moncharmin en todo momento. Lo que más me aterraba en esos momentos era que desapareciera y me dejara a mi entre tanto tiburón. No voy a decir que ya me arrepintiera de haber acudido, pero estaba casi a punto.
Última edición por Carolina Van de Valley el Mar Mayo 26, 2015 3:55 pm, editado 1 vez
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: I see a million people {Lisette A. Desrosiers}
Hacía poco tiempo desde que había regresado a Francia y los influyentes amigos de mi ya extinta familia ya me estaban molestando. Madame Flaubert me había insistido mucho para que acudiera a una fiesta en el Palacio Royal, afirmando que ya habían pasado diez largos años en los que ya debería de haber superado el luto, y que, por muy bien que me conservara, debía buscar un marido antes de que las arrugas surcaran mi rostro, idiota, si ella supiera la verdad... pero yo no se la iba a contar, claro está.
Me dispuse a arreglarme con la ayuda de una de mis criadas, me puso y apretó el corset y al abrir el armario la vi fruncir el ceño -¿Ocurre algo?- pregunté alzando una de mis claras cejas. Ante lo que la mujer agachó un poco la cabeza -No... es solo que toda vuestra ropa es muy oscura, señorita, no es lo más apto para un evento como este...- me encogí de hombros ante su respuesta, tenía razón pero por aquella vez tendría que servir. Finalmente me puse un vestido negro con polisón y unos cristales azules en el corpiño, a juego con el color de un collar que me puse y que contrastaba terriblemente con mi pálida piel. Me senté frente al tocador y dejé que la criada recogiera mi pelo rubio en un moño muy elegante.
Tras un viaje en coche de caballos llegué al lugar del evento. Bajé con la ayuda del cochero y al entrar me sentí abrumada por tanta gente cuando por lo general me acompañaba sólo mi gato, y a la vez me alegré de haberme ocupado previamente de mi peculiar dieta. El tiempo comenzó a pasar entre charlas banales, besos corteses en la manos y comentarios absurdos, realmente no sabía qué hacía ahí, siceramente habría estado mejor en casa tocando el violín o el violoncelo, pero en fin.
Comencé a caminar entre la gente, hombres de traje y mujeres con vestidos pomposos, todo parecía normal y aburrido hasta que de pronto una de mis nuevas habilidades, obtenidas diez años atrás, captó el aura de uno de los míos, quizás eso sería muy interesante. Me giré y vi a una mujer acompañando a un hombre mayor. No pude evitar acercarme a ella despacio, sonriendo levemente, de pronto aquel lugar se había vuelto interesante, charlar con un inmortal estaría bien -Buenas noches- dije de forma educada al estar lo bastante cerca de ellos -Espero que estén teniendo una agradable velada en este espléndido lugar- dije aunque no se podía aplicar eso a mí misma, pero sólo era una excusa para acercarme.
Me dispuse a arreglarme con la ayuda de una de mis criadas, me puso y apretó el corset y al abrir el armario la vi fruncir el ceño -¿Ocurre algo?- pregunté alzando una de mis claras cejas. Ante lo que la mujer agachó un poco la cabeza -No... es solo que toda vuestra ropa es muy oscura, señorita, no es lo más apto para un evento como este...- me encogí de hombros ante su respuesta, tenía razón pero por aquella vez tendría que servir. Finalmente me puse un vestido negro con polisón y unos cristales azules en el corpiño, a juego con el color de un collar que me puse y que contrastaba terriblemente con mi pálida piel. Me senté frente al tocador y dejé que la criada recogiera mi pelo rubio en un moño muy elegante.
Tras un viaje en coche de caballos llegué al lugar del evento. Bajé con la ayuda del cochero y al entrar me sentí abrumada por tanta gente cuando por lo general me acompañaba sólo mi gato, y a la vez me alegré de haberme ocupado previamente de mi peculiar dieta. El tiempo comenzó a pasar entre charlas banales, besos corteses en la manos y comentarios absurdos, realmente no sabía qué hacía ahí, siceramente habría estado mejor en casa tocando el violín o el violoncelo, pero en fin.
Comencé a caminar entre la gente, hombres de traje y mujeres con vestidos pomposos, todo parecía normal y aburrido hasta que de pronto una de mis nuevas habilidades, obtenidas diez años atrás, captó el aura de uno de los míos, quizás eso sería muy interesante. Me giré y vi a una mujer acompañando a un hombre mayor. No pude evitar acercarme a ella despacio, sonriendo levemente, de pronto aquel lugar se había vuelto interesante, charlar con un inmortal estaría bien -Buenas noches- dije de forma educada al estar lo bastante cerca de ellos -Espero que estén teniendo una agradable velada en este espléndido lugar- dije aunque no se podía aplicar eso a mí misma, pero sólo era una excusa para acercarme.
Lisette A. Desrosiers- Vampiro Clase Alta
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Re: I see a million people {Lisette A. Desrosiers}
Como me temía, mis peores pensamientos se cumplieron y no tardó monsieur en desaparecer de mi vista aludiendo que iba a ir a saludar a unos conocidos que habían venido expresamente desde Bulgaria para ver el estreno.
Así que, ahí me quedé yo; plantada y sola. Con los brazos caídos y las manos agarradas porque no sabía bien donde ponerlas me quedé apartada. Sonreía a algunos invitados que posaban la mirada en mi, con total seguridad pensando qué diablos hacía una señorita -y no de sangre azul- sola al lado del busto de Haydn. Bueno, la verdad era que me sentía a gusto en aquel refugio improvisado. Haydn me otorgaba cierta compañía aún con su ceño semi fruncido. No parecía haber sido su gran día mientras tuvo que posar ante el escultor.
Mas una voz no tardó en sacarme de mi autismo. Me giré para encararme con mi interlocutora. Una señorita de cabellos rubios como los míos y un atuendo oscuro. Era más joven que yo, en apariencia. Y matizo precisamente eso último pues no tardé en percibir la suave fragancia, mezclada con perfume, que me llevó a identificarla como una de los míos. Posiblemente las dos únicas vampyr en toda la fiesta.
Al principio no supe qué pensar, pues no siempre me había llevado bien con mis compañeros de condición. Muchos de ellos eran demasiado sangrientos para mi gusto. Mas la joven parecía agradable y se había dirigido a mí en primer lugar.
-Gracias, señorita. Pero temo decir que no conozco a nadie. Mi acompañante ha sufrido uno de esos arrebatos de cortesía y ha acudido a saludar a unos amigos. -sonreí.-¿Usted ha venido sola? -pregunté, sin ningún atisbo de reproche en la voz (bien sabía yo lo que pensaba esta sociedad tan recta acerca de las mujeres independientes), más bien con intenciones de iniciar una charla cálida.
Así que, ahí me quedé yo; plantada y sola. Con los brazos caídos y las manos agarradas porque no sabía bien donde ponerlas me quedé apartada. Sonreía a algunos invitados que posaban la mirada en mi, con total seguridad pensando qué diablos hacía una señorita -y no de sangre azul- sola al lado del busto de Haydn. Bueno, la verdad era que me sentía a gusto en aquel refugio improvisado. Haydn me otorgaba cierta compañía aún con su ceño semi fruncido. No parecía haber sido su gran día mientras tuvo que posar ante el escultor.
Mas una voz no tardó en sacarme de mi autismo. Me giré para encararme con mi interlocutora. Una señorita de cabellos rubios como los míos y un atuendo oscuro. Era más joven que yo, en apariencia. Y matizo precisamente eso último pues no tardé en percibir la suave fragancia, mezclada con perfume, que me llevó a identificarla como una de los míos. Posiblemente las dos únicas vampyr en toda la fiesta.
Al principio no supe qué pensar, pues no siempre me había llevado bien con mis compañeros de condición. Muchos de ellos eran demasiado sangrientos para mi gusto. Mas la joven parecía agradable y se había dirigido a mí en primer lugar.
-Gracias, señorita. Pero temo decir que no conozco a nadie. Mi acompañante ha sufrido uno de esos arrebatos de cortesía y ha acudido a saludar a unos amigos. -sonreí.-¿Usted ha venido sola? -pregunté, sin ningún atisbo de reproche en la voz (bien sabía yo lo que pensaba esta sociedad tan recta acerca de las mujeres independientes), más bien con intenciones de iniciar una charla cálida.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: I see a million people {Lisette A. Desrosiers}
Le dediqué una sonrisa amable a mi interlocutora justo en el momento en el que esta percibía que pertenecíamos no solo a la misma clase, sino también a la misma especie. Era fácil saber cuándo se daba cuenta de ello.
Cuando escuché su respuesta ante mis palabras no pude evitar sentirme identificada con su situación, pues era la misma que sufría yo, Madame Flaubert ya había desparecido entre el gentío para dejarme sola en aquel lugar. Sonreí un poco ante su pregunta -Lo cierto es que no, pero me temo que me ha ocurrido lo mismo que a usted, una de mis notables... amigas ha decidido que me vendría bien salir, pero al llegar aquí ha desaparecido, y a penas conozco a nadie, ha pasado tiempo desde la última vez que estuve en Francia- suspiré durante un instante. Me había marchado tras haber cometido un asesinato por venganza y ahora estaba de vuelta y tenía que continuar mi vida por donde la había dejado.
-Espero no parecerle muy atrevida, pero quizás podríamos hacernos compañía mutua, al menos hasta que nuestros acompañantes estén menos ocupados- le propuse con una sonrisa amable, lo cierto era que no había en mi ninguna intención maligna, solo quería una conversación interesante -¿Pero dónde están mis modales? Me llamo Lisette Desrosiers, ¿y usted?
Cuando escuché su respuesta ante mis palabras no pude evitar sentirme identificada con su situación, pues era la misma que sufría yo, Madame Flaubert ya había desparecido entre el gentío para dejarme sola en aquel lugar. Sonreí un poco ante su pregunta -Lo cierto es que no, pero me temo que me ha ocurrido lo mismo que a usted, una de mis notables... amigas ha decidido que me vendría bien salir, pero al llegar aquí ha desaparecido, y a penas conozco a nadie, ha pasado tiempo desde la última vez que estuve en Francia- suspiré durante un instante. Me había marchado tras haber cometido un asesinato por venganza y ahora estaba de vuelta y tenía que continuar mi vida por donde la había dejado.
-Espero no parecerle muy atrevida, pero quizás podríamos hacernos compañía mutua, al menos hasta que nuestros acompañantes estén menos ocupados- le propuse con una sonrisa amable, lo cierto era que no había en mi ninguna intención maligna, solo quería una conversación interesante -¿Pero dónde están mis modales? Me llamo Lisette Desrosiers, ¿y usted?
Lisette A. Desrosiers- Vampiro Clase Alta
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Re: I see a million people {Lisette A. Desrosiers}
El hecho de que ambas compartíamos la misma naturaleza sobrenatural quedó relegado a ser leído entre líneas, mas estaba segura de que ella había comprendido al igual que yo, pues con únicamente nuestro olfato éramos capaces de identificar aromas familiares. Además, la casualidad en aquel punto nos condujo a las dos a ser víctimas de la misma treta por parte de nuestros respectivos acompañantes, así que no veía inconveniente ninguno en compartir la velada con ella aún cuando todavía mis virtudes sociales dejaban mucho que desear (¡Qué hubiera dicho el honorable Karl Sebastian Van de Valley de una hija con tan torpes miras de etiqueta!).
-Carolina Van de Valley. -me presenté con una taimada sonrisa. La señorita Lisette había mencionado su última vez en Francia y sospeché que, si bien no era una ciudadana de tan encantador país -por su apellido casi habría deducido que así era- debía tratarse entonces de una andarina del mundo, tal como yo lo había sido antes de que mis pies parasen en la ciudad de las luces. No tuve más remedio que preguntar para saciar mi curiosidad.
-¿Quiere decir que no ha estado viviendo en Francia estos últimos años? -con un gesto de la mano invité a la señorita Lisette a movernos un poco por el salón. La cuadrilla de músicos animaba el ambiente con las Siete Sonatas de Johann Kuhnau. Por el rabillo del ojo divisé a monsieur Moncharmin, que seguía enfrascado en una acalorada discusión con el director de la ópera.
-Carolina Van de Valley. -me presenté con una taimada sonrisa. La señorita Lisette había mencionado su última vez en Francia y sospeché que, si bien no era una ciudadana de tan encantador país -por su apellido casi habría deducido que así era- debía tratarse entonces de una andarina del mundo, tal como yo lo había sido antes de que mis pies parasen en la ciudad de las luces. No tuve más remedio que preguntar para saciar mi curiosidad.
-¿Quiere decir que no ha estado viviendo en Francia estos últimos años? -con un gesto de la mano invité a la señorita Lisette a movernos un poco por el salón. La cuadrilla de músicos animaba el ambiente con las Siete Sonatas de Johann Kuhnau. Por el rabillo del ojo divisé a monsieur Moncharmin, que seguía enfrascado en una acalorada discusión con el director de la ópera.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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