El sacrifio de los corderos [Priv. Draegan ]

por **Eve Trudeau** Vie Oct 31, 2014 3:29 pm

Hay algo oscuro en todos los hombres, lo veo en sus ojos, lo escucho en sus voces... una semilla venenosa que echa raíz en las venas, y cuando menos te das cuenta, florece en un fruto palpitante, sangrante y jugoso, Pupum pupum pupum pupum pupum pupum pupum pupum un golpeteo húmedo y un poco sofocado, un golpeteo constante Pupum pupum pupum El corazón grita, y jajjajaja oscuro capricho, nadie más que yo lo escucha...

Hay un silencio de muerte en el cementerio de los corderos, inocentes durmientes que se aruñan con la brisa de los vientos fríos y amenazantes de lluvia, con el crujir de las hojas y la roca que se rompen, con el bramido suave e hipnotizante de los cuervos. Su quietud parece un regalo que tiene a sabor a olvido. Entonces las piedras se rompen y la tierra cruje, el silencio muere. De la nada una cadavérica figura emerge de una cripta entreabierta, con sus uñas quebradas abre la tierra y se arrastra entre el barro y la hierba. El lodo se adhiere en su cabello gastado, en su ropaje rasgado de seda mugrosa, la sangre seca mancha sus dientes, su mentón, su garganta y sus pechos caídos. No hay belleza en el rostro famélico de pómulos hundidas, en la piel quebradiza o en los ojos secos de locura hambrienta. La boca del monstruo se tuerce y jadeos extraños brotan de sus labios resecos.

En la inconsciencia de los sueños, un humano aturdido percibe el sonido gutural, lo obligo a abandonar la obscuridad bajo sus parpados y guiar su mirada hacia la aparición macabra. Esta ultima también lo mira: Una joven oveja, no más de 20 años tal vez, ataviada en una elegante sotana. La criatura se arrastra, como una serpiente lánguida hacia él. El clérigo profiere un grito e intenta huir, si tan solo aquel clavo industrial que atraviesa de su pierna a la tierra no se lo impidiera.

Eve, Evangeline, nada más que un cadáver reducido a despojos clava sus garras en los muslos del hombre, los abre, se acomoda entre ellos y avanza sus garras de uñas quebradas por el vientre masculino. El clérigo reza, y sus jadeos reverberan en el macabro concierto de los silbidos del aire y los cuervos que emprenden el vuelo, el clérigo gime, llora, aferra su mano al crucifijo de su cuello... las zarpas huesudas atrapan la muñeca ajena, con sus dientes le arranca el crucifijo de los dedos y lo escupe hacia un lado.

--- P-p-adre nuestro... que estás en el cielo... p-por f..ffa...vor, san--... tifi... oh, poor... dios...
Como un búho la morena ladea la cabeza, casi interesada, casi curiosa a los rezos ajenos, casi impaciente porque aquel extraño Dios hiciese algo más que guardar silencio.
Sin embargo es la unica respuesta.

En un gañido casi parecido a la risa, Eve arranca el cuello blanco de la sotana y expone la garganta de venas claras, se sumerge en el calor humano, en la tersa piel y el terso tejido que se abre al paso de los colmillos. Cierra los ojos, sumergiendose en el placer perverso de los tragos hambrientos, acelerados, rasga mas, abriendo la herida y clamando por la cascada de las delicias carmesí. La obscuridad se tornó roja y delirante; la esperanza se disuelve en burla.

Los rezos se debilitan, la fe agoniza, la piel humana pierde su color... y a cambio el cadáver parece recuperar las curvas de la carne, sus pechos se alzan redondos y firmes como frutos maduros, la piel se ruboriza en tonos claros... mientras bebe y bebe son obsesión, el cabello seco se lustra y se curveo en bucles etéreos.

Entre una mordida, un trago y una maldició, una sonrisa se curvea en los labios de la diablesa

por **Draegan** Miér Nov 05, 2014 4:35 pm

Los cementerios son lugares silenciosos para los que no tienen tiempo suficiente de conversar con la muerte, sentarse a su mesa y tomar una taza de té amarillento endulzado con polvo. A los muertos sin embargo es tiempo lo que les sobra, ellos conocen bien los sonidos susurrantes del parloteo incesante de los insectos, que igual que los bereberes en el desierto, van de un lado a otro buscando el plato más jugoso, el más fresco y el menos muerto. Esta también el sonido de las voces fantasmales que se disfrazan de viento con la esperanza de llegar a algún oído atento o muy supersticioso, el graznar de los cuervos, el ulular de los búhos, el corretear de ratas y alimañas… esta noche para variar, señoras y señores, se sirve un manjar diferente a los muertos, tan hartos de comer lágrimas, suspiros, reproches y mendigar recuerdos. Esta noche uno de los calientes y húmedos corderos del señor es ofrecido como el postre perfecto.

El humano seleccionado a estado inconsciente desde que fue arrastrado por la sombra de un diablo mientras se encontraba en sus oraciones nocturnas, después de la última misa del día. En el sueño de la inconsciencia a esperado despertar y encontrarse con que todo ha sido un mal sueño. Una parte de si promete no volver a comer tantas remolachas. Sin embargo cuando la muerte olfatea su ofrenda pierde toda posibilidad de que su deseo se cumpla. El mismo humano se da cuenta cuando abre los ojos y ve su futuro en un espejo de pesadilla, desgarrado, corroído, carcomido, putrefacto, cadáver. Esta vez el silencio en la casa de las tumbas es casi total, sólo se escucha la sofocada lucha tibia del corazón que se enfría y asfixia con cada trago que engulle el cadáver emergido de la tierra. Ningún bicho se atreve a interrumpir la merienda de aquél ser que es todo pellejo y huesos. Le temen, pues es la muerte lo único verdaderamente inmortal.

Para cuando se termina la última gota de sangre de las venas desgarrada del sacerdote, ha nacido bajo la luz tenue de la noche, la hija de la muerte: La espalda desnuda, curveada en posición de ataque, los dos hoyuelos marcados en la espalda baja, el trasero firme, las piernas largas y esbeltas, bien torneadas, los cabellos castaños se han arreglado por arte de magia y parecen pertenecer a una muñeca; los pechos de mujer prometen dulces mieles a quien logre amansarlos a voluntad, los largos brazos con dedos en garras que se aferran al último resquicio de aquél humano; la inmortal tiene los ojos brillantes, los labios enrojecidos, húmedos, y la sonrisa propia del cazador que ha disfrutado más de la lucha en sí que de la comida misma. Los hombres llaman Eve a la apariencia mortal de esta criatura, antes que ellos otros la llamaron Evangeline, los no-muertos la llaman Reina de Corazones y la noche la llama “hija”, sin deferencias especiales. Esta hija ha dormido el sueño de los muertos varias noches y habiéndose reducido a nada más que despojos, emerge ahora con toda su gloria antinatural…

-“Y así despierta la niña, al calor de un beso”- comenta una voz de algún lugar en las alturas. La hija de la noche no se encuentra sola, un draugr la ha estado observando. ¿Cuánto tiempo? Dos veces tres cantos del gallo según la cuenta antigua.

Encaramado en la copa de uno de los pocos árboles del cementerio, se puede distinguir una silueta obscura. El wampir está vestido con una clase de abrigo largo, apolillado y lleno de inmundicia, y a pesar del frío nocturno, lleva desabrochados los dos remedos de botones que le quedan a la dichosa prenda, dejando ver su torso blanco y delgado. Los pantalones más bien flojos y con agujeros por doquier, han tomado el color café negruzco de la tierra del cementerio. Los pies descalzos y sus manos están casi tan sucias como los pantalones. La imagen viva de un vagabundo, un enterrador, o ambos. Su rostro sin embargo luce algo más limpio a excepción del mentón, en el que se adivinan rastros de sangre seca.

El íncubo, recostado cuan largo es en la rama del árbol, come una manzana despreocupadamente. En sus ojos quedan apenas hullas del espectáculo presenciado. –Olvidaste dejar dicho a qué horas deseabas el desayuno, así que lo he dejado a la suerte.- dice dando un mordisco a la fruta. -Vamos, vamos, termina de levantarte, se hace tarde para nuestra cita. ¡Estamos a unas campanadas de distancia!- entornó la mirada escrutando las curvas del cuerpo de la vampiresa. –No necesitarás otro atuendo, así estas perrrfecta. A menos claro, que seas más remilgosa de lo que recuerdo niña. Tanto jugar a las cartas no te habrá arruinado el sentido del humor ¿o sí?- en un segundo había bajado del árbol y jugaba con la manzana a medio comer entre las manos. –Ven, ven, vamos, tengo un juego bajo la manga.- Hizo ademán de ofrecerle la mano para ayudarle a caminar en el terreno irregular, pero la cogió con brusquedad de la muñeca y tiro de ella para guiarla entre las tumbas, adentrándose más y más entre los dientes de piedra del cementerio…

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