AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El tesoro perdido | Privado
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El tesoro perdido | Privado
– “¿Dónde estás, Max?” – Cuestionó una voz demasiado sospechosa y parecida a la de su tío favorito en su pequeña cabecita. El zunzuncito, la avecilla más pequeña del mundo – que pertenecía a los Colibríes – agitaba sus alas describiendo un ocho mientras la buscaba a ella. Se había entretenido unos minutos observando a unos jóvenes entrenando con el arco y lo siguiente que supo, es que Dagmar le había abandonado. Escuchar telepáticamente a Julius significaba que éste estaba cerca. Esa habilidad no funcionaba a grandes distancias, por lo que fácilmente podría encontrarlo si no se daba prisa en dejarlo. Entró a una habitación donde había una mesa redonda y varias personas discutiendo algo. ¿Estaba allí la cazadora? Se paró frente a uno de los rostros y luego otro – y otro – hasta que confirmó que tampoco estaba ahí. Uno de los hombres intentó darle un manotazo, pensando seguramente que era una abeja. En esa forma era sumamente pequeñito. Medía cerca de cinco centímetros desde el pico hasta la cola. El hecho de que moviera con tanta rapidez las alas, hacía que los humanos no le diferenciaran de esos molestosos insectos. – “Maximus Poe Gaffigan, espero que no estés donde creo que estás o me va a matar tu papá”. – La avecilla ignoró las palabras, entrando a habitación tras habitación. Quería encontrarla. Había oído decirle que el mayor de los tesoros se encontraba escondido en su mansión. Por supuesto, el pequeño no había sabido – ni sabía – que la joya preciosa para la joven era la Academia para Cazadores. Se había metido a la boca del lobo sin saberlo. Sin embargo, ahora que veía a hombres y mujeres luchando entre sí, disparando todo tipo de armas, comenzaba a tener una sospecha. ¡Debía ser un gran tesoro si la custodiaban tantos de ellos! Si quería saber dónde estaba guardado, por lógica, debía seguir a Dagmar. No sabía por qué, pero la mujer lo había atraído desde que la vio lanzar una flecha al tronco donde estaba jugando a las escondidas con su tío. Un juego del que Julius no era consciente.
– “Casi te tengo”, – le amenazó. Era más un susurro para sí mismo, pero seguramente a su tío se le había olvidado no proyectarlo. El zunzuncito batió las alas con poderosa fuerza, entrando por una puerta que estaba a punto de cerrarse y aplastarle. Cerca del fuego, había una bañera. Unas mujeres vertían lo que parecía ser agua caliente y, un segundo más tarde, se percató que dentro estaba la cazadora que con tanto ahínco había estado buscando. Oh, oh, pensó. Eso no está bien. Pero saberlo, y hacer lo correcto, eran dos cosas totalmente distintas. Max estaba ahí para encontrar el tesoro y no se iría con las alas vacías. Mientras escuchaba como Dagmar despedía a todos para quedarse a solas, él voló buscando entre sus cosas. La cazadora le daba la espalda, así que volvió a su forma humana para poder utilizar las manos y hurgar dentro de los cajones. No había nada a la vista, solo armas que se veían muy amenazadoras y que su papá no le dejaría tocar. Podría ser rebelde, travieso y aventurero; pero si a alguien le tenía miedo – o al menos un poco – ese era a Lucius. Por alguna razón que no entendía, su padre era muy estricto en cuanto a su seguridad. Se había escapado durante la noche para visitar a la cazadora, esperando poder verla en acción otra vez. Si su tío lo buscaba era porque al primero que echarían la culpa de su desaparición era a él. Había sido Julius quien le enseñara todos los trucos después de todo. El ser el más pequeño entre las aves – y las que trabajaban para los Gaffigan – solo le daba más ventajas para hacer y deshacer. Sigilosamente, abrió el primer cajón, solo para encontrar pertenencias personales, pero ningún objeto de valor. Era listo, sumamente listo, así que sabía diferenciar cuál joya valía más. Siempre podía cambiar a carpinterito y salir por la ventana. En esos momentos, miró hacia el alfeizar y vio a un halcón peregrino amenazándole con la mirada. Max sonrió toda inocencia, haciendo un gesto para que mirara sobre su hombro. – “Puedo decirle que la estabas espiando mientras tomaba un baño”,– le advirtió, cada palabra enfatizada en su mente.
– “Casi te tengo”, – le amenazó. Era más un susurro para sí mismo, pero seguramente a su tío se le había olvidado no proyectarlo. El zunzuncito batió las alas con poderosa fuerza, entrando por una puerta que estaba a punto de cerrarse y aplastarle. Cerca del fuego, había una bañera. Unas mujeres vertían lo que parecía ser agua caliente y, un segundo más tarde, se percató que dentro estaba la cazadora que con tanto ahínco había estado buscando. Oh, oh, pensó. Eso no está bien. Pero saberlo, y hacer lo correcto, eran dos cosas totalmente distintas. Max estaba ahí para encontrar el tesoro y no se iría con las alas vacías. Mientras escuchaba como Dagmar despedía a todos para quedarse a solas, él voló buscando entre sus cosas. La cazadora le daba la espalda, así que volvió a su forma humana para poder utilizar las manos y hurgar dentro de los cajones. No había nada a la vista, solo armas que se veían muy amenazadoras y que su papá no le dejaría tocar. Podría ser rebelde, travieso y aventurero; pero si a alguien le tenía miedo – o al menos un poco – ese era a Lucius. Por alguna razón que no entendía, su padre era muy estricto en cuanto a su seguridad. Se había escapado durante la noche para visitar a la cazadora, esperando poder verla en acción otra vez. Si su tío lo buscaba era porque al primero que echarían la culpa de su desaparición era a él. Había sido Julius quien le enseñara todos los trucos después de todo. El ser el más pequeño entre las aves – y las que trabajaban para los Gaffigan – solo le daba más ventajas para hacer y deshacer. Sigilosamente, abrió el primer cajón, solo para encontrar pertenencias personales, pero ningún objeto de valor. Era listo, sumamente listo, así que sabía diferenciar cuál joya valía más. Siempre podía cambiar a carpinterito y salir por la ventana. En esos momentos, miró hacia el alfeizar y vio a un halcón peregrino amenazándole con la mirada. Max sonrió toda inocencia, haciendo un gesto para que mirara sobre su hombro. – “Puedo decirle que la estabas espiando mientras tomaba un baño”,– le advirtió, cada palabra enfatizada en su mente.
Julius/Maximus Gaffigan- Cambiante Clase Baja
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Re: El tesoro perdido | Privado
Creyó que iba a poder librarse de él. Que su entrenamiento cómo cazadora le daría ventajas. Que su cuerpo diminuto le daría la velocidad y agilidad para que la perdiera de vista, sin embargo no pudo, no lo hizo. Hunter era un hombre entrenado, que sabía el arte del espionaje incluso de forma tan arraigada cómo ella. No era tonto, por el contrario, y burlarlo sería la última cosa que podría hacer, por esa razón tuvo que contarle más secretos, no sólo la existencia de las criaturas de la noche, sino su pasado, sus trabajos finalizados, y también lo profundamente involucrada que se encontraba con aquel mundo. Confesó lo que a ningún otro ser humano o inmortal había hecho. Le mencionó sobre su academia, sobre los que vivían en ella, el funcionamiento, los horarios, las clases, los entrenamientos, y lo que más interesó al anteriormente empleado estrella de Horst Neumann fue que ni siquiera su patrón sabía al respecto.
Sólo bastó ese detalle para que el joven decidiera mudarse momentáneamente a ese lugar. En parte le agradecía, pero al mismo tiempo le reprochaba que no le dejaba estar sola, ni siquiera con su sombra. Para la cazadora el miedo que poseía Hunter, sobre el posible asesinato que podría hacer Horst sobre ella la asfixiaba, y si tomaba en cuenta que odiaba no tener sus espacios, la cosa entre ellos iba de mal en peor. Aquella noche pudo librarse de él sólo porque el chico quiso entrenar con un par de profesionales que estaban de visita. Ella tuvo que decirle que se daría un buen baño y luego iría a la cama. Lo cierto es que era verdad, no lo desobedecería. La hora del baño había llegado, y con eso la relajación máxima del día. Su cuerpo desnudo aún se encontraba débil de aquella casi muerte que tuvo debido a la revolución. En uno de sus costados se encontraba una marca visible que le curó el extranjero que la custodiaba.
— Uhmmm — El agua caliente hizo que en automático su figura se relajara. El sueño la invadió, recargó su espalda en el borde de la tina, y cerró los ojos por unos momentos. Sólo se encontraban dos velas encendidas, la habitación de baño dañaba un aire melancólico o romántico, dependiendo del ojo con el que se mire. Se encontraba acompañada del silencio, mismo que se interrumpía a cada momento por los gritos o lanzamientos de los cazadores. De vez en vez podía identificar la voz de Hunter, saberlo cerca, bien y vivo la tranquilizaba más.
Fue hasta que algo interrumpió el orden natural del sonido en la academia cuando abrió uno de sus ojos. El agua de la tina de balanceó un poco, lo cual le pareció extraño tomando en cuenta la carencia de sus movimientos y del aire que se encargara de hacer aquello. Algo interrumpía su tranquilidad, y no sólo era algo, sino alguien. Una figura diminuta.
— La primera vez que te vi, supe que existían mil maravillas encerradas en ti, no supe si quería o no descifrarlo — Comentó volviendo a cerrar los ojos. El espejo junto a ella, y su ojo medio abierto le había permitido ver la desnudez de un niño de cabellos negros, la mirada traviesa, y las expresiones encantadoras del mismo — Lo que no entiendo es cómo pasaste mi seguridad, cómo pudiste entrar — Articuló estirando una mano — En el segundo cajón hay un par de camisas, colócate una encima, y dime que estás buscando, o te daré un par de nalgadas — Aquello lo dijo con una sonrisa de medio lado, divertida, pero sin perder el toque de preocupación. ¿Tenía que temer que un chiquillo sin entrenamiento entrara a ese lugar? Debía reforzar su seguridad. Estaban todos en peligro, ¿O no?
Sólo bastó ese detalle para que el joven decidiera mudarse momentáneamente a ese lugar. En parte le agradecía, pero al mismo tiempo le reprochaba que no le dejaba estar sola, ni siquiera con su sombra. Para la cazadora el miedo que poseía Hunter, sobre el posible asesinato que podría hacer Horst sobre ella la asfixiaba, y si tomaba en cuenta que odiaba no tener sus espacios, la cosa entre ellos iba de mal en peor. Aquella noche pudo librarse de él sólo porque el chico quiso entrenar con un par de profesionales que estaban de visita. Ella tuvo que decirle que se daría un buen baño y luego iría a la cama. Lo cierto es que era verdad, no lo desobedecería. La hora del baño había llegado, y con eso la relajación máxima del día. Su cuerpo desnudo aún se encontraba débil de aquella casi muerte que tuvo debido a la revolución. En uno de sus costados se encontraba una marca visible que le curó el extranjero que la custodiaba.
— Uhmmm — El agua caliente hizo que en automático su figura se relajara. El sueño la invadió, recargó su espalda en el borde de la tina, y cerró los ojos por unos momentos. Sólo se encontraban dos velas encendidas, la habitación de baño dañaba un aire melancólico o romántico, dependiendo del ojo con el que se mire. Se encontraba acompañada del silencio, mismo que se interrumpía a cada momento por los gritos o lanzamientos de los cazadores. De vez en vez podía identificar la voz de Hunter, saberlo cerca, bien y vivo la tranquilizaba más.
Fue hasta que algo interrumpió el orden natural del sonido en la academia cuando abrió uno de sus ojos. El agua de la tina de balanceó un poco, lo cual le pareció extraño tomando en cuenta la carencia de sus movimientos y del aire que se encargara de hacer aquello. Algo interrumpía su tranquilidad, y no sólo era algo, sino alguien. Una figura diminuta.
— La primera vez que te vi, supe que existían mil maravillas encerradas en ti, no supe si quería o no descifrarlo — Comentó volviendo a cerrar los ojos. El espejo junto a ella, y su ojo medio abierto le había permitido ver la desnudez de un niño de cabellos negros, la mirada traviesa, y las expresiones encantadoras del mismo — Lo que no entiendo es cómo pasaste mi seguridad, cómo pudiste entrar — Articuló estirando una mano — En el segundo cajón hay un par de camisas, colócate una encima, y dime que estás buscando, o te daré un par de nalgadas — Aquello lo dijo con una sonrisa de medio lado, divertida, pero sin perder el toque de preocupación. ¿Tenía que temer que un chiquillo sin entrenamiento entrara a ese lugar? Debía reforzar su seguridad. Estaban todos en peligro, ¿O no?
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: El tesoro perdido | Privado
El halcón peregrino clavó sus ambarinos orbes en el cuello de la mujer que seguía, aparentemente, relajada en la tina. Parecía creer que, de esa forma, la aniquilaría. O la adormecería. Lo que ocurriese primero. Sus garras negras, estaban fuertemente arraigadas en el alfeizar y, parecieron apretarse un poco más cuando se hizo evidente que Maximus había sido atrapado con las manos en la masa. “No le vayas a decir cómo…” – Entré por la puerta. – Agregó el infante, cerrando el cajón con poca delicadeza. El elfo parecía creer que ya no había ninguna necesidad de jugar a ser silencioso. ¡Maldita sea! ¿Dónde tenía la cabeza? Por supuesto, eso podía entenderlo, la mujer estaba desnuda. Cualquiera podría perder el sentido de esa forma. – Casi me aplasta. – Señaló, con un fingido escalofrío. Julius siempre le había dicho a su hermano que el mocoso tenía talento para el teatro. A esas alturas, se habrían hecho asquerosamente ricos. Él, no estaba en contra de explotar a su sobrino. – Creo que perdí un par de plumas en el proceso. – Hizo un puchero, sus ojos azules grisáceos, centelleando con dolor. “Bravo, Maximus. ¡¿Por qué no le pasas una de sus armas y le dices donde debe clavarla para eliminar a uno de los nuestros?!” Era sarcasmo, desde luego, todos en ese maldito recinto sabían cómo defenderse. Pero eso solo alentó al pequeño para que le molestase. “¿Crees que esa espada en la esquina, funcionaría?” El animal miró hacia el lugar que éste señalaba. “¿Por qué no lo pruebas?” El niño puso los ojos en blanco. Si bien esperaba que sus padres pronto le dieran un hermanito para jugar, realmente no era necesario, Julius actuaba como uno. Se movió para buscar en el cajón de las camisas. Estar desnudo, no le molestaba. La ropa podría ser un estorbo cuando se convertía. Siendo tan pequeñito como ave, casi siempre terminaba luchando por liberarse de la tela. Pero si algo había aprendido, era que a algunas personas, no se sentían cómodas viendo tanta piel.
Buscó entre las prendas, aunque no porque no se decidiera por una. Los humanos guardaban cosas de valor en los lugares más inesperados. Cuando se hizo evidente que había fracasado, cogió la primera y se la puso. Era muy suave. Casi podía jurar que no llevaba nada encima, excepto que sus ojos no le engañaban. Curioseó en la habitación por unos minutos antes de bordear la tina. – Pensé que había pasado desapercibido para ti. – Confesó con una ligera mueca en su boca. – No he mejorado. El mimetismo, no es una de mis habilidades entonces. – Suspiró con pesar. Afuera, el halcón abrió sus alas. Se debatía entre dejarlo ahí o entrar en la habitación para sacarlo a patadas. Las volvió a guardar. Primero, debía asegurarse de que no estaban bajo una inminente amenaza. – Habría sido útil poder camuflarse con los demás animales. Siempre nos están cazando, ¿sabes? – “¡Idiota! ¿Con quién crees que estás hablando? ¿Con la Señora Claus?” – Los humanos nos desprecian solo porque somos diferentes. Eso es lo que Papá siempre dice. – Se sentó a un lado de la tina, sus dedos tirando de uno de los botones de la camisa. – ¿Me lo dirás entonces? – Max sabía cambiar de tema con una rapidez envidiable. Su rostro se había iluminado con el nuevo plan que se tejía en su mente. – ¿Dónde está, Dagmar? – Soltó el nombre de la cazadora sin reparar en ello. La había estado siguiendo desde hacía varios días. Así era como había dado con su mansión. – El Gran Tesoro. – Susurró aquéllas palabras, como si alguien pudiese estar escuchándolos. Nada como compartir secretos. El diablillo quería que la mujer le mostrara el escondite para más tarde, robárselo. De acuerdo, pensó el halcón, quizás siempre sí era un elfo listo.
Buscó entre las prendas, aunque no porque no se decidiera por una. Los humanos guardaban cosas de valor en los lugares más inesperados. Cuando se hizo evidente que había fracasado, cogió la primera y se la puso. Era muy suave. Casi podía jurar que no llevaba nada encima, excepto que sus ojos no le engañaban. Curioseó en la habitación por unos minutos antes de bordear la tina. – Pensé que había pasado desapercibido para ti. – Confesó con una ligera mueca en su boca. – No he mejorado. El mimetismo, no es una de mis habilidades entonces. – Suspiró con pesar. Afuera, el halcón abrió sus alas. Se debatía entre dejarlo ahí o entrar en la habitación para sacarlo a patadas. Las volvió a guardar. Primero, debía asegurarse de que no estaban bajo una inminente amenaza. – Habría sido útil poder camuflarse con los demás animales. Siempre nos están cazando, ¿sabes? – “¡Idiota! ¿Con quién crees que estás hablando? ¿Con la Señora Claus?” – Los humanos nos desprecian solo porque somos diferentes. Eso es lo que Papá siempre dice. – Se sentó a un lado de la tina, sus dedos tirando de uno de los botones de la camisa. – ¿Me lo dirás entonces? – Max sabía cambiar de tema con una rapidez envidiable. Su rostro se había iluminado con el nuevo plan que se tejía en su mente. – ¿Dónde está, Dagmar? – Soltó el nombre de la cazadora sin reparar en ello. La había estado siguiendo desde hacía varios días. Así era como había dado con su mansión. – El Gran Tesoro. – Susurró aquéllas palabras, como si alguien pudiese estar escuchándolos. Nada como compartir secretos. El diablillo quería que la mujer le mostrara el escondite para más tarde, robárselo. De acuerdo, pensó el halcón, quizás siempre sí era un elfo listo.
Julius/Maximus Gaffigan- Cambiante Clase Baja
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Re: El tesoro perdido | Privado
Lejos de encontrarse molesta, aquella situación le resultaba divertida. Dagmar nunca había tenido problema con los niños, los pocos que conocía eran muy obedientes, muy ordenados, o se quedaban dormidos al instante, salvo por el hijo de Francesca, que le había vomitado encima después de apachurrarlo. Por lo regular los padres estaban muy al pendiente de los niños, y no sólo eso, les daban reprimendas severas si se comportaban mal. Todo con tal de buscar disciplina. Lo que no entendía era porqué Maximus era tan rebelde, tan inquieto, y siempre se encontraba solo. Aquello no le gustaba, por el contrario, la hacía sentir infinitamente incomoda. Esa noche no saldría del lugar sin que le diera un par de explicaciones, y más le valía que se las diera, porque sin importar que pudiera convertirse en un pequeño animal, lo encerraría; por su seguridad, obviamente.
Negó repetidas veces mientras jugueteaba con el agua de la tina. De manera sonriente levantó las manos y luego las azotó contra el liquido cristalino, las gotas volaron por los aires y golpearon contra el cabello, el rostro, y el pecho del pequeño niño. Aunque la cazadora era una joven con un carácter muy fuerte en algunos aspectos, se debía reconocer que tenía un buen corazón, y que el anhelo de ser madre crecía a pasos agigantados, más teniendo frente a ella una figura infante que le recordaba lo bonito del mundo. Rebelde o no, Maximus era un niño, y muchas de sus acciones iban de la mano de la inocencia.
— A veces las personas adultas generalizan mucho a las personas por lo que les toca vivir, ¿lo sabias? — Hizo una pausa, debía hablar con modismos fáciles de entender. El pequeño era listo, pero tampoco podía hablarle de una forma rígida o estricta. — Si yo fuera cómo esos que te cuenta tú padre, muy probablemente ya te habría matado, sin importar que seas un pequeño niño, un adulto o un anciano — Se encogió de hombros jugueteando con un poco de espuma. Después de eso las colocó en sus manos, soplo con tanta fuerza que hubo una pequeña lluvia de espuma, cómo si se tratara de una caída de nieve — Así como ustedes no son todos peligrosos, nosotros tampoco los matamos a todos, al menos en este lugar — Le guiñó un ojo. - Le debes enseñar eso a tú papá, aunque yo debería darle unas lecciones a él — Su rostro se mostró severo.
Dagmar se estiró hacía el frente para alcanzar la toalla que había dejado para secarse. Se fue poniendo de pie cubriendo su cuerpo desnudo, ni siquiera un poco de su piel se vio, más que los hombros que ella misma había dejado al descubierto. Se había enrollado en la tela. Con otra se fue secando el cabello. Al final se sentó al borde de la tina observándolo.
— Antes de contarte mis secretos debo de saber los tuyos — Comentó con tranquilidad — No te voy a matar, no voy a matar a tu familia, sí tu familia son criaturas civilizadas entonces debes estar tranquilo — Le sonrió y estiró su mano para revolverle los cabellos — Dime tú nombre completo, el de tus padres y por qué estás solo — Estiró su mano para tomar un cepillo, se comenzó a desenredar las hebras negras — Y es un Tesoro, para mi son dos, pero quizás tu concepto y el mío sobre un tesoro puede ser distinto, así que no queremos decepcionarte — Le miró a los ojos con suma atención. — ¿Ya te has alimentado hoy? — Arqueó una ceja, bajó el rostro y lo miró directamente a los ojos. Si mentía ella lo sabría.
Negó repetidas veces mientras jugueteaba con el agua de la tina. De manera sonriente levantó las manos y luego las azotó contra el liquido cristalino, las gotas volaron por los aires y golpearon contra el cabello, el rostro, y el pecho del pequeño niño. Aunque la cazadora era una joven con un carácter muy fuerte en algunos aspectos, se debía reconocer que tenía un buen corazón, y que el anhelo de ser madre crecía a pasos agigantados, más teniendo frente a ella una figura infante que le recordaba lo bonito del mundo. Rebelde o no, Maximus era un niño, y muchas de sus acciones iban de la mano de la inocencia.
— A veces las personas adultas generalizan mucho a las personas por lo que les toca vivir, ¿lo sabias? — Hizo una pausa, debía hablar con modismos fáciles de entender. El pequeño era listo, pero tampoco podía hablarle de una forma rígida o estricta. — Si yo fuera cómo esos que te cuenta tú padre, muy probablemente ya te habría matado, sin importar que seas un pequeño niño, un adulto o un anciano — Se encogió de hombros jugueteando con un poco de espuma. Después de eso las colocó en sus manos, soplo con tanta fuerza que hubo una pequeña lluvia de espuma, cómo si se tratara de una caída de nieve — Así como ustedes no son todos peligrosos, nosotros tampoco los matamos a todos, al menos en este lugar — Le guiñó un ojo. - Le debes enseñar eso a tú papá, aunque yo debería darle unas lecciones a él — Su rostro se mostró severo.
Dagmar se estiró hacía el frente para alcanzar la toalla que había dejado para secarse. Se fue poniendo de pie cubriendo su cuerpo desnudo, ni siquiera un poco de su piel se vio, más que los hombros que ella misma había dejado al descubierto. Se había enrollado en la tela. Con otra se fue secando el cabello. Al final se sentó al borde de la tina observándolo.
— Antes de contarte mis secretos debo de saber los tuyos — Comentó con tranquilidad — No te voy a matar, no voy a matar a tu familia, sí tu familia son criaturas civilizadas entonces debes estar tranquilo — Le sonrió y estiró su mano para revolverle los cabellos — Dime tú nombre completo, el de tus padres y por qué estás solo — Estiró su mano para tomar un cepillo, se comenzó a desenredar las hebras negras — Y es un Tesoro, para mi son dos, pero quizás tu concepto y el mío sobre un tesoro puede ser distinto, así que no queremos decepcionarte — Le miró a los ojos con suma atención. — ¿Ya te has alimentado hoy? — Arqueó una ceja, bajó el rostro y lo miró directamente a los ojos. Si mentía ella lo sabría.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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