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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Athdar Campbell Mar Oct 21, 2014 2:34 am

Invierno de 1805
Inveraray, Escocia

Los últimos seis inviernos fueron lo mismo, Athdar mantuvo su forma de cuervo en todo momento, y en aquel año de 1805, nada iba a cambiar: o al menos eso creía. Voló por gran parte de Inveraray, pero no fue más que un castillo lo que le atrajo. No era por su magnificencia, o que repentinamente haya surgido, porque no era así. Ya habían pasado un par de años desde que no visitaba lo que para él eran unas ruinas bien conservadas, mas ahora una familia la habitaba.

El lugar muy pronto se llenó de color y de sonidos. El cuervo decidió quedarse al percatarse por toda una semana que no había un hombre en el hogar, tan sólo era una mujer y dos pequeños que jugaban alegres, derrochando alegría y felicidad. Sin embargo, la mujer vivía apesadumbrada y eso le hacía sentir triste, aunque no decidió acercarse en ningún momento pese a sus intenciones de ayudarla.

Fue una mañana cuando encontró al pequeño Ruggero, o al menos así le llamaba su hermana como su madre; escondido en el espléndido jardín rehuía de su hermana. El cuervo descendió a tierra y con sus patas lo fue siguiendo, el niño no se percató de su presencia, estaba muy entretenido en el juego, mas Athdar tenía curiosidad, ya habían pasado más de ocho años, ocho largos inviernos en soledad humana, y se sentía atraído por esta familia foránea.

El cuervo graznó llamando la atención del pequeño, éste le hizo una seña con su dedo para que se callara y Athdar no desobedeció, pero si se acercó más, lo suficiente para que Ruggero le acariciara. «¡Ah! una caricia» hacía tanto que no lo tocaban que sus plumas revolotearon sin previo aviso, eso le arrancó una risa a Ruggero y delató su posición. Ambos escucharon la voz de la niña y el cuervo emprendió el vuelo distrayendo a la que llamaban Melanie, de tal manera que el niño pudiera buscar otro lado para esconderse.

Deteniéndose sobre un árbol continuó viéndoles jugar, se acurrucó estando muy atento al desenvolvimiento de esos niños que comenzaban a agradarle. El cuervo graznaba cuando le hacían reír con sus ocurrencias y en el momento en el que todo se estaba poniendo más que interesante, apareció aquella doncella de ojos tristes y que fingiendo una sonrisa llamaba a sus hijos. El cuervo se reincorporó, agudizó su vista pero no alcanzaba a escuchar lo que decían, así fue que emprendió el vuelo para posarse en la reja más cercana donde los foráneos se encontraban.

Era hora de la merienda decía la madre y los pequeños le pedían más tiempo para poder jugar. El cuervo graznó llamando su atención, los niños le miraron con interés, mientras la mujer con misterio, o al menos eso era lo que Athdar podía ver a través de ella. Existía un gran dolor anidado en ese corazón femenino y de algún modo el quería saber qué era. Emprendió de nuevo el vuelo alejándose del castillo, o al menos un poco.

Esa misma noche el cuervo sobrevoló el castillo, buscó entre las ventanas la que le pertenecía a la mujer y cuando la encontró, ésta estaba en ropa de dormir, a punto de recostarse. El cuervo bajó al borde de la ventana y miró a través de la ventana, buscando a una persona que no había, al marido. Vio a la mujer sentarse frente al tocador y empezar a cepillarse los dorados cabellos, se quedó ahí, atentó, examinándola, como si fuera la primera mujer que hubiera visto en años, y literalmente así era; aquella extranjera derrochaba una belleza y esa conclusión que hacía Athdar nada tenía que ver con el hecho de no haber socializado por más de diez años. No, él no recordaba haber compartido palabra con una mujer tan hermosa, ni siquiera cuando llegaba a soñar con los humanos.

Cuando finalmente la mujer se levantó el cuervo tocó la ventana con su pico, atrajo su atención y comenzó a graznar un poco.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Mar Oct 21, 2014 10:09 pm

Aun no se acostumbraba a su nueva vida. Tan distinta a la que viviera apenas unos meses atrás. ¿Qué la retuvo tanto tiempo en Paris? ¿Por qué no había abandonado la mansión Rosso y partido a Italia junto con su hermana, o vuelto a las tierras que le pertenecían legítimamente en Turín? Sabía muy bien  la respuesta.  No podía cortar con el recuerdo de su amado, quedándose en esa casa, pasando horas enteras en el despacho que fuera de su marido, sentía que podía recuperar algo, claro que so era absurdo, él había muerto y nada lo devolvería. Pero, al menos podía aferrarse a sus cosas, e imaginar que en verdad, él estaba de viaje, o en algún negocio que lo mantenía lejos de ellos, pero que en cualquier momento entraría por la puerta de la que fuera su habitación, la levantaría en vilo y la haría girar en sus brazos, diciéndole que era una tonta por pensar que algo tan insignificante como un veneno podría alejarlo de ella, de sus  hijos. Pero tras años de esperar un absurdo, decidió por el bien de sus hijos, dejar todo atrás.

Había días, en que se mentía diciendo que no se habían ido antes por no alejarlos  de su padre, pero esa era otra mentira, otra ilusión, otra escusa, tan poco valida como  echarle la culpa al clima de Escocia. O porque no sabía cómo decirles a Estella y Juan que debían quedarse en París mientras ellos emigraban.  La más descabellada era decir que la culpa había sido esperar que su hermana Giulia recapacitara y  la  acompañara, porque  ¿qué era eso de vivir con un hombre que parecía un loco?  Además que era un inquisidor, por lo menos, su esposo había dejado la orden al intentar formar una familia, claro, había sido una inquisidora quien lo había asesinado. Tal vez era por eso que sentía una cierta inquina por su nuevo cuñado. Pensó en su bella sobrina Eleonor, en cómo debía ser  su infancia, ¿aquel hombre la querría como la hubiera amado su padre?  Suspiró mientras pensaba en la infinita paciencia que el hombre ponía de su parte para llevarse bien con su belicosa hermana, y el inmenso amor que le daba a su juguetona y traviesa sobrina. Definitivamente,  su hermana, había hecho bien,  - no se puede vivir añorando un recuerdo, amando un fantasma – se dijo mientras acomodaba, en una primorosa canastilla, las rosas que cortaba en el invernadero.
Levantó la vista y contempló, allí en el jardín, a sus dos pequeños.  Aquellas cabecitas de cabellos rubios, como ella, se asomaban juguetonas por entre unos arbustos.  Pensó con amor y tristeza, como su pequeño Ruggero, cada día se parecía más a su padre,  - es como verte revivir,  tiene tus ojos,  del mismo azul,  y la forma de tus labios, los gestos  que hace cuando intenta hacerme ver que el castigo  que le impongo por sus travesura es demasiado severo, es el mismo que hacías cuando intentabas dar tu opinión en alguna de nuestras discusiones – llevó una de las rosas a su nariz, inhaló el perfume  -  Melanie, se me parece mucho, sus modales, sus bucles,  el timbre de voz agudo cuando  defiende su opinión, frente a su hermano o a mí - Sonrió complacida, - creo que a pesar de todo hemos hecho un buen trabajo – susurró, - no veo tristeza en ellos, aunque les faltes, hemos logrado salvar su infancia… pero cuanto hubiera deseado que los vieras crecer -,  dijo  como si no estuviera sola en el invernadero. Solía hablar así, como si su difunto marido la pudiera escuchar, como si él estuviera presente.

La tristeza en su mirada era una constante, sus ojos velaban el dolor de una perdida injusta, de un adiós temprano e inesperado, - no deberías habernos dejado… ¿por qué no cumpliste tus promesas? – reprochó al recuerdo de quien había sido su razón de vida – ingrato, déspota – el enojo hizo que descuidara su trabajo, una espina hirió uno de sus dedos –ay!! Que torpe, oh!! Parece que tendremos un gusto – pensó chupando su dedo herido y recordando el significado que según su nana tenía el pincharse un dedo especifico – bueno, por lo menos no es un disgusto, o una carta… quizás alguna visita  – rió suavemente por su ocurrencia. Era muy extraño que riera, cuando estaba ante los niños, escondía su alma destrozada, pero si estaba sola, dejaba que su humor taciturno la cubriera como un manto.
Abrió la puerta cristalera que daba al exterior, no vio a los pequeños,  le había parecido raro  no escucharlos haciendo escándalo o peleando por algo. Caminó por el jardín  que rodeaba la enorme construcción, los encontró jugando  entre unos pequeños arbustos. – Ruggero, Melanie… adentro, vamos… ya pronto será  hora de cenar,  está anocheciendo, se ha descompuesto el clima, de seguro nevará y  vosotros  estáis desabrigados – los reprendió. Los niños no se quejaron, se les notaba cansados, pero felices, con sus mejillas rosadas y el brillo en sus ojos.  Se acuclillo con los brazos abiertos y esperó a que los pequeños corrieran hasta ella y la abrazaran, cerró los ojos para disfrutar de esa demostración de amor filial. Cuantos los amaba, si aún luchaba por vivir, era solo por ellos,  sus ángeles.

Tras el baño y la cena, los  acostó en sus respectivas camas, prometiendo leerles otro cuento al día siguiente.  Besó sus frentes y  los arropó, sonrió, a las ocurrencias de su hijo quien le pidió que le enseñara a ser un soldado escoces de verdad – uno de esos que usan faldas!!! Y espadas!!!  que tienen barba roja y cabellos largos – Chiara, acarició los cabellos rubios de su pequeño – mi cielo, no dudo que serías un legítimo escoces de las tierras altas… pero para eso, debes comer más verduras y hacerle caso a mamá, porque si no, vendrá el monstruo del lago y te comerá las pulgas – dijo haciéndole cosquillas en el vientre y provocando una risueña carcajada en el niño.

- ¿Mamá… y yo? ¿Puedo ser escocesa? -  Chiara giró, sentándose en el borde de la cama de Ruggero, - claro pequeña, tú serás una luchadora como tu tía Giulia, de seguro que de estar aquí te enseñaría como darles su merecido a más de un monstruo de cabellos rojos y barba larga… graaaaaarrrggg -  hizo gestos de hombre amenazante, como si tuviera una espada, se acercó a la pequeña  para darle muchos besos en el cuello y en la frente -  pero mientras ella viene a visitarnos, puedes ayudarme a  cuidar la casa – sugirió – ufaaaa…  el ser escoces, como quiere Ruggero es mucho más divertido que  ser tú mamá – se quejó la pequeña. Chiara  sonrió, - si mi vida, de seguro es más divertido, pero ahora debes dormir, luego intentaremos hacer cosas mas interesantes –. Se despidió de sus pequeños,  no sin antes hacer que rezaran por los amados que estaban lejos y pedir la protección de los ángeles de la guardia.

Cerró la puerta del cuarto de los niños y caminó por el pasillo rumbo a su cuarto. Pronto estuvo lista para dormir, sentada frente al tocador, se terminó de desenredar los cabellos, para luego dirigirse al enorme lecho. Entonces oyó unos pequeños golpes en el cristal de la puerta que daba al balcón. Caminó hasta allí, se sorprendió al ver un ave en la balaustrada, se apresuró a abrir la puerta, el frio golpeó sus mejillas e hizo que temblara todo su cuerpo, - ay Dios, que frio – dijo abrazándose – dime pequeño, ¿estas herido? ¿Te has hecho mal un ala? – se aceró con cautela, ese pico negro y poderoso imponía respeto, pero ella jamás dejaría a su suerte a un pequeño ser y menos en una de las primeras noches invernales – vamos, deja que te lleve adentro, prometo darte algo de comer y tendrás un lugar más cálido para pasar la noche –  susurró, para no asustar al ave, mientras estiraba su manos intentando tomarla con cuidado.


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Mensaje por Athdar Campbell Miér Oct 22, 2014 3:41 am

Ahí estaba ella, con sus hermosos ojos observándolo, y el cuervo escrutó a través de ellos el alma y sintió su tristeza, su dolor; pareció verla llorar pese a no hacerlo, pese a que le dedicaba una sonrisa. Aquellos lindos labios le ofrecieron cobijo, y la melodía de su voz que sólo dirigía a sus hijos ahora estaba enfocada al cuervo, y él tiró su cabeza a un costado y luego al otra, después, dio un salto al borde de la ventana y graznó. El pájaro buscó los ojos femeninos, «¿por qué lloras?» parecía preguntar al alma de la foránea, pero el cuervo nada decía, nada salvo un nuevo graznido.

Acercó su cabeza para que la delgada mano de la mujer acariciara sus plumas. El cuervo cerró sus ojos y dejó que su cuerpo se moviera al ritmo de las caricias. Que distintas se sentían a las que otros hicieron en su tiempo; pero antes de que ella lo tomara con sus manos para meterlo completamente el cuervo dio un salto a su espalda, extendió sus alas e hizo una caravana a la mujer, luego, emprendió el vuelo lejos de ella, sin mirar atrás voló lo suficientemente lejos del alcance de los ojos del hombre común.

Las alas dejaron de moverse con esa fuerza y fue bajando hasta que aterrizó en un árbol. El cuervo se sacudió la nieve que comenzaba a caer y buscó el refugió entre las gruesas ramas. Se acurrucó y pensó en la foránea. Evocó nuevamente la caricia y sus palabras y eso lo hicieron estremecerse con mayor ímpetu, pues la mujer representaba para él una misma tempestad, aquella nevada nunca iba asemejarse al torbellino de impresiones que en esa caricia la mujer provocó en el cuervo, y así, entre los recuerdos y sensaciones el cuervo durmió.

El brillo del amanecer sobre la nieve despertó al cuervo, se reincorporó y se sacudió el frío que le rodeó en la noche, después caminó por la rama hasta que vio a lo lejos el castillo, suspiró y emprendió el vuelo nuevamente hacia allá. Se elevó bastante, el cielo estaba despejado y la luz del sol bañaba la tierra nevada con gran afecto, el cuervo se sentía mucho mejor, al menos la poca tristeza que robó a la mujer ya su corazón había purificado.

Movió con muchas más energías sus alas y se elevó todavía más, transformó sus ojos del cuervo en el águila y vio con detenimiento los jardines del castillo… Y no había nadie. Sus ojos regresaron a los del cuervo y decidió descender para explorar mejor el lugar, pero conforme más rincones del exterior recorrían, a él le llegaba la aproximación del tiempo, los niños deberían todavía de estar dormidos. Así que cambió la dirección de su vuelo y llegó hasta la ventana de la alcoba de los pequeños.

A su arribo las ventanas estaban abiertas y ahí estaba la pequeña Melanie despertando a su hermano; parado sobre la balaustrada el cuervo lo vio todo. Los reclamos de él para que lo déjase dormir aún más y la ansiedad de ella por jugar, como si fuera el último día de su vida. El cuervo movía su cabeza con interés y al ver que Melanie fracasó en su cometido el cuervo graznó llamando la atención de la pequeña, se acercó y éste le hizo una reverencia con las alas extendidas. Aquella acción impresionó a la niña y ésta llamó a su hermano así, ambos comenzaron a jugar con el cuervo, este se movía de un lado a otro evitando que los pequeños pudiesen tocar sus patas. El cuervo graznaba y los niños reían, y el juego pudo prolongarse más tiempo; sin embargo, entró la madre.

Los niños así como el cuervo se quedaron quietos y aunque todos vieron a la foránea, sólo los ojos del cuervo veían el llanto en el interior de esa sonrisa majestuosa que dibujaba a sus hijos. Sintió tristeza pero saludó a la mujer como lo hubiese hecho con Melanie y la noche anterior con ella misma. Extendió sus alas e hizo una reverencia, después, emprendió el vuelo y no regresó hasta que todos salieron a los jardines.

En contraste al día anterior los niños estaban perfectamente abrigados y ella los vigilaba con una sonrisa. El cuervo descendió postrándose frente a la mujer. sus ojos oscuros vieron a los de ella y en saltos escaló varios objetos hasta que consiguió sentarse en la banca de enfrente de donde estaba sentada la foránea, de ese modo ambos se veían directamente a los ojos.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Miér Oct 22, 2014 7:11 pm

Fue una sensación extraña, poder acariciar al ave,  por un lado, llevaba cinco años, teniendo contacto solo con sus pequeños, o con sus amigos más cercanos, los que eran muy pocos, casi no le habían quedado ninguno, Crystalls había desaparecido y Derek, aun no sabía que había pasado con él. Solo  tenía contacto humano con sus dos  ángeles, ya que ni a sus doncellas dejaban que la tocaran. Se había cerrado tanto que recién en ese instante se dio cuenta, que en cierta forma, ella también había muerto con Ruggero. Tan tremenda revelación hizo que su interior se resquebrajara, - por Dios, me he dejado morir, era feliz pasando las horas al lado de su tumba – cerró los ojos por un segundo, intentando que el dolor volviera a hundirse en su alma, pero, sentía  como si aquella ave pudiera reconocer su tristeza,  entenderla, por primera vez en años, no se sintió tan sola. Las lagrimas corrieron por sus mejillas, mientras observaba sorprendida los ojos del animal, - parecen tan humanos, como si pudieras comprenderme, sin necesidad de hablar – le dijo, mientras sentía en sus dedos el leve temblor del ser viviente.

Cuando parecía que podría tomarlo entre sus manos, que le permitiría cuidarlo, se alejó de ella, Chiara debió girar para contemplar cómo se movía extendiendo sus alas, - que bellas tus alas, cuanto desearía poder volar y alejarme de ésta vida, volar hasta él – contempló como se alejaba, perdiéndose  en la espesura de la noche y por un instante sintió envidia y pena a la vez. Ella también deseaba  la libertad, deseaba soltar ese dolor causado por su destino,  vacío que le había dejado aquel  amor convertido en cenizas – pero no, no puedes ser egoísta, injusta, de aquella historia te han quedado dos hermosos hijos, la vida de ha bendecido – sonrió con tristeza – sí, vuela, llévate mi tristeza…  con el tiempo… tal vez…  yo también pueda desplegar mis alas y liberarme de este dolor -, suspiró, por primera vez en esos cinco largos años, podía sentir que el peso de su corazón se diluía poco a poco.

Entró a su habitación, cerró las cortinas de terciopelo, se metió entre las sabanas, - cuán grande parece  éste  lecho, cuan frio,  sin tu compañía. Desde que te fuiste, no he vuelto a dormir tan apaciblemente, como cuando me abrazabas – se quejó al recuerdo de Ruggero. Ese había sido su último pensamiento antes de dormirse. Varias horas después de haber apagado las velas,  Tuvo un sueños, en éste  sostenía  una hermosa águila peregrina, era como la que su hermano le había regalado cuando le enseñaba el arte de la Cetrería. Aun profundamente dormida, sonrió, por primera vez sin dolor, sin fingir.

La mañana llegó, las cortinas fueron corridas por la doncella quien luego de desearle un buen despertar, se dedicó a sacar los posibles trajes que su ama, elegiría vestir.  Chiara  se acurrucó abrazando la almohada, como solía hacer con el torso fuerte de su esposo, buscando protección y caricias. De pronto se sorprendió, aquel recuerdo no dolió, sonrió nuevamente y suspiró aliviada, ese peso continuo en su corazón, aquella mañana, no molestaba tanto, - gracias misterioso pájaro – pensó mientras estiraba sus brazos y entre bostezos se incorporaba hasta quedar sentada en mitad de la enorme cama.

La doncella le fue mostrando uno a uno los vestidos, eligió el que era de un color verde oscuro, con puños de piel al igual que el cuello que se cerraba abrigándola bien, - ¿la señora va a montar? – preguntó algo desconcertada, Catriona, la joven doncella, ya que se trataba de un vestido para tal fin - sí, aunque no lo parezca, hace años era una excelente jinete y deseo cabalgar por nuestras tierras… desde que hemos llegado  lo fui posponiendo, pero creo que ha llegado la hora -, la joven asintió con la cabeza y se dispuso a preparar el baño.

Media hora después, Chiara se encontraba vestida, se acercó a la doncella, - Caty, por favor, ve a la cocina y dile a la señora  Everdeen, que prepare el desayuno de los pequeños, lo tomarán en el jardín Este, junto a los abedules -  la doncella  no se demoró, aunque no le pareciera que el clima estaba para desayunar en el cenador y con niños tan pequeños,  cuando la noche anterior había  nevado, pero eran extranjeros y de seguro sus extrañas costumbres tendrían.

Chiara, antes de ir a ver a sus pequeños, se dedicó a recorrer la biblioteca, aquella majestuosa colección había pertenecido a los antiguos dueños y aunque trajera de Paris, casi toda la colección que perteneciera a Ruggero, muchos de aquellos libros estaban, aun, en cajas de madera, embalados. Hasta ese día, Chiara, no había tenido deseos de hacerse cargo de actividad alguna. Su mirada recorrió infinidad de diferentes volúmenes, grandes, pequeños; altos, bajos; de cubierta exquisita o sencilla. Hasta que encontró lo que estaba buscando, un pequeño volumen del  arte de la Cetrería, Lo sacó con cuidado, abrió sus delicadas tapas y contempló fascinada las ilustraciones, se notaba que era un ejemplar de colección. Allí pudo encontrar los tipos de aves que se usaban para dicho arte y le sorprendió que aunque  se tratase de algo muy peculiar, podían usarse cuervos.

Pensó en su visitante nocturno, - ¿así que podemos tener un punto en común? Y tus gustos son…  - sonrió complacida. Llevó el libro con ella, subió  nuevamente las escaleras. Desde el pasillo, escuchó el alboroto que hacían los pequeños, reían felices, algo los estaba divirtiendo. Con seguridad y autoridad, hizo su entrada en la habitación, encontrándose con aquella ave, la que hacía movimientos   graciosos, para llamar la atención de los niños. Volverlo a ver fue extraño, aún estaba triste, aun lloraba su corazón, pero sintió una honesta gratitud, porque aquella simple ave, había logrado que ella dejara de centrar su atención en su perdida, en su dolor, sus miradas se cruzaron, la del cuervo cargada de misterio e inteligencia, la suya dolorida pero con una leve sensación de mejoría. Había sido un segundo  que duró el contacto, luego volvió a realizar ese extraño saludo y voló lejos de ellos, a los árboles. Cuando todos dejaron de pensar en el pájaro, Chiara se dedicó a besar y  preparar a sus hijos – deben abrigarse muy bien, hoy haremos un paseo… ¿les gusta? – entre exclamaciones de alegría y gritos de emoción, se dejaron vestir para luego bajar al jardín.

Cuando salieron a sentarse en la pequeña construcción, un cenador de piedra, con columnas  cuadradas, y balaustrada alta, engalanado por  arbustos de Muérdago y cortinas de Gasa blanca, los niños se encontraron con la novedad de que la nieve había llegado. En París debían esperar a la época Navideña para ver el jardín  nevado, pero en éstas  tierras, el clima era más riguroso. Pronto los niños se encontraban comiendo budín de frutos de estación, avena, y un tazón de leche del que el vapor se elevaba como pequeños  humos de chimenea. Ruggero miró a su madre con ojos de regaño – mamá, has sido la culpable que “Plumitas” huyera – cruzó sus bazos, de la misma forma como lo hacía su padre, solo que infló sus mejillas y frunció su entrecejo. Chiara intentó no reír – lo siento mi vida, no me di cuenta que lo había asustado… tal vez  con el tiempo, cuando nos conozca más, no  volará si aparezco de improviso – le extendió los brazos – ven, ¿me perdonas? No quise que tu amigo se espantara… debe ser que soy muy fea – Ruggero abrió sus ojos sorprendido y su pequeña boca también, - no!!!! Mamá, tu eres hermosa…  - corrió a los brazos de su madre –  te perdono mamá, te quiero mucho – susurró mientras se apretaba al pecho de  Chiara – hueles tan rico -, la italiana acarició la dorada cabellera, - yo también te amo -. Melanie que había estado escuchando todo, dejó su taza y corrió a los brazos de su madre – yo también te quiero… más que él… ese pájaro no sabe lo bonita que eres – Chiara no pudo más que reír,  en verdad, sus hijos se habían vuelto tan inteligentes, picaros, compradores – ¿en qué momento se convirtieron en éstas maravillas…? ¿porque no me di cuenta? – se reclamó, había estado tan ensimismada en su dolor, que  dejó en manos de otros el cuidado de sus pequeños. Los abrazó fuerte, les besó los cabellos – los amos mis pequeños, perdón si fui una madre ausente, no volveré a alejarme de ustedes… los adoro, son todo para mí – les susurró, mientras que sentía que el corazón estallaba de tristeza, de arrepentimiento.

Tras media hora de juegos, los niños, corrían de un lado a otro, Chiara sentada en una de las bancas que decoraban el jardín, los contemplaba, presta a ir a socorrerles si se lastimaban. Entonces lo vio llegar, el cuervo bajó hasta donde ella se encontraba y tras unos movimientos que parecieron saludos, se fue acercando hasta quedar  en una banca cercana. Se contemplaron por un instante, esta vez, en la mirada de Chiara los hielos de la muerte  comenzaban a derretirse, la tibieza de la esperanza daba lugar a una luz diferente y una suave sonrisa cubrió sus labios – buenos días pequeño, ¿has decidido ser mi amigo? -.


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El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso Empty Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso

Mensaje por Athdar Campbell Jue Oct 23, 2014 2:35 am

Su mirada ahora era distinta, si bien era cierto que la tristeza aún no se erradicaba, esa sonrisa era sincera, el brillo en sus ojos no mentían; por eso cuando la foránea extendió su petición el cuervo afirmó con la cabeza. «No importa que es lo que desees de mí, yo estaré para ti» quería decir, mas no creía conveniente mostrarse como el humano que era, quizás nunca lo haría; después de todo ella era una mujer, y aunque no lo pareciera, ya había vivido la perversión, ya había perdido su pureza y la prueba de ello eran sus dos pequeños, en el fondo aquella mujer era como el resto de las personas, poseía una maldad y al meditar en ello el cuervo desvió la cabeza afligido.

A lo lejos vio a los niños jugando, tan puros, tan llenos de energía que deseo la foránea fuera como ellos. Así podría él proteger su inocencia. Decidió volver su mirada a la mujer, quiso ir más allá de ese brillo honesto en sus claros ojos, mas no lo consiguió, así que antes de volverse sumiso a la presencia de la mujer, emprendió el vuelo, alejándose muy rápido. Cuando ya lejos se encontraba descendió al lago y ahí en el reflejo del agua se contempló. Su largo pico negro imponía fuerza en esa cabeza emplumada; hacia tanto que no se contemplaba, casi el mismo tiempo en el que había dejado de ser humano. «¿Cómo será caminar?» parecía ya lejano que no recordaba lo que era andar en dos extremidades, poseer un fuerte y alto cuerpo varonil, tomar objetos con sus manos y comer con su boca. «¿cómo se escuchara mi voz?» Athdar tenía 60 años y no se imaginaba que tan viejo podía verse y si su voz podía delatarlo en el caso de aparentar la mitad de su edad. Pensaba tanto en su apariencia humana que no se percató en la intensión de volver a ser humano para poder hablarle, preguntarle su nombre e indagar en aquel dolor, cuando deseaba que lo compartiera con él, purificarla y quizás así pudiera recuperar una inocencia que debió de ser majestuosa, quizás ella era diferente al resto de los humanos, quizás ella…

Sintió de pronto una gran necesidad de volverla a ver, así que tomó un lirio blanco con su pico y emprendió el vuelo de vuelta, mas en esta ocasión arribó por la espalda de la foránea. Sin hacer uso de sus alas fue escalando hasta que se encontró a un costado de ella. Graznó para llamarla y caminando entregó en su regazo el lirio, luego, buscó esos hermosos ojos y moviendo su cabeza de un lado a otro la estudió. No pudo estar con ella a solas porque escuchó las voces de sus hijos, el cuervo dirigió sus ojos a ellos y se quedó quieto, esperándoles. La pequeña lo acarició con afecto y el niño lo llamó… «¿plumitas?» a Athdar le pareció divertido y en respuesta graznó tres veces, los niños rieron y el cuervo se elevó tomando con sus patas el gorro de Ruggero y llevándoselo a los jardines. Los niños fueron tras él y cuando le dieron alcance el cuervo soltó el gorro y quitó con su pico la bufanda de Melanie haciéndola reír. Nuevamente ese apodo y el cuervo graznaba mientras continuaba jugando con ellos. Se elevaba y luego descendía para que lo corretearán, volaba cuando le daban alcance y volvía a bajar cuando estaba lejos. Así continuó por casi una hora; luego, el cuervo se elevó tan alto que los niños ya no pudieron verlo; Athdar cambió la dirección de vuelo, se acercaba una nevada fue así que fue a ponerse bajo refugio.

Acurrucado en aquel árbol contemplaba el castillo que le pertenecía a la hermosa foránea y como éste se desvanecía por la nevada. Cuando eso sucedió el cuervo cerró los ojos y evocó el fresco recuerdo de los ojos de la mujer y las risas de sus hijos; estaba sonriendo y finalmente se sintió completo, o al menos satisfecho con la vida. «Quizás, sólo quizás deje de estar solo» era una esperanza que siempre tuvo y que parecía podía volverse realidad. «¿Será la foránea la mujer con la que siempre soñé?» añoraba que así fuera. «Si, seré tu amigo» dijo en un graznido y con impaciencia esperó a que la nevada terminara, cuando esto sucedió ya era de noche y no quiso esperarse al día siguiente por lo que voló muy a prisa.

Las luces del castillo estaban en su mayoría apagadas, pasó por la ventana de los niños que ya dormían, mas no era a ellos a los que deseaba ver, subió un poco más hasta llegar a la alcoba de la foránea y tal como sucedió la noche anterior, ella estaba cepillándose sus cabellos. El cuervo la vio por un par de minutos así, parecía una diosa, la Venus de dorados cabellos, si así debían de ser la diosas, como ella, con esa sonrisa, con esa mirada y con esa belleza. Cuando la mujer terminó el cuervo tocó la ventana con su pico y luego soltó unos graznidos. La foránea respondió a su llamado y fue nuevamente hasta él. Cuando abrió la ventana el cuervo se apresuró para sentir las manos de ella sobre sus plumas, ansiaba las dulces caricias de la mujer que llamaría amiga a partir de ese momento.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Jue Oct 23, 2014 9:46 pm

Como podía explicar lo que sentía al mirar a ese pájaro, sus ojos parecían tan humanos, su mirada tan profunda, era un ser especial, extremadamente inteligente. Por un segundo, en su cabeza se formó una idea descabellada, pero no por eso poco probable, al final de cuentas, su familia tenía siglos de experiencia en ello, por algo habían sido cazadores - ¿podrías ser un ser especial, un sobrenatural? –  hubiera querido preguntárselo, pero no se animó. Cuando el cuervo esquivó su mirada, una punzada se clavó en el pecho de Chiara.

De repente lo observó alejarse, volar más allá de los abedules, de los cipreses y abetos, las allá de todo lo que rodeaba la abadía y una sensación de tristeza la invadió, no deseaba desconfiar, no quería temer, pero nadie la podía culpar. Había pasado por tanto sufrimiento por culpa de los sobrenaturales. Contempló a sus pequeños, que jugaban, y sus recuerdos volaron a Turín, a la casa de sus padre,  recordó a sus dos pequeños hermanos, cuando tenían la edad de Ruggero y Melanie, - ¡Vamos, juega con nosotros, Chiara! – le decían mientras tiraban de sus brazos, -¡ deja ese libro y  ayúdanos a formar la banda de piratas! – ella se quejaba y aunque accedía un momento a jugar con ellos, luego huía lejos, se subía a la rama  baja de un árbol o escapaba a sentarse en una de las enormes lapidas del cementerio familiar. Su piel se erizó al recordar la sombra que se le apareció una tarde al anochecer. La misma noche que  tuvieron la visita de ese caballero, amigo del Rey de Italia, quien había quedado prendado de la joven Chiara. Pidiendo su mano a su padre, quien había accedido,  pero como con todos los pretendientes, ella le respondió con un no a su pedido de matrimonio. Al enterarse, su padre,  se había encolerizado, discutiendo con ella y  propinándole  una bofetada que la tiró al suelo, - como te atreves a desairar así a un noble, a un amigo del  rey, ¿pretendes tu ruina y la nuestra? -.  Ruggiero, su padre, había tratado de enmendar la situación, pero el caballero, ofendido, juró vengar tal afrenta. Nunca pensó que eso pasaría, hasta aquella  noche en que  despertara por una respiración fría en su cuello, el vampiro se encontraba sobre ella, con su piel blanca, sus colmillos alargados, listos para tomar lo que quería en verdad.

Tan ensimismada estaba en aquel recuerdo que no escuchó cuando el ave había vuelto, sintió el peso suave entre sus manos y al bajar la mirada contempló un hermoso lirio blanco, sus ojos se llenaron de agradecimiento,  - gracias, no sabes cuánto amo estas flores – le sonrió y con  delicadeza extendió su mano y acarició las plumas negras, - además, me has traído de vuelta, haciendo que no recuerde más tanta tristeza  - iba a seguir hablando, pero los niños se acercaron, entusiasmados por que junto a su madre se encontraba el gran pájaro, de plumas brillosas, - ¡mamá! ¡Es tu amigo! Plumitas se deja tocar por ti… - dijo feliz Ruggero – ya no te teme -. Chiara asintió con la cabeza, mientras observaba, que las caricias de Melanie no fueran demasiado duras o molestas para el ave, no deseaba que por cansarse de aquel cariño, intentara darle un picotazo a la pequeña mano de la niña, pero parecía un animal tan dulce y tierno con los niños, que se sintió tranquila.

Pronto observó cómo le robaba el gorro a su niño y salían los tres a jugar en el jardín, algo apartados de ella,  -¡vamos… juega con nosotros!  – Volvió a escuchar la voz risueña de sus hermanos, le pareció verlos allí junto a sus hijos y el cuervo, - Dios, cuida a mis hijo, no permitas que nada malo les pase… no permitas que tengan el mismo fin que Cosimo y Giovani – susurró, apretando sus manos entrelazadas, en una plegaria. Volvió a recordar, a su padre entrando en la habitación al oírla gritar, el vampiro cayendo sobre él velozmente, matando en esa noche a toda su familia, ella había sido la única sobreviviente y hasta que conoció a Ruggero, nunca se perdonó  haber sobrevivido, huido sin  intentar salvar a sus pequeños hermanos.

Volvió al presente cuando sus adorados polluelos, se abalanzaron sobre ella, - ¡mamá! Se ha ido – dijo enojada la pequeña niña – cielo, es que el día se ha puesto muy frio, mira – dijo señalando las nubes plomizas  -  se acerca una nueva tormenta de nieve, debe irse a su casa, para estar calentito – le respondió mientras acariciaba sus dorados cabellos. – Pero ¿porque no vive con nosotros?  Deja que viva aquí – pidió Ruggero.  Chiara rio por la ocurrencia, - no es que yo no quiera, es un pájaro salvaje, no creo que desee quedarse – las palabras de su madre pareció no agradar al pequeño que hizo puchero – bueno, bueno, si decide quedarse, lo dejaremos – cedió al pedido de los pequeños que saltaron alegres, como si ella pudiera convencer a un animal que se fuera a vivir en una construcción con humanos, colgado de una argolla para loros. Suspiró mientras sus hijos, corrían al interior del castillo. Ella seguía sus pasos, un poco más lento,  de pronto sintió que una mano pequeña tomaba la suya, - no te preocupes, nada les pasará… nosotros los protegeremos – la voz de Giovanni sonó suave como la de un ángel, Chiara sonrió, aquella ilusión se desvaneció y  sintió paz. Sus hermanos la perdonaban, como todo su pasado.

La tarde pasó entre risas, juegos en la biblioteca, la sala de los niños,  los salones de música y baile. Al llegar la hora de cenar y tras el baño, Chiara sintió el deseo irrefrenable de mantenerse cerca de sus hijos, los recuerdos había traído algunos temores, por eso, les dijo a sus pequeños, que por solo esa noche, podrían dormir con ella en la amplia cama. Acostados, les leyó unos cuentos, hicieron sus oraciones y tras quedarse dormidos. La joven madre, se desvistió,  colocándose  un  camisón y un desovillé, luego, sentada ante el espejo de su tocador, cepilló sus cabellos. Cuando hubo terminado, sintió nuevamente los golpes en el vidrio del ventanal, se giró y contempló al cuervo quien esperaba paciente que ella abriera. Cuando lo hizo, éste entró a la habitación, se posó en el respaldo del sillón, Chiara cerró suavemente la ventana y haciéndole una señal de silencio se acercó, acarició sus plumas, estaban tan frías que le pareció que temblaba. Por suerte, el hogar mantenía agradable la temperatura de la habitación, - amiguito, no hagas ruido, mis polluelos duermen hoy conmigo – sonrió, - es que he tenido recuerdos tristes y no me siento segura dejándoles lejos de  mí –suspiró,  ojala pudieras entenderme, a veces me siento demasiado sola y no puedo hablar con nadie – dejó de acariciarlo, se acomodó en el sillón que hacía de compañero al que se había apoyado el ave, lo contempló, acomodándose cruzada en el asiento, con sus piernas  replegadas bajo el camisón, le sonrió, mirándole a los ojos, - gracias por jugar con ellos, no sabes lo feliz que están, a veces temo que sientan las ausencias, por experiencia sé que suelen ser muy dolorosas – susurró, perdiendo su mirada en el crepitante fuego.


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Mensaje por Athdar Campbell Jue Oct 23, 2014 11:15 pm

Esta vez se atrevió a entrar y cuando la mujer le explicó el porque de la presencia de sus hijos, el cuervo afirmó inclinando su cabeza al frente. «Podrías hablar conmigo y tan sólo supiera que nada cambiaría, pero debes de ser como el resto de personas que me considerarían un monstruo, el hijo del diablo u otra descabellada idea» exhaló como lo haría un humano y contempló a los niños; esas tiernas figuras que lo habían arropado en cariño, aquellos inocentes que lo aceptaron pese a la oscuridad de sus plumas. Los cuervos no eran apreciados por la belleza, de eso estaba consciente por eso adoptaba el mayor tiempo posible esa forma. Poder transformarse en otras aves le era útil, como águila cazaba y como halcón hacía de héroe, pero ahora, por primera vez el cuervo tenía un propósito. Sin quererlo, los niños lo habían moldeado.

Nuevamente hizo el gesto con la cabeza, como si le dijese: ¡De nada, ellos son mi alegría!; mas no podía decirlo y reflexionó, «¿Haré mal ocultándole mi verdadera apariencia?, ¿será una ofensa?» al principio no lo creía así, después de todo su intención no era hacerle daño pero cuando volteó a verla, con su mirada perdida en el fuego vio nuevamente el brillo de su alma triste y supo que le haría daño. No lo aceptaría «¿qué sucederá con los niños?»; entonces una lágrima apareció en la cabeza del cuervo y cayó en el respaldo del sillón. Estaba agradecido con ellos pero tenía que irse, no podía quedarse, aunque lo deseara, no debía hacerlo. Fue así que emprendió el vuelo a la ventana y con su pico picoteó el cristal suavemente, en clara manifestación de un ruego porque lo déjase ir, hacerle saber que era libre pese a que se sentía totalmente distinto. La foránea no demoró en ir con él y abrió las ventanas, el cuervo se giró y con lágrimas en sus ojos hizo una caravana con sus alas extendidas. «La soledad es una prisión de la que no puedo escapar, gracias por dejar sentir la libertad en tus palabras y en tus hijos» ansió decir, pero así como ella ocultaba cosas, así él resguardó sus palabras, luego, emprendió el vuelo.

Ya se encontraba muy lejos cuando en pleno aire se transformó en el halcón y voló contra corriente a su máxima velocidad, muy pronto abandonó Inveraray y cuando estaba ya en otro condado bajó transformándose finalmente en el hombre. Débil, sin fuerza en sus piernas cayó sobre la nieve. Lloraba, su corazón lloraba. —¿Qué es lo que me está pasado?— habló después de tanto tiempo de no hacerlo. —¿Qué es esto que siento?, ¿por qué me duele el corazón?, ¿por qué me es difícil respirar?, ¿por qué mi temblor no es a causa del frío sino de esa sensación que no se cómo llamar? Foránea, ¿quién eres?— concluyó mientras se ponía en pie, tratando de sostenerse en sus dos extremidades, se mantuvo en esa posición por un par de minutos, luego, comenzó a caminar con torpeza, justo como lo hacen lo bebés en sus primeros pasos. Y se detuvo viendo en dirección al castillo, imaginándoselo, evocando el recuerdo de la foránea y sus hijos.

El día siguiente continuó con su apariencia de humano, vestía un kilt que había robado por la madrugada y con su torso desnudo se encontraba pescando, estaba concentrado pese a que sus pensamientos estaban con la foránea y sus hijos. Escuchaba las risas y la voz de la mujer y sin saber porque recordó a su viejo amigo Jamie. «¿Acaso él no demostró estar embriagado en un sentimiento parecido al que Athdar sentía en esos momentos?» podría ser pero que le importaba en ese momento. Comió por la tarde y llegó la noche, consiguió refugió como intruso en un granero y ahí durmió pensando en cómo debió de ser el día para la foránea y sus hijos.

Siguió con su rutina por una semana y a lo largo de esa semana se sintió atormentado, incompleto, pero trataba de convencerse de que así era mejor; después de todo sólo los visitó tres veces, no creía que pudiera influir tan rápido en ellos. Pero entonces, en la semana con un día perdió la batalla y transformándose en el halcón voló rápido hasta el castillo. Los niños estaban en los jardines con su madre y en lo alto de los cielos, las alas del halcón se tornaron negras, al igual que su pico y sus ojos. Ya era el cuervo que la familia de la foránea conoció y cauteloso se fue a posar en una reja, con una posición que le facilitaba ver a los niños y a su madre. Ahí en silencio permaneció, quizás no se acercaría pero si podía verles y protegerlos si alguien osaba venir a molestarlos.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Vie Oct 24, 2014 7:18 pm

Hipnotizada por las llamas y el crepitar del hogar, no se dio cuenta que sucedía con el ave, hasta que los golpes al cristal la volvieron a la realidad, - ¿Qué pasa, pequeño, has decididos irte? – Susurró acercándose al ventanal para luego abrir y liberar así al pájaro, - vuela, se libre, tu que puedes – fue su pensamiento cuando la figura oscura del cuervo se recortó en las nubes plomizas, que circundaban la luna, majestuosa y solitaria, en la noche invernal.  Su semblante era algo triste, no lograba mejorar del todo, pensó que con aquella ave se sentía identificada, - somos almas parecidas, solitarias, doloridas, angustiadas por algo que no comprendemos… supongo que para ti… será llegar a entender  a los humanos – caviló.  Sonrió luego,  negando con la cabeza, - Chiara, que locuras dices, es solo un ave, no puede entender, ni sentir, menos condolerse con tu sufrimiento -.

Se acercó al sillón en donde se había posado el ave y su asombro fue grande cuando comprobó huellas de llanto en el respaldo, - eso es imposible – se dijo, girando su rostro  y contemplando el paisaje que se extendía más allá de los cristales. Volvió sus pasos, hasta el ventanal, apoyó sus manos en el cristal helado, mientras una pregunta, sin respuesta, se negaba abandonar su mente. No quiso pronunciarlas para no volver real su miedo. Las guardó en su alma, prefirió no pensar, en ello, así pues, se quitó el desovillé y subiendo al lecho, cubriéndose con las mantas, abrazó a su pequeña Melanie, quien instintivamente se giró buscando su pecho, apretando su cintura con sus bracitos, - mami, te quiero – dijo la niña entre sueños. Chiara besó la rubia cabellera, - y yo… mi tesoro-.

Cuando despertó, sus niños aun dormían, se dio cuenta, por la  penumbra, que todavía  no había amanecido. Por eso los dejó dormir  y  en total silencio se vistió. Bajó las escaleras de piedra, observó la imponente sala de recibo y pensó que era demasiado despojada, austera y algo severa para los niños, - deberé comenzar a pensar en las fechas que se aproximan, la Navidad, el Año Nuevo -, con ese tema en su cabeza, se encaminó a la cocina, donde la cocinera y una de las doncellas ya se encontraban en plena tarea.

Las mujeres, se sorprendieron que la dueña de la mansión se acercara al sector de los criados, cosa que a Chiara le pareció tan extraño, recordando sus largas tardes en compañía de Estella, pero no debía olvidar que allí ella era una extranjera, alguien que no conocía las costumbres y podía ofender susceptibilidades. Cuando les preguntó dónde podía conseguir los adornos para las fiestas de Navidad, las mujeres se miraron con asombro y a la vez con temor – señora… aquí, está prohibido celebrar la Navidad – dijo con voz temblorosa, la mujer  más joven. Chiara se les quedó mirando con una total expresión de asombro. Sin que le ofrecieran, corrió una de las sillas y se sentó a la mesa, - ¿puedes explicarme porque? En Italia es la fiesta más importante del años – sonrió a esas mujeres que la miraban con desconfianza.

Cuando comprendieron que no era una espía de los ingleses, que intentaba descubrir si no cumplían con la ley, y así caer sobre ellas. La charla se volvió amena y hasta risueña, - no me importa si fuera de éstas paredes se prohíbe festejar el nacimiento de nuestro Señor, aquí, bajo mi techo, si lo haremos– les dijo, guiñando un ojo, - soy ahijada del  Santo Padre y  no le conviene ni al rey, ni tampoco a la diplomacia llevarse mal con el Vaticano, ya no estamos en tiempos de Enrique octavo – caviló.

Luego de tomar el desayuno en el salón azul, las mujeres, se animaron a invitar a sus amos a una de las festividades más importantes de toda Escocia, el día del santo patrono, Sant Andrews, así pues, cuando estuvieron listos, engalanados para pasar un día de excursión, la madre y los niños se dirigieron a la ciudad de Inveraray, allí, en la Iglesia escucharon el sermón del domingo,  que se refería a tal fecha especial  y cara para el sentimiento local. Chiara no pudo dejar de sonreír al ver a sus niños, bostezando y terminando dormidos con sus cabecitas puestas en su regazo. Tanto discurso, había agotado a los pequeños.

Al salir de la iglesia, se encontraron con una sorpresa muy divertida para los pequeños,  en el centro de la pequeña ciudad, habían armado una diminuta feria, en ella se levantaban  locales en donde podían ganar algunos juguetes, animales, hasta pasteles y delicias autóctonas. Los niños  se divertían, corriendo de un lado a otro intentando ganar los premios. Chiara rio feliz, por un día las tristezas de su pasado parecían que  no la atormentaría. Pero se equivocaba, porque no pudo dejar de pensar en lo feliz que hubiera estado, Ruggero, observando cómo se divertían sus pequeños, - cuanto hemos perdido… si supieras lo enorme que están, lo inteligente que se han vuelto – pensó, pero como si en realidad estuviera hablando con su esposo, - a veces, temo que no te recuerden…  eres solo un hermoso retrato colgado en el salón de armas… allí, donde descansan tus temidos cañones, todo lo que te distinguía como guerrero, como lo que al final, siempre fuiste y lo que te llevó a la muerte – suspiró, su rostro se había vuelto pálido, sus ojos sin vida.

Caminó, como si la hubieran herido con un puñal y se sentó en un banco, apartado de la gente que se divertía. Más allá, sus hijos, junto con dos de las doncellas que los vigilaban como nodrizas. Chiara se sintió tan sola, en su dolor, en su sufrimiento que las lágrimas le nublaron la vista, intento, ser fuerte, pero no pudo. Deseaba llorar, dejar que la angustia fluyera y se alejara de ella, nada podía hacer, ni siquiera tenía alguien con quien desahogarse, contarle lo vivido en los bosques de Italia. El dolor de encontrar a su amado en una agonía de la que no pudo librarle, solo quedarse a su lado, hasta que la muerte lo alejó para siempre de ella.

Inclinó su torso hacia adelante, clavó sus codos en sus piernas y escondió su rostro entre las manos. Allí donde estaba, algo alejada, cerca al coche que los esperaba para llevarlos nuevamente a la mansión, la tristeza la ahogo, se sintió  pequeña, indefensa, repitió una y otra vez su nombre. Las lágrimas la ahogaron, y solo la caricia de unas manos pequeñas en sus cabellos la hicieron levantar la mirada. Allí frente a ella, unos ojos azules, idénticos a los de Ruggero la miraron con tristeza, - mamá, aquí estoy, no me he ido a ninguna parte, no me iré jamás de tu lado -  atrajo a su hijo y lo abrazó con desesperación, como explicarle que a quien llamaba era al ser que le diera la vida,  - mamá, que solo me escondía para jugar, pero te prometo no lo haré más… ¿si? – a lo que ella asintió con su cabeza y sonrió con tristeza.  

Cuando llegaron a la mansión,  pidió vigilaran a sus hijos y se recluyo en su habitación. Cinco días fueron los que pasó en cama, alejada de sus Ángeles, la fiebre, los delirios, el  dolor en el pecho, llegaron a hacer dudar, al médico que la atendió, de que pudiera salir con vida de ese cuadro. Pero al pasar la semana, la mejoría se hizo notoria.  Ayudada por el  clima que se había vuelto más benévolo, ya que no había vuelto a nevar, haciendo que  el sol calentara  agradablemente, fue recuperando fuerzas. Cuando creyeron conveniente, le permitieron salir al jardín con sus pequeños, Ruggero y Melanie, jugaban cerca de ella, estaban, sanos, no se habían contagiado de aquel extraño mal, al igual que ninguno de los que habían pasado el día con la enferma. Fue algo que el facultativo no pudo distinguir, - tal vez, los humores, el clima, es una mujer acostumbrada a otras tierras, a otras costumbres – se encogió de hombros, antes de abandonar la mansión,- igualmente, no dude en llamarme si tiene una recaída – había pedido a las doncellas, mientras tomaba algo caliente en la cocina antes de partir.

El pequeño Ruggero, seguía asustado, hasta se culpaba, porque su mamá había estado llamándolo antes de enfermar. Pensó que si aquel pájaro volviera tal vez su mamá no se enfermaría mas, "Plumitas" era especial, él había observado el brillo que rodeaba al animal, - tal vez pueda curar a mi mami – se dijo, mientras corría a los brazos de su madre, -¿mamita, en verdad que si vuelve "Plumitas" te sentirás mejor? – Chiara lo miró extrañada, negó con la cabeza,  - mi cielo, el tenerte así, cerca mío, me hace sentir mejor -.


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Mensaje por Athdar Campbell Sáb Oct 25, 2014 5:03 am

Vio nuevamente tristeza en sus ojos y se sintió culpable por unos instantes, luego, se recriminó de pensar que él fuera la causa de esa aflicción, pero si de algo estaba seguro es de que bien podía absorber parte de ese pesar, compartir su dolor. Se quedó viéndolos, al pequeño Ruggero que consolaba a su madre y a la foránea que poco podía hacer para cambiar su semblante. «Sí tan sólo pudiera hacer algo al respecto para aliviar ese dolor» se reclamaba, se decía que los abrazos ayudaban pero el cuervo, así, no podía hacerlo mas no se presentaría a ella como Athdar, no podría; no sabía hasta que punto podía ella aceptar la presencia de un hombre. En sus cavilaciones no se percató de una voz dulce que lo llamaba con mucho entusiasmo. No era otra más que Melanie, que en ausencia de Ruggero había buscado otra variante para jugar y lo encontró a él. El cuervo se le quedó mirando con lo que sería, seguramente una sonrisa humana, y que en esa forma no demostraba nada. En respuesta al llamado de la niña el cuervo graznó y bajó posándose en una pira de leños, la pequeña lo acarició diciéndole que lo habían extrañado. «Y yo a ustedes» hubiera contestado pero sólo graznó un par de veces. Melanie volteó a ver a su familia para avisarles pero al estar tan lejos declinó, el cuervo notó la intensión y voló posándose en el hombro de la niña.

Melanie corrió hasta su madre y el cuervo le siguió volando. La niña sonriente anunció la llegada del cuervo y éste voló colocándose a un costado de la foránea, observando los profundos ojos azules de Ruggero. El cuervo graznó y dio unos pasos para que el niño le pudiese acariciar, cuando eso sucedió el cuervo reaccionó a las caricias dejando que su cuerpo se moviera al ritmo de los movimientos del pequeño, luego la niña se le unió y pronto se pelearon para acariciarlo. Su madre los reprendió con cariño; la foránea lo contempló y el cuervo a ella, después, el cuervo movió hacia abajo la cabeza como afirmando algo, como si autorizase que la foránea decidiera que hacer con él. Luego se volvió a los niños y emprendió el vuelo de regreso a los jardines, los hijos de la foránea lo siguieron, se escondió de ellos y comenzaron a buscarlo, el juego había empezado.

Haber estado tan ensimismado en el juego no puso atención en el clima hasta que cayeron los primeros copos de nieve. El cuervo graznó y voló hasta la foránea a la que le jaló el vestido con su pico, una vez que reaccionó para meter a sus hijos el cuervo emprendió el vuelo a su refugio. Nuevamente en su árbol contempló el castillo hasta que éste desvaneció, luego, se decidió, sí, los visitaría, «¿cómo reaccionarían ante él?» ya lo averiguaría. Cuando la tormenta cedió fue hasta un pequeño poblado cercano, entró a una casa y ahí se transformó, tomó algo de vestir y luego salió por la ventana. —Joven, ponga en refugio que la tempestad se hará más fuerte— informó una anciana y se refugió en su casa. Athdar sonrió y emprendió su camino rumbo al castillo sin reparar en el hecho de que la tormenta se acercaba.

El camino al castillo se fue complicando, pronto no había claridad y el sendero había desaparecido. Athdar creyó que todo había sido una perdida de tiempo, quizás nunca debía presentarse como el humano, mas no claudicó y siguió avanzando hasta que llegó al árbol que era su refugió, lo sintió con sus manos, que distinto lucía, que distinto se sentía. Entonces se desnudó, se convirtió en el cuervo y se elevó dejando que la nieve cubriera esas ropas. La tormenta estuvo a punto de derribarlo en un par de ocasiones pero su entereza hizo que consiguiera alcanzar su objetivo. Llegó a la ventana de la foránea y como lo hiciera por las noches tocó para que le abriera.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Dom Oct 26, 2014 6:26 pm

Cerró los ojos, disfrutando del abrazo de su pequeño Ruggero. Acarició y besó la cabeza del niño, cuanto añoraba abrazos fuertes que le devolvieran la fortaleza, la fe, la confianza. Un escalofrío recorrió su cuerpo, aun no estaba del todo bien, tal vez no había sido buena idea salir al jardín, sus fuerzas eran mínimas, pero no había querido  pasar más días alejada de sus pequeños. Aunque el día parecía menos cruel que los anteriores, por momentos, un viento helado acariciaba sus mejillas. Volvió a besar a su hijo, éste  intentaba parecer más adulto, él era el hombre de la casa, le correspondía cuidar de su madre, pero en esos momentos, no podía  negarse a los mimos de su madre. Nadie más que  Ruggero, sabía lo cerca que su madre había estado de perecer, las almas le habían dicho que su padre  pronto vendría a llevársela con él. El pequeños había rogado muchas veces, en sus oraciones, por ver a su padre de la misma forma como podía ver a otros seres que ya no estaban en ésta vida.  Pero no podía aceptar que para verlo, debía  perder a su madre, por eso había prometido que si su madre se salvaba, le contaría lo que le sucedía, lo de las auras, lo de la gente que veía, todo, aunque ella se enojara. Recordar aquello, le hizo entristecer y apretarse más a ella – mamá, no me dejes – Chiara se sorprendió, - mi tesoro, no hay poder humano que me haga alejarme de ustedes, los amo con todo mi ser, ¿Cómo podría dejarlos? –, una sonrisa se formó en el rostro del pequeño, para él,  la vida, era sencilla, si su madre le prometía  no dejarles, así sería.

Ensimismados estaban los dos, madre e hijo, que no habían visto que Melanie se alejaba de ellos, hasta que la vieron correr entre gritos de alegría y felicidad. Tras ella, el cuervo, volaba  mostrando sus alas lustrosas  que brillaban, aún con más fuerza,  por los rayos de sol. Ruggero terminó el abrazo y se separó de su madre. La preocupación había volado lejos con la llegada de su amigo y allí se iba tras de su hermana y el pájaro, a jugar con ellos. Chiara rio ante el cambio de humor de su pequeño, pero un acceso de tos la hizo terminar doblándose por el dolor en el pecho. Estaba mucho más delgada, algo ojerosa y extremadamente pálida. Claro, eso se debía a que uno de los tratamientos que le habían dado era sangrarla y la administración de láudano, en caso de los dolores al pecho. Inspiró lo más profundo que pudo, hasta que un dolor le impidió seguir. Mordió su labio, - Dios, sabes que mi sueño es encontrarme con él, pero no puedo ahora… como dejarlos sin madre, lo han perdido casi todo… no pueden perder más… dame fuerzas para seguir, para esperar, para olvidar –susurró, mientras los niños seguían jugando con el ave.

Se levantó y caminó, por el sendero  que en primavera se cubriría de flores, pero que ahora eran manchones verdes que sobresalían de la nieve que los cubría. Pensó que su corazón se encontraba así, cubierto por el hielo, la nieve de la tristeza, que por momento parecía que se derretía  y extrañamente le pareció que eran esos instantes en que la compañía de su amigo emplumado le hacía olvidar la tristeza por la que había huido de Paris.  Sonrió al verle saltar de rama en rama, de un arbusto al otro, - si supieras como has cambiado la vida de mis pequeños… como has modificado mi tristeza –  expresó en voz alta, contemplándole, como si él pudiera oírla o entenderle.

Volvió a entornar sus ojos para descansar un momento, La capa de paño, forrada en  piel, cubría su cuerpo protegiéndola del frio. Más pronto se dio cuenta que la temperatura iba descendiendo de prisa.  Abrió los ojos al sentir unos tirones en el ruedo de su falda, primero suaves y luego urgentes, cuando inclinó la cabeza para observar que era aquello que tiraba de sus ropas, encontró la mirada inteligente y profunda del ave, unos diminutos copos de nieve, comenzaban a caer en la cabecita del pájaro, - creo que sería mejor que vayas a refugiarte, o vueles al castillo, nosotros lo haremos – le dijo, inclinándose, para acariciarle.  Luego comenzó a llamar a sus pequeños, quienes acudieron presurosos, y juntos,  uno de cada lado, tomados de la mano, se dirigió a la mansión.

Pronto llegó la hora de la merienda, Chiara pidió a sus doncellas que cuidaran de los pequeños, vigilándoles, mientras  jugaban en el cuarto de los niños. Especificándoles,  que por ningún motivo les permitieran entrar al salón de armas,  no le gustaba que los niños entraran sin su compañía, temía que por puara inocencia  tomaran alguna de las armas y se hicieran daño. Por eso solía cerrar con llave el salón, pero esa mañana, antes de salir al jardín, Chiara había ido hasta  aquel lugar,  se había sentado frente al cuadro de su esposo y le había contemplado en silencio. Rememorando  la arrogancia del primer encuentro, la picardía en  los ojos del inquisidor, esa misma que se podía contemplar en el retrato. Luego había recorrido el lugar, acariciando algunas armas, como si en ese gesto hubiera podido  acariciar la mejilla rasposa, sin afeitar, de su marido, había sonreído con tristeza y unas cuantas lagrimas escaparon de sus orbes, definitivamente le costaría horrores, lograr dejar volar el dolor, aceptar que la vida continuaba, que lo único que nos quedan son los recuerdos, esos pequeños fragmentos de gestos, palabras y abrazos.

Aquella tarde volvió al cuarto, contempló nuevamente el rostro pintado al óleo, aquel imponente cuadro de cuerpo entero y en tamaño natural; el paisaje del fondo era la mansión Rosso, a su lado su caballo; las armas en la cintura, tanto como  en la montura del animal. Parecía que se encontraba  presto a salir en alguna misión. Recordó que, en  aquella obra, Ruggero, había sido retratado  un año  antes de la tragedia, pero no la entrega llegó después de los funerales del inquisidor. Aquello  fue un doloroso regalo.  Un  pedido que ella le había hecho a su esposo, - es que si viajas tanto, nuestro pequeño no te reconocería cuando vuelvas – se había quejado. Él  la había tomado  entre sus brazos, abrazándola con ternura porque temía hacerle daño, era tan frágil y además en su vientre llevaba a su hijo. La había besado y prometido que le podría ver a diario, aunque, por algún motivo, no estuviera.  La mujer se paró frente al retrato, con su mirada elevada a fin de contemplar el rostro del que fuera su esposo, - cumpliste tu palabra, puedo verte todos los días, puedo hablarte como lo hago ahora, pero no puedes abrazarme, ni jurarme  que este  dolor se irá algún día – le reprochó.

Luego de cerrar con llave el salón, se dirigió a su habitación, su doncella, le pregunto si tomaría algo, a lo que ella le dijo que no. Solo deseaba estar en su cuarto, pensar en cómo debía seguir su vida. No podía seguir sufriendo de esa manera, a pesar que jamás lo olvidaría, debía, por el bien de sus hijos,( si no lo hacía por el suyo propio), poner su mente en otras actividades y cerrar la puerta que llevaba a los recuerdos. Se quitó  el traje que había usado,  uso  un vestido de terciopelo verde y se sentó en uno de los sillones que se encontraban frente al hogar. Su mente divagó en los cuatro años que tuvo que pasar sola las navidades con sus hijos, la primera, que ni siquiera había decorado la mansión Rosso, porque hacía pocos meses que su esposo había fallecido; el año siguiente había prefirió  huir de ese lugar, pasarla con unos amigos, y así no tener que pensar en nada. Los años habían transcurrido sin festejar verdaderamente una Navidad. – pero ésta, debe ser especial, es la primera que los niños podrán disfrutar y recordar, ya son lo bastante grandecitos para hacerlos, además en un nuevo hogar… si, debo esmerarme para que sea una época feliz para ellos, aunque para mí, siga siendo gris – susurró.

Unos suaves goles en el vidrio, la hicieron girar, se levantó y fue hasta la ventana, la abrió dejando entrar el  cuervo. Le  sonrió al verle posarse en el respaldo del sillón. A pesar de que su mirada era triste y se notaban rastros de llanto en sus mejillas, el tener su compañía le hacía mucho bien - querido amigo, has venido justo a tiempo, debes ayudarme – le dijo, como si el ave pudiera hacer algo – debemos darles una navidad especial a los niños, la más hermosa de sus vidas… - suspiró afligida – y por Dios, que no deseo arruinarla con mi tristeza, con mi nostalgia, con las ausencias inevitables -  susurró  intentado contener el llanto, - necesito tanto un abrazo, alguien que  entienda, que haya experimentado lo que significa perderlo todo e intentar sobrevivir… es muy difícil seguir viviendo sin él… sin Ruggero – se aferró al respaldo del sillón, el dolor en el pecho volvió he intentó respirar y no pudo, cayó desmadejada e inconsciente al piso, ¿Quién podría auxiliarla? Las doncellas se encontraban en la cocina, los niños en el salón de juegos y con ella solo un ave, sus ojos se cerraron, sus fuerzas se agotaban, el dolor, la soledad, la angustia parecían estar ganando la batalla.


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El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso Empty Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso

Mensaje por Athdar Campbell Lun Oct 27, 2014 2:24 am

Entró inmediatamente, no porque tuviese frío; sino porque deseaba estar con ella, con su compañía y no porque fuera una mujer y sintiera una poderosa atracción, el motivo era otro, y muy sencillo, quería compartir su vida con ella. Se posó sobre el respaldo de un sillón y la miró caminar a él, la escuchó y él también se sintió afligido. Deseaba tanto volverse humano y darle el abrazo que ella quería, pero cómo, si cuando lo hiciera lo acusaría de monstruo, lo alejaría de sus hijos y perdería su compañía. «Como el cuervo llegué a ella y como él moriré por ella» se dijo agachando la cabeza. Fue entonces cuando sucedió, su bella foránea se desplomó sobre el piso, el cuervo dio un salto hacia atrás y de inmediato voló a su lado, caminó basta acariciar con su pico los dorados cabellos y graznó como si pidiese una ayuda que no llegaría. «No me hagas esto» qué podía hacer en esa situación, ¿qué podía un cuervo hacer? Nada, no podía ayudarle en ese estado. Así que, aunque su vida a su lado terminara esa noche se transformó en el hombre que era.

Finalmente acarició los dorados cabellos y sintió la piel tersa con su mano poderosa y que usó para matar a tantos ingleses que ya había perdido la cuenta. —Eres tan hermosa— dijo como si pudiese escucharle y un par de lágrimas surcaron por sus mejillas. —Foránea, quisiera compartir tu dolor… No, sanar tu corazón. Ay en mi un corazón que ha comenzado a latir sólo por ti, un alma que arde para ti…— suspiró, la cargó en sus brazos y la recostó sobre su lecho, la arropó y volvió acariciar los cabellos con una sonrisa plena en sus labios; luego, sintió el deseo carnal y teniéndola en esa postura, indefensa e inconsciente, no pudo contenerse y fue acercando sus labios a los de ella, no estaba pensando, se estaba dejando llevar por sus instintos. Mas cuando sus labios rozarían su razón regresó y se detuvo. Cerró sus ojos y se reincorporó. —Así no— susurró y comenzó a cantarle una nana que antes él había escuchado en una aldea de Highland.

Se estuvo con ella, sentado a un costado tomándole la mano por más de una hora. No estaba preocupado, escuchaba su corazón y eso le había tranquilizado en el primer momento. –Ruggero– pensó de pronto y sintió un leve rencor. –¿Cómo le pudiste hacer esto?– seguía en su mente, perdido y después suspiró. –Sólo un hombre es capaz de hacer esto, ¿será?– y volvió a pensar en lo despreciable que puede ser la humanidad. Ellos eran benditos por no estar corrompidos, y ella era su diosa por no haber sucumbido a la irracionalidad del hombre, a la enviciada vida llena de maldad y actos monstruosos. Pero ahora dependía de él ayudarles. —Yo nunca te abandonaré— le susurró al oído.

Escuchó a un par de criados en los pasillos y se volvió a transformar en cuervo, caminó por la cama hasta que se ubicó del otro lado, la foránea se giró y él pudo verla de frente, dormía y sólo eso. El cuervo se acurrucó en la almohada y la veló toda la noche y parte de la mañana. Cuando la luz del sol se coló por la ventana el cuervo regresó a posarse en el sillón y ahí esperó a que despertara. Ya había sido muy atrevido al haber estado tanto tiempo a su lado, acostado con ella. Pero no se iría, la foránea le había revelado su aprecio hacía él y aunque ella no pudiera saber que era mutuo o quizás más profundo, él estaba resignado a que así fuera. «Mejor estar a su lado como el cuervo a alejarla para siempre como el hombre« volvió a reflexionar. «Ella no volverá a confiar en un hombre« era lamentable pero lo entendía y recordó sus palabras. «Después de todo como hombre que palabras le puedo decir. Yo nunca he amado, al menos hasta ahora, por lo tanto no he perdido lo que ella sí. No lo sabe pero ella puede destruir mi corazón cuando quiera hacerlo» y volvió a llorar.

De pronto, golpearon a la puerta y sin esperar respuesta sus hijos entraron. Estaban arreglados, listos para salir. «¿A dónde irían?» no tenía la respuesta, después de todo se había ausentado una semana y no había escuchado a su regreso algo que diera motivo a encontrarlos así. «¿Se irán?» y su corazón latió apresurado, no podía dejar que se fueran, no quería que lo hicieran pero no estaba en él esa decisión. Los niños fueron rudos con su madre y comprendiendo que no estaba para esos arranques el cuervo graznó atrayendo su atención. Cuando lo consiguió extendió sus alas y les hizo una reverencia. Melanie amaba cuando el cuervo hacía eso y él lo sabía.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Lun Oct 27, 2014 9:33 am

Inmersa en la inconsciencia, su razón divagaba, sus sentidos atenuados por aquel estado  se mezclaban con una ilusión poderosa. Creyó, escuchar al cuervo, luego sentir la presencia clara de un hombre, una mano que acariciaba sus cabellos. ¿Sería acaso, Ruggero, que venía a llevarla con él al más allá?. Su cuerpo no respondía, pero su alma atrapada aun en esa cárcel, que es la carne, soñaba con ser liberada, como un pájaro enjaulado, que solo desea que su captor se apiade y abra su celda, para volar al fin junto al hombre que había amado. Sintió que la alzaban, como si no fuera una carga, como si flotara. Si eso era real, si su adorado esposo, había venido a buscarla, o si solo era una ilusión de su mente desquiciada, que no soportaba ya la amarga realidad, a ella no le importaba, solo quería mantenerse en ese estado, donde el dolor y la ausencia no eran punzantes, la realidad no asfixiaba.

En un momento, le pareció que se estaba despertando, una sombra se cernía sobre ella, mas no temió. Un aroma especial, mezcla de hierbas y campo, llegó a sus fosas nasales; una respiración suave, acarició su semblante y el leve rose de unos labios tocaron los suyos, - Ruggero – dijo su alma, aunque sus labios se mantuvieron laxos. Aquella presencia, se quedó a su lado, tomó su mano y así, por primera vez en mucho tiempo, Chiara pudo sentir la paz perdida. Unas lágrimas recorrieron sus mejillas, mientras ,se quedaba dormida, tranquila como cuando era niña y sabía que nada malo podía pasarle, antes que los monstruos llegaran a su vida, o de que un gallardo soldado de la iglesia, cruzara su camino y la amara como nunca pensó que podría hacerlo alguien en ésta vida. Volvió a sentir la cercanía de esa respiración, y el susurro suave de unas palabras que llegaron a su alma – yo nunca te abandonare – aquella voz había sido distinta a cualquiera que conociera, pero a la vez la sintió familiar, como si en verdad fuera su alma quien la reconocía y creyó en ellas. Algo en su interior se conmovió, nuevamente las lágrimas recorrieron el camino descendiendo por  sus mejillas.  Su alma se desesperó cuando sintió que la presencia se desvanecía, aunque no del todo, un resabio, una esencia quedaba allí. Giró hacia el lado de la cama en donde la percibía, no abrió los ojos, pero estaba más consciente, sintió un suave aleteo, un delicado movimiento de alas y una débil sonrisa se posó en sus labios, - así que eras tú, el que me ha acompañado... – inspiró lentamente, como si solo fuera parte de un suspiro dormida – ¿lo has visto, verdad que fue mi dulce amado quien vino a mí?- muy en el fondo sabía que eso debía ser una alucinación, pero prefirió quedarse dormida pensando que era realidad,  a su lado, su amigo velaría su sueño.

Los primeros rayos de sol iluminaban la habitación, Chiara se había despertado hacía una media hora, contemplaba algo somnolienta a su amigo que continuaba allí, acurrucado a su lado, se sintió feliz, - no me mal acostumbres, querré que me acompañes siempre – le susurró – que estés a mi lado, así como ahora – volvió a hablarle, inspirando lentamente, el aroma a hierba y campo, igual al de la tarde anterior, volvió a inundar sus fosas nasales y Chiara sonrió, - mi príncipe encantado – caviló, cerrando los ojos y volvió a caer en un sopor, arropada por el suave perfume a naturaleza.

Unos golpes en la puerta la hicieron abrir los ojos, e incorporarse lentamente hasta quedar sentada en el lecho. La puerta se abrió y sus pequeños corrieron hacia ella – ¡mamá!  ¡Mamita! – Gritó Ruggero – te extrañé, no fuiste a darnos el beso de las buenas noches, ni terminaste el relato del pirata que se enamoró de una estrella de mar – recriminó, con sus ojos risueños, que de inmediato se volvieron  inquisidores, - mamita, ¿estuviste llorando? ¿No te sientes bien? – Trepó a la cama y se abrazó a su madre, hundió su cabecita en el cuello de su madre – no te pongas triste, yo siempre estaré a tu lado… yo nunca te abandonaré – las palabras dichas por la vocecita de su pequeño, trajeron a su memoria las expresadas por esa presencia que había velado por ella. El grito feliz de Melanie, la hizo levantar la cabeza, su mirada se posó en la del ave, que desde el respaldo de un sillón la contempló,  el cuervo abría sus alas majestuosas, como si de una reverencia a la princesa de la casa se tratara. Ruggero le dio un beso rápido, a su madre, en su mejilla y corrió al encuentro de su amigo – “Plumitas, plumitas” - gritaban los niños, - mamá,  él también vino a saludarte – dijo la pequeña  - ¿vendrá con nosotros a buscar un árbol para navidad? – Chiara se encogió de hombros, - no lo sé – sonrió al ave – dinos Plumitas, ¿vendrás de paseo con la familia? -.


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Mensaje por Athdar Campbell Lun Oct 27, 2014 9:24 pm

Razonó por un largo periodo, fue como si el tiempo se hubiera hecho lento. Frente a él la foránea con su grandes y brillantes ojos claros y a los costados sus grandiosos hijos. El niño debía de parecerse a su padre por lo que puso una especial atención en él. Entonces se percató de algo en lo que no había reparado… El niño no era un humano común, quizás no era un cambiante como él, y aunque no temiera lo que era, si lo que haría. Él se había tardado en darse cuenta pero el niño no tardaría en ver el aura del cuervo y darse cuenta que él, el cuervo, era el único en su especie en poseer esa luz anormal que sólo los que son llamados sobrenaturales pueden ver.

El tiempo regresó a su curso y escuchó el llamado de la foránea, el cuervo graznó y afirmó con la cabeza. Por supuesto que los acompañaría, incluso si no se lo hubieran pedido él hubiera atrás de ellos, quizás no como el cuervo, pero no se apartaría de su compañía. Temía por su seguridad, pues ahora los llamaba su familia pese a que para ellos él seguía siendo un animal, y nada más. Sin darse cuenta su mirada se perdió y fue hasta que recibió las prolongadas caricias de Melanie sobre su cabeza emplumada cuando reaccionó, graznó un poco y voló quitándole el sombrero a la pequeña y comenzó a dar vueltas alrededor. Escucharla reír le agradaba y cuando se unía su hermano era doblemente increíble. Pero más valioso era para su corazón cuando la foránea, la mujer de ojos tristes le sonreía con sinceridad.

Volvió a caer en cavilaciones, pensando en horas antes con la foránea. Sus susurros y expresiones. «¿Sólo seré eso para ti?, ¿un fantasma?», en esos momentos Ruggero le dio alcance, el cuervo soltó el gorro y voló hasta donde la foránea, luego, se le quedó mirando, «Si eso es lo que deseas, eso seré» extendió sus alas, hizo una caravana y salió de la alcoba, alzo el vuelo y después descendió posándose en una de las rejas de salida. Allí los esperaría, después de todo la foránea tenía que vestirse y él no podía quedarse allí.

El tiempo fue generoso con él, pues a pesar de que demoraron en bajar, el cuervo no lo noto. De hecho, y lo que le ayudó fue haber ido al lago por a recoger un lirio para la foránea, aunque él no atribuyó eso. Pero esperaba que ahora marchara con regularidad, o quizás más lento así podría estar con ellos por más tiempo. Los niños se sorprendieron al verlo, era como si hubieran creído que los abandonaría. A respuesta de esa sorpresa el cuervo graznó con el lirio en su boca y voló hasta donde la foránea dejando caer el lirio sobre sus delgadas manos.

Apareció a la derecha el cochero, ya tenía el carruaje listo. Sin embargo, el hombre miró al cuervo posado en la reja, lo escrutó con su mirada como si a través de sus ojos color azabache pudiera desenmascarar la humanidad. Y es que, aquel hombre de aproximadamente 45 años lo conocía, o al menos su forma humana. Juntos habían peleado en Highland contra los casacas rojas… contra Jamie Fraser. El cuervo graznó pero no apartó la mirada, no temía a que lo reconociese ya que sería imposible que fuera Athdar. Si bien era cierto que repentinamente había desaparecido, se decía que los cuervos son los enviados de la muerte a cobrar venganza y bien podía ser el alma de Athdar adherida al cuervo. Entonces él pensó en esa posibilidad, «¿podría ser cierto?, quizás no era un cambiante sino un alma atormentada». Pero después movió la cabeza de un lado a otro negando su propio pensamiento. —Parece un ave muy inteligente— dijo pero a petición de los niños abrió la puerta para que ingresaran. La pequeña Melanie lo llamó y el cuervo voló al interior sentándose frente a la familia.

El coche comenzó andar y justo en ese momento se sintió completo, alegre.  


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Mensaje por Corradine Grimaldi Mar Oct 28, 2014 5:57 pm

Sonrió feliz, ver a sus hijos así, riendo, despreocupados de todo posible problema o fatal desenlace, le hizo sentir que debía hacer  lo posible para que esa navidad fuera única. Fijó su vista en el cuervo, bien sabía, ella, lo que se decía de los cuervos no solo en Italia o en Paris, sino allí en Inveraray. De casualidad, al dirigirse a preguntar a su servidumbre por un tema en particular, se había detenido en el pasillo y escuchado una conversación entre la cocinera y las criadas. Cuchicheaban, lo extraño que era aquel  cuervo que seguía a la familia, cada vez que ésta salía al jardín, o picoteaba el cristal de la ventana del dormitorio de la señora – que es verdad – manifestó acaloradamente una de las sirvientas – que él le picotea y ella le abre para que entre -. Otra voz aseguró que el animal debería tener una conexión estrecha entre la familia y él - ¿se acuerdan que el pájaro  desapareció por una semana  y entonces  la señora enfermó, estando al borde de la muerte? – las doncellas dieron un sí, al unísono, a la pregunta de la cocinera, - pues para mí, ese es un animal maldito, debe ser el alma del señor Rosso –. Chiara no pudo verlas pero escuchó el frufrú de las ropas al moverse mientras se  santiguaban.  -Cada vez que voy a limpiar ese cuarto, me parece que el hombre aquel, me mira como para embrujarme – dijo temblando la doncella más joven. Chiara no pudo más que contener la risa para no descubrirse y poder seguir escuchándoles.  – Dice mi primo, que vivió en Paris,  que era un  soldado temido… que se llamaba… Ruggero… como el niño. – se hizo un silencio para después continuar – me dijo que era mas que eso…  que en verdad fue un asesino…  ¿o por qué tendría tantas armas? – preguntó en voz alta la misma doncella. Chiara se había tensado, nunca reflexionó que para algunos, su esposo era eso, un asesino – de brujas… - había pensado en ese momento.  – La cuestión, es que ese pájaro de mal agüero ha traído, sufrimiento a la señora – concluyó, la cocinera.

Chiara estaba terminando de  vestir, cavilando en todos esos temores infundados de sus sirvientes, con respecto al ave y a su esposo Ruggero, no podía negar que eso le había dolido, si hasta en ese momento corrió escaleras arriba, encerrándose en su habitación para llorar. ¿Quiénes eran ellas para juzgar a su esposo, para levantar falsos que no podían sostener? O porqué se atrevían a juzgarla por abrir la ventana de su alcoba como si lo que hiciera fuera dejar entrar un amante, no lo entendía, ni lo haría jamás. Había negado con la cabeza, - ¡no!  En todo éste tiempo, no he visto tanta felicidad en los pequeños, como  cuando ese animal nos brinda su compañía – pensó –es más, creo que me siento  segura y en paz, si él está cerca de nosotros – caviló frunciendo el entrecejo, pues eso sí era extraño.

La doncella que la ayudaba se detuvo y la contempló,  - No, ¿señora? ¿No le gusta el atuendo? – preguntó algo afligida. La italiana volvió de sus pensamientos, - lo siento, no me estaba refiriendo al vestido… solo pensaba - le sonrió, al tiempo de que  terminaba de prenderse un pequeño broche decorando así el  sencillo canesú de su vestido azul. La joven se quedó mirando aquel objeto. La descubrió haciéndolo y le preguntó – ¿qué pasa? -  su doncella se sobresaltó  y se alejó disculpando su imprudencia – es que nunca había visto algo tan hermoso y a la vez tan… -  la italiana se sonrió terminando luego la frase – tan…¿ raro?- acarició el objeto  - es solo un prendedor – dijo sin darle mayor explicación, aunque en verdad se tratase de un broche de duelo. Un accesorio que se había puesto de moda, en su interior se bordaba las iniciales del  fallecido y guardaba un mechón de sus cabellos, como devoción a su recuerdo. Dio por terminada la charla y el arreglo. Se dirigió a buscar a su hijos , debían apresurarse si deseaban regresar antes que el sol se escondiera.

Cuando los acompañó al carruaje que los llevaría al pueblo,  una tarea que había dejado hasta sentirse mejor vino a su cabeza, no podía dejar pasar más tiempo, era imprescindible poner las cosas en orden, si deseaba tener unas navidades en paz y una vida tranquila en Inveraray. Hizo una breve  e inesperada visita a la cocina, mientras los niños se quedaron en el coche acompañados por una doncella. Cuando Chiara entró al lugar sin anunciarse las mujeres se sorprendieron. El ama, que siempre tenía una sonrisa - aunque triste - en sus labios, ahora las miraba con frialdad, su sonrisa había desaparecido y se notaba un cierto disgusto en su rostro. Respiró hondo antes de  hablar, apoyó su mano en  el respaldo de la silla más cercana a ella,  la apretó un poco, y habló - He descubierto…  que en horas de trabajo… y bajo mi techo…  han estado hablando de mi familia… mencionado a mi difunto marido, han tenido el  descaro de levantar falsos contra él – la presión en el respaldo fue mayor.  Las mujeres intentaron negar con la cabeza, pero acallaron cualquier  excusa,  al ver los ojos  fríos de Chiara y su mano levemente levantada en señal de silencio. Con voz firme prosiguió, - si continúa esta situación, si hablan de mi familia o descubro que salen rumores… sobre  ella… desde Winter Abbey, os aseguro que vuestra estancia en éste lugar no durará tanto como mis palabras, os aconsejo  que  de no poder mantener la boca cerrada, saquéis vuestras pertenencias de mi hogar… ésta misma tarde y busquéis  rápidamente un  trabajo – inspiró profundo para luego dejar escapar el aire de los pulmones en un leve suspiro, - nadie volverá a hablar sin fundamentos  del señor Ruggero Rosso o de su familia… sin haberlo conocido… y aun si así fuera, no dejaré que se levanten mentiras,  ni calumnias sobre el padre de mis hijos... – su mirada fue cayendo en cada una de las mujeres, descansando  más tiempo y con más dureza,  sobre la cocinera y la doncella que había hablado sobre el broche. Luego sin agregar otra palabra, dio media vuelta y se dirigió a la entrada donde el carruaje la esperaba.

Los niños, estaban tristes,  - mamá, Plumitas no ha venido – dijo  Melanie – bueno preciosa, tal vez necesitaba hacer algo, o tal vez tiene polluelos -  la niña abrió grande sus ojos,  -¿será una cuerva? – Chiara rio con la ocurrencia de la niña. Buscó la mirada alegre de su Ruggero, pero el pequeño que mantenía el rostro circunspecto - ¿Qué pasa tesoro? –  preguntó, el niño encogió sus hombros – no sé, tal vez se cansó de nosotros – la madre secó los ojos de su niño, - no, corazón, de seguro ya llegará, podemos ir acercándonos a los portones de entrada, por ahí está llegando – le guiño un ojos, a lo que el pequeño se prendió de su falda, - mamá… ma… no quiero que nos deje… todos los que nos quieren y nos aman se van… como lo hizo papá -  Chiara se desesperó, tomó al niño entre sus brazos, lo abrazó, - no, no, mi cielo, eso no es verdad, tu papá no deseó alejarse, no fue su intención abandonarnos… - intentaba encontrar una forma de hacerle entender a un pequeño de cinco años que su padre lo amaba y que jamás se hubiera ido por su propia voluntad, pero era demasiado difícil, si hasta a ella le costaba entender, como la vida se había trastocado de esa manera. Afligida por esa situación, escuchó un graznido. Elevó su mirada y lo contempló, le sonrió agradecida por haber vuelto. Acarició la mejilla del niño - mira, deja de llorar, allí está tu amigo, ¿vez que no nos ha abandonado? – lo dejó en el suelo,  Ruggero corrió junto con su hermana a recibirlo.

El ave voló sobre ella y dejó caer un Lirio, Chiara lo atrapó y llevó aquella flor a su nariz, para disfrutar el aroma delicado de aquella que era su flor predilecta, - observó al cuervo que se había posado en la reja – gracias – susurro mirándole y sonrió. El cochero le dijo algo de lo inteligente que parecía el animal, ella solo asintió, también había observado aquella cualidad en el animal. Posteriormente, subieron al coche y se sentaron en uno de los asientos, los tres juntos. El cuervo entró al carruaje y se acomodó en el asiento enfrentado, todos se movieron un poco cuando el coche comenzó su viaje.

Melanie, se levantó y acomodó al lado del cuervo, pareció que al ave no se molestó cuando la pequeña comenzó a acariciarle. Chiara la vigilaba, - suave, cariños, es un animal muy delicado – le sonrió. Luego contempló a los dos niños y les contó  todo lo que debían hacer. Irían al pueblo, comprarían algunas telas, velas y cintas de diferentes colores, para después dirigirse al bosque y encontrar un árbol, un pino, lo bastante pequeño, el cual traerían para decorar, en la sala principal, - pero no  tenesmos hombres  fuertes que nos  ayuden con el árbol -  reflexionó y se culpó de haber dado el día libre a los dos lacayos que trabajaban para ella,  habían partido a pueblos aledaños a pasar unos días con sus familia. Se encogió de hombros, de la misma forma como lo hiciera su hijo, - bueno, esperemos encontrar un hombre que nos ayude, o que el señor Mac Gregor, pueda con el peso del árbol que elijamos-, suspiró, no muy convencida.


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Mensaje por Athdar Campbell Miér Oct 29, 2014 3:01 am

Pensó por unos momentos en las palabras del hombre y en la sensación de ver como lo estudiaba. Sintió miedo de ser descubierto, nuevamente esa ansiedad y como sucediera antes. Los niños hicieron que desapareciera. La caricia de Melanie era reconfortante, le hacía sentir bien y dejaba libre a su cuerpo para que se moviera con el movimiento de la gentil mano. Su madre le hizo una sugerencia sobre la forma de tratarlo pero eran palabras que Melanie no obedecía, simplemente porque ella ya lo trataba de esa forma, con delicadeza pero sobre todo con mucho cariño. Pronto, a ella se le unió Ruggero y a falta de espacio para jugar los niños comenzaron hacerle preguntas, que, asombrosamente respondía el cuervo negando o afirmando con movimientos de cabeza. Por supuesto, lo niños no elaboraban preguntas complejas, eran muy simples como; —¿eres una cuerva?, ¿tienes pequeños cuervitos?, ¿vives muy lejos?, ¿te agradamos?, ¿me quieres?, ¿nos dejarás?, ¿quieres vivir con nosotros?– él contestaba alegremente e inclusive llegaba a graznar pero finalmente Ruggero soltó la pregunta que le fue más difícil responder —¿Te gusta mi mami?— cuando soltó esas inocentes palabras se hizo un silencio, sólo el sonido de las llantas, el andar de los caballos y los golpes del cochero sobre la bestia se escuchaban. El cuervo miró directamente a los ojos claros de la foránea. «No sólo me gusta… La amo» hubiera dicho pero en respuesta graznó y afirmó con su cabeza. Los niños se alegraron y en ese momento llegaron al pueblo.

El carruaje se detuvo y el cochero abrió la puerta, el primero en salir fue el cuervo; sabía que su madre tenía que decirles que hacer y que no en un lugar como ese. Eran extranjeros y aunque encantadores sus costumbres eran ajenas; Athdar pensó en el propósito de la foránea al estar allí, algo que daría de que hablar en Inveraray y que esperaba ella fuera consciente de ello. Cuando al fin bajaron la foránea les tomó de la mano y el cuervo se aseguró de que lo vieran, les había prometido que los acompañaría y no los abandonaría y no pensaba hacerlo. Aleteó con gracia a un costado de Ruggero, no iba adelante ni atrás; él no era el guía. Fue entonces cuando se le ocurrió una idea, quizás podría aprovechar el momento para presentarse como lo que era.

Se detuvieron frente a un negocio y en ese instante el cuervo se alejó, oculto se transformó y tan rápido como pudo asaltó en una casa, se vistió con un kilt, una camisa holgada y un abrigo largo, más tarde salió caminando hasta donde la foránea y los niños, éstos ya se habían percatado de la ausencia del cuervo y comenzaron a llamarle, se soltaron de las manos de su mamá y ella tuvo que abandonar las compras. Athdar se apresuró y se hincó hasta estar a la altura de los niños. Que distintos lucían cuando usaba sus ojos humanos. Les sonrió. —¿Qué buscan pequeños?— el pequeño Ruggero fue el que tomó la palabra. —Ah si, lo acabo de ver un cuervo muy simpático; me dijo que no tardaría— mantuvo su sonrisa. —Si, yo puedo hablar con las aves… Pero que esto sea nuestro secreto, ¿vale?— la foránea llegó hasta ellos y lentamente Athdar alzo la mirada. Los ojos de ambos se encontraron y él se tensó, su corazón comenzó a latir de una manera desenfrenada y sintió deseos de llorar. —¿Qué?— regresó su atención a los niños. —Me dijo que les iba a dar una sorpresa y también que los quería a los dos por igual, que no le gusta verlos pelear— dudó en acariciarles o no sus dorados cabellos y optó por no hacerlo, después de todo el hombre era un desconocido. Se levantó y esta vez sonrió a la foránea.

Buenos días señora, tiene unos encantadores niños— dijo y enmudeció, «¿qué más puedo decirle?, ¿por qué me está costando tanto trabajo hablarle?» era cierto que Athdar no tenía ninguna clase de experiencia no solamente en el amor, sino con las mujeres. No sabía nada del cortejo porque nunca le había interesado, no conociendo la naturaleza humana, el salvajismo, la traición, la ambición, y pensar en ello le obligó a cerrar sus ojos. —Su amiguito me dijo que buscan un árbol, que quieren celebrar la navidad. Por varios años trabajé como leñador en Dundee, si me lo permite puedo ayudarle a encontrar un buen árbol— le sonrió y le hizo una caravana. —Mi nombre es Athdar y puedo ayudarles, bueno, hasta que tengan su árbol y regrese su amiguito— concluyó y dirigió su mirada a los niños.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Jue Oct 30, 2014 9:46 am

No pudo dejar de sonreír con las ocurrentes  preguntas que los pequeños hacían al cuervo, y la sorpresa que le causaba el observar que el ave parecía contestarles, - vaya,  en verdad eres muy inteligente – caviló observando detenidamente al animal, que rodeado por sus hijos, soportaba estoico, como si le gustara, el enorme interés que ponían los pequeños en él.

Entre risas y preguntas, llegaron al pueblo, no pudo negar que la mirada del cuervo, directa a sus ojos, cuando le preguntaron si la quería, la hizo estremecer. Existían pequeños momentos en que el ave,  parecía tener un alma humana  en su interior, sonrió y asintió con un movimiento de cabeza, como si agradeciera el cariño y le dijera que, aquel  sentimiento, era reciproco.

Poco antes de bajar del carruaje y comenzar las compras, les pidió a los niños que la escucharan, - vamos a jugar un juego – les anunció, debía encontrar la forma de no exponerse a posibles malentendidos o problemas con las leyes del lugar. No le convenía quebrar las costumbres del lugar, las que  no eran iguales a las suyas. Celebrar la Navidad, era algo que no estaría bien visto y si se enteraban que ellos lo harían, podría ser un inconveniente del que no estaba segura de querer lidiar con él.  Por eso, no podía dejar que los niños, dijeran libremente que acontecimiento, iban a festejar,  aunque ella fuera la ahijada de un Papa, de poco valdría allí para protegerla, tal vez  en Italia y en el continente, esos argumentos valían, pero allí, en una tierra extranjera y protestante, su conexión con el poder eclesiástico, era irrelevante.  Así pues, les dejó en claro cuáles serían las reglas del juego, nadie debía decir la palabra navidad, si alguien preguntaba, dirían que festejarían su cumpleaños, - ¿en verdad mamá cumples años en Navidad? – preguntó Melanie, Chiara rio ante el asombro de su pequeño, solo su esposo y ella sabían cuando era su verdadero cumpleaños y si eso podía salvar a sus pequeños, pues le revelaría su secreto, - sí, ese es el día de mi cumpleaños – los niños aplaudieron  felices,  ahora la navidad les parecía más hermosa.

Bajaron del carruaje y el ave los siguió, en todo momento junto a ellos, vigilando, cuidando. Cuando entraron  en una de las  tiendas, los niños se pelearon por abrirle la puerta, - basta niños no peleen – les reprendió, mientras  giraba su cabeza, buscando a su amigo emplumado, al encontrarle le sonrió, - por favor, quédate aquí, no me demoraré – le suplicó mentalmente, luego volvió su mirada a los niños y traspasaron la puerta.

Un agradable aroma a lavanda llegó a su nariz, - de seguro lo usan para que los insectos no afecten las telas – caviló mientras saludaba a la joven dependiente y comenzaba a  elegir  las telas. Los niños también lo hicieron, todas eran, verdes y rojas. La mujer que los atendía, preguntó que iban a confeccionar con tanta tela. Ruggero fue el primero que habló – festejaremos el cumpleaños de mamita – Melanie asintió con su cabeza, - sí, que justo es el mismo día de Nav… - Chiara, tocó suavemente el hombro de su niña. La dependiente  sonrió cómplice de lo que en verdad ya era obvio – no se preocupe, somos muchos los que festejamos “su cumpleaños” pero sin que la mano derecha sepa lo que hace la izquierda – le dijo en un susurro y guiñándole un ojos. Chiara agradeció que así fuera, pronto se dio cuenta que  ir con dos niños de cinco años, alegres y expresivos como sus hijos e  intentar conservar un secreto, era una tarea titánica.

Cuando volvieron a la acera, donde habían dejado al cuervo, no lo encontraron – mamá, ¿donde esta Plumitas? – Preguntó Ruggero – no lo sé amor, tal vez fue en busca de algunos granos, o le hizo frio y nos espera en el carruaje– intentó dar una excusa que pudiera calmar la tristeza que comenzaba a aflorar en su pequeño.  Entonces  se soltaron de su mano y salieron corriendo en busca del ave, - Plumitas… Plumitas – gritaban, Chiara tuvo que correr tras ellos, el pueblo no era muy transitado, pero carretas con mercadería, se trasladaban de un lado a otro de la calle principal, si los niños cruzaban sin prestar atención a los vehículos, podían llegar a tener algún accidente. El corazón se le heló,  en el momento en que observó a su pequeña  Melanie  a punto de bajar a la calle, justo en ese instante circulaba un carruaje  a gran velocidad, - ¡Melanie! – el grito se le ahogó en mitad de la garganta, mientras, soltaba los paquetes con las telas y corría, elevando su vestido de forma poco decorosa, exponiendo sus largas piernas, pero ayudándole a correr en busca de su pequeña era mucho más importante que quedar en ridículo.

Un hombre,  los había detenido antes de que ella llegara a donde los niños se encontraban, lo que le permitió llegar hasta ellos, pero se sintió algo incomoda, al fin de cuentas era un extraño el que hablaba con sus pequeños. Estaba recuperando  un poco el aliento, cuando pudo escuchar con claridad lo que el extraño decía a sus hijos.  Abrió los ojos sorprendida, por las explicando que les daba a Ruggero y a Melanie del por qué el cuervo no estaba con ellos. Sonrió agradecida al escucharle decir que entendía el lenguaje de las aves – como me gustaría conocerlo, así podría decirle a ese cuervo, que no se vaya, cuando le pedí que nos esperara – caviló, sin perder la sonrisa de su rostro. La mirada del hombre se juntó con la suya, en un instante, había algo en esa mirada que le  era conocida, como si la hubiera visto antes, al igual que el tono de voz, - Niños, no molesten al caballero – dijo, reprochando a sus hijos, pero sin mucha convicción. Cuando, el desconocido,  le habló, elogiando sus hijos, ella solo se cohibió, de sus labios se escuchó  un suave gracias y sus mejillas se colorearon de un tenue rosado, casi imperceptible.

-  Athdar, que nombre más particular – pensó mientras extendía su mano para presentarse -  un placer señor Athdar - dijo sin comprender si ese era su apellido o el nombre de bautismo - mi nombre es Chiara Di Rosso, y estos  son mis pequeños  Melanie y Ruggero Rosso – se presentó, - y en verdad nos ayudaría en mucho sus habilidades como leñador, ya que será nuestra primera… nuestro primer cumpleaños – sonrió rehuyendo su mirada de la de Athdar, - mamá dice que no debemos nombrar la Nav…  - Melanie se tapó la boca, - porque es un juego y el que lo dice pierde – afirmó Ruggero, señalando a su hermana – ¡has perdido… perdiste! -  los niños comenzaron a pelear, a lo que su madre tuvo que intervenir, - bueno, bueno, que si pelean, no buscaremos el árbol, ni haremos las galletas de avena para plumitas y se acabó el problema -. La seriedad en la mirada de su madre los hizo dejar de lloriquear, Melanie sorbió por la nariz, se limpió las lágrimas con la manga de su abrigo, acercándose al joven, le tironeó la falda – ¿podré elegir el árbol? ¿Será bonito como el que decoraba Estella? – la pequeña estaba fascinada con aquel hombre, y Chiara rio divertida, - cariño, ¿qué tal si nos apresuramos, antes que el señor deba seguir con sus tareas? – Elevó su mirada, pasando del rostro de la pequeña al del leñador, - ¿en verdad que no le causaremos ningún problema? – preguntó  cohibida, no era su intención molestar a nadie y por supuesto que pagaría por la ayuda. Aunque esperaba que además de elegirlo, cortarlo y atarlo al carruaje, les acompañara hasta poder colocarlo en el centro del salón, ya que los lacayos no volverían hasta después de varios días.


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Mensaje por Athdar Campbell Jue Oct 30, 2014 10:52 pm

Estaba fascinada por ella pero comprendió que de no dejar de verla se haría una mala interpretación de la situación. Bien ella pudiera sentirse ofendida, o quizás le sea grato, pero no podía permitirse fallarle. Para su fortuna la niña le tomó del kilt y eso lo distrajo de la foránea. «¡Chiara!» sólo un nombre sublime podría ser parte de una mujer igual a una diosa. Para ese momento Athdar sabía bastante de ella, no podía engañarlo diciéndole que su esposo lo esperaba en casa porque era viuda, y tampoco podría decir que ya no ama a su esposo porque sería un perjurio imperdonable para el corazón de la foránea. No se entristecieron, pero los ojos de Athdar dejaron de brillar de alegría, estaba en una situación difícil, pues aunque quizás podría ser sencillo fingir no saber nada, ¿qué iba a pasar cuando ella se enterase de la verdad? Él no quería saber, ¿porque cómo podría resultar en favor para todos? Sus ojos no alcanzaban a ir más allá del dolor.

Por supuesto princesa, y estoy seguro que escogerás el árbol más hermoso de todo Highland— le dedicó una de las sonrisas más sinceras que nunca dio, esos niños eran verdaderos ángeles, la pureza misma, la esencia de la vida. —Aunque me a pena decir que no tenía una tarea antes de que aparecieran, así que no tenga ningún inconveniente de que crea puede hacer perder mi tiempo porque seré yo el que le debe al dejar ayudarle— continuó y en ese momento los ojos del cuervo, no los de Athdar; se asomaron por los orbes del cambiante, la observaron comparando la visión entre uno y el otro. Que distinta se veía bajo los ojos de Athdar que a los del cuervo, y aunque los ojos del cambiante ya la habían visto como humano, no así, no en una mañana con la luz agraciándole los cabellos dorados. Cuando detectó en una mirada de la foránea un estudio, Athdar desvió la mirada. —Pero debemos darnos prisa, que esta semana es de ventiscas y de no vivir cerca será peligroso— dijo recuperando sus ojos humanos la situación, después sintió una manito tomando la suya.

Athdar bajó la mirada y vio a la pequeña Melanie, ella le tomaba la mano con tanta familiaridad, como si se tratara de un tío o algo así, sus ojitos miraron los de él y la sonrisa en su rostro embriagó de felicidad su alma. Que hermosa familia era, «¿así es como se siente tener una?» la fuente de su corazón se llenó de dicha y estuvo a punto de desbordarse en llanto de euforia, mas pudo contenerse. Miró a Chiara sin soltar a la niña, esperando que le dijese que soltara a su niña o diera su aprobación; pero las palabras de la niña hicieron que la decisión de la foránea fuera caduca. —Es por aquí— y comenzaron a caminar, pronto, Ruggero les dio alcance y tomó la otra mano de Athdar, él rió; tenerlos con él, era my distinto a que lo tuvieran a él como el cuervo. Si bien era cierto que no existían caricias de por medio, el calor en sus manos, el sudor de éstas era algo que como cuervo no percibía, o al menos no con la intensidad con que la sentía ahora.

Comenzaron el ascenso por una colina repleta de grandes y frondosos pinos y otros árboles semejantes. —Antes de talar tenemos que pedir permiso al árbol y luego a Ghillie Dhu— informó el cambiante pendiente a ellos que ya no le tomaban de la mamo pero seguían muy atentos a él. —Ghillie Dhu es el guardian del bosque y debemos perdirle permiso al árbol porque es un ser que tiene vida como ustedes, su mamá y yo— explicó y de pronto se detuvieron. —No, Ghillie Dhu es muy amable y le gusta jugar con los niños, aunque es muy tímido si se quedan quietos en medio del bosque y cierran sus ojos quizás puedan escucharle y si tienen mucha surte lo pueden ver— continuó y buscó los ojos de Chiara para sonreírles. —¿Cómo son?, bueno son seres pequeños, un poco más bajos que ustedes niños, y está rodeado de plumas que los árboles dejan caer cada día. En esta época Ghillie Dhu viste de café porque los árboles del norte bajo el otoño cambiaron sus hojas verdes por cafés— se reincorporó, vio en la cara de los niños mucha felicidad y sin que ellos se dieran cuenta ya estaban en la zona de tala.

Bueno niños hemos llegado, pueden buscar su árbol— y los niños vieron a su madre para después gritar de alegría. Athdar los seguía de cerca y pronto estuvo al lado de Chiara, algo que, aunque no lo buscó, si lo deseaba. —Sus hijos son maravillosos— dijo sin dejar de mirarles.


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Mensaje por Corradine Grimaldi Sáb Nov 01, 2014 7:31 pm

Se quedó atrás, contemplando el caminar tranquilo de ese hombre. Sus hijos, a cada lado, tomados de la mano, reían y preguntaban sobre los seres del bosque, de los que  el leñador  hablaba con tanta naturalidad, que hasta ella misma, que ya no creía en seres mitológicos – solo en monstruos que habían arrasado con su vida – sonrió, a la descripción de los pequeños duendes y del guardián del bosque - Ghillie Dhu – repitió.  Se imaginó a sus hijos, como aquellos fantásticos seres, vestidos con hojas y recorriendo los extensos valles y montañas. Sus orbes brillaron de felicidad, porque en verdad sus pequeños era para ella, esas hadas que habían llegado a su vida para darle luz a su dolor, colmar un vacío que por momentos le parecía, no podría llenar jamás. Al levantar la mirada  y contemplarlos recorriendo ese sendero, aquel hombre se transfiguro. Se detuvo, y  los contempló alejarse. Las lágrimas surcaron sus mejillas, pues por un leve segundo le pareció creer que era Ruggero, su Ruggero,  quien llevaba de la mano a sus hijos, caminando felices, en un día cualquiera, hablándoles de historias, de batallas, de su vida como inquisidor, - claro, lo poco que podría haberles contado - . Pero, tan fugaz como lo había visto, así volvió a contemplar, el fuerte cuerpo del escoces, su espalda ancha, sus piernas fuertes y la ropa típica de los habitantes de las tierras altas de Escocia. Ese no era su amado, jamás podría vivir una escena así, porque él ya no existía.

El dolor que siempre la rondaba, se aferró con filosas garras a su corazón, por más tristeza que sintiera, aunque llorara días enteros, años completos, - como ya lo había hecho – jamás  viviría un día como ese, en que su esposo, caminara de la mano con sus hijos. Recordó el día en el jardín botánico, - que pocos recuerdos tengo de ti – le habló mentalmente, a ese fantasma que solo en su alma y en sus recuerdos sobrevivía, - y más escasos son los que compartimos felicidad – tomó su falda, levantándola  un poco, para poder apresurar su paso y darles alcance.

Cuando estuvo cerca, secó la huella de sus lágrimas con su puño, mismo gesto que utilizaba siempre Melanie.  Cuando Athdar, giró su cabeza para buscarla, ella se ruborizó, porque no deseaba que la contemplara débil, - ¿Qué pensará de ti? Si te ve llorando – se reprendió, pero la sonrisa franca, la hicieron calmarse, intentó devolverle una sonrisa igual, pero solo pudo hacer una mueca de profunda tristeza, mordió su labio inferior y volvió a intentar sonreír, ésta vez, fue una suave, pero sincera, sonrisa de agradecimiento. Aquel hombre no tenía idea de lo que estaba regalando a sus hijos, con esa simple caminata, con el relato y la paciencia que tenía para con ellos. – Si pareciera que lo conocen de hace mucho tiempo, ellos no son de brindarse a los extraños – caviló, algo sorprendida – en especial, Ruggero,  a veces creo que él posee un don  – a su mente llegó la imagen de su buena amiga Crystall y su esposo Derek, ambos brujos ambos con dones  tan especiales y peligrosos que de solo imaginar que su hijo poseyera un don así le congelo las venas. Abrió sus ojos sorprendida, ¿Cuánto hacia que no tenía noticias de ellos? Lo único que recordaba, era que el matrimonio no iba bien. Luego había sucedido lo de su hermano, la desaparición de Ruggero y luego su muerte, lo que hizo que ella se distanciara del matrimonio, pero no por eso dejaba de quererlos - cuanto me gustaría tener su presencia en éstos momentos, Derek me podría decir si mis pequeños corren algún tipo de peligro, o puedo estar tranquila –. Volvió a pensar en la relación de sus amigos,  aún no comprendía que había pasado, para que aquel matrimonio, que parecía duraría eternamente, se desbaratara como un castillo de naipes, - Cuando volvamos al castillo, escribiré cartas para ambos, tal vez, si vinieran a pasar unos días, y se reencontraran… tal vez, volverían a descubrir aquello que los enamoró el uno del otro – apretó sus manos a la tela del vestido, - ¡tonta! ¿Crees que la vida es tan fácil? No has podido librar a tu amado de su cruel destino y crees poder hacer algo por ellos. ¿En verdad imaginas que volver a hacer que ellos se amen? -  bajó la mirada, angustiada, cansada de tantas derrotas, de tanta perdida y sufrimiento. Ella también quería llegar a disfrutar un día, así, sencillo, sin tristezas, ni recuerdos que la hicieran sumergirse en un pasado que solo le traía dolor. Tan diáfano como el que sus hijos, estaban disfrutando junto al leñador.

Inspiró  profundo, - esperen por mí – dijo, intentando correr para darles alcance, pues nuevamente se había quedado retrasada – señor... Athdar – levantó la voz intentando que la escuchara, hizo varios pasos y pisó una pequeña rama que provocó que perdiera el equilibrio. Un revuelo de telas, piernas y brazos giraron en el aire, para terminar aterrizando en el suelo.  Comenzó a reír, - bien te lo tienes merecido, Chiara, por andar pensando tonterías, en vez de prestar atención y vivir el presente – se dijo mientras intentaba levantarse, lo más decentemente posible. Primero se giró despacio, apoyó sus  manos en el suelo, y se impulsó levantando su trasero, para terminar irguiéndose, algo tambaleante. Unos cabellos le caían en la frente y se los intentó acomodar lo mejor que pudo,  se manchó con tierra, las mejillas, la punta de la nariz y la frente, al tratar de mejorar su apariencia.

Llegó hasta el claro del bosque, donde ya sus hijos se dedicaban a buscar el que sería el árbol elegido para la Navidad. No pudo disimular la dificultad en el andar, le dolía mucho un tobillo, se lo había doblado, pero no podía dejar a sus hijos en mitad de una arboleda, con un hombre al que no conocía, aunque le pareciera una buena persona, debía ser cautelosa, - ¿cómo haré para volver al coche? – Suspiró, llevando sus manos a la cintura y  estirando su espalda hacia atrás, - mañana  sentiré que me han dado una paliza – caviló, cerrando los ojos y sonriendo, divertida por su torpeza que siempre la metía en líos. Ahora comprendía porque tan seguido Melanie llegaba con sus vestidos cubiertos de barro y hojas, - salió idéntica a mí – se dijo, abriendo sus ojos, que brillaban con una luz nueva, porque pensar en sus hijos, siempre iluminaba su espíritu, así como pensar en el pasado , la hundía en un abismo. Su mirada fue buscando  las cabecitas rubias y sus oídos descubrieron la dulce risa de sus pequeños.

Continuó observando el paisaje, hasta detenerse en aquel hombre que también, observaba  a sus hijos, la mirada seria, atenta a cualquier peligro, como si fueran, los pequeños, su propia familia, aquello en vez de disgustarle, le agradó, había algo en él que le recordaba a alguien, no pudo asociar aquellas facciones con nadie que conociera, pero  estaba segura que, al final, lo recordaría.


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Mensaje por Athdar Campbell Dom Nov 02, 2014 8:26 pm

Cuando dedicó un momento a observar a Chiara la vio echa un desastre y sonrió divertido, igual a ella había visto antes a Melanie y como le reprendía con ternura; la foránea lucía como toda una señora del siglo, una dama auténtica, llena de feminidad y nada de barbarie, sus gestos y sus propio rasgos finos le hacían resaltar sobre su actitud recta aunque melancólica. Su mirada nuevamente fue a los niños y cuando se alejaron un poco se apresuró a darles alcance, luego, sin más Melanie se detuvo frente a un robusto, amplio y frondoso pino, era en el lugar el más bravío, imponente y majestuoso. Llamó a su hermano y ambos se convencieron de que ese poderoso pino era el que querían. Athdar llegó hasta ellos y agachándose escuchó a los niños. —Es muy hermoso niños y creo que estará de acuerdo en ir con ustedes, pero por qué no le preguntan— dijo y los escuchó hablar con el árbol, pidiendo su permiso para talarlo y como si éste los escuchara se produjo un viento que levantó una rama, ésta pasó entre los cabellos de la pequeña en una suave caricia y emocionada miró al cambiante. —Aceptó, solo quiere saber si lo tratarán bien— cuestionó en su nombre el cambiante, esta vez fue Ruggero el que respondió con un —si, te cuidaremos y te querremos mucho— y Athdar les sonrió.

A suerte de él estaba muy cerca un puesto de leñadores y éstos se acercaron. —¿Querrá un árbol señor?— preguntó el más viejo, la pequeña se le adelantó —Si queremos éste— dijo con autoridad y señalando el pino. —El señor de los pinos— continuó el hombre. —Ya le pedimos permiso y dijo que si— refutó Ruggero con el ceño fruncido mientras le tomaba la mano a Athdar, éste le sonrió. —De acuerdo jovencito, si dijo que si nosotros no diremos que no— y rió, fue entonces que el viejo observó al cambiante, lo reconoció y sorprendido extendió sus manos para después abrazarlo. —Señor Campbell, que joven luce usted, no ha envejecido en lo más mínimo, después de más de veinte años— Athdar le miró primero extrañado, una gruesa gota de sudor surcó por un costado, pero su reacción fue una sonrisa de confidente. —Lamento informarle que no soy ese hombre— explicó y el hombre no lo cuestionó.

La tala inició, la foránea y sus hijos se mantenían a una distancia prudente mientras él conversaba con los leñadores. No tardó en unirse a ellos y en cuestión de minutos el pino cayó derribado. Sujetaron el árbol y lo colocaron en un coche. —Usted y su esposa deben de tener un gran lugar para poner esto— dijo el capataz terminando de amarrar el pino. —No, de hecho soy un hombre que se prestó a servirle— se justificó de inmediato. El viejo observó a la foránea y luego a Athdar. —Es una lastima hijo, es muy hermosa— y se retiró dándole las ordenes a sus ayudantes a llevar el pino al pueblo para montarlo en el coche de la señora, mientras, el cambiante pensó en la respuesta que pudo dar al hombre «lo sé, es hermosa y creo igual es una lastima que sólo sea un hombre cualquiera» pero como siempre calló su corazón.

Subieron al coche de los leñadores y los acompañó hasta el pueblo, luego, desapareció entre la gente, se desnudó y se transformó en el cuervo, voló muy de prisa hacía su refugio el cual no estaba muy lejos, de ahí tomó dos medallas con el sello antiguo de la familia Campbell y que esperaba la foránea no reconociere, después de todo era extranjera y el clan de los Campbell estaba muy al sur. Volvió a volar y los encontró instalando el pino en el coche de Chiara, ambos niños lo vieron y emocionados llamaron a su madre, dejó caer sobre sus manos las medallas y éstos fueron con su madre a enseñárselas pero el cuervo no se quedó volvió a volar y regresó a donde había dejado sus ropas, se vistió y apresurándose llegó hasta donde Chiara y sus hijos que ya habían despachado a los hombres.

Niños no olviden que le hicieron una promesa al señor de los pinos— les sonrió y después miró a la foránea. —Tengan un buen viaje— hizo una reverencia.


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El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso Empty Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso

Mensaje por Corradine Grimaldi Lun Nov 03, 2014 8:59 pm

Volvió a sonrojarse, cuando Athdar, la contempló con ternura, se sintió una niña pequeña, como su propia hija. Bajó la mirada turbada, era una sensación que hacía muchos años no sentía, por eso, Chiara, intentó poner su atención en lo que sus  pequeños  hacían. Éstos, comenzaron a alejarse más del leñador y ella. Frunció el entrecejo algo preocupada, temía que se perdieran si se alejaban demasiado. Levantó nuevamente su falda y caminó siguiendo al leñador que se apresuraba a donde los niños se dirigían. Para la italiana, un bosque, y más como ese, era un lugar peligroso, bien lo sabía ella, que se había criado en Turín, junto a los bosques que se extendían por toda la zona del Piamonte y la Lombardia, - Esperad, niños, no vayáis lejos – los reprendió, mientras apresuraba su paso e intentaba no caer nuevamente.

Al llegar a donde los mellizos se habían detenido, contempló el hermoso ejemplar que sus hijos eligieron, pensó en los adornos que, guardados en grandes baúles, habían acompañado a la pequeña familia desde Francia, muchos de ellos pertenecían a la familia Di Moncalieri y otros los había comprado Chiara, esperando usarlos en la primera Navidad de sus pequeños.  Sonrió pensando en el día que salió al centro de Paris, para comprarlos. La gente la miraba extrañada, porque una mujer  cuyo embarazo, cursaba los meses mayores, no era muy común verla por las calles, sin compañía, ni de una criada o de su esposo. La  mayoría de las mujeres preferían permanecer encerrada en sus hogares. Pero Chiara, jamás fue una mujer común, y el hecho de que su marido no se encontrara, no le parecía un impedimento para ir a comprar lo que  tenía en mente.  Además había decidido recibirlo con las compras ya hechas, así, aunque su hijo estuviera en su vientre para Navidad, ellos podrían festejar  aquella importante festividad, juntos. Suspiró, porque parecía que desde siempre, en aquella relación, estaba destinada a vivir los momentos importantes de su vida, sola. Instintivamente, llevó su mano al broche, lo acarició, como si en ese acto pudiera reconocer que lo vivido, no había sido un mal sueño. Intentó calcular si todos los adornos y las compras que habían hecho, alcanzarían para vestir tan imponente árbol.

- ¿No será un poquito grande?-  Les dijo, a los niños y al leñador, aunque luego se encongio de hombros, - no importa, ya veremos como lo acomodamos - , ver sus caras iluminadas por la dicha, valía mil veces tener que romper paredes s era necesario.  Desde ya le pediría al señor Athdar, que los acompañe a la mansión, hasta poder colocar el árbol en el salón, - y después… ¿dijo que no tenía trabajo? Tal vez podría ofrecerle algún puesto… como… guardabosques de los extensos campos de la propiedad – se dijo, mirando al hombre que hablaba con sus hijos, - pero por ahora, veamos qué hacer con el pino -. Se acercó, para preguntarle, como haría para cortarlo, ya que no poseía en ese lugar herramienta alguna. Pero su pregunta no fue necesaria cuando, desde una construcción  en la que no había reparado, unos hombres, se acercaron a ellos. Por un instante tuvo miedo, en su vida todo  estaba mezclado con problemas, nada era fácil y esos hombres, fornidos, le daban un poco de temor. Pero al ver como saludaron al leñador y aunque parecía  que lo habían confundido, al saber que ayudarían y además bajarían el ejemplar hasta el coche, se alegró.

No pudo dejar de escuchar el cumplido que le hacía el anciano leñador a Athdar y se sonrojó, era lógico que así pensara el hombre, por la familiaridad con que los niños se acercaban al joven, - Campbell – repitió para sí, a pesar de que él lo había desmentido, le pareció que algo lo había molestado o incomodado, - ¿será que no desea, que lo reconozcan? ¿Veinte años igual? Se parecerá a su padre, por eso lo deben haber confundido – intentó encontrar una lógica – cualquiera que vea a Ruggero dentro de veinticinco años, podría  confundirlo con su padre... no – se dijo sonriendo, - de seguro, el pobre anciano ya no ve como antes – se entristeció al pensar en lo efímera que suele ser  la vida, y cuan rápido pasaba, aunque por momentos ella deseaba ser así de anciana y estar pronta a las puertas del sepulcro, donde, él, la estaría esperando. Suspiró, intentando que su tristeza no llamara tanto la atención.

Cuando comenzaron el regreso llamó a sus hijos, para que la acompañaran,  y dejara libertad al leñador que de seguro querría hablar con los demás hombres, - vengan, conmigo… ya han molestado bastante al señor  Athdar – les reprendió. El camino lo hicieron en coche y ella  agradeció aquello ya que  todavía le dolía su pie. Al llegar  a donde se encontraba  su chofer  y su  carruaje,  y después que los hombres amarrasen el árbol y ella les pagara, se sorprendió  no encontrar al joven leñador. Dirigió su mirada por todos lados, pero no lo encontró, - no le he pagado por la ayuda que nos ha brindado – se lamentó.

Los niños, comenzaron a gritar eufóricos, - ¡mamá! ¡Mira plumitas! – dijo Melanie, señalando al pájaro que se acercaba, con un objeto en sus patas. Su vuelo fue bajo, casi hasta rosar las cabecitas de los niños, dejando caer en las manos de éstos aquel objeto, para luego desaparecer en el cielo despejado. Los niños corrieron hasta ella, enseñándole lo que habían recibido, - ¿mamita, mira, que son? – Preguntó Ruggero. Chiara tomó la medalla y la contempló. Estaba por decir algo, cuando el leñador  se acercó a ellos, se despidió de los niños, entonces ella lo detuvo – pero… ¿no nos  acompañará? – Se ruborizó y bajó la mirada – disculpe, tal vez es una torpeza de mi parte, pero es que… necesitaría… si pudiera… - no sabía cómo decirle que no tenía quien le ayude a colocar el árbol en su sitio. Levantó nuevamente la vista, hasta encontrar la del hombre, - es que no tengo quien me ayude a colocarlo en el salón…  - sonrió algo cohibida. Ruggero tomó la mano de Athdar, - sí, sí, ven con nosotros, mamá hace unas galletas muy ricas y  nos dará chocolate caliente– dijo como si eso fuera el mejor pago que se pudiera tener, - además ¿quién pondrá la estrella? Mamá no alcanza – dijo Melanie, a lo que Chiara rio, -¿lo dices porque soy pequeña?  -  le reprochó con cariño, - entonces, ¿qué dice… viene con nosotros? -.


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