AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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De lobos y corderos (Libre)
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De lobos y corderos (Libre)
Resulta curioso, al menos, la facilidad que presenta la raza humana para hacer gala de sus dotes de hipocresía e incoherencia. Eso era un hecho que se le había mostrado a Bjørge Ødegård a lo largo de los años anteriores, afianzándose en su intelecto y pasando de mera curiosidad a una irrefutable ironía de la propia sociedad. La habilidad del ser humano para dar rienda suelta a ciertos instintos y reprimir con firmeza otros era algo que le había resultado absurdo en un principio, pero que había terminado por considerar ridículo.
El hombre propietario de estas ideas, que ya superaba la treintena de edad, había llegado a París alrededor de unas dos semanas atrás con intenciones que pudieran considerarse académicas. Su misión era ciertamente antropológica, aunque él no la denominase así, pues quería encontrar patrones de similitud de la sociedad parisina con la propia de su Trøndelag natal. A simple vista las diferencias eran obvias, pues la cultura escandinava, aun siendo europea, distaba de las formas del espíritu latino, propio del suroeste del continente. Tierras cálidas, ánimos más pasionales, incluso en aquella tierra que se consideraba como uno de los núcleos del racionalismo mundial. Sin embargo, él no era alguien a quien le llamasen la atención las maravillas de la mente y de las tradiciones, por lo menos no de per se, sino que lo que le resultaba atractivo era cómo la propia asociación de personas lograba restringir a los individuos y que, sorprendentemente, éstos se dejaban sin rechistar; o casi sin rechistar. Le resultaban estúpidos, locos a su parecer, pues renegaban de su verdadera forma de ser, de eso que es propio del animal salvaje para convertirse en mascotas de un bien común que sirve a pocos y carece de universalidad. Metafóricamente, para Bjørge todo ser humano nace siendo un cachorro de lobo, pero la gran mayoría de ellos rechaza su piel grisácea para vestirse con un vellocino de cordero, siguiendo al rebaño por lo que el propio rebaño considera beneficioso. Y, aun así, el lobo, por muy disfrazado que se halle, sigue siendo un lobo. Eso era algo que él sabía y que formaba parte de sus teorías.
Aquella jornada en particular, el investigador se había levantado tarde, durmiendo tanto como su organismo le pidiese y no logrando dar por concluido el sueño antes de la media tarde. El sol ya brillaba con poca fuerza y el calor resultaba bochornoso a aquellas últimas horas de un día de verano, incluso dentro de su habitación en el apartamento que había rentado. Se había arrastrado perezoso de la cama y la rata en la que él creía que su hermano moraba le había rogado que permaneciese aún algo más en el lecho. “No, Morten. Hoy tenemos cosas que hacer.” le había respondido con un tono tan infantil como juguetón, entusiasmado por aquellas aportaciones a su estudio que la ciudad tuviera que ofrecerle. Le molestaba aquel clima caluroso, tanto que estaba considerando bañarse otra vez, aun habiéndose aseado apenas cuatro días atrás, pues el sudor le provocaba un insufrible picor que le arrancaba violentas reacciones — de hecho, su antebrazo izquierdo presentaba una fea herida fruto de rascarse con enérgica insistencia —, pero era algo que debiera delegar para más tarde, pues entonces se veía abrumado por la impaciencia de salir a la calle. Se vistió tanto con una vestimenta más o menos apropiada — camisa, chaleco, pantalones, guantes, cubretodo y bastón — como con una expresión de fingida normalidad. Esa noche estaba dispuesto a jugar, como su hermano le hubiera enseñado a hacerlo en su pronta juventud, y se dirigió, por lo tanto, a los barrios bajos de París, pues su experiencia le decía que los que menos posesiones tenían también tenían menos que fingir y ellos, obreros, criminales, prostitutas, al igual que lo hicieran los acaudalados aristócratas, también formaban parte de su investigación.
El hombre propietario de estas ideas, que ya superaba la treintena de edad, había llegado a París alrededor de unas dos semanas atrás con intenciones que pudieran considerarse académicas. Su misión era ciertamente antropológica, aunque él no la denominase así, pues quería encontrar patrones de similitud de la sociedad parisina con la propia de su Trøndelag natal. A simple vista las diferencias eran obvias, pues la cultura escandinava, aun siendo europea, distaba de las formas del espíritu latino, propio del suroeste del continente. Tierras cálidas, ánimos más pasionales, incluso en aquella tierra que se consideraba como uno de los núcleos del racionalismo mundial. Sin embargo, él no era alguien a quien le llamasen la atención las maravillas de la mente y de las tradiciones, por lo menos no de per se, sino que lo que le resultaba atractivo era cómo la propia asociación de personas lograba restringir a los individuos y que, sorprendentemente, éstos se dejaban sin rechistar; o casi sin rechistar. Le resultaban estúpidos, locos a su parecer, pues renegaban de su verdadera forma de ser, de eso que es propio del animal salvaje para convertirse en mascotas de un bien común que sirve a pocos y carece de universalidad. Metafóricamente, para Bjørge todo ser humano nace siendo un cachorro de lobo, pero la gran mayoría de ellos rechaza su piel grisácea para vestirse con un vellocino de cordero, siguiendo al rebaño por lo que el propio rebaño considera beneficioso. Y, aun así, el lobo, por muy disfrazado que se halle, sigue siendo un lobo. Eso era algo que él sabía y que formaba parte de sus teorías.
Aquella jornada en particular, el investigador se había levantado tarde, durmiendo tanto como su organismo le pidiese y no logrando dar por concluido el sueño antes de la media tarde. El sol ya brillaba con poca fuerza y el calor resultaba bochornoso a aquellas últimas horas de un día de verano, incluso dentro de su habitación en el apartamento que había rentado. Se había arrastrado perezoso de la cama y la rata en la que él creía que su hermano moraba le había rogado que permaneciese aún algo más en el lecho. “No, Morten. Hoy tenemos cosas que hacer.” le había respondido con un tono tan infantil como juguetón, entusiasmado por aquellas aportaciones a su estudio que la ciudad tuviera que ofrecerle. Le molestaba aquel clima caluroso, tanto que estaba considerando bañarse otra vez, aun habiéndose aseado apenas cuatro días atrás, pues el sudor le provocaba un insufrible picor que le arrancaba violentas reacciones — de hecho, su antebrazo izquierdo presentaba una fea herida fruto de rascarse con enérgica insistencia —, pero era algo que debiera delegar para más tarde, pues entonces se veía abrumado por la impaciencia de salir a la calle. Se vistió tanto con una vestimenta más o menos apropiada — camisa, chaleco, pantalones, guantes, cubretodo y bastón — como con una expresión de fingida normalidad. Esa noche estaba dispuesto a jugar, como su hermano le hubiera enseñado a hacerlo en su pronta juventud, y se dirigió, por lo tanto, a los barrios bajos de París, pues su experiencia le decía que los que menos posesiones tenían también tenían menos que fingir y ellos, obreros, criminales, prostitutas, al igual que lo hicieran los acaudalados aristócratas, también formaban parte de su investigación.
Bjørge Ødegård- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/03/2013
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Re: De lobos y corderos (Libre)
Había planeado pasar la tarde estudiando los códices antiguos que su tío había recibido desde Hungría, pero como sucede a menudo la vida viene a estorbar en todo lo que los hombres creen controlar con asombrosa facilidad, como si el azar disfrutara demostrando su supremacía en todo momento. Peter Jan ni siquiera ha podido abrir las cubiertas de cuero ajadas del primer volumen, porque nada más sentarse en la butaca de la biblioteca ha oído resonar en el primer piso las zancadas apresuradas de Jèrome. Pese a tener ya una edad nada despreciable para la época el señor Rochard goza de buena salud y le gusta demostrarlo, no en vano ha pasado gran parte de su existencia combatiendo a las fuerzas del mal. Le ha quedado la costumbre de mostrarse ante los demás como un hombre recio, fuerte, como el roble centenario que no puede ser talado fácilmente por las manos inexpertas e ilusas de cualquier leñador joven. Su sobrino no es precisamente enclenque pero podría decirse que abulta justo la mitad que él, ya que por más que se ejercita no consigue dotar a sus hombros ni su espalda de la amplitud requerida para amedrentar a nadie a primera vista. Lo que más asusta del sueco es lo que discurre por dentro de su cabeza, su intelecto que nunca descansa, y eso no es algo que los demás puedan adivinar si no abre la boca.
Las noticias que ha traído su tío no eran otras que la presencia de un vampiro en uno de los barrios menos bendecidos de París. Sin perimitir a la contrariedad abrirse un hueco en su expresión Peter Jan se ha levantado del sillón y ha ido a prepararse. Los dos hombres han establecido ya sus rutinas respecto a la caza, y el joven sabe que cuando Jeròme le deja enfrentarse solo a una presa es porque no se trata de un enemigo temible. Seguramente un neófito descontrolado, algún cachorro de lobo y poca cosa más. Rochard no quiere por el momento que ninguna criatura se meriende a su sobrino, todavía les queda mucho entrenamiento que completar. Le ha dado instrucciones precisas, el chico ha cogido sus instrumentos y se ha embozado en una de sus capas oscuras antes de dejarse conducir en diligencia contratada hasta la zona de su interés. El cochero seguramente ha pensado que se trata de otro heredero de clase media en busca de emociones, mujeres y vino.
El sol se está poniendo y no hay tiempo que perder, Peter Jan sabe que el mejor momento para enfrentarse a un vampiro es cuando todavía está recluido en el interior de un lugar cerrado de donde no puede salir por miedo a que los rayos del astro rey lo calcinen y conviertan en cenizas. La dirección que su tío ha conseguido era la correcta, e incluso el dueño de la casa de huéspedes le ha advertido de que su cliente tenía algo escalofriante que no le inspiraba confianza. Ha sido el típico forcejeo sin emoción, un par de movimientos bien ensayados, una estaca y algo de jaleo que nadie se ha molestado en investigar. Si los demás pensionistas han oído algo han fingido no enterarse. Ni siquiera le detiene nadie cuando vuelve a bajar la escalera con el mismo semblante impertérrito de antes, dobla la esquina y se interna en un callejón tan tranquilo como si regresara del teatro. No es hasta que se encuentra solo cuando se permite sentarse en un escalón roñoso y sacar el brazo izquierdo de debajo de la capa para examinarlo: tiene un corte fino y alargado que le recorre la muñeca por el dorso, y aunque no parece grave sí es lo bastante profundo como para sangrar profusamente. El joven rasga con frustración un jirón de tela de sus ropas y trata de detener la hemorragia ejerciendo presión sobre la herida, sin importarle si pasan o no transeúntes por allí. En ese barrio duda que nadie vaya a hacerle preguntas.
Las noticias que ha traído su tío no eran otras que la presencia de un vampiro en uno de los barrios menos bendecidos de París. Sin perimitir a la contrariedad abrirse un hueco en su expresión Peter Jan se ha levantado del sillón y ha ido a prepararse. Los dos hombres han establecido ya sus rutinas respecto a la caza, y el joven sabe que cuando Jeròme le deja enfrentarse solo a una presa es porque no se trata de un enemigo temible. Seguramente un neófito descontrolado, algún cachorro de lobo y poca cosa más. Rochard no quiere por el momento que ninguna criatura se meriende a su sobrino, todavía les queda mucho entrenamiento que completar. Le ha dado instrucciones precisas, el chico ha cogido sus instrumentos y se ha embozado en una de sus capas oscuras antes de dejarse conducir en diligencia contratada hasta la zona de su interés. El cochero seguramente ha pensado que se trata de otro heredero de clase media en busca de emociones, mujeres y vino.
El sol se está poniendo y no hay tiempo que perder, Peter Jan sabe que el mejor momento para enfrentarse a un vampiro es cuando todavía está recluido en el interior de un lugar cerrado de donde no puede salir por miedo a que los rayos del astro rey lo calcinen y conviertan en cenizas. La dirección que su tío ha conseguido era la correcta, e incluso el dueño de la casa de huéspedes le ha advertido de que su cliente tenía algo escalofriante que no le inspiraba confianza. Ha sido el típico forcejeo sin emoción, un par de movimientos bien ensayados, una estaca y algo de jaleo que nadie se ha molestado en investigar. Si los demás pensionistas han oído algo han fingido no enterarse. Ni siquiera le detiene nadie cuando vuelve a bajar la escalera con el mismo semblante impertérrito de antes, dobla la esquina y se interna en un callejón tan tranquilo como si regresara del teatro. No es hasta que se encuentra solo cuando se permite sentarse en un escalón roñoso y sacar el brazo izquierdo de debajo de la capa para examinarlo: tiene un corte fino y alargado que le recorre la muñeca por el dorso, y aunque no parece grave sí es lo bastante profundo como para sangrar profusamente. El joven rasga con frustración un jirón de tela de sus ropas y trata de detener la hemorragia ejerciendo presión sobre la herida, sin importarle si pasan o no transeúntes por allí. En ese barrio duda que nadie vaya a hacerle preguntas.
Peter Jan Hansson- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 10/03/2013
Re: De lobos y corderos (Libre)
Las calles estaban sucias, repletas de barro y despojos, tanto desperdicios como humanos, pero eso poco importaba al entusiasmado Ødegård, que dejaba que sus pasos se perdieran por callejones a medida que el fango se adhería en la suela de sus botas. Hacía días que no llovía, así que la humedad que ablandase la tierra debía de proceder de la cerveza y el orín; pero eso tampoco era del interés del noruego, que ni se percataba del insulso dato. Los caminantes se presentaban frente a él y se marchaban con la misma banalidad que cargaba sus insignificantes vidas, pero dándole una incalculable cantidad de información, abstracta, que no concreta, a la vez que le transmitían tantas sensaciones que casi pudiera decirse que, en instantes, se encontraba ebrio. Así era el ánimo de Bjørge, cambiante, pudiendo mostrarse cual niño, o cual borracho empedernido, y, a los dos segundos, convertirse en el adulto más responsable, al menos en cuanto a actuación se refería.
- París nos dará mucho trabajo, Morten. No sé por qué no dejamos antes nuestras lastimosas tierras para venir aquí. – le susurró a su rata en cuanto pudo estar unos segundos a solas con ella. Luego, la volvió a guardar por entre sus ropajes.
Retomó el rumbo sin rumbo y volvió a caminar entre las tabernas y los prostíbulos, sin todavía mantener su atención fija en un mismo punto por más de un minuto. Tanto que ver, tanto que analizar y tanto que comprender, desmenuzar, exprimir y aplastar hasta que diese el conocimiento deseado. Él quería algo violento, pero quería algo suave y sutil y, recuperando las formas que hubiera perdido durante un instante, retomó esa actitud científica – o pseudo-cientícia – que le decía que primero debía observar, luego sacar conclusiones y, para concluir, experimentar. Paso a paso y cargado de paciencia, así debía obrar.
En determinado instante quiso dar un brinco, saltar, incluso correr sin razón alguna, pero se contuvo, reprendiéndose mentalmente esos inoportunos deseos. ”Ahora no, Bjørge. Es tiempo de juego.” y para jugar correctamente debía mantener la compostura, ponerse esa piel de cordero para actuar como el resto. Pero, entre él y los demás, aún quedaba una sutil diferencia: ellos creían ser ovejas y él no. El camino se prolongó aún por otra infinidad antes de que algo llamase su atención, impidiendo que diese un paso más y obligándole a, sencillamente, observar y estudiar.
Al principio fue una mera sensación la que llegó a él: un susurro en el aire, una nota de sudor convertido en perfume, quizás un roce imaginado a través del aire; fuera como fuese, lo notó en la distancia y, entonces, dirigió su mirada allí. Sentado bajo la concentrada luz de la luna, a causa de la estrechez de los callejones, se encontraba un varón de tez pálida y con un cabello que prometía ser oscuro. A juzgar por lo que podía percibir era joven y Bjørge no alcanzaba a comprender qué era lo que tenía de interesante su brazo, que lo miraba con tanto ahínco. Pero fue algo más lo que le atrapó: ese sudario translúcido que le daba cierta información de él y que había podido comenzar a vislumbrar en las personas a medida que fue entrando en sintonía con la energía que movía el mundo. Pudo descubrir que se trataba de alguien común; común en cuanto a cuestiones biológicas, pues aseguraba que su cuerpo no contaba con la presencia de un animal o que se encontraba aun completamente vivo. También le decía que el muchacho era alguien ávido de conocimiento, pero no le daba el porqué. ¿Quizás buscase seguridad? ¿Quizás poder? O, peor aún, ¿quizás buscase conocer por conocer? ¡Ah! Ni él mismo sabía qué pensar acerca del saber, considerándolo a ratos beneficioso y a ratos perjudicial, pues no lograba discernir si engrandecía al hombre o si lo alejaba de su propia naturaleza individual, aunque esa rivalidad de opiniones posiblemente se debiese a su propio "trastorno". Sin embargo, tampoco se le mostraba como alguien común del todo, pues su esencia se había marcado de un tizne, de una mancha, de una textura rugosa y desagradable que distorsionaba la pureza antes sugerida. El hombre había acabado con la existencia de otro ser y la saturación de la impresión le gritaba que había sido no hacía mucho.
- Una noche agradable – pronunció en tono firme tras acercarse a su vera, intentando no sonar extranjero, pero resultándole imposible ocultar el acento norteño -. Aunque me han comentado que es peligroso transitar París a estas horas en las que la claridad del sol no nos ilumina. – sonrió. Lo cierto era que, a ojos ordinarios, tal sinceridad a un extraño, tal consejo a alguien que, seguramente, conociese con mayor exactitud los hábitos de la ciudad, pudiera resultar ciertamente extraño. Pero ni siquiera él era perfecto, o quizás él menos que nadie, por mucho que intentara, como bien pudiere, adaptarse a un juego que no estaba del todo hecho para él.
- París nos dará mucho trabajo, Morten. No sé por qué no dejamos antes nuestras lastimosas tierras para venir aquí. – le susurró a su rata en cuanto pudo estar unos segundos a solas con ella. Luego, la volvió a guardar por entre sus ropajes.
Retomó el rumbo sin rumbo y volvió a caminar entre las tabernas y los prostíbulos, sin todavía mantener su atención fija en un mismo punto por más de un minuto. Tanto que ver, tanto que analizar y tanto que comprender, desmenuzar, exprimir y aplastar hasta que diese el conocimiento deseado. Él quería algo violento, pero quería algo suave y sutil y, recuperando las formas que hubiera perdido durante un instante, retomó esa actitud científica – o pseudo-cientícia – que le decía que primero debía observar, luego sacar conclusiones y, para concluir, experimentar. Paso a paso y cargado de paciencia, así debía obrar.
En determinado instante quiso dar un brinco, saltar, incluso correr sin razón alguna, pero se contuvo, reprendiéndose mentalmente esos inoportunos deseos. ”Ahora no, Bjørge. Es tiempo de juego.” y para jugar correctamente debía mantener la compostura, ponerse esa piel de cordero para actuar como el resto. Pero, entre él y los demás, aún quedaba una sutil diferencia: ellos creían ser ovejas y él no. El camino se prolongó aún por otra infinidad antes de que algo llamase su atención, impidiendo que diese un paso más y obligándole a, sencillamente, observar y estudiar.
Al principio fue una mera sensación la que llegó a él: un susurro en el aire, una nota de sudor convertido en perfume, quizás un roce imaginado a través del aire; fuera como fuese, lo notó en la distancia y, entonces, dirigió su mirada allí. Sentado bajo la concentrada luz de la luna, a causa de la estrechez de los callejones, se encontraba un varón de tez pálida y con un cabello que prometía ser oscuro. A juzgar por lo que podía percibir era joven y Bjørge no alcanzaba a comprender qué era lo que tenía de interesante su brazo, que lo miraba con tanto ahínco. Pero fue algo más lo que le atrapó: ese sudario translúcido que le daba cierta información de él y que había podido comenzar a vislumbrar en las personas a medida que fue entrando en sintonía con la energía que movía el mundo. Pudo descubrir que se trataba de alguien común; común en cuanto a cuestiones biológicas, pues aseguraba que su cuerpo no contaba con la presencia de un animal o que se encontraba aun completamente vivo. También le decía que el muchacho era alguien ávido de conocimiento, pero no le daba el porqué. ¿Quizás buscase seguridad? ¿Quizás poder? O, peor aún, ¿quizás buscase conocer por conocer? ¡Ah! Ni él mismo sabía qué pensar acerca del saber, considerándolo a ratos beneficioso y a ratos perjudicial, pues no lograba discernir si engrandecía al hombre o si lo alejaba de su propia naturaleza individual, aunque esa rivalidad de opiniones posiblemente se debiese a su propio "trastorno". Sin embargo, tampoco se le mostraba como alguien común del todo, pues su esencia se había marcado de un tizne, de una mancha, de una textura rugosa y desagradable que distorsionaba la pureza antes sugerida. El hombre había acabado con la existencia de otro ser y la saturación de la impresión le gritaba que había sido no hacía mucho.
- Una noche agradable – pronunció en tono firme tras acercarse a su vera, intentando no sonar extranjero, pero resultándole imposible ocultar el acento norteño -. Aunque me han comentado que es peligroso transitar París a estas horas en las que la claridad del sol no nos ilumina. – sonrió. Lo cierto era que, a ojos ordinarios, tal sinceridad a un extraño, tal consejo a alguien que, seguramente, conociese con mayor exactitud los hábitos de la ciudad, pudiera resultar ciertamente extraño. Pero ni siquiera él era perfecto, o quizás él menos que nadie, por mucho que intentara, como bien pudiere, adaptarse a un juego que no estaba del todo hecho para él.
Bjørge Ødegård- Hechicero Clase Alta
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Re: De lobos y corderos (Libre)
Peter Jan es dueño de una fórmula secreta y mágica que le da la clave para encerrar en sí mismo una dualidad que a muchos otros acabaría por volver locos. No podría definírsele exactamente como bondadoso, pero desde luego no encaja en el prototipo de hombre despiadado y cruel. Para algunos ni siquiera podría ser llamado hombre dada su corta edad, pero cuando se ahonda en el conocimiento de su persona se suele estar de acuerdo en que es el término que, pese a su juventud, mejor se le acopla. La seriedad que desprenden sus ojos y su gesto, y la rectitud a la que sobre todas las cosas quiere servir como si de una deidad se tratase, le echan encima varios inviernos más de los que realmente ha visto discurrir. Y no se trata únicamente de que el frío polar de su Kiruna natal lo haya curtido físicamente, sino que de alguna forma siniestra pareció nacer ya mimetizado con ese ambiente árido, extremo y generalmente tan silencioso que resulta aterradoramente sobrecogedor.
La dualidad a la que hacíamos mención radica en un convencimiento firme, asentado sobre unas bases tan sólidas que - aunque estuvieran erradas - no podrían ser sacudidas ni por un tifón. Peter Jan cree desde lo más profundo que lo que hace es correcto. Es irónico que precisamente este muchacho, que adora por encima de todo leer lo que cae en sus manos con la misma avidez que un hambriento, no sepa que todo debería ser cuestionado en pos de la objetividad de pensamiento. La imparcialidad, tal y como se la conoce, es algo que según el chico el ser humano no está capacitado para conseguir. ¿Y no es lo mejor entonces que cada cual se aferre a unos principios morales imbatibles? Admitir que esas normas suyas de conducta puedan entrar en conflicto con otras no le exime de seguir pensando que las suyas son mejores. Así es como puede matar en nombre de la verdad y de la pureza y dormir sin remordimientos.
Se venda el antebrazo herido y lo vuelve a esconder debajo de la capa, reprendiéndose por haberse descuidado lo suficiente como para permitir que el vampiro le lastimara. Sabe que no está mal para alguien como él haber terminado solo con un neófito, pero en sus esquemas lo mejor no es enemigo de lo bueno, y siempre hay que perseguir con obstinación la perfección en todo. Sobre todo si de ello depende la vida de uno. Como siempre está alerta de lo que ocurre a su alrededor ha oído llegar al extraño mucho antes de sentirlo detenerse a su lado, así que no le sobresalta su voz. Lo que sí le sorprende es ese acento que creyó que no volvería a escuchar mientras siguiera en Francia. - Las tierras del Norte. - Comentó, sin molestarse ni en fingir que seguía el hilo de la conversación que el otro había comenzado a entablar. - Es allí de donde sois, ¿no es cierto? Hace mucho que dejé Suecia pero todavía recuerdo la música de las palabras de la región de los hielos. - Es como recibir un mensaje de uno de sus parientes, y por un momento Peter Jan se deja acariciar por la dosis justa de nostalgia antes de incorporarse del escalón donde se había sentado. - ¿Venís vos huyendo de ese peligro o lo representáis? - Pregunta entonces, intentando adivinar qué intenciones tiene para con él el extranjero.
La dualidad a la que hacíamos mención radica en un convencimiento firme, asentado sobre unas bases tan sólidas que - aunque estuvieran erradas - no podrían ser sacudidas ni por un tifón. Peter Jan cree desde lo más profundo que lo que hace es correcto. Es irónico que precisamente este muchacho, que adora por encima de todo leer lo que cae en sus manos con la misma avidez que un hambriento, no sepa que todo debería ser cuestionado en pos de la objetividad de pensamiento. La imparcialidad, tal y como se la conoce, es algo que según el chico el ser humano no está capacitado para conseguir. ¿Y no es lo mejor entonces que cada cual se aferre a unos principios morales imbatibles? Admitir que esas normas suyas de conducta puedan entrar en conflicto con otras no le exime de seguir pensando que las suyas son mejores. Así es como puede matar en nombre de la verdad y de la pureza y dormir sin remordimientos.
Se venda el antebrazo herido y lo vuelve a esconder debajo de la capa, reprendiéndose por haberse descuidado lo suficiente como para permitir que el vampiro le lastimara. Sabe que no está mal para alguien como él haber terminado solo con un neófito, pero en sus esquemas lo mejor no es enemigo de lo bueno, y siempre hay que perseguir con obstinación la perfección en todo. Sobre todo si de ello depende la vida de uno. Como siempre está alerta de lo que ocurre a su alrededor ha oído llegar al extraño mucho antes de sentirlo detenerse a su lado, así que no le sobresalta su voz. Lo que sí le sorprende es ese acento que creyó que no volvería a escuchar mientras siguiera en Francia. - Las tierras del Norte. - Comentó, sin molestarse ni en fingir que seguía el hilo de la conversación que el otro había comenzado a entablar. - Es allí de donde sois, ¿no es cierto? Hace mucho que dejé Suecia pero todavía recuerdo la música de las palabras de la región de los hielos. - Es como recibir un mensaje de uno de sus parientes, y por un momento Peter Jan se deja acariciar por la dosis justa de nostalgia antes de incorporarse del escalón donde se había sentado. - ¿Venís vos huyendo de ese peligro o lo representáis? - Pregunta entonces, intentando adivinar qué intenciones tiene para con él el extranjero.
Peter Jan Hansson- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 10/03/2013
Re: De lobos y corderos (Libre)
El intento por ocultar su origen no pareció dar resultado en ningún momento, pues la primera palabra que pronunció el muchacho hacía referencia precisamente a éste. Eso molestó a Bjørge, que no había sido capaz de jugar correctamente y fingir una realidad que no se acercara ni remotamente a la realidad. Sin embargo, él no era un mal perdedor, al menos no en ese instante, por lo que prefirió olvidarse de esa derrota y continuar con su fachada de persona buena, honorable o, al menos, razonable. Le costó, ciertamente que no le fue fácil, pues las palabras casi crípticas de aquel asesino intentaban motivar su propio intelecto, que luchaba contra su resistencia para responderle con una sarta de palabras sin aparente sentido, pero con un significado profundo y rebuscado.
- Si se refiere a si agradezco el tórrido verano de París… - contestó aún en francés, pues él era noruego y no sueco, a pesar de la extrema similitud entre las lenguas nórdicas – debo sincerarme y decir que no, prefiero la gélida temperatura de Escandinavia al insoportable calor de Francia – intentó responder como una persona corriente haría y no con complicados acertijos como él acostumbraría a hacer -. ¿Y vos? ¿Representáis el peligro del frío o rehuís de él? – en realidad no tenía ni la más remota idea de a qué amenaza se refería éste, pues, ¿era acaso que su procedencia le marcaba como un criminal o como un individuo a evitar? ¿O quizás era que aquel tenía algo que ocultar, algo de lo que pretendía escabullirse, queriendo dejarlo oculto y enterrado en el gélido suelo del norte? A decir verdad, si hacía caso a las apariencias, derivadas de halo homicida, la posibilidad no resultaba ni por asomo descabellada.
Cuando el joven se puso en pie, el brujo sintió un escalofrío que se derivó única y exclusivamente de la mirada de él. Era hielo puro, un azul tan intenso que atravesaba el mar para desterrar cualquier brizna de calidez a las extremas tierras de Finnmark. Acero celeste, aguamarina de muerte. O aquellos eran los desvaríos que le inundaron por un instante al Ødegård. Recuperó la compostura y sonrió en medida para mostrar una amabilidad cordial, en ningún caso exagerada, aunque mucho menos falsa, pues él no sentía ninguna aversión a aquel paisano por muy asesino que fuese; de hecho, esa cuestión le hacía más interesante a su parecer.
- Soy Bjørge Ødegård, de Trondheim, ¿y usted? – se presentó extendiendo la mano para apretar la suya. Y, pese a adelantarla a su cuerpo, pronto hubo de retirarla, pues una molestia le obligó a llevarla a su espalda sin poder hacer nada para reprimir el impulso. La rata que llevaba por entre sus ropajes había decidido que era momento de dejar de reposar y comenzar a moverse, clavándole una uña más fuerte de lo normal en medio de su correteo – Disculpe, tengo problemas de espalda y a veces sufro de pinchazos – se excusó -; en ocasiones son un verdadero engorro.
- Si se refiere a si agradezco el tórrido verano de París… - contestó aún en francés, pues él era noruego y no sueco, a pesar de la extrema similitud entre las lenguas nórdicas – debo sincerarme y decir que no, prefiero la gélida temperatura de Escandinavia al insoportable calor de Francia – intentó responder como una persona corriente haría y no con complicados acertijos como él acostumbraría a hacer -. ¿Y vos? ¿Representáis el peligro del frío o rehuís de él? – en realidad no tenía ni la más remota idea de a qué amenaza se refería éste, pues, ¿era acaso que su procedencia le marcaba como un criminal o como un individuo a evitar? ¿O quizás era que aquel tenía algo que ocultar, algo de lo que pretendía escabullirse, queriendo dejarlo oculto y enterrado en el gélido suelo del norte? A decir verdad, si hacía caso a las apariencias, derivadas de halo homicida, la posibilidad no resultaba ni por asomo descabellada.
Cuando el joven se puso en pie, el brujo sintió un escalofrío que se derivó única y exclusivamente de la mirada de él. Era hielo puro, un azul tan intenso que atravesaba el mar para desterrar cualquier brizna de calidez a las extremas tierras de Finnmark. Acero celeste, aguamarina de muerte. O aquellos eran los desvaríos que le inundaron por un instante al Ødegård. Recuperó la compostura y sonrió en medida para mostrar una amabilidad cordial, en ningún caso exagerada, aunque mucho menos falsa, pues él no sentía ninguna aversión a aquel paisano por muy asesino que fuese; de hecho, esa cuestión le hacía más interesante a su parecer.
- Soy Bjørge Ødegård, de Trondheim, ¿y usted? – se presentó extendiendo la mano para apretar la suya. Y, pese a adelantarla a su cuerpo, pronto hubo de retirarla, pues una molestia le obligó a llevarla a su espalda sin poder hacer nada para reprimir el impulso. La rata que llevaba por entre sus ropajes había decidido que era momento de dejar de reposar y comenzar a moverse, clavándole una uña más fuerte de lo normal en medio de su correteo – Disculpe, tengo problemas de espalda y a veces sufro de pinchazos – se excusó -; en ocasiones son un verdadero engorro.
Bjørge Ødegård- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/03/2013
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