Patrañas || Privado

por **Vladimir Basarab** Vie Oct 03, 2014 3:26 am

Vladimir Alexandru Decebal Haralamb Basarab, Duque de Rumanía, parecía fuera de lugar en ese excéntrico Club. Los lugares concurridos – como ese – lo ponían nervioso. No habría acordado verse ahí de no ser necesario. Ian había insistido en que hicieran ahí el intercambio, a sabiendas de que podría disfrutar de una buena partida, mujeres y alcohol a su antojo; mientras él se perdía en las piedras preciosas que éste traería consigo. Lord Black estaba en la ruina y había logrado un prometedor compromiso, esa transacción era un paso más para lograr su cometido. A Vlad poco le importaba el por qué le había contactado como comprador, todo lo que quería era evaluar esas bellezas e incrementar su colección. De modo que estar allí no era una casualidad, sino una trampa deliberada del vividor que afirmaba ser un caballero. A pesar de que le habían dirigido a un parte exclusiva del lugar en cuanto le vieron llegar, no había podido aplacar su ansiedad. Las voces a su alrededor eran tantas y tan diferentes, que su memoria fotográfica no paraba de archivar. Vio a un par de nobles apostando y disfrutando de la compañía de unas prostitutas. Uno de éstos le invitó, pero El Duque lo ignoró. No estaba interesado en esos aburridos juegos de cartas, pues no significaban ningún reto para su mente. Podía memorizar cuáles habían salido y cuáles quedaban, de modo que siempre ganaba. Su lacayo, un experimentado cazador que había contratado gracias a sus conexiones con la condesa del Sacro Imperio Romano, llevaba bajo su custodia un pequeño cofre.

El idiota de Black no tenía nada de sentido común, como para temer a los ladrones que se apostaban en los callejones parisinos. El loco Basarab, sin embargo, había tomado todas las medidas necesarias para que nada les pasara. Lo que sucediera después, no sería su asunto. El cazador colocó el cofre sobre la mesa y se puso en guardia. Vlad sabía que no se alejaría de él, pues habían investigado todo lo posible sobre el club y; si bien muchas cosas se escondían para los humanos, aquéllos que se dedicaban a eliminar a los sobrenaturales, también sabían recopilar información. El trabajo de Zachary era protegerlo. Los diarios de los Basarab, donde hablaban sobre vampiros, habían abierto para El Duque una puerta que le había llevado a saber sobre la existencia de otros seres, pero fue su sed de conocimiento, lo que lo convirtió en todo un experto. Su mirada se enfocó en un punto en la nada mientras una empleada le llenaba el vaso de whisky. Ian llegó unos minutos más tarde, del brazo de una mujer. – ¿Dónde están? – Cuestionó, sin moverse ni un ápice. Sus ojos jamás miraban fijamente a nadie. – ¿Dónde están? – Se burló Black. – Esa no es manera de saludar a las personas, Basarab. – El silencio que siguió, fue toda la respuesta que Vlad tenía a sus palabras, por lo que el lacayo de Ian desenvolvió ante él las hermosas piedras. La obsesión que éstas despertaban en él fue inmediato y evidente, pues de pronto, toda su atención se vio envuelta en ellas. A pesar de eso, la conversación que el caballero y su acompañante tenían, era grabada en su perfecta memoria.

por Baby Doll* Vie Oct 24, 2014 11:38 pm

Los suspiros del atardecer acarician las curvas de la muñequita de porcelana. Se filtran los rayos del sol por la ventana entre abierta. Se deslizan sobre mi piel de leche como serpientes de seda, enmarcando mi cuerpo, ciñéndolo, exibiendo la desnudez del nacimiento de los pechos como los frutos jugosos que invitan a perderse en su forma. Los otros acompañantes de Tentación, son encajes y piedras preciosas. Una gargantilla de piedras del color de la granada en mi cuello para seducir los labios más exigentes.

Es esa tarde, la tarde de uno de los amantes consentidos de la exótica joyería de Gaspard, el señor de diez diamantes y mil jazmines.

No tardará en llegar el carruaje. Hay algún trato, un trato de por medio. El amante desea mi compañía durante un negocio, informan las palabras que llegaron a mis oídos una hora atrás. Esas palabras y algunas miradas significativas recibidas recientemente de boca del mismo Gaspard, dictan a mis manos a esmerarse en resaltar los encantos con polvos, y retocar los labios esmeradamente con colores de carmín y alargar los ojos con sombras, iguales a los de un gato. Como los de Midnight. La gata angora maulla ¿oye mis pensamientos? Sentada sobre el cepillo, en el tocador, la gata me mira incansable, atentamente atiende mis esfuerzos al colocarme la peluca de cabellos castaños y muchos rizos en su lugar. Hacen juego con los colores del vestido… la tela parece que ha atrapado entre sus hebras los últimos rayos del sol. La falda es de un amarillo ocre, ribeteado con hilos de oro, el corsé esta adornado con pequeñas piedras naranjas y encajes de color beige. Pequeños ruiseñores bordados revolotean en la curva de mi espalda baja. Un lazo dorado amarra todo con fuerza en su lugar. Me roba cada aliento, quedándoselo para si mismo. Los brazos de nieve descubiertos, adornados de modo más sencillo, con hilos de plata en la muñeca izquierda, a modo de pulsera. Las zapatillas del mismo tono del vestido, calzan mis pies, sobre las medias blancas. Una peineta de marfil se posa entre los risos castaños sin ningún esfuerzo, tiene pequeñas incrustaciones de una piedra extraña y exótica, tal vez jade.

Me miro en el espejo, atuzo los risos con los dedos, acomodándolos tan perfectamente como puedo. Un sombrero con plumas blancas coronan a la mujer en el reflejo. Podría ser una de esas orgullosas burguesitas que juegan a tener sangre azul. Suelto una risita. Ni toda la palidez del mundo les concederá la nobleza que brinda la ascendencia, ¡Pero, ay, que hermosa, hermosa ilusión!

La muñequita sin embargo conoce bien que aquellos trapos valen diez veces lo que ella. Quizás más… seguramente más. En nada se escatima para el amante consentido, sin embargo.

Acaricio la cabeza de Midnight, ella mueve la cola y ronronea. Sus ojos verdes me pierden un momento. Uno, tan sólo. Cuando reparo en el tiempo ya ha llegado el carruaje, ya me ha dejado a las puertas del lugar donde se hará el negocio, ya camino del brazo del amante, y yo me resguardo bajo un abrigo de blanco armiño. La tarde se ha esfumado, sólo se conservan sus últimos besos en el tocado, en la gargantilla y el vestido. La noche ha extendido su manto de terciopelo, cobijando los deseos, inflamando las pasiones prohibidas.

Algunos comentarios pícaros nos acompañan desde el carruaje hasta la puerta del Club. Allí sesan las bromas y toda palabra polisilábica. El amante entorna mi cintura galante, susurra sus intenciones a mi oído. Vamos tarde pero a él no le preocupa, se detiene a saludar aquí y allá a algunos de los miembros más importantes. También saludo, a mi modo: sonrisas discretas, un guiño del ojo, ni una palabra.

Tic, tac. El tiempo corre. Justo antes de llegar a nuestro destino el brazo masculino abandona mi cintura y me escolta del brazo cortezmente. Una mirada significativa. Yo asiento.

Nos hacen pasar a una salita privada, toda almohadones y sillones mullidos, fruteros rebosantes y sendas copas listas para usarse. El incienso, canela, flota en el aire. Una silueta de ojos acerados aguarda en el centro de aquél pequeño edén moderno. Impaciencia.

“¿Dónde están?” demanda respuesta. Nos hemos demorado varios minutos. Eso ha hecho aparecer varias líneas en el entrecejo de aquél hombre. Un sangre azul. Entrego mi abrigo a una de las mujeres que nos atiende.

“Esa no es manera de saludar a las personas, Basarab” dice mi acompañante. Yo le sonrió al sangre azul y aparto la mirada casi enseguida. Saludo breve. El hombre quiere saber donde están. Dos líneas aparecen en mi entrecejo, más ninguna pregunta brota de mis labios. Mi acompañante conserva el temple, enseguida extiende una fina tela de color rojo entre el hombre y nosotros, sobre la mesita. Diamantes, rubíes, esmeraldas, algunas engastadas en brazaletes de oro o anillos de plata, o adornando collares dignos de una reina. Los ojos del sangre azul centellean más que las propias piedras.

Con un movimiento de la mano, saco mi costado, bajo el lazo del vestido, un abanico de marfileño color, con mariposas estampadas en tonos dorados. Oculto a medias una sonrisa detrás del pequeño objeto, so pretexto de abanicarme. Dirijo una mirada de admiración al comprador.

-Oh mi señor,
debe ser usted un príncipe o algún otro noble de alto linaje,
pues no imagino quien puediera escoger de entre estas joyas la mas bella
más que alguien que esta acostumbrado a su compañía.-

La dulzura reposa en mis labios. Un batir de pestañas, sorpresa, y desvio los ojos hacia las piedras preciosas.

–Yo siendo tan sólo una pobre mujer,

esclava de la vanidad,

me volvería loca. Simplemente no sabría elegir unas pocas. Mi corazón… -

acaricio con las llemas de los dedos el nacimiento de mi pecho, a la altura del órgano de cupido, en el borde entre la porcelana y la tela.

-…mi corazón me apremiaría a llevarlas todas.
E incluso por las noches me angustiaría la idea de dejarlas guardadas en algún rincón frío,
de no sentirlas contra mi piel…
tendría que dormir toda vestida de joyas, aunque no usara ninguna otra cosa más
para abrigarme-

Una, dos, tres veces el abanico revolotea cerca de mi rostro, ocultando un sonrojo.

-Seguro será el caballero tan amable de enseñarle a esta mujer de débil voluntad,
a apreciar las joyas como se debe-

La sugerencia, la invitación en el aire…

por **Vladimir Basarab** Mar Dic 02, 2014 3:19 am

Las yemas de sus dedos se deslizaron sobre las piedras preciosas como si se tratara de las curvas de una mujer. Sus ojos marrones centelleaban ante la colección extendida frente a él. No era tan impresionante como la suya, pero El Duque sabía apreciar su belleza y perfección. Lord Black no merecía tenerlas, no cuando se hacía llamar coleccionista y era simplemente un aficionado. Estaba seguro que podría ofrecerle menos de lo que valían y éste aceptaría. Sin embargo, nunca lo haría. Unas piezas como aquéllas, no merecían ser insultadas de ese modo. Ignoró las fuertes punzadas en su sien mientras alzaba uno de los diamantes a la altura de su mirada. Una sonrisa se extendió por sus comisuras. Vlad podría tener problemas para socializar, pero no para demostrar su fascinación hacia ese pasatiempo. La voz de la acompañante de Ian, irrumpió en sus pensamientos. Solo le había visto durante un breve segundo, pero aquello había sido suficiente para poder describirla sin cometer error alguno. Desde que había salido del manicomio, su hermana había intentado relacionarlo con señoritas de su agrado, incluso aunque él las había desestimado con cortesía. Ni siquiera los rumores de que su locura no había desaparecido, le habían librado de aquéllos encuentros. Había aprendido que su título, sumado a todas las riquezas que los Basarab poseían, atraía a mujeres solteras y viudas. El Duque, que se podía quedar como una estatua por un tiempo indefinido, usaba esos lapsus para compararlas con alguna de sus piedras. Hasta el momento, no había encontrado alguna que igualara la belleza y perfección de éstas. Con tan solo una línea, Vladimir sabía si la fémina era un diamante en bruto o una piedra que podía encontrarse sin el menor esfuerzo en cualquier parte. Dejó la joya exactamente en el mismo lugar de dónde lo había sacado y, por segunda vez esa noche, sus ojos se clavaron en un punto tras la fémina. Había algo mal en Basarab, pues nunca había podido ser capaz de sostener la mirada de nadie. Ni siquiera cuando su padre le obligó a golpes a hacerlo. Éstos, siempre se desviaron.

– No estoy interesado en solo una de ellas. – Agregó, frunciendo el ceño. Cada palabra de la mujer se reproducía en su mente. Encajaban como piezas de un perfecto rompecabezas, dándole forma. – Lord Black. – Señaló con un deje de fastidio en su voz al ver cómo Ian se había hecho con un par de botellas del mejor whisky en su mesa. – Está aquí para venderme su colección. Aunque aún no me ha dicho cuánto pide por ellas. – El tono de Vlad no había cambiado en lo más mínimo, por lo que ninguno de ellos podría percibir que se burlaba de las dotes de coleccionista del caballero. Como era de esperar, Ian declinó su oferta, pidiéndole que las evaluara él mismo puesto que ‘confiaba’ en que sabría pagar lo justo. – Te advierto, querida, dijo éste a su acompañante, ofreciéndole un vaso con el líquido ambarino a ella, que hablar de piedras con Basarab puede llevarnos horas sino es que días, sentados en estas sillas. – El inglés se río con fuerza, mientras que Vlad no pudo evitar masajearse la sien, para calmar la punzada de dolor que le perforó. – Aunque la visión que tengo de ti, vistiendo solo éstas piedras durante el proceso, me resulta excitante. ¿Estarás de acuerdo conmigo, Duque? – Señaló, tras beber un trago. El rumano no se unió a la conversación. Había localizado una hermosa piedra que cambiaba de color. La cogió. – ¿Qué ve en ella, madame? – Cuestionó, girando su mano, de modo que la palma quedase hacia arriba. Depositó el ópalo con cuidado. – No son solo piedras, sino lo que ellas representan lo que las hace únicas. ¿Por qué querría llevarlas sobre usted cuando no podría apreciarlas de esta forma? No, no lo entiendo. – Y no lo hacía. La mayor parte del tiempo, El Duque necesitaba que se le explicasen cómo funcionaban ciertas cosas. Tales como que la vanidad y codicia podían llegar a confundirse entre sí. Sin embargo, la acompañante de Black había logrado algo que las otras no habían podido, llamar su atención y robarle más que monosílabos.

por Baby Doll* Miér Dic 10, 2014 10:56 pm

Un baile de máscaras, los juego como el póker, el conquián y todas sus variantes, las negociaciones de los caballeros elegantes y distinguidos, son un baile de máscaras. El ganador siempre es aquél cuya máscara es más exquisita, detallada, con ojos de plata, que reflejan su alrededor y que no dicen nada de sí mismo.

Observo aquella danza que se vuelve tensa a momentos, expectante, que jadea una oferta seguida de un gemido suave, dulce, fingido. Mis ojos van de un lado a otro de la mesa, silenciosos y huidizos; los labios en cambio, esbozan tras el abanico estampado, la insinuación de una pequeña sonrisa que se deja ver de vez en vez entre las mariposas doradas.

Llega el whisky de mano de mi acompañante, seguido de amables palabras de advertencia sobre el comportamiento del sangre azul en lo que a compra de joyas corresponde. Una risita escapa entre mis labios.

-Es una indudable delicia entonces, conocer a un auténtico amante de la belleza.-

suavidad en las palabras, aunque firmeza. Los dedos de porcelana toman el vaso y acarician el cristal con un suave susurro de las uñas largas.

-El placer no debería apresurarse, querido.

Encontrarse sentado en una rígida silla,

tendido al aire libre sobre la hierba, bajo el sol,

o recostado en un lecho de plumas y sedas, no hace la diferencia cuando uno se entrega a tales deleites con semejante pasión a la del Duque.-

El sonrojo pinta mis mejillas, los dientes muerden el borde del vaso y el licor resbala ardiente en mi garganta. Mis ojos buscan los de mi acompañante primero, luego los del sangre azul. Mi acompañante comenta sobre la imagen de la muñequita de porcelana con atuendo de perlas y cadenillas de oro. Antes que pueda decir una sola palabra el amante de joyas llama mi atención hacia una hermosa piedra que parecía reflejar la luz con tonos anaranjados. Su peso sobre la palma de mi mano es ligera, más ligera que sus hermanas. El abanico y sus mariposas queda a un lado, junto a las joyas, el vaso de licor le hace pronto compañía. Con la yema del dedo índice recorro la superficie fría y clara de la piedra. Jamás los ojos de la muñequita han contemplado algo como aquello.

-Veo los rayos del sol atrapados en una gota de agua.

El poder del fuego-

acaricio las irregularidades de la piedra con la mirada.

–Sería por su rareza, y según mi poco entendimiento de mujer, un tesoro digno de un príncipe.-

El sangre azul describe el carácter particular de las piedras, que las hace hermosas, únicas.

Sonrió tímida a su pregunta. Desvió la mirada.

–Usted posee muchas virtudes mi señor… la sangre que corre por sus venas desciende de noble familia, ha sido educado como un caballero. Alguien como usted o como el señor Black-

mis ojos se posan en los de mi acompañante, en las piedras luego.

-No coleccionan piedras sólo para aumentar su grandeza

sino como una forma de bello arte que ha de ser, y con razón, admirado entre los otros objetos preciosos de su hogar.

Las mujeres tenemos una vanidad distinta, nos complace que nos encuentren dignas de su admiración y ya que nuestras virtudes son tan sutiles como el aroma de las flores del campo en primavera, nos valemos de hermosos tocados y adornos como estas piedras para atrapar sus miradas.-

Llevo la piedra hasta mi pecho aparto los dedos lo más posible para dejarle apreciar al sangre azul la fantástica gema traslucida contra mi piel de nieve. Combina perfecto con mi atuendo todo dorado y amarillo.

–Sería un hermoso collar ¿no cree?-

sonrío

–Lo llevaría día y noche cerca de mi corazón,

si a mi señor le placiera, nada me haría más feliz

aunque yo misma no pudiera apreciarlo.-

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