AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Por ella, he de vencer al lobo | Isabeau Beaumont
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Por ella, he de vencer al lobo | Isabeau Beaumont
Hoy era el día, no sería como los anteriores en los que Aitor se entregó completamente a Isabeau, el amor de su vida. Había amanecido sin ningún cambio a los días anteriores, el mismo claro se extendía por el cielo e inclusive los vientos llevaban el mismo mensaje a los oídos de ambos. Realmente no llevaban mucho tiempo en aquella cabaña en lo recóndito de las montañas Pirineos.
En la mente de Aitor no solamente vivía Isabeau, sino también el suceso que vivieron, donde el lobo hizo aparición en pleno luz del día y hubiera intentado atacar a Isabeau, en ese momento Aitor había conseguido el control. ¿Pero lo lograría en el terreno del lobo? Esa era la razón por lo que estaban alejados de la humanidad, y claro, para no ser interrumpidos por nadie y en ningún momento.
La tarde había llegado a su clímax, su luz acogedora se estrellaba sobre la nieve y acariciaba las plantas que resistían el clima; y aunque las montañas estaban teñidas de blanco, no era un lugar frío, no para ellos que podían soportar los tiempos inclementes; aunque, la montaña era pese a todo acogedora, resplandeciente y alegre. Ambos estaban en la cabaña, tendidos en un sofá, él abrazándola con cariño, como si dormitara. No pensaba en la proximidad de la luna llena, tan sólo tenerla entre sus brazos absorbía sus pensamientos, acariciaba los brazos de su amada, besaba los hombros y el cuello, le decía que le amaba y le sugería quedarse allí, por siempre, siendo consciente de que era una idea absurda.
No había nada dentro de la cabaña que pudiera rebatirles algo, como un reloj por ejemplo, contaban con cosas básicas y tan pronto como se terminaran sus reservas tendrían que viajar. Pronto, tendrían que considerar llevar una verdadera vida, ambos se habían aceptado, Aitor confiaba en que ella se aferraría a él y aceptaría lo que él pudiera darle con su trabajo. Pero sí él dominaba al lobo, sí él lo conseguía sus vidas cambiarían y lo harían para bien. Esa ilusión le daba una esperanza de una vida estable y además, con Isabeau, la mujer que ama, a la que desea como esposa y madre de sus hijos. Pero estás últimas ilusiones no las pretendía aún, eran fantasías tan lejanas que ni siquiera hablaba de ellas.
—Por primera vez me siento seguro— le dijo el vitoriano prodigándole un beso en el hombro, refiriéndose evidentemente a la víspera de la luna llena y lo que aconteciere después de ésta. El rostro de su amada le fascinaba, en todo momento consideraba que nada podía ser más hermoso para acaparar su atención, él podía abandonar muchas tareas con el simple motivo de contemplarla. A veces, mientras ella hacía distintas labores, él la observaba a lo lejos, viendo como se movía con gracia y una sensualidad natural haciendo que su corazón rompiera el ritmo de sus latidos. Aitor no podría ser más feliz.
Aún no era el momento para hacerle prometer que se fuera en caso de que no controlara al lobo, aunque sabía que tenía que hacerlo. Quería tenerla así, entre sus brazos, besando cada parte de su cuerpo, perderse entre sus ojos y sus labios, acariciarle sus cabellos dorados, anhelaba vivir con ella por siempre, temía perderla así que todos los días le demostraba su amor, no sólo con palabras, sino con acciones, adoraba verla reír y se convertía en un bufón para conseguir escucharla; adoraba verla correr cuando él la perseguía en un juego de seducción, le gustaba verla dormir y sobre todo, ver la expresión de verdadero amor en los ojos de ella, le rompía el alma esa mirada sincera que acompasaba las palabras ¡te amo!
Su deseos sexuales eran totalmente distintos al de otros, al menos así lo consideraba Aitor, lo que ellos hacían era arte, hacían música, teatro, danza; era la verdadera culminación del amor y no una banalidad, no se consumían por el deseo de la lujuria sino por la intensidad del sentimiento llamado amor y que no todos lo comprenden o lo conocen. Ella era indiscutiblemente lo mejor que le había pasado, y por ella lucharía contra sus miedos... Contra la bestia.
—Isabeau, amor, quiero permanecer siempre a tu lado— le dijo como siempre le decía cuando la noche llegaba a ellos y la abrazó con ternura, él tenía sus pectorales y torso expuestos, solo se mantenía con un pantalón de lana, así había estado desde que la tarde se había presentado, era como si se hubiera preparado para cuando llegara el momento. —¡Te amo!— le susurró como lo hacía a diario y la besó en los labios.
En la mente de Aitor no solamente vivía Isabeau, sino también el suceso que vivieron, donde el lobo hizo aparición en pleno luz del día y hubiera intentado atacar a Isabeau, en ese momento Aitor había conseguido el control. ¿Pero lo lograría en el terreno del lobo? Esa era la razón por lo que estaban alejados de la humanidad, y claro, para no ser interrumpidos por nadie y en ningún momento.
La tarde había llegado a su clímax, su luz acogedora se estrellaba sobre la nieve y acariciaba las plantas que resistían el clima; y aunque las montañas estaban teñidas de blanco, no era un lugar frío, no para ellos que podían soportar los tiempos inclementes; aunque, la montaña era pese a todo acogedora, resplandeciente y alegre. Ambos estaban en la cabaña, tendidos en un sofá, él abrazándola con cariño, como si dormitara. No pensaba en la proximidad de la luna llena, tan sólo tenerla entre sus brazos absorbía sus pensamientos, acariciaba los brazos de su amada, besaba los hombros y el cuello, le decía que le amaba y le sugería quedarse allí, por siempre, siendo consciente de que era una idea absurda.
No había nada dentro de la cabaña que pudiera rebatirles algo, como un reloj por ejemplo, contaban con cosas básicas y tan pronto como se terminaran sus reservas tendrían que viajar. Pronto, tendrían que considerar llevar una verdadera vida, ambos se habían aceptado, Aitor confiaba en que ella se aferraría a él y aceptaría lo que él pudiera darle con su trabajo. Pero sí él dominaba al lobo, sí él lo conseguía sus vidas cambiarían y lo harían para bien. Esa ilusión le daba una esperanza de una vida estable y además, con Isabeau, la mujer que ama, a la que desea como esposa y madre de sus hijos. Pero estás últimas ilusiones no las pretendía aún, eran fantasías tan lejanas que ni siquiera hablaba de ellas.
—Por primera vez me siento seguro— le dijo el vitoriano prodigándole un beso en el hombro, refiriéndose evidentemente a la víspera de la luna llena y lo que aconteciere después de ésta. El rostro de su amada le fascinaba, en todo momento consideraba que nada podía ser más hermoso para acaparar su atención, él podía abandonar muchas tareas con el simple motivo de contemplarla. A veces, mientras ella hacía distintas labores, él la observaba a lo lejos, viendo como se movía con gracia y una sensualidad natural haciendo que su corazón rompiera el ritmo de sus latidos. Aitor no podría ser más feliz.
Aún no era el momento para hacerle prometer que se fuera en caso de que no controlara al lobo, aunque sabía que tenía que hacerlo. Quería tenerla así, entre sus brazos, besando cada parte de su cuerpo, perderse entre sus ojos y sus labios, acariciarle sus cabellos dorados, anhelaba vivir con ella por siempre, temía perderla así que todos los días le demostraba su amor, no sólo con palabras, sino con acciones, adoraba verla reír y se convertía en un bufón para conseguir escucharla; adoraba verla correr cuando él la perseguía en un juego de seducción, le gustaba verla dormir y sobre todo, ver la expresión de verdadero amor en los ojos de ella, le rompía el alma esa mirada sincera que acompasaba las palabras ¡te amo!
Su deseos sexuales eran totalmente distintos al de otros, al menos así lo consideraba Aitor, lo que ellos hacían era arte, hacían música, teatro, danza; era la verdadera culminación del amor y no una banalidad, no se consumían por el deseo de la lujuria sino por la intensidad del sentimiento llamado amor y que no todos lo comprenden o lo conocen. Ella era indiscutiblemente lo mejor que le había pasado, y por ella lucharía contra sus miedos... Contra la bestia.
—Isabeau, amor, quiero permanecer siempre a tu lado— le dijo como siempre le decía cuando la noche llegaba a ellos y la abrazó con ternura, él tenía sus pectorales y torso expuestos, solo se mantenía con un pantalón de lana, así había estado desde que la tarde se había presentado, era como si se hubiera preparado para cuando llegara el momento. —¡Te amo!— le susurró como lo hacía a diario y la besó en los labios.
Aitor Copado- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 09/04/2013
Re: Por ella, he de vencer al lobo | Isabeau Beaumont
Pocas semanas habían transcurrido desde que la última noche de luna llena se presentase, ese tiempo en el que mi vida había cambiado por completo de una manera que aún me maravillaba descubrir. Pensaba en ello mientras reposábamos en el cómodo sillón de la cabaña con el ligero crepitar de la madera bajo las llamas rozando nuestros oídos, iluminándonos desde la chimenea y brindándonos calor. Sonreí al encontrarme así, mi mejilla descansaba sobre el pecho de Aitor y mis brazos le rodeaban. Escuchaba el ritmo de su corazón y sentía el tranquilo movimiento de su respiración, mi mano acariciaba tiernamente su brazo y se detenía a jugar con su mano entrelazando sus dedos con los míos. Sólo había una palabra para describir lo que sentía al estar así con él: felicidad.
Compartir la vida con el hombre que llenaba mi corazón por completo me hacía sentir plena y me impulsaba a despertar todos los días con una sonrisa, no podía evitar que fuera así al girar mi rostro y observarle a mi lado. En ocasiones lograba despertar antes que él y me dedicaba a contemplar en silencio su apuesto perfil y comprendía lo afortunada que era al haberle encontrado. El me había regalado mucho más de lo que se imaginaba y por eso yo deseaba regalarle todo de mi misma. Recurría a mi sigilo felino para no despertarlo y me dirigía a la cocina, me gustaba recurrir a mis capacidades culinarias. Aunque había que admitir que las estaba sobrevalorando ya que más bien estaban bastante herrumbradas por la falta de uso y que quemé el contenido de más de una cacerola, pero a él no parecía importarle y hacía el sacrificio de comer lo que había preparado por lo que me esmeré en mejorar. Tampoco es que lo que tuvieramos fuera más que lo básico, por ese lado llevábamos una vida bastante rudimentaria pero el encanto de la montaña y su compañía hacían que me sintiera satisfecha y que estuviera convencida de no desear más.
En ocasiones salía a buscarlo fuera de la cabaña, respiraba el aire puro y me estiraba a mis anchas, observando el paisaje agreste con los picos cubiertos de un blanco manto, mis pasos me dirigían sobre la nieve en su dirección y le veía cortando leña. A veces no le indicaba que estaba allí sino que me dedicaba a observar como trabajaba pero de alguna manera él me presentía y giraba su rostro hacía mi, entonces salía de mi ensimismamiento y me acercaba a abrazarle, besarle y hablar con él. Otras veces recurrí a alguna travesura adquiriendo mi forma de gata, agazapándome y caminando lentamente para intentar sorprenderle desde atrás al volver a mi forma humana, pero aún así me descubría, reía con él alegremente al no poder sorprenderle tanto como quisiera y corría jugando con él, sabiendo que tarde o temprano me alcanzaría. Aunque también existían esos momentos en que compartíamos en silencio, entonces me sentía en paz y no hacían falta las palabras para comunicarnos, bastaba una mirada compartida, un leve gesto, una dulce caricia o una sonrisa espóntanea, y cada vez que algo de eso sucedía mi corazón parecía saltarse un latido una vez más.
También descubrí que adoraba todo de él, cada pequeño gesto suyo, la pequeña línea que se formaba en su frente cuando se encontraba muy concentrado en algo, la expresión seria que adquiría cuando reflexionaba, la manera en que se iluminaban sus ojos cuando sonreía, sobretodo su sonrisa que me robaba el aliento siempre que la dirigía hacia mi y cada vez que el sonido de su risa acariciaba mis oídos. Adoraba sus besos, perderme en sus labios, intercambiar amorosas caricias con él y cada momento en que nos entregamos por entero el uno al otro sin que en ello viese nada impropio sino una forma más de compartir y expresar el amor que nos teníamos. Era diferente a cualquier cosa que hubiese vivido antes, nunca supe lo que era amar.
-¡También te amo!- Besé dulcemente el pequeño hueco en la base de su garganta y me estiré perezosamente en el sofá sin alejarme de él. Sabía que se avecinaba la luna llena pero por momentos lo olvidaba creyendo que nada podría empañar nuestra felicidad. Aunque en los primeros días que compartimos juntos me preocupaba que el lobo regresase este no había hecho acto de presencia y aunque fuese una idea bastante ingenua esta se debía al intenso deseo que tenía de que nada nos apartase. -Siempre será así... Siempre estaremos el uno al lado del otro.- respondí alzando la mirada para encontrar sus hermosos ojos y distraerme al encontrarse nuestros labios en un tierno beso.
Sonreí, aún con mi rostro muy cerca del suyo, observándole otra vez acaricié su mejilla cariñosamente. -Pase lo que pase, sé que podemos enfrentar cualquier cosa. Estar contigo me hace creer que todo es posible, así que lucharé como pueda y contra lo que venga para que siempre sea así, para que siempre estemos juntos.- Besé nuevamente sus labios y recosté mi mejilla en su pecho repasándolo con mis dedos. -También quisiera que pudiéramos quedarnos aquí por siempre... dije soñadoramente.
Compartir la vida con el hombre que llenaba mi corazón por completo me hacía sentir plena y me impulsaba a despertar todos los días con una sonrisa, no podía evitar que fuera así al girar mi rostro y observarle a mi lado. En ocasiones lograba despertar antes que él y me dedicaba a contemplar en silencio su apuesto perfil y comprendía lo afortunada que era al haberle encontrado. El me había regalado mucho más de lo que se imaginaba y por eso yo deseaba regalarle todo de mi misma. Recurría a mi sigilo felino para no despertarlo y me dirigía a la cocina, me gustaba recurrir a mis capacidades culinarias. Aunque había que admitir que las estaba sobrevalorando ya que más bien estaban bastante herrumbradas por la falta de uso y que quemé el contenido de más de una cacerola, pero a él no parecía importarle y hacía el sacrificio de comer lo que había preparado por lo que me esmeré en mejorar. Tampoco es que lo que tuvieramos fuera más que lo básico, por ese lado llevábamos una vida bastante rudimentaria pero el encanto de la montaña y su compañía hacían que me sintiera satisfecha y que estuviera convencida de no desear más.
En ocasiones salía a buscarlo fuera de la cabaña, respiraba el aire puro y me estiraba a mis anchas, observando el paisaje agreste con los picos cubiertos de un blanco manto, mis pasos me dirigían sobre la nieve en su dirección y le veía cortando leña. A veces no le indicaba que estaba allí sino que me dedicaba a observar como trabajaba pero de alguna manera él me presentía y giraba su rostro hacía mi, entonces salía de mi ensimismamiento y me acercaba a abrazarle, besarle y hablar con él. Otras veces recurrí a alguna travesura adquiriendo mi forma de gata, agazapándome y caminando lentamente para intentar sorprenderle desde atrás al volver a mi forma humana, pero aún así me descubría, reía con él alegremente al no poder sorprenderle tanto como quisiera y corría jugando con él, sabiendo que tarde o temprano me alcanzaría. Aunque también existían esos momentos en que compartíamos en silencio, entonces me sentía en paz y no hacían falta las palabras para comunicarnos, bastaba una mirada compartida, un leve gesto, una dulce caricia o una sonrisa espóntanea, y cada vez que algo de eso sucedía mi corazón parecía saltarse un latido una vez más.
También descubrí que adoraba todo de él, cada pequeño gesto suyo, la pequeña línea que se formaba en su frente cuando se encontraba muy concentrado en algo, la expresión seria que adquiría cuando reflexionaba, la manera en que se iluminaban sus ojos cuando sonreía, sobretodo su sonrisa que me robaba el aliento siempre que la dirigía hacia mi y cada vez que el sonido de su risa acariciaba mis oídos. Adoraba sus besos, perderme en sus labios, intercambiar amorosas caricias con él y cada momento en que nos entregamos por entero el uno al otro sin que en ello viese nada impropio sino una forma más de compartir y expresar el amor que nos teníamos. Era diferente a cualquier cosa que hubiese vivido antes, nunca supe lo que era amar.
-¡También te amo!- Besé dulcemente el pequeño hueco en la base de su garganta y me estiré perezosamente en el sofá sin alejarme de él. Sabía que se avecinaba la luna llena pero por momentos lo olvidaba creyendo que nada podría empañar nuestra felicidad. Aunque en los primeros días que compartimos juntos me preocupaba que el lobo regresase este no había hecho acto de presencia y aunque fuese una idea bastante ingenua esta se debía al intenso deseo que tenía de que nada nos apartase. -Siempre será así... Siempre estaremos el uno al lado del otro.- respondí alzando la mirada para encontrar sus hermosos ojos y distraerme al encontrarse nuestros labios en un tierno beso.
Sonreí, aún con mi rostro muy cerca del suyo, observándole otra vez acaricié su mejilla cariñosamente. -Pase lo que pase, sé que podemos enfrentar cualquier cosa. Estar contigo me hace creer que todo es posible, así que lucharé como pueda y contra lo que venga para que siempre sea así, para que siempre estemos juntos.- Besé nuevamente sus labios y recosté mi mejilla en su pecho repasándolo con mis dedos. -También quisiera que pudiéramos quedarnos aquí por siempre... dije soñadoramente.
Isabeau Beaumont- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 181
Fecha de inscripción : 27/07/2013
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Re: Por ella, he de vencer al lobo | Isabeau Beaumont
Aitor no podía más que sonreír a las palabras de su amor, de su Isabeau. Recostado con ella cerró los ojos «yo también creo lo mismo, superaremos cualquier adversidad... Incluso a él» era algo de lo mucho que pensaba. La humedad de la noche entraba por la puerta abierta, Aitor se aferró a Isabeau y en su mente lo pudo ver, la bestia asechándolo, anunciándole la ansiedad de emerger del cuerpo de piel trigueño que le pertenecía. No cerró los ojos, creyó que eso le daría ventaja al lobo, mostrar debilidad, una debilidad que él no tenía. Estaba completamente seguro de volver a controlar al lobo, se había mentalisado y no sólo él, también su amada Isabeau lo creía. No podía fallarle, no quería fallarle, lo único que quería era vivir junto a ella por el resto de sus vidas.
La luz crepuscular se había esfumado, el manto de la noche cubrió totalmente los cielos y la luz de luna comenzó a embriagar los horizontes. Los latidos de Aitor se incrementaron, sus ojos aún no veía la luna llena pero su cuerpo ya la percibía, su presión aumentó y en un suspiro quiso decirle a Isabeau que el momento había llegado. Antes de apartarla de él, besó la contra palma de su mano, sus mejillas y su boca, luego le repitió que la amaba con el rostro más dulce que ofreció en el día. Se levantó lentamente dándole la espalda a su bella francesa y vio nuevamente la imagen de la bestia. —Amor, mi bella Isabeau... prométeme que te pondrás bajo resguardo, te irás tan lejos como te sea posible, prométemelo si fracaso— le dijo mientras mantenía su mirada perdida, luego se giró manteniendo un semblante serio.
La presencia de la bestia en su mente no le indicaban algo bueno y aunque se comprometió a no decir ese tipo de oraciones, Aitor temía que la situación se saliera de control. No quería que el amor de su vida terminara como su esposa, no lo deseaba. Mintiéndole fingió una sonrisa segura sabiendo que para ella no pasaría desapercibido esa farsa de la falta de seguridad que había crecido en él. La luz de la luna llena entró por la puerta y las ventanas bañando la espalda y el cabello del vitoriano, el suspiró, la sangre comenzó a hervirle, su respiración se volvió agitada y su cuerpo comenzó lentamente a crecer. —¡Te amo!— fue lo último que le dijo antes de darle la espalda para caminar hacía la puerta con los ojos cerrados.
Vio una vez más a la bestia dentro de su mente, y sus temores se esfumaron. –No me vencerás– le amenazó confiado de que lo lograría, nuevamente su confianza había regresado a él y así, con esa confianza abrió sus ojos cuando sus manos tocaban el arco de la puerta. Inició entonces la transformación. Lo primero que perdió fueron sus ojos claros, las pupilas crecieron formándose un par de perlas negras, el pelaje lo cubrió y su hocico comenzó a crecer junto con sus orejas; cayó a cuatro patas despedazando el pantalón, sus patas se fortalecieron y la cola surgió como lo hace la cornamenta de los venados cuando la primavera llega a los Pirineos. La transformación se completó una vez la cabeza lobuna se alzó hacia la luna y aulló plácidamente.
Al principio no pareció pasar nada, el lobo se alejó unos metros reconociendo el perímetro; era como si Aitor no permitiera que se acercara a la cabaña. Pero no era así, la bestia tenía el control en ese momento y en su naturaleza salvaje lo que hacía tan sólo era armar una táctica. Podía oler alguien en el interior, incluso la podía observar con su vista nocturna. No tardó mucho en demostrar su naturaleza bestial al colocarse frente a la puerta, con sus dos grandes ojos negros la observó directamente a los ojos, con su lengua acarició su hocico preparándolo para lo que estaba destinado hacer. Quizás no existía racionalidad en el lobo, o al menos eso era lo que creían muchos de los que no podían controlarse. Pero el lobo sabía lo que quería, y eso era: Libertad, libertad de hacer lo que su condición animal estaba programada, quería ser la bestia, cazar como un lobo y razonar como un lobo. Si esa mujer conseguía que Aitor tomara control sobre su naturaleza, la bestia desaparecería y los atisbos de su presencia quedaría encerrados en la consciencia.
Dio un par de pasos hacía al frente y agachó tanto cabeza como las patas traseras en una acción amenazante, sus ojos destellaron rabia y mostró sus colmillos liberando un gruñido que alejó a las aves de los alrededores, aulló un par de veces y se abalanzó sobre Isabeau con la evidente intención de matarla.
La luz crepuscular se había esfumado, el manto de la noche cubrió totalmente los cielos y la luz de luna comenzó a embriagar los horizontes. Los latidos de Aitor se incrementaron, sus ojos aún no veía la luna llena pero su cuerpo ya la percibía, su presión aumentó y en un suspiro quiso decirle a Isabeau que el momento había llegado. Antes de apartarla de él, besó la contra palma de su mano, sus mejillas y su boca, luego le repitió que la amaba con el rostro más dulce que ofreció en el día. Se levantó lentamente dándole la espalda a su bella francesa y vio nuevamente la imagen de la bestia. —Amor, mi bella Isabeau... prométeme que te pondrás bajo resguardo, te irás tan lejos como te sea posible, prométemelo si fracaso— le dijo mientras mantenía su mirada perdida, luego se giró manteniendo un semblante serio.
La presencia de la bestia en su mente no le indicaban algo bueno y aunque se comprometió a no decir ese tipo de oraciones, Aitor temía que la situación se saliera de control. No quería que el amor de su vida terminara como su esposa, no lo deseaba. Mintiéndole fingió una sonrisa segura sabiendo que para ella no pasaría desapercibido esa farsa de la falta de seguridad que había crecido en él. La luz de la luna llena entró por la puerta y las ventanas bañando la espalda y el cabello del vitoriano, el suspiró, la sangre comenzó a hervirle, su respiración se volvió agitada y su cuerpo comenzó lentamente a crecer. —¡Te amo!— fue lo último que le dijo antes de darle la espalda para caminar hacía la puerta con los ojos cerrados.
Vio una vez más a la bestia dentro de su mente, y sus temores se esfumaron. –No me vencerás– le amenazó confiado de que lo lograría, nuevamente su confianza había regresado a él y así, con esa confianza abrió sus ojos cuando sus manos tocaban el arco de la puerta. Inició entonces la transformación. Lo primero que perdió fueron sus ojos claros, las pupilas crecieron formándose un par de perlas negras, el pelaje lo cubrió y su hocico comenzó a crecer junto con sus orejas; cayó a cuatro patas despedazando el pantalón, sus patas se fortalecieron y la cola surgió como lo hace la cornamenta de los venados cuando la primavera llega a los Pirineos. La transformación se completó una vez la cabeza lobuna se alzó hacia la luna y aulló plácidamente.
Al principio no pareció pasar nada, el lobo se alejó unos metros reconociendo el perímetro; era como si Aitor no permitiera que se acercara a la cabaña. Pero no era así, la bestia tenía el control en ese momento y en su naturaleza salvaje lo que hacía tan sólo era armar una táctica. Podía oler alguien en el interior, incluso la podía observar con su vista nocturna. No tardó mucho en demostrar su naturaleza bestial al colocarse frente a la puerta, con sus dos grandes ojos negros la observó directamente a los ojos, con su lengua acarició su hocico preparándolo para lo que estaba destinado hacer. Quizás no existía racionalidad en el lobo, o al menos eso era lo que creían muchos de los que no podían controlarse. Pero el lobo sabía lo que quería, y eso era: Libertad, libertad de hacer lo que su condición animal estaba programada, quería ser la bestia, cazar como un lobo y razonar como un lobo. Si esa mujer conseguía que Aitor tomara control sobre su naturaleza, la bestia desaparecería y los atisbos de su presencia quedaría encerrados en la consciencia.
Dio un par de pasos hacía al frente y agachó tanto cabeza como las patas traseras en una acción amenazante, sus ojos destellaron rabia y mostró sus colmillos liberando un gruñido que alejó a las aves de los alrededores, aulló un par de veces y se abalanzó sobre Isabeau con la evidente intención de matarla.
Aitor Copado- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 09/04/2013
Re: Por ella, he de vencer al lobo | Isabeau Beaumont
Cerré los ojos un momento con mis pensamientos concentrados sólo en él, incapaz de pensar en cualquier posibilidad de que en un instante más la felicidad que compartíamos nos pudiese ser arrebatada. Lo habíamos conversado en los días pasados, en lo que sucedería, en la inevitabilidad de la nueva llegada del lobo y aunque al principio, tengo que confesar, no quise pensar en esa noche del mes sintiéndome tan dichosa con compartir mi vida con él me percaté de que estaba siendo egoista. Lo era enormemente si solo me concentraba en compartir su felicidad, pero sabía que deseaba estar con él en los momentos difíciles y que encontrase un apoyo en mi. Sabía que se había abierto a mi como no lo había hecho con otros así que comencé a reflexionar en todo lo que conocía del lobo. Algunas noches después de habernos amado y cuando le escuchaba respirar en un profundo sueño repasaba en mi mente aquel instante en que había sometido el instinto asesino y mortífero del licántropo para protegerme.
Repentinamente el frío de la montaña atenazaba todo mi cuerpo sofocándome, desperté de esa especie de ensueño en que me encontraba cuando escuché sus palabras. Al verme separada del refugio de sus brazos pareciera que la montaña supiese perfectamente lo que estaba a punto de suceder. La puerta entreabierta terminó de abrirse azotando fuertemente la pared al acuciar el viento y logrando de esa manera que las llamas de la chimenea aminorasen robándonos el calor del que habíamos gozado hasta entonces. Escuché las palabras de Aitor pidíéndome que le prometiese que me marcharía para ponerme a salvo si fracasaba. El vacío golpeó fuertemente mi estómago al escucharle. ¿Podría yo cumplir esa promesa si nuestra esperanza de los últimos días se extinguía, si las cosas no salían como queríamos? Mi mano se elevó para acariciar su mejilla y asentí ligeramente con mi cabeza, mi rostro se acercó al suyo para besar sus labios una última vez correspondiendo con un te amo antes de que la luna se presentase finalmente en el cielo retándonos fríamente a ambos para que él se precipitase a la puerta desapareciendo por ella. Caminé rápidamente detrás de él tras escuchar su aullido, deteniéndome en el marco de la puerta pude observar con mi mirada felina al enorme lobo negro merodeando en las cercanías de la cabaña. Ya había sucedido.
Pensé rápidamente en lo que tenía que hacer, como felina mis instintos se encontraban plenamente despiertos y alerta pero como humana sentía temor de equivocarme y que mi presencia en lugar de resultar beneficiosa surgiese el efecto contrario pero no podía darme el lujo de dudar ahora. Cuando mi mirada regresó a la puerta el lobo se encontraba ya allí observándome, astuto y expectante, sus ojos al brillar parecían inyectados en sangre. Le hubiese resultado fácil alejarse del lugar pero había decidido volver sobre sus pasos, posiblemente porque su instinto asesino y su desarrollado olfato le habían indicado que una futura presa se encontraba en el interior de la cabaña. Aunque cuando lo vi fijamente a los ojos el mundo pareció congelarse un instante, al buscar en la profundidad de sus orbes lo supe con seguridad. El no era Aitor en ese momento pero él sabía perfectamente quien era yo.
-Si sabes quien soy, también sabes que no me daré por vencida fácilmente.- Lo dije en voz alta, no usaría la telepatía para encolerizarlo como la anterior vez pero tampoco me callaría. El lobo se agazapó y cuando se abalanzó sobre mi logrando que mis latidos se disparasen irracionalmente mis manos se movieron hacia adonde se encontraba la escopeta de balas de plata que sabía resultaría mortal para él pero en lugar de tomarla mis dedos se desviaron unos centímetros hacia el atizador de la chimenea el cual tomé de entre los trozos de madera adonde reposaba caliente entre las llamas. Lo interpuse entre nosotros y al sentir el contacto del metal ardiente el lobo aulló de rabia tan poderosamente que me sentí aturdida y confundida unos segundos. -Aitor...- Mi mirada buscó a mi enemigo y mi voz se suavizó al detenerse en él.
Se había apartado de mi unos pasos y me miraba encolerizado, su negro pelaje erizado por la intensidad de su rabia, sus afilados colmillos dispuestos a enterrarse en mi carne en cualquier momento. -Amor mío... lo siento. No quise...-
Me mantuve inmóvil sosteniendo su mirada pero no buscaba desafiarle sino recordarle quien era yo, quien era él. -Sé qué estás allí, que puedes escucharme. Soy yo, Isabeau... tu Isabeau...- El lobo se había detenido en su movimiento y aproveché para intentar llegar a él, establecer un contacto pero entonces escuché como un feroz gruñido emergía de su garganta. Iba a abalanzarse sobre mi otra vez. Hablé atropellada y desesperadamente. -¡Aitor! Intenta recordar quien eres, los días en la cab...- Me interrumpí dejando las palabras en el aire y cuando el lobo se abalanzó de nuevo sobre mi lanzando feroces aullidos corrí velozmente al interior de la habitación cerrando la puerta de un portazo mientras escuchaba como el lobo arremetía contra ella golpeándola con su cuerpo una y otra y otra vez sin cesar de tal manera que parecía que estuviese a punto de arrancarla de sus goznes.
Repentinamente el frío de la montaña atenazaba todo mi cuerpo sofocándome, desperté de esa especie de ensueño en que me encontraba cuando escuché sus palabras. Al verme separada del refugio de sus brazos pareciera que la montaña supiese perfectamente lo que estaba a punto de suceder. La puerta entreabierta terminó de abrirse azotando fuertemente la pared al acuciar el viento y logrando de esa manera que las llamas de la chimenea aminorasen robándonos el calor del que habíamos gozado hasta entonces. Escuché las palabras de Aitor pidíéndome que le prometiese que me marcharía para ponerme a salvo si fracasaba. El vacío golpeó fuertemente mi estómago al escucharle. ¿Podría yo cumplir esa promesa si nuestra esperanza de los últimos días se extinguía, si las cosas no salían como queríamos? Mi mano se elevó para acariciar su mejilla y asentí ligeramente con mi cabeza, mi rostro se acercó al suyo para besar sus labios una última vez correspondiendo con un te amo antes de que la luna se presentase finalmente en el cielo retándonos fríamente a ambos para que él se precipitase a la puerta desapareciendo por ella. Caminé rápidamente detrás de él tras escuchar su aullido, deteniéndome en el marco de la puerta pude observar con mi mirada felina al enorme lobo negro merodeando en las cercanías de la cabaña. Ya había sucedido.
Pensé rápidamente en lo que tenía que hacer, como felina mis instintos se encontraban plenamente despiertos y alerta pero como humana sentía temor de equivocarme y que mi presencia en lugar de resultar beneficiosa surgiese el efecto contrario pero no podía darme el lujo de dudar ahora. Cuando mi mirada regresó a la puerta el lobo se encontraba ya allí observándome, astuto y expectante, sus ojos al brillar parecían inyectados en sangre. Le hubiese resultado fácil alejarse del lugar pero había decidido volver sobre sus pasos, posiblemente porque su instinto asesino y su desarrollado olfato le habían indicado que una futura presa se encontraba en el interior de la cabaña. Aunque cuando lo vi fijamente a los ojos el mundo pareció congelarse un instante, al buscar en la profundidad de sus orbes lo supe con seguridad. El no era Aitor en ese momento pero él sabía perfectamente quien era yo.
-Si sabes quien soy, también sabes que no me daré por vencida fácilmente.- Lo dije en voz alta, no usaría la telepatía para encolerizarlo como la anterior vez pero tampoco me callaría. El lobo se agazapó y cuando se abalanzó sobre mi logrando que mis latidos se disparasen irracionalmente mis manos se movieron hacia adonde se encontraba la escopeta de balas de plata que sabía resultaría mortal para él pero en lugar de tomarla mis dedos se desviaron unos centímetros hacia el atizador de la chimenea el cual tomé de entre los trozos de madera adonde reposaba caliente entre las llamas. Lo interpuse entre nosotros y al sentir el contacto del metal ardiente el lobo aulló de rabia tan poderosamente que me sentí aturdida y confundida unos segundos. -Aitor...- Mi mirada buscó a mi enemigo y mi voz se suavizó al detenerse en él.
Se había apartado de mi unos pasos y me miraba encolerizado, su negro pelaje erizado por la intensidad de su rabia, sus afilados colmillos dispuestos a enterrarse en mi carne en cualquier momento. -Amor mío... lo siento. No quise...-
Me mantuve inmóvil sosteniendo su mirada pero no buscaba desafiarle sino recordarle quien era yo, quien era él. -Sé qué estás allí, que puedes escucharme. Soy yo, Isabeau... tu Isabeau...- El lobo se había detenido en su movimiento y aproveché para intentar llegar a él, establecer un contacto pero entonces escuché como un feroz gruñido emergía de su garganta. Iba a abalanzarse sobre mi otra vez. Hablé atropellada y desesperadamente. -¡Aitor! Intenta recordar quien eres, los días en la cab...- Me interrumpí dejando las palabras en el aire y cuando el lobo se abalanzó de nuevo sobre mi lanzando feroces aullidos corrí velozmente al interior de la habitación cerrando la puerta de un portazo mientras escuchaba como el lobo arremetía contra ella golpeándola con su cuerpo una y otra y otra vez sin cesar de tal manera que parecía que estuviese a punto de arrancarla de sus goznes.
Isabeau Beaumont- Cambiante Clase Alta
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Re: Por ella, he de vencer al lobo | Isabeau Beaumont
Efectivamente, la defensa de Isabeau encolerizó al lobo. Sus ojos brillaban como el fuego del infierno; la hermosa Isabeau se había puesto en resguardo aunque Aitor le había implorado que se marchara si la situación se salía de control, que se transformara en el tigre blanco y lo abandonara, y obviamente, ella no lo hizo y realmente él no esperaba que le hiciera caso. Como fuere, Isabeau se encontraba en peligro de la bestia que estaba encaprichada en destrozarla, apartarla de la vida de Aitor.
La puerta de la madera exquisita comenzaba a crujir, comenzaban a formarse pronunciadas grietas y comenzaba a ceder. Las embestidas del lobo pronto echarían la puerta abajo, pero entonces el lobo sintió que la puerta poseía más resistencia. Aunque su razonamiento no era tan grande para deducir que el amor de Aitor había colocado algo para bloquear, sabía que había hecho algo y eso lo demoraría. Dejó de lanzarse sobre la puerta y dio un par de vueltas analizando la situación, razonando en cómo podría hacer para entrar. Después de todo, no era una tonta bestia, misteriosamente poseía ahora una conciencia asesina.
Se detuvo frente a la puerta, sus profundos ojos negros emitieron una luz de astucia, como si hubiera encontrado la solución y así era. Su cuerpo pareció crecer, irguió sus patas delanteras sacando el pecho y alzando las orejas como verdaderas lanzas, después, tiró su enorme cabeza hacia atrás para obtener más potencia y lanzó un poderoso aullido que hizo cimbrar los mismos cimientos de la casa, destruir todos los objetos de vidrio y agrietar aún más la puerta. Luego, se paró a dos patas y dejando caer su peso sobre la puerta la derribó, encontrando a una aturdida Isabeau.
El lobo mostró sus colmillos y la miró con un odio más intenso que el fulgor de sus orbes negros, gruñó y antes de que ella pudiera reaccionar completamente la embistió derribándola y con sus fauces la atacó directamente al cuello; sin embargo, antes de que los colmillos tocaran la piel tersa del amor de Aitor, él hizo presencia. Los ojos del vitoriano aparecieron en los de la bestia, tardó unos breves segundos en adaptarse a la visión lobuna y cuando pudo reaccionar vio a su bella dama tumbada y viéndole, reconociéndolo como él y no la bestia. Aitor se retiró un par de metros hacia atrás, viendo a través del lobo a Isabeau. «Corre» deseaba decirle pero no había ningún medio para comunicarse realmente con ella, y es que, sentía que la bestia reclamaba el cuerpo.
Sintió una fuerza infinitamente superior a la suya que lo jalaba a un lugar lleno de oscuridad, la imagen de Isabeau comenzaba a distorsionarse hasta que finalmente desapareció, la bestia volvió a tomar posesión del cuerpo y ella lo sabía. El lobo inclinó su cabeza hacia abajo, en una evidente postura de ataque, emitió un pequeño gruñido y cuando finalmente sus ojos volvieron a ser intensamente negros se abalanzó sobre Isabeau. La felina logró esquivarlo, el lobo aterrizó sobre la cama y al momento de querer contraatacar se enredó con las sábanas, dándole una oportunidad para que ella saliera, mas no lo hizo. El lobo se libró y saltó al piso para acorralar a Isabeau, pero justo en el momento en el que la iba a embestir Aitor recuperó el control.
La bestia que aún se encontraba presente encabritó el cuerpo del lobo en un intento de someterlo y volverlo a llevar a la oscuridad pero Aitor se aferró, no permitiría por ninguna circunstancia que le hiciera daño y por eso, mientras aún tenía el control, Aitor corrió a la ventana, salió por ella y corrió tan rápido como pudo al bosque.
La puerta de la madera exquisita comenzaba a crujir, comenzaban a formarse pronunciadas grietas y comenzaba a ceder. Las embestidas del lobo pronto echarían la puerta abajo, pero entonces el lobo sintió que la puerta poseía más resistencia. Aunque su razonamiento no era tan grande para deducir que el amor de Aitor había colocado algo para bloquear, sabía que había hecho algo y eso lo demoraría. Dejó de lanzarse sobre la puerta y dio un par de vueltas analizando la situación, razonando en cómo podría hacer para entrar. Después de todo, no era una tonta bestia, misteriosamente poseía ahora una conciencia asesina.
Se detuvo frente a la puerta, sus profundos ojos negros emitieron una luz de astucia, como si hubiera encontrado la solución y así era. Su cuerpo pareció crecer, irguió sus patas delanteras sacando el pecho y alzando las orejas como verdaderas lanzas, después, tiró su enorme cabeza hacia atrás para obtener más potencia y lanzó un poderoso aullido que hizo cimbrar los mismos cimientos de la casa, destruir todos los objetos de vidrio y agrietar aún más la puerta. Luego, se paró a dos patas y dejando caer su peso sobre la puerta la derribó, encontrando a una aturdida Isabeau.
El lobo mostró sus colmillos y la miró con un odio más intenso que el fulgor de sus orbes negros, gruñó y antes de que ella pudiera reaccionar completamente la embistió derribándola y con sus fauces la atacó directamente al cuello; sin embargo, antes de que los colmillos tocaran la piel tersa del amor de Aitor, él hizo presencia. Los ojos del vitoriano aparecieron en los de la bestia, tardó unos breves segundos en adaptarse a la visión lobuna y cuando pudo reaccionar vio a su bella dama tumbada y viéndole, reconociéndolo como él y no la bestia. Aitor se retiró un par de metros hacia atrás, viendo a través del lobo a Isabeau. «Corre» deseaba decirle pero no había ningún medio para comunicarse realmente con ella, y es que, sentía que la bestia reclamaba el cuerpo.
Sintió una fuerza infinitamente superior a la suya que lo jalaba a un lugar lleno de oscuridad, la imagen de Isabeau comenzaba a distorsionarse hasta que finalmente desapareció, la bestia volvió a tomar posesión del cuerpo y ella lo sabía. El lobo inclinó su cabeza hacia abajo, en una evidente postura de ataque, emitió un pequeño gruñido y cuando finalmente sus ojos volvieron a ser intensamente negros se abalanzó sobre Isabeau. La felina logró esquivarlo, el lobo aterrizó sobre la cama y al momento de querer contraatacar se enredó con las sábanas, dándole una oportunidad para que ella saliera, mas no lo hizo. El lobo se libró y saltó al piso para acorralar a Isabeau, pero justo en el momento en el que la iba a embestir Aitor recuperó el control.
La bestia que aún se encontraba presente encabritó el cuerpo del lobo en un intento de someterlo y volverlo a llevar a la oscuridad pero Aitor se aferró, no permitiría por ninguna circunstancia que le hiciera daño y por eso, mientras aún tenía el control, Aitor corrió a la ventana, salió por ella y corrió tan rápido como pudo al bosque.
Aitor Copado- Licántropo Clase Baja
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Re: Por ella, he de vencer al lobo | Isabeau Beaumont
A lo largo de mi vida me había encontrado con situaciones difíciles. Aunque quizás llamarles difíciles no era el término más preciso ni el más apropiado. Si hurgaba en mi memoría podía precisar con exactitud el momento en que me vi expuesta al primer atentado contra mi vida. Aquella noche de invierno en que mi "madre" adoptiva había intentado eliminarme con un disparo de escopeta al revelarse por primera vez mi naturaleza felina. Aún recuerdo su mirada fija en mi al jalar del gatillo. No había en sus ojos ni una pizca de cariño, mucho menos compasión, solo una fría determinación y algo más, aunque en ese momento no me di cuenta de lo que era. Tuvieron que transcurrir muchos años más para que al ver ese mismo sentimiento reflejado en otros ojos me percatase de lo que se trataba, un profundo miedo.
Las personas le temen a lo desconocido, para ellos alguien que pierde su apariencia de mujer para transformarse en un animal tenía que tener inequívocamente naturaleza diabólica. Algunos incluso llegaron a hacer la señal de la cruz frente a mi intentando de esa manera alejar al mal ya que la mujer a la que veían no podía ser más que una encarnación de ello. Aunque eso es otro tema que en este momento no nos atañe. Lo que verdaderamente importa es que aprendí a esperar lo inesperado. No podías dedicarte a un oficio como el mío, en el que deseabas tomar ventaja de tus dotes de engaño y camuflaje para poder llevar a cabo un buen robo o una productiva estafa sin sufrir ocasionalmente algún revés.
A pesar de que siempre era exhaustiva al repasar los detalles de cada nuevo plan en mi mente me topé con momentos en los que volví a ver esa paralizante determinación en la mirada de alguien que decidía acabar con mi vida, casi siempre a base de disparos. En esos momentos logré sobrevivir a gracias puramente a mi instinto, y aunque realizo una comparación con dichos eventos resultaba completamente diferente cuando la persona que intentaba acabar con tu vida no era alguien que se sentía burlado al acabar de descubrir que intentabas despojarle de sus propiedades materiales sino más bien el amor de mi vida. El haber conocido a Aitor no sólo había cambiado mi vida sentimentalmente sino que continuaba presentándome ante nuevas e inesperadas situaciones. Al tratarse de él no podía reaccionar de la misma forma en que siempre lo había hecho ya que al entremezclarse las emociones de las que antes carecía todo era diferente, sin embargo eso mismo hacía que todo valiese la pena.
Aún con la respiración agitada después de haber esquivado sus fauces apenas por cuestión de milímetros corrí hacia la ventana por la que acababa de desaparecer y salté igualmente a través de ella. Mientras aumentaba mi velocidad con el afán de no perderle la pista fui dejando caer una pieza de ropa tras otra sobre el blanco manto de nieve en la cual el viento que soplaba borraba rápidamente las huellas que en tan solo un instante dejaron de ser humanas para ser las típicas de un felino. La velocidad de un leopardo no puede compararse con nada, en mi caso nunca aprecié tanto esa ventaja como ahora al encontrarme tan motivada al dejarme llevar por mis albinas patas, siendo estas flexibles y ligeras como el viento. Sin embargo poseía otra ventaja, al haberme encontrado hasta la caída de la noche entre los brazos de Aitor podía hacer uso de mi habilidad de visión remota por lo que podía ver a través de sus ojos exactamente lo que él estaba mirando en ese momento.
Sabía así que se estaba adentrando en el bosque, podía ver cada animal que huía de él, cada árbol y cada rama que se presentaba a su paso. Así fue como poco a poco la distancia entre nosotros se fue acortando.
Observé como el lobo se detenía bruscamente y volvía su rostro en mi dirección con rapidez. Me agazapé sobre mis cuatro patas. Seguía siendo un riesgo estar a tan corta distancia de él pero si me mantenía a distancia o si me marchaba el lobo se saldría con la suya nuevamente esta noche como lo había hecho en cada una de las lunas llenas anteriores.
Nuestras miradas volvieron a cruzarse y cuando el licántropo volvió a lanzar uno de sus terribles aullidos de furia salí disparada en dirección contraria a él. El feroz lobo corrió velozmente detrás de mi. Salté evadiendo un montículo de hojas cosa que él no tuvo cuidado de imitar, al pisarlas estas se hundieron por debajo de él y su aullido se transformó en uno de sorpresa mientras su enorme y siniestra figura caía en el foso.
Recuperé mi forma humana y me apresuré a tapar la trampa que el propio Aitor y yo habíamos cavado hace unas semanas. El lobo saltaba lanzando mordiscos al aire, podía verle a través del espacio entre las rendijas de las tablas de madera que hacía las veces de tapadera del foso. Recuperé mi forma humana sin estar muy segura de por cuanto tiempo le retendría allí.
-No quería recurrir a esto pero no me dejas otra alternativa. Podrás intentar mantener a raya a Aitor pero sé que él está presente. Lo vi en la cabaña y no me iré hasta que lo vuelva a ver y el consiga dominarte. Tenemos toda la noche para lograrlo.-
Las personas le temen a lo desconocido, para ellos alguien que pierde su apariencia de mujer para transformarse en un animal tenía que tener inequívocamente naturaleza diabólica. Algunos incluso llegaron a hacer la señal de la cruz frente a mi intentando de esa manera alejar al mal ya que la mujer a la que veían no podía ser más que una encarnación de ello. Aunque eso es otro tema que en este momento no nos atañe. Lo que verdaderamente importa es que aprendí a esperar lo inesperado. No podías dedicarte a un oficio como el mío, en el que deseabas tomar ventaja de tus dotes de engaño y camuflaje para poder llevar a cabo un buen robo o una productiva estafa sin sufrir ocasionalmente algún revés.
A pesar de que siempre era exhaustiva al repasar los detalles de cada nuevo plan en mi mente me topé con momentos en los que volví a ver esa paralizante determinación en la mirada de alguien que decidía acabar con mi vida, casi siempre a base de disparos. En esos momentos logré sobrevivir a gracias puramente a mi instinto, y aunque realizo una comparación con dichos eventos resultaba completamente diferente cuando la persona que intentaba acabar con tu vida no era alguien que se sentía burlado al acabar de descubrir que intentabas despojarle de sus propiedades materiales sino más bien el amor de mi vida. El haber conocido a Aitor no sólo había cambiado mi vida sentimentalmente sino que continuaba presentándome ante nuevas e inesperadas situaciones. Al tratarse de él no podía reaccionar de la misma forma en que siempre lo había hecho ya que al entremezclarse las emociones de las que antes carecía todo era diferente, sin embargo eso mismo hacía que todo valiese la pena.
Aún con la respiración agitada después de haber esquivado sus fauces apenas por cuestión de milímetros corrí hacia la ventana por la que acababa de desaparecer y salté igualmente a través de ella. Mientras aumentaba mi velocidad con el afán de no perderle la pista fui dejando caer una pieza de ropa tras otra sobre el blanco manto de nieve en la cual el viento que soplaba borraba rápidamente las huellas que en tan solo un instante dejaron de ser humanas para ser las típicas de un felino. La velocidad de un leopardo no puede compararse con nada, en mi caso nunca aprecié tanto esa ventaja como ahora al encontrarme tan motivada al dejarme llevar por mis albinas patas, siendo estas flexibles y ligeras como el viento. Sin embargo poseía otra ventaja, al haberme encontrado hasta la caída de la noche entre los brazos de Aitor podía hacer uso de mi habilidad de visión remota por lo que podía ver a través de sus ojos exactamente lo que él estaba mirando en ese momento.
Sabía así que se estaba adentrando en el bosque, podía ver cada animal que huía de él, cada árbol y cada rama que se presentaba a su paso. Así fue como poco a poco la distancia entre nosotros se fue acortando.
Observé como el lobo se detenía bruscamente y volvía su rostro en mi dirección con rapidez. Me agazapé sobre mis cuatro patas. Seguía siendo un riesgo estar a tan corta distancia de él pero si me mantenía a distancia o si me marchaba el lobo se saldría con la suya nuevamente esta noche como lo había hecho en cada una de las lunas llenas anteriores.
Nuestras miradas volvieron a cruzarse y cuando el licántropo volvió a lanzar uno de sus terribles aullidos de furia salí disparada en dirección contraria a él. El feroz lobo corrió velozmente detrás de mi. Salté evadiendo un montículo de hojas cosa que él no tuvo cuidado de imitar, al pisarlas estas se hundieron por debajo de él y su aullido se transformó en uno de sorpresa mientras su enorme y siniestra figura caía en el foso.
Recuperé mi forma humana y me apresuré a tapar la trampa que el propio Aitor y yo habíamos cavado hace unas semanas. El lobo saltaba lanzando mordiscos al aire, podía verle a través del espacio entre las rendijas de las tablas de madera que hacía las veces de tapadera del foso. Recuperé mi forma humana sin estar muy segura de por cuanto tiempo le retendría allí.
-No quería recurrir a esto pero no me dejas otra alternativa. Podrás intentar mantener a raya a Aitor pero sé que él está presente. Lo vi en la cabaña y no me iré hasta que lo vuelva a ver y el consiga dominarte. Tenemos toda la noche para lograrlo.-
Isabeau Beaumont- Cambiante Clase Alta
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Re: Por ella, he de vencer al lobo | Isabeau Beaumont
El lobo la percibió antes de que llegara hasta él, pero decidió avanzar un poco más hasta que el camino se dificultaba por los frondosos pinostan altos que parecía llegaban hasta el oscuro cielo. La bestia se frenó bruscamente y de la misma forma encaró la mirada del leopardo, la consciente mirada pensante que Isabeau mantenía sobre su transformación felina, un control nato entre los cambiaformas y que esa noche Aitor pretendíá imitar y en su tiempo igualar. A veces, cuando estaba entre los brazos de Isabeau dejando que el tiempo pasase pensaba en la maravilloso que sería correr por el bosque transformados él en el lobo y ella en la majestuosa leopardo, competir y jugar como lo hacen bajo la piel humana; cerraba sus ojos sonriendo y al abrirlos nuevamente esa fantasia se alejaba cruelmente dando pie a una ansiedad de no conseguir el propósito que ambos queríán.
Mostrando sus amenazantes fauces le gruño, como si le exclamara que sabía quien era, pues, sus negros ojos como el azabache así lo confirmaba. La piel se le erizó de rabia y se abalanzó sobre ella que hecho a correr a otra dirección, a la trampa que, ambos, como humanos habían construido y con esa misma esperanza de haberla construido, con ese empeño y añoranza, la bestia cayó en el foso sin siquiera preeverlo. De esta forma Aitor, aunque no estuviera presente, cumplía su predicción «él no tendrá consciencia de la trampa, no anticipará nada aunque yo lo sepa como humano» le había dicho a su amada.
Derrotado la bestia tocó fondo emitiendo un chillido, no del golpe, sino de la humillación de haber caído en tran predecible trampa y a su vez, perder el encuentro, al menos, por ahora. Reincorporándose observó como era sellado el foso ocultándole la plenitud de la luz de luna llena, dejando que leves rayos acariciaran su negro pelaje. Comprendiendo la situación en la que se encontraba el lobo comenzó a dar vueltas en círculo mirando siempre hacía arriba, con ojos inyectados de odio a esa mujer que le quería arrebatar el salvajismo, así como la autoridad sobre Aitor; pero, aunque al parecer se encontraba sumiso al no aullar o siquiera gruñir, en su cabeza lobuna se formulaban ideas para poder salir de ahí.
En un principio había saltado comprobando que no llegaba y aunque lo hiciera esa tapa de madera, aunque no lo suficientemente fuerte para contenerlo de un ataque a corta distancia, le impidiría salir. Evidentemente la situación no era muy favorable, no para él, ambos habían hecho una gran jugada y mostrándose derrotado, después de un par de horas el lobo se echó poniendo su cabeza entre sus enormes patas con las orejas totalmente paradas. Pasaron unos minutos y comenzó a lamer sus patas, media hora más tarde bostezó en un claro gesto de cansancio y volvió a descansar su cabeza, sus ojos se cerraron por un breve instante, luego, con una perversa astucia miró hacía harriba donde aún se encontraba Isabeau. No podía sonreír pero lo haría y su sonrisa no sería para nada alegre.
Se levantó a sus cuatro patas y miró en todo momento a Isabeau, comenzó a moverse como si asechara, después aulló y sin que pudiera prevenirlo ella o lo hiciese Aitor cuando cavaron la fosa. El lobo saltó hacía una de las paredes, sus patas se flexionaron y saltó al otro extremo de la pared escalándo tres metros en esos saltos; luego, subió en otro salto a la pared de su espalda quedando a escaso metro y medio, finalmente, en un último salto se arrojó sobre la tapa la que no pudo contenerlo y entre los pedazos de madera que volaban, la bestia dirigió sus fauces hacía Isabeau que logró librarse del mortal ataque. El lobo cayó sobre la nieve con torpeza pero se reincorporó rápidamente.
Tomó una postura de un perfecto asesino, bajó la cabeza al ras del suelo con sus orejas en lo alto y mostrando sus enormes y blancos colmillos. Su negro pelaje se encontraba mezclado con la nieve y conforme gruñía esa escarcha blanca caía como si huyera de la cruel lava que todo lo arrastra cuando sin control es expulsada por un furioso volcán. Eso era precisamente la bestia, la luna ya se había desplazado y desde esa posición lanzaba una luz que hizo brillar los negros ojos del lobo que parecía más bien un verdadero demonio. Pero no atacó, era como si esperase que se convirtiera en una felino para poder despedazarla poseyendo ella su máxima fuerza.
Los gruñidos se hicieron más constantes y crecieron en volúmen, la bestia comenzó a desplazarse hacía la derecha, rodeándola pero manteniéndose agachado, amenazando que en cualquier momento podría lanzarse. Esperaba solamente que Isabeau hiciera un movimiento. De pronto, el lobo pareció convulsionarse, su cabeza se movió de un lado a otro y fue retrocediendo; quiso aullar pero lo que se emitía de su hocico eran simples ladridos. Su cuerpo fue perdiendo su altura y masa corporal hasta parecer un simple lobo común, luego, sus patas delanteras perdieron el pelaje dejando ver los fuertes brazos del vitoriano; las patas traseras se estiraron convirtiéndose en las musculosas piernas y las bien definidas pantorrillas, se dibujó el esculpido torso y los amplios pectorales, desapareció el hocico, las orejas se volvieron humanas, los ojos dejaron de ser como el azabache y brillaron con un intenso color miel, surgieron los gruesos labios, el perfil griego y las cejas medias... Era Aitor, totalmente desnudo pero al fin y de cuentas él.
Mostrando sus amenazantes fauces le gruño, como si le exclamara que sabía quien era, pues, sus negros ojos como el azabache así lo confirmaba. La piel se le erizó de rabia y se abalanzó sobre ella que hecho a correr a otra dirección, a la trampa que, ambos, como humanos habían construido y con esa misma esperanza de haberla construido, con ese empeño y añoranza, la bestia cayó en el foso sin siquiera preeverlo. De esta forma Aitor, aunque no estuviera presente, cumplía su predicción «él no tendrá consciencia de la trampa, no anticipará nada aunque yo lo sepa como humano» le había dicho a su amada.
Derrotado la bestia tocó fondo emitiendo un chillido, no del golpe, sino de la humillación de haber caído en tran predecible trampa y a su vez, perder el encuentro, al menos, por ahora. Reincorporándose observó como era sellado el foso ocultándole la plenitud de la luz de luna llena, dejando que leves rayos acariciaran su negro pelaje. Comprendiendo la situación en la que se encontraba el lobo comenzó a dar vueltas en círculo mirando siempre hacía arriba, con ojos inyectados de odio a esa mujer que le quería arrebatar el salvajismo, así como la autoridad sobre Aitor; pero, aunque al parecer se encontraba sumiso al no aullar o siquiera gruñir, en su cabeza lobuna se formulaban ideas para poder salir de ahí.
En un principio había saltado comprobando que no llegaba y aunque lo hiciera esa tapa de madera, aunque no lo suficientemente fuerte para contenerlo de un ataque a corta distancia, le impidiría salir. Evidentemente la situación no era muy favorable, no para él, ambos habían hecho una gran jugada y mostrándose derrotado, después de un par de horas el lobo se echó poniendo su cabeza entre sus enormes patas con las orejas totalmente paradas. Pasaron unos minutos y comenzó a lamer sus patas, media hora más tarde bostezó en un claro gesto de cansancio y volvió a descansar su cabeza, sus ojos se cerraron por un breve instante, luego, con una perversa astucia miró hacía harriba donde aún se encontraba Isabeau. No podía sonreír pero lo haría y su sonrisa no sería para nada alegre.
Se levantó a sus cuatro patas y miró en todo momento a Isabeau, comenzó a moverse como si asechara, después aulló y sin que pudiera prevenirlo ella o lo hiciese Aitor cuando cavaron la fosa. El lobo saltó hacía una de las paredes, sus patas se flexionaron y saltó al otro extremo de la pared escalándo tres metros en esos saltos; luego, subió en otro salto a la pared de su espalda quedando a escaso metro y medio, finalmente, en un último salto se arrojó sobre la tapa la que no pudo contenerlo y entre los pedazos de madera que volaban, la bestia dirigió sus fauces hacía Isabeau que logró librarse del mortal ataque. El lobo cayó sobre la nieve con torpeza pero se reincorporó rápidamente.
Tomó una postura de un perfecto asesino, bajó la cabeza al ras del suelo con sus orejas en lo alto y mostrando sus enormes y blancos colmillos. Su negro pelaje se encontraba mezclado con la nieve y conforme gruñía esa escarcha blanca caía como si huyera de la cruel lava que todo lo arrastra cuando sin control es expulsada por un furioso volcán. Eso era precisamente la bestia, la luna ya se había desplazado y desde esa posición lanzaba una luz que hizo brillar los negros ojos del lobo que parecía más bien un verdadero demonio. Pero no atacó, era como si esperase que se convirtiera en una felino para poder despedazarla poseyendo ella su máxima fuerza.
Los gruñidos se hicieron más constantes y crecieron en volúmen, la bestia comenzó a desplazarse hacía la derecha, rodeándola pero manteniéndose agachado, amenazando que en cualquier momento podría lanzarse. Esperaba solamente que Isabeau hiciera un movimiento. De pronto, el lobo pareció convulsionarse, su cabeza se movió de un lado a otro y fue retrocediendo; quiso aullar pero lo que se emitía de su hocico eran simples ladridos. Su cuerpo fue perdiendo su altura y masa corporal hasta parecer un simple lobo común, luego, sus patas delanteras perdieron el pelaje dejando ver los fuertes brazos del vitoriano; las patas traseras se estiraron convirtiéndose en las musculosas piernas y las bien definidas pantorrillas, se dibujó el esculpido torso y los amplios pectorales, desapareció el hocico, las orejas se volvieron humanas, los ojos dejaron de ser como el azabache y brillaron con un intenso color miel, surgieron los gruesos labios, el perfil griego y las cejas medias... Era Aitor, totalmente desnudo pero al fin y de cuentas él.
Aitor Copado- Licántropo Clase Baja
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Re: Por ella, he de vencer al lobo | Isabeau Beaumont
Me encontraba de pie con la respiración agitada aunque procuraba no delatar el hecho, procuré desacelerar la misma logrando que mi pecho comenzase a moverse más despacio y mi felina mirada se encontraba prendida de la del enorme lobo que acababa de irrumpir de la fosa de forma sorpresiva.
Tengo que admitir que al pasar un par de horas de haber caido en ella fui bajando la retaguardia, al principio me dediqué a caminar alrededor de la tapa de madera observando en lo profundo de la misma, en medio de la oscuridad lograba detectar los brillantes ojos inyectados en sangre. Después me detuve a un lado y me senté preguntándome que pasaría ahora, si de alguna manera el lobo disminuiría en salvajismo al verse burlado y se resignaría. Al principio no parecía así, con esa mirada cargada de furia concentrada en mi pero luego pude notar que comenzaba a adormecerse lo cual provocó que yo misma comenzara a cabecear. Terminé cambiando mi posición para recostarme sobre la nieve que cubría el pasto a mi alrededor, preguntándome cuando se desvanecería completamente la pesadilla e imaginándome el momento en que así fuera, cuando Aitor pudiese recorrer los caminos junto a mi en completo dominio de su bestia. Sonreí al visualizarlo mentalmente e incluso me atreví a imaginar más allá, no vi únicamente al lobo negro y a la leopardo albina, sino también a unos pequeños cachorros que corrían junto a nosotros y eran mucho más veloces y fuertes de lo que uno podría jamás imaginar... Sonreí al cerrar los ojos aunque en mi surgió la duda. ¿Podríamos Aitor y yo tener una familia? ¿Era yo capaz de concebir un hijo suyo o era sólo una fantasía?
Pareciera como si el lobo hubiese leído mis pensamientos porque justo en ese instante el estruendo que causó al saltar y lanzar la tapa de madera por los aires con su descomunal fuerza logró que a mi vez usase mi agilidad felina para alejarme del estallido. Ahora estábamos otra vez como al principio, el uno frente al otro, pero por alguna razón no se había lanzado sobre mi aún. No me engañaba a mi misma, no era que él hubiese cambiado de opinión con respecto a mi, su aura era oscura y amenazadora, su pelaje erizado por la furia acompañaba su rostro asesino al caminar lentamente a mi alrededor. Varios pensamientos cruzaron mi mente como ráfagas, el pensar que solo uno de nosotros pudiera salir con vida de este enfrentamiento esta noche, pero yo jamás podría tomar la vida de Aitor, aún si se presentase la oportunidad al defenderme, acabar con él sería acabar conmigo misma, matar mi propia alma y nunca estaría dispuesta a hacer algo así...
Parpadeé en la oscuridad mientras pequeños copos de nieve comenzaban a caer sobre mi rubia cabellera y sobre mi cuerpo, una sonrisa comenzó a dibujarse en mi rostro al observar como Aitor volvía a mi. A pesar de que la luna llena se alzaba brillante y completa en el oscuro cielo, el lobo desaparecía en ese momento. -¡Aitor!- Corrí hacia él con toda la velocidad de la que era capaz y me lancé en sus brazos, rodeando su cintura con los míos me apreté a él sintiendo inmediatamente como su calor entibiaba mi cuerpo a pesar de la fría inclemencia de la montaña y observé como sus amados ojos me observaban reconociéndome.
Elevé mi rostro para besar sus labios los cuales me infundían el entusiasmo y la esperanza que habían amenazado con desaparecer en un instante de duda y me reprendí duramente por hábermelo permitido. -¡Has vuelto! A pesar de las intenciones del lobo... a pesar de que la luna llena continua brillando sobre nuestras cabezas... y a pesar de que esta noche temible aún no llega a su fin...- El dorso de mis dedos ahora acariciaban su mejilla y su rostro deteniéndose en este, como si de esa manera se negase a permitir que sus varoniles rasgos pudieran volver a desaparecer, buscando disipar ese temor que aún hacía temblar mis rodillas y que erizaba mi piel por momentos.
-Amor, quédate conmigo durante lo que queda de la noche. No vuelvas a marcharte, no permitas que el lobo regrese...- Hablaba atropellada y urgentemente al no estar segura de con cuanto tiempo contábamos. El lobo era terco y podía presentar lucha, me odiaba y no se quedaría tranquilo pero el milagro se había presentado por segunda vez frente a mis ojos y maldita sería por siempre si no luchaba por retener a Aitor conmigo. Me aferré a él como si de esa manera pudiera evitar que la maldición me lo arrebatase otra vez. -Permíteme retenerte conmigo y que sea la fuerza de este sentimiento que compartimos la que nos mantenga unidos. Ya no quiero perderte ni tan siquiera un segundo... Te amo, mucho más de lo que me amo a mi misma...- Sonreí al sostener su cálida y amorosa mirada y luego mis labios volvieron a buscar los suyos fundiéndose en ellos de manera que no fuera necesario añadir a mi súplica más palabras.
Tengo que admitir que al pasar un par de horas de haber caido en ella fui bajando la retaguardia, al principio me dediqué a caminar alrededor de la tapa de madera observando en lo profundo de la misma, en medio de la oscuridad lograba detectar los brillantes ojos inyectados en sangre. Después me detuve a un lado y me senté preguntándome que pasaría ahora, si de alguna manera el lobo disminuiría en salvajismo al verse burlado y se resignaría. Al principio no parecía así, con esa mirada cargada de furia concentrada en mi pero luego pude notar que comenzaba a adormecerse lo cual provocó que yo misma comenzara a cabecear. Terminé cambiando mi posición para recostarme sobre la nieve que cubría el pasto a mi alrededor, preguntándome cuando se desvanecería completamente la pesadilla e imaginándome el momento en que así fuera, cuando Aitor pudiese recorrer los caminos junto a mi en completo dominio de su bestia. Sonreí al visualizarlo mentalmente e incluso me atreví a imaginar más allá, no vi únicamente al lobo negro y a la leopardo albina, sino también a unos pequeños cachorros que corrían junto a nosotros y eran mucho más veloces y fuertes de lo que uno podría jamás imaginar... Sonreí al cerrar los ojos aunque en mi surgió la duda. ¿Podríamos Aitor y yo tener una familia? ¿Era yo capaz de concebir un hijo suyo o era sólo una fantasía?
Pareciera como si el lobo hubiese leído mis pensamientos porque justo en ese instante el estruendo que causó al saltar y lanzar la tapa de madera por los aires con su descomunal fuerza logró que a mi vez usase mi agilidad felina para alejarme del estallido. Ahora estábamos otra vez como al principio, el uno frente al otro, pero por alguna razón no se había lanzado sobre mi aún. No me engañaba a mi misma, no era que él hubiese cambiado de opinión con respecto a mi, su aura era oscura y amenazadora, su pelaje erizado por la furia acompañaba su rostro asesino al caminar lentamente a mi alrededor. Varios pensamientos cruzaron mi mente como ráfagas, el pensar que solo uno de nosotros pudiera salir con vida de este enfrentamiento esta noche, pero yo jamás podría tomar la vida de Aitor, aún si se presentase la oportunidad al defenderme, acabar con él sería acabar conmigo misma, matar mi propia alma y nunca estaría dispuesta a hacer algo así...
Parpadeé en la oscuridad mientras pequeños copos de nieve comenzaban a caer sobre mi rubia cabellera y sobre mi cuerpo, una sonrisa comenzó a dibujarse en mi rostro al observar como Aitor volvía a mi. A pesar de que la luna llena se alzaba brillante y completa en el oscuro cielo, el lobo desaparecía en ese momento. -¡Aitor!- Corrí hacia él con toda la velocidad de la que era capaz y me lancé en sus brazos, rodeando su cintura con los míos me apreté a él sintiendo inmediatamente como su calor entibiaba mi cuerpo a pesar de la fría inclemencia de la montaña y observé como sus amados ojos me observaban reconociéndome.
Elevé mi rostro para besar sus labios los cuales me infundían el entusiasmo y la esperanza que habían amenazado con desaparecer en un instante de duda y me reprendí duramente por hábermelo permitido. -¡Has vuelto! A pesar de las intenciones del lobo... a pesar de que la luna llena continua brillando sobre nuestras cabezas... y a pesar de que esta noche temible aún no llega a su fin...- El dorso de mis dedos ahora acariciaban su mejilla y su rostro deteniéndose en este, como si de esa manera se negase a permitir que sus varoniles rasgos pudieran volver a desaparecer, buscando disipar ese temor que aún hacía temblar mis rodillas y que erizaba mi piel por momentos.
-Amor, quédate conmigo durante lo que queda de la noche. No vuelvas a marcharte, no permitas que el lobo regrese...- Hablaba atropellada y urgentemente al no estar segura de con cuanto tiempo contábamos. El lobo era terco y podía presentar lucha, me odiaba y no se quedaría tranquilo pero el milagro se había presentado por segunda vez frente a mis ojos y maldita sería por siempre si no luchaba por retener a Aitor conmigo. Me aferré a él como si de esa manera pudiera evitar que la maldición me lo arrebatase otra vez. -Permíteme retenerte conmigo y que sea la fuerza de este sentimiento que compartimos la que nos mantenga unidos. Ya no quiero perderte ni tan siquiera un segundo... Te amo, mucho más de lo que me amo a mi misma...- Sonreí al sostener su cálida y amorosa mirada y luego mis labios volvieron a buscar los suyos fundiéndose en ellos de manera que no fuera necesario añadir a mi súplica más palabras.
Isabeau Beaumont- Cambiante Clase Alta
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Re: Por ella, he de vencer al lobo | Isabeau Beaumont
Su cuerpo aún ardía. No podía percibir el contacto de su amada Isabeau pese a que la podía ver. Era como si se encontrara en un vacío, como si el cuerpo estuviera hueco y su conciencia se encontrara muy lejos. No pudo responderle, se ahogó en la desesperación de no poderle decir que se fuera, que era una trampa, que él no tenía el control. Pero era inútil y podía ver al lobo detrás de ella. Aquellos ojos oscuros de un brillo asesino, la bestia negra que le mostraba sus colmillos; que sin hablar le decía que de despidiera de ella, que la contemplara una vez más porque no podría hacerlo más.
Comenzó a sentir el cuerpo de su amada, su cuerpo seguía hirviendo, pero ya no importaba. Sus extremidades comenzaron a tener libertad, correspondió el beso y luego la abrazó. El lobo aulló dentro de él y como si con eso pudiera hacer algo, cerró los ojos. —Te amo— susurró. Los ojos de la bestia aparecieron mientras aquel cuerpo que aún pertenecía a Aitor seguía aferrado a Isabeau. La irracionalidad fue la segunda característica que apareció en Aitor, o mejor dicho de la bestia. La mano del hombre subió por la espalda hasta la nuca haciendo que ella depositara su cabeza en los hombros.
Ahora, la transformación era diferente. Primero fue el rostro que Isabeau no podía ver, luego, sus garras que desgarraron parte de la espalda del gran amor de Aitor. Isabeau se alejó por inercia mientras el lobo concluía muy rápido su transformación. La bestia comenzó a gruñir anunciando que el cuerpo de Aitor no le pertenecía a ella, sino a él, el lobo siempre tendría el control. Cuando creyó dejarlo claro se agazapó sobre Isabeau derribándola. Las poderosas patas aprisionaron sus hombros mientras sus fauces se dirigieron a la yugular derrochando rabia.
El tiempo se detuvo, —¡¡¡¡NOOOOO!!!!— gritó Aitor y se abalanzó sobre el lobo. La bestia esquivó el ataque y se agazapó para darle muerte. Esa era la respuesta para no tener más interrupciones. Asesinar la conciencia de aquel hombre que se sublevaba a su licantropía, no sólo que se negaba a ceder el poder a su bestia, sino, que le negaba la libertad de hacer lo que quisiera, en este caso, matar a Isabeau. Pero Aitor no lo permitió, se transformó en lobo y libró una lucha encarnizada con la bestia. Y ahí, en ese combate cayó abatido la ira incontrolable que representaba la bestia.
El trayecto de las fauces se detuvieron, los ojos negros se desvanecieron brillando el tono miel que le pertenecían a Aitor, él, bajo la piel del lobo negro se retiró del cuerpo de su amada, emitió un chillido pues sabía que le había echo la bestia. Agachó su cabeza abatido y observando la belleza de ella se acercó lamiéndole la mano, para después echarse a un costado y cerrar sus ojos.
Comenzó a sentir el cuerpo de su amada, su cuerpo seguía hirviendo, pero ya no importaba. Sus extremidades comenzaron a tener libertad, correspondió el beso y luego la abrazó. El lobo aulló dentro de él y como si con eso pudiera hacer algo, cerró los ojos. —Te amo— susurró. Los ojos de la bestia aparecieron mientras aquel cuerpo que aún pertenecía a Aitor seguía aferrado a Isabeau. La irracionalidad fue la segunda característica que apareció en Aitor, o mejor dicho de la bestia. La mano del hombre subió por la espalda hasta la nuca haciendo que ella depositara su cabeza en los hombros.
Ahora, la transformación era diferente. Primero fue el rostro que Isabeau no podía ver, luego, sus garras que desgarraron parte de la espalda del gran amor de Aitor. Isabeau se alejó por inercia mientras el lobo concluía muy rápido su transformación. La bestia comenzó a gruñir anunciando que el cuerpo de Aitor no le pertenecía a ella, sino a él, el lobo siempre tendría el control. Cuando creyó dejarlo claro se agazapó sobre Isabeau derribándola. Las poderosas patas aprisionaron sus hombros mientras sus fauces se dirigieron a la yugular derrochando rabia.
El tiempo se detuvo, —¡¡¡¡NOOOOO!!!!— gritó Aitor y se abalanzó sobre el lobo. La bestia esquivó el ataque y se agazapó para darle muerte. Esa era la respuesta para no tener más interrupciones. Asesinar la conciencia de aquel hombre que se sublevaba a su licantropía, no sólo que se negaba a ceder el poder a su bestia, sino, que le negaba la libertad de hacer lo que quisiera, en este caso, matar a Isabeau. Pero Aitor no lo permitió, se transformó en lobo y libró una lucha encarnizada con la bestia. Y ahí, en ese combate cayó abatido la ira incontrolable que representaba la bestia.
El trayecto de las fauces se detuvieron, los ojos negros se desvanecieron brillando el tono miel que le pertenecían a Aitor, él, bajo la piel del lobo negro se retiró del cuerpo de su amada, emitió un chillido pues sabía que le había echo la bestia. Agachó su cabeza abatido y observando la belleza de ella se acercó lamiéndole la mano, para después echarse a un costado y cerrar sus ojos.
Aitor Copado- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 09/04/2013
Re: Por ella, he de vencer al lobo | Isabeau Beaumont
Cada vez que me encontraba en brazos de Aitor volvía a encontrar mi lugar, me invadía la certeza de que pertenecía entre ellos de manera que me extrañaba el no haberlos conocido antes y estaba segura de que nunca ningún abrazo que no fuese el suyo lograría hacerme completamente segura como siempre lo hacía, fue por eso por lo que cuando sentí el repentino y violento desgarre en la piel de mi espalda y cuando las garras se hundieron en ella para arrancarla a jirones permanecí inmóvil un momento como si mi mente se negara a reconocer lo que estaba sucediendo, aún cuando el intenso y agudo dolor me recorrió de los pies a la cabeza me encontraba paralizada, aunque mi felino interno debió darse cuenta antes de que yo lo hiciera logrando separarme de él.
Sin embargo aún después del ataque del lobo y al sentir sus enormes patas sobre mis hombros, yaciendo sobre la nieve mientras la sangre que fluía de mi espalda se esparcía sobre ella tiñendola de carmesí, fijé mi mirada en los diabólicos ojos que anunciaban mi muerte inminente, no pude odiarle porque todo fuese a terminar así, aunque una infinita tristeza me invadía al imaginar que ya no compartiría mi vida con Aitor, que no volvería a sentir su mirada fija en la mia o ver su rostro iluminarse al sonreirme, no correría juguetonamente con él hasta que el cansancio nos venciese y nos tumbásemos en la nieve o en el lecho adonde me sentía tan dichosa con sólo mirarle. Cerré los ojos un momento sintiendo aumentar la intensidad del viento y cuando volví a abrirlos el amenazador rostro del lobo negro ya no se encontraba frente a mi, había sido sustituido por el de alguien más...
-¿Damien?- Parpadeé un par de veces al contemplar muy de cerca el rostro masculino de amplia frente y oscuro cabello que no había vuelto a ver en tanto tiempo. Lo observé perpleja e intenté levantarme pero ahora eran sus manos las que retenían mi cuerpo en el suelo e impedían que me moviese. -No es posible.- dije comunicándome con él sin mover los labios y contuve la respiración negándome a mirarlo, cerré los ojos y al volverlos a abrir él aún se encontraba allí. -¿Qué eres? ¿Un fantasma? Pero... por qué...- Intenté voltear y buscar a Aitor con la mirada pero solo veía la nieve blanca caer cada vez más empañando toda visibilidad.
-¿Por qué lo buscas Isabeau? ¿A él le harás lo mismo que a mi? ¿Le harás promesas de amor eterno y luego te desaharás de él?- Mi mirada volvió a fijarse en su pálido y mortecino rostro. -No, yo no quería que sucediese Damien, no pude impedirlo. Fueron ellos... cuando averiguaron que nos habíamos casado...-
-¡¡¡BASTA ISABEAU!!!- Su rostro cambió de forma abandonando la de un hombre para adquirir la de un demonio de ojos de fuego, pero esto duró solo unos segundos y luego volvió a ser él mismo. -Ambos sabemos que eres una fría arpía y como piensas. Cuanto tiempo crees que puedes vivir idílicamente en la cabaña antes de que desees volver a las riquezas, a los finas vestiduras, la vajilla de oro y las sábanas de seda.- Su fría mano recorrió ahora mi rostro antes de detenerse en mi cuello y apretarlo tan fuertemente que pensé que me ahogaba. -Sabes también como yo que nunca lo harás feliz, si lo amas tienes que dejarlo.-
Mis manos se aferraron a la nieve y encontrando una roca la alzaron para golpearle fuertemente, tosí y sentí que las manos me liberaban, me encontraba sola otra vez. Miré hacia el cielo azul mientras los pesados copos de nieve cubrían mi rostro, me sentía muy cansada, tanto que no reaccioné del todo al sentir algo húmedo recorrer mi mano, sin embargo escuché la respiración a mi lado y sin voltear a ver reconocí al lobo. Hice un movimiento brusco para levantarme y al recorrerme nuevamente el dolor gemí antes de dar unos pasos para alejarme del licántropo. Invoqué al tigre blanco con mi mente y esperé la transformación pero por primera vez en toda mi vida este no respondió, algo estaba terriblemente mal. Volví a invocar al tigre y tras unos segundos que parecieron eternos comprendí que mis manos seguían siendo las de una joven doncella y mi piel seguía siendo la misma bronceada de sutiles curvas en lugar de encontrarse cubierta de pelaje blanco, el sudor perló mi frente y el pánico me invadió. ¿Por qué no podía transformarme?
La pregunta no obtuvo respuesta, al girar sobre mis talones escuché el veloz y sorprendente whoosh y sentí como el filo de la punta de la flecha se enterraba en mi pecho. Al parecer Aitor y yo no éramos los únicos que colocábamos trampas en la montaña. Usualmente mi lado felino no se habría dejado sorprender así pero este parecía haber desaparecido. Mi entorno comenzó a oscurecerse aunque logré ver al lobo frente a mi. Estaba confundida pero sus ojos los reconocería siempre. -Aitor...- susurré y entonces todo se tornó negro y no hubo más que oscuridad.
Sin embargo aún después del ataque del lobo y al sentir sus enormes patas sobre mis hombros, yaciendo sobre la nieve mientras la sangre que fluía de mi espalda se esparcía sobre ella tiñendola de carmesí, fijé mi mirada en los diabólicos ojos que anunciaban mi muerte inminente, no pude odiarle porque todo fuese a terminar así, aunque una infinita tristeza me invadía al imaginar que ya no compartiría mi vida con Aitor, que no volvería a sentir su mirada fija en la mia o ver su rostro iluminarse al sonreirme, no correría juguetonamente con él hasta que el cansancio nos venciese y nos tumbásemos en la nieve o en el lecho adonde me sentía tan dichosa con sólo mirarle. Cerré los ojos un momento sintiendo aumentar la intensidad del viento y cuando volví a abrirlos el amenazador rostro del lobo negro ya no se encontraba frente a mi, había sido sustituido por el de alguien más...
-¿Damien?- Parpadeé un par de veces al contemplar muy de cerca el rostro masculino de amplia frente y oscuro cabello que no había vuelto a ver en tanto tiempo. Lo observé perpleja e intenté levantarme pero ahora eran sus manos las que retenían mi cuerpo en el suelo e impedían que me moviese. -No es posible.- dije comunicándome con él sin mover los labios y contuve la respiración negándome a mirarlo, cerré los ojos y al volverlos a abrir él aún se encontraba allí. -¿Qué eres? ¿Un fantasma? Pero... por qué...- Intenté voltear y buscar a Aitor con la mirada pero solo veía la nieve blanca caer cada vez más empañando toda visibilidad.
-¿Por qué lo buscas Isabeau? ¿A él le harás lo mismo que a mi? ¿Le harás promesas de amor eterno y luego te desaharás de él?- Mi mirada volvió a fijarse en su pálido y mortecino rostro. -No, yo no quería que sucediese Damien, no pude impedirlo. Fueron ellos... cuando averiguaron que nos habíamos casado...-
-¡¡¡BASTA ISABEAU!!!- Su rostro cambió de forma abandonando la de un hombre para adquirir la de un demonio de ojos de fuego, pero esto duró solo unos segundos y luego volvió a ser él mismo. -Ambos sabemos que eres una fría arpía y como piensas. Cuanto tiempo crees que puedes vivir idílicamente en la cabaña antes de que desees volver a las riquezas, a los finas vestiduras, la vajilla de oro y las sábanas de seda.- Su fría mano recorrió ahora mi rostro antes de detenerse en mi cuello y apretarlo tan fuertemente que pensé que me ahogaba. -Sabes también como yo que nunca lo harás feliz, si lo amas tienes que dejarlo.-
Mis manos se aferraron a la nieve y encontrando una roca la alzaron para golpearle fuertemente, tosí y sentí que las manos me liberaban, me encontraba sola otra vez. Miré hacia el cielo azul mientras los pesados copos de nieve cubrían mi rostro, me sentía muy cansada, tanto que no reaccioné del todo al sentir algo húmedo recorrer mi mano, sin embargo escuché la respiración a mi lado y sin voltear a ver reconocí al lobo. Hice un movimiento brusco para levantarme y al recorrerme nuevamente el dolor gemí antes de dar unos pasos para alejarme del licántropo. Invoqué al tigre blanco con mi mente y esperé la transformación pero por primera vez en toda mi vida este no respondió, algo estaba terriblemente mal. Volví a invocar al tigre y tras unos segundos que parecieron eternos comprendí que mis manos seguían siendo las de una joven doncella y mi piel seguía siendo la misma bronceada de sutiles curvas en lugar de encontrarse cubierta de pelaje blanco, el sudor perló mi frente y el pánico me invadió. ¿Por qué no podía transformarme?
La pregunta no obtuvo respuesta, al girar sobre mis talones escuché el veloz y sorprendente whoosh y sentí como el filo de la punta de la flecha se enterraba en mi pecho. Al parecer Aitor y yo no éramos los únicos que colocábamos trampas en la montaña. Usualmente mi lado felino no se habría dejado sorprender así pero este parecía haber desaparecido. Mi entorno comenzó a oscurecerse aunque logré ver al lobo frente a mi. Estaba confundida pero sus ojos los reconocería siempre. -Aitor...- susurré y entonces todo se tornó negro y no hubo más que oscuridad.
Isabeau Beaumont- Cambiante Clase Alta
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Re: Por ella, he de vencer al lobo | Isabeau Beaumont
Aitor como el lobo se perdió en las reacciones de Isabeau, cerró sus sentidos por lo que no fue capaz de anticiparse a la flecha que atravesó a su amada. El lobo quedó paralizado, la misma bestia que aún luchaba por salir se resignó abandonándolo en un dolor que fue creciendo. El cuerpo cayó sobre la nieve y él se acercó para olfatear el olor de muerte que abrazaba a su bella cambiante. Un par de lágrimas escaparon por primera vez en su forma lobuna perdiéndose en su hocico; se sentó a un lado de ella, tiró sus orejas hacía atrás y levantó el hocico.
El dolor humano lo sacudió y soltó un aullido lastimero, le lloró a la luna y nuevamente se transformó en humano, la maldición se compadeció de su dolor y en sus brazos humanos atrajo a Isabeau, la acurrucó en él mientras lloraba, observó la punta asesina y la rompió sacando la flecha de su pecho. Llevó el hermoso rostro de la que iba a ser su esposa y quizás madre de sus hijos, a su pecho, su corazón dolía, ¿la había perdido? Su dolor no le daba claridad e inclusive cuando sus ojos vieron la sombra asesina no tuvo deseos de venganza.
Pensó en el santuario que ambos habían construido cerca de la cabaña, la cargó y caminó abatido y llorando hacía allá. Recordaba todos los momentos con ella, su risa, su canto, sus juegos; volteaba a verla y su rostro hermoso totalmente inerte reflejaba tristeza. ¿Por qué no sanas? Se cuestionó egoísta, no la podía perder no la quería perder y entonces escuchó el sonido que su amor hubo conocido momentos antes, una flecha atravesó el pecho de Aitor. El impacto asesino hizo que cayera en cuclillas, sus lágrimas cayeron sobre el rostro de su amada, por un instante se sintió bendecido porque moriría junto a su amada pero a la vez desdichado por no poder ver esa sonrisa que tanta alegría le había dado.
El santuario no estaba lejos, su cuerpo se sentía agotado, la punta de la flecha era de plata y se sintió mareado. Pese a todo, volvió a levantarse y continuó su camino, el santuario estaba cerca, lo podía ver, era como si una luz cayera sobre el lugar que tanta felicidad les trajo. De nuevo aquel sonido, y su torso fue atravesado, un gemido, un dolor que no podía compararse con su alma destruida y un hilito de sangre sobre sus labios. Frío, por vez primera desde que era un licántropo sintió frío, sintió la muerte en él y sus ojos se cerraban, mas la voluntad hizo que como zombie llegara al santuario. Se detuvo en la entrada, estaba agotado, a penas lograba respirar y cayó tumbado con otra flecha sobre su muslo, el cuerpo de Isabeau cayó deslizándose en el santuario, él, cayó afuera viendo las puntas de plata y luego a Isabeau, gateó hacia ella. —Te amo— le dijo y le dio un beso antes de que cayera inerte sobre los pechos de Isabeau, el frío le congeló las heridas, en la sangre parecía irse la maldición y la voz de la bestia ya no se escuchaba.
Aitor vio una vez más la sonrisa de Isabeau, escuchó sus risas y sintió sus caricias antes de que la oscuridad lo cegara.
El dolor humano lo sacudió y soltó un aullido lastimero, le lloró a la luna y nuevamente se transformó en humano, la maldición se compadeció de su dolor y en sus brazos humanos atrajo a Isabeau, la acurrucó en él mientras lloraba, observó la punta asesina y la rompió sacando la flecha de su pecho. Llevó el hermoso rostro de la que iba a ser su esposa y quizás madre de sus hijos, a su pecho, su corazón dolía, ¿la había perdido? Su dolor no le daba claridad e inclusive cuando sus ojos vieron la sombra asesina no tuvo deseos de venganza.
Pensó en el santuario que ambos habían construido cerca de la cabaña, la cargó y caminó abatido y llorando hacía allá. Recordaba todos los momentos con ella, su risa, su canto, sus juegos; volteaba a verla y su rostro hermoso totalmente inerte reflejaba tristeza. ¿Por qué no sanas? Se cuestionó egoísta, no la podía perder no la quería perder y entonces escuchó el sonido que su amor hubo conocido momentos antes, una flecha atravesó el pecho de Aitor. El impacto asesino hizo que cayera en cuclillas, sus lágrimas cayeron sobre el rostro de su amada, por un instante se sintió bendecido porque moriría junto a su amada pero a la vez desdichado por no poder ver esa sonrisa que tanta alegría le había dado.
El santuario no estaba lejos, su cuerpo se sentía agotado, la punta de la flecha era de plata y se sintió mareado. Pese a todo, volvió a levantarse y continuó su camino, el santuario estaba cerca, lo podía ver, era como si una luz cayera sobre el lugar que tanta felicidad les trajo. De nuevo aquel sonido, y su torso fue atravesado, un gemido, un dolor que no podía compararse con su alma destruida y un hilito de sangre sobre sus labios. Frío, por vez primera desde que era un licántropo sintió frío, sintió la muerte en él y sus ojos se cerraban, mas la voluntad hizo que como zombie llegara al santuario. Se detuvo en la entrada, estaba agotado, a penas lograba respirar y cayó tumbado con otra flecha sobre su muslo, el cuerpo de Isabeau cayó deslizándose en el santuario, él, cayó afuera viendo las puntas de plata y luego a Isabeau, gateó hacia ella. —Te amo— le dijo y le dio un beso antes de que cayera inerte sobre los pechos de Isabeau, el frío le congeló las heridas, en la sangre parecía irse la maldición y la voz de la bestia ya no se escuchaba.
Aitor vio una vez más la sonrisa de Isabeau, escuchó sus risas y sintió sus caricias antes de que la oscuridad lo cegara.
- Sobre la respuesta:
- Sufrí mucho al escribirla ):
Aitor Copado- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 09/04/2013
Re: Por ella, he de vencer al lobo | Isabeau Beaumont
La puerta del santuario era azotada por el viento de la montaña produciendo un continuo rechinido al abrirse y cerrarse sin alcanzar a sellarse del todo debido a la acumulación de nieve que invadía la entrada. Tras recibir ambos cuerpos en su interior las sombras de la noche invadieron el santuario como si la luna llena hubiese perdido todo el brillo al que estaba acostumbrada y en todo el alrededor se desató una fuerte nevada.
Las horas transcurrieron y eventualmente la noche dió pasó a la luz del día. Mi rostro había perdido su natural color rosado y mi piel su bronceada tonalidad para adquirir una palidez mortecina. La muerte visitaba el santuario deseando llevar consigo a las dos jóvenes figuras hacia donde fuese que debíamos partir. ¿Al paraíso? ¿Al infierno? Una tenue luz blanca alumbraba el final de lo que parecía ser un largo tunel sin ningún matiz de color. Me encontraba inmóvil observándola sin animarme a moverme de donde me encontraba por lo que en lugar de seguir hacia adelante moví mis ojos, se habían vuelto estos increíblemente pesados pero obstinadamente logré abrirlos. Entonces pude ver adonde me encontraba, al despertar en el interior del santuario no comprendí inmediatamente por qué estaba allí ni recordé lo que había pasado. Intuí que Aitor se encontraba muy cerca mío, podía sentir su olor y sentir el calor de su cuerpo, sentí el desesperado deseo de tocarle y de comprobar que todo estaba bien pero mi vista estaba empañada y cuando intenté moverme para buscarle mis ojos volvieron a rebelarse y un fuerte sopor se adueñó de mi.
Desconozco cuanto tiempo transcurrió antes de que volviese a despertar en otro breve intervalo que superaba a mi inconsciencia, debió haber sucedido varias veces antes de que finalmente pudiera hacerlo durante más de un par de minutos. Esta vez pude mover los dedos de mi mano y mirar a mi alrededor. Vislumbré unas sombras y estuve a punto de gritar porque me pareció que al salir ellos se llevaban consigo a Aitor apartándole de mi lado, aunque por más que me empeñé de mi garganta no salió sonido alguno. Un par de lágrimas rodaron por mis mejillas y me negué a volver a dormir. Una terrible angustia me invadía, comprendía ahora que no era el sueño sino la muerte quien venía por mi y que si volvía a cerrar mis ojos no volvería a despertar. Tenía que evitarlo como fuera, tenía que encontrar a Aitor. ¿Pero dónde estaba él?
-Déjalo.- Escuché. -¿Para qué empecinarte en buscarle sino debes estar con él? Ya ves que no está aquí.- Miré hacia un lado y observé a Damien. -Vete. Déjame en paz.- Me empeñé en levantarme mientras sentía un indescriptible dolor en mi pecho y sentí la sangre fluir de mi boca, tosí para no atragantarme con ella y comencé a arrastrarme hacia la puerta. En ese momento percibí que ellos regresaban, invoqué al tigre una vez más y esta vez me negué a que no me respondiera. Salté sobre ellos en cuanto entraron, los destrocé, rasgué sus carnes y engullí sus entrañas, los gritos de dolor y pánico hicieron eco en el interior pero no me importaba. La sangre tiñó por todos lados el santuario que Aitor y yo habíamos construido con tanto amor, aún en mi forma de tigre volví a llorar y salí en medio de la tormenta.
Me sentía muy débil aún y no estaba segura de adonde le encontraría pero juré que lo haría. Me negaba a creer que él ya no estuviera vivo, corrí entre la nieve sintiendo el frío viento azotar mi rostro y una mano invisible estrujar mi corazón al empeñarse en hacerme dudar. Corrí sobre el blanco manto abandonándome al tigre y me olvidé por completo de mi lado humano, corrí más de prisa y me adentré entre los árboles y bajo los rayos de plata de la nueva luna que volvía a aparecer, sin estar segura de lograrlo o de que no se tratase de mis últimas horas me sentí libre y sin pensar en otra cosa que no fuera él me entregué a mi búsqueda.
Las horas transcurrieron y eventualmente la noche dió pasó a la luz del día. Mi rostro había perdido su natural color rosado y mi piel su bronceada tonalidad para adquirir una palidez mortecina. La muerte visitaba el santuario deseando llevar consigo a las dos jóvenes figuras hacia donde fuese que debíamos partir. ¿Al paraíso? ¿Al infierno? Una tenue luz blanca alumbraba el final de lo que parecía ser un largo tunel sin ningún matiz de color. Me encontraba inmóvil observándola sin animarme a moverme de donde me encontraba por lo que en lugar de seguir hacia adelante moví mis ojos, se habían vuelto estos increíblemente pesados pero obstinadamente logré abrirlos. Entonces pude ver adonde me encontraba, al despertar en el interior del santuario no comprendí inmediatamente por qué estaba allí ni recordé lo que había pasado. Intuí que Aitor se encontraba muy cerca mío, podía sentir su olor y sentir el calor de su cuerpo, sentí el desesperado deseo de tocarle y de comprobar que todo estaba bien pero mi vista estaba empañada y cuando intenté moverme para buscarle mis ojos volvieron a rebelarse y un fuerte sopor se adueñó de mi.
Desconozco cuanto tiempo transcurrió antes de que volviese a despertar en otro breve intervalo que superaba a mi inconsciencia, debió haber sucedido varias veces antes de que finalmente pudiera hacerlo durante más de un par de minutos. Esta vez pude mover los dedos de mi mano y mirar a mi alrededor. Vislumbré unas sombras y estuve a punto de gritar porque me pareció que al salir ellos se llevaban consigo a Aitor apartándole de mi lado, aunque por más que me empeñé de mi garganta no salió sonido alguno. Un par de lágrimas rodaron por mis mejillas y me negué a volver a dormir. Una terrible angustia me invadía, comprendía ahora que no era el sueño sino la muerte quien venía por mi y que si volvía a cerrar mis ojos no volvería a despertar. Tenía que evitarlo como fuera, tenía que encontrar a Aitor. ¿Pero dónde estaba él?
-Déjalo.- Escuché. -¿Para qué empecinarte en buscarle sino debes estar con él? Ya ves que no está aquí.- Miré hacia un lado y observé a Damien. -Vete. Déjame en paz.- Me empeñé en levantarme mientras sentía un indescriptible dolor en mi pecho y sentí la sangre fluir de mi boca, tosí para no atragantarme con ella y comencé a arrastrarme hacia la puerta. En ese momento percibí que ellos regresaban, invoqué al tigre una vez más y esta vez me negué a que no me respondiera. Salté sobre ellos en cuanto entraron, los destrocé, rasgué sus carnes y engullí sus entrañas, los gritos de dolor y pánico hicieron eco en el interior pero no me importaba. La sangre tiñó por todos lados el santuario que Aitor y yo habíamos construido con tanto amor, aún en mi forma de tigre volví a llorar y salí en medio de la tormenta.
Me sentía muy débil aún y no estaba segura de adonde le encontraría pero juré que lo haría. Me negaba a creer que él ya no estuviera vivo, corrí entre la nieve sintiendo el frío viento azotar mi rostro y una mano invisible estrujar mi corazón al empeñarse en hacerme dudar. Corrí sobre el blanco manto abandonándome al tigre y me olvidé por completo de mi lado humano, corrí más de prisa y me adentré entre los árboles y bajo los rayos de plata de la nueva luna que volvía a aparecer, sin estar segura de lograrlo o de que no se tratase de mis últimas horas me sentí libre y sin pensar en otra cosa que no fuera él me entregué a mi búsqueda.
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Isabeau Beaumont- Cambiante Clase Alta
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