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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Miér Jul 04, 2012 10:17 am

Fue la sed lo que me despertó aquella noche, una sed profunda que arañaba mi garganta con sus profundas garras y que me hizo abandonar el sueño diurno al que me tenía que aferrar por cosas de mi naturaleza, que en cualquier caso era mejor que la del resto de seres que merodeaban por París, mis presas todos ellos, ya fuera en el sentido de alimentarme de ellos para paliar mi hambre o simplemente para divertirme viendo cómo morían bajo mis torturas diversas.

Incluso en sueños, antes de despertarme, sonreí por aquel pensamiento. Cada noche se extendía como una superficie oscura perfecta para llevar a cabo las acciones que quisiera, que no tenían límite por lo infinito de mis posibilidades, ya que al fin y al cabo seguía siendo yo de quien hablábamos, Ciro, y no otro que querría imitarme y que, por supuesto, no me llegaría ni a la suela del zapato, llevara o no.

Por aquel motivo me levanté, y por aquel motivo, una vez vestido con ropas de clase media, me dispuse a salir, pero algo llamó mi atención, algo que convirtió una noche tan brillante como la mayoría en una cuyo único destino podía ser la sangre, la muerte y la destrucción. Ese algo cambió mi rictus de uno tranquilo a uno sombrío, lleno de ira y de molestia en estado sumo; ese algo hizo que mi cuerpo entero se tensara y que en un instante abandonara todo lo que había podido simular de un hombre para ser más parecido a un animal que está a punto de empezar su cacería.

Mi espada había desaparecido, la misma con la que había matado más de mil almas en Platea, la misma que me había llevado a la gloria, a mí y al resto de mis compañeros soldados, en el campo de batalla, la misma que había pasado conmigo los siglos que habían transcurrido desde entonces. Su ausencia parecía particularmente notoria en la parcamente decorada habitación en la que había estado durmiendo, y en la que olía a algo... a algo que parecía humano.

Aquello me enfurecía. ¿Quién se creía que era un patético humano para quitarme algo que me pertenecía por derecho, que había sido forjado para mí y cuya grandeza superaría a la suya y a la de mil generaciones de los suyos? ¿Quién demonios había cometido semejante estupidez de adentrarse en mi territorio mientras dormía para quitarme mi más preciada posesión? ¿Quién? Lo descubriría y le haría pagar por haber posado siquiera uno de sus grasientos e inmundos dedos sobre ella.

Así, con el objetivo en mi mente emborronado por la más pura rabia, abandoné cualquier plan que hubiera podido esbozar para aquella velada para dedicarme en cuerpo y alma –si es que tal dicotomía existía, lo cual dudaba porque para mí era una más de las miles de patrañas del cristianismo– a la venganza, a la búsqueda de lo que me pertenecía por derecho, a matar al insensato que hubiera hecho aquello.

Murió todo lo humano en mí, y nació en su lugar todo lo animal, de tal manera que agudicé el olfato al máximo para empaparme de aquel olor almizclado, mezcla de sangre y sudor rancio, así como sangre de las menos apetitosas que hubiera, y salí de las entrañas de mi guarida para seguir su rastro como un animal de caza, pero infinitamente más peligroso que aquel porque no pensaba tener piedad. Eso no iba conmigo.

Perseguí el aroma de un fantasma, que se desvanecía y se hacía más fuerte en diversos puntos del camino, por toda la ciudad de París, como alguien que se está asegurando de encontrar a quien será su presa esa noche, y la persecución me condujo a los viejos calabozos de la ciudad, donde el rastro se intensificaba hasta que me condujo a una celda apenas vigilada y con señales de haber sido forzada recientemente. En su interior, escuchaba un corazón humano latir de manera insultantemente fuerte, una que me hizo sonreír de manera sádica al abrir la puerta y adentrarme en el interior de la celda.

Era pequeña, mugrienta y oscura, pero suficiente para apresar a un hombre y para que no tuviera a dónde huir. Quizá porque me reconoció o quizá porque su instinto de supervivencia hizo el resto, aulló de terror antes siquiera de que me acercara, y una carcajada metálica se abrió paso a través de mi garganta en su dirección, por lo patético que resultaba y lo estúpido que era si creía que un grito iba a salvarlo.

El interrogatorio duró apenas segundos, los que él se esforzó en negarme que no sabía nada de ninguna espada y que una mujer le había pagado para que entrara donde yo dormía. No era, sin embargo, suficiente para que le salvara la vida, y con rapidez debida a la mucha práctica que tenía haciendo aquello lo inmovilicé contra la pared para que diera comienzo la mayor danza que vería en su vida: la de la tortura.

Rompí sus huesos, le arranqué miembros, cercené trozos de piel en cuyas heridas depositaba la mugrienta agua que, encharcada y sucia, le escocía más que si hubiera echado en aquellos desgarros el alcohol más frío y más puro. Como si aquello no fuera suficiente –porque no lo era, ¡en absoluto!– continué, con mi tortura, hiriéndolo más que nunca nadie antes, y él no gritaba... No podía.

Le había arrancado la lengua y bloqueado las cuerdas vocales, que estaban a punto de romperse por cuchilladas que, al no haberle tocado ninguna vena principal, no lo matarían todavía. Quería ver su sangre correr... Quería que supiera el precio de haberse metido en mi guarida, de haberlo inundado todo con su nauseabundo olor y de haberme guiado hasta una pista falsa que no me había aclarado el destino de mi espada, símbolo de más cosas de las que él podría comprender. Quería matarlo, y eso hice, abriéndole un tajo en el cuello que manchó el suelo de la celda de sangre y puso fin a su sufrimiento.

Me levanté del suelo con la ropa manchada de una sangre infecta que aparté al quitarme la parte de arriba, la camisa antaño blanca, de mí; apreté la mandíbula con fuerza y con rabia y esperé a que los pasos se acercaran a la celda para que el guardia que entró me sirviera de una cena rápida, de la que di cuenta en apenas segundos. Su cadáver se sumó enseguida al otro que había en el suelo, y a punto estuve de irme cuando algo me detuvo.

Un olor familiar se había colado por la puerta entreabierta, uno que no reconocía del todo pero que me recordaba a mi hogar como humano... No. No a Esparta, con sus aromas a plantas, sangre, sudor y metal; no a la Península del Peloponeso y su particular cultura. El aroma me hizo fruncir aún más el ceño porque lo reconocí como cercano y a la vez ajeno, atrayente y a la vez repulsivo, y eso sólo podía admitir una procedencia, inferior por pura definición a la mía: Atenas. Quien se acercaba era ateniense, y no actual, sino de mi época... Y eso significaba que la noche acababa de empezar, como mi sonrisa pérfida anunció al grabarse en mi rostro oscuro y en tinieblas, no precisamente por la falta de luz, que a través de un ventanuco entraba a raudales.
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Mensaje por Erianthe Keres Jue Jul 05, 2012 3:39 am

Estoy sedienta, mi cuerpo te necesita, no precisamente por tú sangre, tampoco por tú amor, mucho menos por el deseo de una noche de pasión, sedienta porque al fin podré vengarme …

El día había llegado, aquello que había planeado desde antes de convertirse en una vampiresa estaba por comenzar. Había perfeccionado cada uno de los movimientos de su cuerpo, la habilidad con que manejaba sus dones era impresionante, incluso divina en comparación con cualquier criatura de su especie. La mujer no sólo era peligrosa y letal, tenía una belleza que no podía pasar desapercibida, una elegancia comparada con la de los dioses, y una sonrisa que podía hipnotizar a cualquiera. Toda ella era una belleza andando, no sólo de manera física, también de manera intelectual, arrebataba fantasías y suspiros de cualquier que pasará a su lado, incluso de asquerosos licántropos que deseaban quedar prendados bajo su cuerpo desnudo, aquello no era ni sería posible, la mujer no desperdiciaba como otras, su esencia gloriosa antes perros asquerosos, si alguien tenía permitido tocar su cuerpo es porque era digno, nada más, y sino lo era, debía pensar dos veces antes de tocarla, pues el peor de los castigos, la peor de las torturas sería propinada por las manos bellas y estilizadas de esa mujer. ¿Mujer? No, no lo era, las mujeres son débiles, ella era una vampiresa, una diosa, la diosa del día a día, y de los días que venían.

No existía tiempo perdido cuando todo le había llevado a ese momento. Había seguido cada paso de ese maldito bastardo, desde lejos, a lo lejos, pero nunca lo había perdido de vista, a fin de cuentas estaba ahí para culminar lo que nadie más se había atrevido a hacer y que muchos deseaban ver su cabeza incrustada en una estaca de manera frente a los templos sangrados de sus tierras, ella lo haría, serían sus propias manos, las que se mancharían con el color carmín de sus sangre, serían sus manos las que lo colgarían para que todos esos humanos insignificantes lo vieran con lastima, para que notaran que la gloría ya no existían en ese supuesto depredador. Su orgullo sería doblegado, primero perdería su honor, después se le rompería su orgullo, sufriría, y al final, quedaría sin vida, a causa de una mujer, una que era su enemiga por naturaleza, y que sería su verdugo, el que nunca había imaginado, y a la que desearía acabar, pero sin éxito alguno, pues el éxito sólo lo tendría ella.

¿Cómo destruir a un inmortal que no le importan banalidades actuales? ¿Cómo destruir a un guerrero qué sigue pensando en la gloria de sus tiempos? Fácil, descubre su pasado, escarba hasta lo profundo del océano de su interior, haz que toda información de él quede expuesta, hazla tuya, y con la misma destrúyelo, hasta que su respiración se vuelva un dolor punzante, destrúyelo hasta que sus inútiles lagrimas se vuelvan sangre, destrózalo hasta que grite tú nombre, implorando piedad, implorando perdón, implorando la vida o no vida con la que aún navegan en la tierra de los humanos, que pronto será de los inmortales, como ella, que la gloria de esas tierras debían recibirlos con los brazos abiertos.

Sus ojos habían permanecido cerrados durante todo el día, había tomado la acostumbrada y obligatoria siesta para poder mover con eficacia su cuerpo durante la noche. La castaña había tenido no sabía hecho volar su imaginación. Observaba en sus adentros a un Ciro bastante afligido, llorando su perdón y el de los suyos, aquello había hecho que una sonrisa retorcida se plasmara en su rostro, para su mala suerte aquello sólo se trataba de una ilusión. Sabia bien que Pausanias nunca se doblegaría fácilmente, que le daría guerra, y que implicaría mucho riesgo de por medio, pero aquello no la intimidaba, no le espantaba, quizás era lo que más estaba ansiando, una lucha cuerpo a cuerpo con él, donde pudiera humillarlo aún más, y darle un motivo suficiente para que la odiara de manera tan aguerrida como ella lo hacía con él. Aparte claro, que la perdida de su espalda, pero eso el caballero lo iría descubriendo poco a poco, no de buenas a primeras.

Cuando el último rayo del sol se había escondido, la vampiresa abrió los ojos, mostrando un color azul claro en aquella mirada magnética, se había alimentado lo suficiente la noche anterior, pero aquella noche necesitaría más si no quería distraerse con cualquier tontería. Ni siquiera había salido de su esplendorosa habitación cuando dos carruajes ejercían sonido en la entrada de su mansión, el primero de ellos se estaba acercando a la mansión, el segundo partía, pero cuando ambos carruajes se habían cruzado, había ocurrido un detenimiento de ambos, dos hombres intercambiaban ropas, los olores - Inteligente - Musitó la mujer, sintiendo curiosidad por el trabajo que los hombres estaban haciendo, perdían el olor del ladrón de la espalda, lo volvían el olor del que estaba por sacrificarse. Para ella esos humanos verdaderamente eran idiotas, uno se sacrificaba, el otro pensaba que tendría vida por haber cumplido su cometido, si acaso supiera que esa noche ella bebería de él, era su manera de mostrar "gratitud" por su trabajo bien elaborado. Lo que ellos no sabían es que la castaña no daba las gracias, todos estaban para obedecerle, nadie para repelarle.

La espalda había sido colocada en un soporte de cristal frente a la amplia cama de la mujer, su habitación no era profanada por nadie más que su trabajador estrena, un joven bastante loco que había sido escogido de entre muchos en el sanatorio mental, que no tuviera razón de la vida, ni de él mismo, y que en cualquier momento pudiera morir de manera desechable, para la vampiresa aquello era divertido, ver como su rata de laboratorio lloraba de vez en cuando pidiendo auxilio, alimento o salvación, y que nadie pudiera dárselo, aquel humano era bastante divertido, y en ocasiones tomaba sangre de él, pues la virginidad de su cuerpo le otorgaba cierta pureza difícil de conseguir y que se volvía un manjar ante cualquiera. Pocas personas mantenían su castidad en aquellos tiempos, y ella tenía que aprovechar la escasez para degustar su exquisito paladar sediento. La noche sería corta para todas las cosas que deseaba hacer en aquella, por lo que fue directo al grano, tomó a de muñeca al ladrón de la espada de Ciro y bebió con placer, y cierta rapidez, el hombre comenzó a patalear, y bastante fastidiaba de aquel acto tan común simplemente le dobló el cuello con fuerza, y lo dejó sin vida tirado en el vestíbulo de la casa. El demente se había acercado hasta el cuerpo, e imitando a su ama, lamió la herida del hombre antes de arrastrarlo hasta la parte trasera de la mansión y prenderle fuego al cadáver, el olor era insoportable, pero la vampiresa no se tenía que molestar por inhalar, aquello era un acto humano que no necesitaba, y que ya no practicaba, pero que en ocasiones utilizaba para sus actos de inocencia con otros de su especie o con humanos poderosos a los cuales podía sacar provecho.

Sus piernas comenzaron a movilizarse con rapidez, adentrándose al bosque, siendo vigilada por la luz de la luna, esa que era cómplice y amiga de aquellos que portaban su especie. La mujer avanzaba con rapidez y hacía que su rastro se perdiera para no dejar ningún camino para descubrir su refugio. Su sonrisa se torció al llegar al lugar indicado antes de que el maldito vampiro llegara antes de ella. La mujer esperó escondida entre los arboles, el viendo estaba a su favor pues su esencia viajaba en otra dirección y Pausanias no podría identificar su aroma, hasta que ella se lo permitiera. - Muy bien, tan fácil te has dejado llevar por un humano, así de fácil será tenerte en mi poder - Murmuró como queriendo que la escuchara, pero sabiendo que eso era imposible.

Cuando los gritos terminaron, dio un brinco desde las ramas del árbol donde había permanecido, y con total parsimonia se adentro a los calabozos del lugar. - ¿A dónde vas tan pronto? No… No tienes permitido salir de este lugar, eres una rata y como tal mereces quedarte encerrada. - En sus manos se podía notar un pequeño cuadrito, uno parecido a esos nuevos productos que los humanos atribuían su intención en esos tiempos, fósforos. Delante de ella había un gran cantidad de ¿agua? No, no era agua, era una especie de liquido que provocaba el fuego en las lamparas, en las velas, estaba por quemar aquel lugar, y deseaba ver como él sería capaz de librar aquel mal sin salir con alguna herida, aunque claro que lo tendría. Sonreía de manera orgullosa, y desafiante, pero aún no prendía fuego, no podía primero se tenia que presentar ante aquel Pausanias que había quedado en el pasado, en los libros de historia, y que ahora se resumía a eso, un maldito vampiro que no debía ser llamado como tal, porque no merecía tal inmortalidad al menos para ella.

Dio dos pequeños pasos hacía adelante, sin tocar con sus zapatos, ni con las telas largas de su hermoso vestido color carmín, aquella prenda era hermosa simplemente por ser portada por ella, se ceñía a su cuerpo de tal manera que su figura provocaba las peores o mejores fantasías como quisieras llamarle. - ¿No me conoces? No, no creo que tengas la fortuna, pocos son los benditos con mi presencia, y tú deberías sentirte afortunado en este momento, una diosa griega, una diosa que viene de aquellos tiempos donde te nombraban el mejor de los guerreros, dónde mi pueblo odiaba a tú pueblo, vengo de Atenas, y mi familia derramo sangre gracias a tu espada - La última palabra la arrastró por completo, dejando en claro que sabía de ella, y que claro sabía de su procedencia. - ¿Quién mejor que yo para verte caer? - Hizo una reverencia, más en forma de burla que de respeto - Mi nombre es Erianthe Keres, seguro recuerdas el apellido, mataste a mi padre, a mis hermanos y a mi futuro espeso… Te hinchaste el pecho al acabar con cada uno de ellos, seguro los recuerdas, los odiabas al ser más gloriosos que tú - Picar su ego era demasiado, aunque en ese tema era evidente que Pausanias había sido más fuerte que ellos, pero no más fuerte que ella - Hoy vengo ante ti para vengar la vida de cada uno de ellos, para destronarte y llevar tú cabeza a tú pueblo dormido, que seguramente ya no te recuerda - Se encogió de hombros en modo de indiferencia, aunque claro aquello la llenaba de un placer infinito.

Se tomó su tiempo para poder estudiarlo con la mirada - Es una pena que mueras esta noche, podrías haberme servido para un placer más grande, pero no ensucio mi cuerpo con rastros poco dignos - Se mordió el labio inferior, la vampiresa no podía negar el atractivo que el caballero poseía, de verdad le era una lastima no haber jugado con él en su cama, pero mejores vampiros tendría frente a ella, entre sus sabanas, dentro de ella - ¿Ya recordaste un poco querido? Te felicito, así no volverás a morir sin tener en claro el porque - Y sin preguntar más, hizo fricción en aquel fósforo, y lo dejó caer al suelo, frente a ella, observando como las grandes llamas se hacían presentes - No grites, un verdadero guerrero muere con dignidad - Se burló, haciendo su cuerpo hacía atrás, resonando el tacón de sus elegantes zapatos en los calabozos, disfrutando del eco que ellos hacían, y buscando la mirada maldita de aquel que era su enemigo desde que había nacido en su forma humana.



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El odio se transforma cuando se acaricia la piel del rival:
Erianthe Keres
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Mensaje por Invitado Jue Jul 05, 2012 6:54 am

Lo último que me esperaba de un aroma ateniense era una mujer. Tenía experiencia de sobra para saber que ellas podían llegar a ser tan retorcidas como letales –es decir, enemigos revoltosos como serpientes, aunque por supuesto ninguno que estuviera a mi nivel– y que por ende preferían no afrontar un conflicto de frente, cuerpo a cuerpo, sino que se les daba mejor la manipulación y escabullirse en las sombras de una manera, cuando menos, cobarde.

En cualquier caso, cuando la vi aparecer, lo que menos pensé era en lo poco probable que era su sexo femenino, pues tuvo por un instante mi completa y total atención, lo suficiente para examinarla. Cabello oscuro, piel pálida como la nieve, intensos ojos azules que me miraban con odio contenido y que me hicieron alzar una ceja, curioso y divertido en primera instancia, y cuerpo de diosa, de cómo se suponía que tenía que haber parecido la Afrodita que nos habían contado en los mitos.

Claro, la atracción fue inevitable... Como también lo fue, segundos después, la mueca de desagrado que cruzó mis facciones y que se fue convirtiendo en una de auténtico asco al aspirar su aroma a Atenas. La sola mención del nombre ya me provocaba en sí misma náuseas –de poder, claro, bajar a un nivel tan inferior como era el de los humanos y vomitar–, y lo intenso de su olor, que pese a la antigüedad de su dueña seguía siendo demasiado notorio, me provocaba auténtica repulsa.

Era curiosa la mezcolanza que aquella extraña me producía. Por un lado la inevitable atracción, la curiosidad que acompañaba al hasta ahora desconocido por mí motivo de su presencia; por otro, el asco auténtico que me daba verla allí, tan rígida, tan tiesa, tan estirada, tan... ateniense. No había otra palabra que la definiera, era una de las corruptas hijas de una sociedad viciada que, encima, había llevado su complejo de superioridad a una guerra con mi propia polis donde les había salido el tiro por la culata. Incluso me alegré cuando Alejandro Magno se esforzó en someterla, y no digamos nada cuando los orientales conquistaron el territorio... así se les bajarían los humos, aunque en el caso de aquella chica había debido de suceder lo contrario.

Incluso sus palabras, con un acento que recordaba a la perfección porque pertenecía a mis tiempos y era algo que me había entrado profundamente en la cabeza cuando había sido humano, rezumaban ese algo apestoso que la hacía desagradablemente atractiva a mis ojos, aunque no tenía claro si era por eso o por su estúpida arrogancia, propia sólo de una polis como lo había sido Atenas... Era inevitable, estaba tan pagada de sí misma que llamarme rata me hizo poner los ojos en blanco porque era incapaz de admitir, seguramente, que ella venía de un vertedero o algo peor y no sabía apreciar la grandeza en estado puro, como era mi caso.

Sólo cuando hizo mención a mi espada me cambió el gesto, que pasó a ser resignado a cauteloso, de divertido a peligroso, de relajado a tenso, peligrosamente enfurecido si es que ella sabía de aquellas cosas porque no había sido un soldado, no tenía ni idea de hasta qué punto podíamos ser peligrosos quienes habíamos recibido el entrenamiento hoplita adecuado y más si eran el mejor guerrero que hubiera pisado la faz de la Tierra: yo.

Poco me importaba que su estúpida familia hubiera muerto por mi culpa, ¿qué más daba? Daños colaterales de la guerra, encima tendría que haberme estado agradecida por librar al mundo de basura ateniense que sólo valía lo que ellos creían que lo hacían. Ah, los Keres... Los recordaba, sí, unos soldados mediocres y totalmente pagados de sí mismos que habían probado mi acero... No, que habían besado a mi acero con lengua y se habían cortado en el camino, una auténtica lástima si es que a alguien le importaba aquello, cosa que no sucedía porque habían sido daños colaterales para quienes podían mostrar algo de simpatía por unos perdedores como los atenienses.

Como colofón final de su espectáculo de puras palabras vacías, encendió un fósforo que hizo arder una fila de llamas en la celda en la que nos encontrábamos y que me cortaba el paso a la salida, además de impedirme acudir a ella... Por suerte, por el amor del cielo, porque a saber qué clase de corrupción afectaría a mi cuerpo de tocar a un ser inmundo como lo era ella... Tendría que tener cuidado al matarla, a ver si no me mancillaba demasiado con su sangre.

Retrocedí un par de pasos con la mirada clavada en ella, y con actitud indolente apoyé los codos en la repisa de la ventana, en ese hueco que separa los barrotes del interior de la celda. Sonreí de nuevo, de manera peligrosa y con una actitud que bien podía pasar por divertida, pero en la que se leía la advertencia si es que se prestaba atención a mis rasgos y no se distraía nadie con mi cuerpo, algo perfectamente razonable y normal. Además, estaba tenso, eso tenía que admitírselo, puesto que el fuego era enemigo natural de los vampiros y, además, mi elemento preferido era el agua desde siempre, así que no podía jugar con fuego (literalmente) y tendría que andarme con cuidado... bah. Estúpida niña, que no sabía que aquello era un arma de doble filo para ella también.

No sabía yo que a los insectos les gustara tanto el fuego, la de cosas que descubre uno en una noche aparentemente cualquiera. Aunque, mirándolo por el lado bueno, al menos me evita seguir percibiendo tu olor. – comenté, como quien habla del tiempo o del último amante de la reina de Francia, que había provocado la ira del rey y que la castigara... Pues así, como quien comparte un cotilleo, como quien no está insultando aunque realmente lo esté haciendo, la mejor manera de hacer que un insulto logre provocar un efecto en la persona aunque técnicamente ni fuera ella una persona ni lo que había dicho yo un insulto, sino una realidad.

Pequeña zorra, eres ateniense. De esa polis únicamente las prostitutas lograban salvarse de la mediocridad colectiva, pero tú no tienes pinta de serlo, ¿eh? Por mucho que seguramente fueras el juguete de todos tus hermanos mayores e incluso de tu padre... Eso explicaría tu tontería y tu falta de inteligencia; eso, claro, y que provienes de Atenas. ¿Hay algo más patético que eso? Sí, ser ateniense y encima Keres. – añadí, echándome a reír al final y negando con la cabeza.

Continué mirando al fuego y a ella alternativamente, continué en mi sitio, apoyado contra la pared mientras las llamas y un cuerpo sin vida nos separaban, algo que no me resultaba en absoluto suficiente porque la quería más cerca... para matarla, por supuesto, ¿para qué si no?

Resulta tan paradójico tu apellido... Las Keres son los espíritus de la muerte violenta, ¿lo recuerdas? ¿O has olvidado la cultura que nos vio nacer a ambos? Claro, viniendo de donde vienes tú es mucho más importante escuchar a los demagogos de los sofistas razonar en cuestiones vacías que aceptar lo que durante siglos se ha ido transmitiendo. Bueno, lo que te decía, las Keres, espíritus de la muerte violenta, exactamente la que sufrió tu familia. – comencé, con el tono de quien cuenta una historia para un niño pequeño al que le cuesta aprender y entender lo más básico.

Una mueca de diversión sádica se abrió camino en mi boca, al igual que en mis ojos, que con el reflejo del fuego en ellos estarían extremadamente azules y, probablemente, con mirada de demente... Pero no, no estaba loco, simplemente había hecho lo que tenía que hacer: tirar la basura fuera de mi campo de batalla para que no estorbaran en mi ascensión a la gloria.

Tu padre gritó como una niña cuando lo até a una columna derruida para que presenciara las muertes de sus hijos. A Eryx lo ahorqué, aunque se ahogó con su propia lengua, un accidente de lo más estúpido... como él. A Eudor le corté las manos y las utilicé para partirle el cuello. A Eustace lo desmembré y lo arrojé lejos, para que se lo comieran las fieras. Evan... Evan se desangró entre innumerables padecimientos, latigazos y mordiscos de lobos salvajes. Ah, Evander... A él lo castré, le di a comer su propia virilidad, más que dudosa en realidad, y murió ahogado por su vómito. Y tu padre lo vio todo, como un cobarde suplicó piedad, pero no la tuve, no la merecía un ser tan despreciable como él. Imagina su muerte, te dejo... Probablemente no alcances su realismo, pero podrás intentarlo. – le conté, reviviendo cada detalle como si hubiera sido ayer mismo, pese a que hacía ya tiempo que todo había sucedido.

Su familia había sido cobarde, de las que se había unido para pedir la paz a los persas y de las que habían preferido no luchar sino optar por la vía sencilla, la que no llevaba a la eterna gloria. ¿Y ella me decía que era menos glorioso que unos cobardes que ni el dolor podían soportar? Eso es que no tenía ni idea de lo que era la gloria, ni idea de cómo había sido su familia donde realmente importaba, frente a la muerte, y ni idea de a quién se enfrentaba... O a quién quería enfrentarse.

Dignidad me sobra, precisamente porque aprendí lo que la dignidad no era de tus hermanos. Nadie lamentó su muerte, el curso de Platea lo decidí yo, no ellos... Eran unos cobardes, igual que tú, que no te atreves a venir a enfrentarte cuerpo a cuerpo y tienes que recurrir a un burdo truco como el fuego... Patética. O bueno, lo que era de esperar de una ateniense, Erianthe. – le dije, paladeando su nombre con desprecio y negando después con la cabeza, decepcionado por ella y por su lamentable espectáculo, que de tan épico que quería llegar a ser no había ni contado con que podía evitarlo muy fácilmente.

Tengo cosas mejores que hacer que perder el tiempo contigo, ateniense. A diferencia de ti, mi tiempo sí que es valioso en sí mismo. – finalicé, y con una reverencia aún más exagerada y burlona que lo que había sido la suya di por terminada la conversación que, por mi parte, no me había sacado nada de provecho salvo la idea de que los atenienses eran una plaga que había que seguir erradicando más de dos mil años después de que yo empezara a hacerlo, pero si era por que no siguieran molestándome e irritándome con su presencia, que así fuera.

Con una patada directamente aplicada sobre el punto más débil de la pared, conseguí que una lluvia de polvo y piedras se sumara a la destrucción generalizada que trajo consigo el desmembramiento de la pared y, con él, la apertura de un agujero hacia la negra noche por el que me escabullí para dedicarme a asuntos más importantes como, por ejemplo, buscarme un buen postre.
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Mensaje por Erianthe Keres Sáb Jul 14, 2012 6:46 am

Vayamos por partes, la única que manda aquí soy yo, ¿Entendiste?…

Ya se lo había imaginado, la manera en que le hablaría, la posición que tomaría y que creía tener ante ella. Saboreaba cada una de las palabras que salían de su boca, le hacían acrecentar su odio. Por fin tenía idea de como habían muerto sus hermanos y su padre. A esas alturas, con todas las cosas que ella había hecho, con todas las vidas que había arrancado, esos cuerpos que había desmembrado, mutilado y demás cosas, nada le sorprendía. El odio permanecía en su interior simplemente por acabar con alguien que había marcado su vida de manera tan brusca, pero la muerte de su familia ya no le afectaba como antes. Ya no había rastros de esa humana llena de inocencia, bondad y sueños. Se había vuelto un depredador, una especie de monstruo ante los ojos humanos, y aquel adjetivo calificativo que le era impuesto en realidad no le molestaba, al contrario. Ella era de las pocas vampiresas que se sentía orgullosa de su estado. Deseaba poner fin al anonimato de los suyos entre los humanos, deseaba encerrarlos como animales, y alimentarse de ellos, pero quizás eso le quitaría lo divertido. La vampiresa sonreía de manera más amplia cuando él hablaba. ¿Cuál sería el fin de Ciro en esta inmortalidad? Le importaba, no precisamente para compartirla con él, eso era lo que menos deseaba, pero algo que si estaba dispuesta a hacer era a joderle cada uno de esos planes.

- Es impresionante, recuerdas el nombre de cada uno de ellos, no pensé que tuvieras tanto poder de retención… Nunca imaginé que pudieras pensar si quiera - No buscaba ofenderlo, simplemente era sincera con cada palabra que le decía. Como si palabras tan vanas fueran a ofender a un vampiro, al menos a ella no lo harían, sería ilógico que con él sirvieran. - ¿Debería sentirme honrada por saber la forma en que murieron? Al menos lo hicieron en una guerra, en cambio tú, fuiste bastante cobarde, no pudiste morir en el peor de los momentos, te escondiste, dejaste que te convirtieran en esto, no lo mereces, nadie como tú lo mereces… Sin embargo inflas el pecho al hablar como si tú final hubiese sido honrado por los dioses, que equivocado estás - El rostro femenino se movió en forma negativa, esa sonrisa radiante no se borraba de los labios, unos labios gruesos, rojos, incitando de manera inconsciente a cada instante por ser reclamados por el vampiro.

- No vine a que me dieras supuestas clases de historia, mucho menos de mis apellidos, que créeme lo conozco muy bien, ahorrare tus lecciones para alguien que de verdad le importa, como aquellas humanadas se hacen alarde por tenerte enfrente - Con esas palabras la vampiresa dejaba en claro lo mucho que lo estuvo vigilando, no podía negarlo, aparte de vigilarlo para tener detalle de sus movimientos, y saber como vencerlo, también lo había hecho por el mero placer visual. Ciro era demasiado atractivo, y su letalidad era difícil de dejar a un lado, era una especie de bomba explosiva, peligrosa, pero deseosa de estar cerca para admirar el desastre que era capaz de hacer. Ahora que se había presentado ante él no tenía porque ocultar todo lo que había hecho, al contrario, deseaba que se diera cuenta de lo poco observador que en ocasiones era, o quizás siempre supo que alguien lo vigilaba y lo dejaba pasar en alto, él no sabía que su vigilante deseaba hacerlo sufrir, deseaba destruirlo de la peor de las maneras. Erianthe en ocasiones tenía imágenes bastante retorcida de la sangre de Ciro bañando su cuerpo, pero sólo eran eso, imágenes que deseaba y estaba segura iba a volver realidad, todo lo que se proponía lo obtenía, tarde o temprano, pero lo tenía.

Le gustaba el sonido del fuego, las pequeñas llamas que de forma dispersa se perdían en el aire. No le tenía miedo aunque sabía bien las consecuencias que tendría de acercarse. - ¿Acercarme? ¿Para qué? Me gusta verte así, tan insignificante - Y lo que imaginó estaba pasando, aquel hombre estaba por salir por detrás. Con su velocidad vampirica ya se encontraba del otro lado, en aquel bosque oscuro que criaturas como ella sólo podían observar a la perfección - ¿Te vas tan rápido? Pero a penas y comenzamos a divertimos. ¿No te das cuenta? Avanza un poco más y puede que el fuego también se aparezca frente a tus ojos y estés rodeado - Se encogió de hombros de manera despreocupada, pero sin apartar la sonrisa lascivia del rostro, siempre era así, su parte coqueta, incitante y sensual no podría borrarse ni aunque estuviera con el peor de sus enemigos. - No le quites lo divertido a la noche… Te advierto que no te conviene, ¿Ni siquiera vas a dar batalla? Pensé que un guerrero siempre estaba dispuesto a pelar - Estaba vez su sonrisa desapareció, no estaba jugando, y no le daba miedo luchar contra alguien como él, se había estado entrenando tanto tiempo que sería una batalla digna de ver, una interminable, que quizás el sol sería el único causante de la separación. Una lucha entre vampiros es un acto digno de ver, pero cuando es entre un varón y una fémina, era una especie de baile erótico envidiable, siempre tan perfectos, tan imponentes, tan atractivos, y si le sumamos la gloria y egolatría de esos dos, seguramente sería un acto nunca antes visto, un acto limitado que aunque quisieran volver a presenciar ni los mismos dioses serían capaces de igualar, si es que lo existían claro.

Su cuerpo se movió con parsimonia. Sin despegar sus hermosos y expresivos ojos de los ajenos. Se acercaba hasta llegar a escasos pasos de distancia, pero no se detuvo, daba vueltas alrededor de su cuerpo, examinando al vampiro. - ¿Por qué no me enseñas a pelar Ciro? Tengo ganas de verte en acción, a diferencia de mi padre no pienso gritar, a diferencia de mis hermanos no pienso dejar que saques alguna parte de mi cuerpo, ni siquiera un pequeño mechón de cabello se moverá de mi cabellera, tengo ganas de ver al mismísimo Pausanias en acción, a menos claro, que ya estés demasiado oxidado y te de miedo mostrarte ante mi, una ateniense, pero sobretodo una mujer - Arqueó una de sus cejas, mirándolo de reojo cada que pasaba frente a él, hasta que se detuvo, se dio la vuelta y le dio la espalda, caminando con descaro, alejándose un poco hasta recargarse en el tronco de un árbol de manera despreocupada. - Si te niegas porque dices que tienes mejores cosas que hacer, será un pretexto bastante barato ¿Por qué no revives esos recuerdos? No hay nadie más interesante en esta asquerosa ciudad que pueda darte batalla, lo sé - Su lengua salió como si se tratara de una víbora encantada, seducida por la música de su dueño, hasta mojar sus labios, relamerlos y dejarle un brillo especial. Una idea descabellada se le vino a la cabeza. Erianthe no era una vampiresa normal, no sólo se alimentaba con sangre de humanos, también de esa sangre putrefacta de un vampiro mezclada con la viveza de los humanos, es decir de vampiros recién alimentados. Clavaría sus caninos en la piel pálida del vampiro sin importar que.

Erianthe deseaba provocarlo, hacer que no sólo fuera ella la que sintiera odio, sabía que con unas cuantas palabras que dijera lo tendría encima. Pero no deseaba decirlo tan rápido. O quizás si, se pondría interesante la noche - Puedo ser bastante condescendiente contigo, te puedo hacer las cosas más amenas ¿Qué dices? Pide algo que deseas y te lo doy en este momento - Se quedó simulando como si estuviera pensando demasiado a fondo -Tú sangre huele bien… Muy bien ¿Cómo sabrá? ¿Tengo que arrancarte el cuello para beberla, o me darás de manera voluntaria? Tú decide… Decide antes de que la tomé a la fuerza… - Sólo entre los vampiros saben lo capaces que son para obtener lo que quieren. Ciro aparte de tener el odio de Erianthe se había vuelto una especie de obsesión enfermiza, pero nada en ella podía ser normal a esas alturas, había nacido de una venganza su nueva naturaleza, y eso no la podría volver una vampiresa muy buena, y no deseaba serlo.

-¿Qué hizo aquel hombre que mataste de forma tan cruel? ¿Por qué lo destruiste con tanto odio? ¿Te quitó algo? ¿Algo importante? - El no era tonto, no podía serlo, la vampiresa le estaba dejando en claro que sabía de esa espada, tenía que darse cuenta que aquel hombre había participado en el robo, pero que no era el principal interesado. - Parecías muy molesto cuando lo encontraste, alterado ¿Qué pasaría sino encuentras eso? Tengo curiosidad en saber que fue… Quizás pueda ayudarte a encontrarlo - ¿Ayudarle? Claro que lo ayudaría pero a dejar de lado ese aburrimiento y despreocupación para sembrarle molestia, odio y repulsión hacía su persona. Ladeó el rostro, le sonreía de manera burlona, descarada, caminó entre las sombras de los arboles, adentrándose con cuidado. sabiendo que dejaría un camino gracias a su aroma. La forma en que los arboles estaban crecidos impedía un paso normal, sólo un vampiro podía tener un andar correcto en esos lares.

Debes en cuando volteaba su rostro, mirando la figura masculina que se achicaba a cada paso que daba - ¿Crees que será bien pagada la venta de tú espada? - Alzó la voz, haciendo que algunos pájaros se levantaran haciendo ruido, despertando a otras criaturas en medio del bosque. La vampiresa le gustaba ser el centro de atención, mientras más criaturas estuvieran presentes, mientras más supieran lo que estaba pasando mejor, que notaran como Pausanias estaba a punto de perder la cordura - ¿O se verá muy bien en mi repisa? No, yo creo que serían mejor y más interesante fundirla… ¿Cuál crees que será la mejor de la opciones? Te dejo escoger, pero dilo rápido que se me hace tarde, y tengo muchas cosas que hacer - Fue inevitable para ella soltar una carcajada, una escandalosa y burlona carcajada. volviendo su mirada al frente. Ahora que lo había dicho el verdadero juego estaba por comenzar. Se detuvo en medio de los arboles girando su cuerpo, captando su mirada a lo lejos, era tan descarada y desvergonzada, de verdad lo estaba disfrutando.

- Apuesto lo que quieras a que te hierve la sangre, a que quieres tomarme, obligarme a que te diga dónde la he dejado ¿No es así? Tú sabrás lo que me haces, si me matas no sabrás, pero si me mantienes con vida puedes sentir una estúpida esperanza por volver a encontrarla, es fácil, te digo, yo pongo las condiciones, tú no, pero la esperanza es estúpida, y sólo los humanos son capaces de tenerla, te aviso, no intentes entrar en mi cabeza, puede ser engañosa, he practicado lo necesario para evitar que intrusos se metan, y cuando lo hacen los recuerdos están torcidos a mi antojo - Estiró una de sus manos en su dirección, su dedo indice lo invitaba a cercarse - ¿Qué deseas Ciro? Dime… Quiero complacerte… No seré una mala anfitriona esta noche… - No se movió ni un pelo, de hecho sólo el viento era el que movía sus cabellos y sus ropajes, por el resto parecía una hermosa estatua griega, imponente, inalcanzable, digna de admirar. La frialdad de su rostro nadie podría igualarlo, ¿Cómo un rostro tan hermoso podría resguardar en apariencia la verdadera naturaleza de una fémina? Cualquier ingenuo le tragaría el cuento de su inocencia, pero alguien como Ciro no, quizás por eso le encantaba ese juego que acaba de iniciar, porque sabía muy en el fondo, aunque nunca llegara a aceptarlo en voz alta, que tenía un digno contrincante.


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Mensaje por Invitado Jue Ago 09, 2012 9:35 am

Sólo era una simple ateniense más, nadie en quien perder mi tiempo estuviera justificado, y sobre todo nadie más importante que una mota de polvo que el aire deposita en la ropa; era una cualquiera, una estúpida presuntuosa que se atrevía a hacerme perder el tiempo por algo que había sucedido hacía eones y que era exactamente lo que se merecían los aludidos: morir para dejar de contaminar una cultura que encima pretendían llamar suya... ¡Ja!

Ellos no habían tenido nada que ver con la victoria de Platea; ellos no habían sido los decisivos para ganar las guerras contra los persas, unos enemigos que desde luego los atenienses sólo podían envidiar porque les daban mil millones de vueltas; ellos no habían hecho nada salvo dar una falsa imagen de libertad a unos ciudadanos corruptos, que como cerdos en sus piaras se abalanzaban sobre lo que tenían y se alimentaban de los recursos de los demás, y así habían acabado: nadando en una falsa opulencia que los había vuelto débiles y egocéntricos... igual que como era ella.

Su sola mirada me irritaba hasta un punto que me resultaba difícil de disimular pese a que fuera un experto mentiroso; su actitud, tan jodidamente ateniense, de ser la reina del mundo y de que los demás no valíamos nada, cuando en todo caso era al revés porque yo la superaba en cualquier aspecto que se preciara o se prestara a comparación, me sacaba de mis casillas y me enervaba de la manera que sólo conseguía hacer alguien de un pueblo con el que el mío se había mantenido en guerra, no declarada pero sí real, durante siglos. Y ella, encima, quería provocarme.

Ya ni me preguntaba si era tonta o si, sencillamente, no le daba la inteligencia para saber a lo que se atenía si me provocaba: daba por hecho que, como era ateniense, no le debía de funcionar bien el riego que mojaba su cerebro y le permitía pensar, y por eso ni corta ni perezosa no sólo me había seguido, sino que encima intentaba –y conseguía– pincharme con sus palabras, que trataban de cosas que no comprendía... vamos, sobre mí.

Jamás entendería la mente de un espartano, y mucho menos del mejor de ellos: yo. Jamás entendería lo que era haber sido Pausanias, y después lo que era ser Ciro. Jamás de los jamases podría llegar a abarcar el enorme misterio que era yo, casi incluso para mí mismo, y desde luego escapaba de su capacidad de comprensión mi absoluta grandeza, mi gloria inmortal, mi entidad como tal. Y lo mejor del caso era que, encima, se empeñaba en demostrar sus limitaciones... No, si cuando yo soltaba pestes de los atenienses lo hacía por algo, de verdad...

En cualquier caso, su estupidez pronto llegó a un punto peligroso para ella: mi espada. Si había sido aquella hija de mala familia (literalmente) la que me había arrebatado mi arma predilecta es que no sabía a quién se enfrentaba ni las consecuencias que su estúpida bromita podría tener; si había sido ella, como sus palabras dejaban entrever, es que era un caso aún más perdido de lo que ya imaginaba; si había sido ella... sencillamente pagaría por lo que había hecho. Punto. No había más.

Aunque se hubiera alejado de la zona del bosque donde yo hasta aquel momento había estado seguía pudiendo identificarla por su olor, atractivo y a la vez repulsivo, y sobre todo por el sonido de su voz... y por sus palabras. Ah, sus palabras, las que estaba utilizando en mi contra, las que tan efectivamente hacían la función del aire en una hoguera, del aceite en una llama... Las que me estaban inflamando hasta llegar a un límite en el que amenazaría con perder el control y llevármela por delante, aunque ¡tanto mejor! Eso que me quitaba de encima, a mí y al mundo por librarlo de basura ateniense como lo era ella... Erianthe.

Hasta su nombre me parecía repulsivo, y al mismo tiempo dueño de una belleza salvaje como la de su dueña. Hasta el timbre de su voz me resultaba algo ensordecedor, demasiado intenso para controlar la riada de odio que ella misma se había esforzado en destapar, y claro, después tendría el valor de quejarse de que las consecuencias de sus actos eran más de las que ella podía soportar. ¡Pamplinas! Que lo hubiera pensado antes, porque una cosa estaba ya clara: no había vuelta atrás.

Había iniciado algo que no comprendía, algo que la sobrepasaba de tal manera que resultaba incluso fácil para mí cebarme con su arrogancia estúpida e infundada, pero sobre todo inflada, pero tanto mejor: cuanto más grandes son, más pesadamente caen, y especialmente cuando más grandes creen que son, más estruendo provocan a la hora de pisar los adoquines del suelo.

Medio sonreí de manera peligrosa cuando ella no podía verme pero seguía con su estúpido discurso, y aproveché para meterme las manos en los bolsillos y comenzar a caminar con paso indolente, falsamente tranquilo, engañosamente sereno.
¿Crees en los dioses, Erianthe? Porque yo no... Son basura, un intento de los humanos de paliar sus carencias al plasmarlas en una entidad que creen que existe y que busca explicar lo que no comprenden. Son el intento de los mortales de imitarnos a los seres superiores, y es comprensible que tú creas en ellos... A fin de cuentas, eres un ser inferior. – comenté, en voz suficientemente alta para que ella pudiera oírme.

Lo que quería era enfadarme, y lo había conseguido; lo que buscaba era enrabietarme, y lo había logrado, pero no iba a darle el gusto de ver que una de sus estrategias tan sumamente pueriles había dado sus frutos, no. En lugar de eso me mostraba tranquilo, sereno, poseedor de una sangre fría que en la realidad poseía pero que, en aquel momento, debía de estar perdida por Esparta, porque era incapaz de recurrir a ella... al menos cuando algo tan importante como mi espada estaba en juego.

Finalmente llegué a su altura e hice lo mismo que ella había hecho: apoyar la espalda en uno de los árboles que había por allá, concretamente en uno que estaba frente a ella y que nos permitía, quisiera ella o no, mantener el contacto visual que establecí con ella, clavando mis ojos en los suyos, también azules pero nunca tan hermosos como lo serían los míos, que habían sido el deleite de miles de mujeres a lo largo de la historia.

No te mereces que te muestre lo buen guerrero que fui, soy, y seguiré siendo precisamente a ti, porque sería malgastar mis habilidades. ¿Para qué enseñarle a alguien que no sabe apreciarlo algo tan puro y perfecto como lo es eso, Keres, eh? Tu misma familia también quiso verme combatir, y en lugar de eso sólo me vieron matarlos lenta y dolorosamente, aunque desde luego de manera poco limpia. ¿Sabes lo mucho que gritaron? Eso es prueba de que tú, sangre de su sangre, darías menos batalla que una mosca, así que prefiero ni molestarme. – añadí, sonriendo de manera amplia y absolutamente falsa, algo que se veía a varios metros hasta si eras ciego y estabas a oscuras.

Aparentemente estaba tranquilo, aunque esa calma era únicamente una ilusión, de la misma manera que el bosque como unidad pretendía una quietud que en sus elementos más reducidos (los animales y las criaturas que lo poblaban, incluidos Erianthe y yo) no se veía reflejada, y lo único que me garantizaba que ella no se daba cuenta de que mentía era, además de su estupidez natural fruto de su origen ateniense, mi capacidad de actuación, mejor que la de cualquier actorucho de tres al cuarto, pero sabía que no duraría mucho... No cuando estaba como estaba.

El odio borboteaba en mi interior con intensidad, a la espera de desbordarse o de entrar en erupción en el momento adecuado, y como la situación siguiera así, como de hecho yo esperaba que siguiera, que me sobrepasara y me hiciera perder el control sucedería más temprano que tarde, así que tenía que aguantar sin darle la satisfacción de ver que me molestaba, simplemente aferrándome a la parte fría, calculadora, estoica de mí... a mi parte más propia de Pausanias el general, no Pausanias el monarca.

Además, ¿qué puedes saber tú del auténtico valor de una espada? ¿Tú, que no habrás empuñado una en tu vida, que piensas que únicamente con pinchar al rival se le puede matar? Nada, no tienes ni la más remota idea. Sólo eres una ateniense que ha nacido en un trono de oro y que se ha metido en una guerra que no es suya, le viene grande y encima murió al mismo tiempo que el padre que te dio la vida que no mereces, un ser patético donde los haya que sólo está siendo superado después del tiempo por ti... Si existiera un infierno donde él estuviera o él pudiera verte seguro que se siente orgulloso de que su princesa sea tan ateniense como él, pero eso sólo te hace tan patética como la que más... – dije, separándome del tronco del árbol en el que estaba y acercándome al de ella.

¿Que no iba a ser una mala anfitriona? Los dioses del hogar en los que creían los romanos estarían horrorizados al ver hasta qué punto ella carecía de saber estar y, encima, fingía poseerlo; hasta ellos se llevarían las manos de la cabeza al ver a alguien quebrar tan impunemente las leyes no escritas de la hospitalidad, de las que se estaba riendo tan alegre y descaradamente con cada una de sus estúpidas palabras, propias de alguien como ella, como no podía ser de otra manera.

Al final, como había resultado obvio desde un principio, terminé por cansarme de mantener las apariencias, aunque mi orgullo fue lo suficientemente hábil como para no darle el gusto de vencer rápidamente, sino de simplemente ceder un poco, permitir que siguiera amenazándome (y con eso cayendo aún más bajo) y que se siguiera llenando de... gloria, por decir un eufemismo y no una obscenidad.

Déjate de tonterías que no entiendes, Erianthe, y dámela. Es mucho más fácil así, tú te libras de que te destroce esa cara de muñeca que tienes, y yo de mancharme las manos inútilmente contigo, que no te mereces ni que te de las buenas noches, así que empieza a hablar, princesa, y deja de hacernos perder el tiempo a los dos, porque puede que no sepas a qué dedicar tu inmortalidad, pero desde luego yo sí que sé en qué invertir la mía, y tú eres un incordio, un estorbo, una molestia. Evítamelo, anda... Dámela. – murmuré entre lleno de desdén y convincente en su oído, sin llegar a rozarlo pese a la cercanía, de la misma manera que mi cuerpo permanecía separado del suyo por una distancia escasa que me permitía no tocarla, y al mismo tiempo sentirla debajo de mí, sometida por fin... como le correspondía.
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Mensaje por Erianthe Keres Lun Sep 17, 2012 6:11 pm

Tú olor...

Era el contraste entre el pasado y el presente. Una realidad que se estaba pisando, que se había caminado desde hace mucho tiempo atrás, que llevaba por senderos, por montañas, por ríos, y tormentas, por pueblos y desiertos, por sed, poder, dolor, enojo, y al final la meta en charola de plata, una que llevaba dos palabras, el de un hombre, y el de la venganza misma. La preparación fue un papel importante en el tiempo, la determinación, el enfoque y la decisión, nadie podría subestimar a la mujer, nadie podría hacer tal bajeza pues no podrían conocer como se movía gracias al dolor infinito de la perdida, un corazón roto, desgarrado, o casi por marchitar es más temible que uno sano y rebosante de vida, es complicado de analizar por la vitalidad misma, pero los dolores, incluso los miedos son los que orillan a crear los momentos memorables, aquellos que no se olvidaran, que empiezan por un nombre, un cabecilla, un dictador. Las guerras mismas son actos tan atroces, que son iniciadas por la inteligencia de un hombre con una visión quizás no tan afin a todo el mundo, pero que logra hacer que naciones tiemblen por su mandato. Todo es así, no pueden existir matices, o al menos ella no los había conocido aún, de la luz pasó a la oscuridad, y de ella no ha salido, no ha encontrado grises, o arcoiris que le indiquen que hay caminos distintos, pero no le importa, incluso no le atormenta, su venganza es lo que debe bastarle, lo que la eternidad tiene esperando para que ella realice, y que está por acontecer. Por que los ojos se han topado, y las miradas se cruzaron, se han vuelto uno en el espacio y tiempo.

La mirada de Erianthe siempre ha sido expresiva, incluso el vagabundo más deseoso de comida, que no puede ver más allá que eso sabe reconocer cuando se burla, cuando se enoja, o cuando está tranquila, no le molestaba ser leída de forma tan transparente, de hecho le gustaba, no se andaba con rodeos, no se andaba con secretos, ella simplemente existía para ser alabada y adorada en toda su expresión, sin ocultarse bajo las sombras, aunque su reino estuviese presente en la oscuridad de la noche. Ella sería capaz de extinguir al sol mismo con tal de hacer que los de su especie de levantaran en la gloria, y que los humanos los amaran, veneraran y temieran, porque el temor es la clave, y los humanos debían pagar pleitesía a ellos. ¿Por qué es tan difícil de entender? Ella no entiendo porqué debe ocultarse de aquellos insignificantes, y nunca lo entenderá, por eso no teme en su andar, por eso también se alimenta sin borrar huellas, porque no le importa ser tomaba, no sin antes finalizar su venganza, temer a la real y verdadera muerte, ir a ese lago de almas no es algo que le robara el sueño, al contrario, se trataba en realidad de subir a otro nivel, pero claro, dejando antes una huella para ser recordada, ya sea en los libros de historia o en majestuosas obras de arte. Siempre había dicho que prefería un buen retrato o escultura a estar plasmada en ocasiones en libros que contaban su conveniencia gracias a las creencias de los humanos insolentes. Pensaría más tarde sobre eso sin duda, cuando el encuentro termine.

Era ese aroma mezclado con la emoción del ambiente, eran las ideas mezcladas con los hechos, era todo un coctel de algo conocido pero indescifrable, la complejidad que los vampiros poseen, lo que sus mentes tienen en juego, la fuerza, incluso la rapidez todo es una mezcla de cosas que nadie puede llegar a predecir, incluso entre ellos mismos, pues pueden traernos sorpresas, unas más gratas que otras, pero a fin de cuentas sorpresas. Por esa razón ella no podía subestimar al vampiro que tenía enfrente, al hombre que había sido, al guerrero siempre temido, al rey deseado, no podía porque sabía que Ciro poseía una de las mentes más complejas y fascinantes que podría toparse, ella guarda silencio dentro de sus silencios para poder llegar a tener la serenidad y la cabeza lo suficientemente clara para analizar como atacar, o incluso como hablar. Su juego no se podría perder, su juego debía crecer, aquello no podía resumirse a segundos, un ataque no basta para acabar con alguien, el alargar la tortura es lo que hace saborear cada detalle, cada cosa. Ella sonríe de forma amplia, de forma compleja y adictiva, pues quien la mira se engancha en sus labios carnosos, en su forma perfecta.

No se movía, ni siquiera un palmo, parecía tranquila, parecía una estatua perdida en medio del bosque, escondida, esperando a ser descubierta y colocada dónde debe estar, pero en realidad era una vampiresa esperando aplastar la cabeza de ese que se hacía llamar Pausanias. Se la había pasado casi toda su inmortalidad pensando las mil y un maneras en como matar a esa criatura, llegó a hacer tantos escenarios que poco a poco fue seleccionando de entre los más atractivo para llegar al merecedor del momento, de fin de la vida de un inmortal. Estaba ella tan decidida y segura que lo haría a su modo, nadie podría darle la contra, no, no se podía, quien lo hiciera sufriría las consecuencias del retarla, y más de uno lo había sufrido con anterioridad, algunas de sus obras de arte con cuerpos y sangre con más estruendo a lo largo del mundo habían sido elaborados por ella, en ocasiones era muy recatada para sus acciones, y otras veces era tan poco recatada, tan visceral y gráfica que era fascinante. Pero el arte puede ser tan complejo como el autor, y no cualquiera podría apreciar aquello que se hace, los humanos lo sufren y lo maldicen, los cambiantes, licántropos y vampiros lo gozan, los fantasmas lo penan, y Dios… El lo permite.

Uno de los escenarios más atractivos que ella había imaginado se trataba del hombre completamente encadenado, desnudo, listo para ser torturado, ella misma había arrancado cada órgano ya inservible de su cuerpo, hasta terminar por su corazón y comérselo, saborearlo de tal forma que nada podría superar el momento y el sabor. Después lo quemaba, disfrutando del calor que desprendía el fuego, sin temer a quemarse. Ella tenía problemas serios, tenía esa obsesión enfermiza por verlo mal, quizás por eso pensaba tanto en como sería el desenlace. Erianthe no podría pensar en nada más, no hasta verlo muerto, hasta ver que no existe rastro de él, pero aquello tardaría mucho en llegar, y no importaba, no importaba porque la eternidad esperaría impaciencia, porque la muerte estaba de su lago, y ella sería el peor de sus verdugos, lo llevaría a pagar sus pecados, aunque deseaba ser ella misma quien lo hiciera pagar.

- Llegué a pensar que el tiempo te daría sabiduría, creí que él te mostraría que las mujeres aprendemos a hacer otras cosas, no nada más a coser y limpiar la casa, pero creo que no aprendes nada - Negó repetidas veces, se movía después de mucho tiempo, dejando que la sensualidad de sus movimientos suaves cautivaran el ambiente. - Nosotras somos quienes mandamos por encima de ustedes… Nosotras con un movimiento simple de cadera, incluso un pestañeo hacemos que caigan, pero ustedes se inflan tanto el pecho creyendo que son los dominantes, es divertido, aprendemos a jugar con ustedes de una manera… Excitante, al final siempre nos dan todo - Sonrió de forma mordaz - Solito me darás tú cabeza, y la voy a saborear, te voy a acariciar antes de que cierres los ojos sin poder volver a abrirlos, y en ese momento todo será diferente y placentero, más de lo que ya es ahora - Le guiñó un ojo al mismo tiempo que relamía sus labios. Sus palabras salían de forma suave, casi pausan, pero era nada más provocar, lo que más adoraba de la situación era provocarlo, y saber que no todo sería fácil, la facilidad era aburrida para ella.

- Que bien hueles, Pausanias, con razón tantas mujeres deseaban poder tenerte entre sus sabanas. - Sus palabras descaradas eran sinceras, ladeo el rostro, lo tenía tan cerca, era inevitable no poder apreciar el aroma del hombre. Erianthe no era tonta, sabía diferenciar la venganza de un buen entretenimiento previo. Su rostro avanzó desde la parte de su mentón hasta la parte baja de su cuello, rozando la punta de su nariz perfecta por la piel pálida y perfecta del vampiro. Sus labios se abrieron de forma ligera, rozando también la piel. Se burlaba, lo desafiaba, y lo incitaba. - Se utilizar una espada, y no para pinchar lo inservible de un cuerpo, se lo que vale, lo que cuesta, y lo que puede llegar a importar si está bien hecho - Se separó, se alejó de aquella gran tentación que representaba. Su sonrisa se amplió de forma burlona, y luego se separó de él, colocando una mano sobre su pecho para empujarlo con suavidad, más bien moverlo.

- No te la dare, no seas tan ridículo e ingenuo, ¿crees que te la daría por esas palabras? ¡Vamos, Ciro! ¡Pensé que eras más inteligente! ¡Qué tenías más sentido común! ¿Crees que te la daría después de tantos menosprecio que también me has hecho en estos momentos? - Se cruzó de brazos, y alisó su cabello un poco, enredando su dedo indice en un mechón de su cabello. Aquello la decepcionó un poco, que la subestimaran tanto le encendía la rabia que había tenido aplacada. - ¡No te daré nada Pausanias! ¡Nada! Será mía, la fundiré y no sabrás de ella, porque tú también te extinguirás, lo harás porque odio tú sola presencia - Camino, avanzó hasta tenerlo de nuevo cerca, pero ahora él era el acorralado, no ella. Su rostro mostraba con claridad la molestia de las cosas, de la situación.

- ¡Vamos, atácame, hazlo! - Al mismo tiempo que su voz resonaba con fuerza en el bosque, los pájaros que estaban dormidos se habían ido revoloteando con fuerza, y ella chocaba su mano en su pecho, lo golpeó de tal manera que el cuerpo varonil chocó contra el grueso árbol de madera - Atácame, no creo que tus valores sean los suficientes para no querer notar a una mujer, mancilla mi piel, destroza mi cuerpo, intentado - Lo soltó y dio dos pasos hacía atrás, sus piernas se habían doblaron suavemente, tomando una posición de perfecta defensiva. No podía dejar de verlo, estaba atenta a cualquier movimiento, lista para comenzar el combate, la pelea física. ¿Quería subestimarla? Más valía que lo pensara dos veces.


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Mensaje por Invitado Jue Sep 27, 2012 9:35 am

Tú... tú pareces diseñada para mi ¿castigo?

Todo en ella olía a desafío, desde su actitud a su propio aroma, intensificado con el tiempo y con el vampirismo pero con un origen común al de nuestro enfrentamiento, nuestro odio justificado: nuestra humanidad. Los crímenes de los que ella me acusaba, una total tontería de la que sí, era culpable, pero de la que no, no me avergonzaba, habían ya pasado a mejor vida, igual que esos sobre quienes los había cometido, así que ¿por qué no se dejaba de tonterías y hacía lo mejor para los dos, que era devolverme la espada de una vez por todas?

Era aún más idiota de lo que parecía si quería seguir con un desafío que tenía todas las de perder. Como había pasado con su polis, Atenas, era su orgullo desmedido e injustificado lo que la llevaría a caer frente a mí, que al igual que Esparta había hecho en su día la derrotaría. ¿No era eso, acaso, justicia poética? A decir verdad me daba igual: era simplemente lo que pasaría por su estupidez y por su insistencia de buscarse como rival a alguien a quien no podría derrotar nunca: yo.

La sola idea me hacía sonreír, divertido y seguro de mí mismo. Estaba tan cegada por su supuesta venganza que se había olvidado de lo que tenía delante, de a quién se enfrentaba, y eso sería su derrota y su desgracia final, pero allá ella. A mí me daba igual; de hecho, hasta me producía satisfacción ser quien le proporcionara la derrota necesaria para que sus pretensiones se ajustaran al mundo real... Porque ¿quién había mejor que yo para bajarle los humos a una ateniense egocéntrica y estúpida? Nadie. Nadie estaba en posición de hacerlo, y el deber me correspondía a mí.

¿Quién sabía? Quizá si lograba borrarle esa estupidez se volvería hasta interesante. Desde luego, físicamente lo era; resultaba evidente que me atraía, como no podía ser de otra manera tratándose de una mujer de ojos claros enmarcados por una melena castaña oscura, e incluso su olor resultaba especial... Especialmente desagradable, sí, pero también poseedor de algo que lograba mezclar la repulsión con las ansias de más. Era una dualidad compleja la de la chica arrogante que tenía frente a mí, la de aquella criatura que me atraía y repelía con la misma fuerza, pero no era momento de ocuparme de ello... Antes tenía que recuperar mi espada.

Y, a juzgar por sus palabras, la muy zorra no quería devolvérmela. No dudó en halagarme... no, no en halagarme, en hacer una muy acertada observación de la realidad de que físicamente yo era perfecto y la mayoría de las mujeres – al menos las que eran inteligentes – se daban cuenta de aquello y querían ir a mi cama, pero no iba a devolvérmela porque decía que sabía utilizarla... ¡Que no me hiciera reír, por favor! Pero lo hizo.

Solté una carcajada desde lo más profundo de mi pecho, una que mostraba el absoluto y total desprecio que sentía por ella y por sus palabras. ¿Creía que aquello era una cuestión de su sexo femenino, que por no ser un hombre ya despreciaba su uso de la espada? ¡¿Y ella decía que me conocía?! No podía estar más equivocada, y me daban igual los golpes que me diera, porque ella los recibiría peores: yo me aseguraría de ello como que uno de mis nombres había sido Pausanias, y ella no podría hacer nada por evitarlo.

Lo más gracioso de todo es que debes de esperar que te tome en serio a ti, que sueltas unos discursos que te hacen parecer una revolucionaria... ¿Qué pensaría la sociedad si te escuchara? Quizá sentiría un ápice del desprecio que siento por ti, niña, y a lo mejor así te darías cuenta de lo patética que suenas... ¿Piensas que es por ser una mujer? No, es porque no eres yo: no hay nadie que sepa manejar la espada como yo, el tiempo y la historia me dan la razón, y tu problema es que estás tan obcecada haciéndote la víctima con ansias de venganza que eres incapaz de ver lo obvio. Vas a perder contra mí... ¡No vales nada! – exclamé, entre risas, que sembraron en mi rostro una sonrisa pérfida, totalmente malvada.

¿Quería guerra? La tendría. No me asustaba una mujer con aires de grandeza, me daban igual sus acusaciones de que lo hacía porque era de un sexo más débil que el mío... De hecho, eso incluso me daba una ventaja, porque ella no tenía ni idea de lo inexistentes que eran mis valores referidos a no dañar a una mujer que se lo merecía, y ella tenía todas las papeletas en el sorteo para que le tocara el premio: un castigo mío. No, si encima acabaría haciéndole un favor al castigarla... ¡Y se quejaría, y todo! Menuda desagradecida...

Fui rápido, demasiado rápido para ella. Me había aprovechado de que pareciera que estaba aprisionado contra el tronco de un árbol, intimidado por su figura, y gracias a eso me había valido de mi agilidad sobrehumana para terminar detrás de ella y aprisionarla con mis brazos, algo tan sencillo que incluso bostecé. ¿De verdad alardeaba de que iba a destruirme con lo fácil que me lo ponía para atraparla? Por favor, qué pérdida de tiempo...

¿Sabes, Erianthe? Si me amenazan, al menos espero que me planteen un desafío que merezca la pena. Y esto – dije, señalándola a ella con la cabeza, con una expresión defraudada en el rostro. – no es lo que yo entiendo como estar a la altura de tus amenazas. Eres débil. Eres tan jodidamente débil que pareces una simple humana más, ¿y me vienes con las ínfulas de que tienes mi espada y la vas a destruir? ¡No eres capaz! Ni siquiera eres capaz de entenderme, como para encima pretender que tienes algún poder sobre mí. Puedes intentarlo, pero eso sólo te destruirá... Si tanto ansías la destrucción, sin embargo, te la daré. Me gusta dar lecciones a atenienses al modo espartano, especialmente a los Keres. – añadí, provocándola, pero la provocación no había aún tocado a su fin... ¡Acababa de empezar con ella!

Con saña y, sobre todo, fuerza, clavé los colmillos en su cuello, no con el afán de alimentarme de ella, pues seguro que su veneno ateniense me emponzoñaba lo que a esa víbora no lo hacía, sino más bien con la intención de debilitarla... Sí, aún más. Aquella era una de las mejores maneras que se me ocurrían para conseguirlo, y dado que así era, es que con seguridad era lo mejor que podía hacer para conseguir mi objetivo. ¿Cómo no, si había sido idea mía?

Había, no obstante, algo con lo que no había contado: su olor. Si bien al principio me parecía repulsivo, con sólo una ligera pizca de atracción, en aquel momento me parecía que se habían invertido las tornas y ya no quedaba nada de repulsivo en él; al contrario, olía familiar, era apetitoso y me hizo relamerme, y en vez de dejar fluir su sangre que empezara a beberla, a absorber cada gota y a succionar más y más de sus venas. Era casi como si me hubiera controlado con su sangre, y por un momento pensé que quizás era eso lo que había hecho, así que con un esfuerzo sobrehumano que sólo yo podía realizar me aparté de ella y me limpié la boca, llena de su sangre.

No tienes ni la más remota idea de dónde te has metido, Erianthe Keres. Te has adentrado en una guerra que no es la tuya y que sólo te va a destruir, y no pienses que me he arrepentido ya de atacarte y que te estoy avisando para te rindas, pues sólo expongo un hecho, igual de veraz que la certeza de que vas a acabar mal... No provoques nunca a alguien que te supera en fuerza y en todo aspecto. Agradece este consejo, y aplícatelo, porque no pienso volver a darte otro. – espeté, y aquella vez no le di tiempo de prepararse para mi ataque, pues este vino más rápido que un parpadeo.

Le empotré contra el árbol en el que antes ella me había obligado a estar. Utilicé las ramas para aprisionarla contra la madera, no me corté ni un solo pelo a la hora de golpearla o de romperle algún hueso con tal de que quedara presa contra el árbol, y todo aquello lo hacía porque estaba harto de sus bravuconadas pueriles, de que se creyera con derecho a robarme la espada y, sobre todo, de ella. Estaba hasta las narices de ella, me había hecho perder la paciencia, y eso lo pagaría caro, porque cuando quería algo no paraba hasta conseguirlo.

Sólo cuando estuvo totalmente inmóvil contra el árbol, al menos por el momento, me planté frente a ella, pero aquello no había terminado... no, aquello acababa de empezar, y esperar que fuera a tener clemencia con ella o que iba a detenerme y a no herirla era como pedirle peras al olmo: imposible, y además de eso, fruto de una estupidez tan total y absoluta que no merece ni ser tenida en consideración... mira, como la de Erianthe. La diferencia residía en que su estupidez resultaba tan ofensiva por lo arriesgada que era y por su manera de ignorar cualquier límite en pos de conseguir lo que quería que se lo iba a hacer pagar como sólo yo sabía, y como ella se merecía.

Vas a dármela. Tarde o temprano me darás mi espada, y me da igual lo que tardes, porque los dos tenemos una eternidad para esperar a que te rindas... Y lo harás. Eres tan débil como tu familia, tan estúpida como presuntuosa e incapaz de darte cuenta de que no puedes ganarme. Sólo eres una simple ateniense. ¿Qué se puede esperar de ti? Ah, sí, que no muestres valentía ni dignidad en ninguna situación, especialmente cuando se te hace daño. ¿Lo comprobamos...? Sí, lo sé, ¡lo estás deseando! – finalicé, con voz peligrosamente cordial, que contrastó vivamente con el ataque de una de mis manos en su vientre. Como si fuera tela, desgarré su piel e hice fluir aún más sangre de su cuerpo, aunque en aquella ocasión no vino sola, sino que parte de sus órganos internos hicieron amago de caer, quedando finalmente en peligroso equilibrio entre su cuerpo roto y el suelo. ¿Y lo mejor? Sólo acababa de empezar...
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Mensaje por Erianthe Keres Sáb Nov 03, 2012 6:14 pm

Intentemos jugar... Sólo un poco


Se dio cuenta que todo ese tiempo había estado en un error, si, uno que no podía conocer hasta darle una convivencia, quizás no había sido la mejor forma de presentarse, debió haber tentado el terreno de cerca para llegar a la confianza, si es que entre vampiros podía existir, y luego atacar, pero lo cierto es que por más analítica que fuera, se dejaba llevar por impulsos profundos, de esos que calan hasta los huesos de no hacerlos. Él no era tan distinto a ella, no. Tenía una forma de caminar salvaje, sensual, imponente, y elegante, todo al mismo tiempo, cómo ella lo tenía. Él tenía una voz grave, sensual, ronca, rasposa, completamente atrayente, ella la tenía cantarina, delicada, si, pero todos los detalles iguales. También tenían la inmortalidad, las experiencias que los años les habían dado, los amantes, las ambiciones, todo era casi un molde igual, a diferencia de que la vampiresa portaba exuberantes curvas, y él la anchura en su espalda. El ego ambos lo tenían por las nubes, y quién quisiera si quiera atreverse a bajarles aquel detalle, sufriría las consecuencias. Era así de simple, no había más, el hecho quizás cambiaba en la forma en que ponían acción. Ella lo odiaba por completo, no entendía cómo podían dejarlo otros colegas con vida, pero con ella se había topado con pared, las cosas se podían mejor para la inmortalidad del vampiro, de ella, pues el simple cruce de miradas ya era digno de recordar para siempre, y por siempre.

"Niña". Esa era la palabra clave, la que él mencionaba, decía y repetía varias veces, y fue precisamente siento casi una niña cuando su desprecio creció. Las palabras de Ciro podían tener sentido para él, pero lo cierto es que para ella, simplemente eran palabras que el viento se llevaba, cosas sin sentido. El solido se acrecentaba a cada palabra que daba, ¿acaso no había algo más patético? Simplemente sonreía, de forma amplia, dejando que la luz plateada de la luna mostrara el brillo de sus dientes perfecto, su dentadura, sus caninos aún no se habían desplegado, estaba aguantando al momento correcto. ¡Encima le decía víctima! Pues claro que lo había sido, en su momento, ¿Por qué cree que creció el odio? ¿Simplemente por qué si? Negó repetidas veces, pero prefirió sonreír, que sarta de tonterías estaba vociferando. La vampiresa sonríe de forma amplia, más aún cuando él termina de hablar, ya se había fastidiado de escucharle, creo que ambos ya estaban artos el uno del otro, pero no había ya que hacer, las cosas comenzaban, las cosas empezaban a excitarle, a incitarla a seguir, ella nunca dejaba las cosas a medias, sin importar el tiempo que le llevara. ¿Acaso a los vampiros les importaba tal detalle? No, para nada, sólo eran banalidades humanas que ya carecían de importancia.

- Uhmm - Ronroneó cual gatita al sentir detrás de ella, sintió sus pectorales bien trabajados, su gran figura sobre la de ella, y aquello le pareció bastante interesante. Odio, sangre, deseo… Si, el último detalle siempre existiría, ¿quién se niega a lo evidente? Sin dos criaturas hermosas, sino es que las más atrayentes de su especie, con esa explicación se deja claro que no hay más que ellos dos. - Quizás soy débil, quizás - Habló ahora con saña, con sarcasmo implícito en cada palabra arrastrada. - Pero está "humana débil", así cómo me llamas, pudo obtener tu espada sin que te dieras cuenta, y la tiene en su poder, y probablemente Ciro, si me matas en éste momento, no la volverás a ver - Se relame los labios, después su cuerpo se pega al ajeno por voluntad propia, y aspira su aroma, su jodido aroma a su época, huele también a gloria, que es lo que más le llama y al mismo tiempo detesta. - ¿Entenderte? No veo a nadie por aquí que desee entenderte, sería un desperdició de tiempo, hay muchas cosas más que hacer en está inmortalidad, "caballero" - Sonrió de nueva cuenta, si Ciro creía que la intimidaba, que le daba miedo, estaba completamente equivocado.

Erianthe había practicado durante mucho tiempo cómo poder controlar su mente, era sencillo, el tiempo le había ayudado. En esas clases personales se dio cuenta que el dolor físico no existía ya para ellos, al menos no el superficial, cómo de pequeñas cortadas al caer (y gracias a sus habilidades, ya ni caía), pero estaba consiente que heridas con saña podrían producirle incluso un cuerpo entumido. Ella sabía lo que estaba a punto de pasar, incluso ladeó el cuello dejándole al vampiro hacer. El que bebiera de ella le excitaba aún más, ignorando el hecho de irse volviendo, poco a poco bastante débil. Su respiración al poco tiempo se agitó, y soltó una carcajada, breve pero cruel, de esas que eriza la piel de cualquiera ¡El la estaba disfrutando! ¡Jodido retorcido vampiro! Sin duda ella se estaba llevando más sorpresas de él, estaba descubriendo que estaba más jodido de la cabeza de lo que creía. ¡Loco! Estaba loco, demente, tanto cómo ella se podía mostrar, aunque hasta ese momento se estaba portando bastante sumisa. Su cuerpo estaba clavado de forma firme en el relieve poco estable del bosque, pero ella se sentía ¿mareada? ¿Era posible eso? ¡Lo era! Se sentía mal por la perdida de sangre, y necesitaba beber en ese momento.

Se acomodó el vestido cómo si nada hubiera pasado, giró su cuerpo con lentitud, midiendo ahora sus reacciones por la perdida de sangre, desde que se había convertido nunca le había faltado un aperitivo, pues ella los tomaba sin pedir permiso a nadie, para ellos los humanos eran embases con sangre, así de simple, no había más. Verse en esa situación la hacía temblar de desesperación. ¡Deseaba sangre! ¡Necesitaba sangre! Conseguiría sangre le costara lo que fuera; de nuevo los ojos de él se topan con los suyos. La emoción incremente, ellos ni siquiera habían entrado al indice de una historia, de SU historia. Más palabras sin sentido, más advertencias, más avisos, más amenazas, y ella completamente deseosa de un poco de sangre. Ahora no lo escuchaba por ignorarlo, ahora lo ignoraba por el hecho de sentir un ardor insoportable en su garganta. Sus caninos se desplegaron, le mostró el filo que tenían, y el tamaño también. Le estaba haciendo un favor al dejarla sobre aquel árbol, uno que la tenía cómoda por cierto, sin necesidad de estar de pie.

- ¿Dártela? Uhmmm, no creo que eso sea posible, incluso puedo darte un detalle que hará las cosas más interesantes… - Su mirada no se apartaba de la suya - Ciro, Ciro, ¿de verdad crees que soy tan tonta? ¿Crees que vendría aquí sabiendo que podría o no morir sin tener cosas que me respalden o te hagan lamentarte? Bien, me agrada que pienses soy una tonta, pero más tonto has sido tú al subestimarme - Le guiñó uno de sus ojos, de forma sensual, pero sobretodo descarada. - Tú dirás, de ti depende - No dijo nada, esperó a que hiciera, y cerró los ojos con fuerza al sentir su cuerpo ser trozado. Erianthe se mordió con fuerza los labios, incluso se atravesó el inferior a causa de los caninos, no iba a gritar, no le daría el gusto, simplemente se ahogaba los quejidos con la mordida. Gruñó, se movió con fuerza en aquel árbol, pero el jodido la había aprisionado bien por los hombros.

Por un impulso abrió los ojos de forma amplia. Bajó la mirada, observó su figura hermosa desformada gracias a él. Movió cómo pudo uno de sus brazos, aquello la tenía con una ira inmensa. La sed, el dolor, y la rabia le dieron la fuerza para liberarse de un lado. ¿Un árbol más firme que ella? Eso verdaderamente la hizo sonreír. Su brazo liberado se movió, y tocó el color carmín de su sangre, de sus órganos. ¡Que ridiculez! ¡Ellos ya no los necesitaban! Ciro seguía frente a ella, cerca de ella. Se impulso con fuerza de sus piernas, su espalda recargada en el tronco le permitía hacer. Sus piernas ahora estaban completamente enredadas en la cintura ajena. Con la mano libre arrancó ahora sus órganos, dejando que cayeran en las telas desgastadas del vampiro. Se limpió la mano sobre su camisa. Liberó un poco el agarre, y con la poca fuerza que tenía alzó un poco más una de sus piernas. Ella estaba haciendo un esfuerzo bastante sobrehumano, incluso para los suyos, y le costaría caro, muy caro.

- Mátame ahora, hazlo, y sino llego en determinado tiempo al lugar dónde tú espada se encuentra, la fundieran mi querido Ciro, y lo lamentaras por toda la eternidad - Sonrió, pero también tosió, un acto que quizás podría parecer humano, pero que en definitiva no lo era, pues era más bien impulso del deseo entre la sangre, y la perdida de la propia, tosió aun más sangre, manchando sus dientes de color rojizo. ¿No quedó claro que venían de la misma época? ¿No quedó claro entonces que podría estar altamente entrenada? Movió la cadera hacía un lado, y una de sus piernas se liberó, con toda la fuerza que le quedaba subió la liberada, y la enredó en su cuello, la cruzó un poco, la posición era incomoda si, pero no se quejaba de eso, si Ciro no hubiera atacado, se habría decepcionado. La pierna ejercía presión, queriendo arrancar hacía el lado contrario la cabeza.

- Empecemos el juego - Susurró dejando salir un hilo de sangre por los labios, la piel de su abdomen al menos ya se sostenía sola, pero no estaba fija, con el brazo libre se libero el otro hombro. Movió con fuerza su cadera, la ayuda de la pierna enredada en su cadera, y la del cuello la hicieron girar, y girarlo a él en un ataque. - ¿Me oliste, Ciro? Huéleme, seguro te gusta. - Susurró, ella cayó también al piso de tierra, sobre sus propios órganos, bañándose otro poco, y otras partes del cuerpo de sangre. Pues había caído sobre sus propios órganos. Sus pechos ahora tenían el tono de la vitalidad del humano. Se levantó con fuerza, con torpeza, lo buscó con la mirada - Juguemos, Pausanias - Susurró, esperando el próximo ataque.


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Mensaje por Invitado Sáb Nov 24, 2012 10:32 am

No me arrodillo ante nadie.

La batalla estaba a punto de comenzar, de una manera u otra lo sabía con tanta certeza como que era de noche o yo era el mejor vampiro que había pisado la faz de la tierra, y sin embargo no estaba asustado... ¡Pamplinas! Estarlo sería considerar a Erianthe Keres como una rival digna de mí, como una enemiga que pudiera derrotarme cuando, evidentemente, eso jamás pasaría porque no había nadie que, de una manera o de otra, pudiera siquiera comparárseme, como para encima superarme. Sugerir eso era, a todas luces, la idea más estúpida que se le hubiera ocurrido a cualquiera en toda la historia de la humanidad, así que no iba a gastar mi tiempo, siquiera, en pensarlo.

Sin embargo, ella estaba convencida de que podía ser una rival digna de gastar mi tiempo en ella, y para asegurarse de que le dedicaba un poco de atención, como una niña mimada que había sido solamente por el hecho de que era ateniense, se había encargado de pillarme por sorpresa y coger mi espada. Lo admito, aquel golpe de efecto había funcionado, pero sólo lo había hecho no porque yo hubiera bajado la guardia, sino porque al final tenía que haberle servido de algo la rabia que enarbolaba como bandera contra mí y que servía para justificar su odio... Ese odio que me alimentaba.

¿Qué hay más satisfactorio que la sangre de un enemigo que ha visto cómo su peor pesadilla se ha vuelto su verdugo? Pocas cosas. Mi instinto de guerrero, la manera del campo de batalla de haber fraguado mi mente en la dura y estricta Esparta, todos los aspectos que habían conformado mi única personalidad como humano se veían enardecidos ante la visión de un resquicio de lo que habían acostumbrado a matar: una ateniense... y no una cualquiera, sino una aristócrata que se creía lo suficientemente buena o sorprendente para plantar batalla a alguien que había nacido para catar las más selectas mieles de la gloria hoplita y que en vida y en muerte había demostrado ser más que digno de aquel propósito.

Ella no tenía ni idea de lo que yo era capaz, eso estaba más que claro, y lo demostraba con cada palabra equivocada y fuera de lugar que salía por esa boca suya, una que me encantaría cerrar de cualquier manera posible, lo cual podía ser o no ser buena señal. ¿Cuánto tiempo hacía que no probaba a una compatriota...? Pese a que mi lista de candidatas era amplia –infinita, en realidad–, no podía recordar la última vez que el sabor de la Grecia en la que me había criado y en la que había vivido, muerto y renacido había vuelto a mis labios, y ella lo representaba a la perfección, tan tentadora como a la vez repulsiva me parecía precisamente porque su aroma era todo lo que una vez y para siempre había aprendido a detestar con cada fibra de mi ser.

Por eso, era evidente que sus movimientos tenían un efecto en mí que resultaba similar al del aire o la madera alimentando una hoguera: forzaba al fuego a elevarse, y daba igual que el origen de ese fuego fuera la pasión o el odio, porque los dos habíamos llegado a un punto en el que ambos se fundían y confundían tanto que era imposible distinguir uno de otro... Imposible y, además, innecesario, porque no nos resultaba interesante a ninguno de los dos, ya que teníamos otras cosas en las que pensar, como la sangre que en un momento dado inundó el ambiente.

Me volví loco. Ignoré totalmente sus palabras por el olor de la sangre, la textura de sus órganos tan cerca de mis manos, tan apetecibles para mis labios como un aperitivo para alguien que lleva meses sin comer. Olía tan jodidamente bien como recordaba que lo hacían los vampiros tan antiguos como yo, unos en los que la sangre era ya de tanta calidad que resultaba un manjar indescriptible para aquel que tiene el placer de beberla, y yo era un experto a la hora de hacerlo porque nunca le decía que no a un plato como aquel, aunque viniera de parte de una enemiga que, además, se mostraba dispuesta a desafiarme... Ella no sabía a lo que se enfrentaba, y sería eso lo que más caro pagaría.

Tan rápido como una fiera hambrienta frente a un cadáver fresco, una comparación tremendamente adecuada dadas las circunstancias, que nos habían convertido en exactamente eso, me acerqué a ella casi de un salto y hundí el rostro en su herida abierta. La ventaja, al menos una de las tantísimas que incluía lo de ser vampiro, de no necesitar respirar era que podía estar absolutamente hundido entre órganos, sangre y tejidos corporales que deberían estar muertos y parecían más vivos que nunca sin necesidad de abandonar por un momento aquel banquete particular que me estaba reservado únicamente a mí... Porque era el único que lo merecía.

Hice un esfuerzo sobrehumano que solamente yo podía realizar con éxito y me separé sin haberla catado todavía, pero sí con el rostro tintado por su sangre, tan rojo como se suponía que era la mirada del demonio en el que la mayoría de los palurdos parisinos creían... ¡Si tan sólo supieran que la única deidad, infernal o celestial, que existía estaba tan cerca de ellos como yo cuando me mezclaba entre la multitud...!

Matarte no me importa lo más mínimo, Keres. No eres el centro de mi mundo, asume que no me importas más que un simple humano al que puedo eliminar cuando me apetezca, porque si realmente piensas que me preocupa que mueras sin decirme la ubicación de mi espada es que no sabes hasta qué punto son amplias mis influencias y las maneras que tengo de saber lo que me interesa... – le dije, y sólo entonces me sumergí de nuevo en el mar de sangre y órganos que había abierto en su cuerpo, a la altura de su vientre.

¿Mentía o decía la verdad? Había una parte de ambas cosas en mis palabras, pero eso no tenía por qué saberlo. Evidentemente era consciente de que podía matarla si quería, pero no quería hacerlo porque además de que no tenía ganas de perder mi eternidad buscando algo que me pertenecía por derecho me divertía, en el fondo... Y me resultaba un alimento extremadamente exquisito cuando, en momentos como aquel, me alimentaba de su vida y de su vientre como si fuera una humana cualquiera, algo que mentalmente nunca había dejado de ser, ya que adolecía las mismas fallas que todas a las que había conocido, catado, matado y todas las anteriores en mis dos vidas.

El ardor y lo gélido se mezclaban en el torrente de sangre que salpicaba mi boca y del que mi lengua dibujaba las formas para asegurarse de que no se perdía ni una gota. Era una mezcla entre el manjar más exquisito del mundo y lo peor que había probado, pues había un matiz desagradable evidentemente provocado por su existencia al principio, uno que se reducía hasta que resultaba muy fácil ignorarlo y ceder a la sed de sangre con la que estaba alimentándome de su herida abierta.

Si seguía por aquel camino, teniendo en cuenta la debilidad que ella estaba mostrando con cada vez mayor claridad, la mataría, así que por eso me detuve. Me costó un esfuerzo increíble abandonar la fuente de sangre que continuaba manando para mí, como incitándome a que me alimentara hasta que estuviera exhausto y ella seca cual pasa, pero lo hice y me incorporé con la cara totalmente manchada de sangre y expresión lobuna que me hacía parecer una de esas infames criaturas que se habían atrevido a decir que eran rivales a los vampiros, en igual nivel de comparación... Aunque, obviamente, yo resultaba mucho más fiero con aquel brillo demente y animal en mi mirada que aquellos sarnosos chuchos.

Tengo toda la eternidad para sacarte el secreto, no importa que te lo lleves a la tumba porque no hay hueco donde lo puedas guardar que no haya pasado antes por mi cabeza que por la tuya. – añadí, con voz ronca y llevando una mano a su frente, que golpeé con los dedos con una suavidad que resultaba incluso patética en aquel momento. – Llegas tarde para convertirte en una enemiga digna de temerme... Eres sólo un juguete, una muñeca de sangre que se cree demasiado y no conoce su lugar. – murmuré, con una media sonrisa tras la que la inmovilicé, tarea fácil por su debilidad creciente y tan poco satisfactoria como quitarle un caramelo a un niño.

Estábamos cerca, tan sumamente cerca que ella podía olerse en mi piel porque no había distancia que se lo impidiera o que corrompiera el olor que exhibía como la pintura de guerra que representaba mi victoria en aquel enfrentamiento que manteníamos, para enorme honor de ella, que nunca había tenido a alguien tan sumamente importante como enemigo como yo, que a fin de cuentas no podía ser más perfecto porque mi propia perfección requeriría una nueva palabra a medida para reflejarla. Fue esa cercanía lo que me hizo reducir aún más el inexistente espacio y, por fin, beber la sangre de una nueva fuente: su boca.

Aquel beso no se parecía en nada a los que cualquiera acostumbraba a dar. Normalmente no se muerde la lengua del otro y se succiona la sangre que sale de ella; normalmente, tampoco se busca hacer heridas que son casi auténticas dentelladas dirigidas a rasgar la carne y que la sustancia carmesí se liberara de sus almacenes, pero así era como lo estaba haciendo yo y como lo hice hasta que me di por saciado, después de unos largos segundos, al menos para mí, porque me había esforzado en beber de ella lo más posible. Me relamí con fruición y sonreí al mirarla, de nuevo, tan sumamente frágil bajo mi imponente figura que casi resultaba exagerado.

¿Eres consciente, Erianthe, de que yo cuando juego nunca pierdo...? Y menos con alguien tan poco inteligente como lo eres tú, que me acusas de subestimarte cuando tú haces lo propio conmigo, y eso va a ser tu fin. ¿Quieres jugar? Juguemos, pero con mis reglas... Y más vale que te atengas a ellas, porque tu castigo será el premio final y la misma diversión que se supone que toda actividad lúdica genera en quienes participan de ella. Bienvenida al infierno. – espeté, y volví a sonreír, con una mueca llena de dientes que resultaba tan demoníaca como se suponía que tenía que serlo para convertirse en algo acorde con mis palabras, más reales que cualquier amenaza que le hubieran dicho nunca, ya que yo pensaba cumplirla.
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Mensaje por Erianthe Keres Vie Feb 08, 2013 2:03 am

Erianthe nunca se creyó una "no-viva", nunca creyó que la vitalidad o el alma se hubiera esfumado de su interior. No precisamente por ser un recipiente de sangre, aquello salía sobrando, en realidad creía en su "vida" por aquello que imponía, porque había ganado riquezas, respeto, poder, por que era una vampiresa bella, única, y majestuosa. Ella sabía que estaba viva mucho más que la humanidad, porque tenía la inteligencia, la resistencia, porque mientras avanzaba las miradas se dirigían a ella. Para ella la vida no tenia nada que ver con los humanos, con los inservibles humanos, para ella la vida era para la eternidad del estado de los vampiros. Lo que él no entendía, o que al menos parecía no tomar importancia, es que a ella no le parecían humillante las heridas, ni siquiera los golpes que pudiera o no darle, de hecho cada uno de ellos le parecían cada vez más interesantes y enriquecedores. La llenaba de emoción, algo que hace mucho tiempo no experimentada, porque la eternidad se había vuelto ligeramente monótona. Por que la sangre que corría por su cuerpo no servía. A ella poco le importaba si vivía por siempre, ya había hecho lo suficiente, aunque no lo necesario. No es que se diera por vencida, pero no estaba dispuesta a sufrir o implorar por su vida, mucho menos a él. ¿Quién se creía él? No era nada, no era nadie, nunca lo sería, al menos no para ella.

Ciro era la representación en la tierra de los dioses. La belleza del vampiro era suprema, incluso no se podía comparar con la de otros de su misma especie, y es que no estaba exagerando, reconocer aquel detalle de su enemigo era demasiado, pero ella no podía ser una mentirosa, la mentira era demasiado absurda para ella. ¿Qué ganaba mintiendo? Nada perdía, nada ganaba, la verdad era solo eso, la realidad que aún no ha sido distorsionada con la malicia de todas las criaturas. Sus orbes se habrían de distintas maneras, en forma de sorpresa por la atracción que sus movimientos tenían sobre ella. A veces achicaba los mismos para prestar atención a algunos detalles que ejercía a la hora de mover las facciones de su rostro. Vigilarlo de lejos había sido un placer, uno que al mismo tiempo se volvía su tormento. Por otro lado, tenerlo así de cerca era mucho mejor que cualquier otra cosa. El tiempo de entrenamiento había valido la pena. El tiempo de vigilia también, aunque claramente la estaba dejando desventaja, en realidad aquello la deba la ventaja, quien ataca primero, es quien muestra incluso su debilidad. Erianthe necesitaba eso, que la subestimara de tal manera que se creyera victorioso, y por lo visto, lo estaba logrando, la sonrisa no se apartaba de su rostro.

El cuerpo no le dolía, no, pero le era extraño sentir la debilidad de cada uno de sus músculos. Sentía la sangre escurrir por cada costado de su cuerpo, deslizarse hasta las caderas y caer en forma de gotas hasta la tierra. Incluso podía escuchar repique de las gotas al chocar. Todo aquello gracias a sus nuevas habilidades, a esas que poseyó cuando la convirtieron. Erianthe estaba fascinada por todo aquello que estaba experimentando en ese momento. Sentir las piedras intentar perforar su espalda, sentir también la forma en que la tocaba, cualquier roce maldito que él le proporcionaba le resultaba intrigante, emocionante, y lleno de deseo. ¿Para que mentir? La situación la excitaba, porque experimentar todo eso, desde punzadas de dolor, hasta la tranquilidad de forma en que se desangraba, todo le parecía demasiado llamativo, algo que aunque le costara su eternidad, lo haría sólo por el simple hecho de molestarle, de pasar tiempo con él, de experimentar todo aquello que no recordaba en años. ¿Hace cuanto no le hacía una herida? ¿Hace cuánto tiempo no la dominaban de esa manera? Incluso pensar en los años sería una burla, porque quizás desde sus primeros años cómo vampiresa no estaba con aquella sed, necesitad, y esa debilidad que no le venía nada mal.

Le era sumamente imperdonable escuchar palabras sin sentido, cuando el mismo se quejaba de la misma acción. Siempre queriendo dejar en claro lo supremo que era ¿acaso le era necesario? Era cómo defender su hombría frente a quienes no sienten interés alguno de saber si es cierto o no que la poseen. Le parecía demasiado patética su explicación, absurda, gastar saliva a lo tonto. ¿Quién era el tonto entonces? En realidad ninguno, porque incluso las palabras más absurdas y vacías son las que te dan más información de donde poder vencer al enemigo. Al claro enemigo que estaba frente a ella. ¿Sobre ella? Como fuera, pero ahí estaba. Información viene, información va. Si ella sale con vida de ese encuentro, estaría cien por ciento segura que él la tomaría un poco más en serio, se daría cuenta que no es una simple enemiga, o una vampiresa más a la cual desechar. Uno de los problemas más grandes de esa noche, es que, aunque quisiera arrancarle la cabeza, la vampiresa no tenía ganas de probarle nada, al menos no a él. Simplemente estaba disfrutando el momento, por más "humillara" que se encontrara, lo estaba gozando. Aquello sin duda, pasaría a la historia.

- Yo lo sé… Sé que no te importaría demasiado matarme o no… Pero para tú sorpresa, tengo todo preparado… Si yo no vuelvo a casa antes del amanecer… Nunca más volverás a ver tu preciada espada, no al menos de la forma en que la conocías ¿Cuántas veces lo repite? ¿Crees que podrás llegar a ella antes del amanecer? Eso estaría por verse, si de verdad tuvieras tantas influencias, y fueras tan omnipresente como te consideras, no estarías perdiendo el tiempo conmigo, y ya la tendrías entre tú poder… - Su cabeza apenas y pudo moverse. Era extraño si, pero pudo sentir un mareo ¿acaso era la perdida de sangre? Cerró con fuerza los ojos, intentando ver un poco con más claridad, ignorando aquel gesto tan inútil, intentando entender que pasaba ¿acaso aquella confusión, mareo, o nublado de la vista era ocasionado por Ciro? No, eso no podría ser posible, había conocido muchos vampiros, sabía que se podía perturbar los recuerdos, las visiones, pero jamás había escuchado, visto, o experimentado, esa clase de sensaciones infringidas por alguna otra criatura. Ciro seguía siendo un vampiro más, pero a diferencia del resto, con una prelación infinita, que estaba segura, incluso siendo humano, podría haber matado a un par de esa raza a la que ahora pertenecían.

Arqueó ligeramente la espalda al sentir al vampiro adentrarse en su cuerpo. No salió un quejido, por el contrario, un gemido profundo se hizo presente. Sus dedos se clavaron con fuerza entre la tierra, la vampiresa pudo sentir sus huesos de los dedos quebrarse poco a poco. Ella gimió con fuerza, pero está vez también se quejó. A cada momento sus espalda se arqueaba de tal manera que alzaba el cuerpo incluso del vampiro. ¿Por qué hacía eso? ¿Qué deseaba probar? Cuando se separó, alcanzó a estirar una de sus manos, limpió parte de su rostro, se llevó el dedo a la boca, y saboreó su propia sangre. Nunca antes lo había hecho, no por falta de ganas, simplemente no veía necesario aquel detalle teniendo siempre sangre disponible, teniendo siempre con quien poder saciar su sed, pero el momento más que desagradable, le parecía erótico, llamativo, único, y no pasaría desapercibida la ocasión, haría lo que fuera esa noche, incluso se portaría como una verdadera zorra, todo con tal de disfrutar, la eternidad sólo podría tratarse de eso. Disfrutar.

- Uhmm… - Se quejó cuando los colmillos del vampiro atravesaron su lengua, pero no se movió, se mantuvo ahí, tranquila, serena, llena de dolor, pero sin aún doblegarse. Lo dejó hacer, lo escuchó, se encogió de hombros, y después se relamió los labios. Incluso con la perdida de sangre, su cuerpo ya se estaba regenerando. Los vampiros son así, y más los veteranos. La vampiresa movió sus piernas, aquello cómo un acto lleno de erotismo. Pasó sus muslos por los costados de Ciro, los tentó, y después con mucha fuerza presionó los costados. Lo tendría inmovilizado quizás una pizca de segundo, lo suficiente para que ella pudiera mover sus manos, y llevarlas hasta su cuello, clavando las uñas en aquella zona, haciendo un desgarre, no necesitaba demasiada fuerza para eso, en realidad sus uñas tenían tanto filo que podrían cortar, y destrozar cualquier tipo de textura, sus dedos, algunos que se habían roto, le causaban molestias en la acción, pero eso no importaba. La sangre de la garganta de Ciro cayó sobre el rostro de la vampiresa, incluso algunas gotas entrar en sus ojos mostrándole el escenario en otros tintes. Abrió se impulsó un poco, abrigo la boca, para luego dejar salir la lengua y acariciar las heridas con la misma.

- Quiero jugar - Ronroneó sobre su cuello, de forma completamente sugerente. - ¿No es gracioso? Más que una batalla, esto parece un encuentro carnal, al menos, para los de nuestra raza… Pareces delicioso, Ciro… - Bajó una de sus manos por el cuerpo masculino, está vez rasgando la tela que cubría su pecho, sus uñas siempre eran como cuchillas que siempre la ayudaban con algunos detalles, cómo esos, claro. El cuerpo bien formado, perfectamente definido de Pausanias se hizo presente y ella, sin embargo, siguió bajando la mano - No, no te muevas, quiero conocer todo el terreno… Quisiera conocer parte de tu hombría - Le dijo entre jadeos ligeros, entre aquel cuerpo temblando. Así llegó hasta aquella zona, acariciando de forma superficial el miembro - No, no me gusta perder el tiempo, si me vas a matar, algo tengo que llevarme al infierno… Quizás muchas de las que has mandado a ese lugar, me recibirán con aplausos si te dejo sin… - Apretó aquella zona con fuerza, esa que podría despertar en un arrebato de dolor, o de deseo.

- ¿Qué hago? ¿Te ruego por un poco de placer? ¿O te obligo a que me lo des? Ya lo sabes… tengo un objeto preciado para ti bajo mi poder… ¿Qué deseas perder? Yo no tengo nada que perder, Ciro, se me ocurre una cosa - La mano que permanecía en el garganta, se volvía a clavar, creando nuevas heridas. Unas más profundas, incluso pudo tocar parte de los huesos. - ¿Por qué no jugar un poco de diferente manera? No me vienen los enemigos convencionales… - Se le ofreció, porque no importaba mucho, porque quizás en medio de la noche metería la mano dentro de sus órganos, y los saborearía de la misma manera en que él había disfrutando de ella. Sus manos se movieron, y ahora sus dedos se clavaron en los hombros del vampiro, con sus piernas clavadas en los costados, con la emoción del momento, se impulsó, está vez quedó encima de él. - ¿Jugamos, Pausanias? - Movió con fuerza su cadera contra aquella zona - ¿O simplemente luchamos? Él amanecer está cerca, será demasiado interesante disfrutar a donde podemos llegar - Pero el silencio se hacía presente, ella comenzó a exasperarse, de tal manera que su mano izquierda se zafó del agarre, pero no se detuvo ahí, no iba a ser cariñosa, ni tolerante, no con él. Dio un golpe demasiado fuerte en el hombro, escuchando el sonido de los huesos crujir, el golpe había sido tan fuerte, que el eco en aquella zona del bosque se hizo presente.

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Mensaje por Invitado Dom Feb 10, 2013 12:32 pm

Su desafío había terminado por convertirse en una batalla como esas de nuestros tiempos que determinaban si alguien era valioso y tenía honra o si, por el contrario, era un perdedor que no servía para nada, ni siquiera para que se barriera con él el suelo que los auténticos dioses, como lo era yo, pisábamos con cada uno de nuestros pasos hacia la victoria que terminaría por colocarnos en nuestro Olimpo particular, a la altura de nuestros iguales y no de unos subordinados que se creían por encima de sus posibilidades.

El conflicto era lo que ella quería, reivindicar su victoria sobre mí a la antigua, no de la manera en que la gente de la época en la que vivíamos lo hacía, porque ¿qué mérito tiene recurrir a estratagemas para ganar conflictos que en otros tiempos se ganaban mediante la demostración de quién es mejor? Por eso ganaba yo las batallas, por eso mi nombre era el de un general victorioso que había llevado a la gloria a mi polis, y por eso ella ansiaba enfrentarse a mí en supuesta igualdad de condiciones, pensamiento que me hacía reír en mi fuero interno por lo erróneo que era y lo fuera de lugar que estaba.

Pero era precisamente eso lo que la convertía en una rival a tener en cuenta, su ansia por poner en práctica formas de guerra ya olvidadas que implicaban la total destrucción de los enemigos hasta que sólo quedara uno en pie en batallas que finalmente pasarían a formar parte de los libros de historia, ya que nadie en su sano juicio lo haría... por desconocimiento de lo antiguo, más que nada. Ella lo había aprendido de la muerte de su familia a mis manos; yo de mi experiencia empírica y de las heridas que había recibido luchando por mi polis, así que era evidente quién tenía las de ganar, como en cualquier otra situación, pero el desafío en sí me divertía... Me hacía recordar a Pausanias, como a ella le divertía llamarme, y no tanto a Ciro, como yo solía denominarme.

Y, como guerra que se preciara, tal como dice exactamente la creencia popular, no iba a ser bonita, ni tampoco íbamos a jugar limpio ninguno de los dos si lo que deseábamos era alzarnos con la corona de los vencedores. No conoceríamos límites, eso lo sabía muy bien, pero cometí un leve error de pronóstico que hizo que ella lo aprovechara, como una serpiente que está al acecho del más mínimo flaqueo para poder proceder a ahogar a su víctima. Yo no contaba con que ella fuera a aprovecharse de la obvia atracción que ejercía sobre mí, y eso fue precisamente lo que hizo.

La atracción y la repulsión son dos fuerzas opuestas que van de la mano, y que en muchos casos no pueden existir la una sin la otra. Lo prohibido es lo que más atrae, incluso para aquellos que, como yo, entendemos prohibido como una invitación a degustar lo que se esconde tras el término; lo que repele y provoca asco, a su vez, disfraza de un mero interés táctico la atracción que viene implícita en ello, y para mí Erianthe era todo eso y mucho más.

Podría, en realidad, pasarme la eternidad enumerando los motivos por los que provocaba una y otra reacción en mí, pero dado que eso sería perderla por centrar mi interés en alguien que no soy yo, obviaré hacerlo para centrarme en el hecho en sí: ella me atraía, de una manera que había intentado pasar desapercibida a través de focalizar mi atención en la parte más desagradable que me provocaba, el odio, pero si ella ponía de su parte para que me centrara en la atracción me podía pillar por sorpresa en un error, uno que no volvería a cometer, y tenerme momentáneamente a su merced.

Así pues, lo que había comenzado por mi parte como un juego para determinar que era yo quien tenía el control se dio la vuelta en el momento que ella eligió para contraatacar, primero con sus gemidos, después con el sabor de su sangre que aún me ardía en la garganta y, finalmente, con sus movimientos sensuales, como si estuviéramos en otra situación diferente a la de enfrentamiento por una espada, algo que parecía haber pasado a un tercer o cuarto plano a aquellas alturas. Maldije para mis adentros, otra muestra de lo mucho que me afectaba la zorra de Erianthe, pero no dejé que pasara a mi mirada nada de lo que figuraba en mi mundo interno como conflictivo y relacionado con ella; a sus ojos, sólo habría serenidad... en teoría.

Curioso... Te molesta que haya habido muchas que hayan comprobado en sus carnes que, efectivamente, soy lo mejor que han podido probar. Digas lo que digas, hagas lo que hagas, tu cuerpo habla por ti, y sé leer en tu mirada mejor que si pudiera adentrarme en tu mente, así que es inútil que lo niegues... ¿Es por eso que tienes ese afán por la territorialidad? – comenté, burlón, y con una sonrisa divertida en el rostro que iba a juego exactamente con mi mirada, si bien en esta había un matiz de peligrosidad constante en mí que no debería perder de vista si quería sobrevivir o si era lo suficientemente inteligente para mantener mi desafío.

Estaba dejando que me hiriera a propósito, no porque sus atributos físicos me cegaran lo suficiente para no prever sus envites sino más bien para que se confiara. Había un precario equilibrio en esa línea de acción que debía encargarme de mantener si quería que la jugada redundara en mi favor, y el secreto estaba en darle lo suficiente para que creyera que tenía el control pero no dejar, al mismo tiempo, que me hiriera demasiado. Todo estaba en conocer mi límite, y yo lo hacía, porque estaba este tan lejos de lo que estaría en cualquier otro que era inevitable hacerlo, así que podía alargar la conversación un poco más y que eso me permitiera revertir la situación para que fuera ella misma quien cavara su tumba, pese a mis huesos rotos y mi cuello herido.

Matarte aquí y ahora sería tan sencillo, Keres... No le daría sentido a la eternidad que te has pasado buscándome, yendo tras mis pasos y siguiendo cada una de mis huellas para poder trazar el camino que te ha llevado a encontrarte conmigo. Los dos sabemos que quieres alargar esto todo lo que puedas, que lo tuyo es el juego y no la muerte segura, y yo admito que las llamas del Infierno en el que al parecer crees que vas a terminar te sentarían mucho mejor si antes has sufrido, así que por mi parte prefiero jugar... Y esa, no nos engañemos, es la única opinión que sirve. – añadí, encogiéndome de hombros y, con el brazo sano, recogiendo las gotas de sangre de su rostro, en el que aún quedaban restos de su líquido carmesí, para llevármelas a la boca, en parte para probarla de nuevo y en parte porque aquello, por minúsculo que fuera en cuanto a su cantidad, serviría para acelerar la lenta curación de mi cuerpo milenario.

Sin embargo, aquello no fue suficiente, no cuando apenas había podido probar un par de gotas que me habían abierto más el apetito que un banquete completo con un humano, algo normal cuando la sangre en cuestión era la de un inmortal y concretamente la de alguien tan antigua como lo era yo. Si pudiera hacerlo, mi estómago rugiría y clamaría por más sangre de aquella tan deliciosa y a un tiempo repulsiva que ella portaba, pero como podía hacerlo yo mismo, eso fue lo que hice, relamiéndome visiblemente para eliminar de mis labios todo resto de sangre que pudiera quedar en ellos.

Pero ¿qué es de un juego si no hay sangre de por medio? – musité, contra su cuello, y comencé a morderlo, con dentelladas fuertes que abrían pequeñas heridas en su piel, de las que la sangre caía en hilos que, como afluentes, se juntaban hasta terminar en un río mayor, cuyo cauce se extendía por su piel y por su escote, adentrándose en aquel mundo que su ropa cubría, pero no por mucho tiempo. ¿Quería probar la provocación? Bueno, pues había elegido al maestro de aquel arte.

Con deliberada lentitud, fui recorriendo con la lengua la sangre que se acumulaba en su piel marfileña y dibujaba líneas rojas que llamaban profundamente la atención hasta que yo me encargaba de eliminarlas. Con cada gota que entraba en mi organismo, mis huesos iban soldándose muy poco a poco, y mi sed aumentaba a pasos agigantados, por lo que el ritmo con el que lamía la sangre que yo mismo había provocado que se aireara aumentaba, hasta tal punto que cuando llegué a la zona de su cuerpo tapada por la ropa la rasgué más para dejar a la vista el resto del camino que para mostrar sus atributos. De hecho, en sus pechos sólo me fijé cuando me aparté, con la boca ensangrentada y una sonrisa perversa grabada a fuego en el rostro.

Los he visto mejores, pero también peores. ¿Cómo sienta estar en la media y ser totalmente vulgar...? – provoqué, y abrí una nueva herida en su cuello para que el flujo de sangre continuara y se sumara a los restos que, aquí y allí, coloreaban su tez blanca como la leche, al menos donde yo no había dejado muestras de mi presencia. Con una mano, la que pertenecía al brazo que seguía entero, hurgué en uno de sus mordiscos hasta que mis dedos quedaron totalmente teñidos de carmín. Entonces, como si fuera un niño, comencé a dibujar formas en sus pechos, que iba lamiendo a medida que la sangre goteaba y trataba de escurrirse hacia el suelo, con lo cual se perdería.

La mezcla de sus dos sabores fue explosiva, por decir alguna palabra. En un momento dado, me descubrí saboreando sus pezones aunque ni siquiera hubiera sangre de por medio, y en otro ya no estaba en la posición de probar su cuerpo como si ella dependiera de mí, sino que estaba aprisionando su cuello con mi mano, como ahorcándola, al tiempo que le robaba un beso apasionado en el que únicamente había deseo y pasión, y ni un solo pensamiento respecto a lo que eso significaba... porque prefería no pensar en la derrota de nuestra batalla particular que implicaba haberme abandonado por completo a mis instintos por culpa de una enemiga superior a los que tenía por costumbre encarar.
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Mensaje por Erianthe Keres Lun Feb 18, 2013 2:35 pm

A lo largo de su eternidad, la castaña había podido degustar todo tipo de sangre, desde la más asquerosa, hasta aquel liquido que le había hecho perder la razón, había aprendido a diferenciar todas las texturas que existían al rededor del mundo, reconocer por el olor proveniente de la sangre fluir en cualquier criatura, su procedencia, ella se había vuelto una maestra en la materia, porque durante el tiempo que estuvo al acecho de Ciro, no había más que entretenerse aprendiendo de eso, aunque claro, sonara patético, cuando aprendes a gozar de la eternidad, cuando le sacas provecho como un verdadero tragón a tu nuevo estado, conocer el mundo en un dos por tres. Nada, nadie, ningún tipo de liquido carmesí se comparaba con ese que provenía de la figura masculina. Era un verdadero manjar, sus ojos centellaban con una especie de brillo cegador a causa del placer que por dentro experimentaba al ingerir aquel liquido. Ella estaba perdiendo totalmente la cabeza por aquel alimento, no podía permitirse doblegarse sólo por aquellos jugos tan placenteros. Siempre supo la clase de guerrero con el que se enfrentaba, pero caer de esa manera era muy humillante, debía aprender a controlar eso, quizás no en ese encuentro, en el futuro lo intentaría, si es que podía.

Existía una especie de demencia que no se puede pronosticar por médicos o curanderos, esa que no se puede tratar en las paredes de un sanatorio mental, la señora venganza sólo la conocía quien la quería llevar acabo, y muy pocos eran los que la saludaban por error y por complacencia de la portante. Ella se descubrió en un estado de demencia provocada por el tiempo que llevaba en existencia, y también por lo que él estaba causando en ese momento. Se percató, que la reacción, la atracción que su enemigo ejercía en ella era mucha, y que ahora deseaba marcarlo cómo suyo. ¿Acaso no era irónico aquello? Quizás, pero ella era así, demasiado territorial, demasiado egoísta para compartir lo que ahora era un diamante en bruto. Aunque supiera que lo quería para ella, jamás lo diría, nunca lo aceptaría, porque ya le era demasiado incluso pensarlo. Probablemente podría simplemente disfrutar del magnetismo ejercido entre ambos, por su parte ignoraría un poco el tema de la venganza y la espada, podría alargarla para unas noches más, las que le fueran de su conveniencia. Debería incluso en ocasiones, volverse sumisa para él. ¿No sería divertido?

¿No era acaso una verdadera locura? Los vampiros con tanto tiempo nunca muestran que se van a doblegar, mucho menos se vuelven sumisos, las mujeres adoptan un carácter de superioridad, con esos aires de grandeza que nadie puede con ellas, incluso se vuelven insoportables, pero dentro de la mente desequilibrada de ella, existe la posibilidad, volverse esa perra en celo digna de una buena lucha de placer con Ciro. Esa noche podría ella dominarlo, pero más a delante ella hacerlo con él, no lo sabía, pero el simplemente pensarlo le abría las ganas insoportables de experimentar un poco más. ¿Qué habría de malo con eso? no es cómo si fuera a humillarse por algo así si era su consentimiento, sería un poco de placer regalado, consentimiento mutuo, movimientos perfectos que sólo con él se sentía capaz de tener. La simple idea, el pensarlo, el plantearlo en su cabeza, ya era simplemente absurdo y obsceno, más al saberse que él no pediría cosas simples, fáciles, o suaves. Tampoco aquello lo diría, pero eso si, quizás le vendría bien mostrarle algunos signos para que él se diera cuenta de sus deseos, en futuros encuentros.

- Me ha servido tú sangre, ahora mi cuerpo está como antes, o incluso mejor - Es bien sabido, que además de regenerarse, la sangre de vampiro ayuda con la fuerza, por las siguientes horas, al menos hasta el amanecer, ambos poseerían más de lo que ya eran. La gran ventaja de pertenecerse el uno al otro en ese momento, era que podrían jugar sin reprimir la fuerza, porque no se encontraban frente a un humano, ni a cualquier vampiro inexperto. No se dio cuenta el momento en el que él ya la tenía bajo su cuerpo. Aquello la hizo sonreír - Tengo ganas de jugar con tú cuerpo, Ciro, me parece tentador… - Se mordió los labios con fuerza, incluso el inferior recibió un pequeño corte por el filo del colmillo. Brotó apenas un poco de sangre. - ¿Siempre te gusta sentirte con el poder? ¿Por eso me tienes bajo tú cuerpo? Te sorprendería lo que puedo hacer al estar sobre ti - Terminó por decir de manera sugerente, la vista que ambos llegaban a ofrecerse de sus cuerpos o zonas de sus cuerpos bañadas en sangre, era incluso más erótica que cualquier simple copulación. La noche entre ellos apenas comenzaba, y la mañana estaba por salir.

- Me has descubierto, no me gusta saber con cuantas pudiste haberte revolcado, aunque tiene grandes ventajas, primero piensa y recuerda a todas esas humanas ¿no te dio asco meterte con un ser inferior? - Le sonrió de forma mordaz, con esa pizca de burla en su rostro - Ahora recuerda a todas las vampiresas con las que estuviste, si, quizás te llevan al placer, y a la pasión, pero después de probarme a mi, estoy segura que nadie sabrá llenar el vacío que experimentarás en nuestra separación, nadie podrá hacerte deseas un cuerpo con locura como él mío, con nadie experimentarás el placer supremo ¿Sabes por qué? - Movió suavemente su cadera, está vez su cuerpo se subió un poco, y el miembro del vampiro había quedado acunado en la forma de la intimidad femenina. - Por que de dónde procedemos, de dónde ambos venimos, se sabe que no hay nada más exquisito y digno que nuestra propia sangre, nuestra piel… ¿Quieres negarte a eso? Hazlo, pero dentro de ti estará la verdad. - Guardó silencio, pero su mirada jamás se apartó de la ajena.

Pero aunque estuviera convencida de lo que decía, si Ciro era lo suficientemente inteligente o astuto que ella creía (que estaba segura así era), se daría cuenta que sus palabras no sólo iban dirigidas a él, sino a ella misma. Era el riesgo que estaba tomando por aquel acto, si su obsesión por la venganza era solido, firme y claro, el tener su cuerpo bajo o sobre el suyo, el tener su miembro dentro de su cuerpo, terminaría por ser otra nueva obsesión, otro nuevo placer culpable. Por lo pronto no se angustiaría en pensar en aquello. Simplemente en dejarse guiar. Sonrió de forma triunfal al sentir la boca masculina hacer de las suyas en su pecho, las mordidas que causaba en su cuello simplemente le provocaban más. Ambos necesitaban de eso más que de un simple combate. Por su parte, Erianthe había tenido demasiados amantes, pero ninguno le estaba emocionando tanto cómo el doblegarlo a él a base de sus encantos. Ella también estaba de manos atadas, pero ese no era el día para aceptar todo, sino para imponerse ante aquello.

- Mejores o peores, parece que tienes una fijación muy grande por él… Te estás deleitando con mi pezón, Ciro… ¿qué se siente perderse en la mediocridad? - Se burlo, pero le dejó hacer. Ella había dejado ya que él hiciera demasiado con sus prendas. La vampiresa llevo sus uñas a su espalda, desgarró las prendas que poseía, pocas en realidad, y las dejó caer a un lado, con sus dedos hizo añicos la tela, y poco a poco fue a rasgar sus pantalones, aunque dejó que la prenda aún cubriera aquello tan prohibido y deseado. Erianthe pasó las uñas por el pecho ajeno, no ejerció mucha presión, sólo era simple estimulación, sus manos viajaban entre ambas figuras, cuando se encontró en el lugar correcto, una de sus manos se coló a la espalda baja del hombre, la otra se coló entre las prendas bajas, incluso tocó el miembro encarcelado por la tela. - Parece que alguien está tan inquieto como yo… - Se empezó a reír, de forma descarada, abrazándole con los dedos la punta de aquel falo.

- ¿Que dices, Pausanias? ¿A qué quieres jugar? Si me complaces incluso puedo ser tu zorra y hacer lo que me pidas? - Jugó un poco con las palabras, a ella no le daba problema que la llamaran de manera despectiva, al contrario, palabras eran simples componentes de sílabas que tenían la importancia de quien quisiera darle. Para ella mencionar algo podía ser sinónimo de provocación. Lo que sale de tu boca es la acción que puede llevarte al resultado deseado, o incluso al más temido, todo depende de como se muevan los hilos a tu favor, y que tan bien las criaturas muevan las cartas a su favor. Se movió, se ayudó de nuevo con sus piernas para poder girar el cuerpo masculino. su mano seguía ahora ejerciendo una molesta presión en el miembro erecto del vampiro. Lo soltó y colocó sus manos a cada lado - ¿Lo meto por ti? - Dibujó una sonrisa de suficiencia, cargada de retos. De deseos. Se sentó de forma correcta, observándolo desde arriba, le dejó ver la perfección de su piel, de su cuerpo.

- ¿Te la chupo para convencerte? ¿Cómo quieres que empiece? No creo que te quieras hacer el digno, incluso en la cama podría terminar contigo… - Le guiñó un ojo con absoluta diversión. - ¿Quieres que te ruegue como gata en celo? También podría hacerlo, te ronroneó y rasguño, sólo pídelo - Si, ella había notado el punto débil de Ciro, la atracción que ambos sentían por el otro podría ser un arma de doble filo que, de ser jugada de forma correcta. Si ella lo hacía de forma correcta, la lucha entre ambos no serían simples superficialidades baratas, sino una guerra que podría terminar derramando sangre con cuerpos desmembrados, o de sangre delineando la figura labrada por dioses de cada uno. Era cuestión de ver, dejarse llevar y conocer.


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Mensaje por Invitado Mar Feb 26, 2013 8:36 am

La batalla que teníamos entre manos no implicaba escudos y espadas, como sí nos habían obligado a utilizar las circunstancias de mi ¿humanidad? Bueno, al menos mortalidad, porque nunca me había caracterizado por las mismas cosas que hacen a los humanos tales, por suerte para mí, ya que de lo contrario habría sido preso de una mediocridad tal que no tendría motivos para enorgullecerme por ser Ciro, y no cualquier otro vampiro mediocre, que le daba toda la vergüenza a la raza a la que pertenecía que valor le daba mi propia existencia.

Pese a que las cosas hubieran cambiado desde que había sido entrenado por primera vez para la batalla y que, en aquellas circunstancias, Erianthe estuviera valiéndose de sus propias armas y no de las habituales, yo terminaría ganando, por el sencillo motivo de que había sido criado para eso. Por muy sucio que jugara, algo normal teniendo en cuenta que está en la naturaleza de los atenienses ser ruin y ella era la más ateniense de todos, yo tendría la victoria, eso por descontado, ya que jamás dejaría que alguien de su polis me venciera, antes muerto que permitirlo.

Había una razón por la que, de entre todos los vampiros que veníamos de la época clásica y habíamos pasado con más gloria que pena o viceversa, pero nunca de manera no percibida, hubiera más de mi Esparta natal que de su Atenas natal, y no es necesario estar muy versado en la cultura de los dos lugares para averiguarlo; simplemente hacía falta mirarnos a mí y a ella para ver que, en fin, no había color, y la sola comparación resultaba odiosa para mí porque significaba bajarme al nivel de ella, que no sólo había confundido en vida la libertad con el libertinaje que sólo yo tenía el derecho de profesar, sino que encima osaba desafiarme... ¡a mí!

Para eso, se estaba valiendo de su cuerpo, me permitía que la atacara y que me confiara (o, al menos, pretendía que lo hiciera) para después tomar ella la revancha, de tal manera que el combate era sucio y nos acercaba demasiado, más de lo que permitían nuestras naturales diferencias de nivel, por las que (evidentemente) yo era superior y ella estaba hecha para servirme, ya fuera como satisfacción de algún capricho carnal, para lo que no estaba tan mal siempre que consiguiera ignorar el olor a ateniense, o simplemente como objeto de tormento eterno... y las dos ideas sonaban tan bien como sólo podía hacerlo algo que había salido de mi cabeza.

Que hablara, que se burlara todo lo que quisiera. Yo controlaba mi cuerpo mucho mejor que ella el suyo, era yo, Ciro, y no Erianthe quien ponía los límites, y ella estaba simplemente tratando de intentar que yo cayera, como si fuera posible... Ese ego injustificado sólo podía ser propio de alguien con su origen, y lograba enfadarme tanto como lo había hecho su familia, a la que me había quitado de en medio en cuanto había tenido la oportunidad con una facilidad que ella estaba contrarrestando con su testarudez. Mejor, porque si hubiera sido tan sencillo matarla habría perdido absolutamente todo el interés hacerlo, y no sólo eso sino, también, nuestro juego.

Por desgracia para ella, yo nunca perdía, y era siempre yo quien ponía las normas, así que había ido a desafiar al jugador equivocado, pues contra mi experiencia muy poco podía realmente hacer, aunque fuera a dejar que se confiara... Sí, esas eran exactamente mis intenciones, cederle terreno, fingir que luchaba por aferrarme a las posiciones que había ganado para que luego, cuando menos se lo esperara, viniera la emboscada que la derrotaría de una vez por todas. Ah, que ganas tenía de seguir la partida...

Dudo mucho que necesites que sea yo quien te diga cómo chuparla, Erianthe, se te ve en la cara que has practicado tantas veces, preparándote para este momento, que te mueres por empezar... – repliqué, con sorna, y mirando alternativamente a su cuerpo herido, del que salía la apetecible sangre que ayudaba junto a su visión a abrirme toda clase de apetitos, y a mi miembro, excitado por la visión y por sus movimientos, que no habían llegado a culminarse pese a todo.

No debía extrañarme, y por eso no lo hacía, que en vez de directamente seguir los deseos más profundos de su ser (vamos, los que despertaba en todo ser que posara la vista en mí, daba igual su sexo o su género) me hubiera ofrecido antes las posibilidades. Al fin y al cabo era ateniense, estaba en su naturaleza lo de pensar antes de actuar, no como en la mía que era justo al contrario, asegurándome de que todo lo que hiciera fuera lo correcto precisamente porque lo hacía yo, que era a quien mis acciones favorecían, así que ese contraste entre la acción y la reflexión era tan propio de nosotros como la histórica enemistad que nos repelía y se unía a lo que nos atraía, que eran nuestros cuerpos respectivos.

No era ningún secreto, tampoco, que ella me atraía, tanto por su carne como por su sangre, pero lo que no me gustaba tanto admitir era que Erianthe controlaba su cuerpo de una manera superior a como lo hacía una vampiresa normal, más joven de lo que era ella y por tanto menos experta. No había perdido el tiempo durante su eternidad, eso saltaba a la vista, y la sola idea de saber que lo había hecho por mí, junto a la certeza de que había soñado conmigo en sus momentos más solitarios, me hizo sonreír y, como solía ser habitual, sin pensar, cogerla de los muslos con la ligereza de una pluma y hacer que, de un solo movimiento, me encontrara en su interior.

La descripción fue indescriptible, y eso que yo mismo era un experto en sexo con vampiresas y humanas y tenía muchas cosas con las que compararlo. Su estrechez, considerable pese a su humedad, estaba diseñada perfectamente para que el rozamiento entre sus paredes y mi miembro fuera demencial, y únicamente mi autocontrol, ese que solía brillar por su ausencia pero del que a veces hacía gala, fue lo que me garantizó no varias mi expresión ni un ápice aún después del movimiento.

Si ni siquiera has sido capaz de hacer esto, dudo mucho que lo que tengas que ofrecerme estando encima de mí sea ni la mitad de lo que merezco, pero en fin, teniendo en cuenta que eres tú quien me lo dará habrá que hacer un esfuerzo por ignorar lo limitado de tus posibilidades... – comenté, irónico, y aprovechando ese instante para, sin salir de su interior, tumbarla y quedar encima, la posición que me correspondía incluso en un acto tan impúdico, para quienes creyeran en el pudor claro estaba, como el que nos disponíamos a llevar a cabo.

¿Y tú dices que después de probarte nunca nadie más estará a la altura? Me subestimas. Aún en el improbable caso de que eso fuera así, y créeme, no lo es, tengo candidatas de sobra para compensar tu falta, sólo tengo que levantar una piedra y hay más de las que realmente me apetece aguantar, así que no te pongas tan orgullosa, Keres, porque a juzgar por lo que he probado hasta las simples humanas, siendo yo uno de ellos, eran mejores que tú. – añadí, y entonces me moví lentamente, con la idea de que me sintiera, hacia fuera, amagando con salir de su interior sólo para embestirla con fuerza tal que, de haber sido humana, le habría roto las caderas.

La zorra de ella, como pude comprobar con aquel movimiento cuyo efecto no dejé, de nuevo, traslucir a mi rostro, tenía razón en una cosa: era buena. Una simple estocada había bastado para que corrientes de placer se extendieran por mi cuerpo, y pese a que no fuera la mejor que había probado, sí se acercaba a ese selecto grupo más de lo que me gustaría, ya que no quería darle la razón... no, no quería que la tuviera, y precisamente por ser ese mi deseo no la tendría, si estaba en mi mano conseguirlo.

Entonces sí que salí de su interior, pero en vez de apartarme aproveché para girar su cuerpo y ponerla a cuatro patas. Era ella quien había utilizado un sinónimo de perra, por lo que era cosa suya haberme dado la idea de follármela como tal, así que sin más demora aproveché la nueva posición en la que estábamos para, sin nada que sirviera para facilitarle el trago, penetrarla, y no precisamente por la vagina. Eso sí que era estrechez, y lo demás tonterías...

Con lo que no cuentas, Erianthe, a la hora de hablar, es con que ya eres mi zorra... Lo has sido desde el momento en el que te he puesto la vista encima y he decidido que así fuera, así que disfruta viendo cómo ni tus expectativas más locas se acercan a lo que realmente es sentirme dentro de ti. – musité, cerca de su oído porque me había agachado para que lo escuchara mejor, y antes de separarme la cogí del pelo y estiré, valiéndome de ese movimiento para dominarla (aún más, quiero decir) y tenerla sujeta. Era entonces cuando los dos disfrutaríamos.

Sin absurdos e innecesarios preámbulos, comencé a entrar y salir de ella rápidamente, tanto que la sangre de la falta de lubricación de su recto fue lo que permitió que poco a poco todo fuera más fluido, literalmente hablando, y el trago le resultara menos doloroso, si bien cada vez le tiraba del pelo con más fuerza y cada vez hacía que sufriera más porque me había enfadado y, sólo por eso, se lo merecía... igual que yo disfrutar de lo que le estaba haciendo, por humillante que fuera para ella, algo que honestamente no podía importarme menos.
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Mensaje por Erianthe Keres Dom Abr 21, 2013 10:36 pm

La noche siempre ha sido quien esconde todas las atrocidades que puedan hacer los seres de la noche, pero no sólo eso, también su alimento, y sin duda sus pasiones. No hay otro momento, el día no es opción, ni siquiera ya forma parte de su estilo de vida, es como congelarse en el tiempo, como no poder hacer nada, simplemente esperar a que el tiempo se desaparezca. Para ellos no existe ya un valor importante para el tiempo como con los seres humanos, deja de perder valor cuando te vuelves inmortal, cuando los siglos se te vienen encima como un soplo de aire que choca contra tu cuerpo, o cuando pierde el rumbo. Por eso la noche simplemente es el intermitente a que puedan hacer lo que mejor les plazca. ¿No es así siempre? Para ella la inmortalidad tiene un propósito, tiene un principio que la llevará a un fin, no se da cuenta que su obsesión la está orillando a que su cabeza ruede, pero no le importa siempre y cuando lo haga sufrir, porque no hay persona que más deteste, y cuando su meta se cumpla no importara nada. Nunca importo, sólo acabar a la criatura que en su momento le causó dolor. La bestia de las mil cabezas no se compara con lo que ese vampiro que está enfrente es.

Su figura es la tentación que ella necesita, sus músculos, sus ojos, su boca, sus manos, si, es una tentación, la más grande, es él el vampiro deseado, el buscado, el odiado ¿Acaso se puede tener tantos sentimientos por una misma criatura al mismo tiempo? Por que si, ella es guerra, pero para una guerra existe la paz, ella es odio, pero para el odio existe el amor, son más de una característica que puede observar en su contraparte, que se niega a ver, o a sentir, que probablemente están más arraigadas que el mismo odio. Es complicado si, pero así pasa, lo complicado ha llevado a ese encuentro. Lo imposible se vuelve posible por medio de la inmortalidad, y entonces, ni siquiera ese dicho humano vale la pena, cuando se habla sobre la muerte. Para los inmortales nada importa, bueno si, quizás la luz del sol, pero al recordar lo mencionado, nada importa. Cerrar los ojos es inútil pues no importa demasiado, ¿Para que perder el mejor espectáculo de la noche? No, no sólo de la noche, también de muchos años atrasa, siglos incluso. No se trata de una simple faena, tampoco de una venganza, no se trata de muerte, es el animal que se vuelve cualquier criatura al dejar salir sus instintos, es lo que ellos pueden hacer.

Erianthe no sólo es venganza, también es una extensión de lujuria. Durante muchos años su sed se iba dirigida a la sangre, y también de poder montar no sólo un cuerpo, sino cientos, se trata de un placer irracional, de uno que va a saciarse en el acto carnal, pero al mismo tiempo se prepara, quizás de forma inconsciente siempre había deseado ese encuentro, dónde sus cuerpos se unen, la lujuria es uno de los pecados capitales, se les relaciona con demonios que simplemente se alimentan de energía sexual para sobrevivir, quizás ella haya sido destinada a ser una, pero en la tierra, pero incluso en placer tiene sus caderas, sus limites, porque una parte importante de la lujuria parte del amor, ese que está oculto, ese amor enfermizo y posesivo, pero ella no puede controlarlo, no con Ciro, pues no es su posesión, ni podrá ser suyo de forma permanente. Ambos son almas libres que buscan saciar sus deseos, sus instintos, ella ha aprendido toda su inmortalidad a vivir así, no puede depender de una figura ¿O si? El veremos es un juego con el tiempo, pero es cuando volvemos a lo mismo, el tiempo no es nada cuando se trata de inmortales.

Ella siente como su intimidad es invadida, se nota por completo que está estrecha, sus labios vaginales le abrazan aquel pedazo de carne que les permite ser uno. No es sencillo hacer un acto sexual con un inmortal, que dos lo lleven acabo es incluso una verdadera obra de arte, pero en este caso es un acto invariable que ni siquiera una gran cantidad de francos serían capaces de pagar tal acto. Ella coloca sus piernas alrededor de esa estrecha cintura bien trabajada, sus muslos gruesos se ayudan para que las pantorrillas lo atrapen más hacía si, le gusta el movimiento pélvico que el esta ejerciendo, incluso ella misma hace lo mismo, clavándose hasta al fondo esa cantidad de carne que la hace sentir mujer. Si, porque independientemente de la raza, la vanidad femenina va a prevalecer, aunque claro, incremente, y conforme el tiempo va exigiendo algo que no cualquiera puede llegar a seguir un ritmo. Sus labios se separan dejando salir un sonido de aprobación y placer, aunque el mismo no este pidiendo autorización. Aquello es delicioso, y como amante del placer se deja llevar.

A ella le gusta que la controle, le gusta que la tome como una perra, porque así le gusta el sexo, disfrutarlo de principio al fin. Estar entre la tierra lo hace aún más interesante, se desata por completo el placer, pues el escenario es el doble de atractivo. A ella le gusta la forma en que la toma, la faena es deliciosa, le mira de forma maliciosa, le dedica una sonrisa mordaz, de lado, dado que o necesita respirar no hay alteración en su figura, su pecho no sube y baja de forma natural, pero evidentemente lo hace a propósito, pues sus formas resaltan aún más con los movimientos de la serpiente. Ella es así, escurridiza, lista para atacar a su presa. Él era aquella noche, pero claro, no necesitaba aplicar veneno letal, pues lo necesitaba lucido un poco más. Ambas pelvis siguen bailando, ella está deseosa por más. Lo necesita, revolcarse con él para poder conocerlo en la intimidad, un deseo enfermizo, pero no por eso menos importante de lo que es, conocer al adversario en todos los sentidos es importante. A ella le gusta ser una cualquiera, nadie le dirá que está mal porque de ellos dos no existe el estar "libre de pecado"

Debe admitir que Ciro la hizo sentir más que sorprendida, sabe que es hábil, fuerte, rápido, pero nunca imaginó la magnitud, cuando entra en ella de esa forma tan cruel no puede más que evitar gritar de dolor, el grito se vuelve un eco que aleja a las criaturas que están próximas. Le duele, pues aunque tenga control de su cuerpo hay algunas cosas que no puede controlar de los demás. Es como cuando le arrancan una extremidad, por más canalizado que este el dolor no puede más con él. Se retuerce con fuerza, clava sus dedos en la tierra, sus rodillas y sus dedos del pie se mueven para intentar escapar, se impulsa un poco, pues si logra hacer su cuerpo hacía adelante interrumpirá la penetración, le duele con el alma, y grita repetidas veces, no es un ser de palo, como siente venganza siente dolor, como siente dolor se abruma, es así, es parte también de su naturaleza, por más estudiada que este, por más preparada, el dolor siempre estará. Ella vuelve a querer escapar pero no puede, la tiene firmemente sostenía.

- ¡Maldito seas! - Le grita entre punzadas que se expanden de su recto hasta todo el cuerpo, pero ella sabe que no todo el dolor dura por siempre, está consiente de una cosa, es el miembro más grande que ha tenido en su interior, pero no se lo dirá porque eso es incrementar su ego. La vampiresa tiembla entre sus brazos, pero no le importa cuan doloroso sea, se impulsa de adelante hacía atrás, sino puede escapar le haría también la embestida dolorosa. Lo hace, su velocidad hace que el miembro se pele por completo, exponiendo el glande, casi queriendo desgarrarlo de la velocidad. Ella puede sentirlo, por eso se relame con mucha fuerza, es su nueva "venganza", pero lo disfruta, porque si ano ya se ha acostumbrado, ahora simplemente siente el placer de la follada que le está dando, no se necesita lubricación, porque ahora está amoldada para él, sigue con aquellos movimientos duros, hasta sentir como los testículos chocan contra sus piernas cual rocas.

- Si estabas con el pendiente, ya no hay dolor, por si quieres inventar algo más, o deseas que yo lo haga - Las penetraciones son tan duras que parece que sale completamente de ella, luego vuelve entrar con rudeza. Ella aprovecha el impulso hacía adelante, estira una pierna y cuando lo ve a la distancia mueve la pierna para poder darle un golpe en el pecho que lo hace ir contra el árbol trasero. Ella puede ser una mezcla se sangre, y sus líquidos que escurren por sus muslos antes de caer de boca contra la tierra, con rapidez se coloca de rodillas, es ahí cuando avanza con debilidad, pues ha perdido sangre, y él ha maltratado su cuerpo, parece un cuerpo tembloroso, demasiado débil, eso la pone aún más a su merced, pero está demasiado próxima al cuerpo del vampiro, arrodillada, sus manos ya están alargadas, las coloca en la espalda baja del hombre sus rodillas las tiene sobre sus pies, y ella lo atrae con mucha fuerza.

- ¿Cómo quieres que te diga, Ciro? ¿Su majestad? - Se burla un poco, pero rápidamente sus dientes toman la punta de aquel miembro, mientras su lengua está alargada, lame con fuerza la punta rosácea. Succiona con fuerza mientras sus dientes se clavan dando un poco más de presión a la zona, ella siente que su sabor, sus líquidos la vigorizan, en realidad es puro morbo al derecho y al revés, de eso trata todo. Le suelta con los dientes simplemente para poder enterrarse toda la carne, hasta el fondo de su boca, ella está fungiendo una penetración, por fin puede tener el sabor de su némesis en la boca, debe admitir otra cosa, su sabor no es nada malo, por el contrario, es particular, diferente, le sabe también que vuelve a succionar con fuerza, sin dejar que el se mueve ni un poco porque quiere tener el poder de su cuerpo entre sus labios.


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El odio se transforma cuando se acaricia la piel del rival:
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Mensaje por Invitado Dom Mayo 05, 2013 9:34 am

Así era como tenía que ser todo: ella sometida, incapaz de rebelarse contra la autoridad natural, que era yo (¿es que alguien había pensado lo contrario, siquiera por un momento?), y yo cogiendo lo que me daba la gana de Erianthe. ¿Qué se había pensado, la estúpida ateniense aquella, al provocarme como lo había hecho al arrebatarme mi espada, que tan fielmente me había acompañado durante tanto tiempo? Estaba claro que no había medido las consecuencias de sus actos, y por eso yo buscaba humillarla, ya que así no solamente disfrutaría yo, que también, sino que ella se vería degradada a su única utilización como juguete sexual mío.

Eso se lo demostraba con cada una de mis embestidas, que eran tan dolorosas para ella como placenteras para mí. Una manera que tenía de disfrutar de los encuentros carnales, aunque era capaz de conseguirlo sin que lo implicaran, era provocando dolor al otro ser, ya fuera a la hora de extraer su sangre, un placer doloroso donde los hubiera ya que se solían mezclar ambos elementos, o simplemente cogiendo lo que yo quisiera cuando yo quisiera y como yo quisiera, igual que como estaba haciendo yo con Erianthe. Eso, claro, la estaba humillando, pero a mí me estaba encantando en parte porque a mí también me estaba haciendo algo de daño, pero nada que ver con el enorme placer que estaba sintiendo por encima de todo...

Y es que había algo increíble en tomar a una perra como lo que era, en someterla y en hacer que mordiera el polvo, y pese a que a mí eso ya me gustara de antemano porque con ella, en ese sentido, no estaba descubriendo nada nuevo, sí que estaba llegando a un punto que jamás había alcanzado antes. Se mezclaba el odio personal que sentía hacia ella, increíblemente intenso pese al poco rato que llevábamos conociéndonos pero que me parecía tan largo como toda una vida, con el odio que tenía grabado en los huesos hacia Atenas, su lugar de origen, y al que me gustaba aludir para justificar su humillación por más que sus simples hechos. Estaba hecha para servirme, para que yo, como espartano que era, me alzara sobre ella como su rey, y se lo estaba demostrando de una sola de las mil maneras posibles, que era carnalmente, con un disfrute que, sin embargo, era mutuo.

No era mi culpa ser bueno en todo lo que hacía ni, tampoco, que mi perfección se aplicara también a los encuentros carnales; no era mi culpa que, aunque la estuviera castigando y humillando, le gustara porque era una perra y cuanto más acorde a su estatus la tratara más le gustaría. Era sólo un efecto secundario de ser Ciro y de tratarse de mí, y no de cualquier otra persona o ser, pero era algo que redundaba en un favor mutuo que me resultaba extraño concederle, aunque mientras siguiera humillándola suponía que tampoco importaba que disfrutara un poco. Total, no lo haría tanto como yo, se convertiría en alguien sumido a mí quisiera o no, así que poco me importó que me separara y me estampara contra un árbol porque, al final, lo que importaban no eran los medios sino el fin, y sobre todo que dicho fin me beneficiara, como todo.

Su majestad... Recuerdo cuando me llamaban su majestad. Sí, hazlo, me gusta esa denominación, es exactamente lo que me merezco. – cedí, aunque sólo fuera en eso, pero para evitar que se hiciera a la idea de que me había vencido cuando no era así, y no solamente eso sino que jamás sería así mientras yo viviera, que iba a ser una eternidad, la cogí del pelo. Ya que estaba de rodillas y ya que estaba dispuesta a darme placer con la boca, una costumbre que era de lo más francesa, al menos sería yo quien dictara el ritmo, y eso fue precisamente lo que hice.

Primero hice que fuera lentamente, que casi se ahogara al abarcar todo mi miembro en su boca y que, de ser humana, tuviera auténticas ganas de vomitar, pero mi único objetivo era que lo disfrutara y se quedara con mi sabor. Ella, zorra como la que más, jamás probaría algo mejor, y lo estaba disfrutando tanto como yo podría llegar a hacerlo una vez me enseñara su don de lenguas, literalmente hablando, pero no tenía ninguna prisa. Total, estábamos en medio del bosque sin nadie que nos interrumpiera, ¿qué más daba si le follaba hasta la garganta y dejaba que se empapara, aún no literalmente, de mí si era lo que me apetecía hacer...?

No había nada ni nadie que pudiera impedirme satisfacer mis deseos y caprichos, y aquella no era ninguna excepción. Podía pasarse por allí cualquiera y decirme que parara, pero yo lo mataría y después volvería a follármela hasta que Erianthe no pudiera tenerse en pie por muy vampiresa que fuera y por mucho que sus heridas fueran a sanar. Al final, yo era un rey y ella era mi súbdita, por eso había aceptado que me llamara su majestad, porque por mucho que ella se lo tomara a broma había algo en su interior, ese resquicio de ateniense que tan vivo permanecía pese a los milenios que habían pasado y que tantos dolores de cabeza (y de lo que no era la cabeza) me daba, que respondía a mis provocaciones y lo aceptaba como normal y razonable.

Al fin y al cabo, Atenas había inventado la democracia, sí, pero sólo como un sistema corrupto en el que reinaba la demagogia mediante el poder de elección de aquellos que eran tan sobornables como los demás. Sin embargo, en la monarquía de mi polis había habido algo mucho más sensato, un dominio que era para mejorar la situación de Esparta y no para beneficio propio y que todo ateniense, por mucho que le molestara decirlo, admiraba en el fondo porque querían esa clase de autoridad de la que carecían con lo más profundo de su ser. Ella era hija de su tiempo y de su polis, igual que yo, y lo máximo que le permitiría probar el sabor de la magnificencia austera espartana, de la que yo respondía sólo a medias, era lo que estaba haciendo en aquel momento.

Sin embargo, el tiempo en el que estiré de su pelo para que su ritmo fuera lento pasó, paradójicamente, bastante rápido, porque pronto demostró que no era suficiente su lentitud y que yo necesitaba mucho más que un simple paseo por su boca y su garganta. Por eso, comencé a imponerle un ritmo mucho más rápido al que ella no se podía resistir, y seguramente tampoco podía hacerlo porque, a juzgar por cómo se estaba esforzando en complacerme, lo estaba disfrutando tanto como yo. No, si cuando yo decía que Erianthe era una zorra lo decía por algo...

Tú me llamas maldito y has gemido de dolor, Keres, pero ahora poco te ha costado someterme para darme placer y estoy seguro de que esos jadeos que se te escapan no son precisamente porque te falta el aire. – comenté, y en vez de dejar que contestara volví a intensificar el ritmo con el que, a través de su pelo, la estaba manejando a la perfección... A ella le encantaba, sólo había que verla, y a mí no me disgustaba, pero era lo suficientemente desconfiado para no ceder demasiado rato a sus deseos y a que fuera ella quien me tuviera sintiendo placer, así que la terminé apartando de mí y tirando al suelo, de tal manera que quedó con la espalda apoyada en él, boca arriba.

No dejé, de nuevo, que se moviera, ya que era capaz de hacer cualquier cosa que no estuviera dentro de mis planes y yo no estaba dispuesto a permitírselo. Me tumbé encima de ella, acomodado entre sus piernas entreabiertas para recibirme, e inmovilicé sus muñecas con mis manos para que no se le ocurriera moverse. No lo admitiría en voz alta, y mucho menos delante de ella, pero entre su sumisión y sus heridas la única palabra para describirla, además de deseable, era hermosa... o algo así.

Tranquila, todo esto acaba de empezar, aún vas a tener tiempo de invocar a todo dios en el que aún sigas creyendo después de tanto tiempo y rezarles para que pare porque no puedes aguantar más el placer. Y todo, como ves, obedeciéndome. ¿No salimos todos ganando así...? – inquirí, y entonces le robé un beso que de delicado no tenía nada y que, de haber sido un ejército, habría invadido su boca como un terreno enemigo, una comparación sumamente apropiada entre nosotros dos.

Ella, mi némesis y mi contrapunto en ciertas cosas, pecaba de ingenua en otras tantas, y no se esperaba que yo fuera a ser capaz de llevarla hasta el extremo al que la había arrastrado, más o menos contra su voluntad. Por eso llegó a sorprenderla que, mientras la estaba besando, la penetrara de un golpe, y quizá también lo hizo que soltara sus manos para llevarlas a sus muslos y los agarrara para que los enredara alrededor de mi cintura, como antes, de tal manera que mis embestidas, esta vez en su entrepierna y no en su recto, llegaran hasta el fondo y la atravesaran por dentro.

Cuando me separé de sus labios, sólo pude sonreír de medio lado al verla tan sometida a mí que me resultaba incluso irónico que hubiera llegado a considerarla una enemiga. Alguien que se dejaba follar tanto como lo estaba haciendo yo y con tanta dureza, sin decir nada por mucho que la sangre manchara sus muslos y los tiñera de carmesí, no quería nada sino un encuentro carnal... aunque no la culpaba por haber esperado más de un milenio para conseguirme, cualquier tiempo era poco y la espera habría merecido la pena para el premio que le estaba dando, de consolación, pero premio a fin de cuentas.
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Mensaje por Erianthe Keres Sáb Mayo 25, 2013 6:11 pm

El placer extremo que se estaba experimentando en ese momento no tiene, ni tendría precio, jamás. Ella, quien siempre se había portado orgullosa, la del conocimiento extremo, que que todas podía y todas sabía, se estaba comportando como una verdadera novata. ¿Había acaso dudas de eso? Nunca. Durante todo el tiempo de esperaba para poder llegar a ese encuentro, tuvo enfrentamientos con más de un humano, pero eso siempre había sido tarea sencilla gracias a su condición. Otra cosa distinta era meterse en combate con criaturas como los cambiantes, aunque esos no eran tan difíciles, los que de verdad tomaban un reto simplemente eran los vampiros, los licántropos sin embargo aunque llegó a obtener heridas de guerra, ella misma supo salir adelante, los supo aniquilar, aprendió combate, aprendió que la sangre no era mala, comprendió que ella era un ser supremo y único, y que su venganza era lo único importante. Lo malo de que a pesar de ser un trinco duro de roer, es que el orgullo lo tiene en las nubes, y que situaciones como esas lo hacen caer en picada, lastimándose de forma interna, de forma ruda y casi imposible de asimilar.

Tanto tuvo que dejar pasar lamentablemente, para su jodida mala suerte, todo para caer en manos de él, todo por su maldito cuerpo perfecto y rostro de ¿demonio o ángel? eso es tan subjetivo, pero ella se reconoce presa de aquel magnetismo que él ejerce. ¿Para que negar lo evidente? Cada grito, cada gemido es quien la delata por completo. En ocasiones no es necesario hacerse escuchar, que la voz retumbe entre paredes o incluso se haga eco en medio de un busque como a ellos les está pasando, ella es evidente por como se mueve, por como incluso en una mirada puede pedirle más. ¿Decirle su majestad? La palabra podría sonar divertida, excesivamente graciosa si se trataba de un dialogo o incluso un combate, pero en el acto carnal que están teniendo en ese momento puede ser incluso estimulante. ¿Cuánto tiempo resistirá ella los embistes tan violentos que le están impartiendo? ¿Le buscará para seguir su venganza después de eso? ¿Le buscará para que le abra las pierna sin pudor como ese momento? Asimilar tanto en su cabeza, en su mente y en cada sentimiento de odio es lastimero.

La venganza siempre llega acompañada de ira, de rencor, de mucho dolor, tanto físico como sentimental y mental, pero ¿cómo se le puede llamar cuando hay más que eso? ¿Cuándo la pasión, el placer y la obsesión forman parte del juego? Aquello es difícil de definir, también incluso muy extraño sumamente bizarro de pensar dadas las naturalezas de ambas criaturas, son como el agua y el aceite, jamás estarán revuelcos o adheridos porque se repelan, pero ¿es que acaso ellos no pueden hacer lo imposible? ¡Lo han hecho! No importó nada, hicieron que esa combinación jodida, que nadie creía poder ser vista estuviera pasando. La unión de la carne es un paso que para algunos puede ser absurdo, pero para enemigos como ellos puede ser algo importante. ¿No lo era? Claro que lo era, por algo lo hacían. Su primer encuentro y ya estaba el dentro de ella, aquello si era sorprendente, jamás se le había cruzado a Erianthe tal caso, ni en sus momentos de gata en celo, porque antes veía el cuello de alguno sobre el suelo, el de él en realidad.

¡Erianthe lo iba a gritar! Le iba a volver a decir su majestad. Le iba implorar que siguiera, incluso consideraba pedirle por favor que no se detuviera, pero Ciro, o tan oportuno y correcto Ciro le había callado la boca con esos movimientos tan salvajes. La lengua de la vampiresa se revolvía, se unía, incluso enredaba en la ajena, ella la enterraba hasta el fondo buscando la manera de ejercer algún daño en la unión pero no era más que placer. ¡Malditos enfermos! Si, en busca de placeres dolorosos, y más deseo. Su intimidad chorreaba por el placer de sentir que pronto sería presa de la carne que poseía la criatura masculina. Esas embestidas no eran más que golpes para cualquiera, más dolor en medio de miserias para hacer sufrir a los demás, pero que llena de placer y riquezas a los amantes de esa noche. No había interrupciones, sólo actividades cada vez más violentas y profundas, y ella tan afortunada se dejaba llevar por más. ¡Por qué se lo iba a gritar! ¡Se iba a humillar más!

La intimidad femenina dejaba salir fluidos que ni ella misma creía podían ser existentes, dada su naturaleza de muerta viviente, claro. Pero el vampiro como siempre, como si supiera leer, incluso complacer entró hasta casi taladrar su interior. ¿Por qué el dolor era tan placentero para ella? De nuevo la incógnita se hacía presente. Pero eso quizás seria todo el tiempo que este con él. Movió la cadera con rudeza, dando movimientos contra los que él estaba ejerciendo, como queriendo chocar con más rudeza. Mientras él sale ella baja la cadera, y entonces el golpe entre ambos sexos hace un eco especial que llega a hacerle temblar, erizarse, inmortal o no su cuerpo reacciona de ciertas maneras. Le miró con cinismo, ladeando los labios en forma de sonrisa triunfal. Se relame descarada. Sus uñas se clavan en el abdomen masculino dejando que la sangre comience a manar de nuevo. Sus dedos ya están manchados de él.

- Eres una obra de arte, Ciro - Le reconoce pasando sus dedos por todo el torso del hombro, manchándolo como si se tratara de una obra de arte. Le está apreciando, y lo está reconociendo. Pellizca otras partes de la piel, y se lleva las manos a sus propios senos para hacer lo mismo, para endurecer sus pezones con mucha fuerza,y para manchar su propia piel con aquella sangre, al final recoge un poco más del liquido entre sus dedos para llevarlo a los labios, a la boca y lamer con deseo. Cada dedo lo mete, de uno en uno y da succiones como simulando se tratara de su miembro, como lo que le había hecho minutos antes. - Tan delicioso, tan perfecto… - Vuelve a reconocer, perdida en el placer extremo, ya no era la venganza, ya no siquiera existía en esos momentos, se había esfumado. De vez en cuando alguno iba a tener que flaquear, esa noche, su primera noche había sido el turno de la mujer, pero tenía armas para recuperarse: La espada.

Sus manos paseaban por los hombros masculinos, se aferra a ellos y se atreve a deslizarlas a su espalda para jalarlo, para colocarlo por completo en unión, pecho contra pecho. Se aferró a él, sus malditas piernas se enredan cual serpiente a punto de cortar toda respiración en un cuello, se sostiene, está embonada en el como una pieza perfecta, única, como si hubieran sido destinados a eso, ni más ni menos. Y entonces mueve todo el cuerpo, sin importar que su espalda se vea lastimada por piedras que le hagan heridas de gravedad, eso no importa, más tarde podrán recuperarse. La violencia incrementa, y los pájaros que aún pensaban poder aguantar tal escena vuelan despavoridos pues dos bestias están haciendo no solo resonar el bosque, no solo en medio de la noche, París en ese momento será capaz de temer.


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Erianthe Keres
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Mensaje por Invitado Mar Mayo 28, 2013 12:10 pm

Si a alguien le quedaba alguna duda de quién había ganado la batalla, porque su inteligencia era tan escasa que no sabía que yo siempre ganaba, fuera cual fuera el contexto, tanto los gemidos como las palabras de Erianthe ayudaron a que quedara absolutamente claro. ¿Que era una obra de arte? Por favor, ya lo sabía, todo guerrero de la antigüedad que se hubiera pasado al mármol estaba inspirado en mí, directa o indirectamente. ¿Que era delicioso y perfecto...? ¿No era lo que le estaba diciendo desde el principio, lo que intentaba hacerle ver para que finalmente se diera cuenta de que negándolo estaba cegándose a la realidad? ¡Por favor!

La mejor manera de intentar acercarla a la perfección era contagiarla con la mía, y ella lo llevó literalmente a la práctica cuando utilizó mi sangre para mancharse el cuerpo, y también para manchar mi cuerpo. Nunca alcanzaría ni un poco de mi perfección, eso estaba más que claro, y tampoco sería capaz jamás de llegar a algo más que contacto físico con un dios como lo era yo, pero como intento no estaba mal... sobre todo porque servía para excitarme, como no podía ser de otra manera cuando, además de sexo, había sangre de por medio. ¿Qué podía decir en mi defensa? Era un vampiro, y la sangre de otros vampiros, como a lo que olía la mía después de haberla probado, era una afrodisíaco natural más efectivo que cualquier otro.

Sin embargo, mi sangre estaba contaminada desde el momento en el que había bebido de la de ella. ¿Quién iba a decirme que, al final, una ateniense conseguiría mancillar a un espartano? No había comparación posible entre cómo la estaba mancillando yo (y cómo lo estaba disfrutando, por cierto) y cómo me había mancillado ella, pero lo cierto era que algo sí que lo había hecho. ¿Se podía considerar eso como una derrota por mi parte, cuando ella era quien se había llevado la peor (o mejor, según se mirara) parte? No, porque yo jamás perdía, pero era un hecho que algo sí que iba a llevarse del encuentro, aparte del mejor sexo de su vida mortal e inmortal, pero eso se daba por supuesto sin necesidad de decirlo.

Por eso continué con el ritmo al que la estaba penetrando, igual de rápido y de intenso que antes, aunque había algo de rabia en mis movimientos. Era inevitable, en realidad, puesto que yo era un guerrero, el mejor que el mundo jamás habría visto y vería, y la ira era algo implícito en mí en cualquier situación de mi vida. Según decían, eso era propio de los hijos de Ares, el dios de la guerra, aquel del que los que éramos como yo descendíamos y a quien deberíamos rendir culto, pero yo sabía que para divinizar a Ares se habían basado en mis virtudes, y no al contrario, así que la comparación solamente era eso, un ejercicio de comparación sin paralelismo posible con la realidad, porque lo más cercano a un dios que existía y existiría era yo, sin discusión posible al respecto.

Y tú tienes el enorme privilegio de probarlo, Keres, ¿no te das cuenta aún de lo afortunada que eres...? Cualquiera mataría por esta oportunidad, y algunos incluso lo han hecho. Pero tú estás demasiado ocupada disfrutando y tragándote todas tus palabras para darte cuenta... No te culpo, al menos no en esto. – comenté, sonriendo, y haciendo algo de lo que ella parecía ser incapaz (evidentemente, ya que solamente yo podía llevar a cabo una hazaña de tales magnitudes): acallarme los gemidos de placer que también querían escapárseme. Una cosa era que ella lo dejara entrever, y otra muy distinta que lo hiciera yo. ¡Ja! Antes muerto que admitir con algo más que mi cuerpo que yo también lo estaba disfrutando, cuando ella no era mejor que cualquier otra vampiresa a la que hubiera probado...

Pero, en el fondo, sabía que ella sí era mejor que otras, aunque fuera cosa de su sangre y del efecto que tenía en mí saber que era mi Némesis, ateniense contra espartano, mujer contra hombre, la horma de mi zapato. Era la combinación de todas esas cosas lo que la hacía particularmente difícil de resistir, aunque fuera abriéndose de piernas para mí, y la capacidad que tenía de provocar mis deseos de someterla era un aliciente para nada desdeñable, sobre todo porque el rey que nunca había dejado de ser exigía su dominación como la súbdita que debería haber sido y que no me cansaría de intentar (y conseguir, obviamente) que fuera.

Todo eso había en mis embestidas, y también en el acelerado ritmo que llevaba. La excitación no era más que una consecuencia de lo que estábamos haciendo, tan natural como esperable a fin de cuentas, y por intenso que fuera el placer no era más que un producto de la sumisión de Erianthe. Había tanto disfrute en el acto carnal como en el otro acto, el simbólico, el de tenerla suplicando por más y disfrutando de alguien a quien había llamado enemigo y a quien se había empeñado en odiar en vez de en adorar, como todos tendrían que hacer y sólo unos pocos afortunados hacían, y de hecho el disfrute del acto simbólico era lo que hacía crecer el del acto carnal exponencialmente y lo que nos hizo llegar al clímax a ambos... al mismo tiempo.

En cuanto las últimas oleadas de placer me recorrieron, me aparté de ella como si fuera una apestada y yo aún quisiera mantenerme sano, una comparación bastante adecuada teniendo en cuenta que una vez habíamos terminado ya absolutamente nada me unía a ella y volver a tocarla sería mancillarme, siempre y cuando no fuera para someterla. Ese era exactamente el único contacto que debía tener con ella, ese y ningún otro que pudiera hacer que creyera que tenía un poder sobre mí del que carecía. Simplemente había sido una coincidencia que hubiéramos terminado así, revolcándonos, absolutamente nada más, y mientras ella podía considerarlo una victoria yo lo veía como algo mucho mejor: su derrota, su sumisión, esa que ella había confirmado con palabras.

¿Y aún quieres mantener que me odias cuando hasta hace apenas unos minutos no podías con tu cuerpo? ¿Sigues creyendo que soy un ser despreciable al que merece la pena destruir cuando me has llamado obra de arte y has admitido que piensas que soy perfecto? ¿A quién quieres engañar, Keres...? Porque no lo consigues, sólo suenas como una estúpida que se miente a sí misma, y ya eres mayorcita para eso... – reprendí, ladeando la cabeza y esbozando una sonrisa divertida y algo pérfida, como solían serlo todas las mías a fin de cuentas. Ella no se merecía más que eso, se merecía lo mismo que todas las demás. Tomármela como una enemiga personal era darle demasiada importancia, sobre todo teniendo en cuenta que simplemente era un cuerpo que usar y nada más, así que ella no lo sería... Yo había ganado, y con su derrota se había convertido en un muñeco más que yo utilizaría a mi antojo, como debía ser.
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