La estirpe de los abatidos {Moncrieff}

por **Calpurnia Jean-Sébastien** Sáb Oct 11, 2014 6:10 pm

Nada como la vida para morir. Ese círculo de nacimientos, familia, traiciones y sangre, marcaba a la estirpe de los Moncrieff, convertidos en errantes cánidos cambiantes. Dos de ellos, en específico, acababan de finalizar fatídicamente un trayecto para iniciar otro; los lazos de sangre rotos por el deceso se adherían a sus usuarios dolorosamente, vaciando sus días, en algunos casos, para siempre. Desgraciadamente, habían aprendido de la peor forma que la vida era impredecible; podía hacerse uso, pero escasamente disponer de ella.

Así, con las manos vacías, pero las cabezas en alto, Émy y Mick Moncrieff dejaron Canadá para buscar a su hermano en Francia. Una pata herida, producto de su última pelea, no era la mejor aliada a la hora de un reencuentro, pero el macho no tenía otra opción más que avanzar. La necesidad de reagruparse y reparar su debilidad era más fuerte que el rencor por haberlos dejado. El instinto de supervivencia era poderoso, y más en quienes no buscaban despojarse de él. Llegaron en barco, al igual que cualquier inmigrante. La diferencia estuvo en que Mick no dejo a Émy ni respirar, paranoico por perderla a ella también. Y era difícil no estarlo considerando que en el viejo continente viajaban más cazadores que en cualquier otra parte y que la expresión devastada de la fémina no ayudaba en nada a pasar inadvertidos.

—Intenta verte compuesta y enderézate. Tendrás que soportar esa ropa hasta que nos pierdan de vista. —ordenó Mick en voz baja sin dignarse a ver a su hermana— No olerán el miedo como nosotros, pero miran y hablan como verdaderas urracas. Haz lo necesario para verte humana. Ya no estamos en casa.

Mick no había estado jamás en Europa, ni mucho menos en Francia, pero estaba convencido de que existía una ley universal: el ser humano era peligroso. Lo era hasta para los de su propia especie; detectar y eliminar un agente extraño, que ellos identificaban de inmediato como patógeno, no les haría ni temblar la cara. Abatidos, así como estaban, debían continuar. El invierno no era sorpresa para ellos; las dificultades, así como los períodos fértiles de la tierra, eran cíclicas, por lo que no valía la pena llorar. Vendrían tiempos mejores, pero si no se reponían ellos primero, entonces no habría gloria que celebrar.

Atravesaron el centro sin prisa física, pero sí mental. El camino, afortunadamente, se hizo rápido. Mick recordaba a la perfección el aroma de su hermano menor, no porque lo hubiera querido, sino porque los sentimientos amargos resultaban excelentes ayuda memoria, aún más que la devoción y la caridad. Casi instantáneamente supo que no estaba en el centro de la ciudad, la inmundicia hecha olor. Agradeció internamente, arrugando la nariz, que no tuvieran que quedarse allí un minuto más.

Sucedió que caminando más hacia las afueras de la ciudad, un patrón conocido llegó al cerebro del macho herido.

—Lo encontré. ¿Lo sientes? El aroma ha cambiado un poco, pero estoy seguro de que es él. Memorízalo. Si viene un cazador y nos dispersamos, debes saber llegar por tu cuenta —comenzó a desvestirse en el lugar, aprovechando que estaba desierto, y aguantando las ganas de rajar las prendas que lo ocultaban. Para su infortunio, tarde o temprano tendrían que volver a vestirse y debían llevar consigo sus disfraces— Apresúrate con la ropa y sígueme.

La visión de dos lobos barriendo con la vegetación se apoderó del paisaje. Ni la extremidad dañada ni el estar en un territorio desconocido hacía que Mick dejara de liderar. Él debía ir primero, para luchar contra los peligros que pudieran surgir. Émy estaba a su cargo y debía mantenerla a salvo, porque las hembras significaban un futuro. Un futuro que debían reconstruir como fuese, aunque tuviera que tragarse el orgullo y hacer una tregua con el hijo pródigo. No lo hacía por Cédric, por Émy, ni por él. Era por la manada. ¿Cuál manada? La que reedificaría, por supuesto.

De pronto, el mayor se frenó en seco y se comunicó telepáticamente con su hermana, transmitiéndole su hallazgo.

—Quieta ahí. Ya entramos a su territorio. No está solo —irguió su cola, en estado alerta— Es probable que ya sepa que estamos aquí.

por **Émy Moncrieff** Miér Oct 29, 2014 2:41 pm

El corazón mandaba sobre todo lo demás y por más que su hermano mayor le ordenara recomponerse, le resultaba una imposible tarea que llevar a cabo. La vida le había quitado todo y aunque ahora fueran con la idea de recomponer la familia, “la manada”, Emy sentía que algo le faltaba y aquello eran sus ganas de seguir.

—Créeme que lo intento hermano, nada me gustaría más que estar compuesta para que estuvieras orgulloso de mi. —contestó en igualdad de condiciones, bajando la voz viéndole de perfil. — ¿Estás seguro que está nuestro hermano en esta tierra tan lejana? No es seguro ir a ese lugar y nuestros bosques están quedando tan atrás… ¿Qué será de nosotros?

No pudo reprimirse el volver la vista atrás con melancolía antes de que el apenas perceptible gruñido de su hermano, la hiciera volver la vista al océano que se extendía ante ellos. Ahora se enfrentaban a tierras desconocidas, un mundo desconocido lo esperaban entre la gran ciudad parisiense. ¿Y si jamás fuera a integrarse? A su hermano Mick el que ella se integrara o no a su nuevo territorio, le daría igual, se impondría ante ella hasta tener su rendición y todo habría terminado en cuanto ella bajase la cabeza y el cuerpo, postrándose bajo su sombra. Y así podría ser, pero jamás su cabeza dejaría aquella sensación y se negaría el huir de donde no era querida. Y a su lado se podía sentir sobreprotegida, vigilada, atada a él y todo lo demás, excepto el sentirse querida.

— Cedrick, encuéntranos te lo suplico… tengo tanto miedo.—Sus pensamientos quedaron silenciados de su mente en cuanto la mano de Mick se fue a su hombro y la obligó a caminar, a volver a sus camarotes donde pudieran permanecer escondidos de las miradas curiosas de aquellos que compartían viaje con ellos a bordo del barco. Emy simplemente asintió y echó a andar ante él, cambiando su rostro por una suave sonrisa que por unos instantes borró su tristeza.

Solo por unos treinta segundos se lo permitió.

~*~

A bordo del barco en lo que pudo dormir bajo la vigilancia de su hermano, soñó con el reencuentro con su hermano. El volver a olfatearle, morderle la oreja cariñosamente buscando simplemente jugar con él. Hacia tanto tiempo que no le veía que una parte de ella deseaba por mas resentimiento que pudiese albergar por los asesinos de su pareja – sus propios hermanos- volver a verle y simplemente pensar que todo pudiera ser como antes que las desgracias acudiesen a desmoronar su familia, hasta arrebatarles todo de las manos; excepto ellos mismos.

Tras unas horas y llegar finalmente a la ciudad, todo pareció pasar muy deprisa. Solo debía de seguir a su hermano y él rastrearía al Moncrieff restante y que completaría aquella improvisada manada que Mick deseaba unir de nuevo. Tras dejar atrás las calles aglomeradas de gente, de dirigirse hacia las afueras de París, un rastro de Cedrick apareció y finalmente tras la orden de Mick pudo abrazar su parte animal.

— Si, lo recuerdo. No te preocupes, de pasarnos algo iré hacia él. — La loba ahora mandaba y así volvía a sentirse segura, tanto que los cazadores dejaban de darle miedo,el dolor de las pérdidas personales pesaban menos y la urgencia de encontrar a su hermano se acrecentó, hasta el punto de corretear sin miedo algunos aquellos bosques, siempre siguiendo a su hermano y su sobreprotección enferma que la resguardaba de todo, hasta de ir primera en aquella búsqueda.

Su olfato en ningún momento la traicionó y el aroma de su hermano era tan fuerte, que su cola simplemente ya se movía por inercia barriendo de nuevo la vegetación por la que se había hecho camino.

— ¿Estás seguro? — preguntó deteniéndose tras él, fijando la mirada hacia delante, en la lejanía del bosque por donde su hermano debía de aparecer de un momento a otro. Entonces el olor de él surgió del aire y la loba simplemente gimoteó, resistiéndose el impulso de ir hacia aquel nuevo lobo que ahora completaría aquel reencuentro. Ya no importaba que Mick le ordenase que se mantuviera en silencio, ella simplemente podía escuchar aquellas pisadas acercándose y su corazón latir acelerado por la emoción. Quizás no todo estaba realmente perdido al final. Siempre se tendrían a ellos ¿verdad?

— Hermano… ¿Eres tú? —Preguntó esperando que él recibiera su llamada telepática— ¡Ced, ced, ced!

por **Cédric Moncrieff** Jue Oct 30, 2014 12:45 am

Un cachorro muy afectuoso lo recibió cuando entró a su cabaña. Si el rastro de tierra que había en el pasillo no era un indicativo de que Titán y Baltic habían estado haciendo hoyos en la parte trasera que se había visto obligado a cercar tras las “salidas de exploración” del pequeño, sin duda, el husky con el pelaje y las patas llenas de lodo lo delataban. Su hijo, que se había parado en dos patas sobre las perneras de su pantalón, ensuciándolo, llevaba entre sus colmillitos un pedazo de madera muy mordisqueado. Cédric le acarició la cabeza mientras veía entrar a su perro guardián. Al menos este último, tenía la amabilidad de mostrarse arrepentido, aunque el cambiante no se lo creyó ni por un instante. A Titán le gustaba enterrar cosas y Bal no dejaba pasar la oportunidad de ayudar. – Les dejé solo cinco minutos. – Les reprendió, sin usar la autoridad que tenía sobre ellos como el Alfa. Su cachorro sacudió la cola con mucha fuerza. Le gustaba cuando su padre usaba ese tono de voz con él, pues sabía que la amenaza en sus gruñidos jamás le alcanzaría y eso, era jodidamente cierto. Cédric nunca le dañaría. Sabía que Eric, su padre, no lo aprobaría. Los cachorros debían ser entrenados con mano dura, especialmente aquéllos que pertenecían al linaje de los Moncrieff. Nacían para ser líderes. Eran los mejores depredadores y rastreadores entre cualquier miembro de la manada. Nadie les igualaba. Sin embargo, tras la maldición que Arya había impuesto a su pequeño; la culpa y los remordimientos, le habían llevado a sobreprotegerlo. Baltic era lo más puro que tenía y estaba dispuesto a matar a cualquiera que intentase arrebatarle esa inocencia. El husky tenía solo tres años y había pasado más de doce meses sin poder cambiar a humano. Estaba volviéndose loco. ¿Cómo demonios iba a evitar que el animal ganara el dominio sobre la mente de su hijo? Cada noche que pasaba sin poder eliminar ese hechizo, era una batalla perdida. Solo esperaba que saliese victorioso de esa guerra. Con pesar, arrancó el trozo de madera de los colmillos de Bal. El cachorro forcejeó, apretando la mandíbula; pero finalmente desistió cuando algo más captó su atención. Fue entonces cuando los sintió.

Sus músculos se tensaron ante la llegada de intrusos. Hacía mucho tiempo, que el lobo había elegido su territorio e impuesto sus reglas. Los más débiles lo aceptaron y aquéllos que se quedaron para enfrentarlo, no tardaron en confirmar quién era el nuevo dominante en la zona. Cédric protegía cada espacio, siempre vigilando por cualquier clase de enemigo. El haber tenido a miembros de la Inquisición en las puertas de su cabaña, le habían hecho doblar – triplicar – la seguridad. De modo que podía sentir que alguien trataba de entablar una comunicación con él. Sentía la presión, pero se negaba a permitir la entrada sin antes cambiar las tornas. Siguió el hilo telepático y, actuando de manera déspota y cruel, hurgó por una grieta en la mente ajena. Nadie jodía en sus dominios, no sin su permiso. Se despojó de la única prenda que utilizaba para salvaguardar las apariencias. Pasar de humano a lobo gris fue impresionantemente rápido. A diferencia de los licántropos, la transformación de los cambiantes era indolora. En ese instante, Baltic salió como una bala por la puerta que había dejado abierta. Un gruñido salió de sus fauces mientras iba tras él. En cualquiera otra ocasión, Cédric le habría dejado ganar. Esta vez, se trataba de su seguridad. Concentrado como estaba, tardó unos preciosos segundos en identificar al par de lobos. Llevaba muchos años sin verlos. El característico olor de sus hermanos debió haberle advertido, pero si era honesto consigo mismo, ellos estaban en el último lugar que hubiese esperado. Mick era el líder de la manada y como tal, nunca debía abandonar su puesto. Su partida, solo podría darles ideas estúpidas a aquéllos que deseaban ser el Alfa; y Émy, no dejaría atrás aquél lugar que le recordaba todo lo que había perdido. Por primera vez, el cambiante ordenó a Baltic que se detuviera. Su autoridad era tal, que el cachorro gimoteó en sumisión. Odiaba tener que hacer eso, pero algo en la mirada de su hermano le decía que no le permitiera acercársele. Mick y él, siempre habían tenido sus diferencias. ¡Demonios! Se había exiliado para evitar una ruptura en la manada. Se detuvo a unos metros de ellos, su mirada ambarina y amenazadora, dejaba en claro que el lobo se sentía furioso. “Tal parece que se han alejado mucho de su manada, hermanos.” “¿Padre se ha ablandado hasta el punto de permitirte dejar tus responsabilidades a un lado, Mick?” Aunque su mirada nunca se movió para clavarla en Émy, la reconoció. Si a alguien había lamentado dejar atrás, había sido a ella.

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