Unidos por el destino | Isabeau Beaumont | +18

Habían transcurrido cuatro años desde el momento en que Isabeau vió por última vez a Aitor, desde que su corazón se rompió en cientos de fragmentos y sus ojos se vieron cargados de tantas lágrimas como no creyó nunca que podría derramar, de noches de insomnio y recuerdos agridulces que plagaban su memoria. En ocasiones el susurro del viento le había traído reminiscencias de la voz del hombre que tanto amó y del eco de su risa. Cerraba los ojos y casi podía volver a sentirle como si estuviese detrás de ella susurrando en su oído las mismas palabras dulces que solía dedicarle, o quizás en ese momento ella caminaba hacia la puerta y la abría creyendo por un instante que le vería volver como solía hacerlo durante sus días en la cabaña, cuando regresaba con una sonrisa en los labios y con la mirada iluminada por ese amor que siempre lograba estremecer su corazón. Eran esos momentos y esos recuerdos los que le sostenían y evitaban que se desmoronara completamente, la convicción de que tenía que estar vivo a pesar de que había desaparecido, de que ella no hubiese encontrado rastro alguno, como si todo lo que ambos habían vivido no hubiese sido más que un sueño del que le tocase despertar.

Así fue como durante mucho tiempo se aferró a ese recuerdo a pesar de que la razón le indicaba que debía dejarle ir, que no era sano soñar por las noches con él o mantener la esperanza de reencontrarle, que debía continuar con su vida aunque él ya no estuviese en ella, aunque no tenerle a su lado le helase el corazón y le hiciese creer que no lo soportaría. Sin embargo Isabeau siempre había sido más fuerte de lo que ella suponía y contaba con una razón poderosa para seguir adelante, el corazón le decía que debía vivir como Aitor hubiese querido que lo hiciera.

Muchas veces sintió la tentación de volver a su vida anterior, ahora meditaba en ello mientras evaluaba entre sus dedos la fina tela que un comerciante ensalzaba encarecidamente esperando que la elegante dama que se encontraba frente a él se decidiese a comprarla. Isabeau observó la tela algo distraída, el puerto era un buen lugar para conseguir telas ya que los marineros solían regresar de sus viajes cargados de ellas, muchas provenían de grandes ciudades y lugares exóticos así que si deseabas encontrar lo último que la moda europea podía ofrecer en lugar de dirigirte al centro de Paris el puerto era un excelente lugar para hacerte de productos a precios mucho más convenientes. Aún acariciaba la tela entre sus dedos cuando repentinamente sintió una pesada opresión en el pecho que le hizo tambalear y verse obligada a sostenerse con las manos en el mostrador de exhibición. Su instinto le hizo creer que algo ocurriría aunque desconocía que podía ser. Compró la tela y tras recuperarse salió del lugar, caminando con las manos cargadas de bolsas de compras y sin tener idea de por qué ese presentimiento aún no le abandonaba.

Se encontraba en una pequeña villa bastante pintoresca, con pequeñas casas en su mayoría pertenecientes a familias de pescadores. Todo el lugar estaba cargado de olor a mar y agua salada que la brisa de la tarde hacía llegar hasta ella, con su olfato de felina le resultaba fácil distinguirlos pero no fue ninguno de ellos sino un olor distintivamente masculino el que hizo que se detuviera sobre sus pasos abruptamente y que su corazón se desbocase mientras buscaba con la mirada ansiosamente a su alrededor hasta lograr ver a alguien que caminaba unos cuantos metros frente a ella, dándole la espalda. Ahogó un grito y de sus manos cayeron al suelo todas las bolsas que cargaba sin que ella reparase en ello. El hombre que acababa de ver... aunque no pudiese ver su rostro... aunque su aura le dictaminase que era un licántropo, Isabeau le hubiera reconocido aún en la más completa oscuridad... Su espalda, su manera de andar, su porte... por un momento pensó que alucinaba, que finalmente después de tanto tiempo su conciencia había cedido paso a la locura. No podía ser...


-¡Aitor!- Aquel nombre que no había vuelto a utilizar durante cuatro años para llamarle ahora salió de sus pulmones sin que ella lo meditase pero de forma decidida mientras Isabeau se mantenía de pie en medio de la calle, con las bolsas desparramadas en el suelo e ignorando a los carruajes o a las desvencijadas carretas que pudieran transitar a esas horas. El viento susurraba ahora con más fuerza como lo había hecho aquella noche en que lo había conocido, pero ahora era como si nada existiera y todo el resto del mundo excepto él se hubiera desvanecido, sin tener la menor idea de si debía llorar o reir, rogando que fuera real y que no estuviese perdiendo la cordura, que en realidad fuera él, el hombre que amaba, su Aitor, mientras los segundos se ralentizaban deseando que voltease a verla...

Isabeau aún no podía creer que en realidad se tratase de Aitor, y es que ¿cuántas veces durante los pasados años había imaginado verlo al cruzar la calle o al escuchar que tocaban su puerta? Hubo muchas ocasiones en las que su anhelo de verle hizo que le confundiera con algún extraño o que deseara con todas sus fuerzas que la encontrara, que de alguna manera diera con ella y la abrazara con fuerza, que la hiciera sentir que volvía a su hogar. Sin él Isabeau estaba incompleta, nunca podría ser del todo feliz por más que se esforzase, siempre existiría ese vacío en su corazón que solo él podría llenar. En los momentos en que se había confundido al creer verle la desilución había sido tan grande que aún ahora al contemplarle a escasos metros de distancia no podía ilusionarse con que en realidad fuera él, creer que finalmente sus sentidos no hubiesen colapsado y la estuviesen engañando con su mayor deseo, por esa razón se mantuvo inmóvil sin animarse siquiera a respirar.

Aunque cuando Aitor volteó a verla y la llamó por su nombre la voluntad de la cambiante tuvo que ceder. ¡Era él! Era su apuesto rostro, eran sus inolvidables ojos color miel, era ese grave acento vittoriano que acariciaba sus oídos al pronunciar su nombre de forma tan especial y que ella había adorado desde la primera vez que lo escuchó. ¿Sería posible que al fin el destino se hubiera apiadado de los dos y les permitiera reunirse? Parecía que si, tenía que ser así, Isabeau se apresuró a constatarlo recibiendo a Aitor en sus brazos, riendo como no lo había hecho en tanto tiempo al sentir que la abrazaba y la elevaba en el aire dando vueltas con la misma alegría que ella sentía, lo veía en sus ojos. Isabeau podía sentir el amor de Aitor aún antes de que él se lo dijese.

-¡Si, amor, soy yo!- Procuró hablar en medio de el intenso torbellino de emociones que la abrumaban y la imperiosa necesidad de tocar el rostro de Aitor, de cubrirlo con una lluvia de besos, de intentar parar de reir al sentir que aún la hacía volar por los aires, literalmente la hacía flotar. -¡Yo también te extrañé amor mío! Todos los días, cada día.- Sus labios encontraban los de él y luego hacia un esfuerzo sobrehumano por volver a respirar. -No, no digas eso por favor no lo digas. Nunca nos separaremos otra vez.- La sola idea la paralizaba de temor, el que les volvieran a separar, el volver a sufrir el tormento de no tenerle, de no saber nada de él, aunque siempre su corazón quiso creer que estaba vivo. -Yo también te amo, siempre ha sido así.- Sonríó dulcemente y abrazó a Aitor estrechándolo con sus brazos, quería sentirse así, volver a confirmar que era real, sentir los latidos de su corazón latiendo contra su pecho al mismo ritmo del suyo, como si fuera uno solo y no dos.

Los recuerdos de los pasados cuatro años se presentaron de golpe en su mente, tanto había sucedido, era importante que hablaran de ello. Isabeau quería saberlo todo y a su vez contarle todo pero su alegría era tan intensa que no podía mantener su pensamiento en ello. Por otro lado los carruajes comenzaban a detenerse y los cocheros a gritar al ver a la pareja que se encontraba parada a media calle. Isabeau se encogió de hombros en dirección a ellos, no le importaba que le vieran con el hombre que amaba, es más quería gritarle al mundo lo feliz que era. Sin dejar ir a Aitor lo tomó de la mano y corrió con él al otro extremo de la calle adonde se detuvo velozmente al llegar a la banqueta.

Su pecho subía y bajaba no por cansancio debido a la corta carrera sino por la emoción que la embargaba al haber escuchado sus últimas palabras. -Claro que si.- Rodeó su cuello con sus brazos y acarició tiernamente la nuca de su lobo. Isabeau notó algo en su rostro, eran unas pequeñas marcas que zurcaban su frente y los lados de sus ojos y que antes no estaban allí, como si de alguna manera a pesar de su joven aspecto las mismas hubieran sido ocasionadas por el agotamiento o por un profundo sufrimiento y eso la conmovió. -Seré tu esposa amor mío, la madre de tus hijos, tu amiga, tu compañera, tu amante, procuraré hacerte feliz siempre y no me consideraré nunca satisfecha si al haber terminado el día cada día no te he hecho sonreír.-

Volvió a besar sus labios y mantuvo su mejilla junto a la de él susurrando en su oido mientras sus dedos se enredaban en su cabello acariciándolo dulcemente. -Estaré contigo en las buenas y en las malas y procuraré aligerar tus cargas de la mejor manera posible.- Sonrió al comprender lo que él había dicho, que había dominado al licántropo. -Sabia que lograrías dominar a tu lobo, por eso en los peores momentos, aún cuando procuraba asesinarme no podía dejar de amarlo a él también, porque siempre supe algo que él no sabía: que él eres tú y que yo amo todo lo que tú eres.-

Isabeau sonreía con una mezcla de sentimientos que agitaban todo su ser. Ante todo la embargaba la alegría y una profunda emoción que sacudía cada fibra de su cuerpo. Al fin le había encontrado y en ningún momento volvería a separarse de él. Ni siquiera las tenazas de la muerte habían sido tan poderosas como para arrancarles la vida, ambos se habían aferrado a este mundo tercamente a pesar de los cazadores y de su empeño por terminar con ellos. Ella sabía que si lo habían logrado era porque el uno no podría seguir sin el otro. Al menos ella no, hubiera sido un cascarón vacío si hubiera abandonado toda esperanza, por eso en los pasados años nunca se permitió dudar de que él estuviese vivo, ni siquiera en los momentos más oscuros cuando la desesperación era demasiado fuerte y creía que no podría seguir adelante. Aún no había tenido tiempo de compartir con él los sucesos transcurridos estos años, y al pensar en eso sentía la imperiosa necesidad de comunicárselo, pero no podía hacerlo ahora. No cuando todo su ser y su cuerpo le necesitaban, cuando sus manos exigían confirmar una y otra vez que él estaba con ella y todos sus sentidos clamaban por él.

-Más allá de la muerte estaremos juntos amor... Adonde sea que vayamos después de esta vida siempre te buscaré, siempre te amaré.- Una sonrisa se dibujó en sus labios al mirarlo, parecía imposible pero él era mucho más apuesto de como ella le recordaba. Estaba segura de que todos esos años había tenido perfectamente grabada en su mente la imagen de Aitor pero al verlo ahora le parecía que volvía a descubrir todo de él, como si existiese una mezcla del amor de hace años y el del presente, sea como fuera él estaba con ella y para ella no había nadie más perfecto.

Se estremeció al sentir su tacto y un leve gemido escapó de sus labios al notar como él jugaba sosegadamente con su intimidad logrando que esta palpitase ansiosamente. No le pareció justo tener que esperar cuando todo su cuerpo clamaba por él y él parecía estar más tranquilo en ese sentido. ¿O no era así? Vertió todo su anhelo en un nuevo beso al encontrarse nuevamente sus bocas y pudo sentir la presión de su virilidad contra su vientre lo cual la excitó más logrando que el fuego en su interior se prendiese con mayor intensidad.

Sin soltarlo giró sus cuerpos para quedar sobre él y con su rostro a escasos centímetros jugó con sus labios tirando del inferior. Besó su mandíbula y sus mejillas, bajó por su cuello y se detuvo en el hueco de su garganta. Las yemas de sus dedos siguieron el mismo trayecto y recorrieron su torso y los húmedos y cálidos labios femeninos comenzaron a besarle en trayectoria descendiente reconociendo cada rincón de su piel, todo aquello que le había sido negado por tanto tiempo. Había sido tan breve en realidad el período que pasaron en la cabaña y sin embargo a ella le costaba convencerse de que en algún momento de su vida él no había formado parte de esta. Era como si en ella sólo existieran dos partes, una antes y otra después de él.

Alcanzó su vientre y continuó depositando besos sugestivos sobre sus bien marcados músculos y con sus manos tiró de su ropa interior para librar el único obstáculo que aún existía entre los dos. Sus labios se entretuvieron dedicando tiempo a besar suavemente su virilidad y comprobar la excitación ya existente y la que aumentaba por momentos. Recorrió el mismo camino de regreso hacia su rostro y se fue colocando sobre él de manera que sus cuerpos irradiaban calor al del otro.

Besó sus labios otra vez y agitada fijó su mirada en sus ojos. -Dime que me has amado todos estos años como yo te he amado amor. Júrame que no dejaste de pensar en mi y que no has permitido que otra tomase mi lugar. Júrame que si hemos de morir adonde quiera que vayamos aunque nos llegase a separar nuevamente siempre nos volveremos a encontrar.- Lo dijo apasionada y ansiosamente, necesitaba escucharlo de él, esa confirmación de que él la necesitaba y de que nada había cambiado en todo este tiempo, al menos no en sentimientos, que estos seguían intactos e igual de fuertes y que todo sería siempre igual entre los dos.