AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Beathach [Guido Abbiati]
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Beathach [Guido Abbiati]
Recuerdo del primer mensaje :
La noche se acercaba de nuevo y París se convertía en un hervidero de vida alterna a la que se desarrollaba durante el día. Tantas horas en casa, sin necesidad de salir a pasear, en compañía de su humano más querido, comenzaron a hacer mella en su energía. La mejor opción era salir. Se escabulló por una abertura en el muro que separaba la propiedad del bosque, se desnudó y escondió su escasa vestimenta en el lugar de siempre, debajo de un montón de ramas secas donde no llamaría la atención, y prosiguió a adoptar su forma animal. Primero tenía pensado tomar su lado más salvaje, pero acababa de pasar por un trauma emocional que dejaba trazos en él, por más que su humor se mostraba totalmente optimista. Con poco esfuerzo echó a correr y en el trayecto, en el que las ramas se clavaban en sus pies con una sensación placentera, su anatomía cambió: dejó de ser el varonil hombre y dio paso al enorme perro que Guido ya conocía, una figura mucho más confiable si bien el tamaño y apariencia daba una idea de falsa rudeza.
Corría entusiasmado hasta un punto cercano a la entrada principal de la propiedad, esperando sentado a que apareciera el muchacho. Ansiaba tanto tenerlo cerca, era como depender del opio, nada podía compararse al alivio que le regalaba ver los ojos y la sonrisa del italiano, de belleza incomparable. Era un joven sumamente atractivo, pero algo más en él era lo que le tenía totalmente enamorado: el reto que representaba esa negativa a los sentimientos que él le ofrecía.
Se distrajo un poco, sólo un momento en que escuchó a unos peatones exclamar en reclamo contra quienquiera que dejara solo a un perro tan grande que representaba una amenaza para cualquiera que pasara cerca. Se encogió un poco, sintiéndose mal por alterar el orden. Ojalá no tardara demasiado el muchacho. Justo pensaba en eso cuando escuchó sus pasos, el ritmo ya tan conocido para él, como si toda la vida hubiese estado en contacto con su andar. Se levantó, moviendo el rabo, y apenas le vio salir echó a correr hasta él, como disparado, y se detuvo a poca distancia de él, observándole atento: el porte, la gallardía, todo en él exhalaba elegancia, a pesar de que las ropas le quedaran algo grandes, cosa que en verdad ni siquiera se notaba mucho a menos que se le observase con mirada muy crítica. Sintió un fuerte pinchazo de orgullo, ese era el muchacho que amaba.
Agachó la cabeza, mostrándose obediente en su papel de perro guardián, y dándole así, además, la opción de colocarle la correa que llevaba en la mano. Suerte que el humano no escuchaba sus pensamientos, si no ya habría dudado dos veces sobre ese paseo que llevaba la intención oculta de exhibirlo al mundo, de prepararlo para su acceso a la sociedad en la que el escocés se desenvolvía con completa naturalidad y donde, aparte, deseaba fuera tan aceptado como fuera posible, y le dieran una cálida bienvenida como su protegido, su músico personal, y como su compañero.
Corría entusiasmado hasta un punto cercano a la entrada principal de la propiedad, esperando sentado a que apareciera el muchacho. Ansiaba tanto tenerlo cerca, era como depender del opio, nada podía compararse al alivio que le regalaba ver los ojos y la sonrisa del italiano, de belleza incomparable. Era un joven sumamente atractivo, pero algo más en él era lo que le tenía totalmente enamorado: el reto que representaba esa negativa a los sentimientos que él le ofrecía.
Se distrajo un poco, sólo un momento en que escuchó a unos peatones exclamar en reclamo contra quienquiera que dejara solo a un perro tan grande que representaba una amenaza para cualquiera que pasara cerca. Se encogió un poco, sintiéndose mal por alterar el orden. Ojalá no tardara demasiado el muchacho. Justo pensaba en eso cuando escuchó sus pasos, el ritmo ya tan conocido para él, como si toda la vida hubiese estado en contacto con su andar. Se levantó, moviendo el rabo, y apenas le vio salir echó a correr hasta él, como disparado, y se detuvo a poca distancia de él, observándole atento: el porte, la gallardía, todo en él exhalaba elegancia, a pesar de que las ropas le quedaran algo grandes, cosa que en verdad ni siquiera se notaba mucho a menos que se le observase con mirada muy crítica. Sintió un fuerte pinchazo de orgullo, ese era el muchacho que amaba.
Agachó la cabeza, mostrándose obediente en su papel de perro guardián, y dándole así, además, la opción de colocarle la correa que llevaba en la mano. Suerte que el humano no escuchaba sus pensamientos, si no ya habría dudado dos veces sobre ese paseo que llevaba la intención oculta de exhibirlo al mundo, de prepararlo para su acceso a la sociedad en la que el escocés se desenvolvía con completa naturalidad y donde, aparte, deseaba fuera tan aceptado como fuera posible, y le dieran una cálida bienvenida como su protegido, su músico personal, y como su compañero.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 117
Fecha de inscripción : 18/09/2014
Re: Beathach [Guido Abbiati]
Primero su gesto furioso, luego el golpe en la que era la segunda zona más sensible del cuerpo humano (malditas espinillas faltas de protección muscular) que le obligó a hacer una mueca. No es que le hubiera dolido gran cosa, pero el que le pateara constituía una ofensa de las grandes, indicativo de que iba por buen camino.
Se mordió el labio inferior conteniendo una amplia sonrisa que luchaba por mostrarse, tanto que sentía las mejillas tensas y algo doloridas, y finalmente, agachándose y ocultando el rostro tras el cabello, sonrió. Sin dudas él era el indicado. Se llevó ambas manos a la boca, a besarle las palmas y los nudillos, a punto de explotar de felicidad.
-No lo harías, nadie te provocaría lo que yo, nadie lograría hacerte desviar la mirada. Me quieres -soltó al final con un gran gesto de satisfacción, de felicidad plena al saberlo, porque no era que lo dudara ya de ninguna manera. Era querido por alguien especial, el tema de ser amado podía estar a la vuelta de la esquina si el chico lo admitía.
Llamó al camarero y pidió la cuenta, para marcharse de una vez y volver a hacerlo enojar, que pateara lo que quisiera, que se volviera un demonio furibundo y le permitiera calmarlo con sus brazos. Recordaba a sus padres peleando a gritos cuando él era niño, diciéndose que se odiaban, que quemarían todo, que derrumbarían todo, y al final deshaciéndose en muestras de afecto que marcaron a Nolan. Así aprendió que las palabras valen poco y las acciones son el único medio de mostrar la verdad. Jamás dudó que sus padres se amaran. Una educación poco común, claro, ya que si él tuviera hijos jamás permitiría que le vieran peleando así con nadie, ni con sus peores enemigos.
Pagó la cuenta y dejó una generosa propina, excusándose así por las molestias causadas tanto por su forma canina como humana, a saber cuál de las dos era más problemática, y de paso el chismorreo sería un tanto más piadoso con ellos dos gracias a la amabilidad con que ambos trataron al servicio. Permaneció sentado tomando las manos del italiano, con la mirada fija en la suya esperando a que la desviara de nuevo, que le diera más poder, que alimentara su vanidad y seguridad un poco más. Quería ver signos de debilidad como los que él mostraba todo el tiempo, y estar seguro de jamás existiría una pizca de aburrimiento entre ellos dos, pues la pasión italiana hervía en las venas de Guido.
Se mordió el labio inferior conteniendo una amplia sonrisa que luchaba por mostrarse, tanto que sentía las mejillas tensas y algo doloridas, y finalmente, agachándose y ocultando el rostro tras el cabello, sonrió. Sin dudas él era el indicado. Se llevó ambas manos a la boca, a besarle las palmas y los nudillos, a punto de explotar de felicidad.
-No lo harías, nadie te provocaría lo que yo, nadie lograría hacerte desviar la mirada. Me quieres -soltó al final con un gran gesto de satisfacción, de felicidad plena al saberlo, porque no era que lo dudara ya de ninguna manera. Era querido por alguien especial, el tema de ser amado podía estar a la vuelta de la esquina si el chico lo admitía.
Llamó al camarero y pidió la cuenta, para marcharse de una vez y volver a hacerlo enojar, que pateara lo que quisiera, que se volviera un demonio furibundo y le permitiera calmarlo con sus brazos. Recordaba a sus padres peleando a gritos cuando él era niño, diciéndose que se odiaban, que quemarían todo, que derrumbarían todo, y al final deshaciéndose en muestras de afecto que marcaron a Nolan. Así aprendió que las palabras valen poco y las acciones son el único medio de mostrar la verdad. Jamás dudó que sus padres se amaran. Una educación poco común, claro, ya que si él tuviera hijos jamás permitiría que le vieran peleando así con nadie, ni con sus peores enemigos.
Pagó la cuenta y dejó una generosa propina, excusándose así por las molestias causadas tanto por su forma canina como humana, a saber cuál de las dos era más problemática, y de paso el chismorreo sería un tanto más piadoso con ellos dos gracias a la amabilidad con que ambos trataron al servicio. Permaneció sentado tomando las manos del italiano, con la mirada fija en la suya esperando a que la desviara de nuevo, que le diera más poder, que alimentara su vanidad y seguridad un poco más. Quería ver signos de debilidad como los que él mostraba todo el tiempo, y estar seguro de jamás existiría una pizca de aburrimiento entre ellos dos, pues la pasión italiana hervía en las venas de Guido.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/09/2014
Re: Beathach [Guido Abbiati]
Seguía enojado, mucho. Un enfado como aquel no era algo que pudiera calmarse con un simple instante de silencio. Y menos aún si el contrario actuaba de aquella manera tan extraña. De pronto agachaba la cabeza y su espesa melena le cubría prácticamente el rostro entero, evitando así que el italiano pudiera ver bien sus expresiones. ¿A qué venía todo ese acto? Arrugó más la frente y se mordió el labio inferior, conteniendo un grito de rabia. Y no tenía muy claro si estaba más cabreado con el escocés o consigo mismo por verse tan afectado por las acciones del cambiante.
No alcanzó a ver aquella sonrisa que decoraba los labios de Nolan, pero sí pudo escuchar perfectamente sus palabras. Sílabas que le dejaron con la boca tan abierta que bien se le podría haber desencajado la mandíbula sin darse cuenta. ¿Que qué? ¿Se había vuelto loco? ¿Cómo iba él a quererle, a querer a nadie? No era posible, rotundamente no. Negó rápidamente, al tiempo que apretaba los dientes por cerrar de nuevo la boca. Le costó varios segundos recuperar el habla, pues de pronto sintió como si su garganta se contrajera, impidiendo la salida de cualquier sonido o incluso el aire mismo. Tragó con mucha dificultad, notando el lento movimiento de la nuez durante el proceso, como si rasgara su cuello indoloramente.
-¿Pe... pero qué dices? No te inventes cosas...
Sus manos empezaron a sudar y quiso soltarse del agarre ajeno que las sostenía. Hacía mucho calor de repente, estaba claro que la noche parisina se había vuelto loca con el clima, porque aquella subida de temperatura, no era normal. Logró liberar una de sus manos y se la llevó a la boca cuando le dio un ataque de tos, seguramente por la misma sensación de sequedad que acababa de atacar sus fosas respiratorias hacía nada.
No quería mirarle, ahora estaba, no sólo enfadado sino también ofendido. Ni se enteró de que Nolan ya hubiese pagado la cuenta, o de si la gente les miraba o había dejado de hacerlo. No podía ver a su alrededor, porque nada estaba allí realmente, no eran más que borrones en un pensamiento incesante que le oprimía el cerebro, la tráquea y el pecho. “Tú me quieres”.
No alcanzó a ver aquella sonrisa que decoraba los labios de Nolan, pero sí pudo escuchar perfectamente sus palabras. Sílabas que le dejaron con la boca tan abierta que bien se le podría haber desencajado la mandíbula sin darse cuenta. ¿Que qué? ¿Se había vuelto loco? ¿Cómo iba él a quererle, a querer a nadie? No era posible, rotundamente no. Negó rápidamente, al tiempo que apretaba los dientes por cerrar de nuevo la boca. Le costó varios segundos recuperar el habla, pues de pronto sintió como si su garganta se contrajera, impidiendo la salida de cualquier sonido o incluso el aire mismo. Tragó con mucha dificultad, notando el lento movimiento de la nuez durante el proceso, como si rasgara su cuello indoloramente.
-¿Pe... pero qué dices? No te inventes cosas...
Sus manos empezaron a sudar y quiso soltarse del agarre ajeno que las sostenía. Hacía mucho calor de repente, estaba claro que la noche parisina se había vuelto loca con el clima, porque aquella subida de temperatura, no era normal. Logró liberar una de sus manos y se la llevó a la boca cuando le dio un ataque de tos, seguramente por la misma sensación de sequedad que acababa de atacar sus fosas respiratorias hacía nada.
No quería mirarle, ahora estaba, no sólo enfadado sino también ofendido. Ni se enteró de que Nolan ya hubiese pagado la cuenta, o de si la gente les miraba o había dejado de hacerlo. No podía ver a su alrededor, porque nada estaba allí realmente, no eran más que borrones en un pensamiento incesante que le oprimía el cerebro, la tráquea y el pecho. “Tú me quieres”.
Guido Abbiati- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/09/2014
Localización : Mansión McLeod
Re: Beathach [Guido Abbiati]
El corazón le palpitaba a ritmo normal, aun así lo sentía golpear con fuerza en todo el cuerpo, signo inequívoco de una excitación incontenible, impresionante, casi imposible. Ver, aunque fuera por unos segundos, la turbación que tanto buscó fue como regalarle agua después de un largo día de caminata en pleno verano, reconfortante. Apretó el agarre de sus manos, mirándole intensamente, sin perder detalle de cada cambio en él, en su aura. Sonrió ligeramente y luego de un minuto de absoluto silencio por parte de ambos, le dejó ir soltando sus manos poco a poco sobre la mesa.
Se puso de pie, ya podrían partir y ver qué más les ofrecía la noche parisina. Esta vez no le ofreció la mano, consciente de que necesitaría un momento para recuperar el aliento. Nolan podría ser un cabezota, un torpe muchas veces, pero jamás insensible a los demás. Le quería demasiado y respetaría su espacio, le dejaría saborear esa agridulce confusión hasta que supiera definir el resultado por sí solo.
-¿Qué tal si me acompañas a rezar? -nacido y criado católico, jamás percibió la religión como una guía moral, sino como un descanso para el espíritu -. Te aseguro que el silencio te hará sentir mejor -los aromas, las figuras de santos, la gran cantidad de crucifijos, todo tenía su razón de ser y él sabía bien cuál era.
Cerca había una pequeña capilla, le bastaría con entrar en el recinto por un breve instante, y si no le gustaba lo seguiría adonde él quisiera ir. Al fin del mundo, si lo deseaba. Comenzó a andar con las manos balanceándose a cada paso, libres como él mismo. Necesitaba sostenerlo para sentirse a salvo, pero así estaba bien, al menos por esa noche. Además del aura del chico, también se daba cuenta de que las cosas iban demasiado rápido, a él también le costaba asimilar el hecho de amar con tanto fervor y sin condición alguna, aceptando el hecho de no ser correspondido directamente. Doloroso, por supuesto que sí, pero a veces necesario como una valiosa lección en la vida. El viento fresco de la noche calmaba sus pulmones que ardían, igual que cada célula de su cuerpo y cada rincón de su alma.
Le miró de reojo. ¿Por qué permanecía a su lado si tanto daño le hacía su imprudencia? Al no ser un humano, ni siquiera el pasar toda su convivencia con ellos le enseñó todo lo que ser uno representa. Le faltaban piezas del rompecabezas que, esperaba, comprendería mucho antes de que su vida llegara al final.
Se puso de pie, ya podrían partir y ver qué más les ofrecía la noche parisina. Esta vez no le ofreció la mano, consciente de que necesitaría un momento para recuperar el aliento. Nolan podría ser un cabezota, un torpe muchas veces, pero jamás insensible a los demás. Le quería demasiado y respetaría su espacio, le dejaría saborear esa agridulce confusión hasta que supiera definir el resultado por sí solo.
-¿Qué tal si me acompañas a rezar? -nacido y criado católico, jamás percibió la religión como una guía moral, sino como un descanso para el espíritu -. Te aseguro que el silencio te hará sentir mejor -los aromas, las figuras de santos, la gran cantidad de crucifijos, todo tenía su razón de ser y él sabía bien cuál era.
Cerca había una pequeña capilla, le bastaría con entrar en el recinto por un breve instante, y si no le gustaba lo seguiría adonde él quisiera ir. Al fin del mundo, si lo deseaba. Comenzó a andar con las manos balanceándose a cada paso, libres como él mismo. Necesitaba sostenerlo para sentirse a salvo, pero así estaba bien, al menos por esa noche. Además del aura del chico, también se daba cuenta de que las cosas iban demasiado rápido, a él también le costaba asimilar el hecho de amar con tanto fervor y sin condición alguna, aceptando el hecho de no ser correspondido directamente. Doloroso, por supuesto que sí, pero a veces necesario como una valiosa lección en la vida. El viento fresco de la noche calmaba sus pulmones que ardían, igual que cada célula de su cuerpo y cada rincón de su alma.
Le miró de reojo. ¿Por qué permanecía a su lado si tanto daño le hacía su imprudencia? Al no ser un humano, ni siquiera el pasar toda su convivencia con ellos le enseñó todo lo que ser uno representa. Le faltaban piezas del rompecabezas que, esperaba, comprendería mucho antes de que su vida llegara al final.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 117
Fecha de inscripción : 18/09/2014
Re: Beathach [Guido Abbiati]
Agradeció el momento de silencio, sólo así podría intentar acallar las voces que retumbaban en su cabeza sin descanso. De pronto se había iniciado un debate en su cerebro, con abogados y fiscales, alegando que si le quería que si no lo hacía. ¿Ellos qué sabrían? ¡Los humanos eran incapaces de amar! Estúpidas ideas, malditos mitos y odiosas leyendas de amor.
Se levantó de la mesa, sin ser realmente consciente de ello, simplemente siguiendo al escocés, aún sin saber si quiera lo que el otro hacía. Su cuerpo se movía por voluntad propia, como si el cambiante fuera el flautista de Hamelín y el italiano una simple rata, hipnotizada por el sonido de su flauta, de su andar. Ni si quiera escuchó lo que le preguntaba. ¿Estaba hablando si quiera? Su mente seguía divagando, flotando entre dos mundos sin sentido.
Estaba sumido en un sueño despierto. Sumido... aquello sonaba a sumiso. ¿Desde cuándo era Guido alguien que se sometiera a los demás? Desde nunca. Y además Nolan tampoco se le imponía como alguien que quisiera dominarle. Al menos no fuera de la cama, cuando había soltado su lado salvaje y había hecho con él lo que había querido. Pero aquello era un tema a parte. Fuera de eso, le trataba siempre de esa manera tan... tan tierna y a la vez desquiciante. ¿Por qué tenía que ser tan bueno con él y hacerle sentir... especial? No lo era, sólo era un chico que se había encontrado en un baño público masturbándose. Y sin embargo, sin saber cómo, sin pretenderlo, ¿le había enamorado? Era una chifladura total.
Sin embargo, había decidido creerle. Sí, lo hacía. Confiaba en que lo que el escocés sentía por él era real, o al menos el cambiante lo sentía como real. Y siendo como era, lo consideraba más que posible. Pero viceversa... aquello era otro cantar. El ser humano era retorcido, cruel, mentiroso e interesado por naturaleza. Imperfecto, incapaz de algo semejante al amor sin segundas intenciones. Y él, antes de traicionar un sentimiento tan puro, tan hermoso y único, prefería negarse a mancharlo.
De pronto chocó contra la espalda de Nolan cuando éste se detuvo. Se frotó la nariz y la frente, al tiempo que alzaba el rostro. No podía ver mucho, estaban demasiado pegados. Se inclinó hacia un lado y fue entonces que se percató de dónde se encontraban. ¿Qué hacían en una iglesia?
-¿Por qué hemos venido aquí?
Se levantó de la mesa, sin ser realmente consciente de ello, simplemente siguiendo al escocés, aún sin saber si quiera lo que el otro hacía. Su cuerpo se movía por voluntad propia, como si el cambiante fuera el flautista de Hamelín y el italiano una simple rata, hipnotizada por el sonido de su flauta, de su andar. Ni si quiera escuchó lo que le preguntaba. ¿Estaba hablando si quiera? Su mente seguía divagando, flotando entre dos mundos sin sentido.
Estaba sumido en un sueño despierto. Sumido... aquello sonaba a sumiso. ¿Desde cuándo era Guido alguien que se sometiera a los demás? Desde nunca. Y además Nolan tampoco se le imponía como alguien que quisiera dominarle. Al menos no fuera de la cama, cuando había soltado su lado salvaje y había hecho con él lo que había querido. Pero aquello era un tema a parte. Fuera de eso, le trataba siempre de esa manera tan... tan tierna y a la vez desquiciante. ¿Por qué tenía que ser tan bueno con él y hacerle sentir... especial? No lo era, sólo era un chico que se había encontrado en un baño público masturbándose. Y sin embargo, sin saber cómo, sin pretenderlo, ¿le había enamorado? Era una chifladura total.
Sin embargo, había decidido creerle. Sí, lo hacía. Confiaba en que lo que el escocés sentía por él era real, o al menos el cambiante lo sentía como real. Y siendo como era, lo consideraba más que posible. Pero viceversa... aquello era otro cantar. El ser humano era retorcido, cruel, mentiroso e interesado por naturaleza. Imperfecto, incapaz de algo semejante al amor sin segundas intenciones. Y él, antes de traicionar un sentimiento tan puro, tan hermoso y único, prefería negarse a mancharlo.
De pronto chocó contra la espalda de Nolan cuando éste se detuvo. Se frotó la nariz y la frente, al tiempo que alzaba el rostro. No podía ver mucho, estaban demasiado pegados. Se inclinó hacia un lado y fue entonces que se percató de dónde se encontraban. ¿Qué hacían en una iglesia?
-¿Por qué hemos venido aquí?
Guido Abbiati- Humano Clase Media
- Mensajes : 113
Fecha de inscripción : 11/09/2014
Localización : Mansión McLeod
Re: Beathach [Guido Abbiati]
No obtuvo respuesta pero tampoco se detenía. Pues allá irían, necesitaba la misma paz que quería darle al italiano. Varias personas entraban y salían, mujeres con el rostro o sólo el cabello cubierto, tan santas como la misma virgen María. Se detuvo antes de entrar, iba a decirle algo que olvidó por completo luego del choque y ese modo en que se sobaba la cara. Rió bajo, le rodeó los hombros con un brazo y lo atrajo hacia sí con un gesto fraternal, apoyando la mano en un costado de su cabeza haciendo que se inclinara levemente hacia su hombro.
-Te pregunté si querías orar conmigo, supuse que, como no te detenías, aceptaste -afortunadamente las puertas de la capilla cerraban hasta bien entrada la noche, aceptando a todos aquellos pecadores con ansias de redimirse ante los ojos del Señor. No era su caso, naturalmente, puesto que sólo anhelaba sentir la seguridad de un lugar sagrado donde nada ni nadie turbaría la paz que pudiesen hallar.
Lo condujo a una de las bancas al final de la línea, donde comenzó el ritual de devoción por mera costumbre: persignarse de rodillas, hacer una breve plegaria y luego a sentarse con la cabeza gacha. Le invitó a hacer lo mismo, susurrando bien bajo para que sólo él le escuchara.
-No pierdes nada con intentar, además el hacerlo te adentra al ambiente que se respira aquí dentro, ¿no te parece? -miró el decorado techo con pinturas sangrientas, las representaciones de hombres devotos a un dios cruel y mujeres únicamente valoradas por su calidad de vírgenes. Jamás aprobó que se adoraran tales cánones, era otra forma de decir al humano que dejase de lado su humanidad y se convirtiera en una roca incapaz de sentir deseos de nada. De todas formas le gustaba, por lo menos, escuchar algunas de las historias, puesto que jamás fue lo suficientemente obediente para aprenderse una sola línea del libro sagrado.
Con la vista fija en el hombre clavado en la cruz, una representación bastante leal a las proporciones humanas, con gestos similares, sin la típica expresión neutra sino una llena de dolor, tomó la mano de Guido con cautela, esperando ser rechazado. De ser el caso le dejaría ir, por el momento al menos. El tacto de sus manos varoniles le entregó un fuerte cosquilleo tibio que comenzó en los dedos y se esparció por todo su cuerpo. No, no era lujuria, era algo más. Aunque… ¿y qué si fuera lujuria? Podrían profanar juntos la pureza del altar a un Dios creador de seres impuros y, por tanto, impuro como éstos.
-Te pregunté si querías orar conmigo, supuse que, como no te detenías, aceptaste -afortunadamente las puertas de la capilla cerraban hasta bien entrada la noche, aceptando a todos aquellos pecadores con ansias de redimirse ante los ojos del Señor. No era su caso, naturalmente, puesto que sólo anhelaba sentir la seguridad de un lugar sagrado donde nada ni nadie turbaría la paz que pudiesen hallar.
Lo condujo a una de las bancas al final de la línea, donde comenzó el ritual de devoción por mera costumbre: persignarse de rodillas, hacer una breve plegaria y luego a sentarse con la cabeza gacha. Le invitó a hacer lo mismo, susurrando bien bajo para que sólo él le escuchara.
-No pierdes nada con intentar, además el hacerlo te adentra al ambiente que se respira aquí dentro, ¿no te parece? -miró el decorado techo con pinturas sangrientas, las representaciones de hombres devotos a un dios cruel y mujeres únicamente valoradas por su calidad de vírgenes. Jamás aprobó que se adoraran tales cánones, era otra forma de decir al humano que dejase de lado su humanidad y se convirtiera en una roca incapaz de sentir deseos de nada. De todas formas le gustaba, por lo menos, escuchar algunas de las historias, puesto que jamás fue lo suficientemente obediente para aprenderse una sola línea del libro sagrado.
Con la vista fija en el hombre clavado en la cruz, una representación bastante leal a las proporciones humanas, con gestos similares, sin la típica expresión neutra sino una llena de dolor, tomó la mano de Guido con cautela, esperando ser rechazado. De ser el caso le dejaría ir, por el momento al menos. El tacto de sus manos varoniles le entregó un fuerte cosquilleo tibio que comenzó en los dedos y se esparció por todo su cuerpo. No, no era lujuria, era algo más. Aunque… ¿y qué si fuera lujuria? Podrían profanar juntos la pureza del altar a un Dios creador de seres impuros y, por tanto, impuro como éstos.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 117
Fecha de inscripción : 18/09/2014
Re: Beathach [Guido Abbiati]
La risa ajena le hizo sentir de lo más tonto. Se había movido por inercia, sin pensar en lo que hacía ni a dónde se dirigía. Era lógico que el escocés se riera de él por actuar de semejante manera, ¿a quién se le ocurría? De no haber estado con el cambiante, a saber dónde habría terminado o lo que le habría sucedido... Claro que de no estar con quien se encontraba, no tendría la cabeza en las nubes, los sentidos aturdidos ni el pulso acelerado.
Dejó que le acomodara tranquilamente contra su cuerpo, su hombro. ¿Por qué simple roce de Nolan podía al mismo tiempo provocarle malestar, miedo, confusión... y luego calmarle de esa manera? Se sentía vulnerable, débil y perdido de nuevo. No le gustaba estar así... Se mordió el labio, reprimiendo un pesado suspiro.
Se adentraron en la iglesia a través de unos grandes portones de madera. Guido había estado en muchas en su país de origen, allí parecía que había una en cada esquina. Le habían educado como creyente no practicante, y él, en el fondo, nunca había descartado la idea de un Dios, pero no consideraba precisamente como tal al mismo que los demás. La madre naturaleza le parecía una deidad mucho más apropiada, poderosa, devastadora, pero no cruel ni retorcida. El que un ser semejante a un hombre fuera el que gobernara el mundo, le resultaba inverosímil. Intentó fijarse en la edificación y no en los altares o figuras representativas. Le gustaban los arcos, los pilares y las cristaleras, aunque sin prestar atención a la simbología que en ellas se dibujaba en hermosos colores.
Tomó su lugar en uno de los bancos e hizo como se suponía debía uno en ese templo. Se arrodilló, juntó sus manos y apoyó la frente sobre ellas al hacer una plegaria. No dirigida a Nuestro Señor, sino a las fuerzas que envolvían la vida. "Por favor, ayúdame a comprender...". Deshizo el lazo entre sus dados y se sentó sobre los talones, bajando las manos. No quería llamarla atención, ni mostrarse irrespetuoso con los creyentes que aguardaban allí a ser atendidos por su amado Dios.
Notó como de nuevo su temperatura subía, se le erizaba el vello y su mano empezaba a sudar por el contacto con Nolan. Un simple roce y de pronto su cuerpo era como una inmensa fogata llena de dudas. Le miró de reojo, sin saber qué hacer. Su mente le decía que le soltara y se apartara, pero no reaccionaba, se quedaba ahí, sosteniéndole la mano.
Dejó que le acomodara tranquilamente contra su cuerpo, su hombro. ¿Por qué simple roce de Nolan podía al mismo tiempo provocarle malestar, miedo, confusión... y luego calmarle de esa manera? Se sentía vulnerable, débil y perdido de nuevo. No le gustaba estar así... Se mordió el labio, reprimiendo un pesado suspiro.
Se adentraron en la iglesia a través de unos grandes portones de madera. Guido había estado en muchas en su país de origen, allí parecía que había una en cada esquina. Le habían educado como creyente no practicante, y él, en el fondo, nunca había descartado la idea de un Dios, pero no consideraba precisamente como tal al mismo que los demás. La madre naturaleza le parecía una deidad mucho más apropiada, poderosa, devastadora, pero no cruel ni retorcida. El que un ser semejante a un hombre fuera el que gobernara el mundo, le resultaba inverosímil. Intentó fijarse en la edificación y no en los altares o figuras representativas. Le gustaban los arcos, los pilares y las cristaleras, aunque sin prestar atención a la simbología que en ellas se dibujaba en hermosos colores.
Tomó su lugar en uno de los bancos e hizo como se suponía debía uno en ese templo. Se arrodilló, juntó sus manos y apoyó la frente sobre ellas al hacer una plegaria. No dirigida a Nuestro Señor, sino a las fuerzas que envolvían la vida. "Por favor, ayúdame a comprender...". Deshizo el lazo entre sus dados y se sentó sobre los talones, bajando las manos. No quería llamarla atención, ni mostrarse irrespetuoso con los creyentes que aguardaban allí a ser atendidos por su amado Dios.
Notó como de nuevo su temperatura subía, se le erizaba el vello y su mano empezaba a sudar por el contacto con Nolan. Un simple roce y de pronto su cuerpo era como una inmensa fogata llena de dudas. Le miró de reojo, sin saber qué hacer. Su mente le decía que le soltara y se apartara, pero no reaccionaba, se quedaba ahí, sosteniéndole la mano.
Guido Abbiati- Humano Clase Media
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
El débil hilo que los unía a ratos parecía relajado, como cuando hacían el amor, y otros tan tenso como en ese momento, a punto de reventarse, pero cada hebra asiéndose con fuerza a la otra. Apretó un poco los dedos alrededor de la mano y buscó su mirada, que esta vez sin problemas sostuvo. Hizo una mueca que buscaba ser una sonrisa, aunque la preocupación la teñía de algo extraño.
-¿Es por lo que dije antes? -que tanta confusión le embargara por unas cuantas palabras dichas a la ligera le oprimía el pecho, estrujaba su corazón casi demasiado dolorosamente. No le gustaba para nada ver la preocupación en sus bellas facciones, no cuando la expresión de pillo le hacía brillar como el mismo sol y de pronto conocía algo tan oscuro en él que le atemorizaba. En cualquier momento se iría y le dejaría solo y vulnerable, el italiano desaparecería en la noche y jamás se encontrarían de nuevo… Sus pensamientos le traicionaban, y sintió algo romperse dentro de él sin que hubiera sucedido nada.
Se descubrió respirando pesado, como si hubiese corrido por horas, aunque apenas haciendo un leve ruido. Al ser un cambiante, compartía el sentir de sus contrapartes, en este caso la necesidad del lobo de pasar la vida con una sola pareja. Odiaba el hecho de que Guido fuese un humano y su vida no sería tan larga, lo vería marchitarse mientras él… Inclinado hacia adelante, se cubrió la cara con una mano, a punto de romperse en mil pedazos esa barrera que construyó contra todo. Ya era demasiado fina, de cualquier forma, y Guido terminó por dar los últimos golpes antes de deshacerla. Lo peor era su silencio.
-Sé que has vivido cosas que nadie merece, pero entiende... No miento. Te adoro, ¿es tan difícil aceptarlo? -su voz era apenas un susurro ahogado contra la palma de su propia mano -Yo no te elegí, no estaba buscando esto, y de todas formas aquí estoy, confesándote cosas que para ti son poco más que estupideces -rió sin ánimo, se frotó los ojos con el dorso de la mano y se irguió inhalando y exhalando pesado, abatido. No quería ver si le hacía daño con esas palabras crudas y verdaderas.
Incapaz de sentirle separarse de él, prefirió tomar la iniciativa. Nuevamente se persignó y se puso de pie, necesitaba escapar, necesitaba aire. Por primera vez en toda su vida se sentía atrapado entre los altos muros, y en lugar de imágenes sagradas veía demonios rodeándole, burlándose de su debilidad. Con todo, sus pies apenas eran capaces de moverlo, quedándose estancados cada dos pasos o menos.
-¿Es por lo que dije antes? -que tanta confusión le embargara por unas cuantas palabras dichas a la ligera le oprimía el pecho, estrujaba su corazón casi demasiado dolorosamente. No le gustaba para nada ver la preocupación en sus bellas facciones, no cuando la expresión de pillo le hacía brillar como el mismo sol y de pronto conocía algo tan oscuro en él que le atemorizaba. En cualquier momento se iría y le dejaría solo y vulnerable, el italiano desaparecería en la noche y jamás se encontrarían de nuevo… Sus pensamientos le traicionaban, y sintió algo romperse dentro de él sin que hubiera sucedido nada.
Se descubrió respirando pesado, como si hubiese corrido por horas, aunque apenas haciendo un leve ruido. Al ser un cambiante, compartía el sentir de sus contrapartes, en este caso la necesidad del lobo de pasar la vida con una sola pareja. Odiaba el hecho de que Guido fuese un humano y su vida no sería tan larga, lo vería marchitarse mientras él… Inclinado hacia adelante, se cubrió la cara con una mano, a punto de romperse en mil pedazos esa barrera que construyó contra todo. Ya era demasiado fina, de cualquier forma, y Guido terminó por dar los últimos golpes antes de deshacerla. Lo peor era su silencio.
-Sé que has vivido cosas que nadie merece, pero entiende... No miento. Te adoro, ¿es tan difícil aceptarlo? -su voz era apenas un susurro ahogado contra la palma de su propia mano -Yo no te elegí, no estaba buscando esto, y de todas formas aquí estoy, confesándote cosas que para ti son poco más que estupideces -rió sin ánimo, se frotó los ojos con el dorso de la mano y se irguió inhalando y exhalando pesado, abatido. No quería ver si le hacía daño con esas palabras crudas y verdaderas.
Incapaz de sentirle separarse de él, prefirió tomar la iniciativa. Nuevamente se persignó y se puso de pie, necesitaba escapar, necesitaba aire. Por primera vez en toda su vida se sentía atrapado entre los altos muros, y en lugar de imágenes sagradas veía demonios rodeándole, burlándose de su debilidad. Con todo, sus pies apenas eran capaces de moverlo, quedándose estancados cada dos pasos o menos.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
Notó como la mano ajena se cerraba entorno a la propia, no sabía si por intentar tranquilizarle o tal vez retenerle y que no le soltara. Fuera como fuere, seguían unidos por un simple apretón, pero uno cargado de energía, a pesar del aire cansado de ambos.
Las palabras del escocés sonaron tan apenadas y dolidas, que el propio pecho de Guido se contrajo sobre sí mismo, ahogando sus pulmones y su corazón, como si alguien se le sentara sobre las costillas, cual peso muerto. Con cada letra que salía de aquellos labios que tanto se habían empeñado en besarle desde que se conocieran, era una piedra más sobre aquel peso que le oprimía. ¿Por qué se culpaban el uno al otro? No tenía sentido, nada hallaba cordura en ese sentimiento que se empeñaban en llamar amor. ¿No se suponía debía ser algo bonito, hermoso y feliz? La gente no se molestaba en recalcar el dolor que creaba, la incomprensión, la confusión, la incertidumbre. Amar y no ser correspondido... debía sentirse como un aguijonazo en el corazón, como si un pez espada atravesase el órgano que supuestamente otorgaba esa capacidad de sentir afecto por los demás.
Lo siguiente que dijo Nolan, le desconcertó. ¿Por qué dudaba de su palabra? Le había dicho que le creía... no eran sus sentimientos los que negaba, sino los propios. ¿Cómo podía desconfiar...? Y entonces se dio cuenta. Porque sólo pensaba en ello, le daba vueltas y más vueltas, de manera egoísta, centrándose únicamente en su persona, lamentándose por ser lo que era. No dejaba de culpar a la humanidad por no ser capaces de amar, cuando lo que en realidad le atormentaba, era que con su sed continua de sexo, no se consideraba merecedor de un sentimiento como aquel. ¿Por qué después de haberse regalado como si no valiera nada, tendría derecho a recibir el cariño de alguien como aquel hombre?
Le vio levantarse y apartarse de él, sintiéndose como una enorme pieza de plomo que se hundía en el suelo de la iglesia. Pero era lógico. ¿Quién en su sano juicio, se quedaría junto a él? Que presumía de ser mucho y ahora se reducía a un llanto silencioso, sintiendo lástima de sí mismo. Si Lucca le viera ahora, se reiría de él, seguro. Comprendí que le abandonara ahora el cambiante, era de esperar cuando él no le aportaba nada a cambio, cuando se negaba a corresponderle. Y sin embargo... sin embargo no quería quedarse solo. No soportaría de nuevo ver como se alejaban de él. No, no era lo mismo. Con su hermano, se había quedado sin hacer nada, se había dejado vencer por la autocompasión y el miedo. Esta vez no pensaba permitirlo. No le importaba ser más egoísta que nunca. Se levantó y fue hacia Nolan, rodeándole con los brazos por la espalda. Apoyó la cabeza contra su omóplato y con los ojos fuertemente cerrados, hizo algo que jamás pensó sucedería. Suplicó.
-Por favor, no te vayas...
Las palabras del escocés sonaron tan apenadas y dolidas, que el propio pecho de Guido se contrajo sobre sí mismo, ahogando sus pulmones y su corazón, como si alguien se le sentara sobre las costillas, cual peso muerto. Con cada letra que salía de aquellos labios que tanto se habían empeñado en besarle desde que se conocieran, era una piedra más sobre aquel peso que le oprimía. ¿Por qué se culpaban el uno al otro? No tenía sentido, nada hallaba cordura en ese sentimiento que se empeñaban en llamar amor. ¿No se suponía debía ser algo bonito, hermoso y feliz? La gente no se molestaba en recalcar el dolor que creaba, la incomprensión, la confusión, la incertidumbre. Amar y no ser correspondido... debía sentirse como un aguijonazo en el corazón, como si un pez espada atravesase el órgano que supuestamente otorgaba esa capacidad de sentir afecto por los demás.
Lo siguiente que dijo Nolan, le desconcertó. ¿Por qué dudaba de su palabra? Le había dicho que le creía... no eran sus sentimientos los que negaba, sino los propios. ¿Cómo podía desconfiar...? Y entonces se dio cuenta. Porque sólo pensaba en ello, le daba vueltas y más vueltas, de manera egoísta, centrándose únicamente en su persona, lamentándose por ser lo que era. No dejaba de culpar a la humanidad por no ser capaces de amar, cuando lo que en realidad le atormentaba, era que con su sed continua de sexo, no se consideraba merecedor de un sentimiento como aquel. ¿Por qué después de haberse regalado como si no valiera nada, tendría derecho a recibir el cariño de alguien como aquel hombre?
Le vio levantarse y apartarse de él, sintiéndose como una enorme pieza de plomo que se hundía en el suelo de la iglesia. Pero era lógico. ¿Quién en su sano juicio, se quedaría junto a él? Que presumía de ser mucho y ahora se reducía a un llanto silencioso, sintiendo lástima de sí mismo. Si Lucca le viera ahora, se reiría de él, seguro. Comprendí que le abandonara ahora el cambiante, era de esperar cuando él no le aportaba nada a cambio, cuando se negaba a corresponderle. Y sin embargo... sin embargo no quería quedarse solo. No soportaría de nuevo ver como se alejaban de él. No, no era lo mismo. Con su hermano, se había quedado sin hacer nada, se había dejado vencer por la autocompasión y el miedo. Esta vez no pensaba permitirlo. No le importaba ser más egoísta que nunca. Se levantó y fue hacia Nolan, rodeándole con los brazos por la espalda. Apoyó la cabeza contra su omóplato y con los ojos fuertemente cerrados, hizo algo que jamás pensó sucedería. Suplicó.
-Por favor, no te vayas...
Guido Abbiati- Humano Clase Media
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
Luchó por lograr que sus pies dejaran de sentirse como atascados en arenas movedizas que imposibilitaban su avance, todo su cuerpo se sentía pesado y vacío, totalmente muerto. Pensamientos horribles le carcomían desde el interior de su ser, orillándolo a dejar su humanidad y abandonarse a la bestia que era. Ojalá pudiera dejar de sentir.
Antes de darse cuenta ya había logrado alcanzar la salida y el viento fresco con los aromas típicos de la ciudad nocturna le golpeaba como azotes infernales. Y, como las alas de un ángel que ha bajado del cielo a rescatar a alguien, dos brazos lo rodearon, sintió el calor volver a él de inmediato, el aroma del chico adentrarse hasta llenarlo de nuevo. Tuvo unas ganas enormes de echarse a reír, aunque ningún sonido lograba salir de su boca. El mundo a su alrededor se desvaneció por completo, sus sentidos se cerraron a todo lo que no fuera Guido, su pequeño cachorro de humano.
Tocó las manos que le aferraban, queriendo cerciorarse de que en verdad estaba ahí y no era una ilusión creada por su propia necesidad y terquedad. No, él estaba de verdad allí, susurrando esa petición que le conmovió al borde de las lágrimas. Se giró despacio, procurando no escapar de sus brazos, le tomó de las mejillas y lo besó profundamente, ahí delante de los fieles creyentes en un dios que condiciona el amor. Casi le hizo el amor usando sólo sus bocas, fundidos en un solo ser, entregando su alma al muchacho confundido que le abrazaba.
El tiempo se detuvo, no supo cuántos segundos, minutos, horas, pasó compartiendo ese beso con el chico, pero tuvo que detenerse, quería mirarlo. Se separó muy despacio y sólo lo suficiente para poder apreciar su rostro hermoso, sus pestañas oscuras, la forma de sus cejas, la línea de su nariz, la curva de su boca. Lo acunó entre sus brazos rogando en silencio que jamás se separara de su lado.
-Te amo -repitió, y su pulso hizo eco de sus palabras con un fuerte palpitar, esperando escuchar el mismo golpeteo proveniente del pecho contrario. No necesitaba las palabras, no hacían falta cuando tenía otras formas de leer la verdad en cualquiera. Nadie podía mentirle, y por esa razón él tampoco podía mentir. Ya fuera una bendición o una maldición, la verdad siempre le acompañaba, razón por la que le desesperaba tanto que el italiano se negara a aceptarlo completamente, que le confundiera tanto ese sentimiento. ¿Cómo no poder sentirlo? Si se hallaba en el mismo aire que respiraban, en el agua que los bañaba, en la cama que compartían y, ciertamente, en el abrazo que los unía.
Antes de darse cuenta ya había logrado alcanzar la salida y el viento fresco con los aromas típicos de la ciudad nocturna le golpeaba como azotes infernales. Y, como las alas de un ángel que ha bajado del cielo a rescatar a alguien, dos brazos lo rodearon, sintió el calor volver a él de inmediato, el aroma del chico adentrarse hasta llenarlo de nuevo. Tuvo unas ganas enormes de echarse a reír, aunque ningún sonido lograba salir de su boca. El mundo a su alrededor se desvaneció por completo, sus sentidos se cerraron a todo lo que no fuera Guido, su pequeño cachorro de humano.
Tocó las manos que le aferraban, queriendo cerciorarse de que en verdad estaba ahí y no era una ilusión creada por su propia necesidad y terquedad. No, él estaba de verdad allí, susurrando esa petición que le conmovió al borde de las lágrimas. Se giró despacio, procurando no escapar de sus brazos, le tomó de las mejillas y lo besó profundamente, ahí delante de los fieles creyentes en un dios que condiciona el amor. Casi le hizo el amor usando sólo sus bocas, fundidos en un solo ser, entregando su alma al muchacho confundido que le abrazaba.
El tiempo se detuvo, no supo cuántos segundos, minutos, horas, pasó compartiendo ese beso con el chico, pero tuvo que detenerse, quería mirarlo. Se separó muy despacio y sólo lo suficiente para poder apreciar su rostro hermoso, sus pestañas oscuras, la forma de sus cejas, la línea de su nariz, la curva de su boca. Lo acunó entre sus brazos rogando en silencio que jamás se separara de su lado.
-Te amo -repitió, y su pulso hizo eco de sus palabras con un fuerte palpitar, esperando escuchar el mismo golpeteo proveniente del pecho contrario. No necesitaba las palabras, no hacían falta cuando tenía otras formas de leer la verdad en cualquiera. Nadie podía mentirle, y por esa razón él tampoco podía mentir. Ya fuera una bendición o una maldición, la verdad siempre le acompañaba, razón por la que le desesperaba tanto que el italiano se negara a aceptarlo completamente, que le confundiera tanto ese sentimiento. ¿Cómo no poder sentirlo? Si se hallaba en el mismo aire que respiraban, en el agua que los bañaba, en la cama que compartían y, ciertamente, en el abrazo que los unía.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
Sus brazos se apretaron en torno al cuerpo ajeno con fuerza, no la suficiente para hacerle daño, pero sí la justa para retenerle allí, con él. Notó el cálido tacto de las manos ajenas sobre el dorso de las propias, que asimilaban ese calor que les era transmitido. Sus párpados permanecieron cerrados fuertemente hasta que notó al escocés empezar a moverse, no para alejarse, sino para girar. Le permitió hacerlo, aflojando ligeramente el agarre y retirando la cabeza hacia atrás. Alzó el rostro, aunque con reticencia y mientras se mordía el labio inferior, hasta que sus ojos se encontraron con los del contrario.
No tuvieron tiempo ni de mirarse realmente, que Nolan sostuvo el rostro del italiano y le empezó a besar, lenta pero fervientemente. El movimiento de la boca ajena sobre la propia, las ganas con que le devoraba, el roce caliente de su lengua contra la propia en un acto más intenso de lo que hubiese podido imaginar jamás. Volvió a cerrar los ojos, pero ésta vez sin apretar y se dejó llevar, correspondiendo al intercambio de suspiros. Sus manos se abrieron, separando los dedos contra la espalda del cambiante, sin terminar de soltarle.
Aunque llevaba rato sin importarle nada ni nadie de lo que les rodeara, en ese momento cuya durada fue incapaz de calcular, fue como si realmente todo y todos desaparecieran. No era un sentimiento negativo, como de encontrarse en un vacío en el espacio, sino de intimidad, de cercanía, de burbuja aislada. Un lugar en el que nada malo podía entrar, ni nada bueno salir. Fue algo muy extraño y novedoso para Guido, aunque esta vez no lo cuestionó, no quiso buscarle un significado o un por qué. Simplemente se dedicó a disfrutarlo.
Cuando el contrario empezó a apartarse, él se quedó quieto, con los ojos cerrados y la boca entreabierto. Temía que si separaba los párpados, debería volver a la realidad y que si apretaba los labios se esfumaría la sensación de aquel contacto compartido entre ambos. Las palabras alcanzaron sus oídos en un tono suave y meloso, como una caricia que acunara su rostro, tal y como lo hacían las manos de Nolan al sostenerle. Notaba que esas palabras eran sinceras aún sin observar la expresión de su cara. El timbre de voz utilizado, el ligero temblor de los dedos contra sus mejillas y el bombeo de sangre que le calentaba las palmas al cambiante, transmitiéndoselo a él con cada latido del corazón acelerado.
Quedó todo en silencio durante un buen rato, escuchándose sólo el murmuro de la gente al pasar. Seguramente muchos se les quedaron viendo y cuchichearon sobre su osadía al profanar un templo sagrado. Pero eso era lo de menos. ¿Seguiría allí el escocés en cuanto abriera los ojos? Había llegado el momento de averiguarlo. Despegó muy lentamente las pestañas, dejando que sus pupilas se adaptaran poco a poco hasta empezar a dibujar el contorno de un rostro con barba, nariz y pómulos bien marcados y unos ojos profundos e intensos que le miraban. Sonrió sin más, porque no tenía palabras. No podía responder a una declaración semejante, excepto con sinceridad. Le hacía feliz tenerle ahí, que le colmara de atenciones. Y que le amara.
No tuvieron tiempo ni de mirarse realmente, que Nolan sostuvo el rostro del italiano y le empezó a besar, lenta pero fervientemente. El movimiento de la boca ajena sobre la propia, las ganas con que le devoraba, el roce caliente de su lengua contra la propia en un acto más intenso de lo que hubiese podido imaginar jamás. Volvió a cerrar los ojos, pero ésta vez sin apretar y se dejó llevar, correspondiendo al intercambio de suspiros. Sus manos se abrieron, separando los dedos contra la espalda del cambiante, sin terminar de soltarle.
Aunque llevaba rato sin importarle nada ni nadie de lo que les rodeara, en ese momento cuya durada fue incapaz de calcular, fue como si realmente todo y todos desaparecieran. No era un sentimiento negativo, como de encontrarse en un vacío en el espacio, sino de intimidad, de cercanía, de burbuja aislada. Un lugar en el que nada malo podía entrar, ni nada bueno salir. Fue algo muy extraño y novedoso para Guido, aunque esta vez no lo cuestionó, no quiso buscarle un significado o un por qué. Simplemente se dedicó a disfrutarlo.
Cuando el contrario empezó a apartarse, él se quedó quieto, con los ojos cerrados y la boca entreabierto. Temía que si separaba los párpados, debería volver a la realidad y que si apretaba los labios se esfumaría la sensación de aquel contacto compartido entre ambos. Las palabras alcanzaron sus oídos en un tono suave y meloso, como una caricia que acunara su rostro, tal y como lo hacían las manos de Nolan al sostenerle. Notaba que esas palabras eran sinceras aún sin observar la expresión de su cara. El timbre de voz utilizado, el ligero temblor de los dedos contra sus mejillas y el bombeo de sangre que le calentaba las palmas al cambiante, transmitiéndoselo a él con cada latido del corazón acelerado.
Quedó todo en silencio durante un buen rato, escuchándose sólo el murmuro de la gente al pasar. Seguramente muchos se les quedaron viendo y cuchichearon sobre su osadía al profanar un templo sagrado. Pero eso era lo de menos. ¿Seguiría allí el escocés en cuanto abriera los ojos? Había llegado el momento de averiguarlo. Despegó muy lentamente las pestañas, dejando que sus pupilas se adaptaran poco a poco hasta empezar a dibujar el contorno de un rostro con barba, nariz y pómulos bien marcados y unos ojos profundos e intensos que le miraban. Sonrió sin más, porque no tenía palabras. No podía responder a una declaración semejante, excepto con sinceridad. Le hacía feliz tenerle ahí, que le colmara de atenciones. Y que le amara.
Guido Abbiati- Humano Clase Media
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
Supo en ese momento que absolutamente nada podría jamás dañarlo, ni armas, ni palabras, se sentía invencible y aceptado de un modo totalmente único y especial, por el único ser especial que le importaba además de su familia. Acarició con dedos trémulos las mejillas, lo pómulos, la línea de la mandíbula del chico, y una vez que recibió esa adorable sonrisa juntó la frente con la suya, sujetándolo del cuello como si se tratase de un frágil objeto sagrado. Esa era la respuesta que tanto buscaba, una que no necesitaba palabras. Y la mejor parte es que lo expresó con mucha facilidad.
Sintió un golpesito en el hombro, giró la cabeza refunfuñando en silencio y vio a un pequeño y regordete hombre calvo que le miraba colérico con su redondo rostro encendido de furia y el labio inferior temblando por lo que percibió como miedo. ¿Miedo a qué? Con una pequeña sonrisa maliciosa le devolvió la mirada. Algo parecía balbucear sobre profanar la casa del Señor con actos diabólicos y perversos, que estaban condenándose al infierno y demás palabrería que su miedo apenas dejaba entender. O quizá fuera la gran cantidad de vino en su cuerpo que relucía por su aliento fétido.
Lo ignoró por completo y volvió su atención al hermoso dios italiano, la única deidad que valía la pena adorar. ¿Qué más decía el sacerdote? ¿Qué salieran en ese momento? Como si pudiera obligarlos. Siendo un completo sinvergüenza, extrajo algunos francos, una buena cantidad, y los colocó en la mano amenazadora del hombrecillo, junto con una sonrisa burlona.
-Que Dios lo bendiga a usted también, padre -no había mayor satisfacción que la de hacer callar a quien molesta, más cuando se les sometía sin gran esfuerzo, y la falta de habla del sacerdote confirmaba su victoria. El modo en que vio de nuevo a Guido no era otro que con ojos de amor y entrega total, le tomó la mano y lo sacó de la capilla. Se aseguraría de hacer grandes donaciones constantemente, sólo para molestar más al amargado hombre que más parecía un duende que un humano dedicado a Dios.
El aire de la ciudad le llegó de lleno arrastrando sus sonidos y sus olores (y hedores, por supuesto), y nada en ese momento le molestó, ni siquiera el perenne silencio de su acompañante sujeto a su mano. Algo tendría que hacer para conseguir otra sonrisa como la que vio.
-Casi me olvido -como si nada pasara, retomó ese tono juguetón previo a todo el drama -, tu perro apesta, deberías darle un buen baño -le miró de reojo, retándolo a aceptar. Si alguna vez se le ocurría tomarlo por mascota no le haría las cosas ni un poquito fáciles. Se divertiría tanto haciéndole correr por todo el jardín con las ropas empapadas. Aunque, pensándolo mejor, ni siquiera era necesario tener forma de lebrel para hacerle eso.
Sintió un golpesito en el hombro, giró la cabeza refunfuñando en silencio y vio a un pequeño y regordete hombre calvo que le miraba colérico con su redondo rostro encendido de furia y el labio inferior temblando por lo que percibió como miedo. ¿Miedo a qué? Con una pequeña sonrisa maliciosa le devolvió la mirada. Algo parecía balbucear sobre profanar la casa del Señor con actos diabólicos y perversos, que estaban condenándose al infierno y demás palabrería que su miedo apenas dejaba entender. O quizá fuera la gran cantidad de vino en su cuerpo que relucía por su aliento fétido.
Lo ignoró por completo y volvió su atención al hermoso dios italiano, la única deidad que valía la pena adorar. ¿Qué más decía el sacerdote? ¿Qué salieran en ese momento? Como si pudiera obligarlos. Siendo un completo sinvergüenza, extrajo algunos francos, una buena cantidad, y los colocó en la mano amenazadora del hombrecillo, junto con una sonrisa burlona.
-Que Dios lo bendiga a usted también, padre -no había mayor satisfacción que la de hacer callar a quien molesta, más cuando se les sometía sin gran esfuerzo, y la falta de habla del sacerdote confirmaba su victoria. El modo en que vio de nuevo a Guido no era otro que con ojos de amor y entrega total, le tomó la mano y lo sacó de la capilla. Se aseguraría de hacer grandes donaciones constantemente, sólo para molestar más al amargado hombre que más parecía un duende que un humano dedicado a Dios.
El aire de la ciudad le llegó de lleno arrastrando sus sonidos y sus olores (y hedores, por supuesto), y nada en ese momento le molestó, ni siquiera el perenne silencio de su acompañante sujeto a su mano. Algo tendría que hacer para conseguir otra sonrisa como la que vio.
-Casi me olvido -como si nada pasara, retomó ese tono juguetón previo a todo el drama -, tu perro apesta, deberías darle un buen baño -le miró de reojo, retándolo a aceptar. Si alguna vez se le ocurría tomarlo por mascota no le haría las cosas ni un poquito fáciles. Se divertiría tanto haciéndole correr por todo el jardín con las ropas empapadas. Aunque, pensándolo mejor, ni siquiera era necesario tener forma de lebrel para hacerle eso.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
Aunque sus párpados querían cerrarse de nuevo y disfrutar de las caricias que le brindaba el escocés, se obligó a mantener los ojos abiertos y devolverle la mirada a aquellas orbes profundas y salvajes. El leve peso de la cabeza ajena contra la propia, la cercanía a pesar de no estar fundidos en uno por el acto carnal. Todo ello se le antojaba relajante y cálido. Se sentía a gusto en una situación completamente nueva y con total falta de experiencia en ella.
No supo lo que pasaba al principio, no miraba ni veía más allá del cambiante. El mundo se reducía a su única existencia y todo lo demás, era invisible. Pero fue Nolan el que se giró y prestó atención a un hombre bajo y regordete, así que el italiano también le miró, frunciendo el ceño por la inoportuna interrupción. ¿No se podía haber esperado... toda la vida? Resopló y se mordió el labio por no soltarle un improperio, aunque ganas no le faltaron.
Volvió a sonreír en cuanto el contrario le volvió a mirar mientras el hombrecillo seguía parloteando y diciendo cosas que ni si quiera escuchaba Guido. No se percató de lo que hacía el escocés al rebuscar en su bolsillo, al menos no hasta que le vio dejar un montón de monedas sobre las sudorosas y enrojecidas manos del hombre de la iglesia. Se estaba burlando Nolan del cura, ¿verdad? Contuvo la risa, aunque le costó lo suyo, y esperó a que terminara con aquel individuo.
Los ojos de ambos se encontraron de nuevo, durante un breve instante que pareció significar un punto y a parte en el estado de las cosas. Estrechó la mano ajena en cuanto ésta sujetó la propia y salió tras el cambiante hacia las calles de París. Sintió de pronto como el frío le golpeaba y calaba hasta lo más hondo de sus huesos. Intentó no estremecerse, aunque se le puso toda la piel de gallina.
La advertencia de una continuación para con aquella frase, le dejó paralizado un instante, temiendo lo que vendría después. Y sin embargo, cuando escuchó el final, se echó a reír con ganas, arrastrando de nuevo sus pies al reanudar el camino. Negó, rascándose la nuca con la mano libre y enarcó una ceja, mirando al contrario.
-¿Lavarlo en forma de perro o de hombre descarado?
No supo lo que pasaba al principio, no miraba ni veía más allá del cambiante. El mundo se reducía a su única existencia y todo lo demás, era invisible. Pero fue Nolan el que se giró y prestó atención a un hombre bajo y regordete, así que el italiano también le miró, frunciendo el ceño por la inoportuna interrupción. ¿No se podía haber esperado... toda la vida? Resopló y se mordió el labio por no soltarle un improperio, aunque ganas no le faltaron.
Volvió a sonreír en cuanto el contrario le volvió a mirar mientras el hombrecillo seguía parloteando y diciendo cosas que ni si quiera escuchaba Guido. No se percató de lo que hacía el escocés al rebuscar en su bolsillo, al menos no hasta que le vio dejar un montón de monedas sobre las sudorosas y enrojecidas manos del hombre de la iglesia. Se estaba burlando Nolan del cura, ¿verdad? Contuvo la risa, aunque le costó lo suyo, y esperó a que terminara con aquel individuo.
Los ojos de ambos se encontraron de nuevo, durante un breve instante que pareció significar un punto y a parte en el estado de las cosas. Estrechó la mano ajena en cuanto ésta sujetó la propia y salió tras el cambiante hacia las calles de París. Sintió de pronto como el frío le golpeaba y calaba hasta lo más hondo de sus huesos. Intentó no estremecerse, aunque se le puso toda la piel de gallina.
La advertencia de una continuación para con aquella frase, le dejó paralizado un instante, temiendo lo que vendría después. Y sin embargo, cuando escuchó el final, se echó a reír con ganas, arrastrando de nuevo sus pies al reanudar el camino. Negó, rascándose la nuca con la mano libre y enarcó una ceja, mirando al contrario.
-¿Lavarlo en forma de perro o de hombre descarado?
Guido Abbiati- Humano Clase Media
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Re: Beathach [Guido Abbiati]
Un fuerte escalofrío le recorrió toda la espalda cuando le escuchó reír, lleno de satisfacción luego de verle tan confundido y triste. Él mismo se sintió aliviado de repente, si bien no lograba comprender cómo era la relación entre ambos, primero cómoda, luego dramática, luego de nuevo cómoda, ¿seguiría el drama? Por el momento no importaba demasiado, hasta que de nuevo metiera la pata.
Con sólo echarle una breve ojeada notó que tenía frío, y no dudó en quitarse la chaqueta y colocársela sobre los hombros, sin una sola palabra, como la acción más común entre ambos. Tal vez quisiera volver a casa, o quizá prefiriera escapar de todo. Por fortuna tenían muchas opciones.
-¿Me estás diciendo descarado? No lo soy… soy un hombre respetable -contuvo la risa, fingiendo molestia ante tal acusación. Al final, de nuevo, no pudo aguantar mucho y desvió el rostro sonriendo contra su voluntad. No le importaría que le diera un baño en ese momento, con sus manos tocándole el cuerpo, pasando los dedos sobre las cicatrices que tenía repartidas por la piel de las veces que por poco no salió vivo en sus viajes. Si le contara…
En realidad ya no sabía qué más podían hacer en una noche paseando por un barrio tranquilo, cuando las verdaderas aventuras se daban en los territorios menos confortables. Sin contar, naturalmente, lo que sucedió con los sujetos de antes. Le dio gracia la discreción de que hacía gala el italiano, quizá parte de la naturaleza siciliana, tan compleja y llena de matices.
-Vayamos a un hotel, pasemos la noche lejos de todo y todos, y de paso bañas a tu perro, que te adora sobre todas las cosas -frotó la nariz contra su mejilla ligeramente rasposa por la barba incipiente. Era más gracioso el hecho de tratar como a un niño a quien era un hombre, y volver al tema de ser un perro cuando bien podría darle una buena sorpresa una de las mañanas que despertaran juntos (que ya daba por hecho) mostrándose como un enorme lobo que le podría devorar de un mordisco.
De hecho, quería devorarlo de nuevo, y no precisamente necesitaba cambiar de forma para ello. Eso, claro, sólo si estaba listo para recibirlo.
Con sólo echarle una breve ojeada notó que tenía frío, y no dudó en quitarse la chaqueta y colocársela sobre los hombros, sin una sola palabra, como la acción más común entre ambos. Tal vez quisiera volver a casa, o quizá prefiriera escapar de todo. Por fortuna tenían muchas opciones.
-¿Me estás diciendo descarado? No lo soy… soy un hombre respetable -contuvo la risa, fingiendo molestia ante tal acusación. Al final, de nuevo, no pudo aguantar mucho y desvió el rostro sonriendo contra su voluntad. No le importaría que le diera un baño en ese momento, con sus manos tocándole el cuerpo, pasando los dedos sobre las cicatrices que tenía repartidas por la piel de las veces que por poco no salió vivo en sus viajes. Si le contara…
En realidad ya no sabía qué más podían hacer en una noche paseando por un barrio tranquilo, cuando las verdaderas aventuras se daban en los territorios menos confortables. Sin contar, naturalmente, lo que sucedió con los sujetos de antes. Le dio gracia la discreción de que hacía gala el italiano, quizá parte de la naturaleza siciliana, tan compleja y llena de matices.
-Vayamos a un hotel, pasemos la noche lejos de todo y todos, y de paso bañas a tu perro, que te adora sobre todas las cosas -frotó la nariz contra su mejilla ligeramente rasposa por la barba incipiente. Era más gracioso el hecho de tratar como a un niño a quien era un hombre, y volver al tema de ser un perro cuando bien podría darle una buena sorpresa una de las mañanas que despertaran juntos (que ya daba por hecho) mostrándose como un enorme lobo que le podría devorar de un mordisco.
De hecho, quería devorarlo de nuevo, y no precisamente necesitaba cambiar de forma para ello. Eso, claro, sólo si estaba listo para recibirlo.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 117
Fecha de inscripción : 18/09/2014
Re: Beathach [Guido Abbiati]
Enarcó ambas cejas, dando por sentado que era más que obvio que efectivamente le llamaba descarado. Y pudo notar que su gesto de ofensa era fingido, aún sin ver la sonrisa que supo se dibujó en el rostro ajeno cuando éste lo desvió para ocultar tal hecho. Él también rió, sin saber del todo por qué, pero su humor había cambiado en un instante, como si la salida del sol al otro lado del mundo, le hubiese iluminado.
No tenía ni la menor idea de a dónde se dirigían ahora, como llevaba pasando prácticamente desde que se conocieran. Aquel hombre era toda una caja de sorpresas y seguro que aún escondía muchas otras cosas interesantes que esperaba poder descubrir en el futuro... ¿Futuro? ¿Acababa de pensar él en esa palabra? Su mente parecía viajar mucho más lejos de lo que hubiese podido imaginar, más teniendo en cuenta que sus sentimientos subían y bajaban como la sierra de las montañas.
Las siguientes palabras del cambiante le pillaron desprevenido, aunque no para mal. No sabía cuáles eran las intenciones del escocés al decidir ir a un hotel, pero tampoco le importaban. Fueras cuales fueran, él estaría dispuesto a aceptar sin dudarlo. Tanto si quería dormid, como entregarse de nuevo a los placeres de la carne, como si lo que buscaba era realmente que le bañara, en forma humana o canina. De hecho, aquello último pintaba la mar de divertido, a decir verdad. Podía perfectamente imaginarse al gran lebrel cubierto de espuma dentro de la tina, sacudiéndose y salpicando por todas partes, a él incluido.
El trato simpático y cariñoso con el que se arrimó a él y aquel sencillo roce que le hizo sentir una punzada de enfado por ser tratado de manera infantil, pero que en el fondo le hizo gracia... no tenía duda alguna de que si le dijera de subirse ahora mismo a un barco y cruzar el océano, le diría que sí.
-Vayamos.
No tenía muy claro por que Nolan aminoró la marcha de pronto, tal vez estaba sorprendido por su pronta respuesta, o estaba meditando el cambiar de opinión. No le iba a dar tiempo a pensárselo de nuevo, así que le adelantó, apretando el paso y empezó a tirar de él, en vez de ser el arrastrado como solía pasar casi todo el tiempo. En realidad no tenía ni la menor idea de dónde quedaban los hoteles en la zona o de si el contrario tenía de hecho alguna preferencia. En algún momento saldría el escocés de su ensimismamiento y decidiría darle indicaciones.
No tenía ni la menor idea de a dónde se dirigían ahora, como llevaba pasando prácticamente desde que se conocieran. Aquel hombre era toda una caja de sorpresas y seguro que aún escondía muchas otras cosas interesantes que esperaba poder descubrir en el futuro... ¿Futuro? ¿Acababa de pensar él en esa palabra? Su mente parecía viajar mucho más lejos de lo que hubiese podido imaginar, más teniendo en cuenta que sus sentimientos subían y bajaban como la sierra de las montañas.
Las siguientes palabras del cambiante le pillaron desprevenido, aunque no para mal. No sabía cuáles eran las intenciones del escocés al decidir ir a un hotel, pero tampoco le importaban. Fueras cuales fueran, él estaría dispuesto a aceptar sin dudarlo. Tanto si quería dormid, como entregarse de nuevo a los placeres de la carne, como si lo que buscaba era realmente que le bañara, en forma humana o canina. De hecho, aquello último pintaba la mar de divertido, a decir verdad. Podía perfectamente imaginarse al gran lebrel cubierto de espuma dentro de la tina, sacudiéndose y salpicando por todas partes, a él incluido.
El trato simpático y cariñoso con el que se arrimó a él y aquel sencillo roce que le hizo sentir una punzada de enfado por ser tratado de manera infantil, pero que en el fondo le hizo gracia... no tenía duda alguna de que si le dijera de subirse ahora mismo a un barco y cruzar el océano, le diría que sí.
-Vayamos.
No tenía muy claro por que Nolan aminoró la marcha de pronto, tal vez estaba sorprendido por su pronta respuesta, o estaba meditando el cambiar de opinión. No le iba a dar tiempo a pensárselo de nuevo, así que le adelantó, apretando el paso y empezó a tirar de él, en vez de ser el arrastrado como solía pasar casi todo el tiempo. En realidad no tenía ni la menor idea de dónde quedaban los hoteles en la zona o de si el contrario tenía de hecho alguna preferencia. En algún momento saldría el escocés de su ensimismamiento y decidiría darle indicaciones.
Guido Abbiati- Humano Clase Media
- Mensajes : 113
Fecha de inscripción : 11/09/2014
Localización : Mansión McLeod
Re: Beathach [Guido Abbiati]
Jamás imaginó que conocería esa parte del italiano en tan poco tiempo, esa que tomaba la delantera con gran entusiasmo y le arrastraba, literalmente, adonde fuera que se dirigiera. Le gustó, y mucho. Se dejó llevar, teniendo en su rango visual más de su espalda que de su rostro, y notó que ser guiado no siempre significaba ser inferior, sino comprender que la confianza que depositaba en su guía era totalmente ciega y sin ataduras. En ese momento, si Guido le dijera que saltara por un acantilado, lo haría. El sentir era mutuo, aparentemente.
Por donde iban caminando tardarían mucho en llegar a un buen hotel; ni loco lo llevaría a cualquier posada de quinta categoría. El muchacho merecía todos los lujos del mundo, y aunque contradictorio, parecía que se contentaba con cualquier cosa. La humildad siempre sería una cualidad atractiva en cualquier ser, y a Guido le sobraba. Dio un tirón a su mano antes de que diera vuelta en una esquina, a saber hasta dónde pensaba caminar, y con esa sonrisa burlona que le retaba a llevarle la contraria, le hizo desviar el camino. Su olfato le decía que su paciente cochero, que no dudaba que quisiera estrangularlo ya de tantas veces que le abandonaba sin decir ni una palabra, esperaba no muy lejos de donde en el momento se hallaban.
Pero el paso humano era demasiado lento, el chico le hacía perder la paciencia cuando lo único que quería era correr y llegar cuanto antes. Sabía que lo querría descuartizar pero ahora más le importaba su propia apuración.
-Lo siento -masculló y lo cargó, moviéndolo con tal facilidad que parecía que no pesara absolutamente nada, colocándolo sobre su espalda y acomodando sus brazos para que le rodeara el cuello, mientras le sostenía de los muslos y echaba a correr en dirección al coche. ¿Hace cuánto que no se sentía tan libre? En realidad ya no lo recordaba, tantos años pasaron desde ese instante de puro éxtasis en el que se sentía tan conectado a su naturaleza, que francamente le costaba trabajo asimilar que sucediera. Los zapatos le estorbaban, la ropa le oprimía y las calles duras y frías le alejaban de la amada tierra que siempre le llenaba de vitalidad, pero tener el calor del hombre a quien adoraba era suficiente para reconfortarlo e insuflarle vigor.
Conforme avanzaba pedía a cualquiera que se le cruzara que se moviera, excusándose al segundo después de asustarlos, a casi todos, de muerte. El chico podría estar herido, no era muy difícil entender que un hombre adulto corriera con un muchacho sobre la espalda si se tratara de una emergencia, ¿cierto? Y sí, en parte lo era. Estaban a nada de pasar una noche inolvidable, lejos de la solitaria mansión que ellos dos no llenaban. Ese lugar necesitaba más vida, más risas, más música. Guido se la daría, le arrancaría risas a cada momento, y le tendría tocando el piano sólo para él. No necesitaba nada más en la vida.
Por donde iban caminando tardarían mucho en llegar a un buen hotel; ni loco lo llevaría a cualquier posada de quinta categoría. El muchacho merecía todos los lujos del mundo, y aunque contradictorio, parecía que se contentaba con cualquier cosa. La humildad siempre sería una cualidad atractiva en cualquier ser, y a Guido le sobraba. Dio un tirón a su mano antes de que diera vuelta en una esquina, a saber hasta dónde pensaba caminar, y con esa sonrisa burlona que le retaba a llevarle la contraria, le hizo desviar el camino. Su olfato le decía que su paciente cochero, que no dudaba que quisiera estrangularlo ya de tantas veces que le abandonaba sin decir ni una palabra, esperaba no muy lejos de donde en el momento se hallaban.
Pero el paso humano era demasiado lento, el chico le hacía perder la paciencia cuando lo único que quería era correr y llegar cuanto antes. Sabía que lo querría descuartizar pero ahora más le importaba su propia apuración.
-Lo siento -masculló y lo cargó, moviéndolo con tal facilidad que parecía que no pesara absolutamente nada, colocándolo sobre su espalda y acomodando sus brazos para que le rodeara el cuello, mientras le sostenía de los muslos y echaba a correr en dirección al coche. ¿Hace cuánto que no se sentía tan libre? En realidad ya no lo recordaba, tantos años pasaron desde ese instante de puro éxtasis en el que se sentía tan conectado a su naturaleza, que francamente le costaba trabajo asimilar que sucediera. Los zapatos le estorbaban, la ropa le oprimía y las calles duras y frías le alejaban de la amada tierra que siempre le llenaba de vitalidad, pero tener el calor del hombre a quien adoraba era suficiente para reconfortarlo e insuflarle vigor.
Conforme avanzaba pedía a cualquiera que se le cruzara que se moviera, excusándose al segundo después de asustarlos, a casi todos, de muerte. El chico podría estar herido, no era muy difícil entender que un hombre adulto corriera con un muchacho sobre la espalda si se tratara de una emergencia, ¿cierto? Y sí, en parte lo era. Estaban a nada de pasar una noche inolvidable, lejos de la solitaria mansión que ellos dos no llenaban. Ese lugar necesitaba más vida, más risas, más música. Guido se la daría, le arrancaría risas a cada momento, y le tendría tocando el piano sólo para él. No necesitaba nada más en la vida.
Nolan MacLeod- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/09/2014
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