Deep Sea *Privado*

por **Gilgamesh De Uruk** Jue Oct 09, 2014 2:20 pm

Volví a París con la intención de encontrarte una vez más. De volver a escuchar alguna historia loca sobre el viaje que hiciste sin mí. De pasar la noche bebiendo mientras impregnas mi nariz con el salitre que nunca ha dejado tu cuerpo. Eras hombre de mar cuando te conocí. Lo eres ahora. Deseo que lo seas siempre mientras existas a mi lado. Mi primer hijo.

París. La ciudad en la que decidieron volver a verse. La ciudad en la que se había establecido para vivir una vida en compañía de su joven neófito, de su amada segunda sombra, de su segundo hijo. La vida que era una costumbre ahora, que se alzaba cada noche con promesas vacías de un reencuentro, de una llegada inesperada, de un acontecimiento que nunca ocurría. En aquel punto del mundo monocorde, sin nada que lo hiciera especial, que no tenía nada que lo hiciera diferente a ningún a otro, esperaba. Más no esta noche. No. Ahora se ha levantado temprano, sí, como de costumbre, pero no ha esperado, no ha pasado ese rato que añora siempre, ese momento invaluable en el que el sol acaba de irse y él se sienta a esperar por él, que despierte a la noche y entonces, se escabulle como un fantasma, reptando por el edificio o bajando las escaleras al primer piso como una sombra con movimiento propio. Una sombra sedienta y ansiosa. Esta noche se ha levantado y se ha encaminado a la puerta de cristal que lleva al balcón, y lo ha hecho sin un segundo de duda. Él estaba aquí. Lo supo en el instante en que abrió los ojos.

La brisa golpeó su rostro, alboroto sus cabellos y trajo consigo recuerdos de los días y noches en su compañía, con la botella de licor en la mano y las voces informes cargadas con júbilo. De las noches donde su único movimiento era ir de su lugar de descanso en la costa hasta su casa, y esconderse como animal rastrero, como una rata que, en vigilia, pasaba las horas con su imagen fija en sus pupilas. Trae recuerdos de aquel amor que siempre ha sentido hacía él, de aquel instinto de protección que siempre prodigo su presencia, trae recuerdos de tantos buenos momentos que no puede contarlos. Ahora su presencia vuelve a estar cerca, lo suficiente para que a través de la distancia sueñe con su compañía. Descubre que lo anhela más de lo que pudiera pensar, que extraña esa picardía que se trasluce en su mirada cada vez que charlan e intenta ponerse serio. No se puede con él. Es perfecto.

Se marcha de la mansión Crowley sin mirar atrás, con sus pies descalzos uniéndose al suelo como si fuera una rama móvil. En silencio se funde en la noche cada vez más cerrada y bajo puro instinto, bajo aquella ansiedad que le llama, se come las calles. De pronto es un vagabundo que anda entre callejones, de pronto es un hombre que ha perdido sus zapatos pero anda dignamente por una avenida principal. Se cuela entre los tejados de las casa con facilidad y desde el centro de la ciudad le llegan los vals, las orquestas que preceden a una obra en algún concurrido teatro, el viento le lleva la sinfonía de voces de una ópera y siente en las venas la ciudad que vive y respira, buscando persuadirlo de su intento por marcharse. La tranquiliza, -o se tranquiliza a si mismo-, no irá a ningún lado, pero es imprescindible que haga lo que va a hacer. Sin demora, con la luna emergiendo ya en el cielo, deja atrás los cantos, las conversaciones a la luz de las cálidas velas, deja atrás la sociedad refinada y pronto se adentra en el susurro del océano que llega desde kilómetros a la distancia.

El muelle tiene su propia vida, un mundo completamente diferente y aparte de aquel en el que vive ahora, un mundo que respira a su propio ritmo. Por supuesto, lo conoce y le agrada. Le agrada la jerga sin parar, vulgar y pura, de los marinos. Le agrada el olor de sal que mata los aromas nauseabundos de los desechos en el mar y las vísceras de los animales al ser limpiados. Le agrada el panorama del mundo infinito que se extiende en cuanto la tierra se acaba. Se detiene en un muelle, viendo a un lado y a otro, cotejando la posibilidad de dar con él antes de que Morgan pueda notarlo. Entonces se retrae y se marcha a una bodega, donde su figura se pierde entre los múltiples mástiles de los barcos y la oscuridad de la noche, podría ser una especie de antena o un simple mástil para una bandera de lo inmóvil que esta. Permanece erguido, con el corazón retumbado en su pecho por la ansiedad. Esta cerca. Puede sentirlo. Teme que le gane la ansiedad pero se aferra al sitio y se muerde el labio. Se siente padre una vez más. Un padre ansioso por reencontrarse con su primogénito.

por **Jack Morgan** Dom Oct 19, 2014 9:53 pm

De pronto la noche se volvía perpetua

Y la alegría dulce y taciturna

Si la vía lechosa se volcaba

Sobre nosotros reminiscentes

Era lindo acampar en el insomnio.

El mar se encuentra en calma, este ocaso avisa que la travesía termina, el viejo mundo está a pocas leguas de distancia, por fin llegaré a él, a mi padre, a mi creador… sé que está allí, pueden llamarlo corazonada, o instinto, sé que no le puedo sentir al haber sido creado por él; pero también tengo la certidumbre de que esta noche él será el faro que guíe mi buque a puerto seguro…

Las olas golpean la proa del barco, avisando que el puerto está a la vista, siento mi garganta cerrarse, busco en lo más profundo de mi ser la visión más aguda que pueda obtener, quiero detectar cada centímetro del puerto, saber dónde se encuentra mi creador… más no le veo…

Puedo escuchar el bullicio permanente que el puerto provee, igual que todos los demás, que el resto del mundo, el bazar del trueque que nunca duerme; la noche apenas comienza y la algarabía de los comerciantes les otorga lozanía a sus rostros…

Bellas damas se dan cita en tan “ecléctico” recinto para comprar vegetales exóticos, peces únicos y porque no, joyería y telas que los mercantes han hecho llegar de la lejanía, bellas damas que con sus corpiños ceñidos a sus cuerpos nos deleitan con la anatomía que poco debemos imaginar, la turgencia de sus escotes, el polisón tan innecesario que solo denota lo que todos anhelamos en lo más secreto de nuestro ser…

Siento su mirada, lejana pero fuerte, mi creador está presente; aunque me resulta imposible identificar su morada actual; así que tras anclar el barco y atarlo al muelle comienzo una caminata pausada, tantos motivos me hacen actuar así; mi padre, vigilante silencioso… las bellas ondinas que regalan a la vista un festín; y las lenguas de los incautos que platican desprevenidos haciendo de sus voces un periódico que logra ponerme al día…

Veo sombras, siluetas acercarse a mí y pasar de largo, estoy seguro que alguna de aquellas efímeras visiones será la de mi creador, tan antiguo como la civilización misma… le extraño tanto… su consejo, su protección, su esencia...

por **Gilgamesh De Uruk** Dom Nov 09, 2014 4:51 pm

Nunca he creído en monstruos, pero creo que el verdadero mal existe. Reside dentro de uno mismo, como una infección que no se detiene una vez explota y acaba contaminando todo nuestro interior. Así mismo, la bondad es como un antídoto, que se expresa desde el exterior y limpia el interior. Comenzando a veces con una simple palabra.

Por fin, es el momento. Con la oscuridad cubriendo el puerto, las luces auxiliares comienzan a trabajar. La actividad en lugar de disminuir parece incrementarse. Las calles se llenan de comerciantes, venden joyas, telas, se preparan para el comienzo de una ajetreada y muy productiva noche. El lugar huele a pescado podrido, a sangre, huele a calor humano que se proyecta directo en sus fosas nasales. Siente una sed ansiosa más no dolorosa arrastrándose por sus venas, subiendo a su sien y haciendo palpitar pesadamente su corazón. El barco ha llegado, aparece en el horizonte mientras el sol parece huirle a aquel encuentro y el resquicio de luz que quedaba desaparece por fin.

Se queda allí, observando la lenta cercanía. Él está allí, está vez la certeza es tal que por un instante siente que se le doblan las piernas en un intento por lanzarse al mar y llegar hasta él. Más no lo hace. La paciencia siempre tiene sus recompensas, Morgan le enseño eso. Se convierte en la estatua de un joven que observa fijamente al frente, esperando en la quietud mientras el barco toca puerto y es atado al muelle finalmente. En ese instante lo ve y aquella mínima observación trae consigo más memorias, pasajes de noches divertidas, pasajes del terror que vivió cuando casi lo pierde y el arrepentimiento cuando convertirlo resulto un experimento de prueba y error que salió exitoso. Gira su cuerpo apenas pensándolo y baja al suelo por un costado. Una sombra viviente que nadie ve.

Pronto se integra al bullicio. Esta allí y al mismo tiempo es un fantasma que nadie toca ni puede ver. Los humanos se mueven tan lento que no es difícil encontrar un sitio por el cual pasar su esbelta figura. En la distancia lo ve moverse dubitativo, como extraviado y le trae una sonrisa. Lo recuerda comenzando esta nueva vida, maravillado con todo su entorno. Lo recuerda buscando respuestas a preguntas que no sabía ni como formular. Lo recuerda redescubriendo el gozo de hacer el amor en su nuevo cuerpo que siente con mucha más nitidez que el de un humano. Lo recuerda creciendo rápidamente, alejándose con una sonrisa y la promesa de un reencuentro.

No se hace esperar más. Comienza a moverse más rápido, a sortear los obstáculos sin tocarlos, a moverlos fuera de su camino con la potencia de su presencia. Se vuelve la neblina que cubre todo y se despeja en el siguiente paso, recreándose a sí mismo, materia y sustancia todo en uno. Las siluetas junto a él son borrones sin importancia. La única sustancia real está justo frente a él. Morgan esta tan claro que le lastima los ojos. Estira la mano y le toca el hombro. Tirando suavemente para que se gire. Allí están, los dos. Lo había extrañado tanto que le sorprende no abalanzarse sobre él.

— Mi hijo. Ha retornado. Morgan, primogénito, bienvenido… — Las palabras salen claras pero suaves, celosas de ser oídas por cualquier otro. Su acento extraño, atemporal, sin época, es el mismo de siempre, va embargado de millones de emociones explotando en sus ojos que lo miran expectantes y ansiosos. Entonces se acerca un paso más, ese único paso, y lo rodea en sus brazos, apretándolo fuerte en silencio. Ha habido un hueco en él que de pronto se ha vuelto a llenar. De pronto respira y es feliz.

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