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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Dom Sep 14, 2014 11:43 pm

“Quiero manifestar algo más que una verdad”


'La noche es mi única aliada, la oscuridad es lo único que me deja existir', era algo que había aprendido a la fuerza. Cuando era un neófito, me había quemado las manos más de dos veces para poder entender la situación. Hasta había abierto una ventana y me habían tenido que meter dentro de una ducha de sangre para poder regenerarme, en ese entonces, había pensado que me quedaría ciego, pero no, como solía sucederme solo me quedaban unas insignificantes marcas, la suerte estaba de mi lado, pero no sería para siempre. Y por eso, ahora lo tenía claro, cuando el sol se escabullía por el horizonte, yo también lo hacía. Cazar y alimentarme era lo primordial, porque me quería hacer fuerte. Entrenar hasta que la debilidad que se había estancado tan profundamente en mi sea desterrada por completo. Esos eran mis planes y esa noche no sería la excepción. Me había escabullido en la ciudad, ya que ahora vivía en las zonas abandonadas, me había alimentado y había intentado matar a mi víctima. Claro, las agallas no me habían dejado y simplemente había dejado a la muchacha inconsciente y sin marca alguna en el cuello. La habilidad de sanar a las personas con nuestra sangre era algo que siempre había aprovechado. Y entonces me acobardé una vez más. Con miedo a que me descubrieran, a que vinieran a cazarme por unos datos que la mujer podría haber dado, ya que, quien sabía si realmente no me había visto por algún reflejo antes de caer inconsciente.


Mis ojos se sentían temblorosos, molestos porque había estado a punto de beberle hasta la última gota, un segundo antes de que muriera. En ese instante donde la dulce alma podía liberarse. Pero no lo había logrado y ahora estaba corriendo, saltando hacía el bosque, escondiéndome de nadie. Porque no había posibilidades de que ya se hayan percatado de mí. Y en realidad, las probabilidades de que la joven me haya visto eran casi nulas, ya que siempre seguía a mis víctimas, por varias calles, incluso las guiaba yo mismo hacía algún lugar oscuro. Pero allí estaba mi preocupación presente que incluso la sentía en mis colmillos, que ya no estaban y eran reemplazados por unos simples dientes humanos, que en cuestión de años empezarían a perder la calidad y tendría que volver a cambiarlos, así por el resto de mi existencia. Suspiré, moví mi cabeza a los lados para sacudir mis negros cabellos y comencé a caminar. El verano estaba haciendo de las suyas y apenas se sentía el fresco de la noche, que decir en el día, el sol astillaba las maderas. Fueron unos veinte minutos, donde no estaba siguiendo ningún camino, saltaba ramas y me movía en silencio, pero en paz. Pensando en cómo podía hacer para no sentir nada cuando alguien que no conocía perdía la vida.


Y entre paso y paso un ruido casi salvaje se escuchó desde lo lejos. Me escondí, me acurruqué tanto que apenas llegaba a divisar la figura de una femenina. Buenas curvas, cabello negro y lacio, rostro acompasado y un aura y piel que no daba a dudas. Tan blanca que parecía caerse a pedazos. Era mármol en vida. Sus orbes parecían ser los de un animal y entre las manos llevaba algo que agarraba con fuerzas. Temblé, pero no dudé, era la muchacha que acompañaba a Lestat en aquel entonces. Alcé la cabeza y busqué al hombre a su lado, pero ninguna criatura viva o inmortal estaba en mi radio. ¿Sería prudente? No lo sabía, pero lo hice, comencé a caminar detrás de ella. Con cuidado, sonrojándome un poco por la situación extraña que estaba ocurriendo, ahora era un espía o pervertido. ¿Me habría visto? Quizá sí, ella era muy poderosa como para ser engañada por un chico con poco menos de treinta años como yo. Pero aun así seguí el paso y cuando la vi meterse en una casa oscura y tenebrosa mis piernas temblaron. Corrí hacía ella con los ojos brillando, recordaba que sus palabras habían sido amables y me había sentido de alguna manera bien a su lado. Pero nunca me había dicho su nombre y eso me daba más ganas de saciar mi curiosidad. — ¡Mademoiselle! A-ammh… ¿Me recuerda? — Agitado, pero emocionado. La sonrisa blanca y perfecta se veía de un lado a otro y con una risa dulce terminé por quedar a tan solo unos metros de ella. — Yo… La vi por allá y estoy solo esta noche, ¿la puedo acompañar un rato? Quiero preguntarle cosas, es que parece un cristal su piel. Debe saber un montón. — Entre vergüenza y gracia dejaba salir, apretando los dedos unos con otros. Alzando la vista curioso, para saber qué es lo que ella tenía entre manos.



“No es la venganza lo único que oscurece nuestro corazón.”
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Mensaje por Lara Karstein Mar Sep 23, 2014 10:55 pm

"Esta es mi muerte. Has venido a mi funeral."

Los cambios jamás son repentinos, se suceden con cada situación a través de los años, de la teórica eternidad que tenemos como vampiros. Alguna vez me medí con pasión para evocar esta vida, en medio de aquella inmensa muerte que representaba yo misma. Intenté revivir las truncas idealidades de las piedras que eran mis emociones pero no fue más que un simple peregrinaje. No había belleza en mis líneas, ni posibilidad de resucitar mi alma. Sentí la fiebre de mi soledad manifestarse con cada partida, apoderarse ávidamente de mi pensamiento y de mi corazón con una pasión más intensa que la primera y arrasar con todos los aspectos de mi mundo muerto. Algo salía de mi tumba de siglos para el horror de mis ojos que buscaban ser poetas para ver de otro modo mis ruinas.

Pero mientras me entregaba a mi sueño de olvido y de silencio como si eso superara cada partida, marchaba abiertamente hacia un gran sueño de rencor y de tumulto. Mis ojos se volvían hacia los lejanos esplendores de la muerte, iban hacia el incendio rojo y bravío de las grandes batallas de mi vida y me convertía en una sombra, inclinada sobre la grandeza desmesurada de mis sueños terriblemente estériles. Me llamé fracasante, como una palabra llena de energía libre y obscura que aspiraba a curar el dolor con sangre. Sentí en mí una angustia desesperada, interminable que me mantenía en el sótano bajo sábanas que aparte de mí permanecerían vacías. Me invadió una conmiseración colérica y triste a la vez; con una piedad acre y un rencor celoso. Era la vidente alucinada que se daba a la destrucción, con la tenacidad sombría de un prisionero que pretende romper muro tras muro a la espera de su libertad.

Me levanté de la cama y me vestí de negro, de luto como estaba lo que reemplazaba a mi alma. Mis ojos negros eran peor que estanques profundos en los que el misterio de lo oculto es el mayor de los terrores. Arrojé mi ánimo a cuerpo perdido en lo que sería una lucha, en el tumulto de quienes vivían conmigo, en la sombría batalla de sus pulmones suplicando un respiro más. Y otro, y otro. Mis manos y colmillos serían el instrumento acerado y el terrible pago por sus labores. Yo misma sería un pincel que se hizo pica y que iba a destruirlos a todos. ¿Por qué? Porque el ligar mi vida a la de alguien era mi ruina. Todos partían, sin excepciones. Eran fugaces o sencillamente morían por su voluntad en mi yerta existencia incapaz de aferrar a alguien. Era todo, no quería  a nadie más cerca de mí con sus mentiras, con sus promesas vacías.

Siete personas trabajaban para mí. Esos siete vivían en esa casa que compré en el bosque para no ser molestada. Siete morirían esa noche sin haber pecado contra mí. Pero iba a matarlos antes que lo hicieran. Ya no buscaría poesía sino arte, uno que subiera por mi morada como una imploración tiñéndose de tintes glaucos y rojos, hasta formar horizontes de sangre, cielos rasos pavorosos de tempestad pero llenos de exterminio. El primero fue un hombre, el jardinero. Me sonrió, me saludó amable y como llevada por mis emociones le torcí el cuello. Su cuerpo cayó al piso y alguien más allá gritó: Una mujer, el ama de llaves de unos sesenta años. Era su hora, no podría correr demasiado. Fui tras ella con calma, a la cocina donde se había dirigido y desde donde nerviosa abrió unos de los cajones y comenzó a arrojarme cuchillos como si eso pudiera detenerme. Sin dejar de parecer una estatua que ni sonríe ni llora, agarré uno de sus afilados distractores y lo lancé hacia su corazón. Su mirada pareció preguntarme “¿Por qué?” pero era demasiado tarde. Uno a uno los fui cazando, entre sus gritos de espanto ahogué las voces de quienes se fueron y alimenté la corrosión de mi propio ser. Arrastré sus cuerpos a la sala principal y decoré mis pisos con la sangre que buscaba absorber la madera como rastro imborrable. Colgué seis cuerpos del techo, a distancias prudentes cada uno pero flanqueando cada esquina y dos meciéndose en el centro, mientras que las gotas de su sangre teñían el agua de las rosas que horas antes habían sido puestas a modo de decoración. Fueron seis y eran siete.

La séptima persona era una mujer, una joven de dieciséis años, hija del jardinero que murió primero. Había escapado, corría por el bosque en medio de la noche y la dejé partir para cazarla en medio del terror nocturno como broche de oro a mi locura. No era difícil localizarla, gritaba todo el camino pidiendo auxilio y apenas me llevó diez minutos alcanzarla a una buena distancia de la casa. Cuando la atrapé gritó más, suplicó de rodillas y a cambio le arranqué la lengua. Un solo tirón cuando introduje mi mano en su boca y terminarían los gritos. Se desmayó de inmediato, pero quería que continuara viva. La tomé por los cabellos enceguecida por el dolor y la necesidad de sacrificio y caminé de regreso a casa llevándomela a rastras. Fue entonces cuando le sentí, a él, a quien había conocido cuando caminaba con Lestat. Y él, también se había ido.

Por algún motivo que desconozco intenté ignorarlo y él debió haberse ido, pero abrió la boca con una emoción tal que supe que no había visto lo que halaba en una de mis manos. Apresuré el paso, quería que se fuera y más le hubiese a él valido, pero pidió compañía y me obligó a detenerme con sus palabras. Solté el cuerpo y me giré hacia él, bañada en sangre, con la mirada fría y más muerta que de costumbre
–La desgracia te busca, Hero Jaejoong- pronuncié su nombre con parquedad, tomé el cuerpo de nuevo y avancé. Estaba a pocos metros de mi casa y no iba a detenerme, no quería, ya no podía hacerlo, también era tarde para mí.


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Mensaje por Invitado Mar Sep 30, 2014 10:05 am

 “Es el aroma de la muerte”


No quise verlo, siquiera quise olerlo. En parte, la curiosidad me embriagaba, ¿qué es lo que ella estaba haciendo? ¿Por qué? Tenía las preguntas que me golpeaban la mente, pero cuando la tosca ventisca de olores se impulsó contra mí, esa sonrisa tan dulce y tierna que le había dedicado se desvaneció, se cerró y mis dedos, unos con otros se juntaron hasta terminar en el pecho. Está bien, estaba alimentándose, seguro tenía mucha hambre, era algo que todos hacíamos. Sí, esa era la respuesta, no tenía por qué preocuparme. Así que con un miedo cubierto en mi piel volví a sonreírle, buscando su mirada, mientras mi cabeza se ceñía a un costado con total cariño. Y entonces observé sus mejillas, el claro rojo en sus ojos, como sus manos parecían no tener control. Ideas mías, fue lo primero que se me cruzó por la cabeza. ¿Qué otra cosa podía sucederle a un ser tan extremadamente hermoso como lo era ella? — ¿A qué se refiere con eso? Bueno… No hay problema con que se alimente frente a mí. ¡No sabe las cosas que me han pasado en el último tiempo! ¡Ya nada me hace asco! — Con orgullo y una risa casi testaruda me acerqué a donde ella estaba, tan solo un poco más. Deseaba poder acariciarle esas hebras negras que corrían por sus cabellos. Desde aquella vez me había parecido asombrosamente radiante. Pero no había tenido la oportunidad de decirlo. En aquel entonces yo estaba demasiado desesperado y herido como para poder pensar en otra persona que no fuese el cuervo negro.
 
Cerca, tan cerca que el aroma me dañó la retina. Jadeé en ese instante y mis ojos se tiñeron con un lubricante rosado y lleno de terror. Miré hacia el costado y al instante ella levantó aquel cuerpo que se notaba había sido torturado más de lo necesario. Pensé que aguantaría, muchos inmortales tenían ese tipo de fetiches, pero el ver el órgano de la lengua de la mujer tirado a un lado hizo que mi rostro se volteara y como si fuese poco, mis dedos temblorosos cubrieron mis labios. Quedé en silencio, elevé la mirada a la ajena y ella como si fuese una pluma, empezó a ir hacía donde suponía, era su hogar. La seguí en silencio, ¿por qué? Estaba intentando responderme preguntas que no quería escupir. Me tocaba los cabellos con continua melancolía, un mohín se escuchaba y al mismo tiempo me jalaba los labios con mis colmillos romos, como si no fuese suficiente haber sentido desgarres en la boca, como para ver ahora un pedazo de lengua tirado en el suelo. — ¿Ha tenido un mal día? ¿Por cierto, la puedo tutear? Espere… — Me puse casi en su camino, apenas rozando su brazo, pero sin sujetarlo. Temí que me rompiera los huesos, porque bien yo sabía que aunque era una mujer pequeña y hasta de apariencia frágil, podía romperme pedazo a pedazo. Pero no me rendiría así como así, hacía mucho tiempo que no me encontraba con un ser que me llamara tanto la atención. Hasta había creído que había acabado por perder el sentido de la curiosidad.

— Déjeme limpiar esto… Mi padre me enseñó que no hay que ensuciarse, ¿no le gusta hacer caso a esas cosas? — Pregunté moviendo la cabeza a los lados, un deje de ternura se asomó por mis ojos y con cuidado metí mi mano en el bolsillo posterior de mi pantalón. De allí un pañuelo de hilo de algodón se hizo presente, bordado con las iniciales de mi nombre, los pasé por las mejillas ajenas, apenas rozándola, se manchaba y se ponía rojo y debido a la gran cantidad de sangre empezaba a empaparse. Me reí entonces, supe que no podía haber salido solo de esa muchacha. La cantidad de sangre que ella tenía, no coincidía con la de la mujer que estaba allí tirada. ¿Un arrebato de ira? Tragué saliva y cerré los ojos, doblé el pañuelo una vez más y lo pasé por el borde de su nariz. — ¿Qué le pasó? Creo que está enojada, pero yo no le hice nada, así que ¿no me va a matar a mí, o si? ¿Debería correr ahora? Pero me quiero quedar, soy la persona perfecta para hablar. — Como si fuese poco, mi narcisismo estaba allí floreciendo, saqué la lengua con la debida broma a la par y miré un momento hacía la mujer que estaba deslizando por el suelo. Me sentí mal por ella, pero ya se notaba que no tenía mucho tiempo más de vida, sería mejor que muriera de una vez. Por tanto miré al frente, caminando hacía aquella casa como si ya me hubiesen dado la respuesta positiva. Siempre era lo mismo conmigo, no podía evitar invitarme a sanar heridas ajenas. Sonreí para ella una vez más, mis colmillos que una vez habían estado radiantes estaban sustituidos por unos dientes romos que encajaban perfecto, respuesta de haber estado noche tras noche en el cementerio buscándolo. Había perdido bastante cordura en aquel intento desesperado por no sentirme horrible.

“Pero ahora quiero salvar esa cordura tuya, que quiere caer por completo” 
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Mensaje por Lara Karstein Vie Oct 10, 2014 6:29 pm

"Que miserables somos al necesitar diferentes máscaras para desangrar la misma herida"

La primera vez que le vi, sufría. Ese primer encuentro representaba en sí mismo la búsqueda de su cuervo, de su amante inmortal cuya locura conocí en mi intento de salvar a Nathaly. Maldita sea ella y todos. Maldito él, aquel cuervo, por no haber insistido en matarla. Maldita ella por partir sin decir nada y entregarse en los brazos de la especie que más detesto. Maldito el inmortal con rastros de marioneta que llega a mi casa como si anhelara ser tocado de nuevo por la muerte y el real horror que ésta representa.

Decía no sentir asco, pero aquello no es otra cosa más que un mecanismo de defensa, y la visión completa de mis actos lo alertaría pronto. Se acercaba a mí, pero eso sólo significa desorientación, como si sus ojos y su espíritu vieran tan sólo lo que deseaban. Yo no podía corresponderle a las sonrisas ni a la calidez que era capaz de emitir él, porque dejaba de ser lo que fui durante más de mil años. Comenzaba a salir de una mar de falsos colores y luz, y con tinta negra, como los horizontes de mi cólera, daba forma a las terrificantes creaciones de mi odio, a las deformaciones de un cómico espeluznante, con que mi rabia gráfica, inmortalizaba en el ridículo de los hombres y las cosas que detestaba.

Levanté el cuerpo desfallecido para que lo notara bien y mi faz taciturna y trágica, tuvo un nuevo rictus. Sobre mis labios sedientos como hechos para el horror, corrió un nuevo estremecimiento que se fijó como gesto de burla feroz, más terrible que todos los huracanes de elocuencia que hasta entonces habían salido de mi boca. Le sonreí y lo miré con esos terribles ojos hechos para ver el dolor y ejecutar el sacrificio. Era como esa sonrisa de Aristófanes en la máscara de Esquilo, que magnificaba el horror y le añadía un nuevo dardo.
–Tal vez basten unos minutos para que descubras que el asco y el temor no se han ido– apenas un susurro fue suficiente para detenerme a observar cómo veía el pedazo de lengua que recientemente había arrancado. La joven estaba completamente ensangrentada y eso podía llamar la atención de cualquier vampiro. –Me tiene sin cuidado cómo me hables o llames– respondí mientras avanzaba a la escena de cuerpos colgados en casa –Finalmente no vas a durar mucho tiempo conmigo– por no decir que nada, como era costumbre en todos los malditos casos. Pero ¿Qué quería que esperara? No pensaba detenerme pero él me alcanzó en una pequeña carrera. Me tocó el brazo, pero me daba igual, si estaba asesinando partes de mí, eso no importaba, casi no lo notaba y tampoco lo cuestionaba.

Fruncí el ceño a su pregunta, la sonrisa abandonó mis labios y de nuevo no lo comprendí. Hero parecía un pequeño, alguien indefenso que debe ser protegido de lo que su mismo carisma puede causar. También parecía obediente e incluso sumiso y su modo de alimento me causó curiosidad. No importaba lo que quisiera decir, mientras dejaba que su pañuelo recorriera mis mejillas salpicadas, sabía la primera cosa que haría con él: Obligarlo a beber de la joven que le había causado espanto.
–Mi creador está muerto. Como todos. Hoy pierdes tu tiempo limpiando estas marcas; el desastre es mucho más profundo e imperceptible. Si eres listo te irás corriendo ahora. Te dejaré ir si te marchas ya. Pero si por el contrario decides quedarte, tú mismo asumirás las consecuencias– avancé esquivándolo y entrando así a mi casa. Él debía aprovechar ese momento antes que mi mente siguiera maquinando tan automáticamente como actuaba. Debía huir y olvidar lo que había visto. Debía mantener el silencio para mantener también así su lengua. Pero ¿Realmente se marcharía?

–Ah, es cierto, no has hecho nada. Pero ¿Sabes qué? Lo curioso es que ellos tampoco– el cuerpo de la joven golpeteaba la madera del suelo en cada avance y aun así no despertaba. Tal vez debiera hacerlo a las malas, como todo lo que se iba sucediendo esa noche. –Corre, Hero, vuela si puedes, pero lárgate. No tengo nada que pueda darte, nada de lo buscas hay ya en mí. Largo– me adentré hasta la sala y me senté en el diván, dejando el cuerpo de la joven tirado en el suelo. Mecí unos de los cuerpos colgados con el pie haciendo que se meciera a medida que se iba poniendo más rígido y oscuro. El piso estaba cubierto de sangre bajo la mayoría de los cuerpos. Era todo un espectáculo, uno que perpetuaría cada cierto tiempo y con cada uno de los que decidiera servirme. –No entiendo porque todavía sigues aquí– musité depronto sin mirarlo y sin dejar de mecer uno de los seis cuerpos.


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Mensaje por Invitado Mar Oct 21, 2014 12:21 am

“Ver el dolor reflejado, el mismo sentir que haz pasado, pero frente a ti, en tercera persona.”


Mi piel congelada se resquebrajaba, la opresión en mi pecho se figuraba como una maldita estatuilla de porcelana fría. Sentí la empatía recorrerme, como un halo de fuego que se alzaba desde mi garganta, mis ojos que eran como un cristal oscuro se hundían por unos momentos en terrible melancolía. ¿Por qué? ¿Qué le había hecho Lestat? ¿Le había causado el mismo desconsuelo que le había regalado a Nicolás? ¿La había abandonado a su suerte así como a mi cuervo negro y melancólico? Pude observarlo todo, como una ilusión, ella se convertía en el violinista maldito, vagaba de forma poética haciéndole un regalo a la muerte, solo a causa de su dolor. No pude hacer otra cosa que dejar salir mi altruismo desquiciado. Esa obsesión por arreglar a las personas aún a cuestas de una parte de mí. Dejarles tan solo un poco de mi brillo, desgastarme, opacarme. No me importaba, porque sabía que si conseguía hacer salir al menos un halo de esperanza, podía volver a relucir en un santiamén. — Tal vez, ¿Me estás haciendo una apuesta? Entonces voy a tutearte, es que se me da mal el Francés y más el elegante… Eso decía Nicolás. — Murmuré a su último comentario y sentí como una sangre vaporosa subía por mis mejillas a golpear contra mi piel. Mi amante enloquecido siempre me gritaba a la distancia, que no duraría, que desaparecería antes de lo que pensaba. Pero, ¿por qué? ¿Por qué tenían que decir esas cosas sin siquiera darme una oportunidad?

Me quejé entre sonidos, abrumado por sus palabras. Era de esas personas que entra más le dices que no, más quieren hacerlo. Pero con cuidado, con temor, porque siempre estaba rodeado de miedos, pero podía seguir, aún si tenía que hacerlo con las lágrimas desbordando por mis ojos. Conocía mi límite, lo había sobrepasado, había roto el período elástico, para pasar al plástico, donde me deforman hasta amoldarme a donde ellos querían. Pero esa fluctuación me hacía más duro, con la tensión ajustada para lastimarme menos, pero sentir más. — Bueno… Pero primero se empieza por limpiar lo que se ve a simple vista. Si no nunca se llega a lo que está profundo. Como cuando le pasas el trapo a la madera y luego con un algodón limpias entre las grietas. ¿Oh? No soy listo, se unas cosas de historia del arte y música, pero no me enseñaron muchas cosas de sentido común. ¿Quieres ser mi tutora? Nicolás nunca aceptó serlo y no puedo pedirle a un humano que me cuente esas cosas. No entenderían. — Expliqué cual niño que quiere expresar sus inquietudes, alzando la cabeza para observar el rebote del cuerpo de la mujer que iba siendo arrastrada inconsciente hacía dentro de la casa. Lara se metió y me quedé unos momentos afuera, mirándola desde la puerta. El aroma a sangre me escocía en la garganta y mis ojos pasaban de negros a rojos una y otra vez, obligándome a toser un poco, mis dientes se veían y de tener colmillos seguro hubiesen salido con ansias hacía afuera, pero solo podían observarse una serie de dientes romos uno al lado del otro. — Ughh, este olor… No quiero terminar así. ¿Entonces por qué hiciste eso si no te hicieron nada?

No quería entrar, mis dedos se apoyaban en los bordes de la puerta de la casa, mis ojos estaban desorbitados por el movimiento suave de uno de los cuerpos, ella lo abanicaba con locura, con maldad. Quise llorar, no por ellos, me había obligado a no sentir lástima por los cadáveres, porque ellos ya estaban muertos y no se podían arreglar. Sin embargo, aquella figura femenina reluciente y con sobredosis de pericia que yo recordaba, estaba extinguiéndose, se caía poco a poco hacía el vacío y no había nada que me impidiera correr a tomarla de los brazos antes de que desapareciera por completo. — ¿Por qué me dices eso? Él también lo hacía siempre, me obligaba a que me intente ir volando, me torturaba hasta quebrarme, ¿quieres hacer lo mismo para ver que tanto puedo soportar? Estoy más fuerte que antes. N-no sigas moviendo, que se le cae toda la sangre. — Apoyé un pie en aquella madera seca y agaché la cabeza con temor, intenté ignorar los cuerpos que estaban frescos y con delicadeza me senté en una silla de madera, a unos metros de ella, mirándola como quien quiere examinar a un paciente. ¿Por qué todos me querían obligar a hacer lo que ellos me decían? ¿Por qué me echaban si realmente no lo hacían con sinceridad? Me exasperaba aquella situación, tanto que me crucé de brazos y mordí mi labio inferior. — Es porque soy idiota, quizá algún día trabaje de eso, soy un profesional. ¿Quieres contarme una historia? ¿O te cuento yo a ti? Tengo varias bajo la manga, aunque soy un vampiro pequeño, seguro tú tienes más cosas para contarme. Cómo el por qué estás así... — Le dediqué una sonrisa dulce al momento en que desenrollaba mis manos y las apoyaba en mis rodillas. Esperando, no sabía qué, pero sin duda era algo, que saliera de ella.


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Mensaje por Lara Karstein Sáb Nov 01, 2014 12:16 pm

"La única historia que me queda es la que se escribe sobre ruinas"

La presencia de Hero subía a mi cabeza afiebrada como una imploración, pero ya estaba teñida de tintes glaucos y rojos, hasta formar horizontes de sangre, cielos pavorosos de tempestad y de exterminio. Era creadora y destructora potente de mis luchas interiores, de los limbos de mi visión fuerte y tenaz. Me sentía agresiva pero también poderosa, ferozmente enigmática de silencios que querían gritar a viva voz, que querían macerar a mis emociones sensitivas y anémicas, faltantes de la luz interna que Hero expresaba tan hábilmente. Mi noble histeria lo envidiaba en el fondo.

–No apuesto. Afirmo. Lo hago con la misma intensidad con la que le crees a tu amante– mencioné sin darle importancia al hecho que me hablara de tú ¿Qué más daba? Consideraba a todos tan mentirosos que podrían llamarme amor o puta y yo entendería lo mismo. No importaba que el vampiro joven y asiático luciera grácil y tan inocente que no podía ocultar nada. No importaba que las coloraciones de su aura se me antojaran de una suavidad diáfana y movida por el soplo tempestuoso de su idealidad heroica sobre un lienzo. No importaba que él mismo fuera un extraño símbolo de lucha y redención, una que yo no quería. No, no quería ser salvada. Ese Neptuno formidable del mar de la visión antigua de mi vida, no podía evitar que cambiara mi mirada alucinada mientras se hacía cruel. Mi espíritu se iba en picada a lo deforme, a arruinar lo que siempre había sido y a ocultar el desastre bajo una mueca convulsa, una máscara grotesca que jamás me dejaría ver las cosas como lo había hecho siempre.

–Lo profundo se entierra aún más, se cava hasta que se seque, hasta que desaparezca o al menos se olvide. – respondí sabiendo que nada podría limpiar los resquicios de mi condena. –Y no, no puedo ser tutora de nadie ¿Acaso no ves el desastre que me rodea? ¿No te das cuenta que no puedo conmigo ni con nadie? No soy arte, ni música, ni musa, ni letra. No soy nada de lo que sabes y no encajo en ninguna de las ideas que te hayas hecho de mí. Pero sin duda aciertas en algo: No eres listo– mentí, porque él sí notaba ciertas cosas que no expresaba tan abiertamente. Yo ya no poseía la elocuencia florecida y profética de mis primeras luchas, adquirí un nervio, una ductilidad, que no tenía; movible como el mercurio a mis situaciones, corrosiva como el vitriolo. Me hacía terrible y cruelmente mordaz. Era una mezcla confusa de canallería y de belleza, y sentí la agresividad de una daga mortal. Estallaba en figuras que pendían del techo, deseaba que quien hubiese llegado no hubiera sido Hero, sino otro que me inspirara odio, que emulara mis intenciones de perversidad intensa y cruel, que propiciara mi rabia fría y mordaz, fuerte y triturante como las mandíbulas de un tiburón.

Pero ahí estaba. Él, el asiático lo había hecho de nuevo. Me sumía en mis propios pensamientos, como el día que lo conocí, el día que caminaba con Lestat, otro de los que se fue. Recuerdo bien que tuve que permanecer en silencio por mucho tiempo mientras el dolor ajeno me sumía en el mío propio. Hero tenía esa habilidad en mí y lo odiaba por eso con la misma intensidad con la que me gustaba la situación como si fuera una masoquista.

Tomé el cuerpo de la chica por los hombros y la senté en el suelo, en medio de mis piernas mientras su cabeza caía débil hacía abajo. Apreté las rodillas y la sostuve y acaricie su cabello, lo peiné con los dedos y pretendí no mirar a Hero otra vez.
–Lo harían. Al final se irían como lo hacen todos. – justifiqué inútilmente lo que había hecho y lo que sabía que me condenaría a futuro. Jamás había matado a un inocente por temor a mi propia consciencia. Pretendí soplar el dolor con mis actos, pero lo que en realidad hacía era acumular huracanes que se refugiarían juntos para absorberme algún día.

Parado en la puerta también sufría a su modo y de nuevo mencionaba a su amante, una y otra vez como si me recordara que él, a diferencia de mí, no estaba sólo. Tenía el amor y la crueldad hecho uno sólo, pero eso era infinitamente mejor en la inmortalidad que ver ir una y otra vez durante siglos.
–No quiero ver cuánto soportas, no necesito hacerte sufrir porque amas a un verdugo. Eres tan sensible como masoquista ¿Qué podría darte yo de diferente en unos minutos? – volteé el rostro para observar el horror que podría generar la escena y tanta sangre de varios cuerpos cayendo como si no valiera nada. La neurosis de mi obra no le gustaba, mi desequilibrio algo le generaba y así quería que fuera. –Bébela, si quieres. En el suelo o en tu garganta me da lo mismo. Acércate, vas a beber conmigo de ella– declaré sin dejar de peinar a la muchacha que parecía despertar. Sollozaba mientras abría los ojos, pero ya no podía decir nada, no sin su lengua. –Shh, shh no llores. Recuerda que te dije que no gritaras y no obedeciste. Ahora levanta la cara ¿No es ese tu padre? – tiré del cabello de la joven hacia atrás, dejándola aterrarse más y anhelar la muerte pero sin poder suplicar –Ahora mira hacia allá, ese jovencito de la puerta va a aliviar tu dolor– y acto seguido la solté, dejándola caer al suelo mientras ella se arrastraba entre lágrimas hacia Hero. –Es tu elección lo que pasa con ella. Puedo hacerla sufrir más. Ahí tienes tu primera lección y tu primera historia–.


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Mensaje por Invitado Jue Nov 13, 2014 1:24 pm

“Incluso en el más horrible de los tormentos, estaré ahí para protegerte”




Apenas una mueca fastidiada apareció en mis labios con aquella afirmación que no hacía más que saturarme y hacerme aferrar locamente a aquella situación, no desprenderme de ella aún si llegaba a lastimarme. ¡Yo odiaba perder! Aunque cuando lo hacía, lo aceptaba e intentaba mejorar en un lapso de una semana para poder volver e intentar ganar. Así una y otra vez, hasta que terminaba desmayado o por lo contrario lograba ganar o al menos, sentirme realizado. Yo no necesitaba las palabras del contrincante para saber una cosa u otra. Mis orbes oscuros estaban brillantes en la oscuridad, reflejaban mi emoción y mi deseo por querer saberlo todo. Al final, no respondí a sus palabras, a esa florecida maldad que ella escupía para envenenarme. No, no caería en ello otra vez, de una manera muy extraña, había aprendido a hacerme con ese tipo de situaciones. Miré al suelo y por un instante parecía contar las imperfecciones del suelo, necesitaba un momento para cargar fuerzas. —Yo conozco a un montón de inmortales que se han escondido bajo tierra, han llegado profundo y no fueron olvidados por completo. Incluso luego cuando volvieron del sueño, se dieron cuenta que fueron esperados. ¿Alguna vez te enterraste? Debe ser muy oscuro, creo que no me gustaría hacerlo jamás.  — Mordía mi labio inferior, al tiempo que me adentraba bien a aquella casona, el hedor era fuerte, las paredes parecían achicarse cada vez más, me apretaban y saturaban mis emociones y pensamientos. — Pero, tú no sabes las cosas que yo quiero aprender, ¿o sí? ¿Cómo puedes saber que no eres indicada? —

Pensé en la habilidad para leer los pensamientos, para saber las intenciones de un tercero. Pues sí, ella seguramente tenía ese poder, pero no parecía muy afianzada con esos pensares, por lo contrario, se notaba que estaba semi perdida, que no le importaba lo que pasaba por mi cabeza. Me lastimaba aquella situación, Lara siempre me había parecido una estatuilla hermosa y sesgada de placeres. Templada hasta el extremo, cementada de tal manera que su cuerpo estaba recubierto por tal cantidad de durezas que nadie podía atravezarla. Pero así como el diamante es duro, también es fácil de quebrar y ella parecía haberse roto en miles de piezas. Su interior no había sido elástico y había terminado por colapsar. ¿Podía yo ser capaz de recoger alguna de sus piezas? Con una sonrisa que reflejaba miedo y emoción, quedé a centímetros de ella. Siquiera pensé en reprochar su pedido, después de todo aquella muchacha ya estaba muerta. Pronto se ahogaría con la sangre de su garganta, los ojos se le irían hacía atrás y su vida terminaría horriblemente. Yo podía hacer algo para cambiarlo, podía amarla unos segundos antes, podía beberla y acariciarla hasta dejarla ir. Pero no toqué nada, no podía mover ni un dedo si Lara no me lo indicaba. — ¿Todos lo hacen? Si lo hicieron es porque no valen la pena, si alguien es importante en tu vida, vuelve, tarde o temprano. Solo tienes que ser paciente. Yo odio ser paciente. — Acerqué mi mano y tomé un mechón de cabello negro y espeso de la vampiresa, lo acaricié y lentamente lo dejé volver a su dueña.

Mis rodillas temblaron cuando la mirada perdida de la mujer sin lengua se fijó en sus familiares. Cubrí mis labios con mi mano derecha y mis ojos se cerraron, volteando así mi rostro hacía un lado, no emití sonido, me quedé como una estatuilla por unas milésimas de segundo y luego me puse de cuclillas, dejando que mi cuerpo se apoye en mis rodillas, pero solo la planta de mis pies tocaban el suelo de aquel lugar. — Haré lo que me pidas, quiero hacerte feliz Lara. Está bien si lo hacemos, sino morirá de todos modos. ¿De dónde te gusta alimentarte? ¿Quieres que te la acerque? — La mujer se arrastraba suavemente hacía mí, se abanicaba con la cordura por el suelo y con ánimos la abracé, la engullí en mis brazos para que sintiera la presión de su cuerpo, que resistiera pues pronto podría irse con su familia, acaricié sus cabellos y miré a la inmortal a los ojos, fijo y curioso la observaba, ladeando la cabeza, acercándome toscamente a ella, en la posición de cuclillas que tenía aún. Quedé entonces cerca de las rodillas de Lara, bastante más arriba ya que mi cuerpo era fino y alto, ligeramente huesudo y chueco en las rodillas, como un muñeco mal hecho. — Me guardaré la historia por siempre, ¿tú la recordarás también? Tú también eres masoquista, no harías esto si no fuese para lastimarte a ti misma. ¿Por qué te odias tanto? ¿No es mejor levantarse y buscar el amor una vez más? Si es necesario, iré a matar a quien quieras; pienso… Que eres demasiado hermosa para desperdiciar tu eternidad torturando humanos que nada tienen que ver con tu tristeza. — Murmuraba con la mirada grande y ovalada frente a ella, como un gato que desea una caricia pero no hace otra cosa que arañar para llamar la atención.



“Tu mirada enloquece mi pasión por el arte escondido de tus ojos.” 
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Mensaje por Lara Karstein Lun Dic 08, 2014 11:30 am

"No pierdas el tiempo, no busques vida entre los muertos"

Tenía el genio de quien dibuja en la psiquis, estallando en una serie de figuras y de cuadros, donde el cómico, de una vis sin antecedentes y sin ejemplo, emulaba con la profundidad de la intención, de una perversidad intensa y cruel, de una rabia fría y mordaz, fuerte y triturante como las mandíbulas de un tiburón; desollaba a los hombres con mi lápiz y los regaba de vitriolo con mi pluma, como si jamás hubiese conocido la piedad. Pero el verdadero escalpelo estaba dirigido hacia mi corazón, al que quería terminar de asesinar por ser el más traidor de a quienes llamo ahora traidores.

Pero Hero no entendía de lo que yo hablaba, mi entierro significaba más que poner tierra sobre mí y cerrar los ojos por tantos años que nadie se atreviera siquiera a recordar mi rostro o mis cabellos tan negros como se volvía mi alma, si es que la tenía
. —No soy igual a ellos, ni a nadie, ni a lo que conociste de mí. Nadie va a esperarme, porque nadie se ha quedado. No soy tú, pequeño simpatizante— sus palabras no me alentaban, la voz de la desesperanza me seguía retumbando de un modo peligroso y destructivo mientras que la sombría vela de la espera se apagaba en circunstancias extrañas y quizás con apariencia superficial para muchos. Del joven asiático aún permanecía desdeñosa, aislada, lejos de la gloria que le aparecía en los labios inmisericorde e ingenua. Él no veía los escombros, sólo la apariencia de mi neurosis a la que yo veía terriblemente estéril, alzándose sobre el agotamiento de mi mente y las conmociones espasmódicas de toda mi vida, como el representante verbal y gráfico de la rebelión feroz e irascible, protectora y castigadora en esa hora iracunda de desequilibrios y de naufragios mentales, de angustias supremas, en medio de un resquicio de humanidad irresoluta y terrificada.

—¿Acaso tú si sabes lo que quieres aprender? Te encontré perdido antes y también ahora. Incluso me parece tan natural en ti que dudo que puedas responder a mi pregunta— mis manos se ocupaban acariciándose una a otra, o al cuerpo de la joven. Una de mis piernas, se alzaba para mecer algún cuerpo cercano sin importar que lo poco que le quedaba de sangre me empapara las ropas que tampoco tenían la menor importancia. Había hecho de mi escena el centro de orientación de mis pensamientos y en medio del caos, a mi modo admiraba el miraje en el que vivía él; el miraje de los harapos hechos púrpura en pieles de muertos, y la púrpura hecha polvo para volver a la tierra. —¿Necesitas algo más para ver que no soy la indicada para instruir a nadie? Te abrazas divinamente a una extraña idea de justicia y de eternidad que nimba frente a estos mártires. No aspires de mí bondad o justicia, porque eso es una forma de abrazar a la nada; adorar algo en la vida, es adorar al polvo; todo en la vida, Hero, todo, engaña a los ojos de quien cree. La esperanza que tengas de esta situación es un engaño a tu corazón, criatura, la verdad no existe sino creada por la locura de los hombres, estos que merecen la muerte. No hay verdad, como no hay divinidad. Abre los ojos, deja toda fe, porque sólo se transformará en desolación— mis palabras fluyeron como un caudal mientras lo observaba a él cerca, inclinado y mirándome tan firmemente como yo a él. Le permití minutos atrás tocar mis cabellos porque aquél gesto ya no me generaba nada, yo seguía sintiéndome enferma de mal de mis deseos imprecisos y fue por lo mismo que me levanté un poco y retrocedí de los cabellos a la muchacha que intentaba alejarse de la escena. —La felicidad es una utopía. No voy a encontrarla, porque no existe— afirmé sujetando el cuerpo débil de la joven a mí, cual si fuera un muñeco de ventriloquía.

La acaricié de nuevo mientras sollozaba, la cubrí con mis brazos como si no hubiera sido yo misma quien la lastimara
—Voy a enterrar mi historia del mismo modo en que lo haré con lo que conocías de mí. Soy masoquista, pero no como cuando volvía mis ojos hacia otra esperanza. El amor no existe y tampoco puedes matar a nadie. Frente a ti tienes a varios muertos, incluida yo misma. Observa con cuidado que no hay más para mí, ni siquiera la hermosura, porque este horror, terminara de carcomerme por dentro. Ahora tómala, bébetela toda— dije poniéndole el cuerpo en los brazos como si la acunara. —Deja morir al humano que aferras dentro de ti. Deja que el que despierte por completo, sea el vampiro—.


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Mensaje por Invitado Dom Dic 14, 2014 7:54 pm

“Sería incapaz de dejar partir tu locura sin paz ni tranquilidad”


Me encontraba en una encrucijada que simplemente no podía resolver, ¿cómo podía ser capaz de hacerlo si tan siquiera había pasado un mes desde mi regreso a Paris? Mordí mi labio entonces, molesto porque ella no sabía nada de mí, así como yo poco sabía de ella. Pero yo la veía como un ente divino, una inmortal antigua y hermosa que me era difícil descifrar y eso me gustaba. Las personas complicadas, oscuras y melancólicas, hundidas en la depresión y la nostalgia. Tenía una afinidad hacía esa clase de seres que inevitablemente me llevaban a sentirme un poco más desolado de lo habitual, mis manos se entrelazaban y mis ojos grandes y ovalados abarcaban toda la habitación, cada rincón, cada tumulto desprevenido de sangre húmeda. Me revolvía el estómago y me lo abría de cierta manera, recordándome entonces mi incapacidad a la hora de beber. Suspiré antes de acentuar mi sonrisa calmada, mis dientes se mostraban blancos y con la curiosidad a flor de piel. No importaba que tanto daño me hubiesen hecho, que tantas veces hubiese sido arrastrado en dolor, torturado y quemado. Las veces que había sentido la piel seca cubriendo mis huesos, cómo cada poro de mi piel se había escurrido contra los huecos de mi cuerpo. Cuando Nicolás me había hecho tanto daño de pies a cabeza, siempre había renacido, una y otra vez, seguía sin cambiar. Pequeñas cosas eran modificadas, el temor, la fuerza y la extraña sabiduría. Pero seguía siendo un masoquista, un esclavo del dolor que aceptaba todo con tal de obtener una información.

Por ello me seguía acercando a ella, por ello acariciaba sus cabellos y me regocijaba en su maldad. Porque de esa manera me gustaban las cosas. Que los demás estuvieran felices lastimándome. Bajé la mirada y observé a la mujer que escuálidamente se arrastraba a un lado y al otro. No sentía pena, era una de las cosas que había superado, sin embargo deseaba cortarle el sufrimiento de una buena vez. — Eso suena feo, pero, si nadie se ha quedado, es porque has hecho algo mal, ¿no? O quizá es la suerte, algunos nacen con más que otros. Yo nunca me iría de tu lado, ¿quieres que seamos amigos? — Respondí perplejo, en parte no estaba seguro de mis palabras, temía que ella hiciera crujir mi cuello o peor aún lo quitara de mi cuerpo con una mano. De esa sencilla forma podría matarme. Un escalofrío recorrió mi espalda y estuve a punto de dar un paso hacia atrás, pero no lo hice, sus nuevas palabras me obligaron a tomar a la muchacha para terminar de beberla. Claro que tuve que deslizar mi uña en la profundidad de su garganta para hacerlo, pues no tenía otra manera de hacerlo. Así que con cuidado abría su piel lo suficiente para que los dientes se pudiesen clavar en su cuello y la succión comenzaba a ser continua y algo acelerada, no bebía demasiado, me incomodaba, me hacía sentir más inútil de lo que ya era habitualmente. Buscaba su mirada a cada succión, sentándome cómodamente a sus pies, cerrando los ojos por unos segundos, hasta sentir que el alma de aquella se escurría y antes de que saliera por mi propia boca, la solté, dejándola caer a un lado del suelo.

— No hay otro yo en mi interior Lara, incluso así no puedo cambiar. Soy tan o más masoquista que tú, busco el dolor a cambio de tenerlo todo, deseo con fervor saber qué es lo que pasa por tu mente. Adoro a los antiguos vampiros, porque están dotados de conocimientos que yo jamás tendré. No puedo odiarte y no puedo amarte, pero aunque estés de este modo ahora, no puedo dejar de pensar que eres hermosa. — Mis dedos se acercaban al borde del sillón donde ella estaba, mis ojos la husmeaban, apenas había quedado un rosado sangriento en los bordes interiores de los labios, los cuales se abrían y suspiraban. Observaba sus cabellos, el contorno de sus ojos y me preguntaba cómo había llegado a esa situación. El miedo se paseaba por toda mi mente, no me quería morir ahí. Estaba deseoso por vivir eternamente, antes, pensaba en que solo ochenta años estaría bien, pero ahora, después de haber pasado el dolor y la tragedia, me había decidido por enterarme de todo. Descubrir hasta el pozo más profundo en la tierra. — Aunque me muestres más y más cosas… Solo harás que tenga miedo, pero cuando tengo miedo igual no salgo huyendo. Entre más temor, más curiosidad. Seguro luego de que me vaya lloraré por días, el olor a sangre no se irá de mi piel en semanas… Pero me quiero quedar un poco más. Al menos quiero que me cuentes qué pasó. ¿No lo harás? Tengo más métodos de convencimiento. — Objeté con una sonrisa, alargando un dedo de manera infantil, esperando con el cuerpo sentado en mis piernas, observándola desde abajo como un niño a la espera de un cuento. En mi interior, yo estaba corriendo lejos de allí, pero mi mente me obligaba, me asechaba hasta mantenerme acorralado a la necesidad y curiosidad humana.


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Mensaje por Lara Karstein Sáb Ene 03, 2015 11:49 pm

"¿Y si los dementes son los únicos que han visto al mundo sin éste disfraz que nos proveen los sentidos?"

Su mundanidad elegante y fastuosa, su extraña cortesanía obligada y brillante no se amoldaban a mi actual carácter, y mi sed de aislamiento no se hermanaba con la fatiga de su vida de corte, de sonrisas, de boato interminable, en que sus genios languidecían, prisioneros de lo que él consideraba gloria. Yo estaba apartada de todo y continuaba fiel a mi temperamento solitario por haberse resquebrajado en la caída. Era por lo mismo que me reconstruía a mi manera, para crearme en la monstruosidad de mis actos y moldearme en la futilidad de mi pena.

—Yo misma he sido su mal, uno que ha creído y que ha esperado en vano el regreso de los ausentes. Su tumulto degrada lo que conociste y tú partirás tan pronto que tarde entenderás lo que trato de advertirte— mi voz sonó tan relajada que denotaba lo ensimismada que estaba, observando los cadáveres, cada uno con el rostro de terror que le permití obtener mientras los asediaba hasta matarlos a todos, uno a uno. Pero el odio es un licor precioso, un veneno más caro que aquel de los Borgia, pues está hecho de nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño, y dos terceras partes de nuestro amor. Es necesario ser avaro con él. Y por eso, Hero permanecía a mi lado sin tener siquiera un rasguño. Por eso le negaba respuestas en tanto me contenía y disfrutaba en mis pensamientos el resultado de toda mi neurosis diluida con sangre.

Evité observarlo mientras bebía de la más desdichada, pero a cambio escuché cada succión a su cuello, cada trago profundo de su sangre que me produjo sed, como si hablara a mi corazón desposeído y replegado. Sin embargo, ni el fin de aquella vida logró que me desprendiera del encanto tumular y frío de mis ruinas creadas, ni sacudía de mí el letargo solemne y siniestro en el que me había metido. El culto a la muerte apenas comenzaba, pero la felicidad soberbia de mi acompañante me mantenía el odio encapsulado esperando para explotar, pero lejos de su ingenua presencia.
 —Entonces tienes lo que quieres. Pero si el sufrimiento hace sabios, prefiero que la sabiduría se me escape entre los dedos mientras me avanzan las dichas de los años. Somos diferentes, tú y yo, Hero. Y por eso jamás comprenderás la sordidez de mi primera y no última obra. No la amarás, ni la odiarás, pero hay sentimientos a los que no le ponemos nombre y es justamente eso lo que voy a despertar en ti— respondí con la voz aparentemente cansada aunque firme. En el fondo quería que me odiara, como todos, para que partiera y clavara una espina más en la planta de mis pies y me impidiera así caminar como antes. La vida, la muerte, la gloria y la inmortalidad como burla, no habían tenido jamás en mí un escenario tan vasto como el de aquellas llanuras tristes, de cuyas lagunas pestilenciales de mis ideas, se escapaba la fiebre como un fantasma perseguidor de las altas idealidades bélicas, que cabalgaron por esos llanos en las grandes auroras de mi “vida”, ya casi olvidada en esa hora vesperal de abatimiento y oprobio en el que mueren los humanos, plagados en el silencio lúgubre y moral de esos llanos catalépticos, como atónitos de espanto, en el que quedaría cuando él partiera. Ese escenario declaraba mi fracaso y el más grande drama de la acumulación de mis años, de lo que fue mi gloria, vencida ahora en el desierto del marasmo y la muerte, en medio de las más austeras inspiraciones de mi deseo de matar.

—La curiosidad puede matarte, pero eso ya lo sabes y no te importa. Ahora quiero que te acerques, que inclines tu cuello a mí y me des voluntariamente tu sangre— dije haciendo caso omiso de esas sonrisas que en otro tiempo habrían provocado las mías. Tomé el cuerpo inerte de la muchacha sin lengua y lo halé con tal fuerza que en el movimiento lo lancé lejos de nosotros. Pero ¿Por qué quería beber de él? Quería sentir su temor cerca y ver que era capaz de lograr en mí. Necesitaba saber si la sangre de otro vampiro, siendo yo inmortal, me saciaba por unos segundos como lo lograba conmigo el vino. No podía prometer que me controlaría, pero su interrupción merecía ser cobrada aunque él continuara caminando como si las noches fueran fabricadas para él y su amor envuelto en las espinas que él mismo quería sentir perforándole la piel. —Ya sabes lo que ha sucedido, es lo mismo que harás tú luego que beba de ti. Entonces sabrás que no podrás convencerme y que lo que has venido a ver, es en realidad un monstruo y una escena que soñaras durante un par de noches más—.


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Mensaje por Invitado Mar Ene 13, 2015 5:28 pm

“Vesánico será quien no descubre su verdadera historia en el lapso de la vida”


Bramar para que ella cambie aquel parecer que tenía no estaba funcionando, ¿cómo alguien podía variar de personalidad con tal rapidez? ¿Cómo podía ser que más de mil años fuesen destruidos en un momento repentino? ¿Podría llegar yo a terminar de ese modo? ¿Lo haría Nicolás? En mis ojos no se podía terminar de notar aquella desesperanza, pero sabía que muy probablemente ella podía leer mis pensamientos, así que no me esforzaba realmente en ocultar mi tristeza. Pues era aquella simpleza que tenía la que siempre me hacía salir de los problemas. Ella, aunque parecía haberse quedado sin una tuerca de razonamiento, no parecía hostil conmigo, al parecer se estaba divirtiendo con mi presencia, ¿quizá luego me recordaría por haberlo intentado? No sabía, tampoco estaba seguro si me importaba. Pues lo que realmente me concernía es que yo mismo había aprendido algo. ‘No tirar la cuerda demasiado, o se puede romper’ Ahora podía verlo, una escultura hecha carne que se desmoronaba por dentro y sucumbía a un entierro con la existencia en alto. —Si me voy es porque se pondrá el sol, porque me echarás o porque tengo que ir con mi cuervo o se enojará. Pero no porque te odie. Cuando odio lo hago profundamente y cuando conozco a alguien siempre aparecen los caminos. Te odio o te quiero. No tengo punto medio. Así que, tú no serás la excepción. — Aclaré con tal osadía que al final me vi obligado a cubrir mis labios por la pequeña vergüenza de ser tan grosero.

Suspiré casi como el resonar de un niño al que le han quitado un juguete preciado, la muchacha estaba totalmente muerta a mis pies y el sabor de la mirada ajena era tan dulce como la misma sangre. Mis mejillas recién cargadas se teñían de aquel sabroso color y mordiendo mi labio inferior, aquel que era más grueso que el de arriba, fui acercándome a ella, solo lo indicado, esperando, escuchando como si con eso le dijese que estaba aguardando más de sus mandatos. ¿Por qué me gustaba ser gobernado? ¿Y por qué me gustaba aún más decir que no y luego aceptarlo? Mi lado masoquista era tan dócil y exquisito que fácilmente podía doblegarme a los pedidos de aquella vampiresa que poco a poco me hacía temblar un poco más. — ¿Somos tan diferentes? Cuando me conociste estaba en el inicio de mi caída, sucumbí y luego volví. Tú saldrás de ese pozo, solo debes esperar. Tiempo te sobra. — Mascullé tan débilmente que sus siguientes palabras fueron los hilos de un titiritero. Moviéndome como si se tratara de una simple marioneta me quedé cerca de sus rodillas, miré a un costado y con una sonrisa pícara me apoyé en el apoyabrazos de la silla. Mi cuerpo de más de uno ochenta de altura y un peso de apenas setenta kilos hizo que el asiento se balanceara y con una risa infantil me dediqué a apoyar una mano en el otro costado, quedando así demasiado cerca de ella, casi podía oler su marfilada y muerta piel. — No tengo miedo. No es la primera vez que un vampiro se sacia con mi sangre. ¿Alguna vez sentiste tu piel entre medio de los huesos? Como un vacío que va consumiendo más y más tus entrañas. Si sobreviví a eso, supongo que puedo contigo… ¿Te contendrás? —

La última pregunta fue más temblorosa que el resto de las palabras, sí había sentido el dolor desgarrador de no haberme alimentado, pero no lo había disfrutado, los labios quebrándose y los retazos de piel habían caído de mi cuerpo, parecía que me estaba haciendo cenizas lentamente, pero el sufrimiento era tan eterno como mi inmortalidad. Apreté los alargados ojos azabaches con los que había nacido y lancé las hebras que caían por mi rostro a un lado, dejando un cuello demasiado blanco y de venas moradas que se lucían como si fuesen un costal de cerdo recién carneado. — Tus palabras son tan horribles que solo con ellas logras asustarme. ¿Por qué eres así conmigo? ¿Me odias? ¿O es que quizá odias al mundo? No me odies, no soy alguien que puede llegar a hacer algo bueno o malo en tu existencia, no vale la pena sacarme o adentrarme. Me iré luego de darte de beber, pero. Lo haré porque tú me lo dices, no porque vaya a sentir repudio por ti. ¿Vale? Aún si me muerdes para hasta hacerme doler y retorcer no cambiaré de parecer... Incluso si mis lágrimas terminan por caer, no lo haré. — Con unos labios pulposos y rosados, temblando como flores a punto de marchitar, sentí los ojos plagados con lluvia rosa. ¿Por qué? Esa pregunta resonaba en mi cabeza con tanto énfasis que pensé que terminaría desmoronándome sobre ella, sobre aquel pequeño y tupido cuerpo que sentado en aquella silla se veía imponente y temeroso.


“Pero yo sé de eso y te apuesto mil vidas a que sobreviviré.”  
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Mensaje por Lara Karstein Mar Ene 27, 2015 1:33 pm

"Mi miedo metafísico, tu transcurrir humano…"

El asiático casi se me antojaba como un florecimiento de rosas rojas, apareciendo de repente sobre una pradera triste, esmaltada de flores inverosímiles de voluptuosidad, de locura y de muerte. Mi fantasía forjaba grandes visiones, gestos extrahumanos, para fijar allí, sobre ese suelo convulsionado, las formas más augustas de la belleza y de la vida: El dolor, y la sangre.

Mis víctimas pendían de cuerdas porque sentía en ellos la culpa. Pero, él, el joven vampiro, no tenía otra culpa diferente a ser un débil de nuestra especie que ve con ojos de niño pero que anhela como un hombre. Extraño ejemplar, era sin duda. Curioso por mezclar temor, osadía  y obediencia al mismo tiempo y en distintas proporciones conforme pasaban los minutos. Ya no había lamentos, ni súplicas, ni ruegos por poder respirar más. Éramos él y yo, y los cuerpos como evidencias de mi deseo de muerte.
—Ya te pedí que te fueras, antes de presenciar el cuadro que representa mi pena. No será el último, estoy segura. Pero no estoy segura del por qué permaneces aquí presenciando esta escena y conversando conmigo como si yo no fuera la autora misma de esto que te aterra— pregunté al tiempo que balanceaba de nuevo uno de los cuerpos que pendían con el pie.

Su curiosidad teñida con desesperación o enojo nutrían mi deseo de muerte, acumulando la aridez pletórica de mi nostalgia oculta durante siglos. Arcana y ascética mantuve a Hero lejos de la multitud de mis pecados aunque se sintiera en el medio. Pese a ello, mi rostro parecía elaborado en mármol debido a la parquedad en la que había envuelto mi espíritu y avanzaba en mi locura en el fatal silencio de mis realidades, como aquellos que siembran muerte y la olvidan al voltear la espalda.
—¿Salir? Has aprendido a vivir con tu suplicio y a vivir entre las rosas con todas sus espinas. Es eso lo que amas, después de todo. No hay final feliz, pues tú vives entre tus cardos y yo continuaré en mi pozo, como le has llamado. Ya no hay esperas, esas fueron las que me mataron— argumenté sin explicaciones, como siempre, como dejando que se imaginara cualquier cosa antes de confesar las partidas, los silencios, los dolores y las decepciones causadas. Aquello debía enterrarse, pero primero apuñalaba los resquicios como si temiera que regresaran de su muerte para atormentar mi espíritu un poco más.

—Siempre he sido como has visto. Sin sol, sin que nadie beba de mí más de lo necesario. Pero no voy a prometerte nada. Tú has sido un intruso y has menospreciado mi advertencia— aclaré mirándolo a sus ojos negros, como jamás sería su alma y le acaricié el cabello como esas madres que acunan a sus hijos justo antes de matarlos. —Quizás sólo me odio a mí— le respondí antes de atraer hacia mi boca su cuello y perforar la carne mientras sujetaba su delgado cuerpo entre mis manos. Él era más alto que yo, pero yo era más fuerte. Él más inocente y yo desquiciada al punto de atacarlo cuando parecía querer ayudarme. Pero era demasiado tarde y él no quería verlo. Yo ya estaba arruinada por dentro y comprendiendo eso cerré los ojos y bebí de él, sintiéndo su sangre descender por mi garganta en un par de tragos, sin sentir la gloria de la caza y de la humanidad, antes de detener mi succión pero no separar mis labios o colmillos de su cuello. ¿Por qué me detuve? No lo tengo claro, pero retiré mis colmillos y lo mantuve aún pegado a mí, como si fuera un muñeco que me pertenecía y que soltaría al poco tiempo —¿Qué demonios intentas? — le susurré al oído, con el nerviosismo y la ansiedad típica de quién no comprende nada pero quien necesita motivos.


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Mensaje por Invitado Miér Ene 28, 2015 11:16 pm

“Es un alma que no se puede quebrar más”


Fijaba mi mirar en el cuerpo que aún tenía humedad en su piel, el hedor que salía de la descomposición comenzaba a notarse y la sangre que bajaba como lluvia solo hizo que mis ojos vayan a ella una vez más, como si pusiera una burbuja solo en nosotros, extrañamente, éramos los únicos que existíamos y podíamos hablar en esa habitación. “Los demás ya son parte del pasado” me dije con fiereza a mí mismo. Y procuré sonreírle un momento más, ella siempre lograba tener la razón, seguramente era algún don especial, porque provocaba que la parte miserable y sumisa de mi ser salga fluidamente desde dentro de mí. — Sí, pero en ese momento pensé que solo estabas de mal humor. Ahora sé que cuando me vuelvas a decir que me vaya tendré que hacerlo. — Con ambas manos agarradas, apresándome para contener el miedo que tenía. Aunque en una parte de mi ser, estaba tranquilo, estaba seguro de que no me quebraría el cuello y que no sacaría mi cabeza de lugar. ¿Por qué estaba suponiendo algo que era tan fácil para ella? Era como quitarle la cáscara a una avellana. Y aun así, con los pensamientos de por medio, mi cuerpo estaba cada vez más amontonado al suyo. — ¿Me estás diciendo que amo sufrir? Puede ser, bueno, digamos que me hace sentir vivo. El dolor y el placer, es casi como sentir el corazón palpitar. El miedo me hace apreciar mi existencia. Pero los límites… Cuando uno no los tiene en cuenta termina por pasar a otro lado. — Expliqué, más para mí que para ella. Pues estaba tan al tanto de mi forma de ser que incluso, cuando me ponía a pensarlo seriamente, me causaba temor. Siempre en la orilla de todo, estaba parado en la línea que separaba la locura de la razón y aun así, seguía en línea recta, desviándome muchas veces, pero siempre terminaba en la misma dirección.

— Jamás menospreciaría ninguna de tus palabras. Te respeto, tu piel de mármol y tus ojos tan brillantes como los de una muñeca me indican que hay que tener cuidado con tus manos. Pero, ¿qué sentido tiene correr o estar cerca de ti? Si lo deseas puedes matarme, ya sea que esté a una milla o a unos centímetros, como lo estoy ahora. ¿No es cierto? — Su mirada penetrante estaba frente a mí, me torturaba y cuando los dulces y largos dedos se encaramaron con mi cabello me dejé caer un poco más. Apoyando el rostro sobre sus yemas, sintiendo el escozor de sus uñas, mis ojos se cerraron y quedé en quietud total. Había decidido dejarme beber y no daría un paso atrás hasta completar el recado. Suspirando como si la vida se escapara de mis pulmones, pero solo era un tránsito que hacía para relajar los músculos que seguían estáticos allí. La sangre en mi yugular fluía detenidamente y solo cuando sus colmillos se acercaron, mi piel se tensó y mis mejillas se acaramelaron con un temblor que podía presumirse vivo. —U-ugh… Quizá, yo también me odio a mí. Alguien que se ama, no dejaría que lo lastimen tanto, ¿o no? — Con las garras enterradas en la ropa sucia en sangre de la vampiresa, me aferré y un leve gemido se escuchó, casi tan titubeante como así mis piernas se movían. La sensación era tan extraña y acaparadora. Recordaba la mordida que me había quitado el último aliento de vida. Había sido el placer más suculento que había tenido jamás, llegar a la muerte y volver a nacer había sido deleite tras deleite. Y aún ahora, en cada mordida que me regalaban, podía sentir aquel recuerdo incrustado en mi carne.

Su boca estaba allí pegada, pero mi realidad se había aquietado. Ahora me había convertido en un nuevo muñeco de porcelana, estático y amoldado a sus pechos y hombros, me mantenía escuchándola. Sintiéndola como si fuese parte de mí. Dejé pasar unos segundos aterradores antes de contestar. Estaba esperando volver a reaccionar correctamente y cuando pude hacerlo las puntas de mis dedos izquierdos se deslizaron a la curvatura de su garganta y acaricié lentamente, mordiendo así mi labio inferior. Curioso y algo divertido por su expresión que iba entre la inquietud y la angustia. Saboreé el momento y sin hacer contacto visual me animé a dejar salir mi voz. — Desearías que estuviese intentando algo. Pero no hay nada que yo pueda hacer contra o a favor de ti. Solo cumplo un poco de tus órdenes, porque me gusta y porque te temo. Conozco el terror y lo he absorbido. Es parte de mí. ¿Quieres que me vaya ahora? Volveré alguna noche. No puedo pelear contra ti, pero si puedo encontrarte en donde sea que estés. — El vaho de mis sonidos era escaso, pero no necesitaba ser fuerte para que ella me escuchara. Hablaba con lentitud y osadía, quizá fuese por el sentir de mi interior menos relleno.  Pero estaba tranquilo, ahora solo quedaba llegar a la casa a dormir profundamente en tanto el sol salía a alborotar. Esperé que me soltara, siquiera moví un pelo sin que sus brazos cedieran. Ella tenía que liberarme, ella tenía que contenerse sola a dejarme ir y no dejarme como otro muñeco colgando en su habitación. Y esperé, lo hice con goce, pues su cuerpo y su aroma eran algo que no deseaba olvidar.


“Eres como una pequeña flama que intenta quemarme y solo abraza mi dolor” 
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Mensaje por Lara Karstein Dom Feb 08, 2015 11:56 am

"Soñé que tu imposibilidad derrocaba a la mía."

Si la vida es un sueño que vale la pena soñarse, si la obra de arte ha de ser la expresión más alta y más fiel de ese sueño; si el paisaje, es después del poema escrito, la más intensa y sugestiva expresión de arte pura, en ninguna parte del mundo se vive ese sueño, más real, más amplia, más grave, más noblemente, que frente a los parajes desolados del espíritu, a la soledad profunda, a la desmesurada taciturnidad del desespero consciente. Es entonces cuando el lienzo de los pensamientos es pintado a las malas con la propia sangre y modificado al filo de las uñas de cualquier maldito que vive de la sangre. Y ese rechinar, es el que despierta a los mansos, a los ingenuos y a los ciegos que dibujan en sus párpados oscuros lo que se les antoje a la imaginación. Justo como Hero —¿Por qué buscas confirmarlo todo? Eres un escéptico de tus propios juicios y un inconsciente de los ajenos. Pero has aprendido algo— suspiré, dando por hecho esa naturaleza casi inmutable en él. Variaba de emociones, sí, pero seguía siendo el mismo vampiro lleno de esperanzas humanas de amor y compañía, las mismas que me habían llevado al precipicio de mi paciencia y hasta salud mental.

Deleité mis dedos en su cabello negro y suave, enredándolo en mis falanges para luego liberar aquella antipática suavidad que no encajaba en mi escena, ni en mi vida misma dada la exótica dulzura que emitía su dueño. Lo mecí en mi locura, como si necesitara su peso en mis brazos y su mirada atemorizada y al tiempo benigna sobre mi rostro salpicado de culpa y sangre. Era como si una gota de agua cayera en el desierto y fuera absorbida con tanta rapidez que pronto quedara olvidada, pero al mismo tiempo sepultada en lo más profundo de la árida arena entre los clamores de combate.
—Eres tan dócil— musité a su oído como respuesta a todo, y quise llenarme de cualquier estremecimiento que produjera su cuerpo mientras le bebía. Parecía una belleza imperecedera en los brazos de una bestia que se alimenta sin necesidad. Era una hermosura atrapada en los brazos de la muerte que no se atreve a llevárselo, como una divina rosa mustia, pisoteada por un tropel de dioses en derrota.

El silencio engrandeció el poder de mi visión y sólo pude sentir por aquellos segundos su sangre. Incluso cuando me detuve la sentí recorrer mi cuerpo, manifestando que su presencia duraría un tiempo conmigo y que no podría confundirla con ninguna otra de calidad humana.
—No quiero que implores, a menos que realmente quieras convertirte en polvo y sangre entre mis brazos. Aprende a no suplicar, porque el orgullo sostiene más que las lágrimas— respondí con la ligera molestia que me provocaban las súplicas de cualquiera. Siempre preferí la muerte tomada del honor del silencio, sin sucumbir a una verborrea incontenible producto del pánico del fin de los días. Entonces suspiré largamente y relajé mis brazos, liberando el agarre y otorgándole la libertad —Vete ahora— ordené con la suavidad que da una voz que pronto aumentará el abismo. Sin darle el tiempo suficiente para reincorporarse, me puse de pie y caminé pisando la sangre y abriéndome paso entre los cadáveres hasta la chimenea que aún continuaba encendida, otorgando un calor innecesario y burlón a la muerte, y me incliné, atizando el fuego que jamás usaría para calentarme. Tomé una vara de leña seca y la introduje en el fuego, escuchando el chamuscar de la madera al tiempo que se encendía y con ella en la mano me levanté. Con calma, caminé hacia las altas cortinas y las acaricie con la madera ardiente, dejando que el fuego lamiera las telas hasta que el mismo aumentara e hiciera crujir el vidrio bajo sus pliegues —De esto que conociste, sólo quedarán cenizas.— expliqué girandome hacia él y con el fuego a mi espalda —Anda— dije mirándolo a los ojos, sonriéndole de costado y con los ojos llenos de una oscura y enloquecida profundidad, justo antes de empezar a prender los cuerpos y permitir que el mismo fuego me separara de su mirada. ¿Moriría yo allí? No lo tenía claro, ni mucho menos decidido, pero era todo, sentía mi fin pesandome más que todas mis culpas y duelos juntos.


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Mensaje por Invitado Dom Feb 08, 2015 2:41 pm

“Siente el terror del fuego en mi carne”


El bramido apaciguante en mi boca se hacía notar, el temblor que iba desde el labio inferior hasta el superior y el vaho que emanaba era tan característico de los vivos que algunas veces me daba a pensar que no estaba del todo muerto. Y me encontraba en una situación que sin duda daba a pensar. Pues sus manos se encamaraban en mi cuerpo y me apretaban sofocantemente, la presión en mi yugular me provocó retorcer y los dedos largos y finos que llevaba se hundían con más profundidad sobre sus ropas, jadeando como quien intenta contener las lágrimas. Esperé hasta que el gusto se derritiera en su boca y la lejanía me diese el fruto de una libertad condicional. Ante su replique, sentí como cada extremidad tiritó y el asentimiento comenzó a hacerse rápido y flameante. — No lo volveré hacer, lo siento. — Con los ojos que se agrandaban hasta llegar a mitad del rostro tan negros que profundizaban mi atemorizada expresión. No tardé demasiado en notar la debilidad que empezaba a partir de la punta de mis dedos. Mi ser quedó flácido sobre sus manos y aun así su rostro de insatisfacción hacía el mundo no hizo más que molestarme. Así era. De ese modo me comportaba. Aún bajo la mayor presión y bajo el saber de qué podían quebrarme en mil pedazos. Me enfurecía darme por vencido. Me ponía histérico perder, aunque mi sumisión era casi automática. Y me preguntaba, ¿por qué? Siempre el deseo de dominar y ser dominado, crecía en mis manos que siquiera podía controlarme a mí mismo.

En aquel momento no fue completamente diferente, pero había algo. Quizá el simple poder de su mirada. Que me decía que me iría de ese lugar apenas pudiese. Podía ser simplemente que era una bestia y tenía el sexto sentido de supervivencia.
Aunque casi nunca lo aplicaba, con ella, tenía ganas de correr y quedarme al mismo instante. Dividirme sería lo ideal, pero lo imposible.
— Lara… Pobre y triste Lara. Eres la mujer más hermosa que he visto en toda mi vida. Es corta, pero toda. — Balbuceé en el momento exacto antes de que terminara y justo con ello vino su flameante expresión de retiro. Lo había aprendido a la fuerza, cuando me decían que salga, lo intentaba hacer tan rápido como me era posible. Porque sabía que lo próximo era caer al piso. Con ella sucedió igual y mi espalda dio contra la madera, justo al lado de un gran charco de sangre. Me escudriñé, pero no dije una sola palabra. Pues estaba demasiado atónico pensando en que había descubierto la razón de haberme pegado a ella. Se le parecía de una forma horrible. Su dolor, su calvario y su mala intención hacía los demás era exactamente igual a como Nicolás había osado tratarme antiguamente. Y dejé entonces salir una risa algo histérica, pero demasiado baja para hacer notar mi terror. Mis labios fueron cubiertos por ambas manos y mientras me arrodillaba para comenzar a levantarme, noté que ella se estaba moviendo a los lados. El fuego puro en una barra de madera me hizo saltar tan alto que tropecé en mi propio eje y me agarré fuertemente del sillón.


— ¡No puedes hacer eso! ¿Acabas de beber de mí y ahora vas a cometer suicidio? S-suéltalo. ¡Ah! Tengo... Tengo miedo. — El final de mis palabras fue más un balbuceo sin sentido que algo completamente cuerdo. Allí estaba el rojo asesino succionando con placer las telas que a unos metros míos sufrían. Y mis orbes que antes habían evitado llorar a cántaros estaban derritiéndose mientras se empapaba mi rostro. No podía hacer nada. Siquiera llevármela a rastras, porque ella era una estatua inamovible. Ni aunque la habilidad de la mayor fuerza estuviese conmigo podría hacerlo. Y horriblemente insatisfecho y desdichado, mis brazos comenzaron a frotar mi rostro incansablemente hasta que mis pasos decidieron ir hacia atrás, cayendo de plomo al piso, mis dedos se apretaron en la viga vieja y el elixir rojo que se encontraba a un lado acarició mi piel provocando unas nauseas que no pude disimular. La madera del fondo empezaba a crujir. Y como el infame cobarde que era me giré sobre el suelo y me arrastré unas pulgadas a la puerta, levantándome para emprender la fuga. Aquel momento sin duda sería reprimido en las semanas venideras, la visión de ella siendo lamida por las llamas. Aunque no fuese completamente cierta, pues no había mirado atrás siquiera una vez. Me atormentaría a tal punto que siquiera podría dormir. Aún sentía el temblor de mis piernas y no fue distinto cuando de un momento a otro estuve tan lejos que caí rendido a mis pies. Estaba apenas a unos metros de donde me hallaba viviendo, pero no podía llegar. El suplicio fue peor de lo que me imaginaba. Y el odio hacía mí mismo se incrementó una vez más. “No puedes salvar a nadie y nunca lo harás” Decía una voz suave en mi cabeza. Y al terminar de rodar dentro de la casa, me hice un pequeño ovillo, apretando rodillas y brazos, me sentí atormentado por mí mismo. ¿Era cierto? Aún podía imaginarme su cuerpo cayendo a pedazos mientras se deshacía y yo, corría lejos, muy lejos, la había abandonado. La había matado.

[CERRADO]
- terminó esta tragedia ;-; -  
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