Bibere humanum est, ergo bibamus [Guido Abbiati +18]

Siguió al escocés en dirección a lo desconocido. De acuerdo, sabía que iba hacia un carruaje, o eso le había dicho al menos, y que luego irían a su casa, ¿pero dónde estaba la casa? ¿Le llevaría realmente allí? Nunca se sabía, ni si quiera cuando conocías de verdad a la otra persona, pues bien había aprendido con su hermano, que nunca terminas de saber quién es nadie, porque todos ocultamos secretos. Pero la cuestión es que fue con él, sin rechistar, sin meditarlo, porque le apetecía.

Una vez subieron al coche de caballos, se acomodó en el asiento bien tapizado y miró por la ventana como discurría el paisaje en pequeños brincos. Se notaba la hora por la poca afluencia de gente y aunque era un muchacho parco en palabras, agradeció la leve conversación intrascendente para animar un poco la calma del ambiente en aquella pequeña cabina. No prestó excesiva atención al interior del carruaje, no era un objeto que reclamase en exceso su curiosidad. Sin embargo, a medida que se fueron acercando a la casa, fue enderezando más su espalda y abriendo los ojos. No era algo exuberante, pero era grandiosa comparada con su casa, y la manera en que se erguía en mitad de aquel terreno le otorgaba un aire distintivo y elegante, a la vez que un tanto asilvestrado. Recordándole eso, al mismo dueño con el que estaba viajando.

Cuando se detuvo el vehículo y bajó Nolan, él se deslizó hacia el otro extremo del banco que servía de asiento y descendió tras él, acomodándose los pantalones una vez con los pies en el suelo. Se aproximó a la puerta con paso relajado y mirada inquieta, no por miedo, sino por interés. Sus pupilas bailaban de un lado a otro, atentas a todo lo que les rodeaba. Sonrió al encontrarse con aquella mujer anciana y se inclinó levemente a modo de saludo. La educación le salía de manera natural, y normalmente no la reprimía. Solía guiarse por impulso y había cosas demasiado grabadas en su persona como para intentar controlarlas.

Una vez en el interior del gran caserío, expresó tanto física como mentalmente su asombro. Había multitud de objetos extraños que jamás en su vida había visto, ni conocía de su existencia o sus usos. También las enormes cabezas de animales colgando de las paredes reclamaron su sorpresa, haciendo creer al italiano que el recién conocido debía ser un cazador experto. Desvió su atención el que le hablara y asintió a la pregunta final.

-Me gusta el vino, pero prefiero que sea suave, gracias.

No sabía si le soltaría una reprimenda por hacerlo, pero Guido alargó el brazo y tocó una de las extrañas piezas que reposaba sobre un hermoso mueble de madera. No tenía ni idea de lo que era, pero de nuevo se había dejado llevar por el impulso de querer reconocer el tacto de lo que fuera aquello. No parecía tanto caro, como le parecía peligroso, pero no importaba. Se quedó allí, admirando la pieza, sin percatarse de que otras personas entraban y salían de la estancia.

Al escuchar la voz ajena cercana, retiró la mano, más por temer hacerse daño a sí mismo que por romper el objeto, si es que era frágil o en exceso antiguo. Tomó la copa de la mano ajena y se la acercó al rostro, más no para beber de ella, sino para oler el afrutado aroma que desprendía. Desvió la mirada en la dirección que señaló el escocés con aquel gesto y observó los fieros rasgos del enorme felino, que de no ser porque no había un agujero lo suficientemente grande como para que pasara su cuerpo, creería que estaba vivo y pretendía devorarles.

-¿Quién hace esa clase de regalos?

No le parecía para nada normal que alguien obsequiara una cabeza decapitada de animal, pero sabía que la gente con mucho dinero acostumbraba a ser muy excéntrica y de gustos extraños, así que decidió no prestarle tampoco demasiada atención al tema. Siguió observando el resto de animales, todos ellos demasiado vivos para estar muertos, sinceramente. Dio un breve trago al vino y se relamió, disfrutando de su sabor suave y ligero, que seguramente le subiría a la cabeza con facilidad.

La idea de una armadura de dragón, le resultó imposible, él no creía en todas esas fábulas sobre seres fantásticos y monstruos de otros mundos. Eran todo cuentos para niños, o bien para asustarles o para incentivar su imaginación, pero todo mentiras. Aún así, quería ver el objeto, que teniendo en cuenta todos los que habían en esa sala, seguro sería de lo más interesante.

-Enséñame esa armadura, tengo curiosidad...

Escuchó entonces el sonido de las bisagras al abrirse la puerta y se giró, encontrándose de nuevo con la mujer anciana que les había recibido al llegar. Le sorprendió el gesto cariñoso con el que se despidió de ella, y aunque supo enseguida que era imposible que fueran familia, se le antojó extraño que alguien tratara de manera tan cercana a alguien del servicio. Aunque, pensándolo bien, muchas cosas le resultaban confusas en aquel hombre, tal vez fuera cosa de escoceses...

Pasaron varios minutos, durante los cuales tuvo tiempo de terminar de observar los objetos que decoraban la sala en la que se encontraban, hasta que el escocés decidió que ya podían cambiar de lugar y le indicó que le siguiera. Fue tras él, copa en mano, recorriendo el largo pasillo hasta unas escaleras de subida. Emprendió el escalado, percatándose de la multitud de miradas que les espiaban desde los cuadros extraños, aunque llamativos. Parecían ser el centro de atención de un gran número de personas y animales desconocidos en aquella casa.

Sonrió al escuchar aquella especie de disculpa camuflada, pensando que no tenía importancia lo que a él le importara o no, a fin de cuentas ya era demasiado tarde para ordenar si es que a él le desagradara la situación. Aunque no era el caso, no le daba demasiada relevancia y dudaba bastante que estuviera excesivamente mal, teniendo en cuenta como era la casa.

Una vez se abrió la puerta y fue guiado dentro, reprimió las ganas de reír al descubrir que tenía razón. La estancia estaba bastante bien cuidada, exceptuando por una mesa que permanecía enterrada bajo una pila de papeles y algo de polvo.

Se fijó entonces en la imponente armadura y se acercó directo a ella. La estudió con la mirada y pronto pasó a hacerlo con las manos, resiguiendo las escamas metálicas con la yema de os dedos. Eran duras y frías, obviamente, pero la estructura parecía adaptarse a cada punto de presión. No era de acero por completo, había algo que mantenía unida la falsa piel de dragón. Se inclinó a olerla y la comisura derecha de sus labios se curvó hacia arriba. Era cuero, un olor que conocía bien y que siempre le erizaba la piel, pareciéndole un aroma varonil. Se irguió entonces y escuchó la pregunta ajena, alzando ambas cejas, sorprendido.

-¿Probármela? No, gracias... No soy yo a quien quiero ver dentro de esta armadura, precisamente.

Giró a mirar a Nolan que corría las cortinas, dejando que la luna incidiera sobre las escamas tañidas de un color que se desgastaba, dándole así un aire más draconiano aún. Se imaginó entonces el cuero amoldándose al fornido cuerpo del escocés y tuvo que sacudir la cabeza para volver a la realidad. Dio un breve trago al vino y se pasó la lengua por el labio superior.

-Es una lástima que no haya quien te la pueda ajustar a ti.

De nuevo se sorprendió con la cercanía ajena, no porque no le gustara el calor que desprendía cuando se le apegaba, sino por la manera en que le tocaba a veces, tan... ¿íntima? Parecía una estupidez decir eso, cuando para la mayoría el sexo era muy íntimo, pero no para el italiano, para él era una necesidad primitiva, algo tan básico como beber si tenía sed o comer si tenía hambre. Aún así no se apartó, simplemente se quedó quieto, mirando al escocés a los ojos mientras éste hablaba sobre la armadura.

-Entonces tampoco yo debería probármela, no soy un hombre honor.

No le avergonzaba reconocerlo, en realidad no creía que nada le avergonzara en esta vida. Cuando eres un sátiro, o los instintos te vuelven inmune a esas cosas o te vuelves loco. Pudo notar que algo distraía al contrario, aunque no supo el qué, pues él no había visto nada, y menos aún escuchado con su oído de humano. No preguntó ni hizo nada al respecto, simplemente se mantuvo quieto hasta que finalmente le soltó el rostro.

Escuchó lo que le decía, notando que de pronto el hombre se sentía como si estuviera fuera de lugar, algo que le extrañó muchísimo, pues en toda la noche le había parecido capaz de sentirse a gusto en cualquier parte, inclusive de mimetizarse con la situación. Enarcó una de sus cejas, observando los anchos hombros que le daban la espalda mientras torpemente intentaba ordenar lo imposible.

Intentando amenizar la repentina y poco agradable tensión que parecía haber florecido sin saber por qué en el ambiente, decidió replantear las cosas y jugar un poco. Si debía tomar el mando para que las cosas tomaran un cauce mucho más distendido, lo haría. Dio un par de pasos al frente, bebiendo nuevamente algo de vino y esquivó al escocés y la mesa, pasando junto a ambos. Se dirigió hacia una de las estanterías, en la esquina opuesta donde se encontraba la armadura y giró para afrontar a Nolan. Estaba a punto de comprobar hasta dónde podía tomar del contrario: ¿un dedo, una mano o tal vez todo el brazo? Intentó no sonreír al pronunciar las palabras que salieron de su boca.

-Déjame vivir aquí mientras busco a mi hermano.

Había tenido, tenía... ¿cuál era la diferencia? Ah, sí, claro, que su hermano no quería verle, no quería saber de él. Había huido de casa unos años atrás, abandonándole sin mirar atrás, sin preocuparse por lo que sería de Guido cuando se fuera, cuando quedara solo y sin nadie para satisfacer lo que Lucca había hecho crecer en él; una imperiosa necesidad de contacto físico constante.

En realidad no esperaba que el escocés aceptara, creyó que se negaría rotundamente y le mandaría a paseo por aprovechado. Sin embargo, aquel hombre le sorprendía continuamente. Nunca se había encontrado con un amante que le abrazara, que le tocara en la manera que lo hacía Nolan y que actuara de ese modo tan cercano a pesar de ser de dos mundos tan distintos. Era confuso, pero atrayente e intenso. Le gustaba la sensación de lo desconocido, del riesgo, de no saber nada de la otra persona. Podían llamarle cabeza hueca, estúpido o impulsivo, pero eso no iba a hacerle cambiar. Tenía una oportunidad única de vivir algo nuevo, y si eso le iba a costar la vida, que así fuera. No merecía la pena dejar pasar el tiempo si no tenías intención de hacer algo interesante con él.

Asintió a las peticiones, aunque no tenía muy claro de recordarlas todas en el futuro, o de llegar a cumplirlas aunque no las olvidara. A fin de cuentas, ¿qué podía pasar si se las saltaba? ¿Que le echara a la calle? No sería la primera ni la última vez que aquello le pasara.

No llegó a responder oralmente, pero se dio por entendido que había aceptado. Siguió entonces al escocés por el pasillo, contando las puertas de un lado para usarlas como orientación a la hora de moverse por la casa, hasta que finalmente se detuvieron frente a una y le dejó pasar al interior. Era más grande que la estancia que tenía en el hostal, como tres veces su tamaño, de hecho, y la decoración le daba mil vueltas. Aunque se notaba que nadie dormía allí desde hacia mucho tiempo, no se veía tan impersonal como la habitación en la que dormían cientos de personas en un año sin dejar nada suyo atrás.

Se acercó a encender las velas para iluminar el interior de la estancia, otorgando más calidez al ambiente y se frotó las manos al dejar atrás el calor que desprendían para sentarse al borde de la cama.

-Ya casi me había olvidado de la historia...

Confesó, naciendo en él de nuevo la curiosidad por saber a qué había venido aquella "huida" repentina. Tocó la cama a su lado, indicándole al contrario que se sentara a su vera y se acomodó más en el mullido colchón, ansioso por perderse entre la narrativa de aquella profunda y varonil voz que seguro hipnotizaba a más de una y uno.

Observó al escocés descalzarse y recostarse en la cama, notando luego la mano sobre su espalda al preguntarle cómo había sido capaz de olvidar el motivo de su llegar allí. Se deshizo también de sus zapatos y rió entre dientes. Era bastante olvidadizo en realidad, aunque en aquel caso, la culpa la tenía el hombre tumbado a su lado, la enorme casa y todo su contenido. Había muchas cosas para admirar con detalle con un millar de historias ocultas, y entre tantos cuentos y fábulas a contar, se había olvidado de la que en realidad había iniciado su encuentro con el contrario.

Se centró entonces en escuchar el relato calmado y cómplice de Nolan. Las palabras parecían fundirse con el ambiente de la habitación y calentar el frío que les rodeaba. Su voz era áspera y su tono tranquilizador. Parecía que estaba acostumbrado a contar batallas, hazañas y a saber. Se le daba bien.

Se recostó cuando tiró de su ropa hacia atrás, entrelazando los dedos de las manos sobre el vientre para estar más cómodo y en vez de mirar hacia el techo, giró el rostro para ver el ajeno. Las expresiones al narrar, el movimiento de su mandíbula y la forma de los labios al vocalizar. Estaba atento a lo que escuchaba, pero no podía evitar distraerse de vez en cuando.

Sabía lo que era que la gente trabajara en algo que no quería, sólo por necesidad. No era su caso, pero en Italia había conocido a mucha gente en una situación similar, no vendiendo su cuerpo, pero sí su alma a cambio de algo de comida. La vida era injusta con muchos, pero en la mayoría de casos no se podía más que observar, e intentar no ser quien pisoteara a esas pobres personas.

-Entonces, ¿los hombres que había en la puerta del restaurante a nuestra salida, eran los hijos de la madam del burdel?

Se giró un poco, colocándose de lado y apoyó el codo en el colchón, colocando luego el mentón sobre la mano. Le miró directamente a los ojos y esperó a que respondiera. Una chispa de curiosidad se había encendido en sus pupilas. ¿Si había ido al burdel buscando mujeres, por qué se había acostado con él? Seguramente por satisfacer la picazón, no sería el primer hombre que se lo tiraba por ese motivo, aunque normalmente esos le ponían de cara a la pared para no verle la cara ni su torso plano y musculoso.

-No, no lo vi... sólo me fijé en los dos que guardaban el marco de la puerta.

No había prestado atención a nada ni nadie en el restaurante excepto a Nolan, al menos no hasta que le instó a fingir que se conocían desde siempre y salieran de allí por su propio bien. Aún tenía ciertas dudas sobre aquello, puesto que a él no le buscaban, pero tampoco importaba. Había podido devolver el favor que había recibido anteriormente en el baño, y eso era suficiente. No le gustaba deber nada a nadie, y aunque ahora que se iba a quedar en casa del escocés, volverían a estar en desigualdad de condiciones, se guardaría ese detalle por el momento. Sobretodo porque el contrario no parecía considerarlo así y quería aprovechar la oportunidad.

Al escuchar la petición ajena, se sorprendió, aunque sin saber muy bien por qué. No se sentía tenso al pensar en hablar de su hermano, ni tampoco tenía motivos para ocultar la verdad. Pero soltarla así a bote pronto, sabía que el escocés no comprendería la situación.

El beso le pilló aún más desprevenido que la idea de tener que contar cosas de su vida, pero no se rehusó ni hizo aspavientos por ello. Observó como el contrario terminaba por levantarse y él mismo se incorporó hasta quedar sentado nuevamente en la cama, con ambas manos entre las rodillas y los dedos entrelazados otra vez.

-Mi hermano Lucca es mayor que yo, nos llevamos cuatro años y hace tres que no le veo. Se fue de casa sin decirme nada y tras encontrar una carta dirigida a mi madre con un sello parisino, decidí venir en su búsqueda... de eso hace seis meses, pero no le he encontrado ni sé cómo hacerlo.

Se soltó del agarre entre las manos y llevó una a su nuca para rascarse de manera distraída el cabello. Desvío la mirada un instante y por primera vez en toda la noche, se mostró inseguro y perdido.

-Lo cierto es que más bien parece que pierdo el tiempo, es una ciudad inmensa y ni tan si quiera sé si sigue aquí o se ha ido a otra ciudad o país, incluso.

Rió con cierta amargura antes de sacudir la cabeza y apartar semejantes ideas de su mente. Alzó de nuevo el rostro y miró a Nolan, volviendo a sonreír. Tenía facilidad por cambiar de actitud en un instante, llevaba demasiados años practicando como para no dominarlo a la perfección.

-En fin, al menos la ciudad es preciosa.

No le iba a contar que su relación era más carnal que fraternal o que si se había vuelto un sátiro era por culpa de su hermano mayor, que había abusado de él desde que era un niño que ni si quiera era capaz de tener erecciones. Esas no eran cosas para ir contando sin más, no porque se avergonzara o lo sintiera como un trauma, sino porque la gente era muy crítica y enloquecía ante la idea del incesto de manera hipócrita. Como si a lo largo de la historia, eso no se hubiese repetido una y mil veces entre la realeza mima.

Agachó la mirada cuando el escocés se acuclilló frente a él, fijando la vista en las profundas orbes ajenas mientras le hablaba de una posible solución, ofreciéndole ayuda de una manera un tanto brusca y casi desesperada por parte del contrario. No parecía ofrecerle una alternativa a parte de acceder.

Se dejó caer hacia atrás con el suave empujón, siguiendo con la mirada fija en los ojos del hombre que ahora yacía sobre su cuerpo. Pudo notar la pesada respiración ajena chocar con la suya propia, el calor que desprendía el escocés penetrar su piel a través de la ropa de ambos. Alzó ligeramente la cabeza para buscarle la boca con los labios, pero no llegaron a tocarse que el contrario se apartó bruscamente y salió de la habitación, dejándole solo. ¿Qué acababa de pasar? El italiano parpadeó, completamente confuso y se incorporó de nuevo, quedando sentado en dirección a la puerta. No se veía luz al otro lado, ni movimiento. Arrugó la ropa de cama entre los dedos y se levantó, acercándose al umbral. Asomó la cabeza y miró hacia los lados, pero Nolan ya no estaba allí. Resopló con fastidio y cerró la puerta, quedándose dentro del dormitorio.

Giró sobre los talones y se dirigió hacia una de las ventanas, observando la avenida. No había nadie en la calle, únicamente la titilante luz de los faroles se movía allí fuera, eso y un gato que cruzó a toda prisa por el adoquinado suelo de una acera a otra. No tenía sueño, en absoluto y algo le carcomía la cabeza con la súbita actitud del escocés. Sabía bien que él no había hecho nada para ahuyentarle, así que ¿qué demonios había sido aquello? Maldijo entre dientes, por no despertar a la otra gente que habitaba en la casa y decidió salir a buscar al contrario y pedirle explicaciones.

Buscó a tientas la pared del pasillo y luego la barandilla, la cual utilizó como guía para bajar las escaleras, arrastrando la suela de los zapatos hasta el final de cada escalón antes de dar el siguiente paso. Una vez abajo, no supo a dónde ir. Nolan podía estar en cualquier parte y en ninguna a la vez. Menuda estupidez por su parte el haber querido ir en su búsqueda cuando no conocía el lugar. Se revolvió el cabello y se sentó en el penúltimo peldaño, apoyado la cabeza contra los barrotes de madera decorativa que impedían la caída por el lateral de la escalinata. Al final, aquel hombre acabaría volviendo a pasar por ahí, ¿no?

Al principio no se percató de la presencia del escocés, de hecho ni si quiera le había oído acercarse. Sabía que se había ido a toda prisa y sin ponerse los zapatos, pero aún así, lo normal sería el rozar de la ropa al andar o el tropezarse con algo estando prácticamente a oscuras como se encontraban en esos momentos. Se irguió un poco al verle aparecer y apretó las rodillas entre sí sin motivo alguno. Permitió que el contrario se sentara a su lado y notó el olor a alcohol que provenía de la botella... o de él. Sin embargo, no se le notaba bebido en sus pasos ni tampoco en las palabras, debía ser sólo la botella.

Tenía curiosidad por comprender la actitud ajena, quería preguntarle y que le respondiera a sus dudas, pero era consciente que no era el momento. Era capaz de morderse la lengua y esperar a una situación más propicia. Se había mantenido mirando al vacío los primeros instante, pero cuando le preguntó si podía dormir con él, se giró a observar el rostro algo abatido del hombre que le había ofrecido su morada para descansar. Dejó transcurrir unos segundos, mientras el otro le tomaba de la mano y entrelazaba los dedos con los suyos, sintiendo de nuevo una incomodidad extraña, no lo suficiente enérgica como para soltarse, pero sí para hacerle notar fuera de lugar, aunque sin mostrarlo abiertamente.

-Claro.

No accedía por sentirse coaccionado ni por sentir lástima por el contrario, simplemente no encontraba un motivo por el cual negarse. ¿Qué tenía de malo dormir juntos? Su habitación era fría y seguro que estaría mucho mejor acompañado. No dormía con nadie desde que fuera pequeño y su madre se recostara con él en las noches en que él enfermaba. Lo echaba de menos. Eso sí, le costaría controlar su cuerpo que seguro amanecería ansioso por el contacto carnal con Nolan, pero ya se preocuparía de ello llegada la hora.

-¿Subimos?

Sonrió de manera tranquila, mirando a las profundas orbes del escocés.

Era plenamente consciente de que algo había cambiado, aunque no tenía claro el por qué. La actitud cercana que había estado mostrando el escocés durante casi toda la noche, parecía debatirse con algún demonio interno que prefería evitar al italiano. No dijo nada al respecto, ni se quejó si quiera. Si eso era lo que quería, así sería. Él no tenía ningún problema con Nolan y cada cual tenía sus rarezas que había que aceptar.

Se levantó después que el contrario y emprendió la subida por las escaleras, sujetándose a la barandilla para no dar un traspiés. Estaba todo muy oscuro y de nuevo parecía que el hombre que caminaba frente a él, flotara sobre el suelo en vez de pisar, pues era extremadamente silencioso. No le quiso dar importancia a eso y procuró no dar un paso en falso hasta que alcanzaron el dormitorio. Dejó que el escocés pasara primero y luego lo hizo él, mirando de reojo la botella de whisky. ¿Se había bebido todo eso en el rato que no le tuvo a la vista? No, cualquiera hubiese caído redondo con tanto alcohol en las venas en tan poco tiempo... ya debía estar empezada. Se aproximó a la cama y se descalzó sin usar las manos, ayudándose con un pie cada vez para despojar al otro del zapato y luego giró sobre los talones para caer sentado al borde del colchón.

-Mi hermano se llama Lucca, Lucca Abbiati. Tiene veintisiete años y no nos parecemos demasiado. Excepto porque ambos somos morenos de cabello y tenemos los ojos marrones. Pero él es más alto que yo, me saca casi una cabeza y su cuerpo es más ancho... como el tuyo. Su piel es blanquecina, al contrario que la mía y su aspecto es de alguien reservado e inteligente.

Viró levemente la cabeza y observó a Nolan recostado sobre la colcha, vestido. Él era incapaz de dormir con tanta ropa, los botones de la camisa se le clavarían en el pecho -ya lo había experimentado con anterioridad al llegar alguna vez exhausto a casa-. Se la desabrochó y la dejó sobre una silla al alargar el brazo, para a continuación rodar sobre el colchón hacia el centro de la cama.