The storm in the deep. [Privado]

Había tenido un día de perros, pero al fin había acabado. Había discutido con Faith sobre cuestiones tácticas y me había cabreado para el resto del día. Pero respiré hondo y me obligué a relajarme mientras enfilaba la calle que coronaba en el Golden Moon, el burdel al que curosamente me estaba volviendo muy asiduo.
Entré al local y dejé el abrigo en el perchero. Joanna, la chica a la que Faith solía escoger, estaba en aquel momento atendiendo la recepción. Me reconoció en cuanto mis ojos azules quedaron a la vista, dirigiéndome una tímida sonrisa.
- Buenas noches, señor. ¿Qué le apetece hoy? Derek está disponible, así como Brittany y Lauren. Quizá yo pudiera ofrecerle algo también.

Le corté con un gesto de la mano y me obligué a dedicarle una sonrisa. Joanna y yo habíamos pasado un par de noches juntos, la chica parecía poca cosa, pero después sorprendía para bien. La miré intensamente, pero justo cuando noté que la chica se estremecía, cambié de idea. Necesitaba una copa para relajarme antes de la velada.
- Gracias Joanna, pero creo que antes tomaré un bourbon. Te comunicaré mi decisión en un rato.
Joanna asintió diligentemente y mandó que me prepararan la copa. Me senté en un sillón junto a la chimenea y me quedé allí, observando las llamas y calentándome un poco los huesos. El invierno parisino estaba en auge y nada se agradecía más que una buena copa junto al fuego.

Una chica rubia me trajo la copa, sonriendo provocativamente y acariciando el hombro al marcharse. En el burdel empezaban a conocerme, pero sólo sabían que me llamaba Stein. Mi apellido, sin embargo, no sería difícil de relacionar si preguntaran en la Orden o la Logia. Sólo había dos Ackermans en la ciudad, y mi hermana no frecuentaría un lugar como aquel después de enamorarse perdidamente de aquella nigromante venida a más por el asesinato de su marido. Sí, había investigado, y su curioso fallecimiento tras la boda me hizo sospechar lo mismo que al resto de la nobleza. Solo querían su posición. La actuación de la chica Paine había engañado al resto de condes y duques, pero no a mí. Y mucho menos sabiendo lo que sentía por la cazadora de ojos azules que curiosamente era el objeto de mi venganza.

Mierda. Sacudí la cabeza y pegué un trago de bourbon para despejarme. Ahora quería olvidarme de todo aquello por una noche. Fue entonces cuando vi la inconfundible figura de la que parecía desprenderse un aura extraña, calmada por fuera pero con un interior oscuro y chispeante. Corbin, creo que se llamaba.
Me quedé mirando al grandullón fijamente desde mi asiento, con el vaso en la mano y sabiendo que el curioso tono de mis ojos le alertaría de mi atención dada la intensidad de mi mirada.

Corbin se había quedado sin trabajar aquella noche, por lo general los que se acercaban al Golden Moon eran más clientes asiduos que de nueva incorporación y estos primeros solían tener sus propias preferencias en cuanto a los manjares del local. Joanna era una de las más deseadas, pero los demás no se quedaban atrás, Corbin era el único novato y no muchos se fiaban, así que no era extraño encontrarse con días en los que se lo comían con los ojos pero al final acababa sin un pedacito de carne que llevarse a la boca.

Aquella noche era uno de esos días, en los que el local estaba muy poco concurrido, no vacío, pero si con muy poco alboroto. Seguramente, por las horas, cada mochuelo se había ido al olvido de las plantas superiores y abajo solo quedaban los justos para atender o los que no habían tenido suerte. Corbin era uno de los últimos, pero en vez de contonearse y provocar desesperadamente al poco ganado que quedaba al alcance, el gigante se había dedicado a traer una buena brazada de leña que portaba entonces sobre uno de los hombros.

La potencia física de Corbin era abrumadora y tal vez por eso la clientela le escaseaba, le miraban de lejos, como a un oso de circo, admirándolo pero sin atreverse a tocarlo. Que fuera siempre tan serio y no se peleara por la atención de los que iban a darle de comer, no ayudaba para nada. Parecía un sin sangre y demasiado tranquilo para su profesión, muy poco travieso, nada dado a la conversación o la coquetería. Sólo llamaba la atención de aquellos que querían sentir la dominación de un cuerpo como aquel, que era tan superior en cuanto a masa muscular se refería a la media del local.

Flexionó las rodillas para poder ir colocando troncos sobre el fuego, que no convenía que terminase totalmente apagado, con tan poca gente el burdel en seguida se enfriaba, ya que una de las ventanas permanecía casi siempre abierta, evitando la excesiva concentración de olores y humos de todo tipo y color. Mientras lanzaba los troncos a las mortíferas llamas, notó el dolor físico de una mirada clavándose en su espalda. En un principio no se giró, aunque su cuerpo se puso tenso prácticamente al instante. Cuando terminó la tarea, se puso en pie y se sacudió las esquirlas de madera y el serrín de encima, antes de girarse con total tranquilidad para encontrarse con Stein.

Le recordaba. Curioso. Porque por lo general nunca retenía a la gente con la que no se acostaba. Miró al hombre, estudiando su postura, para ver qué era lo que buscaba con esa súbita atención hacia él. Miró la copa de bourbon, que estaba prácticamente llena, de nuevo alzó la vista hasta sus ojos azules, con una muda expresión de duda, pero no podía ver en el grandullón ni incomodidad, ni miedo, ni arrogancia, simplemente un qué estás buscando, claro y directo.

Observé a Corbin mientras avivaba el fuego, sin dejar de escrutar ni un momento el aura tan extraña que le envolvía. No poseía la tonalidad típica de la gente de su oficio, labrados por el patrón que forjaba una personalidad, fingida o no, de coqueterío y travesura. Tampoco la de la rabia, de tonos rojos o negros, de estar allí en contra de su voluntad. Parecía ser un hombre de lo más tranquilo. Demasiado tranquilo para aquel oficio. Sin embargo, esa tranquilidad, que no era fingida, ocultaba algo que su aura rodeaba. Una oscuridad permanente, profunda, algo tan enterrado bajo la superficie que prometía estallar si se buceaba lo suficiente.

Corbin poseía una estatura desmesurada para la media que se podía encontrar normalmente en aquellos locales. Era musculoso y estaba bien formado, a juego con su rostro. Podía intimidar a cualquiera, por eso parecía que no estaba trabajando esa noche. Era el precio a pagar por ser nuevo en el Golden, aunque yo bien sabía que si no trabajabas, no comías. Se dio la vuelta al notar mi mirada, sacudiéndose el serrín de los pantalones. Su mirada fue franca, dos pares de ojos azules entrechocándose sin más intención que descubrir las del otro. Pero yo no era tan fácil de descifrar.
Di un trago a la copa y observé sus ojos entornando los míos, lanzando en mi cabeza unas cuantas teorías acerca de la historia que ocultaba aquel hombre de rostro serio pero tranquilo. ¿Qué aguante tendría su paciencia?

Me levanté con lentitud y terminé la copa de un trago, dirigiéndome a las escaleras mientras miraba a Joanna, que entendió que ya había elegido mi objetivo de aquella noche. Justo antes de subir y al pie de la escalera miré elocuentemente a Corbin y dije con una sonrisa ladeada:
- Ese aura acabará ahogándote.
Subí silbando y me metí en una habitación libre, dirigiéndome ya dentro a preparar dos copas más de bourbon y esperando al rubio, maquinando en mi mente la manera de hacer surgir esa oscuridad que tanto me intrigaba.

Corbin no se había movido del sitio, no era capaz de adivinar lo que estaba buscando Stein y eso le ponía todavía más tenso de lo que podría verse a simple vista. No frunció el ceño por muy poco, al escucharle comentar aquello sobre su aura. Apretó los puños mientras el hechicero subía por las escaleras con ese aire de superioridad tan marcado. Cualquiera hubiera captado la indirecta, pero Corbin no le siguió, necesitaba unos momentos para calmarse. Joanna se acercó a él.-  Corbin..Tienes que..- Lo sé.- Dijo, con tono de voz grave, podría decirse que cabreado, lo que sorprendió a su compañera, por lo general, el grandullón nunca se quejaba fuera lo que fuera lo que le ordenaran.

Cogió aire, cerró los ojos, lo soltó con lentitud. Poco a poco aflojó las manos, empezando a comprender que daba igual lo que quisiera Stein de él, iba a tener que ir detrás, entrar en esa habitación y aceptar lo que le venía encima. Se frotó la nuca, intentó relajarse, aunque seguía con cierta tensión y subió las escaleras.

No comprendía cómo teniendo a alguien como Joanna le había elegido a él, solo se le ocurrían cosas negativas y ninguna que fuera realmente de su agrado. Tenía pensado tumbarse en la cama y descansar por una vez a solas, pero estaba claro que aquella noche no iba a poder ser...Y la mirada de Ackerman no le había gustado lo más mínimo. No estaba seguro de querer saber lo que se le pasaba por la mente.

Una vez delante de la puerta se quedó en silencio, tenía que tragarse todo cuanto le cabreaba que le tratasen como a un perro, por algún motivo, la mera presencia de Stein el sacaba de sus casillas, precisamente porque no era capaz de ver lo que iba buscando. Dejó su malestar y su desconfianza en aquel pasillo, antes de abrir la puerta y entrar en la habitación donde el hombre se estaba sirviendo dos copas. Si pensaba que iba a beber alcohol estando en la misma habitación que él estaba peor de lo que parecía. Cerró la puerta tras de sí y le miró fijamente, sin acercarse ni un paso más. - Le agradecería que no hiciera comentarios como esos delante de todo el mundo. Nunca se sabe quién podría escucharle, señor.