AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Beathach [Guido Abbiati]
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Beathach [Guido Abbiati]
La noche se acercaba de nuevo y París se convertía en un hervidero de vida alterna a la que se desarrollaba durante el día. Tantas horas en casa, sin necesidad de salir a pasear, en compañía de su humano más querido, comenzaron a hacer mella en su energía. La mejor opción era salir. Se escabulló por una abertura en el muro que separaba la propiedad del bosque, se desnudó y escondió su escasa vestimenta en el lugar de siempre, debajo de un montón de ramas secas donde no llamaría la atención, y prosiguió a adoptar su forma animal. Primero tenía pensado tomar su lado más salvaje, pero acababa de pasar por un trauma emocional que dejaba trazos en él, por más que su humor se mostraba totalmente optimista. Con poco esfuerzo echó a correr y en el trayecto, en el que las ramas se clavaban en sus pies con una sensación placentera, su anatomía cambió: dejó de ser el varonil hombre y dio paso al enorme perro que Guido ya conocía, una figura mucho más confiable si bien el tamaño y apariencia daba una idea de falsa rudeza.
Corría entusiasmado hasta un punto cercano a la entrada principal de la propiedad, esperando sentado a que apareciera el muchacho. Ansiaba tanto tenerlo cerca, era como depender del opio, nada podía compararse al alivio que le regalaba ver los ojos y la sonrisa del italiano, de belleza incomparable. Era un joven sumamente atractivo, pero algo más en él era lo que le tenía totalmente enamorado: el reto que representaba esa negativa a los sentimientos que él le ofrecía.
Se distrajo un poco, sólo un momento en que escuchó a unos peatones exclamar en reclamo contra quienquiera que dejara solo a un perro tan grande que representaba una amenaza para cualquiera que pasara cerca. Se encogió un poco, sintiéndose mal por alterar el orden. Ojalá no tardara demasiado el muchacho. Justo pensaba en eso cuando escuchó sus pasos, el ritmo ya tan conocido para él, como si toda la vida hubiese estado en contacto con su andar. Se levantó, moviendo el rabo, y apenas le vio salir echó a correr hasta él, como disparado, y se detuvo a poca distancia de él, observándole atento: el porte, la gallardía, todo en él exhalaba elegancia, a pesar de que las ropas le quedaran algo grandes, cosa que en verdad ni siquiera se notaba mucho a menos que se le observase con mirada muy crítica. Sintió un fuerte pinchazo de orgullo, ese era el muchacho que amaba.
Agachó la cabeza, mostrándose obediente en su papel de perro guardián, y dándole así, además, la opción de colocarle la correa que llevaba en la mano. Suerte que el humano no escuchaba sus pensamientos, si no ya habría dudado dos veces sobre ese paseo que llevaba la intención oculta de exhibirlo al mundo, de prepararlo para su acceso a la sociedad en la que el escocés se desenvolvía con completa naturalidad y donde, aparte, deseaba fuera tan aceptado como fuera posible, y le dieran una cálida bienvenida como su protegido, su músico personal, y como su compañero.
Corría entusiasmado hasta un punto cercano a la entrada principal de la propiedad, esperando sentado a que apareciera el muchacho. Ansiaba tanto tenerlo cerca, era como depender del opio, nada podía compararse al alivio que le regalaba ver los ojos y la sonrisa del italiano, de belleza incomparable. Era un joven sumamente atractivo, pero algo más en él era lo que le tenía totalmente enamorado: el reto que representaba esa negativa a los sentimientos que él le ofrecía.
Se distrajo un poco, sólo un momento en que escuchó a unos peatones exclamar en reclamo contra quienquiera que dejara solo a un perro tan grande que representaba una amenaza para cualquiera que pasara cerca. Se encogió un poco, sintiéndose mal por alterar el orden. Ojalá no tardara demasiado el muchacho. Justo pensaba en eso cuando escuchó sus pasos, el ritmo ya tan conocido para él, como si toda la vida hubiese estado en contacto con su andar. Se levantó, moviendo el rabo, y apenas le vio salir echó a correr hasta él, como disparado, y se detuvo a poca distancia de él, observándole atento: el porte, la gallardía, todo en él exhalaba elegancia, a pesar de que las ropas le quedaran algo grandes, cosa que en verdad ni siquiera se notaba mucho a menos que se le observase con mirada muy crítica. Sintió un fuerte pinchazo de orgullo, ese era el muchacho que amaba.
Agachó la cabeza, mostrándose obediente en su papel de perro guardián, y dándole así, además, la opción de colocarle la correa que llevaba en la mano. Suerte que el humano no escuchaba sus pensamientos, si no ya habría dudado dos veces sobre ese paseo que llevaba la intención oculta de exhibirlo al mundo, de prepararlo para su acceso a la sociedad en la que el escocés se desenvolvía con completa naturalidad y donde, aparte, deseaba fuera tan aceptado como fuera posible, y le dieran una cálida bienvenida como su protegido, su músico personal, y como su compañero.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 117
Fecha de inscripción : 18/09/2014
Re: Beathach [Guido Abbiati]
Por un instante pensó que se había confundido, que no habían quedado en la perta delantera, sino en el jardín o tal vez la puerta del servicio. Le extrañaba que el escocés no estuviera ya esperándole, más que nada porque había salido antes que él y ya sabía que no tardaba en hacer el cambio a penas. A punto estuvo de darse media vuelta y entrar de nuevo en el edificio cuando escuchó el rápido galope del gran lebrel. Sonrió el verle y en cuanto se detuvo, se agachó para que se le acercara.
-Ven, anda.
Le hizo un gesto con la mano, esperando a que se le aproximara. No tenía intención de atarlo, la cuerda era sólo para dar el pego. La llevaría rodeando su mano y si alguien se quejaba, fingiría amarrarlo y luego le dejaría de nuevo libre. Lo que quería era verle sin ataduras, salvaje. Sabía que en plena ciudad, la segunda parte sería prácticamente imposible, pero al menos, no le encadenaría por la estupidez humana y el miedo irracional. Cualquiera con dos dedos de frente podía darse cuenta de la nobleza de ese animal. Su porte elegante, su cabello bien cuidado, la postura erguida de un ser obediente, aunque dominante. Y si le miraban a los ojos, eso ya lo diría todo. Uno podía perderse en aquellas orbes que se veían tranquilas y apacibles en ese momento, cariñosas y amigables. ¿Quién podía escandalizarse sin darle un motivo a Nolan para temerle? Porque claro, era respetuoso, pero protector. Sabría defenderse y atacar de ser necesario, pero no por diversión.
-Vayamos a dar un paseo.
Acarició el alto y firme lomo del can, desde detrás de sus orejas hacia las caderas y luego se incorporó, arreglándose los pantalones que se le habían arrugado un poco. No era que le importada demasiado su aspecto en aquel momento, pero la ropa se la habían prestado, así que la trataría con cuidado.
-¿Quién va a guiar a quién?
Cualquiera se hubiese sentido un estúpido al preguntarle semejante cosa a un perro, pero el italiano no. Porque ni era un simple cánido, ni le avergonzaba ser como era o tener las dudas que tenía. Bajó los escalones hacia la calle y esperó a que se le uniera el cambiante a su paso. No sabía si tenían un rumbo marcado, o qué intenciones había para el repentino paseo. Simplemente se dejaría llevar, como llevaba haciendo cerca de veinticuatro horas.
-Ven, anda.
Le hizo un gesto con la mano, esperando a que se le aproximara. No tenía intención de atarlo, la cuerda era sólo para dar el pego. La llevaría rodeando su mano y si alguien se quejaba, fingiría amarrarlo y luego le dejaría de nuevo libre. Lo que quería era verle sin ataduras, salvaje. Sabía que en plena ciudad, la segunda parte sería prácticamente imposible, pero al menos, no le encadenaría por la estupidez humana y el miedo irracional. Cualquiera con dos dedos de frente podía darse cuenta de la nobleza de ese animal. Su porte elegante, su cabello bien cuidado, la postura erguida de un ser obediente, aunque dominante. Y si le miraban a los ojos, eso ya lo diría todo. Uno podía perderse en aquellas orbes que se veían tranquilas y apacibles en ese momento, cariñosas y amigables. ¿Quién podía escandalizarse sin darle un motivo a Nolan para temerle? Porque claro, era respetuoso, pero protector. Sabría defenderse y atacar de ser necesario, pero no por diversión.
-Vayamos a dar un paseo.
Acarició el alto y firme lomo del can, desde detrás de sus orejas hacia las caderas y luego se incorporó, arreglándose los pantalones que se le habían arrugado un poco. No era que le importada demasiado su aspecto en aquel momento, pero la ropa se la habían prestado, así que la trataría con cuidado.
-¿Quién va a guiar a quién?
Cualquiera se hubiese sentido un estúpido al preguntarle semejante cosa a un perro, pero el italiano no. Porque ni era un simple cánido, ni le avergonzaba ser como era o tener las dudas que tenía. Bajó los escalones hacia la calle y esperó a que se le uniera el cambiante a su paso. No sabía si tenían un rumbo marcado, o qué intenciones había para el repentino paseo. Simplemente se dejaría llevar, como llevaba haciendo cerca de veinticuatro horas.
Guido Abbiati- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/09/2014
Localización : Mansión McLeod
Re: Beathach [Guido Abbiati]
Le hacía tanta gracia que le hablara como si no comprendiera ninguna de sus palabras, entendía que fuera para fingir ante las personas que, dicho sea de paso, volteaban al menos dos veces a ver al italiano. Tenía razón, su encanto no pasaba desapercibido por nadie. Tomó una actitud obediente, ya que estaban en el papel y empujó la mano del contrario con la cabeza, buscando atenciones que sabía iba a obtener y, luego de revisar los alrededores con una ojeada rápida, decidió que lo mejor era dirigirse adonde hubiese más gente, evitando los barrios bajos y sin ir demasiado lejos.
Caminaba a su lado, muy cerca de él, sin apenas voltear a ver nada, tanto por precaución como por ayudar a aumentar la curiosidad sobre la pareja que formaban ambos, el guapo caballero y su enorme perro guardián. Hasta ese momento no había reparado en que tenía bastante hambre y, por haberse precipitado, ni siquiera le dio dinero al muchacho. Ladró y se detuvo, ladeando ligeramente la cabeza, interrogativo. ¿Y ahora? Bueno, siempre podían recurrir a los lugares más lujosos y dejar el nombre del escocés como responsable de las cuentas.
Como fuera, por ahora la situación se destensaba hasta volver al estado relajado de antes de que comenzara toda esa confusión, ya no debía preocuparse por hablarle ni explicar cosas que dijera antes y se prestaran a malinterpretaciones. Era sólo un perro, uno hecho para cazar y correr, pero un perro al fin y al cabo, y las muestras de cariño eran tan naturales en los canes como los conflictos en los humanos. Vaya comparación, eso siempre le hacía pensar quiénes eran las bestias en realidad, y daba un poco la razón a su padre que siempre se refirió a la mayoría de los humanos, a los ingleses principalmente, con el término beathach usando un tono despectivo.
Los beathaichean, irónicamente el término que describía a los cambiantes en algunos cantos y cuentos escoceses, eran en su familia aquellos que obtenían provecho a costa de otros, que mentían, robaban, lastimaban sin miramientos. Más tarde, cuando volvieran a casa, le contaría historias a su italiano, quizá le enseñara alguna que otra palabra en gaélico que con su acento cantarín seguro sonaban adorables, como pronunciadas por un ángel.
Caminaba a su lado, muy cerca de él, sin apenas voltear a ver nada, tanto por precaución como por ayudar a aumentar la curiosidad sobre la pareja que formaban ambos, el guapo caballero y su enorme perro guardián. Hasta ese momento no había reparado en que tenía bastante hambre y, por haberse precipitado, ni siquiera le dio dinero al muchacho. Ladró y se detuvo, ladeando ligeramente la cabeza, interrogativo. ¿Y ahora? Bueno, siempre podían recurrir a los lugares más lujosos y dejar el nombre del escocés como responsable de las cuentas.
Como fuera, por ahora la situación se destensaba hasta volver al estado relajado de antes de que comenzara toda esa confusión, ya no debía preocuparse por hablarle ni explicar cosas que dijera antes y se prestaran a malinterpretaciones. Era sólo un perro, uno hecho para cazar y correr, pero un perro al fin y al cabo, y las muestras de cariño eran tan naturales en los canes como los conflictos en los humanos. Vaya comparación, eso siempre le hacía pensar quiénes eran las bestias en realidad, y daba un poco la razón a su padre que siempre se refirió a la mayoría de los humanos, a los ingleses principalmente, con el término beathach usando un tono despectivo.
Los beathaichean, irónicamente el término que describía a los cambiantes en algunos cantos y cuentos escoceses, eran en su familia aquellos que obtenían provecho a costa de otros, que mentían, robaban, lastimaban sin miramientos. Más tarde, cuando volvieran a casa, le contaría historias a su italiano, quizá le enseñara alguna que otra palabra en gaélico que con su acento cantarín seguro sonaban adorables, como pronunciadas por un ángel.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 117
Fecha de inscripción : 18/09/2014
Re: Beathach [Guido Abbiati]
Emprendieron el paso en dirección oeste. No conocía el barrio, así que no sabía lo que quedaba en qué lugar, pero sabía orientarse por el sol y en las noches usaba las estrellas. Nunca había tenido un perro, aunque siempre le habían gustado mucho los animales, pero su madre decía ser alérgica a cualquier cosa que tuviera el cuerpo cubierto por pelo o plumas, así que jamás pudo disfrutar de la compañía de uno. Se sentía como un niño, aunque lo intentaba disimular ya que no quedaba demasiado coherente con la vestimenta ni el porte de su acompañante. Sus pasos de por sí, aunque quisiera evitarlo, siempre eran elegantes y atrayentes. Llevaba demasiados años practicando para ser el centro de atención y no era algo que se pudiera dejar de pronto a un lado.
Cuando el lebrel se detuvo y ladró, mirándole, no le entendió. Bien sabía que uno no hablaba con los canes, pero se suponía que ahora debía ser distinto... no porque esperase que usara palabras al dirigirse a él, aquello sería sumamente extraño aún sabiendo que se trataba de un cambiante; pero al menos, poder comprenderle de algún modo, fuera cual fuera.
-¿Qué sucede?
Preguntó, esperando alguna clase de señal por parte ajena. Cualquier cosa serviría, en realidad. Se aproximó más al cánido y le rascó cariñosamente el lomo, revolviendo su recio y grisáceo pelo. Podía notar los tensos y firmes músculos del animal bajo el espeso manto. Era fuerte tanto siendo un animal como siendo un humano. Y en ambos casos era imposible que no le miraran continuamente. Nolan también estaba acostumbrado a ser el destinatario de todas las miradas, los cuchicheos y los halagos, no cabía duda. Pero claro, no era lo mismo recibirlos siendo una persona, a siendo un cuadrúpedo de dimensiones enormes. ¿Cómo se sentiría cuando algunas personas parecían apartarse de él al pasar? Nada bien, desde luego... Aquella idea no le gustó en absoluto, y en cuanto se cruzaron con la siguiente persona que hizo ademán de tal gesto, el italiano no se contuvo.
-El perro no muerde, pero yo sí. Así que mejor corra rápido.
Dio un pisotón fuerte en el suelo, como si fuera a salir tras la mujer y ésta gritó y se fue deprisa, casi tropezando. Guido no pudo reprimir una sonrisa algo malvada y resopló por la nariz, satisfecho.
-Eso le pasa por mirarte mal.
Acarició una de las orejas del contrario y su sonrisa se relajó, volviéndose incluso tierna. Nunca le habían gustado los prejuicios, así que no pensaba tolerarlos, y menos cuando iban dirigidos a alguien cercano.
Cuando el lebrel se detuvo y ladró, mirándole, no le entendió. Bien sabía que uno no hablaba con los canes, pero se suponía que ahora debía ser distinto... no porque esperase que usara palabras al dirigirse a él, aquello sería sumamente extraño aún sabiendo que se trataba de un cambiante; pero al menos, poder comprenderle de algún modo, fuera cual fuera.
-¿Qué sucede?
Preguntó, esperando alguna clase de señal por parte ajena. Cualquier cosa serviría, en realidad. Se aproximó más al cánido y le rascó cariñosamente el lomo, revolviendo su recio y grisáceo pelo. Podía notar los tensos y firmes músculos del animal bajo el espeso manto. Era fuerte tanto siendo un animal como siendo un humano. Y en ambos casos era imposible que no le miraran continuamente. Nolan también estaba acostumbrado a ser el destinatario de todas las miradas, los cuchicheos y los halagos, no cabía duda. Pero claro, no era lo mismo recibirlos siendo una persona, a siendo un cuadrúpedo de dimensiones enormes. ¿Cómo se sentiría cuando algunas personas parecían apartarse de él al pasar? Nada bien, desde luego... Aquella idea no le gustó en absoluto, y en cuanto se cruzaron con la siguiente persona que hizo ademán de tal gesto, el italiano no se contuvo.
-El perro no muerde, pero yo sí. Así que mejor corra rápido.
Dio un pisotón fuerte en el suelo, como si fuera a salir tras la mujer y ésta gritó y se fue deprisa, casi tropezando. Guido no pudo reprimir una sonrisa algo malvada y resopló por la nariz, satisfecho.
-Eso le pasa por mirarte mal.
Acarició una de las orejas del contrario y su sonrisa se relajó, volviéndose incluso tierna. Nunca le habían gustado los prejuicios, así que no pensaba tolerarlos, y menos cuando iban dirigidos a alguien cercano.
Guido Abbiati- Humano Clase Media
- Mensajes : 113
Fecha de inscripción : 11/09/2014
Localización : Mansión McLeod
Re: Beathach [Guido Abbiati]
Palpó con la pata derecha el bolsillo de su chaqueta cuando vio que se ponía a retar a una mujer. Rió para sus adentros, de hecho, de estar en su forma humana, estaría llorando de risa. ¿Qué le pasaba? Si iba de caballero, no de muchacho buscapleitos. Le lamió los dedos haciendo pequeñas exclamaciones de felicidad. Lo acababa de defender, no existía una prueba más grande de su cariño, por el momento, y lo tomó como tal. Si tan solo pudiera besarlo…
Volvió a intentar, colocó la pata sobre el mismo bolsillo dando unos golpecitos. Seguro daba la imagen de ser un animal de circo criado y educado para entretener en lugar de esforzarse por hacerle entender que necesitaba saber si llevaba dinero encima. Ah, daba igual, sacudió la cabeza y volvió a caminar, seguro de que tendría la capacidad de idear la solución más sencilla. Se le adelantó unos metros hasta una esquina y detuvo su andar de golpe, estaba tan emocionado de salir en esa forma que no reparó en el coche que se acercaba a galope por la calle hacia él, que afortunadamente pudo prevenir a tiempo. Volteó a ver a su “amo” con las orejas bajas, pidiendo disculpas y al mismo tiempo sintiéndose tan avergonzado de su actitud tan descuidada, cuando ya era un hombre crecido.
Esperó sentado, sería mejor para ambos, y para el resto del mundo, que se comportara como un perro y dejara de ser el testarudo Nolan de siempre, debía aparentar ser obediente y sumiso. Trató de recordar la última vez que paseó en esa forma. No lo recordó a ciencia cierta, pues en las últimas semanas se dedicó a cazar con la forma del imponente lobo con el que nadie se metía, o correteando por todos lados como el zorro que escapaba de los cazadores incansables. De hecho, la última vez que lo hizo por poco le disparan en un costado, de no ser porque se ocultó tras un árbol justo a tiempo y cambió de ruta hacia su casa, donde durmió por horas, agotado y satisfecho con la carrera.
Pero la cuestión es que ahí estaba él, siendo un animal doméstico y totalmente devoto al hombre que amaba. Fue en busca de un poco de atención suya, el chico sabía bien cómo y dónde rascarle, cuando algo le hizo girar hacia el lado opuesto, un hedor conocido: eran los tipos de la noche anterior, ¿qué demonios hacían en un barrio como ese? Deberían volver a cuidar a sus prostitutas, a menos que el negocio floreciera tanto que les permitiera darse una vida tan buena. Ah, pero las cosas no se quedarían así. Como humano tendría que ocultar su fuerza y fiereza de los ojos de curiosos, pero como perro su fuerza sobrenatural no sería tan cuestionada, además de que la agilidad que le conferían sus cuatro patas difícilmente sería igualada ni con el caballo más veloz de París. Gruñó, por lo menos uno saldría con una buena mordida.
Volvió a intentar, colocó la pata sobre el mismo bolsillo dando unos golpecitos. Seguro daba la imagen de ser un animal de circo criado y educado para entretener en lugar de esforzarse por hacerle entender que necesitaba saber si llevaba dinero encima. Ah, daba igual, sacudió la cabeza y volvió a caminar, seguro de que tendría la capacidad de idear la solución más sencilla. Se le adelantó unos metros hasta una esquina y detuvo su andar de golpe, estaba tan emocionado de salir en esa forma que no reparó en el coche que se acercaba a galope por la calle hacia él, que afortunadamente pudo prevenir a tiempo. Volteó a ver a su “amo” con las orejas bajas, pidiendo disculpas y al mismo tiempo sintiéndose tan avergonzado de su actitud tan descuidada, cuando ya era un hombre crecido.
Esperó sentado, sería mejor para ambos, y para el resto del mundo, que se comportara como un perro y dejara de ser el testarudo Nolan de siempre, debía aparentar ser obediente y sumiso. Trató de recordar la última vez que paseó en esa forma. No lo recordó a ciencia cierta, pues en las últimas semanas se dedicó a cazar con la forma del imponente lobo con el que nadie se metía, o correteando por todos lados como el zorro que escapaba de los cazadores incansables. De hecho, la última vez que lo hizo por poco le disparan en un costado, de no ser porque se ocultó tras un árbol justo a tiempo y cambió de ruta hacia su casa, donde durmió por horas, agotado y satisfecho con la carrera.
Pero la cuestión es que ahí estaba él, siendo un animal doméstico y totalmente devoto al hombre que amaba. Fue en busca de un poco de atención suya, el chico sabía bien cómo y dónde rascarle, cuando algo le hizo girar hacia el lado opuesto, un hedor conocido: eran los tipos de la noche anterior, ¿qué demonios hacían en un barrio como ese? Deberían volver a cuidar a sus prostitutas, a menos que el negocio floreciera tanto que les permitiera darse una vida tan buena. Ah, pero las cosas no se quedarían así. Como humano tendría que ocultar su fuerza y fiereza de los ojos de curiosos, pero como perro su fuerza sobrenatural no sería tan cuestionada, además de que la agilidad que le conferían sus cuatro patas difícilmente sería igualada ni con el caballo más veloz de París. Gruñó, por lo menos uno saldría con una buena mordida.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/09/2014
Re: Beathach [Guido Abbiati]
Su sonrisa se amplió por las lamidas recibidas, que mostraban claramente el agradecimiento del can. Su lengua era grande, suave y estaba caliente. El tacto se sentía extraño, pero bien y le daba calidez a su mano. No le resultó algo desagradable como cabría esperar por las posibles babas, sino que simplemente lo tomó como una muestra de cariño y felicidad, que le parecía enternecedora al provenir de un perro tan grande y fornido.
Se fijó entonces en que le tocaba el bolsillo con la pata, aunque no entendía bien lo que quería. Coló la mano dentro, pero no encontró nada, así que se encogió de hombros y puso del revés la tela para mostrarle al contrario que estaban vacíos. Sin embargo, el escocés parecía de pronto haber perdido el interés en el contenido de los pantalones, o eso o bien había cambiado de opinión. Fuera lo que fuere, le vio alejarse a paso rápido y tras volver a colocar la prenda en su estado original y guardar la cuerda en el interior de uno de los bolsillos, se apresuró a seguirle.
Le vio frenar en seco y en un instante comprendió el por qué. Su corazón dio un vuelco al pensar en lo que había estado a punto de suceder. ¡No se podía ir a lo loco por la ciudad! Aunque ya estuviera anocheciendo y hubiera menos peatones, menos vehículos. Era peligroso, y más una urbe tan grande como París. Arrugó el ceño y sus pasos se volvieron más pesados, mostrando su enojo. Podía ver el aspecto arrepentido de Nolan, estaba con las orejas echadas hacia atrás y gachas, el hocico mirando al suelo y su lomo encorvado hacia fuera.
-¡No vuelvas a hacer eso!
Le recriminó una vez estuvo a su lado. Pero se percató de que ya no le estaba prestando atención. ¿Qué buscaba? Le veía olfatear a su alrededor y entonces gruñó. Algo había encontrado que no le gustaba un pelo, ¿pero el qué? Su propio gesto cambió en un instante, pasó de estar enfadado por el susto a preocupado por lo que tenía así al contrario. Intentó mirar a un lado a otro para localizar el punto problemático, pero no sabía lo que tenía que encontrar, así que estaba perdiendo el tiempo.
-¿Qué pasa? ¿Por qué estás así?
Decidió que lo más sensato era preguntar, aún a sabiendas de que, de nuevo, no obtendría una respuesta verbal clara. Pero a fin de cuentas, como solía decir su padre, siempre que algo no podía empeorar "de perdidos, al río".
Se fijó entonces en que le tocaba el bolsillo con la pata, aunque no entendía bien lo que quería. Coló la mano dentro, pero no encontró nada, así que se encogió de hombros y puso del revés la tela para mostrarle al contrario que estaban vacíos. Sin embargo, el escocés parecía de pronto haber perdido el interés en el contenido de los pantalones, o eso o bien había cambiado de opinión. Fuera lo que fuere, le vio alejarse a paso rápido y tras volver a colocar la prenda en su estado original y guardar la cuerda en el interior de uno de los bolsillos, se apresuró a seguirle.
Le vio frenar en seco y en un instante comprendió el por qué. Su corazón dio un vuelco al pensar en lo que había estado a punto de suceder. ¡No se podía ir a lo loco por la ciudad! Aunque ya estuviera anocheciendo y hubiera menos peatones, menos vehículos. Era peligroso, y más una urbe tan grande como París. Arrugó el ceño y sus pasos se volvieron más pesados, mostrando su enojo. Podía ver el aspecto arrepentido de Nolan, estaba con las orejas echadas hacia atrás y gachas, el hocico mirando al suelo y su lomo encorvado hacia fuera.
-¡No vuelvas a hacer eso!
Le recriminó una vez estuvo a su lado. Pero se percató de que ya no le estaba prestando atención. ¿Qué buscaba? Le veía olfatear a su alrededor y entonces gruñó. Algo había encontrado que no le gustaba un pelo, ¿pero el qué? Su propio gesto cambió en un instante, pasó de estar enfadado por el susto a preocupado por lo que tenía así al contrario. Intentó mirar a un lado a otro para localizar el punto problemático, pero no sabía lo que tenía que encontrar, así que estaba perdiendo el tiempo.
-¿Qué pasa? ¿Por qué estás así?
Decidió que lo más sensato era preguntar, aún a sabiendas de que, de nuevo, no obtendría una respuesta verbal clara. Pero a fin de cuentas, como solía decir su padre, siempre que algo no podía empeorar "de perdidos, al río".
Guido Abbiati- Humano Clase Media
- Mensajes : 113
Fecha de inscripción : 11/09/2014
Localización : Mansión McLeod
Re: Beathach [Guido Abbiati]
Todavía le apenaba el haberlo hecho enojar, pero aún si le hubiesen golpeado los caballos no habría pasado gran cosa, era grande y anormalmente fuerte, así que quizá algunos rasguños y moratones hubiesen sido todo el resultado. El hedor de los sujetos se acercaba más, los ubicó a lo lejos cuando iban acercándose en dirección a ellos. Parado en sus cuartos traseros, alcanzaba la estatura de un hombre adulto, por lo que asustarlos sería tan fácil como quitarle la ropa a Guido. Que idea más graciosa, de hecho ya comenzaba a necesitar hacerlo de nuevo.
Hizo un pequeño ruidito señalando que le prestaba atención al muchacho y señaló hacia delante con un movimiento de su cabeza, allá quería ir. Esta vez esperó a que el otro caminara, ya no se le adelantaría ni cometería errores garrafales como meterle tremendos sustos. Quería echarse a correr y destrozarle las manos o las piernas, no para matarlos, sino para darles una buena lección a ellos y a la dueña del burdel que tan mal lo trataron, y a saber qué fue de la chiquilla envuelta en el embrollo.
Esperó, muy a su pesar, y anduvo al mismo paso que el italiano, bajando el ritmo cuando se le adelantaba ligeramente. Le daba pequeños empujones juguetones, quitándose así de encima las miradas recelosas de quienes lo juzgaban como un arma. Podía entenderlo, pero esperaba que pronto se acoplaran a ver al italiano paseando con su perro por las calles… el estómago le dio un vuelco, de nuevo pensaba en ese tema denso, ni siquiera su respuesta, el simple “te creo” le estaba calmando. Afortunadamente en su estado le era más fácil deshacerse de las preocupaciones. Por ahora tenía un objetivo bien claro y esperaba que el chico a su lado tuviera buenas piernas.
Se acercaron a escasos metros de los sujetos, eran dos nada más, nadie los acompañaba y andaban distraídos en sus propios asuntos. No los notaban aún, y más les valía ni siquiera mirarlos. La postura del escocés fue cambiando, preparándose para el ataque en lugar del andar relajado. Para nada cabía esperar que tuviera mal humor, sino todo lo contrario. Dio un empujón al chico llamando su atención y, en segundos, echó a correr hacia los dos altos y corpulentos sujetos, yendo directo a morder el muslo de uno de ellos. Recibió, como era lógico, un buen golpe, pero supo cubrirse para que no le diera directo al estómago. Soltó la pierna, la tela manchada de sangre y algunas gotas chorreando hasta el piso, y luego saltó a morder la mano del otro, que le golpeaba absurdamente. De haber sabido que ni siquiera sabían pelear… Con eso estaba bien, tardarían varios días en reponerse, si es que no se les infectaba.
Dio un par de ladridos llamando a su “amo”, y le instó a correr tras él. Le conseguiría el escondite perfecto en un café al que asistió varias veces. Era un lugar de alta calidad donde no cualquiera era admitido, y su chiquillo iba tan bien vestido que no tendría problemas, menos si mostraba lo bien portado que era su peludo amigo.
Hizo un pequeño ruidito señalando que le prestaba atención al muchacho y señaló hacia delante con un movimiento de su cabeza, allá quería ir. Esta vez esperó a que el otro caminara, ya no se le adelantaría ni cometería errores garrafales como meterle tremendos sustos. Quería echarse a correr y destrozarle las manos o las piernas, no para matarlos, sino para darles una buena lección a ellos y a la dueña del burdel que tan mal lo trataron, y a saber qué fue de la chiquilla envuelta en el embrollo.
Esperó, muy a su pesar, y anduvo al mismo paso que el italiano, bajando el ritmo cuando se le adelantaba ligeramente. Le daba pequeños empujones juguetones, quitándose así de encima las miradas recelosas de quienes lo juzgaban como un arma. Podía entenderlo, pero esperaba que pronto se acoplaran a ver al italiano paseando con su perro por las calles… el estómago le dio un vuelco, de nuevo pensaba en ese tema denso, ni siquiera su respuesta, el simple “te creo” le estaba calmando. Afortunadamente en su estado le era más fácil deshacerse de las preocupaciones. Por ahora tenía un objetivo bien claro y esperaba que el chico a su lado tuviera buenas piernas.
Se acercaron a escasos metros de los sujetos, eran dos nada más, nadie los acompañaba y andaban distraídos en sus propios asuntos. No los notaban aún, y más les valía ni siquiera mirarlos. La postura del escocés fue cambiando, preparándose para el ataque en lugar del andar relajado. Para nada cabía esperar que tuviera mal humor, sino todo lo contrario. Dio un empujón al chico llamando su atención y, en segundos, echó a correr hacia los dos altos y corpulentos sujetos, yendo directo a morder el muslo de uno de ellos. Recibió, como era lógico, un buen golpe, pero supo cubrirse para que no le diera directo al estómago. Soltó la pierna, la tela manchada de sangre y algunas gotas chorreando hasta el piso, y luego saltó a morder la mano del otro, que le golpeaba absurdamente. De haber sabido que ni siquiera sabían pelear… Con eso estaba bien, tardarían varios días en reponerse, si es que no se les infectaba.
Dio un par de ladridos llamando a su “amo”, y le instó a correr tras él. Le conseguiría el escondite perfecto en un café al que asistió varias veces. Era un lugar de alta calidad donde no cualquiera era admitido, y su chiquillo iba tan bien vestido que no tendría problemas, menos si mostraba lo bien portado que era su peludo amigo.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
No sabía qué era exactamente lo que tenía tan alerta al lebrel, pero si alguien tenía buen instinto para cualquier cosa, seguro que era él. Un perro de caza, acostumbrado a rastrear a conocer el terreno por el que se movía. Un animal capaz de encontrar a una presa a kilómetros de distancia o de rescatar a su dueño perdido en mitad de la nada. Conocía bien las cosas que se contaban de los canes de rastreo, incluso de los que eran sencillos animales de compañía. Sólo un animal así daría la vida por aquellos a los que consideraba de su manada, fueran de su especie o no. Ese sentimiento era algo que Guido admiraba, de hecho, incluso envidiaba.
Comprendió lo que le insinuó y se puso en marcha en la dirección que el escocés le había indicado con un sencillo gesto de cabeza. No sabía a dónde se dirigían, pero confiaba en él y su juicio. Algo habría que le impulsara a ir hacia allí y no a oro lado. Seguramente, pronto lo sabría.
Agradeció que esta vez no se acelerara en los pasos. Temía que de nuevo se llevara un susto como el anterior o que, peor aún, no llegara a detenerse a tiempo en la siguiente ocasión. Se le encogió el estómago de golpe y casi le entraron arcadas. No supo el motivo, pero la sensación fue muy desagradable. Por suerte, los cariñosos intentos del cambiante por llamar su atención, le mantuvieron distraído de ese extraño pensamiento.
No se fijó en quienes estaban a lo lejos, y de haberlo hecho, tampoco los hubiese reconocido dada la ya escasa luz que gobernaba las calles de París. Empezaba a oscurecer y aún no habían pasado a iluminar los candiles de esa zona, así que resultaba difícil discernir algunas figuras y rostros. Pero notó que la actitud ajena cambiaba. El cuerpo ajeno se irguió más y tensó su musculatura. Lo siguiente que vio, fue que salía corriendo a toda velocidad y se abalanzaba sobre los dos tipos, mordiendo a cada uno donde pudo. El italiano se quedó paralizado sin saber que hacer. ¿Qué había sido aquello?
Sus pies parecían clavados al suelo con estacas de roble y su boca permanecía abierta con la mandíbula casi desencajada. ¿Quiénes eran esos dos para causar semejante reacción en Nolan? No era momento de preguntas, debía hacer algo, lo que fuera. El ladrido grave y firme del lebrel le hizo despegar las suelas de los zapatos y salió corriendo tras él, en una dirección distinta a la de los heridos. Debían darse prisa, pues uno de ellos salió a perseguirles, el que no iba cojo. El otro se dejó caer en el suelo y ya no le pudo ver más en cuanto giraron una esquina.
-¿Qué ha sido eso?
Preguntó entre jadeos, más para exteriorizar su estado de desconcierto que por esperar una auténtica respuesta. El perro corría mucho más que él, pero parecía ralentizar su trote para no dejarle atrás. Menos mal, o en aquel barrio se perdería.
Comprendió lo que le insinuó y se puso en marcha en la dirección que el escocés le había indicado con un sencillo gesto de cabeza. No sabía a dónde se dirigían, pero confiaba en él y su juicio. Algo habría que le impulsara a ir hacia allí y no a oro lado. Seguramente, pronto lo sabría.
Agradeció que esta vez no se acelerara en los pasos. Temía que de nuevo se llevara un susto como el anterior o que, peor aún, no llegara a detenerse a tiempo en la siguiente ocasión. Se le encogió el estómago de golpe y casi le entraron arcadas. No supo el motivo, pero la sensación fue muy desagradable. Por suerte, los cariñosos intentos del cambiante por llamar su atención, le mantuvieron distraído de ese extraño pensamiento.
No se fijó en quienes estaban a lo lejos, y de haberlo hecho, tampoco los hubiese reconocido dada la ya escasa luz que gobernaba las calles de París. Empezaba a oscurecer y aún no habían pasado a iluminar los candiles de esa zona, así que resultaba difícil discernir algunas figuras y rostros. Pero notó que la actitud ajena cambiaba. El cuerpo ajeno se irguió más y tensó su musculatura. Lo siguiente que vio, fue que salía corriendo a toda velocidad y se abalanzaba sobre los dos tipos, mordiendo a cada uno donde pudo. El italiano se quedó paralizado sin saber que hacer. ¿Qué había sido aquello?
Sus pies parecían clavados al suelo con estacas de roble y su boca permanecía abierta con la mandíbula casi desencajada. ¿Quiénes eran esos dos para causar semejante reacción en Nolan? No era momento de preguntas, debía hacer algo, lo que fuera. El ladrido grave y firme del lebrel le hizo despegar las suelas de los zapatos y salió corriendo tras él, en una dirección distinta a la de los heridos. Debían darse prisa, pues uno de ellos salió a perseguirles, el que no iba cojo. El otro se dejó caer en el suelo y ya no le pudo ver más en cuanto giraron una esquina.
-¿Qué ha sido eso?
Preguntó entre jadeos, más para exteriorizar su estado de desconcierto que por esperar una auténtica respuesta. El perro corría mucho más que él, pero parecía ralentizar su trote para no dejarle atrás. Menos mal, o en aquel barrio se perdería.
Guido Abbiati- Humano Clase Media
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
El episodio de violencia, que a cualquier animal le hubiese costado la muerte, pareció desapercibido para muchos, que ni siquiera volteaban a ver al par de hombres corpulentos por la mala imagen que daban, más incluso que el enorme can que saltó sobre ellos. Les dio una enorme ventaja el poco interés de los peatones, así pudieron huir y esconderse a tiempo. La cantidad de adrenalina que corría por las venas del escocés le puso demasiado excitado, andando de un lado a otro delante del italiano.
Trató de calmarlo mostrándole que él también podía estar tranquilo, y se sentó, observándole a los ojos. Se le notaba la inteligencia en los ojos, una muy pequeña pista de lo que pasaba por su cabeza: “todo está bien”. Nadie creería al par la historia del ataque a manos del perro de un caballero, no llevando a saber cuánto licor en las venas y sabiendo la profesión de ambos, al contrario les llevarían a ellos a la cárcel a pasar la noche por alterar el orden público. Lo sabía de sobra, mucho tiempo tuvo para estudiar las leyes que rigen las grandes ciudades europeas.
Lamió la mano del italiano. Su hocico tenía manchas de sangre que no terminó de limpiarse por completo con la lengua. Lamentaba hacerle pasar por cosas así, pero como hombre de honor no podía quedarse con los brazos cruzados mirándoles pasear tan campantes cuando sus crímenes merecían ser castigados, si no por la justicia, sí por quien los conocía.
Se le ocurrió que podría hacerle reír. Levantó las patas delanteras de la misma manera que un perro entrenado, chocando la derecha con una de sus manos. Ladró, dejando luego la lengua colgando, para luego pararse en los cuartos traseros y apoyarse en los hombros del italiano. Le lamió la cara y le abrazó imitando el gesto humano a la perfección. Haciendo tales cosas nadie volvería a verle como un animal peligroso, no cuando amaba tanto a su dueño.
Más gracioso resultaría si se enteraran que, en su forma humana, seguía considerándole su amo, su guía. Seguía siéndole completamente fiel, con todo y las complicaciones acaecidas. De hecho, jamás había deseado tanto volver a ser un hombre, si con eso podía demostrarle más el amor que profesaba al chico.
Trató de calmarlo mostrándole que él también podía estar tranquilo, y se sentó, observándole a los ojos. Se le notaba la inteligencia en los ojos, una muy pequeña pista de lo que pasaba por su cabeza: “todo está bien”. Nadie creería al par la historia del ataque a manos del perro de un caballero, no llevando a saber cuánto licor en las venas y sabiendo la profesión de ambos, al contrario les llevarían a ellos a la cárcel a pasar la noche por alterar el orden público. Lo sabía de sobra, mucho tiempo tuvo para estudiar las leyes que rigen las grandes ciudades europeas.
Lamió la mano del italiano. Su hocico tenía manchas de sangre que no terminó de limpiarse por completo con la lengua. Lamentaba hacerle pasar por cosas así, pero como hombre de honor no podía quedarse con los brazos cruzados mirándoles pasear tan campantes cuando sus crímenes merecían ser castigados, si no por la justicia, sí por quien los conocía.
Se le ocurrió que podría hacerle reír. Levantó las patas delanteras de la misma manera que un perro entrenado, chocando la derecha con una de sus manos. Ladró, dejando luego la lengua colgando, para luego pararse en los cuartos traseros y apoyarse en los hombros del italiano. Le lamió la cara y le abrazó imitando el gesto humano a la perfección. Haciendo tales cosas nadie volvería a verle como un animal peligroso, no cuando amaba tanto a su dueño.
Más gracioso resultaría si se enteraran que, en su forma humana, seguía considerándole su amo, su guía. Seguía siéndole completamente fiel, con todo y las complicaciones acaecidas. De hecho, jamás había deseado tanto volver a ser un hombre, si con eso podía demostrarle más el amor que profesaba al chico.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
Una vez se detuvieron, alejados del punto de conflicto, el italiano apoyó las manos en las rodillas e inspiró profundamente, antes de liberar todo el aire contenido tras unos instantes. No se había cansado mucho, pero las prisas le pillaron por sorpresa y su pulso se había acelerado, así que intentaba usar técnicas de respiración para regresarlo a su ritmo habitual.
Podía ver al lebrel pasearse de un lado a otro, como el padre que espera en la sala contigua en el hospital mientras nace su hijo y su mujer sufre las agonías del parto. Se le notaba nervioso, sobreexcitado. Y Guido seguía sin entender nada de lo sucedido. ¿Qué habrían hecho aquellos dos tipos para merecer un castigo semejante? Porque estaba claro que se lo merecían.
Su hilo de pensamientos se vio interrumpido por el roce húmedo de la lengua ajena y no pudo sino corresponderle con una sonrisa. ¿Cómo se las arreglaba para desvincularse con tanta facilidad de los sucesos? Ni él mismo lo comprendía. Tal vez fuera la influencia del escocés lo que le permitía tales cosas. Era la única cosa que le venía a la mente. Le vio hacer trucos típicos de perro y negó, riéndose un poco.
-¿Por qué haces payasadas ahora?
El abrazo le sorprendió, nunca había visto a un can hacer algo similar. Le correspondió, acariciando de nuevo su recio y agradable pelaje, notando la agitada respiración ajena por el bombeo incesante de sus corpulenta caja torácica. Al joven siciliano ya se le había olvidado el incidente, ahora estaba más preocupado por el contrario que por él. Se separó ligeramente y buscó en el bolsillo de la americana, encontrando lo que estaba casi seguro que habría: un pañuelo. Se acuclilló y lo usó para terminar de limpiar el hocico del cambiante y volvió a guardárselo en el mismo lugar.
-Así mucho mejor, ¿no crees?
Le guiñó un ojo de manera cómplice y rió una vez más, antes de erguirse y arreglarse los pantalones, que de correr se le habían girado hacia un costado. Se pasó las manos por el cabello, que aunque corto, al no haberlo arreglado correctamente se había rebelado e intentó domarlo con un simple cepillado con los dedos. Ya estaba listo para fingir que nada había sucedido y proseguir con su paseo.
-¿Y ahora, a dónde vamos?
Podía ver al lebrel pasearse de un lado a otro, como el padre que espera en la sala contigua en el hospital mientras nace su hijo y su mujer sufre las agonías del parto. Se le notaba nervioso, sobreexcitado. Y Guido seguía sin entender nada de lo sucedido. ¿Qué habrían hecho aquellos dos tipos para merecer un castigo semejante? Porque estaba claro que se lo merecían.
Su hilo de pensamientos se vio interrumpido por el roce húmedo de la lengua ajena y no pudo sino corresponderle con una sonrisa. ¿Cómo se las arreglaba para desvincularse con tanta facilidad de los sucesos? Ni él mismo lo comprendía. Tal vez fuera la influencia del escocés lo que le permitía tales cosas. Era la única cosa que le venía a la mente. Le vio hacer trucos típicos de perro y negó, riéndose un poco.
-¿Por qué haces payasadas ahora?
El abrazo le sorprendió, nunca había visto a un can hacer algo similar. Le correspondió, acariciando de nuevo su recio y agradable pelaje, notando la agitada respiración ajena por el bombeo incesante de sus corpulenta caja torácica. Al joven siciliano ya se le había olvidado el incidente, ahora estaba más preocupado por el contrario que por él. Se separó ligeramente y buscó en el bolsillo de la americana, encontrando lo que estaba casi seguro que habría: un pañuelo. Se acuclilló y lo usó para terminar de limpiar el hocico del cambiante y volvió a guardárselo en el mismo lugar.
-Así mucho mejor, ¿no crees?
Le guiñó un ojo de manera cómplice y rió una vez más, antes de erguirse y arreglarse los pantalones, que de correr se le habían girado hacia un costado. Se pasó las manos por el cabello, que aunque corto, al no haberlo arreglado correctamente se había rebelado e intentó domarlo con un simple cepillado con los dedos. Ya estaba listo para fingir que nada había sucedido y proseguir con su paseo.
-¿Y ahora, a dónde vamos?
Guido Abbiati- Humano Clase Media
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
Esperó muy tranquilo a que terminara de limpiarle el hocico, jamás creyó que algo así fuera posible, especialmente viniendo de alguien que conocía su secreto por tan poco tiempo. Le conmovió tanto que literalmente quedó boquiabierto, admirando tal gesto tan paciente, tan dedicado y hasta cierto punto delicado. El sentimiento fue tan grande que perdió el control de sí mismo y comenzaba a cambiar de nuevo por lo que se alejó un poco de él en lo que se calmaba esa emoción tan fuerte.
Pasaron unos segundos en los que prefirió no tocarlo, ni siquiera mirarlo. ¿Por qué le hacía las cosas tan difíciles? No lograba entenderlo, y seguramente era un asunto mutuo. Luego de que logró dominarse, pensó un poco sus alternativas. La policía quizá ya se hubiera llevado a los dos sujetos, pero lo mejor era ser precavidos. Le hizo un gesto con la cabeza, en definitiva su mejor opción era llevarle al café en el que pensó antes, a unas pocas manzanas de su escondite y rodeado de un ambiente perfecto para olvidarse de todo. Caminó delante de él por muy poco, guiando al italiano a paso relajado por las calles, añorando la intimidad de la cama que compartieron y donde dejaron tanto de sí mismos, sus secretos y sus temores, y confesiones silenciadas por gemidos y besos.
Adoptando una actitud sumisa, iba lo más cerca posible del italiano, disfrutando de cada roce de sus manos sobre su lomo o su cabeza, tan altos que nada le costaba hacerlo incluso sin quererlo, con el simple balanceo de los brazos al caminar. Mientras andaban así, reconoció a varias personas con quienes se relacionara en el poco tiempo que llevaba viviendo en París, vecinos y amigos de vecinos, así como aliados comerciales. Aquellos a quienes conocía eran los responsables del suceso o fracaso del italiano, a quienes debía sonreírles y causarles emociones y sensaciones similares a las que le provocaba al escocés. Debía admitirlo, no era muy agradable pensar que, de cierta forma, iba a compartirlo, su talento y su encanto, su esencia e incluso su máscara.
A la mañana siguiente tendría que acudir a un almuerzo y no se decidía a invitar al chico o dejarle en libertad hasta que volviera a casa, quizá no le interesaba ir o quizá sí. ¿Y si le dijera que visitaba a una dama viuda y sin hijos? ¿Así le convencería de exigir acompañarle? Con todo eso, y el hipnótico roce de sus dedos, se detuvo frente al café. Las mesas colocadas afuera, ocupando la calle, eran perfectas para ambos, además no se sofocarían con el calor del interior. Se sentó en el piso junto a una mesa sola, aguardando que alguien atendiera a su chico, al que observaba con tanta pasión que le costaba bastante continuar con el papel de mascota.
Pasaron unos segundos en los que prefirió no tocarlo, ni siquiera mirarlo. ¿Por qué le hacía las cosas tan difíciles? No lograba entenderlo, y seguramente era un asunto mutuo. Luego de que logró dominarse, pensó un poco sus alternativas. La policía quizá ya se hubiera llevado a los dos sujetos, pero lo mejor era ser precavidos. Le hizo un gesto con la cabeza, en definitiva su mejor opción era llevarle al café en el que pensó antes, a unas pocas manzanas de su escondite y rodeado de un ambiente perfecto para olvidarse de todo. Caminó delante de él por muy poco, guiando al italiano a paso relajado por las calles, añorando la intimidad de la cama que compartieron y donde dejaron tanto de sí mismos, sus secretos y sus temores, y confesiones silenciadas por gemidos y besos.
Adoptando una actitud sumisa, iba lo más cerca posible del italiano, disfrutando de cada roce de sus manos sobre su lomo o su cabeza, tan altos que nada le costaba hacerlo incluso sin quererlo, con el simple balanceo de los brazos al caminar. Mientras andaban así, reconoció a varias personas con quienes se relacionara en el poco tiempo que llevaba viviendo en París, vecinos y amigos de vecinos, así como aliados comerciales. Aquellos a quienes conocía eran los responsables del suceso o fracaso del italiano, a quienes debía sonreírles y causarles emociones y sensaciones similares a las que le provocaba al escocés. Debía admitirlo, no era muy agradable pensar que, de cierta forma, iba a compartirlo, su talento y su encanto, su esencia e incluso su máscara.
A la mañana siguiente tendría que acudir a un almuerzo y no se decidía a invitar al chico o dejarle en libertad hasta que volviera a casa, quizá no le interesaba ir o quizá sí. ¿Y si le dijera que visitaba a una dama viuda y sin hijos? ¿Así le convencería de exigir acompañarle? Con todo eso, y el hipnótico roce de sus dedos, se detuvo frente al café. Las mesas colocadas afuera, ocupando la calle, eran perfectas para ambos, además no se sofocarían con el calor del interior. Se sentó en el piso junto a una mesa sola, aguardando que alguien atendiera a su chico, al que observaba con tanta pasión que le costaba bastante continuar con el papel de mascota.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
No se percató de ningún cambio en la fisiología ajena, pero sí en el de su actitud. De pronto, sin saber por qué, se alejó de él unos instantes. Parecía necesitar su espacio, y únicamente por ese motivo, le permitió tomarse el tiempo que creyera necesario. Algo en su interior le decía que si se había arriesgado en creerle, era porque generaba una confianza en él que no se podía explicar con palabras, y que, por lo tanto, respetaría sus decisiones sin cuestionarlas.
Cuando al fin pareció volver a comportarse de manera relajada y le correspondió a la mirada, el italiano sonrió sin mostrar los dientes, sólo curvando las comisuras de sus labios hacia arriba. Asintió a la indicación que le hizo, sin importarle que la gente les mirase extrañada porque era el "dueño" el que seguía al perro, y no viceversa. Además, ya no llevaba la cuerda en la mano, así que el cambiante deambulaba libre por las calles, y de nuevo reclamaba atención, no sólo por aquel hecho, sino por su gran tamaño y su porte. Porque a simple vista, no podían ver lo que transmitían los intensos ojos del lebrel y tampoco se fijarían en sus actos de cariño, cegados por el miedo sin sentido.
Pasearon tranquilamente por donde quiso Nolan, sin prisa, a pesar de lo que había sucedido un rato antes, simplemente disfrutando del clima, de la noche que ya extendía su manto sobre la ciudad y de calma que con ella traía al irse vaciando las calles. De vez en cuando dejaba que sus dedos se enredaran un simple segundo entre los cabellos alborotados y simpáticos del can, o le acariciaba una de sus orejas. Era agradable al tacto y comprendió el por qué había oído algunas veces el que tener una mascota podía ser terapéutico. Claro, abrazarse a un ser que te transmitía calidez, ternura y sensación de protección, tenía que ser estupendo.
De repente el perro se detuvo frente a un café y se sentó junto a una de las mesas que permanecía vacía en el exterior, con dos sillas flanqueándola. Sabiendo que aquel era el final de su trayecto por ahora, fue a tomar asiento y esperó a que les atendiera alguien, paseando distraídamente su mano por encima de la cabeza del animal.
-Buenas noches, caballero, ¿en qué puedo servirle?
Guido alzó la mirada y se encontró con un joven bien arreglado, con una chaleco color burdeos cubriendo una camisa blanca de manga larga. No se veía mayor que él, aunque se le notaba visiblemente incómodo en esas ropas a pesar de querer disimularlo. Carraspeó, aclarando su voz y enarcó una ceja antes de hablar.
-Tomaré un café con una nube de leche y con azúcar.- Miró al escocés y sabiendo que no podía pedirle café sin llamar en exceso la atención, optó por lo más lógico, aunque no le gustara la idea del todo. -Y para él, traiga agua.
El muchacho que trabajaba en el local, se quedó mirando a su acompañante. No parecía muy seguro de si podía estar allí o no, así que el italiano decidió no permitirle pensar en ello.
-Es para hoy, joven.
Le apremió, como si toda la vida hubiese estado asistiendo a aquel lugar y fuera la primera vez que le atendieran con tal lentitud o miraran mal a su perro. El camarero asintió y rápidamente se desvaneció de su lado, seguramente yendo a por su pedido.
Cuando al fin pareció volver a comportarse de manera relajada y le correspondió a la mirada, el italiano sonrió sin mostrar los dientes, sólo curvando las comisuras de sus labios hacia arriba. Asintió a la indicación que le hizo, sin importarle que la gente les mirase extrañada porque era el "dueño" el que seguía al perro, y no viceversa. Además, ya no llevaba la cuerda en la mano, así que el cambiante deambulaba libre por las calles, y de nuevo reclamaba atención, no sólo por aquel hecho, sino por su gran tamaño y su porte. Porque a simple vista, no podían ver lo que transmitían los intensos ojos del lebrel y tampoco se fijarían en sus actos de cariño, cegados por el miedo sin sentido.
Pasearon tranquilamente por donde quiso Nolan, sin prisa, a pesar de lo que había sucedido un rato antes, simplemente disfrutando del clima, de la noche que ya extendía su manto sobre la ciudad y de calma que con ella traía al irse vaciando las calles. De vez en cuando dejaba que sus dedos se enredaran un simple segundo entre los cabellos alborotados y simpáticos del can, o le acariciaba una de sus orejas. Era agradable al tacto y comprendió el por qué había oído algunas veces el que tener una mascota podía ser terapéutico. Claro, abrazarse a un ser que te transmitía calidez, ternura y sensación de protección, tenía que ser estupendo.
De repente el perro se detuvo frente a un café y se sentó junto a una de las mesas que permanecía vacía en el exterior, con dos sillas flanqueándola. Sabiendo que aquel era el final de su trayecto por ahora, fue a tomar asiento y esperó a que les atendiera alguien, paseando distraídamente su mano por encima de la cabeza del animal.
-Buenas noches, caballero, ¿en qué puedo servirle?
Guido alzó la mirada y se encontró con un joven bien arreglado, con una chaleco color burdeos cubriendo una camisa blanca de manga larga. No se veía mayor que él, aunque se le notaba visiblemente incómodo en esas ropas a pesar de querer disimularlo. Carraspeó, aclarando su voz y enarcó una ceja antes de hablar.
-Tomaré un café con una nube de leche y con azúcar.- Miró al escocés y sabiendo que no podía pedirle café sin llamar en exceso la atención, optó por lo más lógico, aunque no le gustara la idea del todo. -Y para él, traiga agua.
El muchacho que trabajaba en el local, se quedó mirando a su acompañante. No parecía muy seguro de si podía estar allí o no, así que el italiano decidió no permitirle pensar en ello.
-Es para hoy, joven.
Le apremió, como si toda la vida hubiese estado asistiendo a aquel lugar y fuera la primera vez que le atendieran con tal lentitud o miraran mal a su perro. El camarero asintió y rápidamente se desvaneció de su lado, seguramente yendo a por su pedido.
Guido Abbiati- Humano Clase Media
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
Su postura era más similar a la de una gárgola resguardando la seguridad de un recinto que la de un perro de compañía, pues aunque el italiano tomó asiento él permaneció con la vista al frente, convencido de que al menos de esa manera haría sentir menos incómodos a los clientes del café. Únicamente alzó la cabeza con gesto altivo hacia el mozo al que poco le faltaba para empezar a tartamudear. Los franceses en definitiva eran criaturas conmovedoras, con sus perros miniatura y de pelajes en tonos rosas. Resopló, echando de menos a su amada Escocia donde un perro es inútil si no sirve para otra cosa que para ser mimado.
Sonrió para sus adentros, ¿acaso escuchó bien? Pidió agua para él, en vez de un jugoso corte de carne, aunque no estaba seguro de que quisieran conseguírselo a menos que desembolsara el efectivo. Con agua era suficiente, ya se lo cobraría al llegar a casa y comiéndose cada parte de su cuerpo a besos. Recargó la cabeza en su muslo exhalando un suspiro plácido.
Nada se comparaba a la libertad de ser una “bestia” estando solo, como sucedió por tantos años, pero ahora en compañía de alguien tan amado le era difícil mantener un hilo de ideas congruente y más aun transmitirle lo que pensaba y quería decir tantas cosas, contarle cuentos, hablarle de su isla, pedirle que le contase sobre la suya, conocerlo más. Y allí estaba, sentado a su lado y esperando un refrescante trago de agua.
De hecho, cuando elegante camarero regresó y dejó el agua para él, se avalanzó a beber ávidamente, salpicando por todas partes alrededor el hondo plato que le llevaran exclusivamente a él. Después de muy poco tiempo lo vació, y volvió a su postura vigilante y tranquila, más para no volver a ponerse como loco que para brindar una apariencia de buen perro.
Además, no estaban precisamente lejos de casa, bien podría volver corriendo, vestirse y regresar a reunirse con el italiano a tener una conversación amena. Ya vería, por el momento la idea no era nada despreciable.
Sonrió para sus adentros, ¿acaso escuchó bien? Pidió agua para él, en vez de un jugoso corte de carne, aunque no estaba seguro de que quisieran conseguírselo a menos que desembolsara el efectivo. Con agua era suficiente, ya se lo cobraría al llegar a casa y comiéndose cada parte de su cuerpo a besos. Recargó la cabeza en su muslo exhalando un suspiro plácido.
Nada se comparaba a la libertad de ser una “bestia” estando solo, como sucedió por tantos años, pero ahora en compañía de alguien tan amado le era difícil mantener un hilo de ideas congruente y más aun transmitirle lo que pensaba y quería decir tantas cosas, contarle cuentos, hablarle de su isla, pedirle que le contase sobre la suya, conocerlo más. Y allí estaba, sentado a su lado y esperando un refrescante trago de agua.
De hecho, cuando elegante camarero regresó y dejó el agua para él, se avalanzó a beber ávidamente, salpicando por todas partes alrededor el hondo plato que le llevaran exclusivamente a él. Después de muy poco tiempo lo vació, y volvió a su postura vigilante y tranquila, más para no volver a ponerse como loco que para brindar una apariencia de buen perro.
Además, no estaban precisamente lejos de casa, bien podría volver corriendo, vestirse y regresar a reunirse con el italiano a tener una conversación amena. Ya vería, por el momento la idea no era nada despreciable.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/09/2014
Re: Beathach [Guido Abbiati]
Pasaron un par de minutos tranquilos, más o menos. La gente les seguía mirando como si fueran una atracción de circo, pero una secreta de la que no se podía hablar en voz alta, sólo en cuchicheos, una que no se podía observar con descaro, sino de soslayo y medio cubriéndose las bocas para susurrar sus opiniones. Al parecer, a la gente le resultaba tan aburrida su propia velada, que debían fijarse en la ajena. Pues bien, que mirasen cuanto quisieran, que al italiano le daba igual.
En cuanto el camarero regresó con el café y el agua para el lebrel, se quedó de nuevo paralizado, con la vista fija en el enorme can. Pudo ver como los nudillos se le tornaban blancos de tanto apretar la bandeja entre sus dedos y como le temblaba el labio inferior. Guido enarcó una ceja e hizo un gesto con la mano para despacharlo.
-Tu presencia ya no es necesaria, gracias.
Podría haber sido grosero al responderle, tanto como lo resultaba él al tratar de aquella manera al escocés. Pero el joven extranjero era mucho más educado que el muchacho parisino. Y pensaba dejar constancia de la diferencia entre ambos, que no residía en el dinero que vestían, sino en la educación con la que se comportaban.
Enseguida se relajó al comprobar la actitud despreocupada con la que actuaba el cambiante, que al parecer, estaba muerto de sed. Tuvo que contener la risa, aunque no disimuló una sonrisa. Echó el azúcar en el café y le dio vueltas con la cucharita, cuidadosamente de no tocar los bordes del recipiente para no hacer ruido. Para cuando hubo terminado, Nolan ya volvía a estar sentado a su lado. Alargó la mano y le acarició la cabeza con calma, deslizando luego un par de dedos por la oreja que le quedaba más cerca, hasta masajearle la punta de ésta con las yemas de los dedos, como si la pellizcara, pero sin apretar.
-Ahora tengo que pensar en cómo irnos de aquí sin pagar...
Murmuró tan bajo que nadie pudo oírle, excepto tal vez un perro. No llevaba dinero consigo, era consciente de ello. Pero también tenía en mente que había dos tipos extraños por ahí, persiguiendo a un perro "rabioso". Así que debían actuar con naturalidad y mezclarse entre gente de bien, para no dar demasiado la nota durante al menos un rato. Algo se le ocurriría para librarse del incómodo momento sin cartera.
En cuanto el camarero regresó con el café y el agua para el lebrel, se quedó de nuevo paralizado, con la vista fija en el enorme can. Pudo ver como los nudillos se le tornaban blancos de tanto apretar la bandeja entre sus dedos y como le temblaba el labio inferior. Guido enarcó una ceja e hizo un gesto con la mano para despacharlo.
-Tu presencia ya no es necesaria, gracias.
Podría haber sido grosero al responderle, tanto como lo resultaba él al tratar de aquella manera al escocés. Pero el joven extranjero era mucho más educado que el muchacho parisino. Y pensaba dejar constancia de la diferencia entre ambos, que no residía en el dinero que vestían, sino en la educación con la que se comportaban.
Enseguida se relajó al comprobar la actitud despreocupada con la que actuaba el cambiante, que al parecer, estaba muerto de sed. Tuvo que contener la risa, aunque no disimuló una sonrisa. Echó el azúcar en el café y le dio vueltas con la cucharita, cuidadosamente de no tocar los bordes del recipiente para no hacer ruido. Para cuando hubo terminado, Nolan ya volvía a estar sentado a su lado. Alargó la mano y le acarició la cabeza con calma, deslizando luego un par de dedos por la oreja que le quedaba más cerca, hasta masajearle la punta de ésta con las yemas de los dedos, como si la pellizcara, pero sin apretar.
-Ahora tengo que pensar en cómo irnos de aquí sin pagar...
Murmuró tan bajo que nadie pudo oírle, excepto tal vez un perro. No llevaba dinero consigo, era consciente de ello. Pero también tenía en mente que había dos tipos extraños por ahí, persiguiendo a un perro "rabioso". Así que debían actuar con naturalidad y mezclarse entre gente de bien, para no dar demasiado la nota durante al menos un rato. Algo se le ocurriría para librarse del incómodo momento sin cartera.
Guido Abbiati- Humano Clase Media
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
La propiedad con que hablaba el italiano y su acento debían imponerse a todos, hasta él le respetaría a la primera que le hablara de ese modo. Suspiró relajándose demasiado con el tacto de sus dedos, su cuerpo demostraba lo contento que le hacían las pequeñas atenciones y el olor del café bien preparado. Claro, jamás encontraría un café en París que siquiera se acercara a los gloriosos sabores italianos.
Alzó las orejas al escucharle tocar el tema que con tanto empeño quiso aclararle. Di mi nombre, sólo di que yo me haré cargo. Claro que no le entendería si se comunicaba a base de gruñidos y ladridos. Bufó exasperado, puso una pata sobre el muslo del italiano rogándole que no se moviera, caminó hacia atrás y volvió a hacerle una seña con la pata y negó con la cabeza, quería que se quedara en su lugar un momento nada más. Una vez seguro de que no se movería, echó a correr. En su naturaleza estaba la de ser uno de los cánidos más rápidos, lo que siempre fue una ventaja para alguien que constantemente tiene que huir de cazadores y otras cosas… hasta el momento no se había topado con nadie que conociera la existencia de seres como él y ansiara arrancarle la piel, lo cual era excelente.
En cuestión de minutos ya entraba vestido por el hueco del muro del jardín, corriendo tan rápido como su naturaleza le permitía; las piernas humanas no eran precisamente las mejores aliadas en momentos donde la velocidad era crucial.
-¡Prepara el coche! -dio la orden al primer criado que se topó, dejándole, como a la mayoría de ellos, con una expresión confundida. De veras lamentaba ser tan extravagante la mayor parte del tiempo, no es como si lo hiciera a propósito. Se vistió rápido con su habitual ropa cómoda, sin tantos lujos, sin sombrero, sin bastón, nada más lo estrictamente necesario.
Como un rayo, apenas dando tiempo al criado, bajó las escaleras más o menos presentable, con el cabello algo alborotado y la barba más crecida de lo habitual, puesto que ni siquiera pensó en afeitarse esa mañana. Dio la orden de andar adelante, a ese café que tanto le gustaba y continuamente visitaba los domingos por la mañana. Impaciente, veía el camino recorrido con demasiada consternación, ansioso en exceso por llegar con Guido y pedirle disculpas por irse tan repentinamente.
A una manzana de llegar hizo al cochero parar y bajó, revisando que no hubiese olvidado llevar algo de dinero, de lo contrario parte de su carrera habría sido en vano. Bajó la velocidad de su paso al llegar a unos metros, alzó una mano y sonrió ampliamente a la vista del chiquillo. El pecho se le oprimió, las manos exigieron el tacto de su piel, su olfato se regocijaba con el aroma que exhalaba. Lo que daría por besarlo ahí mismo, estrecharlo y decirle una y otra vez que jamás volvería a dejarle solo.
Alzó las orejas al escucharle tocar el tema que con tanto empeño quiso aclararle. Di mi nombre, sólo di que yo me haré cargo. Claro que no le entendería si se comunicaba a base de gruñidos y ladridos. Bufó exasperado, puso una pata sobre el muslo del italiano rogándole que no se moviera, caminó hacia atrás y volvió a hacerle una seña con la pata y negó con la cabeza, quería que se quedara en su lugar un momento nada más. Una vez seguro de que no se movería, echó a correr. En su naturaleza estaba la de ser uno de los cánidos más rápidos, lo que siempre fue una ventaja para alguien que constantemente tiene que huir de cazadores y otras cosas… hasta el momento no se había topado con nadie que conociera la existencia de seres como él y ansiara arrancarle la piel, lo cual era excelente.
En cuestión de minutos ya entraba vestido por el hueco del muro del jardín, corriendo tan rápido como su naturaleza le permitía; las piernas humanas no eran precisamente las mejores aliadas en momentos donde la velocidad era crucial.
-¡Prepara el coche! -dio la orden al primer criado que se topó, dejándole, como a la mayoría de ellos, con una expresión confundida. De veras lamentaba ser tan extravagante la mayor parte del tiempo, no es como si lo hiciera a propósito. Se vistió rápido con su habitual ropa cómoda, sin tantos lujos, sin sombrero, sin bastón, nada más lo estrictamente necesario.
Como un rayo, apenas dando tiempo al criado, bajó las escaleras más o menos presentable, con el cabello algo alborotado y la barba más crecida de lo habitual, puesto que ni siquiera pensó en afeitarse esa mañana. Dio la orden de andar adelante, a ese café que tanto le gustaba y continuamente visitaba los domingos por la mañana. Impaciente, veía el camino recorrido con demasiada consternación, ansioso en exceso por llegar con Guido y pedirle disculpas por irse tan repentinamente.
A una manzana de llegar hizo al cochero parar y bajó, revisando que no hubiese olvidado llevar algo de dinero, de lo contrario parte de su carrera habría sido en vano. Bajó la velocidad de su paso al llegar a unos metros, alzó una mano y sonrió ampliamente a la vista del chiquillo. El pecho se le oprimió, las manos exigieron el tacto de su piel, su olfato se regocijaba con el aroma que exhalaba. Lo que daría por besarlo ahí mismo, estrecharlo y decirle una y otra vez que jamás volvería a dejarle solo.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
Los extraños sonidos que escapaban por entre los belfos del can le llamaron la atención. En un primer momento pensó que tal vez volvieran los dos tipos extraños y le estuviera alertando, pero la actitud del cambiante no era alarmada, era distinta, más parecida a nerviosa o frustrante. ¿Qué le querría decir que fuera tan importante?
Notó la gran y peluda pata sobre su pierna y enarcó ambas cejas. Quería entenderle con todas sus ganas, intentar calmar aquella exasperante sensación que parecía consumir a su compañero. Le acarició de nuevo la cabeza, intentando tranquilizarle.
-¿Qué sucede? Sabes que no te entiendo, ¿verdad?
Le sabía increíblemente mal no poder comunicarse con él, le hacía sentir incluso impotente. Resopló, algo molesto ante la idea de no poder hablar y arreglar la situación en un momento, cuando de pronto le vio alejarse de él. Le siguió con la mirada, y a punto estaba de levantarse de la silla para seguirle, cuando Nolan negó con la cabeza, pidiéndole claramente que no le siguiera. Volvió dejarse caer sobre el asiento y suspiró, asintiendo una única vez. No le hacía ninguna gracia que se alejara, pero tampoco sabía lo que el contrario tenía en mente. Lo mejor sería esperar.
La incertidumbre hizo que los segundos parecieran minutos y éstos horas. Cambio la manera de sentarse varias veces, se pidió incluso un segundo café. El camarero ahora se veía más relajado sin la presencia del perro, al contrario que Guido, que parecía más tenso e irascible. El muchacho que le tendía pronto lo comprobó, pues no se dignó si quiera a alejarle con un gesto y palabras altivas, sino que le miró con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados, clavando sus negras pupilas en la pálidas azuladas del joven francés con tanta intensidad, que éste reculó varios pasos y se escondió de nuevo en el interior del local.
Se encontraba con la mirada perdida en un punto lejano frente a él, en una calle por la que transitaban algunos peatones a pesar de la hora que era. No veía sus caras, eran solamente puntos desenfocados con vestimentas caras y andares petulantes. Pero de pronto una de esas siluetas llamó su atención, su porte era distinto y sus ropas, aunque elegantes, no se veían pomposas. Enfocó la vista y pudo fijarse en que le saludaba con la mano, y pronto aquella sonrisa contagiosa del escocés pareció iluminarse como una vela en mitad de la oscuridad. Se sobresaltó al darse cuenta del pensamiento que había cruzado su mente e intentó olvidarlo enseguida, sonriendo de vuelta al que se acercaba.
-Empezaba a preocuparme...
Mintió, pues ya llevaba un buen rato haciéndolo, aunque no sabía cuánto. No llevaba reloj y el sol ya no era un indicador del tiempo. Sólo podía fiarse de las sensaciones, y para él, aquel rato había sido eterno.
Notó la gran y peluda pata sobre su pierna y enarcó ambas cejas. Quería entenderle con todas sus ganas, intentar calmar aquella exasperante sensación que parecía consumir a su compañero. Le acarició de nuevo la cabeza, intentando tranquilizarle.
-¿Qué sucede? Sabes que no te entiendo, ¿verdad?
Le sabía increíblemente mal no poder comunicarse con él, le hacía sentir incluso impotente. Resopló, algo molesto ante la idea de no poder hablar y arreglar la situación en un momento, cuando de pronto le vio alejarse de él. Le siguió con la mirada, y a punto estaba de levantarse de la silla para seguirle, cuando Nolan negó con la cabeza, pidiéndole claramente que no le siguiera. Volvió dejarse caer sobre el asiento y suspiró, asintiendo una única vez. No le hacía ninguna gracia que se alejara, pero tampoco sabía lo que el contrario tenía en mente. Lo mejor sería esperar.
La incertidumbre hizo que los segundos parecieran minutos y éstos horas. Cambio la manera de sentarse varias veces, se pidió incluso un segundo café. El camarero ahora se veía más relajado sin la presencia del perro, al contrario que Guido, que parecía más tenso e irascible. El muchacho que le tendía pronto lo comprobó, pues no se dignó si quiera a alejarle con un gesto y palabras altivas, sino que le miró con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados, clavando sus negras pupilas en la pálidas azuladas del joven francés con tanta intensidad, que éste reculó varios pasos y se escondió de nuevo en el interior del local.
Se encontraba con la mirada perdida en un punto lejano frente a él, en una calle por la que transitaban algunos peatones a pesar de la hora que era. No veía sus caras, eran solamente puntos desenfocados con vestimentas caras y andares petulantes. Pero de pronto una de esas siluetas llamó su atención, su porte era distinto y sus ropas, aunque elegantes, no se veían pomposas. Enfocó la vista y pudo fijarse en que le saludaba con la mano, y pronto aquella sonrisa contagiosa del escocés pareció iluminarse como una vela en mitad de la oscuridad. Se sobresaltó al darse cuenta del pensamiento que había cruzado su mente e intentó olvidarlo enseguida, sonriendo de vuelta al que se acercaba.
-Empezaba a preocuparme...
Mintió, pues ya llevaba un buen rato haciéndolo, aunque no sabía cuánto. No llevaba reloj y el sol ya no era un indicador del tiempo. Sólo podía fiarse de las sensaciones, y para él, aquel rato había sido eterno.
Guido Abbiati- Humano Clase Media
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
Imaginaba el gran esfuerzo que el italiano tenía que hacer para comprenderle. Ya luego tendrían oportunidad de pasear de nuevo, o incluso salir a cazar en el bosque, cuando se acoplaran mejor el uno con el otro. Sabía de sobra que el chico no estaba precisamente “comenzando” a preocuparse, como dijo, pero igual fingiría que todo iba perfecto y le creía.
-Sí, lo lamento, me parece que debo adiestrarte en el arte de comprender el lenguaje corporal -se inclinó hacia él, dejando un beso en su mejilla. Era un simple saludo, tan común como apretarse las manos. Tomó asiento frente a él pidiendo lo mismo que estuviera tomando su acompañante y, cruzando los brazos sobre el pecho, se dedicó a analizar fijamente al chico y con afán de llamar la atención de éste. Sí, en definitiva si él fuera un can, entendería a la perfección lo que estaría diciendo en ese momento: estoy incómodo, me abandonaste, ¿por qué diablos no eres una persona normal?
No era igual de cómodo tener que ir vestido por la vida en ropas nada útiles, y en eso envidiaba a los antiguos griegos que parecían echarse la sábana encima y con eso ser felices. O a sí mismo en el pasado, cuando usar la kilt era tan normal como respirar. ¿Y si comenzara a usarla a diario en París?
-Ah, escuché que un hermoso perro te acompañaba, magnífico ejemplar, sin duda. Yo confiaría mi vida en él sin pensarlo -le guiñó un ojo, haciendo gala de su falsa vanidad. Con algo tenía que hacerle olvidar su preocupación, que entre todo lo que pasó ya podía irse dando una idea de lo que era convivir a diario con alguien (o algo) como Nolan. Nada era predecible, los cambios en su humor y actuar eran el pan de todos los días. Un momento podía estar eufórico y al siguiente silencioso y abatido.
Aunque, tal vez, sólo tal vez, el que debía adaptarse no fuera el muchacho, sino el cambiante. Por años vivió como nómada, moviéndose de una ciudad a otra, de un país a otro, adaptándose a medias a los diferentes modos de la gente con quienes convivía, y nunca quedándose el tiempo suficiente para ser parte de algo más que de sí mismo. Quizá, por primera vez, debiera y quisiera realmente echar raíces en algo. Ese algo se hallaba sentado delante suyo, con esa expresión tan típica de él, esa mirada fija y electrizante.
-Sí, lo lamento, me parece que debo adiestrarte en el arte de comprender el lenguaje corporal -se inclinó hacia él, dejando un beso en su mejilla. Era un simple saludo, tan común como apretarse las manos. Tomó asiento frente a él pidiendo lo mismo que estuviera tomando su acompañante y, cruzando los brazos sobre el pecho, se dedicó a analizar fijamente al chico y con afán de llamar la atención de éste. Sí, en definitiva si él fuera un can, entendería a la perfección lo que estaría diciendo en ese momento: estoy incómodo, me abandonaste, ¿por qué diablos no eres una persona normal?
No era igual de cómodo tener que ir vestido por la vida en ropas nada útiles, y en eso envidiaba a los antiguos griegos que parecían echarse la sábana encima y con eso ser felices. O a sí mismo en el pasado, cuando usar la kilt era tan normal como respirar. ¿Y si comenzara a usarla a diario en París?
-Ah, escuché que un hermoso perro te acompañaba, magnífico ejemplar, sin duda. Yo confiaría mi vida en él sin pensarlo -le guiñó un ojo, haciendo gala de su falsa vanidad. Con algo tenía que hacerle olvidar su preocupación, que entre todo lo que pasó ya podía irse dando una idea de lo que era convivir a diario con alguien (o algo) como Nolan. Nada era predecible, los cambios en su humor y actuar eran el pan de todos los días. Un momento podía estar eufórico y al siguiente silencioso y abatido.
Aunque, tal vez, sólo tal vez, el que debía adaptarse no fuera el muchacho, sino el cambiante. Por años vivió como nómada, moviéndose de una ciudad a otra, de un país a otro, adaptándose a medias a los diferentes modos de la gente con quienes convivía, y nunca quedándose el tiempo suficiente para ser parte de algo más que de sí mismo. Quizá, por primera vez, debiera y quisiera realmente echar raíces en algo. Ese algo se hallaba sentado delante suyo, con esa expresión tan típica de él, esa mirada fija y electrizante.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
Dejó que el escocés depositara un beso en su mejilla, aunque si estaba poco acostumbrado a los besos en la boca, aún lo estaba más a esos. Siempre había sido muy distante en cuanto a rozarse con la gente, excepto cuando buscaba tener sexo, obviamente. Consideraba que el tocarse con alguien debía ser para recibir placer que calmase su necesidad, y no por un simple gesto social. Sabía que nadie compartía su punto de vista, pero no le había dado nunca importancia alguna. Lo que él quería, era lo primordial, y lo que quisieran o esperasen los demás... bueno, era asunto de ellos.
Quería preguntarle cosas, hacer comentarios sobre lo ocurrido cuando desapareció, o sobre los hombres a los que había atacado por algún motivo que el italiano desconocía. Pero no podía, no en un lugar público como aquel. Si bien le daba absolutamente igual la opinión de la gente, no podía exponer al contrario con sus inquietudes. Resopló, enojado ante la situación, consigo mismo y con el cambiante. Le costaba sobremanera tener que morderse la lengua.
Las palabras ajenas le hicieron reaccionar. Primero quiso darle un puntapié por debajo de la mesa y luego quiso reír por su estúpida manera de intentar relajar el ambiente. Optó por hacer lo segundo, aunque para lo primero no faltaron ganas. A fin de cuentas, le había dejado solo allí, como si huyera de la idea de tener que escabullirse de pagar. Y sin embargo, había vuelto, con dinero, presumiblemente. Se inclinó sobre la mesa, con cuidado de no tumbar la taza con el café y le susurró.
-¿Trajiste algunos francos?
Se volvió a sentar correctamente en la silla y fijó sus oscuras orbes en las pupilas de Nolan, que siempre parecía mirarle de manera intensa y profunda, como si indagara en su alma. ¿Sería posible eso? De pronto se sintió desnudo, y no de la manera en que le gustaba, sino excesivamente íntima y personal. Por mucho que la lógica le dijera que era imposible que nadie leyera los sentimientos de otros, tenía la impresión de que el escocés sí podía. Y tal vez viera demasiado, más incluso que él mismo.
Desvió la mirada de manera inconsciente, no voluntaria. Se sentía avergonzado y no sabía por qué. No se entendía a sí mismo, todo era confusión y dudas, interrogantes danzando en su mente dispersa. ¿Por qué algo que debería ser tan sencillo, era en realidad tan complicado? Ese endiablado lebrel, se había empeñado en escarbar sin pedir permiso. Con sus enormes ojos cargados de pasión y ganas de correr, de ser libre, salvaje... y al mismo tiempo tierno, protector, leal.
Quería preguntarle cosas, hacer comentarios sobre lo ocurrido cuando desapareció, o sobre los hombres a los que había atacado por algún motivo que el italiano desconocía. Pero no podía, no en un lugar público como aquel. Si bien le daba absolutamente igual la opinión de la gente, no podía exponer al contrario con sus inquietudes. Resopló, enojado ante la situación, consigo mismo y con el cambiante. Le costaba sobremanera tener que morderse la lengua.
Las palabras ajenas le hicieron reaccionar. Primero quiso darle un puntapié por debajo de la mesa y luego quiso reír por su estúpida manera de intentar relajar el ambiente. Optó por hacer lo segundo, aunque para lo primero no faltaron ganas. A fin de cuentas, le había dejado solo allí, como si huyera de la idea de tener que escabullirse de pagar. Y sin embargo, había vuelto, con dinero, presumiblemente. Se inclinó sobre la mesa, con cuidado de no tumbar la taza con el café y le susurró.
-¿Trajiste algunos francos?
Se volvió a sentar correctamente en la silla y fijó sus oscuras orbes en las pupilas de Nolan, que siempre parecía mirarle de manera intensa y profunda, como si indagara en su alma. ¿Sería posible eso? De pronto se sintió desnudo, y no de la manera en que le gustaba, sino excesivamente íntima y personal. Por mucho que la lógica le dijera que era imposible que nadie leyera los sentimientos de otros, tenía la impresión de que el escocés sí podía. Y tal vez viera demasiado, más incluso que él mismo.
Desvió la mirada de manera inconsciente, no voluntaria. Se sentía avergonzado y no sabía por qué. No se entendía a sí mismo, todo era confusión y dudas, interrogantes danzando en su mente dispersa. ¿Por qué algo que debería ser tan sencillo, era en realidad tan complicado? Ese endiablado lebrel, se había empeñado en escarbar sin pedir permiso. Con sus enormes ojos cargados de pasión y ganas de correr, de ser libre, salvaje... y al mismo tiempo tierno, protector, leal.
Guido Abbiati- Humano Clase Media
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
Igual que él, se inclinó sobre la mesa dando un tono confidencial a un intercambio de palabras tan simple. Frunció el entrecejo, fingiéndose dolido de pronto, incluso ofendido, lo tomó de la mano apretándola siguiendo el curso de su muy mala actuación, y susurró.
-¿Acaso me quieres sólo por mi dinero? Y yo… y yo que te he dejado pasear a mi perro… -estaba de muy buen humor, tanto que quería provocar una pelea. Algo extraño para quien no estuviera relacionado con el espíritu escocés, ese que dictaba que una verdadera amistad comenzaba cuando ambas partes convendrían en formalizar su relación en el momento en que los golpes fueran una actividad cotidiana y ninguno se ofendiera. Asimismo, una pareja se amaba de verdad cuando se lanzaban botellas y sillas, de lo contrario no serían candidatos para un matrimonio exitoso.
Besó esa mano que sostenía y luego pegó la frente a sus nudillos, signo inequívoco de devoción y, con el mismo aire trágicamente cómico, prosiguió.
-Descuida, que traje suficiente para sacar de la miseria a los mendigos -una completa exageración, a decir verdad. Pero qué bien se sentía tenerlo tan cerca, poder tomarlo de la mano sin que los viesen raro; que algunas miradas curiosas se fijaban en ellos era cierto, pero la ventaja de pertenecer a un grupo social lleno de hipócritas era que al menos no juzgan directamente a nadie, se reservan las críticas a las salas privadas y a espaldas del sujeto en cuestión. Que hablaran, a ninguno de los dos les importaba lo más mínimo.
Le trató con mimo, compensando el rato en que se vio obligado a evitar esa clase de atenciones. Por primera vez en su vida apreciaba más su forma humana que animal, y comenzaba a considerar que el cuerpo de la bestia que ocupaba en ese momento quizá no fuera tan inconveniente, quizá fuera la clave a la felicidad que anhelaba. Se pasó la lengua por los labios. Se había olvidado del café, pues el único que quería era el que se hallaba en el iris que observaba desviarse a ratos. ¿Por qué lo evitaba? No tenía la respuesta, pero algo en ese gesto evasivo resultaba enormemente conmovedor, le derretía algo que por mucho tiempo estuvo congelado en su interior y quería saber qué era.
-¿Acaso me quieres sólo por mi dinero? Y yo… y yo que te he dejado pasear a mi perro… -estaba de muy buen humor, tanto que quería provocar una pelea. Algo extraño para quien no estuviera relacionado con el espíritu escocés, ese que dictaba que una verdadera amistad comenzaba cuando ambas partes convendrían en formalizar su relación en el momento en que los golpes fueran una actividad cotidiana y ninguno se ofendiera. Asimismo, una pareja se amaba de verdad cuando se lanzaban botellas y sillas, de lo contrario no serían candidatos para un matrimonio exitoso.
Besó esa mano que sostenía y luego pegó la frente a sus nudillos, signo inequívoco de devoción y, con el mismo aire trágicamente cómico, prosiguió.
-Descuida, que traje suficiente para sacar de la miseria a los mendigos -una completa exageración, a decir verdad. Pero qué bien se sentía tenerlo tan cerca, poder tomarlo de la mano sin que los viesen raro; que algunas miradas curiosas se fijaban en ellos era cierto, pero la ventaja de pertenecer a un grupo social lleno de hipócritas era que al menos no juzgan directamente a nadie, se reservan las críticas a las salas privadas y a espaldas del sujeto en cuestión. Que hablaran, a ninguno de los dos les importaba lo más mínimo.
Le trató con mimo, compensando el rato en que se vio obligado a evitar esa clase de atenciones. Por primera vez en su vida apreciaba más su forma humana que animal, y comenzaba a considerar que el cuerpo de la bestia que ocupaba en ese momento quizá no fuera tan inconveniente, quizá fuera la clave a la felicidad que anhelaba. Se pasó la lengua por los labios. Se había olvidado del café, pues el único que quería era el que se hallaba en el iris que observaba desviarse a ratos. ¿Por qué lo evitaba? No tenía la respuesta, pero algo en ese gesto evasivo resultaba enormemente conmovedor, le derretía algo que por mucho tiempo estuvo congelado en su interior y quería saber qué era.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
No se quejó cuando le cogió la mano, aunque seguía evitando mirarle tanto como podía. Con el otro brazo incluso intentó cerrarse más la chaqueta como si con ello pudiera mantenerse a salvo del escrutinio silencioso de sus penetrantes ojos escoceses.
De pronto, las palabras ajenas le sacaron de su miedo repentino a ser descubierto haciendo a saber qué. Por mucho que luego le besara la mano o se comportara de manera devota hacia él con su actitud, le había molestado que hiciera aquel comentario. Arrugó el entrecejo y le dio un puntapié en la espinilla, con bastante mala leche. ¿A qué venía esa tontería? Si quisiera dinero, se iría a acostar con el rey. No le conocía y seguro que era un gordo seboso con aliento a podrido que se creía un partido único e inmejorable. Pero si el italiano se lo propusiera, podría tener a sus pies al tipo que se le antojara y luego tirarlo a la basura como si no valiera nada. Como había hecho Lucca con él. Y sin embargo, allí estaba, con aquel cabezota del norte, comportándose como un idiota sin saber por qué, enojándose sin entender el motivo. Maldito fuera él y su manera de alterarle de aquel modo.
-Vuelve a decir una tontería como esa y cojo y me voy a por un ricachón.
Lo dijo sin susurrar, y un pimiento que le importó que se giraran algunos a mirar tras escuchar semejante confesión. No tenían claro que fueran amantes, pero una riña así, solía tratarse siempre de temas similares y aquello causaba siempre revuelo en la alta sociedad, aunque no lo mencionaran abiertamente en la terraza de la cafetería. Todo empezaría luego con unos murmullos y acabaría como el juego del teléfono al que jugaban los niños en Italia, donde se empezaba diciendo una palabra en tono muy bajo al oído y se la iban repitiendo de unos a otros, para descubrir que después de pasar por treinta niños, la palabra que llegaba al final, no tenía nada que ver con la inicial.
Le miró de nuevo a los ojos y de manera fija, mostrando su enfado. Podía haber sido una broma, de hecho estaba convencido de que esa había sido la intención de Nolan, pero aún así, era un tema escabroso que le molestaba sobremanera. Si bien era un sátiro y buscaba calmar su necesidad de sexo, jamás había sido un cazafortunas y odiaba que se lo echaran en cara, cuando era algo completamente falso.
-Al menos así tendrás motivos para repetirlo.
De pronto, las palabras ajenas le sacaron de su miedo repentino a ser descubierto haciendo a saber qué. Por mucho que luego le besara la mano o se comportara de manera devota hacia él con su actitud, le había molestado que hiciera aquel comentario. Arrugó el entrecejo y le dio un puntapié en la espinilla, con bastante mala leche. ¿A qué venía esa tontería? Si quisiera dinero, se iría a acostar con el rey. No le conocía y seguro que era un gordo seboso con aliento a podrido que se creía un partido único e inmejorable. Pero si el italiano se lo propusiera, podría tener a sus pies al tipo que se le antojara y luego tirarlo a la basura como si no valiera nada. Como había hecho Lucca con él. Y sin embargo, allí estaba, con aquel cabezota del norte, comportándose como un idiota sin saber por qué, enojándose sin entender el motivo. Maldito fuera él y su manera de alterarle de aquel modo.
-Vuelve a decir una tontería como esa y cojo y me voy a por un ricachón.
Lo dijo sin susurrar, y un pimiento que le importó que se giraran algunos a mirar tras escuchar semejante confesión. No tenían claro que fueran amantes, pero una riña así, solía tratarse siempre de temas similares y aquello causaba siempre revuelo en la alta sociedad, aunque no lo mencionaran abiertamente en la terraza de la cafetería. Todo empezaría luego con unos murmullos y acabaría como el juego del teléfono al que jugaban los niños en Italia, donde se empezaba diciendo una palabra en tono muy bajo al oído y se la iban repitiendo de unos a otros, para descubrir que después de pasar por treinta niños, la palabra que llegaba al final, no tenía nada que ver con la inicial.
Le miró de nuevo a los ojos y de manera fija, mostrando su enfado. Podía haber sido una broma, de hecho estaba convencido de que esa había sido la intención de Nolan, pero aún así, era un tema escabroso que le molestaba sobremanera. Si bien era un sátiro y buscaba calmar su necesidad de sexo, jamás había sido un cazafortunas y odiaba que se lo echaran en cara, cuando era algo completamente falso.
-Al menos así tendrás motivos para repetirlo.
Guido Abbiati- Humano Clase Media
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