Bibere humanum est, ergo bibamus [Guido Abbiati +18]

Vaya que sería una noche interesante. Las cosas no se limitaron a una sesión de intimidad con un completo extraño sino que, además, ahora le acompañaba con rumbo a su humilde casa. Vale, que de humilde tenía poco, pero era porque el mobiliario ya estaba cuando él decidió rentar la propiedad, añadiendo unas pocas cosas que en sus viajes había recolectado, desde cabezas de animales salvajes hasta jarrones de la porcelana más fina. Y, claro, cosas que demostraran el orgullo que sentía de ser escocés.

Tras guiar al joven italiano a su coche, que les esperaba justo donde lo había dejado horas atrás, el silencio que los embriagó no era más cómodo sólo porque era interrumpido por las órdenes del impaciente cochero a los nobles caballos. El traqueteo y los breves comentarios acerca del clima o las calles casi resultaban demasiado acogedores. Además, debido a la hora, escasos coches pasaban por las calles que ellos transitaban, complaciendo al escocés que ya quería estar en la plácida comodidad de un buen sofá con un vaso de whisky en la mano. Los minutos pasaron y, con una orden firme y cándida a los caballos, el cochero detuvo el paso de éstos delante de una casa de notable tamaño, sin llegar a ser una de las ridículamente grandes mansiones que la sociedad parisina parecía adorar.

Antes de que el criado pudiera abrirle la puerta, él ya lo había hecho por cuenta propia y ya se hallaba afuera, respirando el fresco y agradable aroma de la noche. No creyó necesario ofrecer la mano al joven, sería humillarlo más de lo que cualquiera de sus acciones hubiese logrado sin intención. Una amable señora abrió la pesada puerta de madera y le dio la bienvenida al bien iluminado y cálido hogar, y el escocés la saludó de muy buena gana pidiendo, con mucho tacto, bocadillos en el salón.

-Ven, no seas tímido -riendo le invitó, aunque quedaba claro que timidez el italiano tenía poca. El salón estaba decorado con varios objetos de diversas culturas alrededor del mundo, algo que le hiciera recordar y, ¿por qué no?, presumir ante sus invitados su buena fortuna y la cantidad de aventuras que podría haber experimentado -. Entonces, nada de whisky para mi invitado, ¿oporto está bien? ¿O prefieres algo más suave? -abrió una pequeña alacena de madera donde guardaba una reserva limitada de bebidas de todo tipo, una muestra de lo que sus almacenes privados podían proveer para el disfrute de un paladar conocedor.

Sus criados, dispuestos a trabajar inclusive a altas horas de la noche, no demoraron en entrar con bandejas de panecillos dulces, embutidos, ensaladas y quesos, todo presentado al estilo francés: en diminutas porciones. Como si espolvorearse las pelucas, maquillarse los rostros y teñir sus pezones de rojo no fuera suficientemente ridículo.

Tomó asiento en la cama, cuidadosamente. Su corazón palpitaba tan fuerte que le retumbaba como tambores en los oídos. ¿Un nombre? Pues no, en su familia simplemente eran lo que eran y los viejos los llamaban cambiantes simplemente. A su siguiente duda sí respondió sin pensárselo demasiado. La verdad flotaba esperando salir por su boca.

-Hay algo en ti que me atrae y no hablo del sexo nada más. Es distinto -su personalidad inquieta, extraña, curiosa, y al mismo tiempo pacífica y sumisa. Era tan complejo que lograr descifrarlo bien merecía la pena de contar un secreto tan terrible como ese -. Sé que puedo confiar en ti -le sacudió el cabello corto. Tanto por explicar y tan cansados estaban ambos. Se metió bajo el edredón y lo invitó a hacer lo mismo -. Nos llaman cambiantes, Guido, sólo eso. Soy como tú en muchos aspectos: tengo las mismas necesidades, soy mortal, me gusta vivir, y aunque soy bastante más viejo que tú viviré un poco más que el resto. ¿Por qué no huyes? -la pregunta obligada. ¿Por qué demonios no gritó como histérico? Si era la persona indicada para ser su amigo no lo dudaría dos veces, el juramento de protección para con él siempre sería válido.

Sin importar qué tanta adrenalina corriera por sus venas, el agotamiento era mayúsculo. Necesitaba dormir, y si era hasta la semana siguiente tanto mejor. No más preguntas, las respondería todas y cada una al amanecer. Las cosas siempre se ponían extrañas a la salida del sol, temía que, al despertar, la sorpresa se convirtiera en repulsión; no, pensar en ello nada más le quitaría el sueño tan valioso y necesario.

Algo indeciso pasó un brazo bajo la cabeza del chico y lo atrajo en un abrazo cálido. Y cómo no ser cálido si el sexo todavía mantenía su sangre hirviendo. Acerca de eso, necesitaría un médico o mucho reposo para el muchacho, compresas con hierbas para aliviar el dolor cutáneo, un baño caliente para su culo dañado. Pero qué noche, la repetiría tantas veces como le fuese permitido en la vida.