AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
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El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
Recuerdo del primer mensaje :
Invierno de 1805
Inveraray, Escocia
Inveraray, Escocia
Los últimos seis inviernos fueron lo mismo, Athdar mantuvo su forma de cuervo en todo momento, y en aquel año de 1805, nada iba a cambiar: o al menos eso creía. Voló por gran parte de Inveraray, pero no fue más que un castillo lo que le atrajo. No era por su magnificencia, o que repentinamente haya surgido, porque no era así. Ya habían pasado un par de años desde que no visitaba lo que para él eran unas ruinas bien conservadas, mas ahora una familia la habitaba.
El lugar muy pronto se llenó de color y de sonidos. El cuervo decidió quedarse al percatarse por toda una semana que no había un hombre en el hogar, tan sólo era una mujer y dos pequeños que jugaban alegres, derrochando alegría y felicidad. Sin embargo, la mujer vivía apesadumbrada y eso le hacía sentir triste, aunque no decidió acercarse en ningún momento pese a sus intenciones de ayudarla.
Fue una mañana cuando encontró al pequeño Ruggero, o al menos así le llamaba su hermana como su madre; escondido en el espléndido jardín rehuía de su hermana. El cuervo descendió a tierra y con sus patas lo fue siguiendo, el niño no se percató de su presencia, estaba muy entretenido en el juego, mas Athdar tenía curiosidad, ya habían pasado más de ocho años, ocho largos inviernos en soledad humana, y se sentía atraído por esta familia foránea.
El cuervo graznó llamando la atención del pequeño, éste le hizo una seña con su dedo para que se callara y Athdar no desobedeció, pero si se acercó más, lo suficiente para que Ruggero le acariciara. «¡Ah! una caricia» hacía tanto que no lo tocaban que sus plumas revolotearon sin previo aviso, eso le arrancó una risa a Ruggero y delató su posición. Ambos escucharon la voz de la niña y el cuervo emprendió el vuelo distrayendo a la que llamaban Melanie, de tal manera que el niño pudiera buscar otro lado para esconderse.
Deteniéndose sobre un árbol continuó viéndoles jugar, se acurrucó estando muy atento al desenvolvimiento de esos niños que comenzaban a agradarle. El cuervo graznaba cuando le hacían reír con sus ocurrencias y en el momento en el que todo se estaba poniendo más que interesante, apareció aquella doncella de ojos tristes y que fingiendo una sonrisa llamaba a sus hijos. El cuervo se reincorporó, agudizó su vista pero no alcanzaba a escuchar lo que decían, así fue que emprendió el vuelo para posarse en la reja más cercana donde los foráneos se encontraban.
Era hora de la merienda decía la madre y los pequeños le pedían más tiempo para poder jugar. El cuervo graznó llamando su atención, los niños le miraron con interés, mientras la mujer con misterio, o al menos eso era lo que Athdar podía ver a través de ella. Existía un gran dolor anidado en ese corazón femenino y de algún modo el quería saber qué era. Emprendió de nuevo el vuelo alejándose del castillo, o al menos un poco.
Esa misma noche el cuervo sobrevoló el castillo, buscó entre las ventanas la que le pertenecía a la mujer y cuando la encontró, ésta estaba en ropa de dormir, a punto de recostarse. El cuervo bajó al borde de la ventana y miró a través de la ventana, buscando a una persona que no había, al marido. Vio a la mujer sentarse frente al tocador y empezar a cepillarse los dorados cabellos, se quedó ahí, atentó, examinándola, como si fuera la primera mujer que hubiera visto en años, y literalmente así era; aquella extranjera derrochaba una belleza y esa conclusión que hacía Athdar nada tenía que ver con el hecho de no haber socializado por más de diez años. No, él no recordaba haber compartido palabra con una mujer tan hermosa, ni siquiera cuando llegaba a soñar con los humanos.
Cuando finalmente la mujer se levantó el cuervo tocó la ventana con su pico, atrajo su atención y comenzó a graznar un poco.
El lugar muy pronto se llenó de color y de sonidos. El cuervo decidió quedarse al percatarse por toda una semana que no había un hombre en el hogar, tan sólo era una mujer y dos pequeños que jugaban alegres, derrochando alegría y felicidad. Sin embargo, la mujer vivía apesadumbrada y eso le hacía sentir triste, aunque no decidió acercarse en ningún momento pese a sus intenciones de ayudarla.
Fue una mañana cuando encontró al pequeño Ruggero, o al menos así le llamaba su hermana como su madre; escondido en el espléndido jardín rehuía de su hermana. El cuervo descendió a tierra y con sus patas lo fue siguiendo, el niño no se percató de su presencia, estaba muy entretenido en el juego, mas Athdar tenía curiosidad, ya habían pasado más de ocho años, ocho largos inviernos en soledad humana, y se sentía atraído por esta familia foránea.
El cuervo graznó llamando la atención del pequeño, éste le hizo una seña con su dedo para que se callara y Athdar no desobedeció, pero si se acercó más, lo suficiente para que Ruggero le acariciara. «¡Ah! una caricia» hacía tanto que no lo tocaban que sus plumas revolotearon sin previo aviso, eso le arrancó una risa a Ruggero y delató su posición. Ambos escucharon la voz de la niña y el cuervo emprendió el vuelo distrayendo a la que llamaban Melanie, de tal manera que el niño pudiera buscar otro lado para esconderse.
Deteniéndose sobre un árbol continuó viéndoles jugar, se acurrucó estando muy atento al desenvolvimiento de esos niños que comenzaban a agradarle. El cuervo graznaba cuando le hacían reír con sus ocurrencias y en el momento en el que todo se estaba poniendo más que interesante, apareció aquella doncella de ojos tristes y que fingiendo una sonrisa llamaba a sus hijos. El cuervo se reincorporó, agudizó su vista pero no alcanzaba a escuchar lo que decían, así fue que emprendió el vuelo para posarse en la reja más cercana donde los foráneos se encontraban.
Era hora de la merienda decía la madre y los pequeños le pedían más tiempo para poder jugar. El cuervo graznó llamando su atención, los niños le miraron con interés, mientras la mujer con misterio, o al menos eso era lo que Athdar podía ver a través de ella. Existía un gran dolor anidado en ese corazón femenino y de algún modo el quería saber qué era. Emprendió de nuevo el vuelo alejándose del castillo, o al menos un poco.
Esa misma noche el cuervo sobrevoló el castillo, buscó entre las ventanas la que le pertenecía a la mujer y cuando la encontró, ésta estaba en ropa de dormir, a punto de recostarse. El cuervo bajó al borde de la ventana y miró a través de la ventana, buscando a una persona que no había, al marido. Vio a la mujer sentarse frente al tocador y empezar a cepillarse los dorados cabellos, se quedó ahí, atentó, examinándola, como si fuera la primera mujer que hubiera visto en años, y literalmente así era; aquella extranjera derrochaba una belleza y esa conclusión que hacía Athdar nada tenía que ver con el hecho de no haber socializado por más de diez años. No, él no recordaba haber compartido palabra con una mujer tan hermosa, ni siquiera cuando llegaba a soñar con los humanos.
Cuando finalmente la mujer se levantó el cuervo tocó la ventana con su pico, atrajo su atención y comenzó a graznar un poco.
Athdar Campbell- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 15/09/2014
Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
¿Cómo podría no haberse enamorado de esa familia?, ¿quién podría no hacerlo? Ver a los niños emocionados por ese simple regalo le dio gran satisfacción, pero fueron las palabras de la foránea que pusieron a su corazón en jaque. Deseaba ir con ellos, jugar con los niños como humano y conversar con ella en privado, quizás bailar o enseñarle hacer algo, no, tal vez acariciar sus cabellos y dejar que su cabeza descanse sobre su pecho y dormir juntos; velar su sueño, sí, verla dormir. Estar con ella como su guardian, su protector… Pero existía un problema, el cochero lo reconocería y aunque estaba distraído en sus quehaceres no tardaría mucho en desenmascararlo.
Athdar se vio sorprendido cuando Ruggero le tomó la mano y no pudo más que sonreír. —De acuerdo, será un placer para mi acompañarlos— dijo con sinceridad y todos entraron al coche. El rostro de Athdar tenía un ligero toque de preocupación que trató inmediatamente de disimular. En que situación se había metido, se sentía mal al mentirles. Cuanto le gustaría decirles que él era plumitas pero no podía ser, hacerlo significaba perderlos y volver a quedar en soledad. «No lo puedo permitir, no quiero estar solo» se decía. Camino a casa el cambiante les contó sobre los brownies. —¡Oh si!, son pequeñas criaturas con grandes barbas, visten siempre de café y tiene un gorro puntiagudo— explicaba con ese toque hogareño, con fraternidad y confidencia. Los niños escuchaban con mucha atención. —No pequeña, no son malos de hecho ayudan a la gente— continuaba sin dejar de verlos a esos alegres y llenos de vida ojos. —Los brownies pueden ayudar a las labores de la casa y cantan muy bonito, pero ellos no hacen todo eso buscando una recompensa, lo hacen porque les nace hacerlo, así como plumitas, que va a visitarlos sin querer nada a cambio, así son los brownies— los niños miraban a su madre emocionados y luego regresaban a ver a Athdar, —Ellos llegan solos pequeño, pero quizás podrías llamarles por la noche y tal vez te escuchen— luego prestó atención a Melanie. —Bueno no sé cantar como ellos pero me sé unas canciones— y una vez terminada esas palabras comenzó a cantar con una armonía serena; Athdar poseía un encanto particular y una voz con la que cantaba con gran afinación y lleno de sentimiento.
A lo largo del recorrido de regreso a casa Athdar se dedicó a cantarles todas las canciones de los Brownies que se sabía y su preocupación ya se había ido. Por eso cuando bajó del coche después de que lo hicieran los niños y ayudara a Chiara brindándole su mano, se enfrentó con el cochero. —¿Mi señor?, ¿Será verdad?, ¿Athdar Campbell?— y el cambiante palideció, se reprendió por haber olvidado ese detalle y sin voltear a Chiara para que no sospechara sonrió al hombre. —Athdar Campbell es mi padre, yo soy su hijo y aunque no creo que merezca portar su nombre, me llamó como él— explicó serenando su voz. El cochero le miró con desconfianza, le era difícil creerlo pues no había escuchado nada de que su líder tuviera una pareja y aunque pareciese imposible de que por más de veinte años de no verlo pudiera verse tan joven, creía en la posibilidad de que en efecto fuera ese hombre al servicio del traidor Fraser y que después los dirigiera, él tendría más de 50 años de pronto reflexionó. —¿Y cómo está su padre?— dijo de pronto, sorprendiendo al mismo Athdar. —Lamento informarle que falleció hace un par de años, junto con mi madre— el cochero se disculpó y Ruggero cortó la conversación tomándole la mano al cambiante para que les ayudara con el pino.
Sonreía, estaba feliz. —Muy bien, carguemos a este gran árbol— pensó en como llevarlo adentro, tenía que limitar su fuerza a la que tendría un simple mortal de esa complexión así que dio una mirada al lugar para encontrar algo que le ayudase a bajarlo y después meterlo. —Que dices pequeño hombrecito; ¿me ayudarás a cargarlo?— y esas palabras entusiasmaron a Ruggero que se aventó hacía él. Athdar lo cargó y lo sentó sobre su hombro derecho y cargándolo caminó hasta los jardines donde jugaba como cuervo con ellos, allí había visto unas cuerdas y un carrito. Athdar se dedicó a elogiar a Ruggero animándolo para que se esforzara a cargar una cuerda y no le desobedeció. Regresaron hasta el coche, Athdar llevaba el carrito y Ruggero estaba sobre éste sujetando las cuerdas.
Cuando llegaron y sin dejar de sonreír Athdar extendió las cuerdas sobre el pino y acercó el carrito, pidió a Chiara tomara a sus hijos y se apartara un poco y ayudándose de un pedazo de madera que usó como palanca jaló las cuerdas haciendo que el pino cayera sobre el carrito. Athdar se acercó para sujetarlo y los niños le ayudaron, después comenzó a empujarlo al interior con la ayuda de Ruggero que usaba todas sus fuerzas lo que divertía a Athdar. Para la fortuna de la familia y sobre todo del cambiante. Las puertas eran lo suficientemente grandes para que el árbol entrara. Conducido por la foránea lo llevó a una estancia y haciéndose de las cuerdas y su inteligencia logró pararlo, el imponente pino se alzo y después de varios arreglos quedó fijo.
—Ahí lo tiene señora… Niños; espero que les guste y sobre todo lo cuiden— éstas últimas palabras eran dedicadas a los niños, después miró a Chiara. Que hermosa lucía, quería decírselo pero fue otra oración la que salió de su boca. —Bueno, no quiero importunarlos más, agradezco brindarme su compañía… Creo que es mejor que me retire— les sonrió nuevamente.
Athdar se vio sorprendido cuando Ruggero le tomó la mano y no pudo más que sonreír. —De acuerdo, será un placer para mi acompañarlos— dijo con sinceridad y todos entraron al coche. El rostro de Athdar tenía un ligero toque de preocupación que trató inmediatamente de disimular. En que situación se había metido, se sentía mal al mentirles. Cuanto le gustaría decirles que él era plumitas pero no podía ser, hacerlo significaba perderlos y volver a quedar en soledad. «No lo puedo permitir, no quiero estar solo» se decía. Camino a casa el cambiante les contó sobre los brownies. —¡Oh si!, son pequeñas criaturas con grandes barbas, visten siempre de café y tiene un gorro puntiagudo— explicaba con ese toque hogareño, con fraternidad y confidencia. Los niños escuchaban con mucha atención. —No pequeña, no son malos de hecho ayudan a la gente— continuaba sin dejar de verlos a esos alegres y llenos de vida ojos. —Los brownies pueden ayudar a las labores de la casa y cantan muy bonito, pero ellos no hacen todo eso buscando una recompensa, lo hacen porque les nace hacerlo, así como plumitas, que va a visitarlos sin querer nada a cambio, así son los brownies— los niños miraban a su madre emocionados y luego regresaban a ver a Athdar, —Ellos llegan solos pequeño, pero quizás podrías llamarles por la noche y tal vez te escuchen— luego prestó atención a Melanie. —Bueno no sé cantar como ellos pero me sé unas canciones— y una vez terminada esas palabras comenzó a cantar con una armonía serena; Athdar poseía un encanto particular y una voz con la que cantaba con gran afinación y lleno de sentimiento.
A lo largo del recorrido de regreso a casa Athdar se dedicó a cantarles todas las canciones de los Brownies que se sabía y su preocupación ya se había ido. Por eso cuando bajó del coche después de que lo hicieran los niños y ayudara a Chiara brindándole su mano, se enfrentó con el cochero. —¿Mi señor?, ¿Será verdad?, ¿Athdar Campbell?— y el cambiante palideció, se reprendió por haber olvidado ese detalle y sin voltear a Chiara para que no sospechara sonrió al hombre. —Athdar Campbell es mi padre, yo soy su hijo y aunque no creo que merezca portar su nombre, me llamó como él— explicó serenando su voz. El cochero le miró con desconfianza, le era difícil creerlo pues no había escuchado nada de que su líder tuviera una pareja y aunque pareciese imposible de que por más de veinte años de no verlo pudiera verse tan joven, creía en la posibilidad de que en efecto fuera ese hombre al servicio del traidor Fraser y que después los dirigiera, él tendría más de 50 años de pronto reflexionó. —¿Y cómo está su padre?— dijo de pronto, sorprendiendo al mismo Athdar. —Lamento informarle que falleció hace un par de años, junto con mi madre— el cochero se disculpó y Ruggero cortó la conversación tomándole la mano al cambiante para que les ayudara con el pino.
Sonreía, estaba feliz. —Muy bien, carguemos a este gran árbol— pensó en como llevarlo adentro, tenía que limitar su fuerza a la que tendría un simple mortal de esa complexión así que dio una mirada al lugar para encontrar algo que le ayudase a bajarlo y después meterlo. —Que dices pequeño hombrecito; ¿me ayudarás a cargarlo?— y esas palabras entusiasmaron a Ruggero que se aventó hacía él. Athdar lo cargó y lo sentó sobre su hombro derecho y cargándolo caminó hasta los jardines donde jugaba como cuervo con ellos, allí había visto unas cuerdas y un carrito. Athdar se dedicó a elogiar a Ruggero animándolo para que se esforzara a cargar una cuerda y no le desobedeció. Regresaron hasta el coche, Athdar llevaba el carrito y Ruggero estaba sobre éste sujetando las cuerdas.
Cuando llegaron y sin dejar de sonreír Athdar extendió las cuerdas sobre el pino y acercó el carrito, pidió a Chiara tomara a sus hijos y se apartara un poco y ayudándose de un pedazo de madera que usó como palanca jaló las cuerdas haciendo que el pino cayera sobre el carrito. Athdar se acercó para sujetarlo y los niños le ayudaron, después comenzó a empujarlo al interior con la ayuda de Ruggero que usaba todas sus fuerzas lo que divertía a Athdar. Para la fortuna de la familia y sobre todo del cambiante. Las puertas eran lo suficientemente grandes para que el árbol entrara. Conducido por la foránea lo llevó a una estancia y haciéndose de las cuerdas y su inteligencia logró pararlo, el imponente pino se alzo y después de varios arreglos quedó fijo.
—Ahí lo tiene señora… Niños; espero que les guste y sobre todo lo cuiden— éstas últimas palabras eran dedicadas a los niños, después miró a Chiara. Que hermosa lucía, quería decírselo pero fue otra oración la que salió de su boca. —Bueno, no quiero importunarlos más, agradezco brindarme su compañía… Creo que es mejor que me retire— les sonrió nuevamente.
Athdar Campbell- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 15/09/2014
Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
El viaje de regreso, fue tan acogedor para Chiara que, por más de una hora, no pensó en ausencias ni tristezas. Rio con sus pequeños cuando Athdar contaba de los duendes escoceses y recordó algunas historias de los que habitaban en Italia. Le fue fácil identificar algunos, - ¡aaaa! pero ese lo conozco es un Masseriol, ayudan en las tareas de la casa y el campo… claro, solo si no manchan sus bellos trajes rojos – acotó entre risas, pensando que Athdar, parecía un duende, ya que había llegado para ayudarles de forma tan misteriosa, y se había hecho parte de su familia. Agradeció que la semi penumbra ocultara un poco su rubor. Se arrebujó en su capa de terciopelo y mientras él cantaba, era una voz tan hermosa y tranquilizadora que su alma se llenó de paz. Extendió una manta de piel cubriendo con ella a sus hijos, así intentar que no tuvieran frio, el clima se estaba descomponiendo, pronto nevaría otra vez. Como lo más normal del mundo también lo arropó, pues sentado entre sus hijos, vestía aquella extraña falda que no cubría sus piernas y que le parecía, hacía que tuviera frio, aunque nada en él denotara eso. Cuando terminó de acomodar la manta y colocar las manoplas en las manos de los pequeños, recién cayó en la cuenta de lo que había hecho, lo miró a los ojos y sonrió avergonzada – disculpe, es la costumbre -, se sentía tan agradecida porque aquel hombre había logrado que sus mellizos, regresaran de aquel paseo contentos y emosionados.
Cuando llegaron y bajando del coche, escuchó, que nuevamente, - esta vez su chochero - lo llamaban Campbell y se sorprendió, más aún porque, había estado observando la medalla que Ruggero le había entregado, y el nombre de los Campbell estaba grabada en ella, - ¿qué nos quiso decir el cuervo? ¿Qué podremos confiar en él? - . Un hondo pesar, se apoderó del corazón de Chiara cuando escuchó que era Huérfano, claro, no se trataba de un niño como sus hijos, pero sintió que por esa semejanza, sus hijos habían sentido una atracción hacia él, - pero en ningún momento escuché que les hubiera contado – caviló, mientras lo observaba dirigirse con Ruggero subido a su hombro, como si se tratase de un pajarillo apoyado en una escultura, como se dirigían al jardín éste en busca de herramientas. No pudo detener, su mente evocando a su esposo y lo feliz que estaría de hacer eso, o lo furioso que se pondría al contemplar que otro hombre cargaba en sus espaldas a su querubín, - pues te lo tienes merecido por dejarlos, por abandonarnos – sentenció en voz baja, como si la pudiera escuchar.
Suspiró, dejando salir todas sus frustraciones. Un suave tirón en su falda hizo que bajara la mirada, Melanie tenía grandes lágrimas corriendo por sus mejillas. Se acuclillo para estar a su altura, -¿qué pasa pequeña?- la niña le preguntó porque, Athdar, no la había llevado en hombros. Chiara sonrió, - pues, tu eres una princesa y las damas, no podemos ir subidas a los hombros de los caballeros – su sonrisa se convirtió en una leve mueca de sorpresa al recordar aquella sensación, como en sueños, de ser transportada por unos brazos fuertes y depositada en su lecho. El perfume a hierbas, el mismo que sintiera la tarde anterior, en su alcoba, se hizo más intenso, cuando Athdar, pasó a su lado, tirando el carrito y Ruggero en éste abrazando unas sogas.
Aún turbada por la extraña sensación de familiaridad al aroma que desprendía el leñador, se volvió a hincar para abrazar a los pequeños y besarlos, así mantenerlos lejos de las posibles amenazas que implicaba el mover un peso tan grande como el pino, mientras el señor Campbell manejaba el árbol, ella besó a su hijo, quien se apartó un poco, - mamá, ¡no! No me beses así… que soy un hombre… ¿no has escuchado a Atar? – le reprochó, limpiándose con el dorso de la mano el beso. Chiara se sorprendió, para luego enarcar una ceja – ¿que eres un hombre? Y no quieres mis besos… mmm… - se hizo la ofendida, para cuando el niño asustado intentó detener que se levantara, colgándose de su cuello, ella sujetarlo y besarlo por toda el rostro – mi bello Ruggero, para mamá... siempre serás mi tesoro – le susurró en el oído, mientras acariciaba sus cabellos y lo abrazaba con fuerza. El niño se acomodó a horcajadas en la cadera de su madre y así con él en brazos y Melanie de la mano, entraron a ver, como iba la colocación del árbol para la Navidad.
Al llegar al salón y observar lo bello que había quedado, además de cómo sus niños saltaban de alegría, Chiara rio feliz, como hacía tiempo no le pasaba. Pero cuando el leñador les dijo que debían mantener su promesa, de cuidarlo y se intentó despedir de ella. Chiara lo volvió a detener. – Disculpe, señor Campbell, sé que seguramente debe seguir con sus actividades, pero me pregunto, si podría tomar un poco más de su tiempo – lo miró directo a sus ojos, su mirada era seria, no la de la madre o de la mujer que lo había acompañado en el bosque, sino la de una mujer que debe tomar decisiones que pueden afectar a su familia. Le pidió que lo acompañara al estudio, aquel que había arreglado de manera casi exacta al que tenía su esposo en la mansión Rosso.
Ella fue la primera en entrar, las persianas de las ventanas estaban abiertas dejando entrar la luz de la tarde, aunque ésta era amortiguada ya que comenzaba a caer nuevamente nieve. Chiara se quedó mirando el paisaje. Se sintió culpable, lo había hecho detener su partida tantas veces que ahora la tormenta de nieve se había desatado y no sería seguro que Athdar dejara el castillo. Se giró, apoyando su cadera en el escritorio, con sus manos en su regazo, entrelazadas, lo observó entrar. Cuando la doncella entrecerró la puerta, Chiara le habló, - Señor Campbell, no quiero que crea que soy una chismosa o escucho temas ajenos, pero… usted… dijo, esta mañana, en el pueblo, que no tenía trabajo… o eso es lo que entendí - bajó la mirada, rodeó el escritorio y apoyó sus manos en la superficie, inspiró suave antes de proseguir . - pues bien, verá… como sabrá… somos forasteros, venimos de Francia y todo esto es nuevo para nosotros… por eso… - no sabía cómo expresarse, siempre habían sido otros quienes habían llevado esos menesteres, ella solo se había limitado a cuidar de sus pequeños, pero ahora, sin Estella, ni Juan, podrían hacerlo y debía ser ella quien tomara las decisiones. Volvió a inspirar antes de hacer su petición – sería un honor para mí, si, usted tomara el trabajo de Cuidador de los bosques y campos que forman parte de ésta propiedad -, sus ojos se clavaron en los ajenos, su mirada era de súplica, no quería ofenderle, no quería exigirle, pero no entendía por qué, su corazón le decía que si él estaba cerca, nada malo les podía pasar, - solo le pido que lo medite, no es necesario que me conteste ahora – sonrió con tristeza, para luego señalar el paisaje que se podía ver, - además, no puedo dejar que se vaya con éste temporal, permítame ofrecerle mi hogar por ésta noche… si su respuesta es no… podrá irse en cuanto pase el temporal – dijo con tristeza.
En ese momento los niños entraron, al despacho, - mamá, está nevando – dijo Ruggero - ¿verdad que Atar se puede quedar? – Dijo el niño, - no puede irse, no hemos tomado el chocolate – aseveró la pequeña Melanie que se aferró de la falda de su madre. Chiara sonrió algo cohibida – ¿que dice señor Campbell, un Chocolate caliente? -.
Cuando llegaron y bajando del coche, escuchó, que nuevamente, - esta vez su chochero - lo llamaban Campbell y se sorprendió, más aún porque, había estado observando la medalla que Ruggero le había entregado, y el nombre de los Campbell estaba grabada en ella, - ¿qué nos quiso decir el cuervo? ¿Qué podremos confiar en él? - . Un hondo pesar, se apoderó del corazón de Chiara cuando escuchó que era Huérfano, claro, no se trataba de un niño como sus hijos, pero sintió que por esa semejanza, sus hijos habían sentido una atracción hacia él, - pero en ningún momento escuché que les hubiera contado – caviló, mientras lo observaba dirigirse con Ruggero subido a su hombro, como si se tratase de un pajarillo apoyado en una escultura, como se dirigían al jardín éste en busca de herramientas. No pudo detener, su mente evocando a su esposo y lo feliz que estaría de hacer eso, o lo furioso que se pondría al contemplar que otro hombre cargaba en sus espaldas a su querubín, - pues te lo tienes merecido por dejarlos, por abandonarnos – sentenció en voz baja, como si la pudiera escuchar.
Suspiró, dejando salir todas sus frustraciones. Un suave tirón en su falda hizo que bajara la mirada, Melanie tenía grandes lágrimas corriendo por sus mejillas. Se acuclillo para estar a su altura, -¿qué pasa pequeña?- la niña le preguntó porque, Athdar, no la había llevado en hombros. Chiara sonrió, - pues, tu eres una princesa y las damas, no podemos ir subidas a los hombros de los caballeros – su sonrisa se convirtió en una leve mueca de sorpresa al recordar aquella sensación, como en sueños, de ser transportada por unos brazos fuertes y depositada en su lecho. El perfume a hierbas, el mismo que sintiera la tarde anterior, en su alcoba, se hizo más intenso, cuando Athdar, pasó a su lado, tirando el carrito y Ruggero en éste abrazando unas sogas.
Aún turbada por la extraña sensación de familiaridad al aroma que desprendía el leñador, se volvió a hincar para abrazar a los pequeños y besarlos, así mantenerlos lejos de las posibles amenazas que implicaba el mover un peso tan grande como el pino, mientras el señor Campbell manejaba el árbol, ella besó a su hijo, quien se apartó un poco, - mamá, ¡no! No me beses así… que soy un hombre… ¿no has escuchado a Atar? – le reprochó, limpiándose con el dorso de la mano el beso. Chiara se sorprendió, para luego enarcar una ceja – ¿que eres un hombre? Y no quieres mis besos… mmm… - se hizo la ofendida, para cuando el niño asustado intentó detener que se levantara, colgándose de su cuello, ella sujetarlo y besarlo por toda el rostro – mi bello Ruggero, para mamá... siempre serás mi tesoro – le susurró en el oído, mientras acariciaba sus cabellos y lo abrazaba con fuerza. El niño se acomodó a horcajadas en la cadera de su madre y así con él en brazos y Melanie de la mano, entraron a ver, como iba la colocación del árbol para la Navidad.
Al llegar al salón y observar lo bello que había quedado, además de cómo sus niños saltaban de alegría, Chiara rio feliz, como hacía tiempo no le pasaba. Pero cuando el leñador les dijo que debían mantener su promesa, de cuidarlo y se intentó despedir de ella. Chiara lo volvió a detener. – Disculpe, señor Campbell, sé que seguramente debe seguir con sus actividades, pero me pregunto, si podría tomar un poco más de su tiempo – lo miró directo a sus ojos, su mirada era seria, no la de la madre o de la mujer que lo había acompañado en el bosque, sino la de una mujer que debe tomar decisiones que pueden afectar a su familia. Le pidió que lo acompañara al estudio, aquel que había arreglado de manera casi exacta al que tenía su esposo en la mansión Rosso.
Ella fue la primera en entrar, las persianas de las ventanas estaban abiertas dejando entrar la luz de la tarde, aunque ésta era amortiguada ya que comenzaba a caer nuevamente nieve. Chiara se quedó mirando el paisaje. Se sintió culpable, lo había hecho detener su partida tantas veces que ahora la tormenta de nieve se había desatado y no sería seguro que Athdar dejara el castillo. Se giró, apoyando su cadera en el escritorio, con sus manos en su regazo, entrelazadas, lo observó entrar. Cuando la doncella entrecerró la puerta, Chiara le habló, - Señor Campbell, no quiero que crea que soy una chismosa o escucho temas ajenos, pero… usted… dijo, esta mañana, en el pueblo, que no tenía trabajo… o eso es lo que entendí - bajó la mirada, rodeó el escritorio y apoyó sus manos en la superficie, inspiró suave antes de proseguir . - pues bien, verá… como sabrá… somos forasteros, venimos de Francia y todo esto es nuevo para nosotros… por eso… - no sabía cómo expresarse, siempre habían sido otros quienes habían llevado esos menesteres, ella solo se había limitado a cuidar de sus pequeños, pero ahora, sin Estella, ni Juan, podrían hacerlo y debía ser ella quien tomara las decisiones. Volvió a inspirar antes de hacer su petición – sería un honor para mí, si, usted tomara el trabajo de Cuidador de los bosques y campos que forman parte de ésta propiedad -, sus ojos se clavaron en los ajenos, su mirada era de súplica, no quería ofenderle, no quería exigirle, pero no entendía por qué, su corazón le decía que si él estaba cerca, nada malo les podía pasar, - solo le pido que lo medite, no es necesario que me conteste ahora – sonrió con tristeza, para luego señalar el paisaje que se podía ver, - además, no puedo dejar que se vaya con éste temporal, permítame ofrecerle mi hogar por ésta noche… si su respuesta es no… podrá irse en cuanto pase el temporal – dijo con tristeza.
En ese momento los niños entraron, al despacho, - mamá, está nevando – dijo Ruggero - ¿verdad que Atar se puede quedar? – Dijo el niño, - no puede irse, no hemos tomado el chocolate – aseveró la pequeña Melanie que se aferró de la falda de su madre. Chiara sonrió algo cohibida – ¿que dice señor Campbell, un Chocolate caliente? -.
Corradine Grimaldi- Humano Clase Alta
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Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
Así como se lo pidió, le siguió, en silencio y sin la compañía de los niños. Se sintió nervioso, en su mente no podían generarse pensamientos de posibilidades a los que atribuyera las situación que podrían ocurrir a donde quiera que se dirigieran. La vio entrar y quiso esperarse afuera para observar su belleza desde lejos, mas continuó ya que no deseaba ofenderla. La escuchó con mucha atención, cuando había escuchado su nombre y por el de su pequeño llegó a pensar que era italiana por lo que su relación de venir de Francia le tomó por sorpresa, aunque después de todo nunca había salido de Escocia y lo que conocía de Italia era por un joven que rescataron de los casacas rojas.
—No necesita esperar a una respuesta señora, aceptaré su apoyo… trabajaré para usted, me será una bendición—dijo y volteó a ver a los niños. —Muy bien, un chocolate será muy bueno y algo me dice que estará delicioso— concluyó. Y los niños emocionados afirmaron lo que había dicho, pronto los niños y la foránea salieron dejándolo solo. Caminó hasta el amplio ventanal y observó la ventisca que a los ojos de ella le impedirían irse pero a la fuerza del cuervo no sería un gran problema. Suspiró, de pronto se sintió muy triste y pensó en que la decisión que había tomado le perjudicaría más que beneficiarle, por supuesto, ellos no perderían, pero él con el tiempo si lo haría. «Que importa, he vivido tanto tiempo solo, sin amar que ya no me preocupo porque termine herido. Los amo y daré todo lo que esté en mi alcance para que sean felices».
Athdar se dio la vuelta y caminó hasta donde estaban los niños. Chiara había ido a disponer del chocolate y ahí, solo con los niños se acercó a ellos. —¿Jugamos a algo?— preguntó y ambos dijeron si al unísono. Le gustaba verlos así, él no pensaba por ninguna circunstancia ser el remplazo de su padre, no, nunca se atrevería a pensarlo; pero era evidente que su presencia les hacía bien, y se preguntó que tanta influencia puede tener él en lugar de “plumitas”, no lo sabía, o al menos lo consideraba muy complejo para él, sólo los niños podrían dar ese veredicto y nunca se los preguntaría. —A las escondidas, ¿les parece?— por supuesto, el juego tenía un propósito y para llevarlo a cabo él fue el que contó y esperó a que los niños se escondieran entre risas.
De cierta forma Athdar podría hacer trampa, ya que escucharía sus corazoncitos acelerados, pero la intención era otra, después de contar hasta cien, guiándose por el sonido de sus corazones se fue a lo opuesto, en ese trayecto llegaba a escuchar las risas de ambos que lo veían irse a donde no estaban y cuando él se aseguró de que estaba solo luego de entrar a un pequeño cuarto se desnudó escondiendo sus ropas y se transformó en el cuervo. Para su fortuna había una ventana que salía al exterior y usándola voló en contra de la nieve, luego, regresó por una ventana de la puerta principal e ingresó aprovechando que la habían dejado abierta. El cuervo se elevó volando cercas del techo y al localizarlos a los dos juntos, compartiendo el escondite aterrizó en el borde del mueble donde se escondían; los niños balbucearon algo mientras él graznaba. —Shhh, plumitas no hagas ruido— dijo la pequeña mientras Ruggero le miraba; —si, el señor Athdar nos encontrará— el cuervo guardó silencio pero en el interior el cambiante se sentía satisfecho, consideraba que había sido una gran idea. —Mejor escóndete con nosotros— la pequeña lo sorprendió tomándolo con sus manitas y poniéndolo sobre su regazo comenzó a prodigarle esas caricias que le agradaban mucho y que ella hacía de forma natural y sin darse cuenta.
Sí, el cuervo reconocía que le habían hecho falta esas caricias y entró en conflicto en que era mejor, qué atención de ellos le era adecuado, así hubiera continuado si no hubiera escuchado los pasos de Chiara. El cuervo brincó al borde del mueble y voló hacía afuera, rodeó el castillo e ingresó por donde salió la primera vez. Se vistió y salió regresando a la sala de estar. Los niños rieron y cuando estuvo de acercarse a su escondite llegó la foránea. Athdar se apresuró para alcanzarla. —Permítame ayudarle— le dijo mientras los niños salían reclamándole que siguieran jugando.
—No necesita esperar a una respuesta señora, aceptaré su apoyo… trabajaré para usted, me será una bendición—dijo y volteó a ver a los niños. —Muy bien, un chocolate será muy bueno y algo me dice que estará delicioso— concluyó. Y los niños emocionados afirmaron lo que había dicho, pronto los niños y la foránea salieron dejándolo solo. Caminó hasta el amplio ventanal y observó la ventisca que a los ojos de ella le impedirían irse pero a la fuerza del cuervo no sería un gran problema. Suspiró, de pronto se sintió muy triste y pensó en que la decisión que había tomado le perjudicaría más que beneficiarle, por supuesto, ellos no perderían, pero él con el tiempo si lo haría. «Que importa, he vivido tanto tiempo solo, sin amar que ya no me preocupo porque termine herido. Los amo y daré todo lo que esté en mi alcance para que sean felices».
Athdar se dio la vuelta y caminó hasta donde estaban los niños. Chiara había ido a disponer del chocolate y ahí, solo con los niños se acercó a ellos. —¿Jugamos a algo?— preguntó y ambos dijeron si al unísono. Le gustaba verlos así, él no pensaba por ninguna circunstancia ser el remplazo de su padre, no, nunca se atrevería a pensarlo; pero era evidente que su presencia les hacía bien, y se preguntó que tanta influencia puede tener él en lugar de “plumitas”, no lo sabía, o al menos lo consideraba muy complejo para él, sólo los niños podrían dar ese veredicto y nunca se los preguntaría. —A las escondidas, ¿les parece?— por supuesto, el juego tenía un propósito y para llevarlo a cabo él fue el que contó y esperó a que los niños se escondieran entre risas.
De cierta forma Athdar podría hacer trampa, ya que escucharía sus corazoncitos acelerados, pero la intención era otra, después de contar hasta cien, guiándose por el sonido de sus corazones se fue a lo opuesto, en ese trayecto llegaba a escuchar las risas de ambos que lo veían irse a donde no estaban y cuando él se aseguró de que estaba solo luego de entrar a un pequeño cuarto se desnudó escondiendo sus ropas y se transformó en el cuervo. Para su fortuna había una ventana que salía al exterior y usándola voló en contra de la nieve, luego, regresó por una ventana de la puerta principal e ingresó aprovechando que la habían dejado abierta. El cuervo se elevó volando cercas del techo y al localizarlos a los dos juntos, compartiendo el escondite aterrizó en el borde del mueble donde se escondían; los niños balbucearon algo mientras él graznaba. —Shhh, plumitas no hagas ruido— dijo la pequeña mientras Ruggero le miraba; —si, el señor Athdar nos encontrará— el cuervo guardó silencio pero en el interior el cambiante se sentía satisfecho, consideraba que había sido una gran idea. —Mejor escóndete con nosotros— la pequeña lo sorprendió tomándolo con sus manitas y poniéndolo sobre su regazo comenzó a prodigarle esas caricias que le agradaban mucho y que ella hacía de forma natural y sin darse cuenta.
Sí, el cuervo reconocía que le habían hecho falta esas caricias y entró en conflicto en que era mejor, qué atención de ellos le era adecuado, así hubiera continuado si no hubiera escuchado los pasos de Chiara. El cuervo brincó al borde del mueble y voló hacía afuera, rodeó el castillo e ingresó por donde salió la primera vez. Se vistió y salió regresando a la sala de estar. Los niños rieron y cuando estuvo de acercarse a su escondite llegó la foránea. Athdar se apresuró para alcanzarla. —Permítame ayudarle— le dijo mientras los niños salían reclamándole que siguieran jugando.
Athdar Campbell- Cambiante Clase Media
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Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
Sonrió al saber que se quedaría, e igualmente se sintió tranquila cuando escuchó la respuesta a su propuesta de trabajo. Pronto dejó el despacho, se dirigió a la cocina, donde ya estaban acostumbrándose a sus incursiones. Además del pequeño sermón que habían recibido, de parte de su ama, pocas ganas le habían quedado de hacer o decir algo que molestara a la señora de la mansión.
No había previsto contratar a un ama de llaves, pero luego de recapacitar, decidió que en poco tiempo debería contemplar dicho puesto. Mayordomo no se animaba ya que no existía un señor Rosso y podría ser tomado como algo fuera de lugar, a lo que se propuso que en las siguientes semanas debería preguntar a quién creía conocía a la gente del lugar, - el señor Athdar -, quién podría ser buena postulante para el puesto.
En pocos minutos dejó todo listo para que le prepararan una charola con cuatro tazas de chocolate caliente, acompañadas con budines y galletas caceras., - no necesito que las lleven, cuando lo tenga listo, llevaré la bandeja – le advirtió a la cocinera, quien abrió los ojos por la sorpresa, - pero mi señora, eso es trabajo de la doncella, no puede hacerlo usted – Chiara la miró a los ojos, por un momento su carácter explosivo, estuvo a punto de hacer que regañara a la mujer, pero luego de inspirar y dejar que las tensiones se fueran con un suspiro, le sonrió, - no se preocupe, por una vez que lo haga, no se caerá el mundo. Le prometo que en otra ocasión lo hará Mary, pero hoy deseo agasajar a mis hijos -, la cocinera bajó la mirada y asintió volviendo a sus quehaceres.
Estaba por retirarse del sector de servicios, cuando se detuvo, ¿Cómo había sido tan descuidada?, volvió a donde se encontraba Mary, - querida, necesito que adecentes una de las habitaciones de huéspedes, puede ser del ala norte y que mañana con ayuda de las otras doncellas, vayáis a limpiar y poner en condiciones la casa del capataz. – sonrió al ver la sorpresa de la joven, y su rubor en el rostro, comprendió sin una sola palabra que la joven había quedado prendada al ver al joven leñador, allí, en el despacho, - bueno, que es un hombre atractivo – se dijo mientras proseguía con su pedido – el señor Campbell, comenzará a trabajar y necesita tener un lugar en el cual descansar o vivir, si decide estar cerca de su trabajo -, Recordó la pequeña pero primorosa construcción de piedra, entre los abedules, cerca del lago. Una casita de dos plantas, con cocina, dos dormitorios, sala de estar, comedor, cuarto de servicio, con bañera espaciosa y adorables ventanas que daba al jardín trasero. – Espero que sea del gusto de un hombre como el señor Athdar – pensó, parada al lado de la puerta de la cocina esperando paciente la bandeja.
Cuando se fue acercando al salón, observó como el señor Campbell llegaba hasta ella y tomaba la charola, para que le indicara donde debía colocarla. Los niños aparecieron, entrando también al salón comedor, gritando de felicidad, - mamá, mamá, volvió plumitas y se escondió con nosotros – aseguró la pequeña Mely - ¡si! Estábamos jugando a las escondidas con Athdar, y plumitas nos encontró – sonrió divertido Ruggero. Chiara palideció por un momento, intentando mantener la calma antes de preguntar – pequeños, no habrán desobedecido y jugado a esconderse en el salón rojo – les miró con severidad, a lo que los niños con sus ojos grandes y asustados negaron con la cabeza – no mamita, a ese lugar, solo entramos contigo… - dijo Ruggero, - y solo para ver a papá – concluyó Melanie, con su carita muy seria, al afirmar con sinceridad. Chiara les sonrió, y les abrazó – me alegro, saben que es un lugar peligroso y no me gusta que jueguen con las cosas de papá – besó los cabellos de ambos, antes de pedirles que se sentaran a la mesa y así comenzar a servirles el chocolate.
A la merienda, Chiara se sentó al lado de Athdar – disculpe que reprendí en su presencia a los niños… es que suelen ser algo traviesos – sonrió, - como todos los niños, como lo eran mis hermanos en Turín, antes de… - se detuvo en el instante en que comprendió que iba a desvelar aquel secreto doloroso. Encogió los hombros, - No tiene importancia. La cuestión es que en el salón rojo, existe una gran colección de armas, que pertenecieron al padre de Ruggero y Melanie. Sé que están descargadas, pero aun así, temo se hagan daño con ellas. – Suspiró, luego dio un pequeño sorbo al líquido humeante, para dejar la taza en el platillo sobre la mesa, y extender su brazo, tomando el plato en el que reposaban los budines, y así poder ofrecerle a su invitado – pruebe, le he pedido a la cocinera que utilice una receta típica de Italia – sonrió al ver la sorpresa en el rostro del hombre – soy italiana… como mi esposo… aunque vivíamos en Francia, donde nacieron los pequeños – Cuando se hubo servido al igual que sus pequeños, continuó hablando – mi nana me enseño a cocinarlas, pero aquí no puedo utilizar la cocina, pareciera que no están acostumbrados, a que la familia baje a la zona de servicio y prepare sus propios alimentos – hizo un mueca de tristeza, - en Paris, pasaba muchas horas charlando con Estella – levantó la mirada y sonrió –era mi ama de llaves, pero además mi amiga… aquí… no tengo alguien así – de pronto sus ojos se iluminaron – no, en verdad, tengo alguien que es mi amigo y me escucha – bajó la voz y se acercó al hombre – es un pájaro, me gusta hablarle, parece tan inteligente, como si pudiera entender lo que me pasa – susurró, haciendo una mueca infantil. Observó a sus hijos comer con buen apetito, - dígame señor Campbell, ¿dónde nació? -.
No había previsto contratar a un ama de llaves, pero luego de recapacitar, decidió que en poco tiempo debería contemplar dicho puesto. Mayordomo no se animaba ya que no existía un señor Rosso y podría ser tomado como algo fuera de lugar, a lo que se propuso que en las siguientes semanas debería preguntar a quién creía conocía a la gente del lugar, - el señor Athdar -, quién podría ser buena postulante para el puesto.
En pocos minutos dejó todo listo para que le prepararan una charola con cuatro tazas de chocolate caliente, acompañadas con budines y galletas caceras., - no necesito que las lleven, cuando lo tenga listo, llevaré la bandeja – le advirtió a la cocinera, quien abrió los ojos por la sorpresa, - pero mi señora, eso es trabajo de la doncella, no puede hacerlo usted – Chiara la miró a los ojos, por un momento su carácter explosivo, estuvo a punto de hacer que regañara a la mujer, pero luego de inspirar y dejar que las tensiones se fueran con un suspiro, le sonrió, - no se preocupe, por una vez que lo haga, no se caerá el mundo. Le prometo que en otra ocasión lo hará Mary, pero hoy deseo agasajar a mis hijos -, la cocinera bajó la mirada y asintió volviendo a sus quehaceres.
Estaba por retirarse del sector de servicios, cuando se detuvo, ¿Cómo había sido tan descuidada?, volvió a donde se encontraba Mary, - querida, necesito que adecentes una de las habitaciones de huéspedes, puede ser del ala norte y que mañana con ayuda de las otras doncellas, vayáis a limpiar y poner en condiciones la casa del capataz. – sonrió al ver la sorpresa de la joven, y su rubor en el rostro, comprendió sin una sola palabra que la joven había quedado prendada al ver al joven leñador, allí, en el despacho, - bueno, que es un hombre atractivo – se dijo mientras proseguía con su pedido – el señor Campbell, comenzará a trabajar y necesita tener un lugar en el cual descansar o vivir, si decide estar cerca de su trabajo -, Recordó la pequeña pero primorosa construcción de piedra, entre los abedules, cerca del lago. Una casita de dos plantas, con cocina, dos dormitorios, sala de estar, comedor, cuarto de servicio, con bañera espaciosa y adorables ventanas que daba al jardín trasero. – Espero que sea del gusto de un hombre como el señor Athdar – pensó, parada al lado de la puerta de la cocina esperando paciente la bandeja.
Cuando se fue acercando al salón, observó como el señor Campbell llegaba hasta ella y tomaba la charola, para que le indicara donde debía colocarla. Los niños aparecieron, entrando también al salón comedor, gritando de felicidad, - mamá, mamá, volvió plumitas y se escondió con nosotros – aseguró la pequeña Mely - ¡si! Estábamos jugando a las escondidas con Athdar, y plumitas nos encontró – sonrió divertido Ruggero. Chiara palideció por un momento, intentando mantener la calma antes de preguntar – pequeños, no habrán desobedecido y jugado a esconderse en el salón rojo – les miró con severidad, a lo que los niños con sus ojos grandes y asustados negaron con la cabeza – no mamita, a ese lugar, solo entramos contigo… - dijo Ruggero, - y solo para ver a papá – concluyó Melanie, con su carita muy seria, al afirmar con sinceridad. Chiara les sonrió, y les abrazó – me alegro, saben que es un lugar peligroso y no me gusta que jueguen con las cosas de papá – besó los cabellos de ambos, antes de pedirles que se sentaran a la mesa y así comenzar a servirles el chocolate.
A la merienda, Chiara se sentó al lado de Athdar – disculpe que reprendí en su presencia a los niños… es que suelen ser algo traviesos – sonrió, - como todos los niños, como lo eran mis hermanos en Turín, antes de… - se detuvo en el instante en que comprendió que iba a desvelar aquel secreto doloroso. Encogió los hombros, - No tiene importancia. La cuestión es que en el salón rojo, existe una gran colección de armas, que pertenecieron al padre de Ruggero y Melanie. Sé que están descargadas, pero aun así, temo se hagan daño con ellas. – Suspiró, luego dio un pequeño sorbo al líquido humeante, para dejar la taza en el platillo sobre la mesa, y extender su brazo, tomando el plato en el que reposaban los budines, y así poder ofrecerle a su invitado – pruebe, le he pedido a la cocinera que utilice una receta típica de Italia – sonrió al ver la sorpresa en el rostro del hombre – soy italiana… como mi esposo… aunque vivíamos en Francia, donde nacieron los pequeños – Cuando se hubo servido al igual que sus pequeños, continuó hablando – mi nana me enseño a cocinarlas, pero aquí no puedo utilizar la cocina, pareciera que no están acostumbrados, a que la familia baje a la zona de servicio y prepare sus propios alimentos – hizo un mueca de tristeza, - en Paris, pasaba muchas horas charlando con Estella – levantó la mirada y sonrió –era mi ama de llaves, pero además mi amiga… aquí… no tengo alguien así – de pronto sus ojos se iluminaron – no, en verdad, tengo alguien que es mi amigo y me escucha – bajó la voz y se acercó al hombre – es un pájaro, me gusta hablarle, parece tan inteligente, como si pudiera entender lo que me pasa – susurró, haciendo una mueca infantil. Observó a sus hijos comer con buen apetito, - dígame señor Campbell, ¿dónde nació? -.
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Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
Después de auxiliar a la foránea y llevar la charola a donde le indicó, miró divertido a los niños y dentro de él una seriedad nació cuando se mencionó al padre de los niños. Athdar pensó en que si ese hombre siguiera vivo no los hubiera conocido y al percatarse de ese pensamiento egoísta comenzó a preocuparse «¿será acaso que me convertiré en un humano común?, ¿con sus traiciones, egoísmo, avaricia y contra virtudes?» tenía miedo de que así fuera y para callar su corazón preocupado se dijo que exageraba; los niños y Chiara no podían exponer su corazón a una maldad que ya había visto en sus campañas como guerrero. Siguiendo el protocolo su anfitriona se disculpó a lo que Athdar respondió con un movimiento de cabeza —Descuide— dijo acompañando su gesto. —Comprendo su miedo y creo es bien justificado— continuó siguiendo la platica que le otorgaba la foránea.
Cogió el alimento y después de sorber el chocolate dio una gran mordida. «Entonces sí es italiana» no la interrumpió, dejó que continuara hablando pues la voz de Chiara acariciaba su corazón como nunca nadie lo había hecho, después de todo; era huérfano desde que nació. Veía a los niños y luego los ojos claros de la foránea y nuevamente a los pequeños. «La niña tiene los ojos de su madre», pero entonces el corazón de Athdar se desgarró; cerró los ojos y se afligió por las palabras de Chiara. Bufó en sus adentros, y aunque ya lo argüía, no, lo sabía; escuchar decirlo por sus divinos labios le dolió. El cuervo era quien tenía el afecto de la mujer a la que había decidido acompañar por el resto de su vida, sólo él era digno, y Athdar comprendió que ante el cuervo nada podía hacer.
—Nací en el pueblo de Aberfeldy— respondió con la mirada en su chocolate, pronto su mirada se entristeció dio otro sorbo al chocolate, lo dejó sobre la mesa y se levantó. —Discúlpeme señora, agradezco su atención y el trabajo que me ofreció. Acepté el trabajo pero tengo que ir por mis cosas, y creo entre más pronto me vaya, más pronto regresaré— dijo y antes de escuchar reproches llegó hasta la puerta. —Niños cuiden el árbol, señora…— no pudo decir nada, comenzó ahogarse y la necesidad de salir, de quitarse la humanidad se convirtió en una ansiedad insoportable. Abrió la puerta y la ventisca golpeó su rostro, cerró la puerta para que ésta no entrara y afectara a los niños y comenzó avanzar contra el viento, sintiendo como el poderoso aire helado con sus grandes y ruidosas ráfagas se contraponían, objetaban su decisión. Pronto se dejó de ver su figura y cuando superó los cincuenta metros a partir de la puerta exterior se desnudo y se convirtió en el cuervo, voló a su refugio y ahí aguardó, acurrucándose en sus plumas negras y descansando sus ojos dejó pasar la tormenta.
La noche llegó y las pesadillas regresaron a él. Vio a sus tropas avanzando a una trampa. Jamie Fraser los había sitiado, justo en ese momento conoció lo que era la traición. Vio morir a varios de sus fieles soldados y bueno amigos. Aquel a quien consideraba su amigo, mató a sus hombres y él por perdonarle la vida perdió a más hombres de los que pudo salvar si su espada hubiera atravesado a Jamie. Las lágrimas salieron de los ojos del cuervo; pero el tormento continuaba, vio cadáveres de niños y mujeres, hombres y ancianos. Escuchaba el choque de las espadas, los llantos y los gemidos de dolor. El viento le recordaba esos sonidos. «¿Por qué corromperme?, ¿por qué intervenir en la inocencia de los pequeños?» eran preguntas que no le gustaba responder, porque sabía que a pesar de lo que creía ser lo mejor haría lo opuesto.
Cuando se dio cuenta ya había amanecido, la nieve había crecido y seguramente sus prendas habían quedado enterradas. «Ya no les serviré, Athdar no regresará… no pueden existir los dos y es el cuervo el que puede aspirar a un cariño que nunca he tenido y hasta ahora experimento y anhelo» el cuervo emprendió el vuelo al castillo pero por toda una semana lo único que hizo era volar alrededor, escuchando a los niños y a Chiara. No se atrevía acercarse y las pesadillas iban en aumento. Finalmente, entrada la segunda semana de diciembre, el cuervo bajó a la ventana y con su pico llamó a la foránea. Ella atendió pero antes de que abriera las ventanas él emprendió el vuelo alejándose y perdiéndose en la negra noche, una noche sin luna.
A la mañana siguiente, Athdar escribió a Chiara extendiendo sus disculpas y como el cuervo se dirigió a llevársela, mas en pleno camino unos cazadores lo siguieron asombrados por el brillo de sus plumas y ansiosos de poseerle dispararon. El cañón arrojó un puñado de balines que casi destrozaron el ala derecha. Sin tener la capacidad de volar rápido o transformarse en el águila para elevarse tan alto para no poder ser alcanzado, lo único que se le ocurrió hacer fue volar en zig-zag, descargando la fuerza del aleteo en su ala izquierda. El camino al castillo no era largo pero herido le pareció una eternidad y cuando por fin atravesó los muros se desplomó en uno de los jardines.
Cogió el alimento y después de sorber el chocolate dio una gran mordida. «Entonces sí es italiana» no la interrumpió, dejó que continuara hablando pues la voz de Chiara acariciaba su corazón como nunca nadie lo había hecho, después de todo; era huérfano desde que nació. Veía a los niños y luego los ojos claros de la foránea y nuevamente a los pequeños. «La niña tiene los ojos de su madre», pero entonces el corazón de Athdar se desgarró; cerró los ojos y se afligió por las palabras de Chiara. Bufó en sus adentros, y aunque ya lo argüía, no, lo sabía; escuchar decirlo por sus divinos labios le dolió. El cuervo era quien tenía el afecto de la mujer a la que había decidido acompañar por el resto de su vida, sólo él era digno, y Athdar comprendió que ante el cuervo nada podía hacer.
—Nací en el pueblo de Aberfeldy— respondió con la mirada en su chocolate, pronto su mirada se entristeció dio otro sorbo al chocolate, lo dejó sobre la mesa y se levantó. —Discúlpeme señora, agradezco su atención y el trabajo que me ofreció. Acepté el trabajo pero tengo que ir por mis cosas, y creo entre más pronto me vaya, más pronto regresaré— dijo y antes de escuchar reproches llegó hasta la puerta. —Niños cuiden el árbol, señora…— no pudo decir nada, comenzó ahogarse y la necesidad de salir, de quitarse la humanidad se convirtió en una ansiedad insoportable. Abrió la puerta y la ventisca golpeó su rostro, cerró la puerta para que ésta no entrara y afectara a los niños y comenzó avanzar contra el viento, sintiendo como el poderoso aire helado con sus grandes y ruidosas ráfagas se contraponían, objetaban su decisión. Pronto se dejó de ver su figura y cuando superó los cincuenta metros a partir de la puerta exterior se desnudo y se convirtió en el cuervo, voló a su refugio y ahí aguardó, acurrucándose en sus plumas negras y descansando sus ojos dejó pasar la tormenta.
La noche llegó y las pesadillas regresaron a él. Vio a sus tropas avanzando a una trampa. Jamie Fraser los había sitiado, justo en ese momento conoció lo que era la traición. Vio morir a varios de sus fieles soldados y bueno amigos. Aquel a quien consideraba su amigo, mató a sus hombres y él por perdonarle la vida perdió a más hombres de los que pudo salvar si su espada hubiera atravesado a Jamie. Las lágrimas salieron de los ojos del cuervo; pero el tormento continuaba, vio cadáveres de niños y mujeres, hombres y ancianos. Escuchaba el choque de las espadas, los llantos y los gemidos de dolor. El viento le recordaba esos sonidos. «¿Por qué corromperme?, ¿por qué intervenir en la inocencia de los pequeños?» eran preguntas que no le gustaba responder, porque sabía que a pesar de lo que creía ser lo mejor haría lo opuesto.
Cuando se dio cuenta ya había amanecido, la nieve había crecido y seguramente sus prendas habían quedado enterradas. «Ya no les serviré, Athdar no regresará… no pueden existir los dos y es el cuervo el que puede aspirar a un cariño que nunca he tenido y hasta ahora experimento y anhelo» el cuervo emprendió el vuelo al castillo pero por toda una semana lo único que hizo era volar alrededor, escuchando a los niños y a Chiara. No se atrevía acercarse y las pesadillas iban en aumento. Finalmente, entrada la segunda semana de diciembre, el cuervo bajó a la ventana y con su pico llamó a la foránea. Ella atendió pero antes de que abriera las ventanas él emprendió el vuelo alejándose y perdiéndose en la negra noche, una noche sin luna.
A la mañana siguiente, Athdar escribió a Chiara extendiendo sus disculpas y como el cuervo se dirigió a llevársela, mas en pleno camino unos cazadores lo siguieron asombrados por el brillo de sus plumas y ansiosos de poseerle dispararon. El cañón arrojó un puñado de balines que casi destrozaron el ala derecha. Sin tener la capacidad de volar rápido o transformarse en el águila para elevarse tan alto para no poder ser alcanzado, lo único que se le ocurrió hacer fue volar en zig-zag, descargando la fuerza del aleteo en su ala izquierda. El camino al castillo no era largo pero herido le pareció una eternidad y cuando por fin atravesó los muros se desplomó en uno de los jardines.
Athdar Campbell- Cambiante Clase Media
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Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
- El poblado de Aberfeldy -, creía haber escuchado de ese lugar, pero no estaba segura, continuó, atenta a lo que el señor Campbell le contase, pero entonces, aquella extraña reacción, como si en algo ella lo hubiera ofendido, la desconcertó. Lo vio levantarse, disculparse rápidamente y despedirse, dirigiéndose a grandes zancadas hacia la puerta principal. Chiara se alertó, - como se va a ir con una ventisca así – le dijo, levantándose y siguiendo a su huésped, tomó su capa de piel y abrió la puerta, la que Athard había cerrado. El golpe del viento helado la dejó sin aire por un instante, Cubrió su rostro con parte de la capa y comenzó a seguir unas huellas en la nieve, pero éstas se borraban rápido y pronto se dio cuenta que no podría hacer nada, sus fuerzas no eran las mismas de un hombre con la complexión del leñador. Sus piernas se doblaron al golpe de una nueva ventisca, cayó al suelo y todo comenzó a borrarse, pronto perdió la conciencia.
No supo en que momento, el cochero, fue llamado o si en ese momento había otro hombre en la mansión, tal vez, algún familiar de las doncellas o de la cocinera. Lo único que supo fue que su niño al verla salir, corrió, hasta la cocina, avisando que tanto el señor Campbell como su madre habían salido al exterior y que aún no volvían. Cuando despertó a la mañana siguiente, se encontraba en su lecho, había pasado una noche con fiebre y llamando desesperadamente a alguien, aunque creyeron que se trataba del leñador, pronto descubrieron que repetía una y otra vez el nombre de Ruggero. Aquella nieve, la ventisca, le recordaban la noche en que encontró a su esposo en mitad del bosque. Pasaron solo dos días más hasta que pudo mejorarse lo suficiente para que sus hijos le hicieran compañía, para ella, sus hijos eran el mejor remedio a todos sus males.
Cuando pasó una semana de la desaparición del leñador, Chiara temió que éste hubiera sido víctima de la tempestad y que no hubiera tenido tanta suerte como ella, - si nadie lo encontró, puede que aún esté bajo la nieve – se afligió – de ser así… - no quiso pensar en la única posibilidad – nadie podría sobrevivir a quedar inconsciente en una tormenta como la que pasamos-, se decía , pero cuando eran los niños quienes preguntaban por el leñador, ella afirmaba que de seguro ya habría llegado a su pueblo y que en pocos días estaría con ellos. Pero cuando se encerraba en el despacho sus temores volvían. Por eso hizo llamar a uno de los leñadores que los habían ayudado a talar el árbol de navidad y le pidió que se comunicara con gente del pueblo natal de Athdar, para que le dieran información de su llegada tras la ventisca, - señora, eso está a varios días de aquí, deberemos esperar hasta dentro de una semana, a que la temperatura mejore y no haya periodo de ventiscas -, Chiara lo despidió, agradeciéndole pero sin sentirse tranquila.
Así pasó otra semana, en la que trató de llevar una rutina normal con los pequeños, jugar en la nieve y en el jardín de invierno, leer cuentos antes de dormir. Una noche, que parecía que pronto caería una nueva tormenta de nieve, se encontraba leyendo un libro, sentada ante el fuego, con sus piernas recogidas bajo una manta decorada con el tartán del clan de la región, sin que Chiara supiera, ese tartán era el de la familia Campbell, el mismo del huésped desaparecido. Aquella noche, ella intentaba concentrarse en la lectura, pero le era imposible, la última imagen de aquel hombre desapareciendo tras la gran puerta de madera, engullido por la tormenta, no abandonaba su mente, - que puedo hacer, como podría saber si está a salvo… ay Athdar… porque me hace esto – le reprochó en voz alta. Un ruido conocido, en el cristal del ventanal, la llevó a levantarse con rapidez y correr a la puerta del balcón, pero cuando llegó, solo pudo observar como su amigo, el cuervo, se alejaba del balcón, desapareciendo en la oscuridad de la noche sin luna.
A la mañana siguiente, Chiara, les pidió a los niños que por el frío que estaba haciendo y porque parecía que pronto iba a nevar, se quedaran a jugar en la sala de infantes, junto con la doncella. Ella mientras tanto, terminaría de arreglar algunos detalles de tipo administrativo, como la contratación del ama de llaves. Aquella semana, había entrevistado a varias señoras, pero fue una joven la que le pareció agradable y con la que creía se llevaría muy bien. Así que escribió una nota, en la que le pedía se presentara lo antes posible. Se la haría llegar con el cartero, entregándola en propia mano, en el pueblo de Inveraray. Algo que le había intrigado y que deseaba tener tiempo para charlar, con la mujer, era la historia de la región y el clan que la había dirigido durante siglos.
Pensaba en ello, con sus brazos cruzados, abrazándose, no porque tuviera frio, sino porque era una forma de mantenerse serena, observando el paisaje gris en la ventana. Entonces lo vio, una bola negra surcaba el cielo y se estrellaba en la nieve, dejando un rastro rojo a su paso. Chiara gritó asustada, supo inmediatamente que pasaba. Abrió la puerta cristal que se abría al patio y bajó las escaleras hacia el jardín donde el ave había caído. Pronto se encontró a su lado, no sabía qué hacer, como ayudarle, pero podía ver que una de sus alas estaba herida y perdía sangre, comenzó a gritar, pronto el cochero llegó hasta donde ella estaba y la calmó, - no se preocupe, yo me haré cargo, ahora solo necesito que alguna de las doncellas me traiga un trozo de tela para que lo cubra y le de calor hasta que lo llevemos adentro y lo comience a curar – Chiara ni se movió, se quitó el broche que sostenía su pequeña capa de armiño y la entregó – cúbralo – el cochero se le quedó mirando, - señora… se manchará – ella lo miró con ojos inquisidores – ¿eso importa? Hágalo pronto, cada segundo cuenta – le recriminó.
No supo en que momento, el cochero, fue llamado o si en ese momento había otro hombre en la mansión, tal vez, algún familiar de las doncellas o de la cocinera. Lo único que supo fue que su niño al verla salir, corrió, hasta la cocina, avisando que tanto el señor Campbell como su madre habían salido al exterior y que aún no volvían. Cuando despertó a la mañana siguiente, se encontraba en su lecho, había pasado una noche con fiebre y llamando desesperadamente a alguien, aunque creyeron que se trataba del leñador, pronto descubrieron que repetía una y otra vez el nombre de Ruggero. Aquella nieve, la ventisca, le recordaban la noche en que encontró a su esposo en mitad del bosque. Pasaron solo dos días más hasta que pudo mejorarse lo suficiente para que sus hijos le hicieran compañía, para ella, sus hijos eran el mejor remedio a todos sus males.
Cuando pasó una semana de la desaparición del leñador, Chiara temió que éste hubiera sido víctima de la tempestad y que no hubiera tenido tanta suerte como ella, - si nadie lo encontró, puede que aún esté bajo la nieve – se afligió – de ser así… - no quiso pensar en la única posibilidad – nadie podría sobrevivir a quedar inconsciente en una tormenta como la que pasamos-, se decía , pero cuando eran los niños quienes preguntaban por el leñador, ella afirmaba que de seguro ya habría llegado a su pueblo y que en pocos días estaría con ellos. Pero cuando se encerraba en el despacho sus temores volvían. Por eso hizo llamar a uno de los leñadores que los habían ayudado a talar el árbol de navidad y le pidió que se comunicara con gente del pueblo natal de Athdar, para que le dieran información de su llegada tras la ventisca, - señora, eso está a varios días de aquí, deberemos esperar hasta dentro de una semana, a que la temperatura mejore y no haya periodo de ventiscas -, Chiara lo despidió, agradeciéndole pero sin sentirse tranquila.
Así pasó otra semana, en la que trató de llevar una rutina normal con los pequeños, jugar en la nieve y en el jardín de invierno, leer cuentos antes de dormir. Una noche, que parecía que pronto caería una nueva tormenta de nieve, se encontraba leyendo un libro, sentada ante el fuego, con sus piernas recogidas bajo una manta decorada con el tartán del clan de la región, sin que Chiara supiera, ese tartán era el de la familia Campbell, el mismo del huésped desaparecido. Aquella noche, ella intentaba concentrarse en la lectura, pero le era imposible, la última imagen de aquel hombre desapareciendo tras la gran puerta de madera, engullido por la tormenta, no abandonaba su mente, - que puedo hacer, como podría saber si está a salvo… ay Athdar… porque me hace esto – le reprochó en voz alta. Un ruido conocido, en el cristal del ventanal, la llevó a levantarse con rapidez y correr a la puerta del balcón, pero cuando llegó, solo pudo observar como su amigo, el cuervo, se alejaba del balcón, desapareciendo en la oscuridad de la noche sin luna.
A la mañana siguiente, Chiara, les pidió a los niños que por el frío que estaba haciendo y porque parecía que pronto iba a nevar, se quedaran a jugar en la sala de infantes, junto con la doncella. Ella mientras tanto, terminaría de arreglar algunos detalles de tipo administrativo, como la contratación del ama de llaves. Aquella semana, había entrevistado a varias señoras, pero fue una joven la que le pareció agradable y con la que creía se llevaría muy bien. Así que escribió una nota, en la que le pedía se presentara lo antes posible. Se la haría llegar con el cartero, entregándola en propia mano, en el pueblo de Inveraray. Algo que le había intrigado y que deseaba tener tiempo para charlar, con la mujer, era la historia de la región y el clan que la había dirigido durante siglos.
Pensaba en ello, con sus brazos cruzados, abrazándose, no porque tuviera frio, sino porque era una forma de mantenerse serena, observando el paisaje gris en la ventana. Entonces lo vio, una bola negra surcaba el cielo y se estrellaba en la nieve, dejando un rastro rojo a su paso. Chiara gritó asustada, supo inmediatamente que pasaba. Abrió la puerta cristal que se abría al patio y bajó las escaleras hacia el jardín donde el ave había caído. Pronto se encontró a su lado, no sabía qué hacer, como ayudarle, pero podía ver que una de sus alas estaba herida y perdía sangre, comenzó a gritar, pronto el cochero llegó hasta donde ella estaba y la calmó, - no se preocupe, yo me haré cargo, ahora solo necesito que alguna de las doncellas me traiga un trozo de tela para que lo cubra y le de calor hasta que lo llevemos adentro y lo comience a curar – Chiara ni se movió, se quitó el broche que sostenía su pequeña capa de armiño y la entregó – cúbralo – el cochero se le quedó mirando, - señora… se manchará – ella lo miró con ojos inquisidores – ¿eso importa? Hágalo pronto, cada segundo cuenta – le recriminó.
Corradine Grimaldi- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/08/2012
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Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
Sonrió…
Pero acaso era el cuerpo, o el alma de Athdar que por primera vez se sentía atrapada en ese cuerpo pequeño, y sin embargo, encaprichado de seguir así, sin importarle siquiera que esos podrían ser sus últimos momentos. El cuervo levantó su cabeza para mirar a la foránea, quería que fuera ella su último recuerdo y es que el destino deseaba separarlos. Por mucho tiempo añoró la muerte, la retó y ahora que la tenía en puerta tenía miedo, ahora no quería irse, no mientras ella, así como los niños siguieran con vida y así sumido en esos pensamientos cayó inconsciente.
Despertó alterado, su pequeño corazón no tenía control, estaba totalmente acelerado. Quiso reincorporarse pero no podía, trató de aletear pero sólo el ala izquierda le reaccionaba. Se inquietó y graznó aterrorizado. ¿Se había quedado sin una ala?, no podía sentirla y temía voltear a su derecha para enterarse de una funesta verdad que consideraba un hecho. El cuervo sudó por debajo de sus plumas negras y haciendo un esfuerzo sobrenatural aleteó con más fuerza saliendo del pequeño nido que se le había hecho y derrotado cayó al suelo. Ahí se arrastró, sus graznidos desesperados invocaron una presencia que él no quiso reconocer, fue así que cerró sus ojos.
Muerte, dolor, terror… Eso era lo que veía en cada cruzada, eso recibía y eso mismo daba a una causa que creía justa. Pero así como el ada de la justicia es ciega, así él lo estaba a la matanza de hombres que después de todo eran como cualquier otro, con una familia esperando por ellos, con los anhelos de regresar a trabajar en sus oficios de origen; ellos no eran culpables de que la corona inglesa tomara esas decisiones brutales contra los escoceses. Eso lo supo más tarde, cuando solo y exiliado luchaba con las pesadillas que lo asolaban, así como ejercían sobre él una tortura abrupta, despiadada… Sin sentido alguno. Y así pasaron las horas, los días y el cuervo no reaccionaba, ya había sanado su herida pero la tristeza no lo dejaba en ningún momento. Veía a los niños y totalmente avergonzado por no ser el hombre que quisieran o necesitaran les daba la espalda y se acurrucaba en su nido.
Escuchaba a la foránea hablarle pero se mantenía al margen, no comía y se había despertado un temor en los criados. —Está muriendo de tristeza— dijo una criada a su ama después de fracasar en el intento de hacer que comiera. Pronto las fuerzas se le fueron, no podía volar más. —Quizás se sienta un prisionero aquí— cuchichearon los empleados en la cocina planeando la forma de liberarlo de lo que pensaban era su cárcel y que en un tiempo había sido su deseo. La familia Rosso era un sueño hecho realidad, lo que él nunca había exigido pero que como todo hombre su corazón deseaba con esa intensidad incomprensible para ciertas personas. Finalmente Athdar conocía el amor y eso, ese sentimiento era el que lo estaba matando.
Cuando se daba cuenta de que estaba solo intentaba transformarse, en lo que fuera, no importara en qué, tan sólo quería abandonar ese cuervo que le parecía muy pequeño para soportar semejante dolor. «Si un hombre puede ser capaz de morir por este sentimiento que me carcome, un simple cuervo no tiene oportunidad» mas era inútil, y creyó que no era un hombre, tan sólo un animal con la consciencia de uno y resignado abandonó sus intentos que empezaron desesperados y terminaron patéticos. Los intentos de graznidos se desvanecieron y una mañana simplemente no se movió, sus ojos no se abrieron y no reaccionó al tacto o las palabras.
¿El cuervo había muerto?
Pero acaso era el cuerpo, o el alma de Athdar que por primera vez se sentía atrapada en ese cuerpo pequeño, y sin embargo, encaprichado de seguir así, sin importarle siquiera que esos podrían ser sus últimos momentos. El cuervo levantó su cabeza para mirar a la foránea, quería que fuera ella su último recuerdo y es que el destino deseaba separarlos. Por mucho tiempo añoró la muerte, la retó y ahora que la tenía en puerta tenía miedo, ahora no quería irse, no mientras ella, así como los niños siguieran con vida y así sumido en esos pensamientos cayó inconsciente.
Despertó alterado, su pequeño corazón no tenía control, estaba totalmente acelerado. Quiso reincorporarse pero no podía, trató de aletear pero sólo el ala izquierda le reaccionaba. Se inquietó y graznó aterrorizado. ¿Se había quedado sin una ala?, no podía sentirla y temía voltear a su derecha para enterarse de una funesta verdad que consideraba un hecho. El cuervo sudó por debajo de sus plumas negras y haciendo un esfuerzo sobrenatural aleteó con más fuerza saliendo del pequeño nido que se le había hecho y derrotado cayó al suelo. Ahí se arrastró, sus graznidos desesperados invocaron una presencia que él no quiso reconocer, fue así que cerró sus ojos.
Muerte, dolor, terror… Eso era lo que veía en cada cruzada, eso recibía y eso mismo daba a una causa que creía justa. Pero así como el ada de la justicia es ciega, así él lo estaba a la matanza de hombres que después de todo eran como cualquier otro, con una familia esperando por ellos, con los anhelos de regresar a trabajar en sus oficios de origen; ellos no eran culpables de que la corona inglesa tomara esas decisiones brutales contra los escoceses. Eso lo supo más tarde, cuando solo y exiliado luchaba con las pesadillas que lo asolaban, así como ejercían sobre él una tortura abrupta, despiadada… Sin sentido alguno. Y así pasaron las horas, los días y el cuervo no reaccionaba, ya había sanado su herida pero la tristeza no lo dejaba en ningún momento. Veía a los niños y totalmente avergonzado por no ser el hombre que quisieran o necesitaran les daba la espalda y se acurrucaba en su nido.
Escuchaba a la foránea hablarle pero se mantenía al margen, no comía y se había despertado un temor en los criados. —Está muriendo de tristeza— dijo una criada a su ama después de fracasar en el intento de hacer que comiera. Pronto las fuerzas se le fueron, no podía volar más. —Quizás se sienta un prisionero aquí— cuchichearon los empleados en la cocina planeando la forma de liberarlo de lo que pensaban era su cárcel y que en un tiempo había sido su deseo. La familia Rosso era un sueño hecho realidad, lo que él nunca había exigido pero que como todo hombre su corazón deseaba con esa intensidad incomprensible para ciertas personas. Finalmente Athdar conocía el amor y eso, ese sentimiento era el que lo estaba matando.
Cuando se daba cuenta de que estaba solo intentaba transformarse, en lo que fuera, no importara en qué, tan sólo quería abandonar ese cuervo que le parecía muy pequeño para soportar semejante dolor. «Si un hombre puede ser capaz de morir por este sentimiento que me carcome, un simple cuervo no tiene oportunidad» mas era inútil, y creyó que no era un hombre, tan sólo un animal con la consciencia de uno y resignado abandonó sus intentos que empezaron desesperados y terminaron patéticos. Los intentos de graznidos se desvanecieron y una mañana simplemente no se movió, sus ojos no se abrieron y no reaccionó al tacto o las palabras.
¿El cuervo había muerto?
Athdar Campbell- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 15/09/2014
Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
Se quedó a su lado, mientras el anciano limpiaba las heridas, usando hierbas y entablillado el ala, intentaba salvar al pequeño ser. Que indefenso le parecía a Chiara. Cuando al fin estuvo a solas con él, cuando ya no hubo testigos, y solo era ella junto a un ave que le había ofrendado su amistad, a pesar de que ella perteneciera a la especie más despreciable, y que se había encariñado con sus hijos. No quiso, ni pudo hacerse la idea de perderlo.
Pasaron varios días desde que le vio caer en el jardín y para angustia de toda la familia, su estado se agravó. Nadie hablaba de esa posibilidad, pero todos temían lo peor. Una tarde pareció que las fuerzas del ave no soportarían más, entonces la tristeza los invadió. Quiso el destino que el pequeño cuervo no muriera, aunque esa fue la primera impresión al ver aquel bulto de plumas inmóvil y frio. Pero el anciano, quien tenía experiencia en esas situaciones, llevó el pequeño cuerpo a su oído y pidió que todos se callaran, Melanie tapó su delicada boca con sus manitas, mientras sus lágrimas se deslizaban por las rosadas mejillas. El cochero, movió negando con la cabeza, - no, no deben preocuparse… por lo menos por ahora… - todos sintieron un poco de alivio, aunque parecía muy efímera aquella esperanza.
Por pedido expreso de la Señora Rosso, llevaron el improvisado nido a su alcoba y allí, sentada al lado del pequeño paciente, se quedó a su lado haciéndole compañía. Por momentos le cantaba, las mismas nanas que a sus hijos; en otros le suplicó que luchara, que se quedara con ellos. Aunque le parecía que nada de lo que ella pudiera hacer lograría que el destino no cerniera sus afiladas garras sobre el diminuto corazón que se empecinaba en latir. Chiara no soportó más y aunque intentó no llorar, fueron inútiles sus esfuerzos. Acarició la pequeña cabeza, mientras sus lágrimas caían sobre las plumas. Sabía que estaba vivo porque temblaba suavemente y respiraba, aunque de forma lenta pero continua. Las caricias cesaron cuando, se levantó de la silla y se dirigió al ventanal que tantas veces Plumita golpeara para que ella le abriera. Recordó el día en que se desvaneció y al despertar lo contempló, velando su sueño, sonrió con tristeza, - querido mío, yo también velaré tus sueños, hasta que logres encontrar ese motivo que te impulse a vivir – le dijo desde donde se encontraba. Lo vigilaría y cuidaría como tantas noches había velado el sueño de sus hijos.
A la mañana siguiente, abrió las cortinas permitiendo que el sol acariciara las alas del cuervo, pero éste, después de varios días seguía sin señales de mejorar. En verdad, su ala había sanado extraordinariamente rápido; sus plumas, habían crecido nuevamente y con más belleza. Pero su voluntad de vivir estaba quebrantada. Ni siquiera la presencia de los niños hacía que su apatía se esfumara. Ruggero, se trepó en el lecho de su madre y la abrazó, - mamá, ¿porque plumitas no quiere mejorarse? - la pregunta hizo que la sensación de ahogo, en Chiara, se agudizara. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su cuerpo tembló aferrándose al de su hijo. Inspiro intentando que la voz no se le quebrara, - no lo sé pequeño, cual es la esencia que hace que los seres deseen vivir o permitirse partir de ésta vida – calló porque los recuerdos de una muerte, atroz e injusta detonaron en su corazón como el cañonazo que detenía un combate, aquel que marcaba la derrota de quien intentaba seguir luchando por un ideal.
Se volvió a quedar sola, ya que mandó a Ruggero con su hermana para que comieran algo, y les tuvo que regañar porque la tristeza les ahuyentaba el apetito, - mi señora, quien la regañará a usted, para que haga lo mismo… no ha comido más que infusiones y unas rodajas de pan, durante días – pero Chiara solo deseaba estar con su amigo, él la necesitaba, no quería dejarle ni un momento a solas, tenía terror que en ese instante la vida del pequeño pájaro terminara, -nadie merece morir solo – susurro derrotada por la angustia. Además, creía que si le hablaba, lo mantendría centrado en el presente, por eso decidió contarle toda la verdad sobre su pasado. Aunque tal vez, eso fuera inútil ya que solo era un pájaro y no podía entenderle, pero algo en ella le decía que si le podría entender, como si en su interior morara un ser humano,- o un ángel - caviló, acariciando las plumas del cuello.
Acercó a un más su silla al nido, ya que no deseaba que nadie más que él escuchara si historia. Se permitió desbordar su tristeza, como una catarata que caía por sus mejillas bañándola de lágrimas. Cuando logró reponerse un momento, comenzó su historia, - querido amigo, si pudiera pedirte algo, sería que perdones al ser humano, porque siempre hace daño a todo lo que le rodea, como a ti – inspiró profundo para no llorar nuevamente, - yo sé cómo es el dolor, que los hombres provocan, ese que sientes el alma en carne viva. También pensé que los humanos eran buenos y no podían hacernos daño… pero eso no es verdad… como tampoco es verdad… que los sobrenaturales sean del todo buenos… no lo son... no todos… - se detuvo un segundo – que haces hablándole a un pájaro de sobrenaturales – se reprendió – tal vez no lo entiendas, pero, tu llegaste a ésta familia en el momento más oscuro de nuestras vidas, les diste un poco de alegría y perderte nos devolverá a la tristeza que pensamos… se había esfumado… - sonrió con tristeza – no fueron humanos quienes destruyeron por primera vez mi vida… no… fue un sobrenatural, quien mató a mi familia, pensé que jamás volvería a querer vivir… me encontré como tú ahora, sin deseos de vivir… pero un hombre, con sus luces y sombras, con sus aciertos y errores, me devolvió esas ganas de respirar, sentir, reír, vivir… y por un tiempo… pareció que mi suerte había cambiado, pero entonces… la muerte… vino a quitarme… aquello que iluminaba mi vida… - volvió a sollozar, porque era la primera vez que ponía en palabras todo lo que había sufrido. Cuando volvió a serenarse continuó, - los años pasaron, grises, sin sentido, perdí interés aún en ver crecer a mis hijos… hasta que llegamos aquí, y en tan poco tiempo, éste nuevo lugar nos permitió, mirar el futuro desde otra perspectiva, tú fuiste parte de ese cambio, hiciste reír a mis pequeños… y… a mi… Dios, sé que soy egoísta, pero… lucha… pequeño… lucha por estar a nuestro lado – no supo que más decir, tal vez simplemente no había nada más.
Se levantó y salió de la habitación, necesitaba estar un momento a solas, muchas veces ella también había querido dejarse ir su alma, pero sus hijos la habían retenido, ¿Qué derecho tenía, ella, de pedirle, al cuervo, mantenerse con vida?
El cuervo estuvo por unos minutos solo en la amplia alcoba, entibiada por el fuego, el cielo comenzaba a oscurecer y las sombras se cernían sobre el pequeño animal. Entonces, la puerta se abrió, Ruggero se escurrió en el cuarto, esperando que su madre no lo sorprendiera. Se acercó al nido y subiéndose a la silla que Chiara había dejado, al lado del nido, se asomó a donde el ave descansaba, - Hola plumitas -, le dijo, su voz sonó triste – no quiero que nos dejes, no quiero que te mueras – susurró mientras acariciaba las plumas del cuervo – si pudiera entenderte, sabría cómo ayudarte, tal vez, podría traerte eso que quieres comer y no las semillas que mamá desea que comas – le dijo, más para él que para el ave, que parecía estar ausente, llegando a parecer un objeto inanimado. Ruggero se quedó, contemplándolo, le fascinó el color del aura que despedía, en algunas ocasiones, mientras jugaban en el jardín, él había notado aquel resplandor que emitía el pequeño cuervo. Pero ahora le parecía que podía observarlo con mayor claridad.
Sus ojos se centraron en la cabeza y mirada oscura del cuervo, que por momentos ocultaba tras los diminutos parpados. Entonces algo le ocurrió, fue como una electricidad, como una conexión, no le causó temor, pero si sorpresa, delante de él, como si fuera una sucesión de pinturas, iguales a las que había visto con su mamá en el museo del Lovre. Pudo observar pequeños fragmentos de lo que parecía ser lo vivido por el ave. En una de ellas vio su casa desde el cielo, alto, muy alto; en otra un grupo de muchas personas, algunas heridas, con miedo, sufriendo y sintió tristeza, dolor, desesperanza; luego puedo verse en un espejo, como si fuera otro, allí delante de él se presentó la el cuerpo de plumitas. Ruggero sonrió, pensando en lo bonito que se veía, pero la imagen fue cambiando hasta convertirse en el cuerpo y rostro de Athdar, que lloraba y sufría.
El ruido de alguien que se acercaba hizo que perdiera el contacto de su mano con el cuerpo del cuervo, pero su mirada siguió fija en la del animal, - eres tu – dijo, no fue una pregunta, sino una afirmación, no fue una sorpresa, sino una confirmación. No sabía que era lo que le había pasado, pero entendía que era el único ser que podía comunicarse con aquel ser especial. Sonrió, como si hubiera descubierto el mejor de los regalos, ese que esperaba abrir con ansias, la mañana de Navidad. Ya no tenía dudas, él sería su cómplice, lo cuidaría y velaría su secreto – Deja de temer, yo te acepto como eres, somos iguales en cierto sentido, los dos tememos que lo que puedan descubrir de nosotros, nos quite el amor de quienes nos importa, pero te prometo que no estarás, nunca más solo… vamos… no puedes dejarnos, te necesitamos, te necesito… Athdar -.
Pasaron varios días desde que le vio caer en el jardín y para angustia de toda la familia, su estado se agravó. Nadie hablaba de esa posibilidad, pero todos temían lo peor. Una tarde pareció que las fuerzas del ave no soportarían más, entonces la tristeza los invadió. Quiso el destino que el pequeño cuervo no muriera, aunque esa fue la primera impresión al ver aquel bulto de plumas inmóvil y frio. Pero el anciano, quien tenía experiencia en esas situaciones, llevó el pequeño cuerpo a su oído y pidió que todos se callaran, Melanie tapó su delicada boca con sus manitas, mientras sus lágrimas se deslizaban por las rosadas mejillas. El cochero, movió negando con la cabeza, - no, no deben preocuparse… por lo menos por ahora… - todos sintieron un poco de alivio, aunque parecía muy efímera aquella esperanza.
Por pedido expreso de la Señora Rosso, llevaron el improvisado nido a su alcoba y allí, sentada al lado del pequeño paciente, se quedó a su lado haciéndole compañía. Por momentos le cantaba, las mismas nanas que a sus hijos; en otros le suplicó que luchara, que se quedara con ellos. Aunque le parecía que nada de lo que ella pudiera hacer lograría que el destino no cerniera sus afiladas garras sobre el diminuto corazón que se empecinaba en latir. Chiara no soportó más y aunque intentó no llorar, fueron inútiles sus esfuerzos. Acarició la pequeña cabeza, mientras sus lágrimas caían sobre las plumas. Sabía que estaba vivo porque temblaba suavemente y respiraba, aunque de forma lenta pero continua. Las caricias cesaron cuando, se levantó de la silla y se dirigió al ventanal que tantas veces Plumita golpeara para que ella le abriera. Recordó el día en que se desvaneció y al despertar lo contempló, velando su sueño, sonrió con tristeza, - querido mío, yo también velaré tus sueños, hasta que logres encontrar ese motivo que te impulse a vivir – le dijo desde donde se encontraba. Lo vigilaría y cuidaría como tantas noches había velado el sueño de sus hijos.
A la mañana siguiente, abrió las cortinas permitiendo que el sol acariciara las alas del cuervo, pero éste, después de varios días seguía sin señales de mejorar. En verdad, su ala había sanado extraordinariamente rápido; sus plumas, habían crecido nuevamente y con más belleza. Pero su voluntad de vivir estaba quebrantada. Ni siquiera la presencia de los niños hacía que su apatía se esfumara. Ruggero, se trepó en el lecho de su madre y la abrazó, - mamá, ¿porque plumitas no quiere mejorarse? - la pregunta hizo que la sensación de ahogo, en Chiara, se agudizara. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su cuerpo tembló aferrándose al de su hijo. Inspiro intentando que la voz no se le quebrara, - no lo sé pequeño, cual es la esencia que hace que los seres deseen vivir o permitirse partir de ésta vida – calló porque los recuerdos de una muerte, atroz e injusta detonaron en su corazón como el cañonazo que detenía un combate, aquel que marcaba la derrota de quien intentaba seguir luchando por un ideal.
Se volvió a quedar sola, ya que mandó a Ruggero con su hermana para que comieran algo, y les tuvo que regañar porque la tristeza les ahuyentaba el apetito, - mi señora, quien la regañará a usted, para que haga lo mismo… no ha comido más que infusiones y unas rodajas de pan, durante días – pero Chiara solo deseaba estar con su amigo, él la necesitaba, no quería dejarle ni un momento a solas, tenía terror que en ese instante la vida del pequeño pájaro terminara, -nadie merece morir solo – susurro derrotada por la angustia. Además, creía que si le hablaba, lo mantendría centrado en el presente, por eso decidió contarle toda la verdad sobre su pasado. Aunque tal vez, eso fuera inútil ya que solo era un pájaro y no podía entenderle, pero algo en ella le decía que si le podría entender, como si en su interior morara un ser humano,- o un ángel - caviló, acariciando las plumas del cuello.
Acercó a un más su silla al nido, ya que no deseaba que nadie más que él escuchara si historia. Se permitió desbordar su tristeza, como una catarata que caía por sus mejillas bañándola de lágrimas. Cuando logró reponerse un momento, comenzó su historia, - querido amigo, si pudiera pedirte algo, sería que perdones al ser humano, porque siempre hace daño a todo lo que le rodea, como a ti – inspiró profundo para no llorar nuevamente, - yo sé cómo es el dolor, que los hombres provocan, ese que sientes el alma en carne viva. También pensé que los humanos eran buenos y no podían hacernos daño… pero eso no es verdad… como tampoco es verdad… que los sobrenaturales sean del todo buenos… no lo son... no todos… - se detuvo un segundo – que haces hablándole a un pájaro de sobrenaturales – se reprendió – tal vez no lo entiendas, pero, tu llegaste a ésta familia en el momento más oscuro de nuestras vidas, les diste un poco de alegría y perderte nos devolverá a la tristeza que pensamos… se había esfumado… - sonrió con tristeza – no fueron humanos quienes destruyeron por primera vez mi vida… no… fue un sobrenatural, quien mató a mi familia, pensé que jamás volvería a querer vivir… me encontré como tú ahora, sin deseos de vivir… pero un hombre, con sus luces y sombras, con sus aciertos y errores, me devolvió esas ganas de respirar, sentir, reír, vivir… y por un tiempo… pareció que mi suerte había cambiado, pero entonces… la muerte… vino a quitarme… aquello que iluminaba mi vida… - volvió a sollozar, porque era la primera vez que ponía en palabras todo lo que había sufrido. Cuando volvió a serenarse continuó, - los años pasaron, grises, sin sentido, perdí interés aún en ver crecer a mis hijos… hasta que llegamos aquí, y en tan poco tiempo, éste nuevo lugar nos permitió, mirar el futuro desde otra perspectiva, tú fuiste parte de ese cambio, hiciste reír a mis pequeños… y… a mi… Dios, sé que soy egoísta, pero… lucha… pequeño… lucha por estar a nuestro lado – no supo que más decir, tal vez simplemente no había nada más.
Se levantó y salió de la habitación, necesitaba estar un momento a solas, muchas veces ella también había querido dejarse ir su alma, pero sus hijos la habían retenido, ¿Qué derecho tenía, ella, de pedirle, al cuervo, mantenerse con vida?
El cuervo estuvo por unos minutos solo en la amplia alcoba, entibiada por el fuego, el cielo comenzaba a oscurecer y las sombras se cernían sobre el pequeño animal. Entonces, la puerta se abrió, Ruggero se escurrió en el cuarto, esperando que su madre no lo sorprendiera. Se acercó al nido y subiéndose a la silla que Chiara había dejado, al lado del nido, se asomó a donde el ave descansaba, - Hola plumitas -, le dijo, su voz sonó triste – no quiero que nos dejes, no quiero que te mueras – susurró mientras acariciaba las plumas del cuervo – si pudiera entenderte, sabría cómo ayudarte, tal vez, podría traerte eso que quieres comer y no las semillas que mamá desea que comas – le dijo, más para él que para el ave, que parecía estar ausente, llegando a parecer un objeto inanimado. Ruggero se quedó, contemplándolo, le fascinó el color del aura que despedía, en algunas ocasiones, mientras jugaban en el jardín, él había notado aquel resplandor que emitía el pequeño cuervo. Pero ahora le parecía que podía observarlo con mayor claridad.
Sus ojos se centraron en la cabeza y mirada oscura del cuervo, que por momentos ocultaba tras los diminutos parpados. Entonces algo le ocurrió, fue como una electricidad, como una conexión, no le causó temor, pero si sorpresa, delante de él, como si fuera una sucesión de pinturas, iguales a las que había visto con su mamá en el museo del Lovre. Pudo observar pequeños fragmentos de lo que parecía ser lo vivido por el ave. En una de ellas vio su casa desde el cielo, alto, muy alto; en otra un grupo de muchas personas, algunas heridas, con miedo, sufriendo y sintió tristeza, dolor, desesperanza; luego puedo verse en un espejo, como si fuera otro, allí delante de él se presentó la el cuerpo de plumitas. Ruggero sonrió, pensando en lo bonito que se veía, pero la imagen fue cambiando hasta convertirse en el cuerpo y rostro de Athdar, que lloraba y sufría.
El ruido de alguien que se acercaba hizo que perdiera el contacto de su mano con el cuerpo del cuervo, pero su mirada siguió fija en la del animal, - eres tu – dijo, no fue una pregunta, sino una afirmación, no fue una sorpresa, sino una confirmación. No sabía que era lo que le había pasado, pero entendía que era el único ser que podía comunicarse con aquel ser especial. Sonrió, como si hubiera descubierto el mejor de los regalos, ese que esperaba abrir con ansias, la mañana de Navidad. Ya no tenía dudas, él sería su cómplice, lo cuidaría y velaría su secreto – Deja de temer, yo te acepto como eres, somos iguales en cierto sentido, los dos tememos que lo que puedan descubrir de nosotros, nos quite el amor de quienes nos importa, pero te prometo que no estarás, nunca más solo… vamos… no puedes dejarnos, te necesitamos, te necesito… Athdar -.
Corradine Grimaldi- Humano Clase Alta
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Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
Una nueva caricia, no de Chiara, sino de su pequeño hijo. Mas esta fue distinta a las demás, tuvo la sensación de que Ruggero se encontraba dentro de él, que a través de sus ojos podía ver lo que hacía y era Athdar… Y así fue; las palabras del niño lo confirmaron. «Ya sabe lo que soy, no hay más secretos, no más engaños… ¿puedo creer en sus palabras?» no estaba exaltado, pero el cuervo no se sentía cómodo. »El podría, pero, ¿qué hay de la niña… y su madre?» extraordinariamente el cuervo se paró en dos patas y vio fijamente los ojos de Ruggero. Movió su cabeza al frente en aceptación y voló hacía la cama de la foránea, dio un giro por detrás de las cortinas y se transformó, cogió una toalla que la sujetó a su cintura y salió para encontrar al niño viéndolo.
—Gracias Ruggero por aceptarme como soy, pero es tiempo de decir adiós. Yo los quiero a todos ustedes, pero temo que el único que me acepte como soy eres tu— se agachó para estar a la altura del niño y enjugó sus lágrimas. —Debo irme porque no quiero afectar la vida de tu familia, y mucho menos a tu madre. Debes de entender que hay cariños que no son iguales al de los demás, tu madre amó a un hombre y yo le tengo un especial cariño a ella— le dio un beso fraternal en la frente y acarició sus cabellos dorados. —Tu eres el pequeño hombrecito, tu trabajo es cuidarlas— se levantó, dio dos pasos y se transformó en el cuervo, salió por la ventana y a pocos metros volvió a transformarse en el halcón y con su máxima velocidad se alejó perdiéndose en el claro cielo.
Salió de las tierras de Inveraray y por casi doce horas voló hasta Edimburgo. Al llegar buscó un refugio, robó unas ropas y descansó en una casa abandonada. Cuando despertó se sintió muy débil, después de todo no había comido nada, fue al norte y se unió a leñadores, obtuvo empleo y comenzó a vivir al día, o al menos eso esperó, quiso que así fuera. Recuperó su apetito pero en ningún momento dejó de pensar en la foránea y su familia. Una noche, soñó en los jardines del castillo Abbey Winter, vio a la foránea sentada viendo jugar a sus hijos y luego como él llegaba para entregarle el lirio que tanto le gustaba, las caricias sobre sus plumas fueron tan sensibles que creyó que en su soledad ella estaba ahí, velando su sueño como él lo llegó hacer. Despertó exaltado, su corazón latía a prisa y los extrañó más que nunca, se le reprendió fuertemente a ver tomado esa decisión pero después se justificó, «si Ruggero no hubiera descubierto nada, seguramente estaría con ellos» pero él mismo se refutaba «tarde o temprano lo iba hacer, era cuestión de tiempo, yo fui el culpable por permanecer con ellos tanto tiempo» y espesas lágrimas salían de sus ojos.
Ya había repuesto la ropa que robó y ahora vestía con unos pantalones de lana fina y una chaqueta de piel que evidentemente era para el frío pese a que él realmente no la necesitara mucho. Cada que derribaba un árbol recordaba el día en que llevó a los niños a cortar su pino, en la historia del guardian del bosque y el hecho de que tenían que pedir permiso y cuidarlo. Athdar hacia lo mismo y por primera vez en décadas ya había permanecido en su forma humana por bastante tiempo pese a que sólo habían sido cuatro días. De noche le entraba la incertidumbre de saber que estarían haciendo, creía que lo buscaban «eso no es posible, ya me han olvidado, somos humanos y eso hacemos» se decía para intentar tranquilizar su corazón triste. Quizás no se demostraba físicamente, aún, pero así como le pasaba al cuervo, Athdar moría de tristeza. «Si tan sólo no los hubiera conocido…» pero la conclusión a esas palabras era lo opuesto «pero fui bendecido por conocerlos, quisiera estar con ellos pero eso es muy egoísta de mi parte» creía.
—Gracias Ruggero por aceptarme como soy, pero es tiempo de decir adiós. Yo los quiero a todos ustedes, pero temo que el único que me acepte como soy eres tu— se agachó para estar a la altura del niño y enjugó sus lágrimas. —Debo irme porque no quiero afectar la vida de tu familia, y mucho menos a tu madre. Debes de entender que hay cariños que no son iguales al de los demás, tu madre amó a un hombre y yo le tengo un especial cariño a ella— le dio un beso fraternal en la frente y acarició sus cabellos dorados. —Tu eres el pequeño hombrecito, tu trabajo es cuidarlas— se levantó, dio dos pasos y se transformó en el cuervo, salió por la ventana y a pocos metros volvió a transformarse en el halcón y con su máxima velocidad se alejó perdiéndose en el claro cielo.
Salió de las tierras de Inveraray y por casi doce horas voló hasta Edimburgo. Al llegar buscó un refugio, robó unas ropas y descansó en una casa abandonada. Cuando despertó se sintió muy débil, después de todo no había comido nada, fue al norte y se unió a leñadores, obtuvo empleo y comenzó a vivir al día, o al menos eso esperó, quiso que así fuera. Recuperó su apetito pero en ningún momento dejó de pensar en la foránea y su familia. Una noche, soñó en los jardines del castillo Abbey Winter, vio a la foránea sentada viendo jugar a sus hijos y luego como él llegaba para entregarle el lirio que tanto le gustaba, las caricias sobre sus plumas fueron tan sensibles que creyó que en su soledad ella estaba ahí, velando su sueño como él lo llegó hacer. Despertó exaltado, su corazón latía a prisa y los extrañó más que nunca, se le reprendió fuertemente a ver tomado esa decisión pero después se justificó, «si Ruggero no hubiera descubierto nada, seguramente estaría con ellos» pero él mismo se refutaba «tarde o temprano lo iba hacer, era cuestión de tiempo, yo fui el culpable por permanecer con ellos tanto tiempo» y espesas lágrimas salían de sus ojos.
Ya había repuesto la ropa que robó y ahora vestía con unos pantalones de lana fina y una chaqueta de piel que evidentemente era para el frío pese a que él realmente no la necesitara mucho. Cada que derribaba un árbol recordaba el día en que llevó a los niños a cortar su pino, en la historia del guardian del bosque y el hecho de que tenían que pedir permiso y cuidarlo. Athdar hacia lo mismo y por primera vez en décadas ya había permanecido en su forma humana por bastante tiempo pese a que sólo habían sido cuatro días. De noche le entraba la incertidumbre de saber que estarían haciendo, creía que lo buscaban «eso no es posible, ya me han olvidado, somos humanos y eso hacemos» se decía para intentar tranquilizar su corazón triste. Quizás no se demostraba físicamente, aún, pero así como le pasaba al cuervo, Athdar moría de tristeza. «Si tan sólo no los hubiera conocido…» pero la conclusión a esas palabras era lo opuesto «pero fui bendecido por conocerlos, quisiera estar con ellos pero eso es muy egoísta de mi parte» creía.
Athdar Campbell- Cambiante Clase Media
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Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
Ruggero, no se sorprendió cuando el ave cobró aquella energía mágica y que devolvía, al cuervo, las ganas de vivir. Sonrió feliz y giró en la silla haciendo equilibro y riendo, sin importarle que sus risas atrajeran la atención su madre o hermana. Vio surgir detrás de una cortina gruesa al hombre que conocía por Athdar, saltó yendo a su encuentro, se aferró a sus piernas y cuando el hombre se acuclilló para estar a su altura, sus manitas tocaron el costado del pecho del leñador.
No pudo detener las lágrimas, cuando éste le explicó que debía irse, ni entendía mucho qué era el cariño especial hacia su mamá, él también quería mucho a su mami y no por eso la iba a dejar, porque sabía que sufriría. Intentó aferrase, para que no se fuera, pero las fuerzas de un niño de solo cinco años, no eran las mismas de un hombre, así pues observó cómo se convertía en cuervo y salir por la ventana entreabierta. Corrió al balcón y se paró en la baranda, - ¡No! ¡No!... no te vayas, no nos dejes – gritó, mientras se trepaba peligrosamente al borde y tambaleaba próximo a caer al vacío, él no comprendía el peligro que eso implicaba, un segundo después, sintió como el vacío lo succionaba y su cuerpo se inclinaba hacia abajo.
Fueron las manos de su madre quienes lo apresaron en el momento en que caía, Chiara no se caracterizaba por tener mucha fuerza, pero en ese instante, cuando entrando a su habitación, vio atónita como el cuervo salía por la ventana, emprendiendo el vuelo y su pequeño gritando que no los dejara, para luego seguirlo y treparse al borde del balcón, las fuerzas le brotaron del alma, no supo en que momento hizo el trayecto entre una distancia y la otra, pero logró tomar a tiempo la cintura de su hijo y subirlo a duras penas. Cuando por fin estuvieron sentados en el piso del balcón, las palabras de reproche no salieron, lo contempló tan indefenso, tan triste, llorando desconsolado, que simplemente lo abrazó, - bueno pequeño, no te preocupes, sé que no volverás a hacerlo, no te desanimes, de seguro volverá – Ruggero negó con la cabeza – no mamá, fue por mi culpa que huyera, no volverá -.
Le llevó tiempo hacer que el pequeño se calmara, después de todo, ella era la culpable, ¿quién sino había dejado la puerta del balcón abierta? Esa noche, comieron en silencio, ninguno de los tres quería hablar, aunque Chiara se esforzaba en decir alguna que otra frase, intentando levantar el ánimo, pero Ruggero permanecía con el ceño fruncido y un rictus en sus labios. Aquel gesto le preocupó, conocía bien esa señal,- no en su hijo, pero sí en su esposo – era el mismo del inquisidor, cuando algo traía entre manos.
Al terminar, los llevó a acostar, les prometió que al día siguiente irían al pueblo a comprar más materiales que necesitaban para terminar de arreglar el árbol, que estaba quedando hermoso. Les leyó un cuento, pero Ruggero seguía indiferente, los hizo hacer sus oraciones y pedir que bendijera, Dios, a todos los seres amados. Ruggero, esquivó el beso de Chiara, pero cuando ésta le preguntó que pasaba, él negó con la cabeza, - nada mamá, no te preocupes, yo te protegeré, yo arreglaré lo que hice mal – se aferró a su cuello y lloró – perdón mamá, perdóname si te hago sufrir, pero prometo que todo se solucionará – aquellas palabras pusieron nerviosa a la madre, - ¿qué estarás planeando?- caviló, mientras tomaba con sus manos el rostro del pequeño, - si no quieres que sufra, no hagas algo que te ponga en peligro -, le dio un beso en la frente y lo arropo, al igual que a su princesa, luego, tomó el candelero, pero el pequeño le pidió que lo dejara, - es que hoy tengo miedo – Chiara se volvió a sentar a su lado – ¿quieres que me quede? – El niño negó con su cabeza – no, solo déjame la luz, yo la apago – sonrió a lo que dijera su hijo y se levantó, yendo hasta la puerta y despidiéndose.
Pronto, todo el castillo estaba en silencio, menos en el cuarto de los niños, donde Ruggero tomó lo que pensó necesitaría para un viaje. Cuando se había aferrado al cambiante, para que no se fuera, una nueva visión había llegado a su mente, una ciudad, y en ella, un nombre – Edimburgo – se dijo en silencio. Luego había visto al leñador, cortando árboles, como el que habían puesto en el salón del castillo. El pequeño estaba decidido, iría a buscarlo y le diría que no podía dejarlos, que su mamá lo quería, y que él era muy pequeño todavía para cuidar de ellas, porque no era solo su mamá, sino también Melanie. Al pensar en ella, se quedó quieto, giró su cabeza y la contempló dormida, - no te preocupes, volveré pronto – le susurró al oído, antes de partir.
El sol estaba comenzando a asomar en el horizonte cuando una carreta se detuvo al ver a un pequeño niño que esperaba paciente en la orilla del camino. El hombre lo miró y le sonrió, - oye pequeño, ¿qué haces aquí? – a lo que Ruggero contestó, con voz firme y con la naturalidad de quien siempre dice la verdad, - voy a Edimburgo, mi papá me espera – el carretero, se sorprendió y luego pensó que aunque pudiera parecer extraño, era común en esas zonas que los niños aun siendo tan pequeños, tuvieran que hacer trabajos de grande. Se rascó la barba antes de decidirse, - bueno, yo no llego a Edimburgo, solo hasta un poblado cercano, Baberton, pero de seguro desde allí un primo mío te puede acercar – el niño sonrió agradecido y subió a la carreta.
Tres días les llevó hacer el recorrido hasta Baberton, pero cuando llegó allí, un sueño premonitorio le confirmó el lugar donde debía estar su amigo. Ruggero comprendió que debía ir a una zona de bosque, - me acordé que papá, me dijo que estaría en un lugar llamado Swanton – dijo con seguridad. Se encontraba en la cocina del carretero, tomando un desayuno apetitoso que la señora de la casa le había ofrecido. El señor Broxbourn, quien junto con su mujer le habían dado cobijo, afligidos porque tan pequeño niño hubiera recorrido interminables kilómetros para encontrarse con su padre. El hombre miró a su esposa, y sonrió, conocía a los leñadores de ese lugar y de seguro que si había uno que se llamara como el papá del niño, él lo podría encontrar, - a ver Ruggero, dime otra vez, ¿cómo era que se llamaba tu padre? – Ruggero sonrió satisfecho, sabía que al final lo encontraría – Campbell… Campbell Athdar -.
No pudo detener las lágrimas, cuando éste le explicó que debía irse, ni entendía mucho qué era el cariño especial hacia su mamá, él también quería mucho a su mami y no por eso la iba a dejar, porque sabía que sufriría. Intentó aferrase, para que no se fuera, pero las fuerzas de un niño de solo cinco años, no eran las mismas de un hombre, así pues observó cómo se convertía en cuervo y salir por la ventana entreabierta. Corrió al balcón y se paró en la baranda, - ¡No! ¡No!... no te vayas, no nos dejes – gritó, mientras se trepaba peligrosamente al borde y tambaleaba próximo a caer al vacío, él no comprendía el peligro que eso implicaba, un segundo después, sintió como el vacío lo succionaba y su cuerpo se inclinaba hacia abajo.
Fueron las manos de su madre quienes lo apresaron en el momento en que caía, Chiara no se caracterizaba por tener mucha fuerza, pero en ese instante, cuando entrando a su habitación, vio atónita como el cuervo salía por la ventana, emprendiendo el vuelo y su pequeño gritando que no los dejara, para luego seguirlo y treparse al borde del balcón, las fuerzas le brotaron del alma, no supo en que momento hizo el trayecto entre una distancia y la otra, pero logró tomar a tiempo la cintura de su hijo y subirlo a duras penas. Cuando por fin estuvieron sentados en el piso del balcón, las palabras de reproche no salieron, lo contempló tan indefenso, tan triste, llorando desconsolado, que simplemente lo abrazó, - bueno pequeño, no te preocupes, sé que no volverás a hacerlo, no te desanimes, de seguro volverá – Ruggero negó con la cabeza – no mamá, fue por mi culpa que huyera, no volverá -.
Le llevó tiempo hacer que el pequeño se calmara, después de todo, ella era la culpable, ¿quién sino había dejado la puerta del balcón abierta? Esa noche, comieron en silencio, ninguno de los tres quería hablar, aunque Chiara se esforzaba en decir alguna que otra frase, intentando levantar el ánimo, pero Ruggero permanecía con el ceño fruncido y un rictus en sus labios. Aquel gesto le preocupó, conocía bien esa señal,- no en su hijo, pero sí en su esposo – era el mismo del inquisidor, cuando algo traía entre manos.
Al terminar, los llevó a acostar, les prometió que al día siguiente irían al pueblo a comprar más materiales que necesitaban para terminar de arreglar el árbol, que estaba quedando hermoso. Les leyó un cuento, pero Ruggero seguía indiferente, los hizo hacer sus oraciones y pedir que bendijera, Dios, a todos los seres amados. Ruggero, esquivó el beso de Chiara, pero cuando ésta le preguntó que pasaba, él negó con la cabeza, - nada mamá, no te preocupes, yo te protegeré, yo arreglaré lo que hice mal – se aferró a su cuello y lloró – perdón mamá, perdóname si te hago sufrir, pero prometo que todo se solucionará – aquellas palabras pusieron nerviosa a la madre, - ¿qué estarás planeando?- caviló, mientras tomaba con sus manos el rostro del pequeño, - si no quieres que sufra, no hagas algo que te ponga en peligro -, le dio un beso en la frente y lo arropo, al igual que a su princesa, luego, tomó el candelero, pero el pequeño le pidió que lo dejara, - es que hoy tengo miedo – Chiara se volvió a sentar a su lado – ¿quieres que me quede? – El niño negó con su cabeza – no, solo déjame la luz, yo la apago – sonrió a lo que dijera su hijo y se levantó, yendo hasta la puerta y despidiéndose.
Pronto, todo el castillo estaba en silencio, menos en el cuarto de los niños, donde Ruggero tomó lo que pensó necesitaría para un viaje. Cuando se había aferrado al cambiante, para que no se fuera, una nueva visión había llegado a su mente, una ciudad, y en ella, un nombre – Edimburgo – se dijo en silencio. Luego había visto al leñador, cortando árboles, como el que habían puesto en el salón del castillo. El pequeño estaba decidido, iría a buscarlo y le diría que no podía dejarlos, que su mamá lo quería, y que él era muy pequeño todavía para cuidar de ellas, porque no era solo su mamá, sino también Melanie. Al pensar en ella, se quedó quieto, giró su cabeza y la contempló dormida, - no te preocupes, volveré pronto – le susurró al oído, antes de partir.
El sol estaba comenzando a asomar en el horizonte cuando una carreta se detuvo al ver a un pequeño niño que esperaba paciente en la orilla del camino. El hombre lo miró y le sonrió, - oye pequeño, ¿qué haces aquí? – a lo que Ruggero contestó, con voz firme y con la naturalidad de quien siempre dice la verdad, - voy a Edimburgo, mi papá me espera – el carretero, se sorprendió y luego pensó que aunque pudiera parecer extraño, era común en esas zonas que los niños aun siendo tan pequeños, tuvieran que hacer trabajos de grande. Se rascó la barba antes de decidirse, - bueno, yo no llego a Edimburgo, solo hasta un poblado cercano, Baberton, pero de seguro desde allí un primo mío te puede acercar – el niño sonrió agradecido y subió a la carreta.
Tres días les llevó hacer el recorrido hasta Baberton, pero cuando llegó allí, un sueño premonitorio le confirmó el lugar donde debía estar su amigo. Ruggero comprendió que debía ir a una zona de bosque, - me acordé que papá, me dijo que estaría en un lugar llamado Swanton – dijo con seguridad. Se encontraba en la cocina del carretero, tomando un desayuno apetitoso que la señora de la casa le había ofrecido. El señor Broxbourn, quien junto con su mujer le habían dado cobijo, afligidos porque tan pequeño niño hubiera recorrido interminables kilómetros para encontrarse con su padre. El hombre miró a su esposa, y sonrió, conocía a los leñadores de ese lugar y de seguro que si había uno que se llamara como el papá del niño, él lo podría encontrar, - a ver Ruggero, dime otra vez, ¿cómo era que se llamaba tu padre? – Ruggero sonrió satisfecho, sabía que al final lo encontraría – Campbell… Campbell Athdar -.
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Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
Despertó exaltado…
Se encontraba fatigado, seguir como humano comenzaba a agotarle y se sentía incómodo; además, creía que se contagiaba de la naturaleza de las personas, o al menos recuperaba esa humanidad fría que lo caracterizó cuando era un guerrero. Su corazón perdió el ritmo que podría llamarse normal, se aceleró y le fue imposible conseguir concentrarse en otra cosa que los Rosso. Ya no importaba nada más. Por eso, se vistió con su chaqueta de cazador de piel exterior y borrego por dentro, los gruesos pantalones azules y unas botas caqui especiales para la nieve; se colocó unos guantes voluptuosos, y su gorro caqui de trabajo. Así fue como salió hacia el noroeste a donde los Rosso vivían.
Ya no le importaba si les causaría un mal o no, sería egoísta; pero no solamente ese pensamiento lo había orillado a regresar, sino también las palabras que trató de olvidar, enterrarlas en el olvido, que aunque le fue imposible en muchas ocasiones, nuevamente no lo consiguió. «No te vayas, no nos dejes» habían sido sus palabras y posiblemente las de Melanie e inclusive, teniendo esa esperanza, las de Chiara. Como sea, tomaría los caminos del bosque de Edimburgo hasta llegar al cruce de Swanton y Baberton. Sin darse cuenta del tiempo llegó a Baberton a un día de su salida de Edimburgo.
Amaneció y continuando su camino a lo lejos vio una carreta, pero no era cualquiera. No porque extraordinarios corceles lo jalaran, o que estuviera echa de oro o el chofer fuera un foráneo. No, era especial porque en ella viajaba un pequeño al que quería como a nadie quería. El pequeño Ruggero. Por supuesto, aquellos no podían reconocerlo aún porque el cambiante se encontraba usando sus ojos de águila. En ese momento se paralizó, no era una carreta cerrada por lo que estaba seguro que él era el único que estaba en los alrededores, pensó en transformarse, pero no tenía caso, Ruggero lo reconocería y quizás en su inocencia lo desenmascararía frente a los humanos, o tal vez ese hombre de la carreta podía ser un cazador y se interesaría en cualquier ave que fuera Athdar. Así que declinó eso, para ese momento de dudas la carreta estaba lo suficientemente cercas para que pudieran ver la figura del cambiante.
El ruido de los caballos no lo hizo reaccionar, ni siquiera las palabras del hombre que le ordenaran salirse del camino sino el niño que sin pensar en que podía lastimarse brincó sobre la nieve y corrió hacía él llamándole papá. Athdar estaba confundido pero entendió que el niño debió de haber dicho que buscaba a su padre para ganarse la confianza de quienes lo llevaron hasta ese lugar, claro, suponiendo que la foránea no venía con él. Athdar lo tomó en sus brazos y lo cargó dando vueltas sobre sí, riendo y escapándose lágrimas de sus ojos, luego le besó en la frente y lo abrazó. —Discúlpame Ruggero, hice mal en dejarlos— le dijo al oído, el hombre se le acercó. —Su hijo es muy valiente señor Campbell— dijo el hombre con una sonrisa, Athdar afirmóó con la cabeza viendo al pequeño Ruggero. —Es el hombrecito de la casa, ahora permita que le recompense por asistir a mi hijo— dijo sintiéndose orgulloso de llamarle así, hijo, pese a que era una mentira y nunca lo sería. El cochero se negó a recibir la recompensa y continuó su camino.
—¿Dónde está tu madre Ruggero?— preguntó preocupado cuando puso al niño en el suelo. —Debe de estar muy preocupada por ti, no debiste salir… Ven te llevaré a casa— le sonrió como sólo con ellos lo hizo, con sinceridad.
Se encontraba fatigado, seguir como humano comenzaba a agotarle y se sentía incómodo; además, creía que se contagiaba de la naturaleza de las personas, o al menos recuperaba esa humanidad fría que lo caracterizó cuando era un guerrero. Su corazón perdió el ritmo que podría llamarse normal, se aceleró y le fue imposible conseguir concentrarse en otra cosa que los Rosso. Ya no importaba nada más. Por eso, se vistió con su chaqueta de cazador de piel exterior y borrego por dentro, los gruesos pantalones azules y unas botas caqui especiales para la nieve; se colocó unos guantes voluptuosos, y su gorro caqui de trabajo. Así fue como salió hacia el noroeste a donde los Rosso vivían.
Ya no le importaba si les causaría un mal o no, sería egoísta; pero no solamente ese pensamiento lo había orillado a regresar, sino también las palabras que trató de olvidar, enterrarlas en el olvido, que aunque le fue imposible en muchas ocasiones, nuevamente no lo consiguió. «No te vayas, no nos dejes» habían sido sus palabras y posiblemente las de Melanie e inclusive, teniendo esa esperanza, las de Chiara. Como sea, tomaría los caminos del bosque de Edimburgo hasta llegar al cruce de Swanton y Baberton. Sin darse cuenta del tiempo llegó a Baberton a un día de su salida de Edimburgo.
Amaneció y continuando su camino a lo lejos vio una carreta, pero no era cualquiera. No porque extraordinarios corceles lo jalaran, o que estuviera echa de oro o el chofer fuera un foráneo. No, era especial porque en ella viajaba un pequeño al que quería como a nadie quería. El pequeño Ruggero. Por supuesto, aquellos no podían reconocerlo aún porque el cambiante se encontraba usando sus ojos de águila. En ese momento se paralizó, no era una carreta cerrada por lo que estaba seguro que él era el único que estaba en los alrededores, pensó en transformarse, pero no tenía caso, Ruggero lo reconocería y quizás en su inocencia lo desenmascararía frente a los humanos, o tal vez ese hombre de la carreta podía ser un cazador y se interesaría en cualquier ave que fuera Athdar. Así que declinó eso, para ese momento de dudas la carreta estaba lo suficientemente cercas para que pudieran ver la figura del cambiante.
El ruido de los caballos no lo hizo reaccionar, ni siquiera las palabras del hombre que le ordenaran salirse del camino sino el niño que sin pensar en que podía lastimarse brincó sobre la nieve y corrió hacía él llamándole papá. Athdar estaba confundido pero entendió que el niño debió de haber dicho que buscaba a su padre para ganarse la confianza de quienes lo llevaron hasta ese lugar, claro, suponiendo que la foránea no venía con él. Athdar lo tomó en sus brazos y lo cargó dando vueltas sobre sí, riendo y escapándose lágrimas de sus ojos, luego le besó en la frente y lo abrazó. —Discúlpame Ruggero, hice mal en dejarlos— le dijo al oído, el hombre se le acercó. —Su hijo es muy valiente señor Campbell— dijo el hombre con una sonrisa, Athdar afirmóó con la cabeza viendo al pequeño Ruggero. —Es el hombrecito de la casa, ahora permita que le recompense por asistir a mi hijo— dijo sintiéndose orgulloso de llamarle así, hijo, pese a que era una mentira y nunca lo sería. El cochero se negó a recibir la recompensa y continuó su camino.
—¿Dónde está tu madre Ruggero?— preguntó preocupado cuando puso al niño en el suelo. —Debe de estar muy preocupada por ti, no debiste salir… Ven te llevaré a casa— le sonrió como sólo con ellos lo hizo, con sinceridad.
Athdar Campbell- Cambiante Clase Media
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Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
En su cabeza resonaba la voz de su esposo, Recordaba como en sueños le hablaba, - despierta amor, Chiara, vamos… despierta… Ruggero se ha ido… debes buscarlo… – se había estremecido dormida, pero fue sentir su caricia en la mejilla, sus labios casi rosando su oído – amor, no puedes dejar que intente esa locura… vamos, levántate… estaré a tu lado… mientras nadie vele por ti y los niños - , Se había incorporado en el lecho, aun con la sensación del tacto de sus dedos en la mejilla, - ¿Amor? – la voz se le quebró. Había sido un sueño, él no estaba allí, ni volvería jamás, aunque le dijera que mientras ella lo necesitara estaría a su lado. Entonces, un dolor, una angustia se prendió a su pecho, - Ruggero – casi gritó. El sol estaba saliendo cuando Chiara, corría por el pasillo, descalza y en camisón.
Abrió la puerta del cuarto de los niños, esperando encontrarlo durmiendo, pero no era así. Desesperada despertó a su pequeña y le preguntó por su hermano, Melanie entre sollozos le dijo que creyó escuchar que le decía algo, pero que había tenido sueño y que no lo había escuchado. La inocente niña se sentía culpable por no acordarse a donde había dicho Ruggero que se dirigía. Chiara intentó calmarla y la besó en la frente, - no te preocupes amor, te prometo que lo traeré de vuelta, pero deberás quedarte con Seelie – la pequeña abrió los ojos sorprendido y negó con la cabeza, - no mamita, quiero ir contigo -. Le costó un tiempo preciado poder contener a la pequeña y hacerla entrar en razón, si había algo que la caracterizaba – a su niña – era ese carácter fuerte y lo terca en su punto de vista.
Unos momentos después, apareció en el umbral de la puerta la joven Seelie, - Hola Melanie, sabes, debes dejar que tu mamá vaya en busca de tu hermano, te prometo que las hadas del bosque la ayudarán a encontrarlo, pero si no sale ahora… los duendes se iran a dormir, porque el sol del mediodía quema sus alitas – , Chiara sonrió, era verdaderamente un hada, como significaba aquel nombre, porque logró convencer a Mely. Ella estaba feliz y agradecida de haber contratado a esa joven como su nueva ama de llaves. Seelie, lograba amañar en pocos minutos a la indomable fierecilla.
Cuando logró salir a buscar a su hijo, el sol se encontraba alto y aunque no nevaba el frío era cruel – Dios, cuida a mi chiquito - susurró mirando al cielo, clamando por la protección del Altísimo.
Días después…
Habían transcurrido cuatro días, en los que apenas si había descansado o al menos dormitado en el coche, mientras cruzaba de pueblo en pueblo. Cruzo valles, bosques y zonas montañosas, siguiendo las pistas que la podría acercar al lugar donde su niño se encontraba. Supuestamente, se desplazaba en una carreta con un conocido hombre mayor - que según decían quienes le daban información - empleado de una firma maderera de las cercanías de Edimburgo, - si señora, es un hombre de bien, quédese tranquila, de seguro lo encontrará en Barxton – le confirmó un comerciante que solía recibir material de la empresa donde el señor Broxbourn – el carretero – trabajaba, - pregunte al llegar a ese poblado por él, todos lo conocen, es respetado desde el canal de Caledonia hasta el de La Mancha – afirmó el tendero, intentando dar un poco de tranquilidad a una madre que mostraba la angustia acumulada de días de búsqueda infructuosa, en el rostro.
Había tenido que contratar al hijo de su cochero ya que un trayecto tan largo hubiera matado al hombre que ya sobrepasaba los sesenta años. Además, apenas descansaba en alguna posada, lo justo para que el muchacho comiera algo sustancioso y ella se refrescara quitándose el polvo del camino – cuando conseguía una posada decente – aunque algunas veces, prefería dormitar en el asiento del coche, mientras el cochero terminaba su refrigerio. Tenía la cabeza adolorida, como su cuello y espalda, pero no se podía dar el lujo de pasar una noche en una cama, sin antes haber encontrado a su pequeño Ruggero.
Abrió la puerta del cuarto de los niños, esperando encontrarlo durmiendo, pero no era así. Desesperada despertó a su pequeña y le preguntó por su hermano, Melanie entre sollozos le dijo que creyó escuchar que le decía algo, pero que había tenido sueño y que no lo había escuchado. La inocente niña se sentía culpable por no acordarse a donde había dicho Ruggero que se dirigía. Chiara intentó calmarla y la besó en la frente, - no te preocupes amor, te prometo que lo traeré de vuelta, pero deberás quedarte con Seelie – la pequeña abrió los ojos sorprendido y negó con la cabeza, - no mamita, quiero ir contigo -. Le costó un tiempo preciado poder contener a la pequeña y hacerla entrar en razón, si había algo que la caracterizaba – a su niña – era ese carácter fuerte y lo terca en su punto de vista.
Unos momentos después, apareció en el umbral de la puerta la joven Seelie, - Hola Melanie, sabes, debes dejar que tu mamá vaya en busca de tu hermano, te prometo que las hadas del bosque la ayudarán a encontrarlo, pero si no sale ahora… los duendes se iran a dormir, porque el sol del mediodía quema sus alitas – , Chiara sonrió, era verdaderamente un hada, como significaba aquel nombre, porque logró convencer a Mely. Ella estaba feliz y agradecida de haber contratado a esa joven como su nueva ama de llaves. Seelie, lograba amañar en pocos minutos a la indomable fierecilla.
Cuando logró salir a buscar a su hijo, el sol se encontraba alto y aunque no nevaba el frío era cruel – Dios, cuida a mi chiquito - susurró mirando al cielo, clamando por la protección del Altísimo.
Días después…
Habían transcurrido cuatro días, en los que apenas si había descansado o al menos dormitado en el coche, mientras cruzaba de pueblo en pueblo. Cruzo valles, bosques y zonas montañosas, siguiendo las pistas que la podría acercar al lugar donde su niño se encontraba. Supuestamente, se desplazaba en una carreta con un conocido hombre mayor - que según decían quienes le daban información - empleado de una firma maderera de las cercanías de Edimburgo, - si señora, es un hombre de bien, quédese tranquila, de seguro lo encontrará en Barxton – le confirmó un comerciante que solía recibir material de la empresa donde el señor Broxbourn – el carretero – trabajaba, - pregunte al llegar a ese poblado por él, todos lo conocen, es respetado desde el canal de Caledonia hasta el de La Mancha – afirmó el tendero, intentando dar un poco de tranquilidad a una madre que mostraba la angustia acumulada de días de búsqueda infructuosa, en el rostro.
Había tenido que contratar al hijo de su cochero ya que un trayecto tan largo hubiera matado al hombre que ya sobrepasaba los sesenta años. Además, apenas descansaba en alguna posada, lo justo para que el muchacho comiera algo sustancioso y ella se refrescara quitándose el polvo del camino – cuando conseguía una posada decente – aunque algunas veces, prefería dormitar en el asiento del coche, mientras el cochero terminaba su refrigerio. Tenía la cabeza adolorida, como su cuello y espalda, pero no se podía dar el lujo de pasar una noche en una cama, sin antes haber encontrado a su pequeño Ruggero.
Corradine Grimaldi- Humano Clase Alta
- Mensajes : 528
Fecha de inscripción : 20/08/2012
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Re: El cuervo y la foránea | Chiara di Rosso
Al principio lo arropó con su abrigo y llevándolo sobre sus hombros recorrieron un largo camino. Athdar contaba algunas historias locales por donde pasaban pero después de un par de horas se desviaron a un pueblo. —Debemos de comer algo— propuso, no solamente el cambiante quería regresarlo, sino se estaba dando cuenta de que Ruggero comenzaba a pensar con más premeditación sus acciones dándose cuenta de lo mal que actuó. En sus ojos veía un poco de culpa y el hecho de que era muy probable que lo reprendieran, posiblemente no en cuanto llegara pero sí tarde o temprano. Como sea, Athdar creía que un lugar de recreación les podía ayudar a ambos, no solamente al niño.
—¿Qué dices pequeño hombrecito?, ¿listo para entrar a una taberna?— dijo esto último con gracia y teniendo la aprobación del pequeño. El cambiante tomándole de la mano entró con Ruggero a la taberna. Al llegar se detuvieron en la entrada, todo el mundo alrededor dejó de entretenerse en lo que hacía y los miraron, tanto Ruggero como Athdar lanzaron una mirada inquisidora a los presentes. El cambiante escupió a un costado y Ruggero al otro, algunos hombres empezaron a reírse y posteriormente avanzaron hasta la barra. Athdar subió a Ruggero al asiento alto y ambos cruzándose de brazos esperaron al Camarero que no los hizo esperar. —¿Qué les pongo?— preguntó divertido viendo al pequeño que aparentaba ser todo un adulto, Athdar lo miraba de reojo y se sentía orgulloso de tenerlo, aunque por un tiempo; a su lado. —Dos grandes tazones de chocolate caliente— ordenó.
Hubo un silencio hasta que llegaron la grandes tazas de chocolate. —Espero que no sea demasiado para ti… pequeñín—dijo sacudiéndole la cabeza y desapareció. —No es el de tu madre, pero es bueno— dijo y dio el primer sorbo para que el pequeño tuviera la confianza para seguirle. El Camarero trajo unos bollos recién hechos y comieron. Tardaron un poco más de hora, entre risas e historias salieron rumbo al otro pueblo donde compraron un caballo y así, con el nuevo amigo cabalgaron a prisa a Inveraray. Descansaron en un pueblo por la noche y la tarde del siguiente día llegaron al castillo. Athdar bajo a Ruggero y éste corrió, no muy lejos pues se les aviso que la señora había salido a buscar al niño.
Athdar se sintió culpable, el único en fallar fue él y nadie más. Se agachó para sujetar a Ruggero que se empeñó en salir nuevamente. —No, Ruggero, déjamelo a mi… Yo traeré a tu madre ahora debes de cuidar a tu hermana— se levantó con una sonrisa en su rostro. —[color=seagreen]Además un halcón es más rápido que un hombre, seguro hoy la encuentro[color]— le guiñó y comenzó a correr a la salida del castillo, continuó su camino y mientras se desvestía se transformó en el halcón y se voló no solamente rápido sino también a lo alto para que sus ojos de águila pudieran ver más. Athdar estaba seguro que era una mujer inteligente, ya se lo había demostrado. No todos los días se ve a un niño recorrer Highland solo, ella seguiría esas historias hasta llegar a Edimburgo, ese fue el trayecto que tomó y cuando por fin la encontró, ella se encontraba en Barxton donde él estaba residiendo lo que le pareció muy conveniente.
Descendió hasta su casa, se transformó en el humano, se vistió lo más pronto posible y salió a la plaza encontrándosela. —Señora Rosso— dijo y no pudo continuar al ver esos hermosos ojos que tanto extraño y no dejó de ver en sus sueños. Balbuceó un poco, el corazón se le aceleró e inclusive sudó un par de gotas por la cien. —Por mi palabra… Ruggero está bien… está a salvo— concluyó.
—¿Qué dices pequeño hombrecito?, ¿listo para entrar a una taberna?— dijo esto último con gracia y teniendo la aprobación del pequeño. El cambiante tomándole de la mano entró con Ruggero a la taberna. Al llegar se detuvieron en la entrada, todo el mundo alrededor dejó de entretenerse en lo que hacía y los miraron, tanto Ruggero como Athdar lanzaron una mirada inquisidora a los presentes. El cambiante escupió a un costado y Ruggero al otro, algunos hombres empezaron a reírse y posteriormente avanzaron hasta la barra. Athdar subió a Ruggero al asiento alto y ambos cruzándose de brazos esperaron al Camarero que no los hizo esperar. —¿Qué les pongo?— preguntó divertido viendo al pequeño que aparentaba ser todo un adulto, Athdar lo miraba de reojo y se sentía orgulloso de tenerlo, aunque por un tiempo; a su lado. —Dos grandes tazones de chocolate caliente— ordenó.
Hubo un silencio hasta que llegaron la grandes tazas de chocolate. —Espero que no sea demasiado para ti… pequeñín—dijo sacudiéndole la cabeza y desapareció. —No es el de tu madre, pero es bueno— dijo y dio el primer sorbo para que el pequeño tuviera la confianza para seguirle. El Camarero trajo unos bollos recién hechos y comieron. Tardaron un poco más de hora, entre risas e historias salieron rumbo al otro pueblo donde compraron un caballo y así, con el nuevo amigo cabalgaron a prisa a Inveraray. Descansaron en un pueblo por la noche y la tarde del siguiente día llegaron al castillo. Athdar bajo a Ruggero y éste corrió, no muy lejos pues se les aviso que la señora había salido a buscar al niño.
Athdar se sintió culpable, el único en fallar fue él y nadie más. Se agachó para sujetar a Ruggero que se empeñó en salir nuevamente. —No, Ruggero, déjamelo a mi… Yo traeré a tu madre ahora debes de cuidar a tu hermana— se levantó con una sonrisa en su rostro. —[color=seagreen]Además un halcón es más rápido que un hombre, seguro hoy la encuentro[color]— le guiñó y comenzó a correr a la salida del castillo, continuó su camino y mientras se desvestía se transformó en el halcón y se voló no solamente rápido sino también a lo alto para que sus ojos de águila pudieran ver más. Athdar estaba seguro que era una mujer inteligente, ya se lo había demostrado. No todos los días se ve a un niño recorrer Highland solo, ella seguiría esas historias hasta llegar a Edimburgo, ese fue el trayecto que tomó y cuando por fin la encontró, ella se encontraba en Barxton donde él estaba residiendo lo que le pareció muy conveniente.
Descendió hasta su casa, se transformó en el humano, se vistió lo más pronto posible y salió a la plaza encontrándosela. —Señora Rosso— dijo y no pudo continuar al ver esos hermosos ojos que tanto extraño y no dejó de ver en sus sueños. Balbuceó un poco, el corazón se le aceleró e inclusive sudó un par de gotas por la cien. —Por mi palabra… Ruggero está bien… está a salvo— concluyó.
Athdar Campbell- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 15/09/2014
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