AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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• Capítulo I: Paseo nocturno • {Libre}
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• Capítulo I: Paseo nocturno • {Libre}
"La locura es un cierto placer que sólo el loco conoce."
John Dryden
John Dryden
○•○•○
Lo más difícil era sin duda la noche. Ese momento en el que las luces se apagaban y los internos comenzaban a dejarse llevar por sus alucinaciones y miedos. Cuando me recostaba en mi camastro, preparada para poder descansar aunque fueran unas pocas horas, los gritos empezaban a llenar los pasillos del sanatorio. Los quejidos de los enfermos, las peticiones de que los dejaran salir y hasta golpes. No podía evitar imaginarlos en sus habitaciones, dándose fuertemente con la cabeza en las paredes, arañando la puerta y doblándose en el suelo de miedo, envueltos en sus locuras. Pretendía no escuchar, intentaba hacer como si no me afectara en lo más mínimo, pero vivir allí era duro y las noches, lo peor de todo.
Recordaba la primera semana, había sido completamente incapaz de pegar ojo, eso definitivamente era algo que estaba fuera de mis posibilidades. Me sentaba en un rincón de la cama, abrazando mis rodillas y aterrorizada. Por mi mente había pasado hasta la posibilidad de que hubieran fantasmas y maldiciones, quizás hasta monstruos de verdad rondando por allí, como algunos enfermos afirmaban. Pero nunca había llegado a ver nada, así que quizás eso ayudó a que poco a poco me fuera haciendo a la idea y acostumbrando a la nueva situación. Empecé a dormir algunas horas, poco a poco. En las noches en que estaban más tranquilos, hasta dormía tres o cuatro seguidas, sin sobresaltos. Pero para mi desgracia, esa no era una de esas noches.
Cansada de intentar conciliar el sueño, me cubrí con una de las mantas, me puse mis únicos zapatos y decidí salir a dar un pequeño paseo, un vano intento de cansarme un poco más. A veces, aunque llevara todo el día trabajando, parecía que ya no me sentía cansada, quizás fuera cuestión de la costumbre. Salí por los pasillos, cruzándome con un médico al que saludé con un gesto respetuoso, era ya muy tarde, quizás le tocara estar en horario nocturno o tuviera algo que hacer allí. Los médicos podían permitirse tener su propia casa, no eran como yo, que mendigaba una habitación en un lugar como aquel.
Salí al exterior, abrigándome un poco más bajo la manta y dejando escapar un suspiro. Estábamos a las afueras de París, y a esas horas parecía estar mucho más lejos. Todo estaba oscuro, el aire era frío y se escuchaba la naturaleza. Comencé a caminar de forma lenta, por la parte exterior del sanatorio, intentando no arrastrar mucho los pies, ya que los zapatos debían durarme el mayor tiempo posible. No podía negar que sentía un poco de miedo, con lo oscuro que estaba todo, solo la luz de la luna, que esa noche estaba completamente llena y hermosa, me ayudaba a distinguir mejor por dónde iban mis pasos. Aunque, por suerte, conocía bastante bien el terreno, así que no temía ningún percance.
Chesire A. Firenze- Humano Clase Baja
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Re: • Capítulo I: Paseo nocturno • {Libre}
Si la noche fuera eterna, las estrellas serían la mejor condena.
Calurosa noche de verano aun con la húmeda azotando las empedradas calles de la bella ciudad de Paris, las estrellas alumbran el camino de los enamorados acompañados con la hermosa luna que solo deja una senda de torturas para aquellos corazones que no encuentran la paz y misericordia, así también son las mentes de aquellos que no dejan de pensar ni un minuto, esas ocupadas mentes que solo buscan encontrar las respuestas a lo que está frente a ellos, la injusta vida social por el orden económico de los que tienen el poder .
Los zapatos lustros y entalladas botas resuenan por las piedras de aquellas callejuelas uno a uno los pasos acompañados de un eco frío de metal que toca las calientes piedras que se refrescan en la noche, un bastón extraño y único como la ropa de aquel hombre que sigue en su paseo nocturno, ya no se encuentra en el conocido lugar de alcurnia con bellos árboles y rosales que dividen la calle, poco a poco ingresa la zona donde los negocios son lo que mueve a la ciudad, los cuales uno a uno van cerrando y otros van abriéndose, el hombre no se detiene a ojear alguna vitrina ni nada por el estilo, solo avanza a la panadería, el único lugar antes de la hora de cierre habitual que lo recibe.
Sale a los pocos minutos de ahí, con una bolsa en la mano, llena de comida ¿A dónde iría a comer a esas horas de la noche? Una pregunta que no tiene respuesta alguna porque no hay razón para ello, pareciera un mal chiste de entonación, pero aun así con su sombrero siendo elevado en saludo a las féminas que cruzan el camino de aquel hombre el cual se va alejando de aquellas miradas inquisitivas; no es el simple hecho de llevar la comida, si no de su porte y sus pasos solitarios y casi mudos a todos, lo único es una sonrisa y una leve reverencia con la cabeza se va a abriendo paso pero no al lugar de descanso de su morada y de otros de su igual condición, no, al contrario sus nuevos caminos y sus pasos curiosos el llevan a adentrarse por donde ningún ser en sus cinco sentidos o en su sano juicio iría.
La Calle del sanatorio.
Una calle oscura, llena de los gritos de los locos e insanos que se albergan en aquel lugar, otros en cambio están fuera de aquel manicomio rogando que la muerte les llegue por el hambre y la angustia de tener que vivir en aquellas circunstancias, ninguna alma caritativa les ayuda de verdad y es ahí que el mismo caballero toma aquel paquete dejando su bastón a un lado para entregar el pan a cada uno de los que ruegan por algo que comer, las pobres almas abatidas van tomando aquellos pedazos de caridad retirándose dejando solo al caballero.
Nuevamente en esa soledad, una que le muestra que ha perdido su bastón, entre la ayuda y el lugar no recuerda donde lo ha dejado y menos como volver a donde estaba antes, al principio de aquella oscura y desolada callejuela que no le permitía ver con claridad hasta el punto de sentir que había chocado con otro ser, inmediatamente su mente indujo que se trataría de alguna joven o algún jovencito que merodeaba a esas altas horas quizás por buscar un refugio, su voz resonó algo baja para no alertar a algún bribón que se hallare por las cercanías o si el mismo con el que chocaba fuera uno de ellos, le tomo del brazo para evitar que cayera -Discúlpeme, la calle es tan oscura y no encuentro algo que no me percaté de usted ¿se encuentra bien?- con la luz brillante de la luna alcanza a ver el rostro de la dama, soltándole inmediatamente para realizar una reverencia de porte militar, inclinando su cuerpo hacia ella -Oh cuanto lo siento madame, disculpe mi atrevimiento- retira el sombrero de su cabeza dejándolo sobre su pecho a modo de saludo y cortesía.
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Re: • Capítulo I: Paseo nocturno • {Libre}
Los sonidos de aquellos pobres infelices aun llegaban hasta sus oídos, taladrando y clavándose en su cabeza como si pretendieran residir allí eternamente. Dejó escapar un suspiro, escuchando un sonido tras ella y girando ligeramente el rostro para poder observar de qué se trataba. Una señor bastante mayor pasó a su lado, mordisqueando algo que tenía entre las manos. Perdida en aquella imagen no pudo más que arquear una ceja, sin percatarse de que seguía caminando mientras sus ojos estaban en algún punto perdido, en lugar de en el camino, que era donde le correspondía.
Fue así como su cuerpo terminó encontrándose con el de otra persona, y a punto estuvo de caer. Parte de la manta se le resbaló del brazo, el cual el desconocido sujetó para evitar que cayera. Fueron unos segundos bastante largos, hasta el momento en que pudo retomar la compostura. Iba a responder a sus palabras, pero el desconocido rápidamente se incorporó y le hizo una reverencia, tan formal, que a la muchacha se le encendieron las mejillas, ruborizada por haber colisionado con un hombre de porte importante, no era un cualquiera que estuviera por allí. Agarró la manta para poder colocarla de nuevo sobre sus hombros y respondió con la reverencia más educada que fue capaz, como buena sirvienta que había sido siempre.
— Ruego me disculpe a mi, señor. Iba distraída y no le he visto acercarse, ha sido mi culpa. — volvió a ponerse recta para poder mirarlo, esta vez formando una suave sonrisa con los labios, amable como solía caracterizarla — No se sienta mal, si no me hubiera sujetado probablemente ahora mi vergüenza sería mucho más fuerte por haber estado en el suelo como una niña pequeña durante sus juegos. — reconoció, tratando de adecentarse un poco más. Él era un caballero bien vestido, y ella en ese momento parecía una pobre más, con una manta cubriendo su cuerpo — Disculpe mi osadía, pero no parece el tipo de persona que pasaría la noche en un lugar como este, ¿está perdido o tal vez ha venido para visitar a alguien?
Sabía que no era de buena educación estar indagando en los asuntos de nadie, pero era algo que despertaba su curiosidad. Tampoco había mucho más que hacer allí, y era agradable poder hablar con alguien que no estuviera famélico o completamente loco. Eran personas que siempre le hacían sentir un gran vacío dentro, por su incapacidad para poder ayudarles como le gustaría hacerlo. Se tuvo que echar a un lado en un momento dado para evitar a una mujer que pasó tambaleándose ligeramente, gruñendo algún tipo de maldición por lo bajo.
Fue así como su cuerpo terminó encontrándose con el de otra persona, y a punto estuvo de caer. Parte de la manta se le resbaló del brazo, el cual el desconocido sujetó para evitar que cayera. Fueron unos segundos bastante largos, hasta el momento en que pudo retomar la compostura. Iba a responder a sus palabras, pero el desconocido rápidamente se incorporó y le hizo una reverencia, tan formal, que a la muchacha se le encendieron las mejillas, ruborizada por haber colisionado con un hombre de porte importante, no era un cualquiera que estuviera por allí. Agarró la manta para poder colocarla de nuevo sobre sus hombros y respondió con la reverencia más educada que fue capaz, como buena sirvienta que había sido siempre.
— Ruego me disculpe a mi, señor. Iba distraída y no le he visto acercarse, ha sido mi culpa. — volvió a ponerse recta para poder mirarlo, esta vez formando una suave sonrisa con los labios, amable como solía caracterizarla — No se sienta mal, si no me hubiera sujetado probablemente ahora mi vergüenza sería mucho más fuerte por haber estado en el suelo como una niña pequeña durante sus juegos. — reconoció, tratando de adecentarse un poco más. Él era un caballero bien vestido, y ella en ese momento parecía una pobre más, con una manta cubriendo su cuerpo — Disculpe mi osadía, pero no parece el tipo de persona que pasaría la noche en un lugar como este, ¿está perdido o tal vez ha venido para visitar a alguien?
Sabía que no era de buena educación estar indagando en los asuntos de nadie, pero era algo que despertaba su curiosidad. Tampoco había mucho más que hacer allí, y era agradable poder hablar con alguien que no estuviera famélico o completamente loco. Eran personas que siempre le hacían sentir un gran vacío dentro, por su incapacidad para poder ayudarles como le gustaría hacerlo. Se tuvo que echar a un lado en un momento dado para evitar a una mujer que pasó tambaleándose ligeramente, gruñendo algún tipo de maldición por lo bajo.
Chesire A. Firenze- Humano Clase Baja
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Re: • Capítulo I: Paseo nocturno • {Libre}
Con el aire nocturno soplando los transeúntes, aunque pocos, buscaban la protección sea cual sea esta, un cartón usado, un pedazo de papel o una pequeña o rasgada manta, sea la que sea ayudaba para pasar el momento de pesadillas gélidas junto a lágrimas de hambre y sueños rotos junto a las calles empedradas con el lodo de los pasos matutinos que han mancillado las calles dejando el rastro de la movida ciudad.
Triste ciudad que se refleja su realidad por las noches cuando la vista de los poderosos se haya en para sí misma en banquetes llenos de comida que luego se desperdicia, la misma que podría alimentar a la ciudad de noche, prendas de vestir que se gastan con un solo corte mientras otros pasan de frio tiritando y cobijándose en grupo para resistir un día a la vez, ¿qué clase de vida es esa? No es la mejor, no es la peor, solo es la vida que todos llevan y que han aceptado a bueno ojos y paciencias.
Así tras unos callejones oscuros y ahora en compañía de una dama estaba un caballero de porte alto, que con toda la diplomacia y tino excusó las palabras de la joven que tenía en frente, luego de haberla reverenciado como disculpas por su confianza hacia ella en aquel agarre que, para él, parecía muy atrevido –Claro que no Madame, un caballero siempre debe estar atento a los pasos de una dama, fue mi error uno grave el no haberlo estado, le pido mil disculpas Madame– un lenguaje fino con acento extranjero, aun cuando la dama en cuestión parecía encontrar una razón por la actitud del hombre, este al final acepto de buen grado con una sonrisa y unas palabras de aliento –Pero nadie se hubiera atrevido a reírse de usted madame, sería muy descortés es más creo que si hubiera resbalado, muchos estarían dispuesto a tender la mano para ayudarla, por lo que uno de ellos fui yo, para evitar que se peleen por ver quien pude tomar su mano en ayuda– una sonrisa deja escapar acomodando su traje militar.
Extiende la mano para con ella caminar por aquellas solitarias calles donde pocos rondan ya, en sus ojos una mirada de cortesía junto a la sonrisa que puebla su rostro –Permítame acompañarle señorita hasta el lugar a donde se dirigía, es una noche extraña y puede pasarle algo, es mejor prevenir, con tantas muertes y desaparecidos inexplicables, es mejor no dar de comer a las bestias– nuevamente aquella sonrisa aparece tomando la mano de la joven en un saludo muy caballeroso –ha acertado madame, no soy de estas calles oscuras, he venido aquí para ayudar a aquellos que no tiene el abrigo que otros poseemos, para brindar un poco de esperanza a los que la han perdido y para mostrar que aun en las desolación la caridad si existe, pero una fingida si no una verdadera que no necesita de la vanagloria– sonríe empezando a caminar –Más usted? Que hace una jovencita como usted por estos rumbos? Acaso vive en estas calles señorita?– enarca una ceja incrédulo por sus propios pensamientos
Triste ciudad que se refleja su realidad por las noches cuando la vista de los poderosos se haya en para sí misma en banquetes llenos de comida que luego se desperdicia, la misma que podría alimentar a la ciudad de noche, prendas de vestir que se gastan con un solo corte mientras otros pasan de frio tiritando y cobijándose en grupo para resistir un día a la vez, ¿qué clase de vida es esa? No es la mejor, no es la peor, solo es la vida que todos llevan y que han aceptado a bueno ojos y paciencias.
Así tras unos callejones oscuros y ahora en compañía de una dama estaba un caballero de porte alto, que con toda la diplomacia y tino excusó las palabras de la joven que tenía en frente, luego de haberla reverenciado como disculpas por su confianza hacia ella en aquel agarre que, para él, parecía muy atrevido –Claro que no Madame, un caballero siempre debe estar atento a los pasos de una dama, fue mi error uno grave el no haberlo estado, le pido mil disculpas Madame– un lenguaje fino con acento extranjero, aun cuando la dama en cuestión parecía encontrar una razón por la actitud del hombre, este al final acepto de buen grado con una sonrisa y unas palabras de aliento –Pero nadie se hubiera atrevido a reírse de usted madame, sería muy descortés es más creo que si hubiera resbalado, muchos estarían dispuesto a tender la mano para ayudarla, por lo que uno de ellos fui yo, para evitar que se peleen por ver quien pude tomar su mano en ayuda– una sonrisa deja escapar acomodando su traje militar.
Extiende la mano para con ella caminar por aquellas solitarias calles donde pocos rondan ya, en sus ojos una mirada de cortesía junto a la sonrisa que puebla su rostro –Permítame acompañarle señorita hasta el lugar a donde se dirigía, es una noche extraña y puede pasarle algo, es mejor prevenir, con tantas muertes y desaparecidos inexplicables, es mejor no dar de comer a las bestias– nuevamente aquella sonrisa aparece tomando la mano de la joven en un saludo muy caballeroso –ha acertado madame, no soy de estas calles oscuras, he venido aquí para ayudar a aquellos que no tiene el abrigo que otros poseemos, para brindar un poco de esperanza a los que la han perdido y para mostrar que aun en las desolación la caridad si existe, pero una fingida si no una verdadera que no necesita de la vanagloria– sonríe empezando a caminar –Más usted? Que hace una jovencita como usted por estos rumbos? Acaso vive en estas calles señorita?– enarca una ceja incrédulo por sus propios pensamientos
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