AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nécromanciens {Privado}
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Nécromanciens {Privado}
«Que no está muerto lo que yace eternamente, y con los eones extraños incluso la muerte puede morir»
Lágrimas, acrisoladas y vertientes de melancólicas, recorrían la fría lápida donde yacía un hombre cuyo pálido, infeliz y desgastado semblante taciturno hacían axiomática su más profesa pérdida. Allí, en la bodega helada, en la perpetuación del irónico olvido, la pusieron a dormir por siempre. Acomodada su fisionomía en una caja mortífera donde descansarían sus restos en la eternidad. Cuando hay sol, en el mundo de aquel hombre sólo yace la angustiosa penumbra más profundas y pusilánimes.
El espectro del desconsuelo se impregna como una acechante sombra de luto en los campos del descanso sagrado. Merodear lugares como aquel se tornaba en un malsano hábito pero mientras no existieran respuestas no dejaría de visitar el cementerio. Entonces dio un último vistazo a ese hombre que lloraba la muerte de su mujer que yace bajo tierra bastó para convencerse que por ese día no encontraría sabidurías más sí la simiente del rencor de los muertos. Aquellos que con sus ojos blancos y vacíos percibían en verde envidia a los vivos que los visitan. Después de todo; los muertos no están muertos.
Nada. No descubriría nada. No hallaría tales respuestas a las recónditas dudas que asechaban su mente como un vil demonio rascándole la nuca para exigirle –o más bien burlarse- por no saber más allá de lo nomotético. De aquellos demonios que se acoplan a la espalda de su víctima infringiéndoles un peso adicional como cadenas que jalan el alma a quien sabe dónde. Aquellos siniestras sombras que se impregnan pesadamente fatigando a su martirizado blanco hasta apagar la luz tenue de cordura para lograr el acometido de trastornar la mente. Cuan jubilosos ríen cuando lo logran. Aquella dulce y tristemente pequeña línea de cordura que se quiebra fácil como el delgado cuello de una respingada dama.
Resopló con un evidente deje de frustración. ¿Haría Rosenstock un infernal festín de su ignorancia blasfema? Infinita y naturalmente estaba inequívoco de ello, tanto como estaba seguro que aquel brujo era su máxima fuente de conocimiento. Quizá se aferraba a Rosenstock como una odiosa espiga que se clava en el borde de la tela de un pantalón y no abandonan al caminante sino hasta que éste se da cuenta de su presencia y la descuelga de un manotazo brusco mucho después; pero cual espiga dorada tendría que insistir en acompañar al peregrino por el bruñido camino atravesando cielos e infiernos. Noches iluminadas en días oscuros y noches oscuras en días iluminados. Esto último, le recordaba al clima de su país natal. Los días eran cortos y las noches largas.
¿Rosenstock rogaba a las piedras de la noche cuando la luna disminuye en su luz, volviendo la cara en orientación a su venida, pronunciando las palabras y haciendo los gestos correctos para invocar a los antiguos y así hacerlos caminar una vez más por la tierra?
La respuesta más probable era una afirmativa ante la hipótesis. O tal vez el brujo se estaba perfeccionando en aquella doctrina nigromante para alcanzar la alta cúspide de la torre oscura. Amo de la llave escarlata que abre la puerta oscura entre los dos mundos. Rosenstock tendría sus propios demonios internos que le llevasen al obsesivo interés por abrir la puerta oscura entre los dos mundos y por estas obsesiones él era su paciente lacayo sin refutaciones. Un sirviente fiel. Había días y días, pero siempre, sagradamente siempre, podía aprender algo nuevo.
Sus pasos le condujeron de manera puramente instintiva hacia la dirección que sus ojos memorizaban perfectamente. Cada calle con sus concerniente contiguo de adoquines de piedra, todo edificio pequeño o grande con jardineras colgantes o casa rústica con uno de sus dueños contemplando la tarde sentado en una banquilla a un lado de la puerta, cada esquina que doblar y cada detalle que guardar para no perder la noción de la orientación. Era, en su idiosincrasia, soberbiamente observador, cada detalle para él era importante pues la metamorfosis de cualquier materia implicaba un cambio significativo en todo ámbito. Escondió las manos en los bolsillos profundos de la larga gabardina de sobrio tono que lucía en aquella ocasión. La brisa era fresca aun cuando la estación de verano indicase que serían días cálidos y sofocantes. Era un agradable y suave tacto el que tocaba sus mejillas.
En un punto exacto, el recorrido descubrió su fin justo en frente a unas escalerillas de piedra que dirigían a un pórtico. Pasó por alto un par de escalones y llegó hasta la puerta de la construcción. Como de costumbre –y casi ritualísticamente-, dio tres golpes pesados y rítmicamente separados uno del otro en la madera de la puerta de este modo anunciando su presencia allí. Seguidamente, pulcro y meticuloso como era, ordenó el cuello de la camisa dejándole en perfecto orden y finalmente volvió a esconder las manos en los bolsillos de esta.
Y si la luna era generosa vaticinaría el mensaje de los desdichados espectros.
Última edición por Löcke Skarsgård el Mar Oct 28, 2014 4:33 pm, editado 2 veces
Löcke Skarsgård- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 42
Fecha de inscripción : 14/06/2014
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Re: Nécromanciens {Privado}
Gracias ventajas tenía ser él, de eso no había duda. Era un brujo con mucha experiencia, indiferencia y maldad en su interior. Era ambicioso, rico, y sumamente atractivo. Su inteligencia le ayudaba, dado que cada aspecto que tenía a su favor lo sacaba en ventaja, se aprovechaba de él. El brujo se mofaba con ganas de esos que no sabían cómo potenciar sus virtudes, pero en parte lo agradecía, porque lo colocaba por encima del resto. Sin duda prefería la noche al día, le resultaba más tranquila esas horas, sin ruido, sin interrupciones - más que los inevitables -, aunque él mismo reconocía que había dominado el día, incluso la energía del sol a su favor.
Vaughn estaba de mal humor aquella noche. Su hermano se había perdido hace tres semanas atrás y no le daba señales de vida. Los fantasmas - en su mayoría - con el paso de los años van perdiendo el sentido, la memoria, la información que necesitaba para volver a donde pertenecen. Él lo sabe más de la cuenta, su hermano gemelo había sido uno de ellos, lo acompañaba a todos lados, y tenían una misión. Debían finalizarla, de esa manera los sacrificios de ambos habrían valido la pena. ¿Lo valdrían? Claro que sí, y es que a ese par no se les escapaba nada. Toda meta que se ponían frente a ellos la cumplían, la disfrutaban y la dejaban atrás para colocarse una siguiente.
Esa noche el brujo se encerró en sus calabozos. Encadenó a un licántropo y lo colocó en el centro del lugar. Alrededor de la criatura se encontraban trazadas figuras antiguas que sólo él comprendía dada las grandes horas de estudio que había invertido en uno de sus viajes a Egipto. ¡Tontos todos! Siempre menospreciaban aquellas tierras, esas que se encontraban cargadas de magia, donde el brujo podía incluso acabar con una mira con un movimiento de ceja. ¿Contar sus secretos a alguien más? Lo hacía, y lo haría. Löcke era su estudiante estrella, su mozo, su ayudante, pero también una criatura de su total confianza, así que toda su información valiosa se la iría mostrando con el tiempo. Esa noche, las que siguieran, las que fueran necesarias.
Con el licántropo en medio del lugar el brujo se sentó frente a él adoptando una posición de meditación. Sus labios se separaron con claridad y en voz baja comenzó a decir palabras en latín. Un sencillo hechizo de localización y posesión. Aquellos hechizos no restaban nada de energía, muy por el contrario, te revitalizaban y te preparaban para los que seguían, y por eso su mal humor bajó. Cuando terminó de decir las palabras. La figura frente a él se encontraban tranquila, con la mirada gacha, y la respiración agitada. Cinco segundos más tarde todo parecía seguir con normalidad, todo hasta que el rostro de la criatura de la noche lo miró directamente a los ojos, esos mismos que se habían operado y ocultaban el color natural del individuo poseído.
— ¿A qué estás jugando? — Preguntó el brujo con total tranquilidad en su voz, pero mostrando el rostro severo. Se notaba que él no jugaba muy a menudo, y que tampoco le gustaban demasiado las bromas. — Te he estado esperando por dos semanas, no puedes desaparecer tanto tiempo, si vuelves a hacerlo iré por ti y a base de palabras te encerraré en un calabozo protegido — No estaba jugando, ni siquiera era una amenaza, era una advertencia; él siempre cumplía lo que decía. — Te quiero aquí en cinco minutos, creo que estoy pronto a encontrarte un cuerpo permanente ¿lo comprendes? Es importante, no olvidarás, y podrás sentir como tanto quieres — Dar y recibir. Así habían sido ese par de hermanos desde el inicio de sus tiempos, desde que nacieron. Desde que el fantasma había dejado de ser un simple brujo como Vaughn, aunque ellos nunca habían sido "simples brujos".
— Estaré de vuelta en menos de lo que crees — Articuló el gemelo muerto. Bastó una sacudida de aquel cuerpo y la criatura volvía a tomar dominio de su ser. Dos de sus sirvientes lo regresaron a la celda correspondiente y lo alimentaron.
Vaughn se lavó las manos y salió de aquel lugar caminando hacía la puerta de su propiedad. Se encargó el mismo de abrir y dibujó una sonrisa mordaz entre sus labios al notar a su nuevo invitado.
— Llegas tarde, cada segundo es importante, lo sabes — Se dio la vuelta y caminó directamente a una sala de estar, se sirvió un vaso de whisky y se sentó en uno de sus cómodos sillones — La luna llena nos traerá más energía. De ella aprenderás primero, es más fácil, después iremos con el sol — Se encogió de hombros. Las ventajas de Löcke es que no necesitaba precisamente darle ordenes para que entendiera. El chico a veces simplemente repetía sus acciones y demostraba sus habilidades — ¿Qué me traes hoy de información de la gente parisina? Entretén un poco a tu maestro con sus tonterías — El gemelo vivo casi nunca interactuaba con la demás población, le resultaban aburridos.
Vaughn estaba de mal humor aquella noche. Su hermano se había perdido hace tres semanas atrás y no le daba señales de vida. Los fantasmas - en su mayoría - con el paso de los años van perdiendo el sentido, la memoria, la información que necesitaba para volver a donde pertenecen. Él lo sabe más de la cuenta, su hermano gemelo había sido uno de ellos, lo acompañaba a todos lados, y tenían una misión. Debían finalizarla, de esa manera los sacrificios de ambos habrían valido la pena. ¿Lo valdrían? Claro que sí, y es que a ese par no se les escapaba nada. Toda meta que se ponían frente a ellos la cumplían, la disfrutaban y la dejaban atrás para colocarse una siguiente.
Esa noche el brujo se encerró en sus calabozos. Encadenó a un licántropo y lo colocó en el centro del lugar. Alrededor de la criatura se encontraban trazadas figuras antiguas que sólo él comprendía dada las grandes horas de estudio que había invertido en uno de sus viajes a Egipto. ¡Tontos todos! Siempre menospreciaban aquellas tierras, esas que se encontraban cargadas de magia, donde el brujo podía incluso acabar con una mira con un movimiento de ceja. ¿Contar sus secretos a alguien más? Lo hacía, y lo haría. Löcke era su estudiante estrella, su mozo, su ayudante, pero también una criatura de su total confianza, así que toda su información valiosa se la iría mostrando con el tiempo. Esa noche, las que siguieran, las que fueran necesarias.
Con el licántropo en medio del lugar el brujo se sentó frente a él adoptando una posición de meditación. Sus labios se separaron con claridad y en voz baja comenzó a decir palabras en latín. Un sencillo hechizo de localización y posesión. Aquellos hechizos no restaban nada de energía, muy por el contrario, te revitalizaban y te preparaban para los que seguían, y por eso su mal humor bajó. Cuando terminó de decir las palabras. La figura frente a él se encontraban tranquila, con la mirada gacha, y la respiración agitada. Cinco segundos más tarde todo parecía seguir con normalidad, todo hasta que el rostro de la criatura de la noche lo miró directamente a los ojos, esos mismos que se habían operado y ocultaban el color natural del individuo poseído.
— ¿A qué estás jugando? — Preguntó el brujo con total tranquilidad en su voz, pero mostrando el rostro severo. Se notaba que él no jugaba muy a menudo, y que tampoco le gustaban demasiado las bromas. — Te he estado esperando por dos semanas, no puedes desaparecer tanto tiempo, si vuelves a hacerlo iré por ti y a base de palabras te encerraré en un calabozo protegido — No estaba jugando, ni siquiera era una amenaza, era una advertencia; él siempre cumplía lo que decía. — Te quiero aquí en cinco minutos, creo que estoy pronto a encontrarte un cuerpo permanente ¿lo comprendes? Es importante, no olvidarás, y podrás sentir como tanto quieres — Dar y recibir. Así habían sido ese par de hermanos desde el inicio de sus tiempos, desde que nacieron. Desde que el fantasma había dejado de ser un simple brujo como Vaughn, aunque ellos nunca habían sido "simples brujos".
— Estaré de vuelta en menos de lo que crees — Articuló el gemelo muerto. Bastó una sacudida de aquel cuerpo y la criatura volvía a tomar dominio de su ser. Dos de sus sirvientes lo regresaron a la celda correspondiente y lo alimentaron.
Vaughn se lavó las manos y salió de aquel lugar caminando hacía la puerta de su propiedad. Se encargó el mismo de abrir y dibujó una sonrisa mordaz entre sus labios al notar a su nuevo invitado.
— Llegas tarde, cada segundo es importante, lo sabes — Se dio la vuelta y caminó directamente a una sala de estar, se sirvió un vaso de whisky y se sentó en uno de sus cómodos sillones — La luna llena nos traerá más energía. De ella aprenderás primero, es más fácil, después iremos con el sol — Se encogió de hombros. Las ventajas de Löcke es que no necesitaba precisamente darle ordenes para que entendiera. El chico a veces simplemente repetía sus acciones y demostraba sus habilidades — ¿Qué me traes hoy de información de la gente parisina? Entretén un poco a tu maestro con sus tonterías — El gemelo vivo casi nunca interactuaba con la demás población, le resultaban aburridos.
Vaughn Rosenstock- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 35
Fecha de inscripción : 29/01/2014
Re: Nécromanciens {Privado}
Desde el origen de las civilizaciones humanas, existían hechos arcanos o secretos cuya explicación en los tiempos contemporáneos seguían siendo un misterio oscuro y obsesionante para muchos. En el mundo de las brujerías, esto era el haz de la apófisis principal en cuanto a la columna vertebral de la doctrina. Ya fuese los que escudriñaban en los demonios el poder o quienes preferían a los astros celestiales como nortes, otros tantos que apostaban por la herbolaria como su adagio y así docenas de métodos; siempre habrían secretos que muchos desconocerían y otros pocos los dominarían.
Vaughn era uno de aquellos solariegos a la fracción mínima. De aquellos, los conocedores. Amo de la verdad. Cuando Löcke llegó a Francia en busca de sapiencias, se había hecho la errónea idea de encontrarlos de la mano de los brujos y brujas más antiguos, de mayor edad. Pero resultó ser que éstos conocían las artes de las magias oscuras, sí, pero siempre le daba la sensación de inconformidad. Mas nunca se involucró del todo con ellos, un presentimiento, no, más bien una intuición que le calaba en los huesos le indicaba que no sabían más allá de lo básico. Francia, entonces, se le asemejó a una ciudad oscura de incertidumbre y absurdez.
Y luego conoció a aquel brujo llamado Vaughn Rosenstock en una suerte de coincidencia que aún se le hacía un reflejo curioso de lo que el destino podía escribir en los libros de la vida. Absolutamente no era el típico anciano cano de barba descuidada con restos de comidas impregnada en ella y de estómago abultado el cual apenas le dejaba deslizarse con facilidad por la roída cabaña que le servía de hogar. Vaughn, en cambio, era un hombre joven que gozaba de los conocimientos que muchos mayores desconocían o despreciaban. No era cojo ni tuerto, por lo contrario, para las féminas era un anzuelo ostentoso cada vez que iban a un bar. Nunca se pasaba sus días en melancolía tras cuatro paredes débiles que conformasen una pocilga de hogar. Pues, en cambio, era dueño de una maravillosa propiedad. En resumen, era como una patada en el trasero para muchos brujos desdeñados y desdichados que no eran capaces de producir riquezas ni conocimientos. Löcke suponía que su joven maestro debía ser el centro de envidia de muchos magos y brujas, y también suponía que Vaughn estaba al tanto de ello –tal vez él mismo buscaba ese desprecio- pero más que preocuparse o sentirse mal como un alma débil y vulnerable optaba por la jactancia en su lugar. Quizá, incluso, el brujo sabría usar esas energías negativas que profesaban por él y usarlas en su beneficencia.
Fue el mismísimo Vaughn quien abrió la puerta. Como era de esperar, no habría un saludo cortes en el inicio de la conversación, ninguno de los dos perdía el tiempo en idioteces formales. Pero claro, estuvo el asunto de la impuntualidad y allí debió morderse la lengua al ser tan iluso de pensar que el brujo no lo notaría. Si un sirviente fuese el que le abriese la puerta, siempre podía excusar tan solo un poco los minutos demás. En fin, a él no se le podía ganar. Löcke siguió en silencio al morador del hogar tras haberle abierto la puerta distrayendo la mirada en cada detalle que componía la vivienda. En poco tiempo llegaron a la amplia sala, allí el otro brujo se sirvió whisky y dio el mensaje sobre la enseñanza de la luna. Eso le indicaba que no estaba enojado del todo por tanto habría esperanzas de aprender aquel día. Evitó alzar las cejas o tan siquiera expresar algún gesto de curiosidad al notar que Vaughn no estaba de mal humor, ¿Había pasado algo? Le daba curiosidad. No es que el otro viviese en mal temperamento, pero generalmente era así. Más extraño aún fue la pregunta trivial que el brujo anunció desde la comodidad del sillón.
-Franceses… Sabes cómo son.- Dijo el rubio al momento que deslizaba un par de dedos por la superficie lisa y perfecta de un arrimo cercano. –Si no están haciendo escándalos lascivos están formando protestas revolucionarias en las calles- Alzó los hombros. –Fuera de eso, todo sigue igual… Creo que preguntaban por ti el otro día en esa taberna.- Vaughn no era del tipo de hombres sociables y conversadores, pero cuando su presencia marcaba ausencia sin duda los otros lo notaban. –Hay brujos que quieren ser los únicos.- No era algo que ninguno de los dos desconocieran. Desde el principio de los tiempos en que los primeros brujos existieron siempre existió también la rivalidad en el círculo mágico y el modo de ser los únicos dentro del círculo oscuro era eliminar la competencia cuando se veían amenazados en conocimientos. En la era contemporánea la situación no habría sufrido alteraciones aparentemente. El rubio observó de reojo a Vaughn, la actitud relajada y confiada del otro brujo era digna de ser enmarcada en un retrato. -¿Qué… tal tu día?- Había dejado pasar unos instantes de preciado silencio antes de hacer aquella pregunta que seguramente al otro se le apreciaría como estúpida y aburrida. Löcke no era muy comunicativo, apenas cruzaba unas cuantas palabras cuando la conversación era fluida pero sin duda el buen humor reflejado en Vaughn aquel día le despertaba la curiosidad incluso a los muertos. Por tanto, era sumamente interesante el porqué de su humor en aquel día. Vaughn era dinamita pura, había que aprovechar las instancias en que la explosividad de su carácter se viene mermada.
Es cierto que los conocimientos de la luna le fascinaban, mucho más los desconocidos que eran para él los del sol. Pero era igual de intensa la curiosidad sobre su humor, era algo que no se daba todo los días. ¿Qué suceso había ocurrido para que esto se manifestase a la percepción de un modo tan lúcido?
Vaughn era uno de aquellos solariegos a la fracción mínima. De aquellos, los conocedores. Amo de la verdad. Cuando Löcke llegó a Francia en busca de sapiencias, se había hecho la errónea idea de encontrarlos de la mano de los brujos y brujas más antiguos, de mayor edad. Pero resultó ser que éstos conocían las artes de las magias oscuras, sí, pero siempre le daba la sensación de inconformidad. Mas nunca se involucró del todo con ellos, un presentimiento, no, más bien una intuición que le calaba en los huesos le indicaba que no sabían más allá de lo básico. Francia, entonces, se le asemejó a una ciudad oscura de incertidumbre y absurdez.
Y luego conoció a aquel brujo llamado Vaughn Rosenstock en una suerte de coincidencia que aún se le hacía un reflejo curioso de lo que el destino podía escribir en los libros de la vida. Absolutamente no era el típico anciano cano de barba descuidada con restos de comidas impregnada en ella y de estómago abultado el cual apenas le dejaba deslizarse con facilidad por la roída cabaña que le servía de hogar. Vaughn, en cambio, era un hombre joven que gozaba de los conocimientos que muchos mayores desconocían o despreciaban. No era cojo ni tuerto, por lo contrario, para las féminas era un anzuelo ostentoso cada vez que iban a un bar. Nunca se pasaba sus días en melancolía tras cuatro paredes débiles que conformasen una pocilga de hogar. Pues, en cambio, era dueño de una maravillosa propiedad. En resumen, era como una patada en el trasero para muchos brujos desdeñados y desdichados que no eran capaces de producir riquezas ni conocimientos. Löcke suponía que su joven maestro debía ser el centro de envidia de muchos magos y brujas, y también suponía que Vaughn estaba al tanto de ello –tal vez él mismo buscaba ese desprecio- pero más que preocuparse o sentirse mal como un alma débil y vulnerable optaba por la jactancia en su lugar. Quizá, incluso, el brujo sabría usar esas energías negativas que profesaban por él y usarlas en su beneficencia.
Fue el mismísimo Vaughn quien abrió la puerta. Como era de esperar, no habría un saludo cortes en el inicio de la conversación, ninguno de los dos perdía el tiempo en idioteces formales. Pero claro, estuvo el asunto de la impuntualidad y allí debió morderse la lengua al ser tan iluso de pensar que el brujo no lo notaría. Si un sirviente fuese el que le abriese la puerta, siempre podía excusar tan solo un poco los minutos demás. En fin, a él no se le podía ganar. Löcke siguió en silencio al morador del hogar tras haberle abierto la puerta distrayendo la mirada en cada detalle que componía la vivienda. En poco tiempo llegaron a la amplia sala, allí el otro brujo se sirvió whisky y dio el mensaje sobre la enseñanza de la luna. Eso le indicaba que no estaba enojado del todo por tanto habría esperanzas de aprender aquel día. Evitó alzar las cejas o tan siquiera expresar algún gesto de curiosidad al notar que Vaughn no estaba de mal humor, ¿Había pasado algo? Le daba curiosidad. No es que el otro viviese en mal temperamento, pero generalmente era así. Más extraño aún fue la pregunta trivial que el brujo anunció desde la comodidad del sillón.
-Franceses… Sabes cómo son.- Dijo el rubio al momento que deslizaba un par de dedos por la superficie lisa y perfecta de un arrimo cercano. –Si no están haciendo escándalos lascivos están formando protestas revolucionarias en las calles- Alzó los hombros. –Fuera de eso, todo sigue igual… Creo que preguntaban por ti el otro día en esa taberna.- Vaughn no era del tipo de hombres sociables y conversadores, pero cuando su presencia marcaba ausencia sin duda los otros lo notaban. –Hay brujos que quieren ser los únicos.- No era algo que ninguno de los dos desconocieran. Desde el principio de los tiempos en que los primeros brujos existieron siempre existió también la rivalidad en el círculo mágico y el modo de ser los únicos dentro del círculo oscuro era eliminar la competencia cuando se veían amenazados en conocimientos. En la era contemporánea la situación no habría sufrido alteraciones aparentemente. El rubio observó de reojo a Vaughn, la actitud relajada y confiada del otro brujo era digna de ser enmarcada en un retrato. -¿Qué… tal tu día?- Había dejado pasar unos instantes de preciado silencio antes de hacer aquella pregunta que seguramente al otro se le apreciaría como estúpida y aburrida. Löcke no era muy comunicativo, apenas cruzaba unas cuantas palabras cuando la conversación era fluida pero sin duda el buen humor reflejado en Vaughn aquel día le despertaba la curiosidad incluso a los muertos. Por tanto, era sumamente interesante el porqué de su humor en aquel día. Vaughn era dinamita pura, había que aprovechar las instancias en que la explosividad de su carácter se viene mermada.
Es cierto que los conocimientos de la luna le fascinaban, mucho más los desconocidos que eran para él los del sol. Pero era igual de intensa la curiosidad sobre su humor, era algo que no se daba todo los días. ¿Qué suceso había ocurrido para que esto se manifestase a la percepción de un modo tan lúcido?
Löcke Skarsgård- Hechicero Clase Media
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