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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Byron C. Erwann Lun Oct 27, 2014 5:08 am

Con andares pausados pero elegantes, el caballero venido de tierras británicas parecía más perdido que nunca, pese a sostener con torpeza un mapa entre sus manos. Su nerviosismo podía apreciarse a la legua, tal pareciese que nunca había estado en la ciudad, o mucho peor, que nunca le habían enseñado a interpretar un mapa. Ambos pensamientos, por supuesto, estaban equivocados. Había visitado la capital de Francia en un centenar de ocasiones, aunque nunca con el propósito con que lo hacía en aquel momento. Desde que su esposa e hija falleciesen, su madre, con la que llevaba bastante tiempo sin tener demasiado contacto, había decidido que era el momento de restablecer lazos familiares, y quizá tuviera razón. Se sentía enormemente sólo, perdido, sin saber qué hacer o cómo volver a encauzar su vida pese a los muchos años que habían pasado desde la tragedia que se las arrebató. Fue así como, en una conversación que al principio parecía ser trivial, la mujer, con toda su mejor intención, le sugirió que quizá era el momento de buscarse una nueva esposa y, por qué no, fundar una nueva familia. La sugerencia, al principio, abrió aún más la brecha que le corroía por dentro, pero no tardó mucho en darse cuenta de que tenía razón. Era joven, y su esposa no hubiese querido que su luto durase indefinidamente. Era consciente de que no la olvidaría nunca, ni a ella ni a su amada Amy, pero eso no quitaba que necesitara volver a encauzar su vida, aunque fuera mínimamente.

Claro que nunca se hubiese esperado que de aquella conversación su madre trazara un plan tan precipitado como el que en aquellos momentos estaba llevando a cabo. Sin decirle nada ni consultarle su opinión, la mujer había decidido citarle con la hija de uno de los mayores inversores en su empresa, que también había sido un gran amigo de la familia cuando su padre aún vivía. Sin embargo de lo que sí le advirtió era que la dama era demasiado... liberal. Aquella confesión, al principio, le hizo bastante gracia. ¿Qué más daba cómo se comportara? Parecía que no lo conocía si pensaba que algo como eso le importaría. Él mismo había faltado al "protocolo" cuando decidió casarse con una dama de baja cuna. Y si entonces no le había importado, no lo haría ahora. ¿Acaso podía ser peor? Pues sí, sí que podía. Investigando un poco sobre la joven, descubrió que lejos de ser liberal en el sentido de no seguir los cánones establecidos por aquella sociedad anticuada -que no le hubiera importado-, era liberal en, digamos, un sentido que ni de lejos se había imaginado. Era cortesana. Y no una poco conocida, precisamente. Así que las sospechas de que su madre había planeado un encuentro entre ambos con la familia de la joven no hacía más que asaltarle. Quizá querían limpiar su apellido, o su nombre, emparentándola con alguien que pecaba de ser demasiado serio. ¿Pero pensaron en el impacto que ello podría tener en su economía, en sus inversiones, en su popularidad?

Claramente, no, y eso era algo que Byron se tomaba muy pero que muy en serio. No porque realmente le importaba la opinión de los demás, que ni de lejos era el caso, sino porque sabía perfectamente que aunque no importara, le afectaba. Y eso no podía permitirlo. Le había costado mucho conseguir reflotar todo el imperio de su padre. No lo perdería por un escándalo. Aún así decidió ceder a la presión de su madre y aceptar una cita en la que, por lo menos, hiciese un intento por conocer a la dama. Sería todo lo cortés que pudiera, pero nada más. De hecho, tampoco pensaba que la joven Dùges-Moreau estuviera muy de acuerdo con un hipotético enlace que estaba claro que querían imponerle sin su aprobación. Una amistad con ella, sin embargo, quizá pudiera ser beneficiosa a fin de extender su "imperio" por París, único lugar de Europa en el que no tenía sede. Y allí estaba, temblando como una hoja y peleándose con el mapa a fin de encontrar la dichosa cafetería que su madre había elegido para él. Sin consultarle, por supuesto.

Tras preguntar en varios establecimientos, finalmente pudo encontrarla. Era un establecimiento de gran tamaño, con las paredes decoradas de impoluto mármol blanco y con aspecto de ser una de las cafeterías más caras de París. Byron refunfuñó por lo bajo. Nunca había sido dado a desperdiciar ni su tiempo ni su dinero en caprichos tan simples, no porque no lo tuviera, sino porque sus gustos eran más bien sencillos, pese a todo. Leer frente a la chimenea, montar a caballo, pasar tiempo con sus perros, escribir sus pensamientos o plasmar sus ideas en lienzos... Una vida solitaria para alguien solitario. Pero quizá era el momento de cambiar un poco la forma de ser, o acabaría solo toda su vida. Y no sabía si estaba preparado para eso. Él siempre había soñado con envejecer junto a su esposa, rodeados de sus nietos. Y tenía que empezar a planearlo, a buscar un nuevo comienzo junto a alguien. Pronto. Nunca olvidaría al que fue el amor de su vida ni a su primera hija, pero la realidad era que ellas ya no estaban, no regresarían. Y él seguía vivo. Se sentó en una de las mesas más cercanas a las cristaleras, a fin de que la joven lo reconociera sin mayor dificultad. Su madre le había dicho que ella iría de verde y que él tenía que ir de azul, así que, simplemente, lo hizo. No tenía mucho sentido discutir con ella, siempre acababa dándole la razón, aunque fuera por no crear discordia. Ahora la necesitaba más que nunca, a ella y a sus hermanas. Era un nuevo comienzo, después de todo. Y los inicios nunca son sencillos.
Byron C. Erwann
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On ne change pas, on évolue || Annaïs Empty Re: On ne change pas, on évolue || Annaïs

Mensaje por Annaïs C. Dugès-Moreau Miér Nov 19, 2014 6:52 pm

- No, madre, ¿cómo queréis que os diga que no pienso hacerlo? No voy a ir a ninguna más de esas citas "trampa" que habéis decidido pactar por mi a traición. Estoy cansada, harta de que queráis decidir por mi en asuntos que ya no os conciernen desde hace mucho. Soy adulta y tomo mis propias decisiones. El día que me case, si alguna vez lo hago, lo haré con quien a mi me parezca, y no con quien padre tenga a bien presentarme. Asumid de una vez por toda que no os necesito, a ninguno de los dos, y que no podéis tomar decisiones por mi. De ningún tipo. -La joven torció el gesto al ver la mirada de súplica de su madre. Conocía perfectamente aquella expresión en los ojos de la mujer, y también sabía qué sería lo siguiente que saldría de entre sus labios. El temor a lo que dijera su esposo siempre había sido casi exagerado, y para colmo de males, su única hija mujer había decidido atentar contra todas las normas establecidas en función del género en aquella sociedad tan machista. No la culpaba, sin embargo, ella misma había anhelado durante muchos momentos de su matrimonio poder ser libre para cometer adulterio también por su parte. Pero no era capaz, y ver a Annaïs así, tan soberbia, además de dolerle por lo que pudieran decir los demás, provocaba en ella una extraña sensación de celos. Había perdido toda la belleza de la que ahora disfrutaba su hija, y no había hecho nada.

- Annaïs, por favor, ¿de verdad quieres volver a tener una discusión con tu padre? ¿Acaso no fue lo bastante fuerte la última vez? Se pasó más de una semana sin dirigirte la palabra, ni a ti ni a mi. Estoy cansada de intentar mediar entre los dos. -La joven cortesana se encogió de hombros. Siempre había pensado que su madre le daba más importancia a la opinión de su padre de la que realmente merecía. Por más que la amenazara con desheredarla, con echarla para siempre de su vida, sus discusiones nunca habían pasado a nada más serio. Se quedaban en simples palabras sacadas de tono. Y las palabras se las lleva el viento. Tomó a su madre por los hombros, y mirándola directamente a los ojos, sonrió. Se había quedado pequeña. O quizá ella había crecido mucho desde la última vez en que la miraba desde tan cerca. Su madre siempre había sido una mujer hermosa, pero las arrugas comenzaban a delatar su edad. Ya no era una niña, por eso le fastidiaba realmente que no supiera ver que la vida que había escogido su hija era perfectamente válida, porque era feliz eligiendo ser libre. No era tan difícil de comprender. Tras depositar un beso en la mejilla ajena, se volteó para mirarse en el espejo que tenía justo detrás. El vestido escogido le quedaba como un guante. Aunque dejaba, quizá, demasiado a la vista. ¿O era precisamente por eso por lo que le gustaba?

Salió de la mansión haciendo caso omiso a los gritos de su madre, que la avisaban de que probablemente las consecuencias de aquella "escapada" fuesen más graves de lo que se imaginaba. ¿De verdad pretendía asustarla con eso? Con su profesión ganaba dinero más que suficiente para mantenerse a sí misma con bastante holgura, y aún le sobraba dinero para caprichos. Quizá no tuviera una fortuna tan acusada como la de su padre, pero estaba bastante cerca de conseguirla. Un par de meses más ejerciendo de aquello que más le gustaba y sería completamente independiente. De hecho, eso era lo que se disponía a hacer en aquellos momentos. Su siguiente movimiento sería el de buscar una casa grande a la que poder mudarse y poder, por fin, escapar del todo de las limitaciones que su padre imponía a su libertad. Se montó en el coche de caballos e indicó al cochero el camino a seguir. Había encontrado una mansión en el centro mismo de París. No era tan grande ni tan lujosa como en la que se había criado, pero era más que suficiente para ella sola. En un futuro próximo, cuando hubiese ahorrado lo suficiente, se buscaría una acorde a su categoría.

- Cédric, no es por ahí. ¿Hacia dónde te diriges? Te dije que necesitaba ir a la parte norte de la capital... -El hombre pareció dudar un momento, y finalmente respondió, con la voz ligeramente temblorosa. Por todos era conocido el mal carácter que se gastaba la pequeña de los Dugès-Moreau.

- L-Lo siento, mademoiselle, son órdenes expresas de vuestro padre. Me ha ordenado que os lleve hasta una cafetería del centro y que permanezca fuera hasta que acabéis. -Un fuerte golpe en el interior del coche le hizo encogerse súbitamente. La joven había dado una patada al asiento que tenía justo frente a ella, debido a la frustración que la situación le causaba. Estuvo a punto de desatar su ira sobre el cochero, cuando finalmente el coche de caballos se detuvo. Se bajó sin decir nada y dio un portazo tras de sí, sin dignarse a mirar al hombre. Entró en la cafetería con andares firmes y altaneros, mirando por encima del hombro a todo aquel que se dignaba a devolverle la mirada. Así era ella, orgullosa, altiva y con el ego a tal nivel que casi podía ponerle nombre. Fuera quien fuera el pretendiente escogido en aquella ocasión, no recibiría de ella más que el mismo trato que ofrecía a todos los otros: indiferencia y hostilidad. No necesitaba un esposo. No necesitaba un guardián. Y menos, si eso significaba perder su libertad.
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Annaïs C. Dugès-Moreau
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