Aeternae || Privado

por **Klaus McQuoid** Lun Nov 03, 2014 10:47 pm

“El alma humana pierde su alimento,
lejos de la pequeñez y el esfuerzo,
dolido el corazón, enfermo el cuerpo,
como polvo de un sudario se echa al vuelo
el alma, que se aparta de su carne,
como el cuerno del cólera, en su estruendo.”
—Himalayan.

¿Por qué entre todas las personas del mundo tuvo que ser ella? Esa interrogante rondaba por la cabeza de Beltaine mientras intentaba escapar de la sed que consumía sus entrañas. Si tan sólo minutos atrás se hubiera consumido la vida de aquel mendigo, no estaría tan ansiosa y desesperada. Pero no, de nuevo esa incertidumbre de lo que estaba bien y lo que no volvía a atormentarla, como si su conciencia le reprochara cada segundo su condición, pero ¿Por qué? ¡Ella jamás pidió ser un vampiro! No suplicó pertenecer a la estirpe de los hijos de la noche. Nunca. Hubiera preferido la muerte antes que estar atada a este mundo. Se sentía frustrada, ofendida y hambrienta. Caminaba a paso ligero entre las pocas personas que deambulaban por las calles nocturnas de París, iba sin rumbo fijo. Buscaba la soledad y el sosiego necesario para hacerse dueña de sus pensamientos, volver a actuar con firmeza y convalecer ante sus actos. Se alejó lo más que pudo de las personas, sus pasos terminaron llevándola frente a un lugar extrañamente conocido por ella: La Catedral de Notre Dame.

Notre Dame tenía sus puertas abiertas a esas horas, pero al parecer sus gárgolas habían ahuyentado a los feligreses con sus miradas de muerte. Beltaine observó a aquellos monstruos que guardaban aquel enigmático templo y recordó a la fiera que guarda la entrada del Hades, ¿Acaso aquellas hacían de Cerbero y le juzgaban con sus miradas si era digna de entrar o no? Ni siquiera meditó demasiado la interrogante cuando ya su cuerpo había traspasado el imponente umbral en forma de arco ojival que hacía de entrada y salida principal. La arquitectura del sitio era exquisita, la piedra finamente tallada daba la sensación de que podía cobrar vida en cualquier momento. Podría ser verdad eso de que los grandes alquimistas guardaron sus secretos en las antiquísimas catedrales europeas, aquellas que cobraban vida en cada ornamento que las componía. La vampiresa no notó presencia alguna en el interior de Notre Dame y si centró demasiado en los detalles de la decoración interna que no se percató si alguien había entrado luego de ella. Sólo disfrutaba la paz que le brindaba el fresco silencio de ese lugar. Al fin sola, sin interrupciones. Tal como le gustaba estar.

Su cuerpo se dejó caer pesadamente en una de las primeras bancas a la derecha, Beltaine observó el altar sin ninguna expresión en el rostro. Ni siquiera estaba ahí por tratar de pedir perdón por ser una asesina, para nada. No era demasiado creyente, lo único que la alentó a entrar al lugar fue su paz interior y por supuesta, su magnífica decoración que aún parecía perenne a pesar de los siglos. Notre Dame es una de esas construcciones que cautivan la mirada y la atrapan en cada detalle de sus paredes. Ni los inmortales pueden escapar de aquel encanto sobrenatural, que acapara los más arcaicos secretos alquímicos de artistas perdidos en las memorias de los fieles. La vampiresa se quedó postrada en su asiento sin decir palabra alguna, pues con las que surgían en su mente era más que suficiente. Tendría tiempo para descansar de la sociedad parisina y luego de que todo el karma dejara de consumirla, volvería a arremeter contra alguien indigno ante sus ojos. Se alimentaría de ese ser insignificante y se refugiaría en las lúgubres sombras de su hogar, sumiéndose en el sueño que sólo el amanecer trae consigo. Pero ahora sólo te tocaba esperar bajo la firme penetrante y ausente mirada de Notre Dame.

por **Ebert Von Lichtenau** Dom Nov 30, 2014 10:32 pm

Huiré, se prometió Ebert en cuanto notó el disturbio que comenzaría a formarse dentro del bar. Aunque claro estaba que era culpa propia lo que ocurría, se negaba a aceptar tal responsabilidad para salvar las almas que se perderían aquella velada. Bastante tiempo estúpido encuadrado en las fuerzas militares como para ahora, por simple gusto arriesgara su vida en eventos externos a lo suyo.
Dejó un par de monedas contra la mesa, arregló su saco y emprendió camino lejos de aquel sitio sin mirar atrás, claro, no quería ser reconocido como el originario de problemas. Pero mientras sus pasos marcaban el camino los gritos a sus espalda se incrementaban y él tan sólo esperaba los segundos para correr sin dar ventaja; Sonreía entre dientes, producía cierta adrenalina saber que pronto comenzaría la entretención ¿Y quien sabía? ¿Quien lograba comprenderlo? Tal vez era lo que buscaba desde tiempos vacíos, un poco de acción en paquetes de pequeñas sorpresas.

Nadie lograba comprender al hombre cómo tal y cuando un brazo dio contra su hombro, emprendió carrera lejos de aquellos energúmenos que seguían su rastro ¿Que había hecho? Claro, jugaba con la paciencia de un duque ¿Quien habría sido? Ni idea, no era conocedor de las realezas a las cuales debía dar respeto, pero tenía pensamientos bastante diferentes a los de ellos y hacer respetar sus ideales lo hacía ser irrespetuoso y un tanto enardecido.
Alzando su voz, golpeando la mesa con su puño y quizás, puede ser que este hecho lo tuviera en problemas, golpear el rostro del hombre a quien le debía miramiento.

Entonces ya no podía atribuir a ajenos la culpa de sus errores, y entre callejones escondidos dio contra las puertas abiertas de un lugar desconocido para él, no tenía tiempo de leer ni de investigar. Su cuerpo se perdió entre las sombras del lugar, aquellos hombres siguieron un paso recto sin siquiera mirar la efigie del templo mientras una gran tranquilidad embriagaba los cuerpos del castaño que ahora caminaba de espaldas chocando con todo a su paso, rompiendo por completo el silencio del lugar; Observó de lado a lado, sí, parecía ser un templo ¿En que se estaba metiendo ahora? ¿Problemas con el padre? Maldijo a sus adentros. Inició búsqueda de salida por las puertas traseras hasta que escuchó el carraspeo de una fémina sentada en una de las bancas.

¡Genial! ¿Y ahora qué? ¿Huir de ella? Claramente no sabía a lo que se atenía, por lo que extendiendo su mano derecho, se semi inclino a menos distantes de ella y esbozo una gélida sonrisa, aunque falsa — Lo lamento mi señora, siga con sus... lamentos — ¿Sería por eso que se encontraba allí? Todos iban a los templos a golpear su pecho para librarse de sus pecados, claro, como si eso fuera efectivo.

— O peticiones, al diablo... — Murmuró para sí, dando la espalda una vez más a la mujer. Saldría por dónde entró. Pero allí estaban aquellos cuerpos hablando con un hombre de túnica blanca para poder entrar. Estaba en peligro ¿La realeza podría hacer algo con él? Sirvió tantos años a aquellos patosos, para ahora, ser fusilado entre sus manos — Por favor, no diga que me vio — Pidió a la mujer de facciones duras, de seguro no lo ayudaría sus ojos demostraban algo de no confiar.

por **Klaus McQuoid** Sáb Dic 20, 2014 6:35 pm

“En tumbas de oro y lapislázuli
cadáveres de santos y santas exudan
aceite milagroso, fragancia de violeta.
Pero bajo los pesados túmulos de pisoteada arcilla
yacen cuerpos de vampiros pletóricos de sangre;
sus mortajas están ensangrentadas y sus labios, húmedos.”
—William Butler Yeats.

Lamentos. Aquella palabra le causó bastante gracia a Beltaine, pues lo menos que buscaba en aquel sitio era lamentarse. En realidad sólo huía de sus propios fantasmas, de su esencia maldita. Buscaba hallar en el silencio de Notre Dame la paz que su mente necesitaba en un momento tan crucial como ese, quería escapar de sus propios demonios y de sí misma, pues se consideraba también un demonio. Eso era. Pudo haber largado una buena carcajada ante semejante idea, pero aún guardaba un poco de respeto por los recintos que se consideraban sagrados y mientras éstos no estuvieran plagados de molestos y supersticiosos feligreses, eran los espacios adecuados para sosegar en una paz que era casi irreal. Así era como lograba mantener la quietud de su perturbada mente. Claro, esa noche todo parecía marchar de maravilla, hasta su sed había dejado de rasgar sus entrañas y su siempre impertinente culpa se había esfumado como disipaba el humo de las velas que se consumían a su alrededor.

La noche volvía a cobrar su extraña perfección, bueno, casi, de no ser por la repentina presencia de aquel hombre, quien amenazaba con entorpecer los planes de la vampiresa. Beltaine lo observó de reojo y el aroma que escapaba de su cuerpo mortal volvió a despertar su sed. Aún así mantuvo la compostura, disimulando su hambre como mejor pudo. Maldecía mentalmente por volverse a ver en aquella situación tan desesperante. Aquel humano había quebrado la poca paz que le quedaba y eso no era para nada bueno. La vampiresa escuchó la inesperada suplica del hombre esbozando una inevitable sonrisa ladina, pues con aquellas palabras pudo ver su mente como si se tratara de un libro abierto. Él también huía de demonios, aquellos que lo esperaban a las afueras de la imponente Catedral de París. Aún podía escuchar las voces de esos hombres como susurros espectrales, largando blasfemias al aire. Pero mira que la vida es irónica, mientras huía de otros, terminó topándose con un diablo más real que cualquiera de los que estaban afuera acechándole.

— ¿Acaso tengo el aspecto de alguien que anda entregando almas a cualquiera? No lo creo. No es algo que realmente me importe, bastante tengo con lidiar con mi propia existencia —masculló Beltaine con ironía, atacando inconscientemente a su acompañante. Su mal humor empezaba a aflorar lentamente en sus palabras—. Podría considerar ocultarse en el confesionario si tanto le aterran esos hombres vestidos de demonios. Al menos le daría usted tiempo suficiente antes de que noten de que no hay más nadie en este lugar, salvo nosotros dos. Claro, aunque si hace lo que le digo, sólo pensarán que esta indefensa dama sólo vino a “orar”.

Antes de convertirse en mi cena, obviamente… Agregó su espíritu marchito en su interior.

La vampiresa sonrió con aire desconocido. El único monstruo presente en las estancias de Notre Dame vestía con prendas elegantes y poseía la forma de una solitaria mujer de ojos claros. Ese demonio era ella misma.

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