AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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At the River's End [privado]
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At the River's End [privado]
Habían transcurrido unos cuantos meses desde que Logan había pisado territorio francés por primera vez. Había durante ese tiempo dividido sus faenas en dos partes, las dos igualmente importantes pero una más apremiante que la otra. La primera y la cual para él adquiría mayor prominencia debido a la correlación con sus emociones, consistía en investigar el paradero de quien le había mordido aquella noche hace ya cuatro años atrás, ya que a pesar del tiempo transcurrido aún le era sumamente necesario encontrar respuestas. La segunda consistía en dedicarse al oficio que había adquirido desde hace también ya bastante tiempo y que le permitía desenvolverse económicamente en un estado que se podría considerar de clase media a pesar de que con frecuencia recibía cartas de América de parte de los administradores y abogados contratados por su madre, la cual aún guardaba la esperanza de que por medio de ellos lograse convencer a su hijo de que regresara a hacerse cargo de las múltiples propiedades que pertenecieran a su padre y que a él le correspondían por derecho. Aunque cuando dicho tema surgía en los comunicados que recibía del otro lado del Atlántico solía evadirlo con presteza ya que mientras no hubiese encontrado lo que buscaba no podía pensar en volver a América. Aún no era el momento.
Caminaba esa mañana entre los árboles realizando una tarea para la que le habían contratado, la cual consistía en averiguar quien o quienes eran los responsables de colocar diversas trampas en el bosque con la finalidad de capturar múltiples animales de la región y luego venderlos a comerciantes que ávidos de conseguir las valiosas pieles pagaban bien a quienes se dedicaban así a la caza ilícita en un área en la que dicha actividad estaba prohibida. En unas cuantas horas encontró varias trampas que desarmó, sintiendo una profunda aversión ante la idea de que se capturasen así los animales y es que sentía un profundo respeto y afecto por aquellos que habitaban los bosques, fuesen osos, coyotes, venados o lobos... y si se encontraba alguno de ellos a su paso sentía una mayor afinidad con esos habitantes de los bosques que con cualquier ser humano. Por supuesto durante su vida había cazado pero únicamente con el propósito de alimentarse no como un negocio y mucho menos infringiendo dolor en su caza. Era por eso por lo que aún si no le hubieran pagado para que realizara este temporal trabajo lo hubiese realizado de cualquier forma.
Le servía de paso dicha actividad para canalizar su energía y sus pensamientos de manera que no tuviese que volver a su mente la noción de que en unos cuantos días habría otra luna llena y de que inevitablemente tendría que lidiar con algo mucho más temible que cualquier grupo de cazadores o criminales, consigo mismo. Se detuvo entonces sobre sus pasos y arrugó el entrecejo al descubrir un cepo. De todas las posibles trampas esa era la más abominable de todas porque no solo destrozaba la extremidad de la presa sino que le mantenía en estado de agonía durante muchas horas. Tuvo cuidado en desarmarla, todo lo que había encontrado le indicaba que no se trataba de aficionados, pudo constatarlo por la manera en que las trampas estaban distribuidas y por la manera tan minuciosa en que se habían cuidado de ocultar cuidadosamente cualquier rastro.
Sin embargo era él un hombre diligente y no se desanimaba fácilmente por lo que se dedicó pacientemente a su tarea hasta el momento en que llegó a la orilla del río que corría atravesando el bosque. Al verlo se acercó a él y colocando su rifle a un lado sobre el suelo, dobló sus rodillas y se inclinó para llenar su cantimplora, beber del agua cristalina y de paso mojar su rostro y su cabeza. El sol era fuerte y a esa hora resultaba refrescante. Llevaba puesta una indumentaria sencilla, pantalones color café con tirantes sobre una camisa a cuadros y botas que le permitían recorrer largos caminos. Hace mucho había dejado de usar sus ropajes indios, ante todo por un sentido de nostalgia y mayormente de duelo. Si, aún guardaba duelo por los suyos, por sus hermanos que habían fallecido y especialmente por su esposa, probablemente era por eso por lo que no era un hombre demasiado sociable y por ello la sociedad en la que se encontraba no sabía muy bien que opinar de él.
Caminaba esa mañana entre los árboles realizando una tarea para la que le habían contratado, la cual consistía en averiguar quien o quienes eran los responsables de colocar diversas trampas en el bosque con la finalidad de capturar múltiples animales de la región y luego venderlos a comerciantes que ávidos de conseguir las valiosas pieles pagaban bien a quienes se dedicaban así a la caza ilícita en un área en la que dicha actividad estaba prohibida. En unas cuantas horas encontró varias trampas que desarmó, sintiendo una profunda aversión ante la idea de que se capturasen así los animales y es que sentía un profundo respeto y afecto por aquellos que habitaban los bosques, fuesen osos, coyotes, venados o lobos... y si se encontraba alguno de ellos a su paso sentía una mayor afinidad con esos habitantes de los bosques que con cualquier ser humano. Por supuesto durante su vida había cazado pero únicamente con el propósito de alimentarse no como un negocio y mucho menos infringiendo dolor en su caza. Era por eso por lo que aún si no le hubieran pagado para que realizara este temporal trabajo lo hubiese realizado de cualquier forma.
Le servía de paso dicha actividad para canalizar su energía y sus pensamientos de manera que no tuviese que volver a su mente la noción de que en unos cuantos días habría otra luna llena y de que inevitablemente tendría que lidiar con algo mucho más temible que cualquier grupo de cazadores o criminales, consigo mismo. Se detuvo entonces sobre sus pasos y arrugó el entrecejo al descubrir un cepo. De todas las posibles trampas esa era la más abominable de todas porque no solo destrozaba la extremidad de la presa sino que le mantenía en estado de agonía durante muchas horas. Tuvo cuidado en desarmarla, todo lo que había encontrado le indicaba que no se trataba de aficionados, pudo constatarlo por la manera en que las trampas estaban distribuidas y por la manera tan minuciosa en que se habían cuidado de ocultar cuidadosamente cualquier rastro.
Sin embargo era él un hombre diligente y no se desanimaba fácilmente por lo que se dedicó pacientemente a su tarea hasta el momento en que llegó a la orilla del río que corría atravesando el bosque. Al verlo se acercó a él y colocando su rifle a un lado sobre el suelo, dobló sus rodillas y se inclinó para llenar su cantimplora, beber del agua cristalina y de paso mojar su rostro y su cabeza. El sol era fuerte y a esa hora resultaba refrescante. Llevaba puesta una indumentaria sencilla, pantalones color café con tirantes sobre una camisa a cuadros y botas que le permitían recorrer largos caminos. Hace mucho había dejado de usar sus ropajes indios, ante todo por un sentido de nostalgia y mayormente de duelo. Si, aún guardaba duelo por los suyos, por sus hermanos que habían fallecido y especialmente por su esposa, probablemente era por eso por lo que no era un hombre demasiado sociable y por ello la sociedad en la que se encontraba no sabía muy bien que opinar de él.
Logan McConnell- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 39
Fecha de inscripción : 15/11/2013
Re: At the River's End [privado]
Si le hubieran preguntado en que ser viviente le hubiera gustado convertirse, Maleen, habría respondido – un ave, o un lobo… para huir de ésta vida que… entre brillos, sedas y galanterías, solo ocultan la hipocresía de una sociedad decadente – respondió a esa pregunta, su voz fue suave pero firme y decidida, mientras tomaba “prestado” uno de los caballos del establo del señor Von Wittelsbach, aquel amigo de su abuelo materno, quien tenía las ocultas intensiones de casarla con su nieto. Hacía unos días que se encontraba en Paris, y ya se encontraba ahogada, en especial su paciencia, que nunca había sido abundante y que tras los reproches de su abuela por no aceptar aquel excelente - según la anciana – pretendiente, se había puesto de muy mal humor, por eso, antes de tener que enfrentar nuevamente un regaño y la mirada herida del anfitrión, decidió poner distancia entre ellos.
Apenas montar y tomar la calle, espoleó su montura, saliendo como una exhalación hacia el lugar más alejado que se le ocurrió – el bosque - , estaba segura que allí encontraría un poco de paz, podría recapacitar, encontrar las palabras adecuadas para calmar y contentar a su abuela. Entendía que la gran preocupación de los Schwan, era que al morir ellos, Maleen quedaría sola en Europa y su padre podría exigirle que vuelva a “…esa tierra de salvajes” como solía nombrar su abuelo, el suelo que le había quitado la vida de su adorada hija y al que negaba entregar ahora la de su nieta. Les diría que no necesitaba la ayuda de nadie para elegir al hombre que la acompañaría el resto de su vida. Les mentiría que ya había conocido al indicado y así, podría tirar el problema, más adelante en el tiempo. Mientras tanto los conformaría y ella podría volver a vivir tranquila, por lo menos un año, hasta que volvieran a la carga. Pero la verdad era, que en su cabeza, no existía ningún plan de casarse y menos de formar una familia, -¿acaso no acaban en desastrosos fracasos? - se preguntó. Aun se encontraba enojada, pero el viento que acariciaba sus mejillas y elevaba sus cabellos, le devolvían de apoco el buen humor que siempre tenía.
El sol estaba en su cenit cuando llegó al bosque y se decidió a pasear por uno de los caminos secundarios, aflojó las riendas, permitiendo que fuera el caballo quien decidiera hacia donde irían. Como era de esperar, luego del largo recorrido que habían hecho hasta llegar al bosque, el animal se acercó a lo que parecía un rio. Su rostro se iluminó, hacía tanto calor, el vestido aunque era de una tela liviana le molestaba, no lo pensó mucho. Desmontó, y tras atar las riendas a una rama bastante gruesa, se dedicó a aflojar los lazos de su vestido, para dejar despejado sus hombros y la parte superior de su pecho, una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro, cuando sentada en la orilla del rio, se descalzó y hundió los pies en el agua que corría fresca y transparente por el rio. Mojó un pañuelo y se pasó por el cuello, los hombros y lo que el escote dejaba apreciar de su busto. Acomodó la falda del vestido, levantándola y exponiendo sus largas y torneadas piernas y las humedeció, la suave brisa le hacía que la piel se erizara y eso le agradó.
Se quedó así, tarareando una canción alemana, para luego recordar una de las canciones que le cantaba su nana, escocesa, cuando era muy pequeña y aún vivía en Filadelfia, allí cruzando el océano. Cerró los ojos, arqueó su espalda hacia atrás, descargando el peso en sus manos que apoyadas en la hierba sentía la frescura que de ellas emanaban.
Apenas montar y tomar la calle, espoleó su montura, saliendo como una exhalación hacia el lugar más alejado que se le ocurrió – el bosque - , estaba segura que allí encontraría un poco de paz, podría recapacitar, encontrar las palabras adecuadas para calmar y contentar a su abuela. Entendía que la gran preocupación de los Schwan, era que al morir ellos, Maleen quedaría sola en Europa y su padre podría exigirle que vuelva a “…esa tierra de salvajes” como solía nombrar su abuelo, el suelo que le había quitado la vida de su adorada hija y al que negaba entregar ahora la de su nieta. Les diría que no necesitaba la ayuda de nadie para elegir al hombre que la acompañaría el resto de su vida. Les mentiría que ya había conocido al indicado y así, podría tirar el problema, más adelante en el tiempo. Mientras tanto los conformaría y ella podría volver a vivir tranquila, por lo menos un año, hasta que volvieran a la carga. Pero la verdad era, que en su cabeza, no existía ningún plan de casarse y menos de formar una familia, -¿acaso no acaban en desastrosos fracasos? - se preguntó. Aun se encontraba enojada, pero el viento que acariciaba sus mejillas y elevaba sus cabellos, le devolvían de apoco el buen humor que siempre tenía.
El sol estaba en su cenit cuando llegó al bosque y se decidió a pasear por uno de los caminos secundarios, aflojó las riendas, permitiendo que fuera el caballo quien decidiera hacia donde irían. Como era de esperar, luego del largo recorrido que habían hecho hasta llegar al bosque, el animal se acercó a lo que parecía un rio. Su rostro se iluminó, hacía tanto calor, el vestido aunque era de una tela liviana le molestaba, no lo pensó mucho. Desmontó, y tras atar las riendas a una rama bastante gruesa, se dedicó a aflojar los lazos de su vestido, para dejar despejado sus hombros y la parte superior de su pecho, una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro, cuando sentada en la orilla del rio, se descalzó y hundió los pies en el agua que corría fresca y transparente por el rio. Mojó un pañuelo y se pasó por el cuello, los hombros y lo que el escote dejaba apreciar de su busto. Acomodó la falda del vestido, levantándola y exponiendo sus largas y torneadas piernas y las humedeció, la suave brisa le hacía que la piel se erizara y eso le agradó.
Se quedó así, tarareando una canción alemana, para luego recordar una de las canciones que le cantaba su nana, escocesa, cuando era muy pequeña y aún vivía en Filadelfia, allí cruzando el océano. Cerró los ojos, arqueó su espalda hacia atrás, descargando el peso en sus manos que apoyadas en la hierba sentía la frescura que de ellas emanaban.
Maleen Schwan- Humano Clase Alta
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 02/09/2014
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