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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lara Karstein Dom Nov 09, 2014 9:36 pm

"Ponte en mi lugar, sonríe y dispara, a matar"

El escalpelo estaba dirigido hacia su corazón. Yo lucía como un espectro amenazante bajo ese techo húmedo de un sótano cualquiera y con las manos llenas de mi propia historia, soplando a mi propia vida, refugiándome a las malas en los huracanes de mi propio mundo. Mi mente era como un genio lírico en completo frenesí, acariciada por la voz del sufrimiento y de la desesperanza, estilizando en mis tropos poderosos, en mis hipérboles cáusticas, como en mis actos tan tenazmente perversos, toda la inquietud, toda la tristeza, la sombría vela del pasado, en espera de extrañas y lejanas realizaciones de lo que alguna vez consideré ideal.

Sobre la superficie metálica yacía mi víctima, alguien que respondía al nombre de Andrey y cuyos años sobre la tierra apenas habían sido cinco. Era hijo de una mujer que me había servido y luego se había ido por el mero terror que le generaba que su ama jamás apareciera en el día. Como muchos, ella también había partido y a mí me restaba saldar cada deuda. Si alguna vez no me importó su partida, ahora la consideraba parte de la maldición que a mí misma me envolvía.

Ella, estaba frente a mí, atada de pies y manos, de pie y viendo cómo se iba poco a poco su hijo en un lento proceso. La tortura había comenzado en un corte longitudinal y otro transversal, como una cruz sobre la tierna carne del pequeño. Al descubierto quedaban todos los órganos internos del abdomen y la cercanía de la madre permitía contemplar con detalle la escena. Una a uno empecé a extraer los órganos –exceptuando los órganos vitales para poder mantenerlo vivo- y los enseñé tanto al niño que lloraba aterrado y a su madre que gritaba aún con más desespero. Me llamaba monstruo algunas veces, otras simplemente suplicaba mientras parecía deshidratarse con cada lágrima enorme que de los ojos le brotaba. Hizo mil promesas. Gritó mil maldiciones, pero nada servía. El terror los inundaba con cada órgano que les enseñaba y aquello era equiparable al dolor que Andrey estaba sufriendo. Él no moría aunque debió haber sido así, pero el monstruo en el que me había convertido se había tomado el trabajo de buscar la manera de mantenerlo respirando. Era algo sencillo, en la antigüedad se mantenía despierta a la víctima de esa tortura con brebajes de hierbas que lo mantendrían despierto hasta que empezara a retirar órganos vitales.

Me reí mientras retiraba cada órgano, disfruté cuando limpié la sangre que lo cubría con mi lengua y me gustó aún más cuando rocé el rostro de la mujer con cada uno de ellos.
–Todo esto es tu culpa. Tu estupidez mató a tu hijo– le susurré al oído como si aquella hubiera cometido el peor de los crímenes, pero con una voz tan terriblemente dulce que explicaba en su sola tonalidad el estado real en el que me encontraba. Mi neurosis le hablaba, lo que fue alguna vez mi temple se había transformado en una angustia suprema y desequilibrada. Mi yo racional naufragaba y daba paso a aberraciones terribles y fijas. Me abrazaba locamente a la idolatría de mi supuesta justicia. No había marcha atrás, esa fe que me precedía era realmente una gran desolación.

El escalpelo estaba sobre el corazón de la madre, apuntaba a un cuerpo que se descolgaba de las cadenas desfallecido. Ella ya abrazaba a la muerte, yo a la nada, al polvo. Presioné un poco perforando el pecho que una vez amamantó a un hijo para nada. Lo giré sobre su carne y sonreí con las manos llenas de sangre y de una culpa por ahora imperceptible. Sonreí, lo disfruté incluso cuando algo sonó tras de mí. Pero no me importaba nada, las perdidas ya las había tenido.
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Mensaje por Jaecar Babenberg Dom Nov 16, 2014 10:05 pm

Todo aquel que luche contra monstruos, ha de procurar que al hacerlo no se convierta en otro monstruo.

Bienvenido sea  el ladino caballero a la ciudad maldita de París, el lugar siniestro de una luz que se extinguió cuando el beso de la muerte se conoció, dado el saber de los vicios profanos que son en este mundo el error para la confirmación de una verdad, aquella que se mantiene secreta de las regiones de pecado y la falsedad de existencias que quieren abrazar a este que respeta la locura pero se hace ser enemigo de ella.  Atrapado  a cada despliegue entre las catacumbas en busca de su vástago, continuando con el recorrido de los altares de montañas cadavéricas, esqueletos dispersados, cráneos en todo lugar, osamentas jugosas con el cabello esparcido y órganos putrefactos, un apeste envuelto de los que deberían ser decapitados, torturados…¡Malditos enemigos del linaje, malditos enemigos suyos! Ansiando encontrar en la cima a su hermosa Amelia, la única perteneciente de este guardián. Pero, ¿Porque en un siniestro imperio? Porque debía abrazar la venganza de aquellos quienes la desterraron de su propiedad, de su homenaje a la existencia, solo de ellos se debía maldecir su linfa.

Fue que así tomo  la leyenda de que Jaecar nunca dejo de buscarla, mas sin en cambio los obstáculos se presentaban, siendo un mal presagio como al perseguir de ese viento, se guiaba a ese andar silencioso y llevado a las lejanías de un pergamino desconocido. Ilustrado de un luto excéntrico, un pantalón negro de tirantes colgados en sus hombros, una camisa blanca con la capa negra posada en su espalda, zapatos oscuros de un brillo hermosísimo, y sus cabellos peinados hacia atrás, llevando siempre en su cuello el collar que enaltecía un secreto, moviendo el bastón tallado de un lobo que al sostener la cabeza se decorada en uno de sus dedos el anillo perteneciente a los "Karstein".

Debatiéndose al percibir el coro de un lamento, una tétrica imploración desalojaba al silencio, siguiendo el cántico siniestro de un delirio inexplicable, ¡Padecimiento, llanto, tortura gritada! ¡Por favor! ¡Suplicas, maldiciones que llamaban a Luzbel para un pacto, un impedimento de muerte, una muerte torturada! Todo ese espiral melodioso le invocó al escenario teatral, observando los hechos de un asesino, frente a la figura de una íntima decoración recreada con el filo de aberturas y una trágica despedida de aquella señora a su hijo.¡Preludio! Miro el abismo, y el abismo le miro a él. Observando de espaldas a esa“Bestia”. Avanzando, reconociendo el arte desnudado pero el límite de tal apreciación marco—¡Basta! ¿Te es satisfactorio el sufrimiento de una madre tras ver a su hijo ser asesinado de la manera más ruin, más baja? —interpelo, carcomiendo una unión intensa entre aquella mujer y él, pero tras llegar a ella y ver ese rostro que en su pasado deleitaba como la belleza natural de una mujer, le desilusiono, el enojo que renació de su querida Amelia al hallarse frente a sus pupilas, enloquecida del dolor ajeno, teñida su nívea piel de un carmín. — ¿Con que derecho te atreves a castigar de esa manera? Enemigos no son, ¿Simplemente por capricho? —Se había desvanecido el deseo de abrazarla, a cambio la indiferencia, su comportamiento le enfadaba a tal grado que poso el bastón en la pira metálica, negando tras tocar el hombro de ese pequeño…—¿Por qué desobedeciste a mis palabras? ¡Solo pedí que te alimentaras de la sangre de tus enemigos…—su voz altiva, maquillando el siniestro frío, avanzando a ella que le toma del brazo y le lleva hacia el pequeño, tirándola con fuerzas..—¡Míralo fijamente!  Que cobarde eres, le has negado la libertad a defenderse, ¿Qué mal te ha hecho? ¿Debía pagar por la culpa de su madre? —conquistaba la trampas de una memoria, asesinar esa demencia esperaba por la ambigua cercanía de la presencia, porque era ausencia lo que vislumbraba, no era su Amelia a la que esperaba., declarando las intenciones de hacerla razonar. —¿Esto es lo que te hace sonreír, gozar de la súplica desesperada porque te detuvieras?—le soltó, no ansiaba su tacto, marco la distancia y cogió el bastón— Retuerzate del placer,  sigue mofándote de la unión de un amor proveniente del seno materno, lo único que no sabrás es el significado de ello, los has matado juntos, ¿Escuchas ya la tristeza de sus corazones? Perfectamente has escuchado esa misma sinfonía, recuerda  la muerte de tus padres, ¿No es acaso la misma nota?  —Permanecía inmóvil, todo lo conocía y sin embargo desde que llego es poco o nada, lo que de veras sabe, de la lesa humanidad, es el silencio impuro, es el maestro de venganza, conocía muy bien a las bestias pero lo malvado de todo esto, es que sabía con quién hacerlo.—¿No sientes pena por sus almas? ¿La culpa acaso no es de tu sentir? — ¡Dolor ajeno, sufrimiento propio! Le falló a su esposa, no pudo proteger lo único cercano que tenia de ella— ...Me has defraudado, ¿Como es que llegaste a esto?— Mantuvo la mirada sobre ella, con el poder en el habla que nunca abandono esa rectoria, la fuerza liberada de la justicia sobre su crimen.—Ahora mirala a ella, la misma imagen de tu madre, ofreciendo su vida a cambio de que te salvaras y ¿Para que?... Para que arrebates vidas por el daño que te causaron...¡Termina con esto de una vez!—Presiono su bastón, percibiendo el temor a una soledad, al tormento de la existencia, era profunda y mas que eso, la maldición seguía en ella.  
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Mensaje por Lara Karstein Lun Dic 08, 2014 7:45 pm

"La verdadera oscuridad no te pierde, te traga"

Mi rencor era ciego, absurdo, filoso en un nivel tal, que había lacerado por completo aquello que hasta entonces llamara vida. Mi aislamiento no era fecundo, sino más bien era el frío que cubría mis ruinas y me sacudía en un letargo solemne, que volvía mis brazos pesados como piedras que ahogarían mi antigua pasión por cualquiera a quien llamara compañía. Estaba abandonada, rindiéndole culto a la muerte y dejando de lado la simplicidad, la suntuosidad y la verdad de las cosas que vivía. Todo se volvía una inmensidad muda y soberbia en medio de un escenario vasto de sangre adecuado al estado real de mi mente. De las llanuras de mi espíritu triste, de cuyas lagunas pestilenciales se escapaba la fiebre como un fantasma perseguidor de las altas idealidades bélicas, cabalgaba el abatimiento del oprobio en el que realmente iba muriendo. Sólo eso quedaba de mí.

Disfruté de ser la mano del mal porque había pisoteado mi propia consciencia, esa traicionera que me llevara a brazos y confianzas de otros que ya no estaban y jamás estarían. Yo misma era mi peor enemigo, uno en el que ya no creía y en el que nunca debí creer. Mis víctimas lucían atónitas de dolor y espanto, y yo ejecutaba su muerte en un desierto de marasmo del cual revivían las más austeras inspiraciones. La voz tras de mí me reclamó, y yo no la reconocí, ni fui capaz de darle importancia. Entendí como quise, que él no quería salvarlos, porque no me tocaba y seguramente sabía que ya era demasiado tarde. Tarde para ellos. Tarde para mí.
—Esta es mi venganza y mi arte. Ella paga sus culpas y pronto se irá con aquél que amamantó inútilmente. No mires nada, no escuches nada porque pronto les arrancaré la lengua y sus gemidos serán más dolorosos y mudos. — acaricié entonces con el escalpelo la mejilla de la madre, sin atreverme a mirar al hombre que con frialdad me hablaba. El heroísmo no valía a las puertas de la muerte y la mirada suplicante de la mujer no valdría para salvar la vida de su hijo. Luego del fallecimiento del pequeño, aquella no anhelaría otra cosa distinta a su propia muerte.

Pero una frase bien puesta rasgó el velo de la indiferencia, una orden de años pareció regurgitar en la mente de quien antes se llamara Amelia, de quien antes fuera yo sin el daño mismo de la eternidad que cargaba a cuestas. Antes de girar a comprobar lo que creía, fui tirada con tal fuerza que no podía terminar de encajar las ideas. Miré al pequeño, antes de a quién me hablaba y sonreí en una enfermiza mueca. Utilicé la mano libre y la propulsé desde la caja torácica abriéndome paso y tomando el corazón del niño. Tiré de él, lo extraje de su cuerpo y le di la muerte, en una muestra absurda de una misericordia no planeada ni benigna. Mantuve el órgano en mis manos y la madre gritó con un dolor más inconcebible que el mío. Y fue aquél el que me impidió buscar el rostro de quien aún me sujetaba.
—Ya sólo escucho un corazón, uno que gime y que paga— me retiré en cuanto me soltó, me senté en el suelo con las piernas recogidas y la espalda contra la pared y, manteniendo el corazón en la mano, solté la peor carcajada que pudiera soltar nunca. Reí neurótica, confundida, enceguecida y enloquecida en lo que creía un truco vasto de mi mente. No podía sentir la culpa de la que hablaba, porque me había perdido a mí misma y había asfixiado mis propias leyes en el ácido de mi dolor.

La mención de mi madre fue como si me golpeara, como si me terminara de deshacer en medio de mi desquicio. Con dificultad evoqué el rostro de la mujer que me fuera arrebatada y por cuya muerte conocí el odio. No levanté el rostro, más bien grité, como si quisiera callarlo todo. El corazón se me deslizó de las manos y con la sangre en ellas me cubrí los oídos, me negué la verdad, me entregué a mi idea de completa locura ¿Era quizás tiempo de arrojarme al sol? Siempre creí que permanecería más tiempo, pero era una vil mentira de tantas que me había autoentregado.
—Déjame, como todos. Tú no existes, tú estás muerto. Mátame, hazlo pronto o flagélame hasta que amanezca. Estoy alucinando, yo sé que estoy alucinando. No estás aquí, no estarás nunca— hablé de nuevo, contrariandome a cada paso y aún, sin atreverme a mirarlo.
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Mensaje por Jaecar Babenberg Mar Dic 16, 2014 3:15 pm

¿Quién juzga que lo que se aprecia es un acto impuro? Solo basta examinar a ese pequeño monstruo.

Ancestral voz, distorsionadas palabras, parece que esa mente teñida en demencia era carcomida por gusanos, de bestias y de un monstruo que se expande; cual enfermedad maligna está alimentando a Amelia, desnuda se presenta de una fragilidad aterradora, le sigue viendo, es un reflejo de la más lóbrega condenación y la reencarnación del mal  que entre pedazos de nocturnos pensamientos se venían venir las anécdotas de la causa de esa ignominia.

Habitando en Jaecar un animal hambriento de tirar esos hilos de los cuales tendrá que ser prisionera el embelesamiento de tal artimaña. — ¿Qué  es lo que puede engendrar un ser tan inofensivo? Dime, si hay fechoría alguna yo mismo la decapito… ¡Amelia! —Aquel artefacto empleado con la que desprendió una caricia a la madre, eran como afiladas garras que manipulan una aberración, un padecimiento que le estaba seduciendo a asesinar. Cometiendo descabelladas acciones, materializando siniestros deseos que su vástago arrastraba con aquellas memorias enterradas del ayer.

Las victimas gimen, lloran creyendo que la salvación les llegaría pero no, aceleraba sus trágicas heridas, como aquel pequeño que desfalleció al ser ultrajado su corazón, Jaecar solo observaba, hablaba con el desprecio a quien actuaba como psicópata,, rodeado de gritos implorados, linfa derramada, el aire ya olía a muerte, un espacio le mostraba el miedo, el odio, llanto, la dueña de tal martirio era esa madre…Negando, va al encuentro de la madre, dando la espalda a ese infierno aislado.— Calmare el dolor, solo cierra los ojos y piensa en que tu hijo paso a una mejor vida…—Murmuro, poniendo las manos en su rostro teñido de la suciedad humana, el sudor, la agonía ya le vestía. Y los cuervos han parado de entonar sus cantos lúgubres ahora todo se tornaba mezquino, blasfemia, carcajadas enloquecedoras, un coro irónico.

Mientras el guardián se poso en esos iris destrozados, la melancolía del interior de la mujer presintió, fue que le ofreció una ilusión, le mostró la imagen de su pequeño, acudiendo a ella para que le abrazara, desatándola de esas cuerdas para que estuviesen juntos, borrando la pesadilla para que vivieran en un sueño que solo ellos entenderían, fue que termino al encaminarlos a un cosmo lleno de paz. Y ahí, Jaecar le dio muerte al girar un poco su cabeza…

¿Qué se podría hacer respecto a la que una vez fue amada y olvidada? ¿Qué tan cuerda estaría? Fue que se giro, tomando el bastón y avanzando hacia ella, solo se defendía a gritos, las piedras que ella arrojaba son los besos que jamás dio, dejando caer el bastón al permanecer frente a ella.
— ¡MIRAME! Estoy aquí, aun existo, deberías de saberlo tú más que nadie pero solo ve tu reflejo, ni tú misma sabes si existes…—Se hinco, tomando las manos contrarias al cubrirse los oídos— Si así te encuentras por ejecutar la venganza a quienes te dejan, deberías atacarme en vez de negarte la posibilidad de mi presencia. ¡Escúchame, tócame…soy real y no producto de tu locura! —le soltó, manteniendo la mirada fija en ella. –Nadie te ha dejado, tu ya los has abandonado…—¿Quién era ella? ¿Dónde es que se esconde ese pequeño vampiro que adoró? ¡No podía calmar tal maldad, pero si amodorrarse por un instante! Pesado continua, su molestia radicaba en la ignorancia de unas últimas palabras. Porque sigue el curso de desgracias pero ahora no estaría sola, el juro protegerla y eso haría en esa misma noche…

Pero la linfa le llamaba, se apodero de las manos ajenas y las alzo, ofreciendo el licor que bañaban esas manos a los labios propios, acercándolas una por una, lamiendo de estas en un gesto de cuidado, girándolas un poco para rozar la palma, el órgano húmedo era deleitado por acariciar esa piel. Ya concluyendo poso un beso en cada una y de nueva cuenta poso la mirada fija en ella, esperando encontrarse con esos iris. —Pequeña vampiro, ¿Cuándo es que piensas mirarme?—  No obligaría a que le mirase, esta vez no emplearía las habilidades para controlarla, que sea ella misma la que despierte, solo existían dos opciones: Una; que se vuelva completamente loca y la otra, que muy a pesar de la psique originada cabía un poco de cordura en ella y aceptaría que su creador está ordenando que reaccione y continúe con su venganza pero para aquellos que son enemigos. ¡Verdaderos enemigos!
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Mensaje por Lara Karstein Dom Ene 04, 2015 6:36 pm

"Quiero hacerte el lazo que me estrangule, que me cobre la sangre que tengo en mis manos"

La sabiduría de sus años me hablaba, y yo no quería darme cuenta. Era un espectáculo de grandeza y de belleza, y yo era la tristeza vista desde un balcón, bajo la amenaza del radioso sol en medio de una noche taciturna, que guiaba la monstruosidad de mi inspiración hacia el esplendor inagotable de la ignominia y la desesperanza. Así de irónico era.

Amelia, ese nombre retumbaba en mis oídos como si lo que fui, continuara cautivo en mis pensamientos y golpeara queriendo ser liberado. Pero no podía permitirlo, no dejaría que el amor abandonado arañara mi maldad hasta corroerla toda y verse libre. ¿Podía responderle a su pregunta? No, no podía hacerlo ¿Qué le diría? Ella se había ido, pero él preguntaba con una claridad tal que me aterraba. Llamarle fechoría a la partida de aquella mujer era demasiado, y hasta yo lo sabía. Por tanto, callé.

El crujir de su cuello ahogó mi grito, pero no mi lamento. Él, a quien me negaba, le había dado una paz que yo jamás podría darle. Sus visiones fueron compartidas y las alcancé sin sentir su búsqueda de paz y partir sin derramar más lágrimas. Yo estaba enajenada de sus súplicas desde el principio y continuaba meciendo mi locura como si fuera mi propio hijo. ¿Había perpetrado entonces un acto extraño?
—Explica, si tú puedes, mi turbación y mi espanto. Tiemblo de miedo cuando me dices: ¡Amelia! Y sin embargo, siento mi ser acudir hacia ti— le hablé por fin a él, sin atreverme a levantar la mirada pese a querer hacerlo cuando me lo hubo ordenado.

Mis manos abandonaron mis oídos y sentí su tacto firme mientras mis manos ensangrentadas se perdían entre las suyas. No pude aún mirarlo, pero la sangre volvió a mí, a mis ojos en forma de lágrimas, impidiéndome verlo aunque quisiera mientras me seguía negando la verdad. Quise tocarlo, como me pedía. Deseé palpar su rostro como alguna vez hice con el extraño con el que lo hube confundido. Anhelé un abrazo de mi creador como si no necesitara más, pero era inútil, no tenía el dominio de mí, ni siquiera para eso. Él me soltó, y mis manos cayeron como inertes sobre mis propias piernas. Estaba apasionada por un problema insoluble y estéril y nada podía calentar ya a mi cuerpo paralítico. Pero ahí, abajo donde estábamos, no se podía contentar más que a un solo amo. Locura o él. Desquicio o creación. Olvido o… todo era lo mismo, porque él también hubo alguna vez desaparecido. Entonces ¿Cómo sabía yo que se trataba de él si ni siquiera lo hube mirado? Algo dentro de mí, lo llamaba.

En el silencio del ahogo de mis lágrimas cerré los ojos en una paz tétrica y falsa y yo misma me supe muerta. Mi cuerpo estaba tan cansado como mi mente y no se sentía nada moverse en mí. Aun así, él me tomó de nuevo las manos y limpió la sangre de la culpa con sus propios labios. Besó las mismas, me pidió que lo mirara de nuevo y, finalmente, eso hice.


— ¡No me mires así, tú, mi pensamiento! — susurré dolorida como si quisiera que mi mente dejara de evocarlo, buscando que desapareciera aquella obra maldita de mi mente que sólo quería atormentarme aún más. Consideraba mi visión como el comienzo real de mi perdición, de mi entrega a la locura y de la muerte misma presentándose ante a mí con un rostro conocido y alguna vez amado. Su forma de llamarme me hizo sentir como una niña desahogándose en un inmenso dolor. Sentí entonces un enorme abismo y ese abismo, era mi corazón, ardiente cual un volcán, profundo como el vacío. Eso me despertaba su mirada en mí, aunque sabía que nada saciaría a este monstruo gimiente en el que me había convertido. Su tacto se sentía como una antorcha en la mano, que quema hasta la sangre.

Así fue que lo miré en silencio por largo tiempo, sin parpadear, sin respirar, sin nada. ¿Aquella laxitud me conduciría al reposo? Anhelé aniquilarme en su garganta profunda y encontrar sobre su pecho el frescor de las tumbas.

Pero eso no iba a suceder, él partiría, luego de odiarme, porque no era lo que él me había pedido, ni lo que en su aparición, debía ser.
—Vete, antes que me duela más— susurré de nuevo, agotada y desapareciendo de nuevo la mirada.


Última edición por Lara Karstein el Jue Ene 22, 2015 12:23 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Jaecar Babenberg Dom Ene 11, 2015 6:02 pm

El guardián terrible de las puertas eternas marmita al demonio creado en un vacio abominable que estremece las almas…

Sombrío, daba vueltas en silencio, en medio de pasiones que atormentan a los ojos humanos, desfallecidos latidos, silencio moribundo ante la psique que en cadenas soportaba esa demonio, ligada a un profundo sueño; una fría soledad, en un vació oscuro. Helada de manera horrible y monstruosa, consumida por las llamas de la traición, mirando, creció un ansioso deseo por sentir el propio horror el cual anhelaba…— Se ha divido tu angustia en medio de torturas, eternidad sobre eternidad, el vació que radica en ti siempre esta contrayendo el deseo impulso de aferrarte a la sombría separación, temes al nombre de Amelia, por el pasado manchado que quisiste abandonar, tomando un nuevo camino como lo que estas siendo ahora mismo pero soy yo quien te esta desterrando, no debes olvidar quien eres, eres mía Amelia, eres mi más bella creación. No temas al escucharlo porque es temer mi presencia.

Sólo ya el no querer es lo que quiere, la linfa gozada de esas manos le enaltecieron las pupilas, un carmín poderoso, flamas incitando a esa mirada, necesitaba verle, poseer sus pupilas pero ella se negaba, presintiendo los hilos descendientes de esos orbes, lagrimas envinadas eran las prendas del alma las cuales son prendas de él, el lazo entre ella y él era la linfa, ese preciado rubí. ¡Pero solo mira los muros de la patria suya! Esperando que alzara el rostro, pero, solo un templo desmoronado deleitaba, es la muerte el negro encerramiento que descubre de ese temblor a la sepultura  de piedra es, diamante se torna Jaecar cuando al fin a su mandato accedió.

Su porte refinado y severo ante su rostro, ascendiendo una mano y la posa en su mejilla, con el ademan de limpiar sus sangrientas lagrimas…—No tengo otra manera de mirarte, es la misma desde aquella vez que te tuve entre mis brazos, en cambio la tuya está reflejada a un destello olvidado, mas en tus pupilas puedo encontrar un filo que me apuñala. —Se había invertido la evocación, ¡El suicidio pleno se asemeja ese mirar! Jaecar en esos momentos de orgullo, solo se queda petrificado, estatua adornada en el frente, perdió a su mujer, por poco pierde a su amada, ganando el lúgubre de ese encuentro. ¡Qué tristeza! ¿Es aquella pequeña demonio que esperaba? ¡Tan lejos! ¿Y es que nunca ha pensado en él? —Dime, ¿Por qué? No pienso despedirme de nuevo, ¡Ten el maldito valor de mirarme! — Ya se había desvanecido el sosiego, ¿Tendría que herirle más para que le acepte? Descendió la mano a su mentón, girándole, atrayendo su semblante para que no deje de mirarle— Demasiado tiempo ha sido cuando eras victima de la maldición de tus ancestros, eres la visión que aparecía en mis noches o quizás la ilusión se tornaba en mi contra, con el recuerdo de aquel beso, no tuve la necesidad de preocuparme sabía que te mantendrías a salvo.  Pero, ¿Por qué me muestras todo lo contrario? ¡Eres demasiado cobarde! Ven, muéstrame que no lo eres, saca tus deseos de aniquilar, esa infame locura deséchala, desnúdate y conviértete en lo que eras, siente el delirio recorrer tus venas vivientes, cánsate sacando todo, deja que duela quiero que lo padezcas por la decepción que mas brindado —Negando, presiona el puño con fuerzas, soltándole que se levanta, retomando la postura, elevando la mano a su brazo donde hace una presión, ardía como mil estacas púes la linfa que probó le recorría el interior dejando huella.

Permaneció de pie, esperando que se alzara, intentando un método preciso para no cometer una tragedia más en ese paño nocturno. —Con el carácter firme,  sino me quieres como tu creador, veme como un enemigo más, espero aun esa venganza tuya, hazme pagar por el dejarte, el combatir es el renacer, ¿Que es lo que esperas, mi querida Amelia? —Que caiga a su estado mental porque terminara cosiendo los hilos para controlarle y es lo que menos espera, aunque su voz en mandato altivo resonara, que se vislumbre como una bestia enojada no le importaba, ya solo necesitaba que volviera a la cruda realidad.

¡Tremenda puñalada! Mira al criminal enloquecido donde la muerte su pavor retrata…—Llora por aquello que matas, grita de una vez y termina con tu duda, se que aun no crees en mis palabras, da el primer golpe para que comiences a creer.

¡Aullido del dolor! ¡Se decora el cadáver de un remembranza!
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Mensaje por Lara Karstein Lun Ene 26, 2015 12:38 am

"Aún te extraño, como quien mira al cielo pidiendo una explicación."

Su voz, sus palabras, su modo de llamarme ‘Amelia’ me quemaba hasta la sangre. Su modo de profundizarlo todo con ese “Eres mía Amelia” me hacía temblar e irme hacia el camino de mi propio infierno, hundiéndome en el abismo de mis crímenes, flagelados por un viento que no llegaba del cielo. Él, mi creador, se movía con habilidad por las grietas de mis muros, filtrándose cual linternas sin importarle empaparse del olor horrendo de mis actos. Él era mi destino, el fin de mi humanidad, el principio de mi inmortalidad. El fin de mi locura, el principio de mi horror. El fin y el principio de lo que él quisiera. El abrigo a mi angustia, era él y era eso a lo que yo temía. —Te temo, porque ya no sé quién eres— respondí con zozobra, con el sin sabor de creer que en tantos años él no quiso buscarme  — ¿Por qué me dejaste llegar hasta aquí? — Añadí gritando ¿Acaso lo culpaba? Sentía que justamente él, había sido el primero en abandonarme —Pudiste encontrarme antes… quizás no quisiste y ahora te encuentras con algo de lo que huir, algo a qué alejar de nuevo— susurré al final, negando con la cabeza y apartándole la mirada, sin saber si lo juzgaba realmente a él, o todo volvía a mí.

“Aparta tus manos de mi rostro, de la huella de mi dolor hecho sangre” quise decirle cuando posó su mano sobre mi mejilla cubierta de lágrimas. Pero no pude, me quedé mirándolo a los ojos como si él fuera ese sol que anhelaba, brillante y destructor al mismo tiempo. La luz y la muerte hecho carne poderosa frente a mí.
—Este es el holocausto sagrado de las primeras rosas de mi verdadera muerte ¿Por qué quieres marchitarlas? — balbuceé, volviendo mis ojos llenos de dolor y espanto hacia esos ojos que me juzgaban y al tiempo me compadecían —Y no, no me miras igual. Los ojos con los que me convertiste querían darme vida. Los de ahora se preguntan porque lo hiciste— me atreví a afirmar, con esa desconfianza que me envenenaba a mí misma más que a nadie.

Pero le escondía la mirada, reconociendo mi razón de temer y el pecado agravado de mis manos
—No alargues mi agonía y mátame con el orgullo de tu sangre y del apellido que llevamos. — supliqué, aunque no quería hacerlo. Tampoco quería mirarlo, pero él me obligó a hacerlo. Ya no era dueña yo de mi voluntad, porque esta se repartía entre el desquicio de lo perdido y la lucha de mi presente, de esa confrontación que no esperaba. Y lo miré, con los ojos bien abiertos como si ellos mismos gritaran mi real deceso — ¡Estoy a salvo ahora! — le grité con un atrevimiento que no debía y me levanté de inmediato.  Lloré de nuevo, grité como nunca entre los sollozos y destruí con las maños empuñadas el cuerpo de aquella madre cuyo cuerpo pendía de cadenas sostenidas por las muñecas. La odié a ella más que nunca, la deshice como quería hacer con todos los que se fueron, evoqué sus nombres en mi mente y cuando me detuve frente a lo que quedaba del cuerpo, susurré sus nombres en orden —Emanuel, Thomas, Anker, Nathaly, Lestat. Malditos sean ellos por el resto de sus días y palidezcan sus horas de felicidad.  Que paguen la decadencia que desato y languidezcan los sueños de todos aquellos que se fueron. Los que me amaron a su modo, los que de mala gana me sirvieron— y me deshice entonces, cayendo de rodillas sobre el suelo y llorando amargamente por aquellos a los que asesiné sin culpas. El niño y la madre no eran los primeros. Habían otros aún más inocentes. —Escondí a Amelia hace mucho tiempo. Estoy asesinando a lo que soy ahora. Este desastre se ha llamado Lara y es lo que necesito que tú destruyas— susurré con la respiración entrecortada, mientras mi pecho se contraía y expandía en cada mísero sollozo.
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Mensaje por Jaecar Babenberg Vie Feb 20, 2015 11:12 am

La amenaza de una flor ensangrentada…

Le instruye como aparta la vista de esta realidad, e intenta desaparecer por ella misma, esos sentires de la perdida mientras que el tiempo, le sigue aferrando a que regrese a los brazos de un trastornar de palabras. ¡Dolía! ¡Desgracia acunada! Esa llama enloquecedora emerge en martirios, ya no hay nadie en quien pueda confiar. ¡Pero! Estaba él, Jaecar no es el olvido, no es pasado incierto. ¡Ésta mil veces maldito! Y todo el peso de ese calvario lo porta aun combatiendo por destrozar las cadenas de ese desastre, asesinar a esa usurpadora, arrancar lo que tanto se ha merecido, conseguir a su vástago quien termino por convertirse en un todo para él. ¡Necesitaba a su Amelia! Porque no había un lugar más solo, ni una noche ms oscura para capturarle, mantenerla prisionera para salvaguardar su existencia. — ¿Cómo osas decir que no sabes quién soy? Si tú misma no logras saber quién eres. —Capturaba una explosión de huida, ¿Quién demonios es, el que está hablando? , ¿Quién era esa criatura de manos de acero, iris tan frías y un hierro a fuego alto de palabrerías? — Si el temor es lo único real que sientes, hazlo, temedme porque no permitiré que manches más el nombre de Amelia, a ti no te conozco, no tengo por qué darte una declaración de mi desaparición… —El imperio del inmortal volvía a resurgir, estaba exigiendo conocer a la bestia que tiene frente a sus pupilas.  Perpetuando inmóvil, presentía que si ofrecía un roce más, desgarraría su piel ya que, ¿Cómo podría explicar a la nada que nunca le abandono? — Tú eres la única culpable de esta hecatombe, no busques réplicas para excusar tus acciones, ya los hechos has ofrecido.  Así como estos ojos que no pueden engañar la desilusión existente pero es más fuerte el anhelo de salvarte una vez más.

Se pinchaba  ante cualquier contacto, era dañina esa rosa oscurecida sin embargo no bastaba para que se alejara. ¡Ella era su víctima! La llevaría a la turbación por ser la altanería lo que recibiera de ese alejamiento, no se ven sus ganas de pelear, solo quiere ser atesorada, liberar los secretos de una justificación vana. — Ni la muerte está a tu favor— Con la rabia, el recelo ante sus interpretaciones, sepultando la calma, la euforia de la vibración mezquina resalto. — ¡Lleva con orgullo tu maldito destino! Tu deseas, tú podrías… ¡No hay paz en ninguna parte! ¿Qué es lo que esperas de la muerte final?  — Gruño, el chasquido de los colmillos domino el aura — Aún no estas a salvo…— ¡Mar de delirios! ¡Rio desbordado de una osamenta aterradora! Captando nombres sacrificados, conjuro enaltecido a la condenación…” ¿Quiénes son esos portadores de nombres que el sentimiento rompe por escucharlos?” Pensó, manipulado por una fuerza interna a ser la espada que envaine esa cabeza.

Terminando con la blasfemia de un funeral decadente, ya no poseían vigor esos templos, ella continuó hasta despedazarlos. Avanzando con pausados pasos hacía la caída de ese último pétalo marchito. Si no hacía algo, terminaría por desfallecer su querida. Por qué Conociendo el miedo de la mirada ajena, un dolor oculto que marmita, apreciando la máscara interna de esas propias entrañas; vulnerable, frágil, teñidas lágrimas vinosas, la plegaria satánica fue remplazada por una oración de ayuda, el mal ya no solo lo observaba sino también lo escuchaba —Despierta de una vez, sal de tu agonía creada,  ya no te escondas de ti misma. Estoy aquí, errada te encuentras ante mi presencia, sostén mis pupilas, entra a mi intrínseco ser y dime si solo esa incógnita de  duda es lo que divisas de mí. — Fue un dedal sobre el pecho el padecimiento, teniéndola cerca, se inca ante ella y toma su mentón, con el anillo portador del enigma de los Karstein. —Lo haré, te traeré de vuelta hacia mí, solo que jamás vuelvas a pronunciar ese nombre, olvida que una vez lo fuiste, desvanece el subdominio— Y entre sus brazos le poso, reencarnando el momento de aquella despedida— Deduce mi esencia y descubrirás que te he estado buscando, esta subsistencia justa me impedía el hallarte, y la huella que sentencio mi retraso me distanciaba más de ti. Ahora, ¿Seguirás penetrándome con el filo de una despedida? Porque solo eso es lo que descubro de tus labios…—El tono de la última palabra se desplego con suavidad, acercándose a su mejilla  que con la nariz recorrió ese monumento, hasta llegar a su cuello el cual inspecciono con la carnosidad de los labios—Amelia...Amelia — Deslizando con una dote delicada, las manos sobre su escultura, las curvas finas delineo, abriendo la boca donde anuncio con los colmillos ante una caricia que resurgiría la vida y la muerte ante un pecado beso, púes es el aliento viviente que ansió al ser emanado de ese templo tras ser capaz de notar un mortecino corazón palpitar, desprendiendo la lengua del interior, liberando la extremidad del órgano húmedo y la desliza hacia arriba con sensualidad, humedeciendo la nívea piel que sería decorada por una mordida; Y así fue, la mordida fue concebida y la linfa se intercalo al vacío de Jaecar, reconstruyendo los hilos para unirse nuevamente a ella,  protegiéndola de esa bestia encarnecida, le calma con las evocaciones desprendidas en esa consumación sangrienta, bebe el vino y termina por lamer la herida; Acto que solo a ella podía hacer, transmitiendo una calma para que una remembranza le atrajera de vuelta, púes es su pequeño demonio a quien estaba queriendo encontrar.

Aunque el placer de sentirle, apoderarse de ese templo le haya hecho teñir las pupilas de un rojo intenso, atraído por su peso, saboreo con dulzura la linfa de los propios labios, relamiéndoselos, descendiendo una mano por uno de sus brazos hasta hallarse con su palma y entrelaza sus dedos, besando su frente para que la tranquilidad se presentara.

— Y seguiré esperando hasta que vuelvas a renacer…

Murmuro, radicando en la mirada fija, Jaecar ya estaba agradecido por tenerle entre sus brazos a pesar de que su dureza fuese lo único deleitado.
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Mensaje por Lara Karstein Mar Mar 03, 2015 9:54 pm

"Eres tú quien quiero que me mate"

¿Quién era él y quién era yo? ¿Sortilegio, inspiración, maldición? Mi mente no podía atar cabos, pero si deshacer cosas construidas en años. Verme en sus ojos era como encontrarme con seculares espejos de acero, incrustados en negras molduras de bronce, hundido en lagunas pontinas como las de mi natal Italia. Aquellas lagunas fatales, donde los gérmenes de la muerte, surgen de cada ola, mostrandose allá lejos en el horror de sus riberas desoladas, donde el perfume muere y cesa el vuelo de los pájaros perdidos; rebaños melancólicos se mueven en el verde sucio del llano, bajo el cayado de niños anémicos, de grandes ojos negros, devorados por la fiebre; como yo por la locura, como mi vuelo perdido en alas ajenas y como mis pasos desaparecidos en memorias de otros.

Y ese paisaje lúgubre y grandioso, entró en mi alma como una exultación. Jamás contemplé aquella escena como el futuro de mí misma. El desespero, la desolación, la enfermedad y la lejanía me sumergían en las aguas del desconocimiento hasta el punto de ignorarme a mí e ignorarlo a él. Mi mente se iba entre los clamores de combate, que parecían subir a mí del llano inmenso lleno de estremecimientos trágicos, en los que se creería ver huir aullando al aire su derrota, agitando sus estandartes vencidos, el tumulto antes orgulloso de mi carácter perecía con mi cordura. Y una vez más me pregunté ¿En realidad está él aquí?
—No sé quién soy yo ¿Cómo podría saber quién eres tú? Veo lo que quiero y tú tampoco me conoces. Soy el cadáver de a quien llamas Amelia— respondí desplomándome física y emocionalmente, esperando que, si él era real, decidiera acabar con sus manos mi demencia que usurpaba un nombre y ejecutaba la muerte de un modo inapropiado y sucio. Manchaba mi original nombre, mi apellido con un legado, mis años de inmortal firmeza. Pero era el precio que debía pagar por haber creído alguna vez en otros. Maldito el hombre que confía en el hombre.

Desilusionado. La palabra me terminó de quemar como ácido vertido sobre un corazón abierto. Mi vida perecía bajo sombras con nombres propios y caía libre sobre la tierra que acogía a mi creador. La muerte final fue lo más certero que pronunció, pero aun así, para mí el significado era otro.
—Sólo espero eso— susurré mirando al suelo, mientras apoyaba las manos en el asfalto húmedo de la sangre de la que una vez fue madre. —La muerte final que ahora suplico que me des. Dámela como la devolución de la respiración que me quitaste antaño y elimina del mundo el desastre en el que me he convertido— imploré con la voz ya ronca, queriendo apagarse como mi ánimo. Mis uñas se aferraron al suelo, como si moviendo sólo los dedos pretendiera abrirme espacio para terminar de destruirme. No era consciente de lo que hacía y el desespero aislaba con intensidad mi dolor físico, transformándome de nuevo en alguien que ni siquiera yo reconocía.

“Ya no te escondas de ti misma” murmuró él, acertando con un dardo que dolía pero que se hacía necesario. Aumentaba mi desolación misteriosa, pero guardaba en sus labios el infinito, el testamento profético de lo que él mismo me hubo otorgado sin un motivo que yo conociera. Y obstinada en mi fatídico sueño, como en la contemplación poderosa de un desastre invisible, perdida en la eflorescencia de mis grandes visiones interiores, aislada e indiferente a dolores distintos al mío y a las ambiciones de mi auto crueldad, se afinaba, se afianzaba, y me encerraba, y me murmuraba sobre mi fortaleza insultada, burlada, por el arribismo tumultuoso y estéril de los nombres pronunciados, ahogándome en mis propias verdades mientras me miraba entre furibundo y dolorido, un creador que se mostraba vivo tras mil doscientos años de ausencia. Era el primero en volver y por ello mismo, dolía.

Mi mentón fue levantado, obligándome a dejar de verme a mí para contemplarlo a él y escuchar su voz huracanada sobre el rosal muerto de mis ensueños, hablando del arte del combate a su modo, diseñando con sus ojos un nuevo recuerdo de mirada para mí. Me acogió pronto entre sus brazos y no pude resistirme. Me dejé ceder como una pequeña huérfana que anhela una figura protectora justo antes de morir.  Me entregué a él aunque con brazos desfallecidos y cansados como yo misma y medité mi verdadero nombre “Amelia”
—Amelia— repetí con voz audible justo después de él y cerré los ojos agotada, hasta que sus colmillos hicieron el efecto del flashback en mi mente y retrocedí a aquella noche… sentí el fuego y los gritos de nuevo, la desesperación de saber que moriría tal como mis propios padres, el frío del cuerpo del desconocido Karstein y la mordida que me quitaba una vida para darme otra. Sus palabras finales volvieron a mí, se aferraron a mi mente y me estremecí por completo. —Me dijiste que te llamabas Friedrich— musité mientras me mordía y la voz aún más se me iba. Mi vida era tomaba de nuevo y yo tampoco me oponía esta vez. Pero recordaba el suceso, a mi necesidad de sobrevivir a una nueva naturaleza sin información y sin maestro.

Bebió poco, pero en el fondo de mi demencia entendí lo que debía suceder. Entrelacé mi mano con la suya pero con fuerza, sin querer soltarlo mientras le buscaba la mirada. Mis mejillas se tiñeron de lágrimas en la angustia y supe que tenía algo más por suplicar
—Bebe hasta el borde de la muerte y aliméntame de ti otra vez. Bautízame con tu sangre y llámame tuya de nuevo. Amelia. Antes que termine de perder la cordura—.
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Mensaje por Jaecar Babenberg Lun Mar 23, 2015 8:46 pm

Escucha los gemidos de la muerte, pronto en su último sonar, se irá para atraer el grito de dolor…

Ella parecía ver un espectro del pasado, aquel que en unas alas inmensas le envuelve , con la fuerza rozándole para levitar, desterrándola del abismo en el que se encuentra, alejándola del clamor de su propia locura, ese lamento que está llegando a los oídos de Jaecar haciendo que el tiempo se paralice junto a las pequeñas luces, vendarle sus orbes y que deje de ver las aterradoras rosas ensangrentadas  porque se la llevaran a un pozo sin salida y será difícil hallarle entre tormentos al vagar en sus miedos…

Inconveniente, ¡La maldita mente! Está haciendo que la irracionalidad quiera desterrar al inmortal, él se aferra a ese templo, sus palabras cual demonio marmita combate por no liberar a su amada. La tiene presa y Jaecar se une a esa escaramuza, ¡La quiere! ¡Ya quiere de vuelta su identidad! Pero, ¿Por qué llora ese silencio? Si tan  solo canta el guardián una canción de cuna para dormitarla, ya que su abrazo no fue suficiente para salvar su alma. —No hables más y solo escúchame. —Demando, deleitando la linfa en esas manos, ¡Ella! Se vislumbra como el cantico de un cisne en los labios, una brisa escuchaba  llorando por haber desaparecido…—Shhhh, guarda silencio— Aceptando que la muerte es rasgar el cielo para lavar la máscara de la distancia, esa que cae piel a piel después de asesinar.

Justamente le invita honorablemente a compartir un recuerdo, en ese estado era una presa fácil, y eso le dio razones para fortalecerla, debilitando internamente el sentimiento por ella, cual néctar recorriéndole el vacío, se tiñe del carmín la necesidad de sentirle, abrazar a su verdadera presencia…«Muéstrate, déjame ver mi reflejo en la abertura de tu iris…soy persistente y si es necesario hallare la manera de entrar a ti»  La farola de pensamientos no se hicieron esperar, siendo momento de retirar los colmillos de su sedosa piel, tan íntima insignia le provoco un goce, destellando el carmín por creer que el demonio maldito quien usurpaba a su amada se quedó encerrado en las propias pupilas…— Así es, en un tiempo me llamaban Friedrich….—Había posado el beso de respeto en su frente, sujetando su mano evidenciando protección, cuidado hacia ella, percibiendo sus gritos de ayuda que se prolongaron en la fuerza ejercida en el agarre al cual tuvo como respuesta más presión. ..

Tatuando esa mirada cristalizada de lacrimas, un brillo que apenas conoció de ella, pero es que todo era tenue y en el fondo anhelaba ser solo su único dueño de esa gema preciosa. Que sin palabra alguna, Jaecar sujetando a su pequeña, le posa en las piernas, acunándola, dirigiéndose a su yugular, abraza la muerte venidera, vislumbrándose una espada afilada  incrustada en su nívea piel, resurgiendo una sonata en lo que absorbe su esencia, el desfile de hilos recorriendo el templo interno, sin soltar aquella mano, estaba en un funeral, despidiendo lo que podría ser verdadero, siendo el paraje un recinto amoldado en un reino que les espera a ellos dos; muerte, sangre, maldición, padecimiento, indulto sentenciado en su reencuentro.

Y es que devorando la suciedad de esa apariencia emerge en ese beso negro, consumiéndola, destrozándola al arrancarle a una rosa sus pétalos, uno por uno le desnuda,  fundiendo el dolor en una caricia repleta de atracción, fue la boca quien reconoció el vino ya probado, era ella, el ansia provocada, fusionando el pasado con el presente y despojando las emociones ajenas a una sola.

Destruyendo la lejanía entre ellos dos, sublime unión que pronto se diseca y se torna demacrada su finura, le anuncia que era hora de compartir el fuego en la carne, abandonando los colmillos y los suplanta por la lengua, deteniéndose un instante para que el efecto de la congoja se esparza, Jaecar le mira fijo, y adornado los carnosos labios de ese licor se acerca a los de su pequeña demonio y le deposita un intenso beso…— Amelia— murmuro entre el movimiento emprendido en un bailoteo labial, deslizando la lengua para retirarse en lento y es que la deja sedienta, con la boca entre abierta y ahí es que alza el mentón, ascendiendo la uña afilada a la yugular propia y ejerce la abertura, ofreciendo el festín a su boca al caer como un manantial…—Bebe hasta que me regales un recuerdo más, a ti quiero verte enfrentándote al terror de estos años, saber quiénes son  aquellos nombrados en tu lamento…mmm—emite un bramido, el pensar en la idea de que alguien más osara adorar a esa osamenta o viceversa le irritaba.



Y el recuerdo se convirtió en una rosa, ¿Quién era el recuerdo? …Ella,
¿Quién era la rosa? Su recuerdo.
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Mensaje por Lara Karstein Vie Abr 03, 2015 9:46 pm

"Qué es mi melancolía, sino el culto que le rindo al pasado"

Y la voz de mi creador sonó revolucionaria, como si buscara hacerme entender lo que realmente significa el arte del combate, arte de rojo revolución y de exterminio, y, diseñaba ante mis ojos, los grandes gestos violentos de su decepción y su ira, y descompasada, la visión agresiva y brutal de los macabeos de la revancha, cruzando en la inquietud sorda del momento, por sobre la multitud de mis pensamientos y pecados en delirio, como una banda de buitres rojos, en vuelo a los festines de la muerte. Y por lo mismo permanecí en silencio, como él me exigía intentando regresarme de la convulsión de mis emociones, de la destrucción de lo que se llamara Lara.

Él también guardó silencio por un momento, pero me habló desde la profundidad de su ser, a través de la mente, solicitando que me mostrara a él. Pero ¿No era eso acaso lo que venía haciendo? Quizás no, porque mi creador buscaba nadar a través de mi locura, y, que a través de ella, le mostrara la raíz de mi angustia, que no era otra diferente a lo que realmente era yo. Sus ojos fueron un gran soplo de idealidad en los míos que lo miraban con zozobra, que animaba a avivar lo que llamaba suyo, y como alumbrados por la terrible llama de la esperanza suspiré, justo cuando retiró sus colmillos de mi piel, me besó la frente y me confirmó el nombre de la muerte que conocía.

Y yo, yo agonizaba de nuevo. Como hace mil doscientos años, mi cuerpo yacía sobre sus piernas, débil, cayendo sin fuerzas mientras él sostenía mi nueva muerte, aunque no tuviera claro si de nuevo renacería. Mis años pasaron por mi mente en un segundo, creyendo que el fin llegaba mucho más misericorde de lo que merecía. El olor de la sangre de la mujer y el niño muertos por mi mano aún impregnaba el lugar, pero mi mente ya se había ido de allí. Lo sabía porque mis ojos no dejaban de mirar los de mi creador, tan profundos y casi suplicantes. Y lo hice hasta el preciso momento en que sus labios se acercaron a los míos y me llamó de nuevo Amelia mientras me besaba. No sé lo que hice, si respondí en medio del temblor que adquirió mi cuerpo, al punto de sentir el frío que había olvidado, helándome hasta la médula. Y cuando se alejó de mí, noté mi boca abierta, suplicante de algo más, temblando hasta casi castañear los dientes.

El olor de su sangre llegó a mí, aunque no lo vi en la debilidad de mi ser completo, y, sin entender lo que me decía, sentí el ardor en mi garganta y mi boca fue a su cuello con toda la fuerza que me quedaba. Bebí con avidez, sentí el sabor acre y extraño, que incitaba a gustarlo aún más, a saborear en él el despecho de la agonía, de la utopía de mi lirismo sanguinario y de las explosiones obvias de mi abandonado corazón. La lucidez temible de mi creador, su obstinación por rescatarme de la muerte y el sabor de su sangre llenándome como antes, agarrándome en sus manos como un ave que apenas emprende el vuelo o la caída. Su amor o lo que fuera que deseara era arte, tal como la de los iconoclastas de las cosas fatigadas y envejecidas, creadores de las grandes cosas nuevas, sembradores inspirados en los escombros y las ruinas… fue un gesto heroico y trágico hacia la destrucción y hacia la muerte. Cierto grado de locura, fue necesario al sacrificio, como es necesario al genio. Él era equilibrado, yo torpe en mis alucinaciones, hasta que su sangre me gritó cuan real era. Encontré en él el fondo del abismo, y quizás el final.


— ¿A qué has venido? — susurré al fin, separándome apenas de su cuello y sin que el cuerpo dejara de temblarme. Estaba más consciente, pero no menos ansiosa, no menos deseosa de encontrar en él la muerte.
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Mensaje por Jaecar Babenberg Lun Abr 20, 2015 6:26 pm

Regresa a mis brazos, a tu hogar donde nunca debí alejarte…escapa una vez más pequeña demonio, bríndame lo siniestro de tu sublime maldad.
Despacio deleita el asesinato de una sombra encarnada, Lara es el nombre que desdeña, esa imagen aborrece que asesina a esa usurpadora con el veneno que en ese instante se traducía la linfa. Ella bebe, es así como le recordaba, sin la hermosa pesadilla en la que ahora está a punto de despertar o quizás está a punto de consumirse a una, se enamoró de la sangre de los que daño le hicieron y no la culpa, sabe que con desespero grita la euforia de la libertad con el sufrimiento de la gente, pero la mordida en la yugular le decía que seguiría de pie, luchando por entregar lo que estaba olvidando en su ser.

Que a pesar del tiempo transcurrido, al entrelazarse con su instinto, se transcribió la historia entre ellos dos, el pacto consentido de la perpetuidad entre el intercambio de sangre y alma; íntimamente conocen la esencia de cada uno, disfrutando del mutuo dominio al que se tienen sometidos, interviniendo los papeles, buscando recuperar lo entregado, el primero la voluntad de lo más deseado y el segundo el vital líquido sagrado. Pero algo más se escondía en ese obsequio de vigor, Jaecar queda descubierto, la bestialidad que ella exteriorizaba, este inmortal lo apresaba en su interior, era mil veces peor y ante sus palabras el encanto a su encuentro debía saberse, si no lo hacía terminaría por vivir en una falacia

—A continuar con nuestra memoria pasada, así es como lo recuerdo, tu permaneciendo entre mis brazos en lo que te contaba sobre tus ancestros, sobre tu madre, sobre de quien eras y que nunca debiste olvidar. —El oro de sus iris traslució por el efecto que la congoja de los Karstein le producía, manteniendo la mirada fija en ella sin liberarle, en su honor no iba a decirle que fue lesionado gravemente en esa escaramuza, que la evidencia de ese combate quedo tatuada en su cuello derecho hasta parte de la muñeca, unas garras que fueron decoradas por sí mismo como objeto de burla.

Que en tanto, fue desplegando la mano por su rostro, delineando la comisura de esos carnosos labios.—Pero débil es como te hallo, justo ahora, estas desconectada de tu pequeña libertad, ya que osas cuestionarme, dime, ¿Quiénes son aquellos nombramientos que hiciste? —Se levantó con ella entre los brazos, sentándola en esa asemejante lapida donde yacía el pequeño muerto…— Te advierto Amelia que a partir de ahora no eres libre, eres mi vástago, mi creación…eres mía y a eso he venido.— Y con la fuerza ejercida en su brazo recorre esa especie de lapida y tira los rastros del templo, emprendiendo marcha a la limpia de ese paraje que ya se figura una cripta.

—Aun, sigues preguntándote, ¿A que he venido? — Interpelo, citándole, arrancando a la madre de la cuerda y la arroja junto con su hijo, el respeto por esos difuntos se desvaneció cuando ya sus corazones dejaron de bombardear. —Jure ante mi difunta esposa, ante tu madre, en lealtad a tu propia sangre que yo sería lo único que necesitases, que no solo sería tu creador sino un protector, me fuiste concedida para salvaguardarte, perpetuar el linaje.—Juntando los restos dejando que solo las manos se ensuciaran del acto, siguiendo en busca del frasco donde lleva licor y era tomado del bolsillo de su costado— ¿Recuerdas los aullidos de esa noche? —Y dejo caer la bebida, sustituyéndolo para prender fuego.

—Así es como concluí con ese encuentro, todo quedo hecho cenizas, hubieses visto que homicidio tan perfecto cometí.—Y el brillo de sus pupilas se encendieron al ser creado el fuego ante la fingida hoguera…—Morir en ese lugar para protegerte, hacer creer que la maldición ya había cesado y dejaran de perseguirte…Pero veo que la maldición aún prevalece—Miro a través de ese fuego su silueta — Precisamente Amelia, portas una maldición que por mi falta al no haber respetado el orden natural de tu linaje estas pagando, tú por ello.

Y transformo todo en un humo, el olor calcinado de la carne, la putrefacción arrasaba, que no hubo necesidad de seguir guardando ese frasco y lo hecha a las llamas.

—Te protegí de las bestias pero no pude protegerte de ti misma. —Las palabras entonadas con el enojo inexistente ante la sensación, acercándose a ella que le ofrece la mano“No temas, este es el comienzo” ¿Qué significaba eso? Que volvería a transcurrir el tiempo, empezando donde terminaron con la despedida. Y que esta vez sería estando a su lado.
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Insanity (Jaecar Karstein) Empty Re: Insanity (Jaecar Karstein)

Mensaje por Lara Karstein Miér Abr 29, 2015 1:27 am

El tiempo ha desaparecido. Pero aún así, debes matarme.

La salvación de la demencia debe ser antorcha y ser volcán, debe alumbrar en las tinieblas, y arrojar al viento de la noche su ceniza de muerte. Debe ser una bomba, a cuya explosión nitrácea y verdosa, desaparezca la iniquidad y haga temblar su mundo. Cada cincel debe ser un puñal, cada pincel debe ser una tea. Debe desaparecer los gemidos y cambiarlos por murmullos profundos. Debe sepultar el nombre maldito de Lara y sacar de lo profundo de la tierra a quien respondiera a Amelia. Y casi sucedía, porque mi mundo se iluminaba como un alba de fiebre, con una angustia profunda por el poseer de las almas y el destruir de los corazones, que gritan desde la tierra, que resuenan cual tumulto intenso. Todo va a morir. Todo va a nacer. De nuevo, como la aurora de su sangre en mi cielo de cenizas.

En medio de mi escena sangrienta, sus correcciones inflamadas, me deslumbraban aún sin del todo convencerme; pero, el sol de sinceridad que brillaba en ellas, me atraía en una inclinación muda de respeto. Me sacudía el pasado con la fuerza de todas mis emociones y arrancaba de sus goznes la puerta de mi fortaleza, siempre cerrada ante todos, siempre flaqueando ante él.
—Ellos…— susurré abriendo por fin la boca —Son el alma abierta a todos los vientos de mis pasiones, como la caverna de un monte, terriblemente habitado por leones y serpientes, y en cuyo fondo negro, canta a veces un pájaro perdido. El espanto divino los posee, aunque ninguno creyó en alguna divinidad. Tratas de despertar al ave que murió en la tempestad y por eso no puedes llamarme libre. No puedo desafiar al huracán, porque yo misma me he destrozado las alas…— mis metáforas eran un completo asco, una absoluta vergüenza que sabía que mi creador no era un huracán cualquiera; era un huracán de desarraigar encinas y de tumbar leones, de pisar serpientes y de revivir al pájaro. Pero por lo mismo es que no comprendía cómo es que no veía aún el apocalipsis en mis pupilas, llenas de la bruma confusa de lo eterno y en cuya piel no hacían mella las caricias.

Pero todo pasaba muy pronto y cuando fui consciente una vez más, ya había cambiado de nuevo de posición. Recorrí la habitación completa pero no fui consciente de ello sino a través de relampagueantes parpadeos que me devolvían a una tierra que me daba vueltas y que había perdido. Pero algo de cordura me quedaba, la suficiente para recordar que conmigo se terminaba una historia
—Soy la última de esta estirpe, la única que no perpetuó el linaje como me has dicho. Fui la única incapaz de concebir, la imposibilitada para extender un poco más este apellido…— escuché mis uñas rastrillarse contra la camilla en la que antes yaciera el niño. Conmigo se había terminado la historia, con mi sangre transformada me fue impedida la posibilidad de tener un hijo. Y no, no elegí, fue lo que me otorgó la licantropía colándose en mi linaje y arrebatándome años de vida mortal en un intento por preservarme —Los recuerdo tan claro como los gritos de mi madre antes de morir y como tus palabras agitadas antes que aquellas bestias atravesaran la puerta. Los recuerdo porque han sido mil doscientos años en los que te di por muerto, en los que me dejaste a mi suerte antes de aparecer y reclamar por la pérdida de mi cordura — reclamé, con una nueva aparición de osadía mezclada con un momento de lucidez que atribuyo a su sangre fluyendo incluso por mi cerebro. El espejo de su justicia convertida en fuego me ardió en los ojos y desde entonces todo se volvió a tornar rojo, borroso, confuso. Me obligué a cerrar los ojos y a aguardar casi con paciencia su ira, su reclamo por mi falta de respeto con él, con los humanos que mataba, con mi vida misma… pero cuando mencionó que no había podido protegerme de mí misma, me desarmó de nuevo y casi anhelé llorar hasta secarme por dentro, hasta que los mares de mi congoja fueran capaces de terminar con mi miseria y acariciarme por última vez como si me perdonaran. Seguía cautiva, encadenada invisiblemente a mi deseo de venganza, de tragedia, de dolor.

—Sácame de aquí— supliqué muy bajo, sin ser capaz de mirarlo pero tomando su mano firme y mucho más pálida que la mía —Impide que sea maldita mil veces por cada vida que cobre. Necesito olvidar quien soy, necesito enterrar a Lara—.
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Mensaje por Jaecar Babenberg Vie Mayo 08, 2015 12:53 pm

“El encanto del horror sólo tienta a los fuertes”[1]

Un vaivén antagónico de un profundo carmesí, si es liberada de ese cristal habría más dolor, y hermosamente se dibujan sus garras en una sutil silueta de su templo, siendo un querer imperdonable, deseando arrancarle por completo por sus palabras, solo habiendo silencio ante la expuesta molestia de escuchar.—Las alas rotas detienen el tiempo, una y otra vez tratan de surcar el mismo error, ya una vez sentido el dolor no quieren escapar de ello, se abrazan a él... Tan solo mis ojos verán a una, ¡Masoquista ave que solo vive por el daño, vive por mi! Porque en vez de avanzar, cae, cae profundamente a un abismo sin poder escapar. —Declara el deseo de dominio por ella, arrojando con esos restos la sepultura de esos subdominios, debía desaparecer cada uno, a ella solo le sembraría quien es y a quien le pertenece, que siempre en sus pensamientos lleve al único a quien le debe respeto y dedicación, al que siempre verá observando, velando por sobre la eternidad, Dejando que su voz resuene escapando del mundo de la muerte.

Además que, siendo el vicio lo que se apodere de ella, viendo la misma máscara por todas partes, esa visión melancólica, desierta con cadáveres culpando por el linaje; ese producto de pesadilla de la morfina y éter, no basta con herirse con las palabras, sus garras se tiñen de sangre y el sonido es tortuoso para ella misma. Permitiendo que la locura de esos ojos atraigan el abismo de Jaecar, ¿Por qué es que se enamora de su sufrimiento? Las llamas contemplan todo, la esencia de templos incinerados, aquel bastón con la insignia de su victoria y la fantasía que tiene sobre su renacimiento monstruoso de la cobardía, solo es fragilidad lo que está deleitando, pero en algo tenía razón; que no veía a Amelia porque ella era, fuerza, coraje, valor aquello que claramente no poseía

Fue que así celebrando con el fuego los daños, las pérdidas, reclamos por parte de ella, desilusiones por el inmortal, pero sobre todo, por ese reencuentro, ofreciendo la mano la cual fue aceptada, acuñada en el lecho de sus brazos. —Ya es suficiente, deja que el fuego consuma todo, fuiste salvaje, ¿Pero quien no lo es? No te excuso de tus errores, pero un sádico atormentado por estas simples ideas macabras, lo único que está exigiendo es el resto de calor al cadáver exangüe y busca en la muerte el último goce del amor, y no es necesario, aquí tienes a un cadáver que brindara lo que te hace falta.

Y moderno, sigue él mismo cortejo fúnebre de su amor y, si su vació sufre algún dolor, su pena se inscribe al menos en un bello sarcofago donde pereceran uno con el otro, de esa manera le invitaba a permanecer a su lado, yendo de una vez a abrir la puerta hacia otra pesadilla, con los ojos bien abiertos se dirigen a otro sendero, queriendo Jaecar proteger su tristeza y su debilidad, sosteniendole entre sus brazos fuertemente, ya que esto podría convertirse, algún día en algo más, seguramente.

Concluyendo con la hoguera, salen de la cripta inundada y emprende los pasos, recorriendo lo abandonado del paraje, considerando ir a la mansión, la cual recientemente adquirió y mientras camina, percibir el peso de su amada, envolviendole con la capa dejando que descansara en lo que le murmura las palabras que siempre quiso decirle antes de su despedida...sabiendo que quizas no las comprenderia por el estado afectivo en el que se hallaba, y es por ello que decidio confesarlas.— Te llevaré lejos, sin dejar que nadie te tome, admirar lo carmesí en la linfa de nuestro linaje que es amante del curso de la vida, estancia, coro de penas y dolores, eres la descendiente más estimada... te veo en este estado, y aún así, no dejas de cautivarme, eres un encanto; ya que la flor gustaría menos si no estuviera siempre a punto de marchitarse; cuanto más rápido muere, más embelesa; ¡es que exhala la vida con su perfume! Asimismo, la mujer agonizante, se abandona con frenesí a la voluptuosidad que la hace sentir doblemente viva al tiempo que la hace morir. Sus momentos están contados; la sed de amar, la necesidad de sufrir arden y llamean en ella; se aferra al amor con postreras convulsiones de ahogado y, en las cimas del placer, doblando sus fuerzas en un último beso, ya torcida bajo las garras de la muerte, mataría por voluptuosidad, si no estuviera ella misma por expirar, al hombre adorado con desesperación, cuyo largo, pesado y furioso abrazo la hace desfallecer de placer y la mata.

Los ojos le sentenciaban, la mirada de lo poseído, aquellas secretas palabras fueron el motivo de que aceptara hacerla su vástago, ofrecerle el beso y yacer con ella en plena decadencia, avanzar por sobre encima de los obstáculos, enfrentarse de mantenerla a su lado y latente con el templo en el paraíso. Aunque, en esta ocasión no había escritoria alguna, le mantendria a su lado hasta consumirse, perpetuar en cenizas si es que alguna vez sucediera.

1. ↑A Marcel Schwob
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