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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lara Karstein Dom Jun 07, 2015 12:55 am

"No me des tregua, no me perdones nunca,
hostígame en la sangre, que cada cosa cruel sea tú que vuelves."

Un nuevo y poderoso soplo de heroicidad, pasaba en mi alma, como un estremecimiento de evocación alta y bélica, soñando creaciones dignas de aquel cuadro de horror que venía creando desde días anteriores. Era como un florecimiento de rosas rojas, sobre una pradera triste, esmaltada de flores inverosímiles de voluptuosidad, de locura y de muerte. Mi fantasía forjaba grandes visiones, gestos extrahumanos, para fijar allí, sobre ese suelo convulsionado, las formas más augustas de la belleza y de la vida: El dolor, y la sangre.

Sobre una superficie cualquiera yacía mi víctima, que no era otra que yo misma, con la consciencia hincada hacia el desastre, hacia el veneno de mis pasiones perdidas y mis duelos exaltados. Cualquier felicidad me repugnaba, al punto que me vi en la imperiosa necesidad de matar cualquier anhelo de alegría que me quisiera infectar el corazón hasta llenarlo completo y llamarle necesidad, como si eso saciara el monstruo voraz en el que me había convertido y cuyos silencios relataban la peor de mis penas. El recuerdo de la sangre empezando a juagar el mármol mientras desdentaba la vida de las míseras víctimas que había elegido, volvió a mi mente aún antes de abrir los ojos, antes de enfrentarme a una realidad que desconocía luego de aquél supuesto encuentro con mi creador ¿Acaso lo había soñado todo?

La pomposidad de mi culpabilidad eran ahora lamentos sordos, súplicas que escuché de nuevo, ruegos que me pedían por misericordia, mientras yo, doliente, otorgaba una copa de vino amarga que ahogaba su respiración para siempre mientras yo desperdiciaba su sangre.

Mi inquietud y desesperación nutrían mi deseo de muerte, acumulando la aridez pletórica de mi nostalgia oculta durante siglos. Arcana y ascética mantuve mi anhelo de abrir los ojos apartado, resistiendo las grietas que ya había presentado el crimen de mi deseo, de mi necesidad de venganza aunque estuviera desviada. El crimen, el deseo de destrucción y la catástrofe de mi último momento de conciencia, parecía guardar el testamento eterno del silencio, y cuando escuché un sonido cercano a mí, un intento de grito murió en mi boca de espanto.

No obstante mi rostro parecía elaborado en mármol debido a la parquedad en la que había envuelto mi espíritu, y avancé en el fatal silencio de aquellos que siembran la muerte y no la olvidan al voltear la espalda; más bien, elevan el mentón con orgullo y avanzan enceguecidos por el sentimiento que proclaman y auguran más muerte. Aquello sucedido hace quizás ya unas horas no me había cambiado, ni alentado lo suficiente como para detener mi necesidad de autodestrucción, así que la intensión del asesinato continuaba tan vigente en mí que necesitaba más, hasta sentir que la fiebre de la sangre me recorría el cuerpo, me aliviaba la mente y me pedía descanso. Hasta que el deseo de venganza se sintiera exhausto y reclamara descanso, por años, bajo tierra y en completo silencio.

Y luego de creer que todo había sido una pesadilla y que eso explicaba la laguna de mi mente, una mano tan fría como la mía me tocó, y supe que nada sería como antes.
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Mensaje por Jaecar Babenberg Jue Jun 18, 2015 7:09 pm

¡Nunca tengan piedad de una mujer caída!
¡No debe existir clemencia frente a una amenaza!

Aún sabiendo sobre el peso que agobio a Amelia, de las cuántas luchas soportó hasta que al fin cayó, no se compadece de su estado, ¿Quién no ha visto mujeres sin aliento? ¿Asirse con afán a la virtud a resistirse del vicio de la dura con serena actitud?,  ¡Que surgan del polvo porque todo recobra!, su mundo destruyéndose, esta vez solo observa como se hunde en un abismo. Dolor, pena y perdición son el sufrimiento del otro lado, la compasión es un acto cruel para el desenlace de una ave en la noche frente el minué que se ahoga en el final de la eternidad, ¿Su realidad fue sustituida por una pesadilla? ¿Es esta una obra?... ¿Lo que rompió en el miedo? Si se pierde, la soledad no estara con ella esta vez, porque el juego de la muerte apenas comienza, el ataque al daño no era esto. Aunque, las alas negras le cieguen, sigue consumida en las sombras, ni pareciese una princesa dormida, hasta su mente le aterra pisoteando su propia ruina, tal vez, ¿Está cansada de sí misma que por eso no despierta?

Había caminado; pasando por el sendero preciso de una escaramuza, la princesa Amelia encaprichada en su tormento es que yace entre los brazos de su guardián, retirándose de aquella hoguera, del fuego abrazando la tortura, de las memorias hechas cenizas y de la cruda realidad de la cual está huyendo esa pequeña demonio.

«¡Resiste! No estés de rodillas ante el suicidio, debes ir en contra de tu debilidad, no en contra de ti misma porque esta no eres tú.» Mientras sus pensamientos eran sepultados bajo la memoria, decidió permanecer en un terreno aislados de humanos, estaba previniendo por la bestia adormilada entre sus brazos, si le llevaba a la ciudad sería el peor error cometido, ¡Una masacre de seguro! Fue por ello que adquirió una pequeña vivienda, descuidada pero útil en esas circunstancias, sus dueños se hallaban a distancia de ella, decían que un fantasma habitaba en ella que por ello pasó a ser olvidada. Y aún con esas advertencias, se disponía a poseerla, acudiendo al interior de esta por el sol que prontamente les cacería.

Y a su demonio perdida la posa sobre un sillón, dedicándose a comodar el sótano como a una estancia particular, limpiando y arreglando el lecho donde yacería su princesa, acudiendo a las llamas de las velas para que adornaran el recinto, siendo de esa manera ejerció lo último, posar a su pequeña en un camastro, trato de adaptarlo para que fuese lo mayor posible acogedor.

En tanto, yendo a cerrar la puerta del sótano,  lo único que necesitaba era esperar a que despertara, seguir atrayendo el pasado en ese semblante, tomando asiento a un lado de ella hasta que la última vela se fundiera.


...

—¿Quien eres? —interpelo cuando percibió un movimiento sobre ese templo, había despertado al fin que su perfil seguía siendo el mismo de cuando la vio asesinar a un niño, esperando que llamara al pasado por ayuda, que rogara por cegarse del suceso, porque ante esa frialdad solo provocaría el deseo de destruirla pero no como lo esperaba sino con consumirla en su propia creación hasta que el miedo sienta en verdad. —Te estoy hablando... dime, ¿Quién eres? —volvió a cuestionar, pero esta vez moviendo su falanges hacia su mano, dejando que reposara el peso emprendido de la palma en esta, con la misma mirada, con una discorde melodia a la dureza contra la posible falsedad.

«¿Podría besarte la herida? Sanar con el veneno del tormento...despúes de lo que estará a punto de suceder»


Última edición por Jaecar Karstein el Lun Jul 06, 2015 12:58 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Lara Karstein Dom Jun 28, 2015 11:11 pm

"Buscamos quién nos salve del daño que nos hacemos nosotros mismos.
Y eso tampoco es amor, ni mucho menos olvido."

Yo había casi olvidado, creí; había arrojado mi dolor en las profundidades del olvido que produce el sueño, como los antiguos marinos arrojaban al mar una estatua de Neptuno para calmar la tempestad; y, mi alma se serenaba así, bajo la gran caricia de cualquier sueño, en una onda de falsa pacificación y de quietud que ahogaba mis recuerdos dolorosos; y, mi corazón se diluía en la atmósfera vibradora de mi boca cerrada, en una irradiación luminosa de grandes cosas silenciosas y augustas, cosas sin palabras, cosas cuya alma de silencio y de misterio, hasta entonces inmensamente desterradas de la mía, se revelaban a mi espíritu con el doloroso sortilegio de su belleza abandonada, con su dulzura sin sonrisa, iluminando la tiniebla como la aurora de un día lánguidamente blanco…. Y falso.

El olvido está en nosotros; es a causa de su grandeza que lo negamos; su gran misericordia consoladora nos espanta; rebeldes no vamos a él sinceramente; pero él viene a nosotros, aunque no queramos entrar en él. Pero el olvido entra en nosotros, y en su seno todo se borra, como un gran gesto humano hecho en las tinieblas. La mendicidad desesperada de mi corazón, apenas esperaba calmarse con la limosna del olvido. El vacío, la sed, la desesperanza de la vida, no se aplacan sino con el beso tranquilo de aquella inmensidad. El olvido es el destino de las cosas y su último refugio; el dolor está en la prolongación divina de su ausencia.

Y aquél que consuela, intentando embellecer la vida, vino a mí. Y mi corazón destrozado de amarguras, profundamente desgarrado por los dolores, como una colina maldita, calcinada por torrentes de lava, sintió en medio de todo una gran caricia, de aquél que tenía la fuerza de apaciguamientos definitivos. Y sobre los bordes rojos de mis heridas sangrientas, sentí la mano de aquél padre de la muerte y de la nada. Y mis heridas no se cerraron, pero clamaron, con ese primer beso de consolación terrible de minutos antes, que encerraba en sí cuánto hay de deleznable y miserable en el destino de los seres ¿Quería responder a su pregunta? Mis labios se abrieron apenas e inhalé una minúscula parte del aire de un lugar que olía a encierro de años.
—La enfermedad— respondí en un susurro luego de su segunda orden y abrí los ojos, sin mirarlo. Busqué con la mirada el gris del cielo raso carcomido, huyendo del juicio de su mirada, pero sin poder evitar que aún me sujetara. Pero realmente ¿Quién era ahora y allí? — ¿Quién eres tú? —.

Tal vez esperaba que me respondiera con la palabra olvido, con su aire dulce y terrible, como si no hubiese podido existir nada igual mezclando el dolor con una rara alegría, como si vivir fuera una tortura que se pretende extender, como el beso de la verdad sobre esa antinatural vida, el recuerdo de una perspectiva, una lejanía temblorosa y fugaz, buscando anonadar, borrar, destruir y después re elaborar.

Y allí, sobre esa superficie cómoda, la gran marea de mi pasión pareció retirarse, llevándose los últimos restos de aquél naufragio, dejando mi corazón al desnudo, desnudo y consolado como un niño que se duerme. Y, sobre esa playa triste de mis actos, sólo quedaron como dos grandes irradiaciones, dos fosforescencias enormes, el rostro de mi madre, y la forma pálida de mi creador.
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Mensaje por Jaecar Babenberg Lun Jul 06, 2015 12:48 pm

《La vida es tragedia, y la tragedia es perpetua lucha, sin victoria ni esperanza de ella; es contradicción.》

He aquí el principio de la tragedia. Una catástrofe —a lo menos en su origen donde hay solo un responsable , ¿Quién, en efecto, tiene la culpa de que el linaje se haya maldecido y de que la amada haya encontrado en su trayectoria un punto vital del cuerpo de su protector? Ese suceso, en el mismo, justificado, se ha producido por amor. Hasta llegar ahí todos los sucesos se encadenan lógicamente.— Y el único culpable, ese, quien perpetuaba su mano sobre la ajena para mostrar que se entregaba a ella inerme. Pero es que en su interior debe castigarle. Ya que está adoptando la actitud del padre ofendido en su honor, un honor ciertamente anacrónico que deduce de sus palabras; está cerrado un cofre para descubrir esa identidad, era en vano tratar de explicar que fue el destino el culpable de la muerte de Amelia,  el mismo hado trágico que les persigue a todos: Su difunta amada, la hermana de ella. ¡Que era su madre!

Se está enzarzando con la muerte, está sepultando el olvido de quien tiene en frente, ¡No!, Más bien no le conoce y es que decide retirar su mano, ínfimo, cuando su réplica profeso.  «Moríd tremenda cosa! ¡Morid por ser enfermedad, morid por ser tan ajena!» Pensaba el repudio, gritaba el recelo de sus palabras... lloraba la frialdad.

Levantándose, distanciado de la sombra, ¿Qué sombra? Ella— ¿Preguntas por Jaecar; la sombra de tu sombra,  tu miedo, tu sed de dolor, por ese brebaje que te matara, o por el señor de la novia de un cadáver, Friedrich? —Confesó, ¡No a Amelia!, sino a ella, a esa desconocida.

Desprendiendo pasos, dirigiéndose al candelabro cubierto de telarañas. Yendo hacia la luz flameante.

《Ella es el monstruo. ¡Te lo está diciendo!
Ella, es la bestia. ¡Escúchala!》
Fluye al compás de sus pisadas.

Su falange se alzó al encuentro con el fuego, moviendo de un lado a otro la muñeca sobre esta, imitando mecerse en lentitud. ¡Ardía! La flama apenas le envolvía, percibir el dolor era despertar pesadillas — Si eres la enfermedad, ¿Por qué no consumes  lo que tocas? — Retiró la mano tras un bramido, ¡Nunca olvida el ímpetu abrazador! Observando como el rojizo de la piel traslucía, deleitando el nacer de una marca—Quisiera poder decir que soy olvido, pero si existe tu demencia es que no has olvidado nada.

Se mantuvo solo un instante con el perfil de lado, poseyendo la vela —con la que sepultaba una herida— que la lleva, al dirigirse a la enfermedad. Camina y sus pasos producían solo silencio momentáneo.

—No me mires sin reconocerme, no me hables dudando— Llegó. Tomando asiento a su lado, era verdad que sus ojos le eran negados, era cierto que no lograba verle teniéndola cerca— Mírala, siente la flama; arde, duele demasiado, se cose ese dolor con fuerzas, se está tatuando el padecer y es como te siento ahora mismo...¿Por qué temes a despertar,  y no temes a morir? ¿Eso es lo que en verdad deseas? Dímelo, porque primero tienes que acabar con  todo. —Alumbraba la llama en su  rostro, si seguía negando la mirada, entonces, que se pierda en  la llama — Los lobos aún están cazando, no cometas más estupideces. Pronto será luna nueva y es ahí donde quiero que aparezcas. Se esa bestia, esparce tu virus y crea la guerra. ¡Te ordeno que liberes tus miedos! Y si no puedes, te enfrentaras a ellos, sola, contigo misma. ¿Eso quieres?  —La voz demandó aún en contra de la ida. Haciendo esto por su bien, ya que le protegía. Y para esto en guerra estaría y con ella en ese estado complicaba las cosas.

Y el sudor de la cera desciende de la base, cayendo en la mano de la enfermedad  y sopla, directo a apagar la flama. —No me hagas verme como un héroe trágico o como el portador de tu destino adverso que causa la destrucción. Para evitar que se cumpla el terrible hado que engendras, no me obligues a encerrarte, vence ese acto suicida, es hora de gobernar tu mente....No te lo está diciendo el humano que aceptó la maldición, ni aquel que no osas llamar creador, sino, habla el hombre que defiende de lo que se enamoró...

No habían quedado en sombras, solo una vela fue asesinada, pero su recuerdo aún existe, los sucesos que causó siguen vivientes; El olor de su cera fundida, los restos de lo que fue ésta, y sobre todo la quemadura en la piel. Tal, como a ella, si enfermedad era,  pasó a ser recordada,  más no es el origen de ello.
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Mensaje por Lara Karstein Lun Jul 20, 2015 10:18 pm

Hasta la rabia es el límite, la frontera conocida.
Y todo él era saltar, sin saber lo que hay debajo.

—Jaecar— repetí —Ese nombre me es ajeno— completé en un susurro, porque jamás le conocí con esa identidad y, al tiempo, me negaba a asimilar que como yo, él también había tomado otro nombre. Tenía mis recuerdos fijados en la perspectiva de una lejanía temblorosa e incluso fugaz, como si le pidiera al olvido que a propósito me anonadara y se llevara los últimos restos de mi primer naufragio. — ¿Y Friedrich acaso no ha muerto? — pregunté, sabiendo que mi corazón amaba a su modo el recuerdo y la esperanza, tranquilamente, sin mezcla de la amargura de aquél que creía perdido; pero también con terror, como enceguecida por el deslumbramiento de ese gesto de fraternidad y reencuentro y que constituía un sentimiento que ya había olvidado.

—Crees que esto es nuevo porque siempre me dejaste en el abandono— respondí, como si de verdad mi nombre fuera enfermedad y no Amelia, o Lara. Ahora era una mezcla de ambas, podía verlo con mayor claridad mientras se desvanecía mi queja y aparecerían mis preguntas.

El calor de la vela pronto se acercó a mí, ese terror de mil formas lamía mi rostro con el calor que emanaba. Podía aniquilarme pronto, deshacer mi carne dura y mis huesos como hierro en un par de minutos. Le sería fácil deshacer mis lágrimas y mis pensamientos en su abrazo y entonces ya no importaría nada, ni nombres, ni pasado, ni él sin mí, o yo sin él.
—El morir es el final. El despertar es apenas el comienzo, con la caída, de nuevo, sin cesar— afirmé sin ganas de mirarlo, ni de apartarme del calor de esa pequeña pero poderosa llama. No obstante, la ira que me caracterizara afloraba en mí y resurgía desde mi interior, al punto que por fin busqué su mirada y pasé por alto el hecho de quién era él — ¿Crees que aparecer después de mil doscientos años te da derecho a ordenarme? Eres tan desconocido para mí como cuando nos separamos— espeté. Y fue justamente en ese preciso momento, donde la ira aflorando, se llevó la pena desmesurada que había agitado mi alma como una borrasca. Todo pasó, todo desapareció en un segundo de mi corazón, hundiéndose en un gran temblor de sombra, como las alas de un pájaro en los duelos de la tarde, sobre los cielos lejanos. Entendí de pronto, que la vida es un gran esfuerzo de separación y de mutilación, donde no se puede encadenar nada, porque nada nos pertenece. Había olvidado eso, y mucho, incluida yo misma, y mi corazón callaba, aunque ardía.

Y allí en el arranque de mi cólera quizás nacía la bestia que él reclamaba con total cinismo. No quería ser manipulada ni encerrada como un animalillo que ha nacido para ser objeto de la experimentación de alguien. Mis sentidos se sentían incendiados de la necesidad de salvarse y me incorporé apenas, para mirarlo de frente y dejar en claro que no sería movida a su antojo
—No menciones eso que han mencionado tantos antes de irse. El amor es tan ajeno como mi cordura en los actos previos que ejecutaron mis manos. Mi creador me abandonó primero, y quien vuelve es su sombra, su maldad queriendo cernirse sobre mis fallas y los resquicios de lo que apenas conociste. No me mientas con tus palabras, mas confírmame todos con tus hechos— solicité, como si el hecho de haberme abandonado me diera el poder para exigirle. A él, quien tenía en sus manos el matarme o traerme a la vida de nuevo.
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Mensaje por Jaecar Babenberg Dom Ago 09, 2015 9:37 pm

El poder del hado en la vida; es sueño.

Que en este momento: El conflicto entre la libertad y el destino; sin más camino que el que están dando entre las llamas, ciega y desesperada es la principal flama, esa luz salvaje. Ella. Su aura era desafiante, no osaba obedecer y se reniega a las palabras de su superior. ¡Si tan solo desprendiera fuego de sus pupilas! Podría estar encadenado a ellas, torturando ese cuerpo, por estar vistiendo una piel que se queja con las tinieblas por su mísero y triste estado y trata de averiguar, inútilmente; la causa de su situación.

¡No escucha! No lo está haciendo. Jaecar era la sombra gemela de Lara, una presencia extraña ante los ojos propios. Que las desdichas fueron enmascaradas bajo ese nombre. Porque son tan grandes, que antes de que nacieran ya habían muerto por la ley del cielo; sabiendo que las aquestas prisiones son de furias arrogantes, un freno que les detenga y una rienda que les pare. Una puerta la cual está sellada, estrechando la cárcel; escondidos en ella y en él. Esos dos malditos nombres que trataron de mantener una existencia dormida, hasta el momento en que estas despertaran.

Jaecar ya lo ha hecho, tras haber hallado a la portadora de su eternidad. — Nada es ajeno. Más si, puede resurgir la muerte, no seré un fénix resurgiendo entre cenizas, pero, no he olvidado quien soy y el deber que tengo hacia contigo. Jaecar fue solo una sombra, esa que se desapareció ante mi verdadera identidad al confesártela. —Para recuperar, tenía que abandonar, para abandonar tendría que recuperar. Todo era un lazo donde el principio era el fin, y el fin el principio. Cualquier punta tenía la misma entrada o salida. — Me gustaría que fuese de esa manera, que me sea todo ajeno más no es así. Desde un principio supe que tendría que buscarte entre los escombros de la vorágine, consideré mirar hacia el trono donde estarías tú, luciendo como una Karstein, pero no espere a encontrar a la supuesta enfermedad — Y en esa mirada, un sentimiento de castigo obtuvo. El cual de inmediato se esfumó como la luz. Más no era completa oscuridad, podían reflejarse entre ellos con facilidad— No creo, así debe de ser. ¡Me perteneces! No te confundas, no estoy pidiendo tu permiso, ni el esperar que me conozcas. Así empezó todo, así seguirá quieras o no… Si decides pelear, dejaré que lo hagas, pero si es lo contrario. No esperes a que exista otra oportunidad como esta.

¿Tan infeliz era? ¿Tan dolorosos eran sus delirios? Así afirmaba los funestos presagios, pero no era todo. ¡No! Jaecar o Friedrich, se alzan frente a ella. Escucha y es que está abriendo el cofre de quien espera conocer. Y el sol se mostró en su sangre, disfruto sus quejas. Porque todas las veía de esa manera; Reproches y más dolor por el abandono. Conociendo el desafío que sentenció, emprendió una mirada filosa y arrojó la vela hacia la orilla de una pared. Resonando como el peor acto. — ¡Tu madre y padre murieron por amor! Y dices, ¿Que te es ajeno? Si de abandonar se trata, no fui yo quien primeramente lo hizo. Cumplí en protegerte de lo que se avecino aquella noche. No me faltes con tus palabras. Si tu demencia te da valor, espero que sea la necesaria. Porque no permitiré que continúes. Ere mi vástago, y será por el resto de tu maldita existencia. ¿Por qué?... Porque así lo decidí.

De ese modo, trata de no desatar su furia, le enojaba, no hacía nada más que decepcionarse. Le advertía, le provocaba para conocer otro punto de su máscara. ¡Ese maldito hado está pesado! Iba hacerle sufrir, regresaría al pasado para que vea que ni la locura se comparaba con el golpe que recibió. —Cállate y mira, así con la frente en alto mantente. —Tomó ese mentón que adecua en una postura recia, enseñándole que así debía estar pero no con él. Ya que la destruiría fácilmente— Hablas de abandono y no fue de esa manera. ¿Cómo puedes decir que la protección es abandono? Por qué justo eso hice, por ti. No espero una gratificación o una ingratitud por tu parte. No obstante, fíjate como te diriges hacia mí. No permitiré que pongas en duda mis actos.

Al final, sin ser un obstáculo la escasez de la luz, la tomó a su favor. Llevó las manos hacia los tirantes y los dejó caer, abriéndose de un solo tirón la camisa. Tomando la manga del brazo derecho y se descubre esa parte en específico. Terminando por tener desnuda la mitad del pecho y se pone de lado ante ella. — Observa, ¿Reconoces estas marcas? ¿Sabes quién las produce? —Con una descares, reinando el enfado, muestra las marcas tatuadas en la altura de su cuello, recorriendo el brazo hasta llegar parte de la muñeca. Unas garras plasmadas, la herida había cicatrizado más no su veneno que esparcía. — Aquí está tu anhelosa prueba. No tengo porque hacerlo. Pero ya que te muestras soberbia. Veamos cuánto dura el gusto. — Por esa razón tardó en buscarle, pero eso no lo diría, no saldría de su boca de esa manera. — Hice valer mi palabra en la caída de los licántropos. Iban tras de ti, que mi deber era salvaguardarte. Eso hice, aunque desapareció el sabor de la muerte en mí. No temí ante el fuego, ni las mordidas. Lo único que me alentaba a seguir eran los gritos al desmembrarlos, uno por uno. Y uno que otro me desgarró. Pelee para terminar con esto, pero resulta que así como tu maldición fue generación tras generación, a ellos les resulta similar. Si fueron los primeros que mate, su descendencia son los que vendrán. Y está vez más enervados, como lo estoy. En esa lluvia roja; se exterminaron los deseos, casi los desgraciados me mataban. Fue una gran pérdida de tiempo después de ello. Pero aquí de nuevo estoy, excitado por volver a manchar el suelo. Y seguir con mi objetivo; que eres tú. Así que deja de mirarme como lo harías con cualquiera. Soy al único a quien le debes respeto, lealtad y confianza.
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Cortar por la enfermedad (Jaecar Karstein) Empty Re: Cortar por la enfermedad (Jaecar Karstein)

Mensaje por Lara Karstein Lun Ago 17, 2015 2:39 pm

"Impagable, como la deuda de aquello que no pediste y te obligaron a aceptar."

Dos identidades cada uno, dos caras; la de la paz por un lado, la de la venganza por el otro. Ambos a su manera eran engañosos, dos bestias capaces de matar sin que ninguna pasión distinta al odio los tocara. Eran extremos, profundos en el vicio adquirido por la muerte y los tumultos de sus mentes arañadas por el fuego que los dejara como los únicos de su estirpe. Y por eso mismo parecían vulnerables en lo secreto, en presencia de lo único que los ataba al pasado y les recordaba quienes eran.

—Pretendes que sea algo que jamás me enseñaron. Yo no fui iniciada y lo poco que supe fue por un par de cartas guardadas en un baúl durante años. Tú me convertiste y luego todo acabó, sin decirme nada distinto a que era momento de huir. Así que no me digas que te pertenezco cuando te he creido por tantos años muerto— casi hablaba entre dientes, apretándolos como incubando un fuego interno que me consumía primero. —Soy lo que hicieron de mí las circunstancias, no podía ser lo que esperabas luego de tanto tiempo— añadí mirándolo a la cara con los ojos tan abiertos como fijos —Pero tú esperas que me postre ante ti y agradezca esto que llamas oportunidad. Eres como todos, porque te irás al final, porque no soy lo que esperabas. Nada te hace diferente— musité, en un susurro más dolorido que lleno de recelo.

Mi credibilidad en cualquier inmortal estaba oculta, con catacumbas que asfixiaban la poca fe que me quedaba en ellos. Los escombros me pesaban y hablaban por sí mismos a través de mi boca, que no era otra cosa diferente a la muerte de mis anhelos. Pero él no lo comprendía, para él mi dolor se llamaba locura y mi abandono, demencia. Con ira, arrojó la vela hacia cualquier lugar y en sus ojos brilló una llama que yo reconocía en mi misma. El calor seguía cerca, pero ya no procedía de una vela, sino de él.


— ¡Pero no eres mi padre! — le grité sin respeto y me puse de pie, como si no temiera a la muerte que podría darme su mano. Valoraba el sacrificio de mis padres, sí, pero para mí, él no tenía nada que ver con eso. Sin embargo, aunque podía irse y dejarme de nuevo ahí, solitaria, insiste en medio de su enojo y sujeta mi mentón imponiéndose, sin destrozarme, pero advirtiendo con sus dedos que podría hacerlo. Y yo seguía sin entender, porque esa protección que mencionaba era para mí invisible, absurda, inexistente.

Y a pesar de todo, mis ojos se posaron en sus marcas, en el camino de las garras que sólo podía dejar un licántropo, un recorrido largo y que tuvo que ser tan tortuoso en su momento, que era probable que se anhelara la muerte. Su salvación de pronto se hizo cáliz en sus labios, y sabor acre y enloquecedor en los míos. Aquello era profundo, intenso, desesperante. Sus palabras penetraron como saetas en mi corazón y mis ruinas se alzaron insatisfechas, mendigas de su perdón y culminando la embriaguez de mi soberbia, que empezaba a evaporarse mientras mi recuerdo de él volvía de inmediato. La casa en llamas regresó a mi mente, verlo a él luchando con los que pretendían seguirme, también. Tenía sentido todo, yo era su meta y podría serlo de nuevo.

Mis ojos representaron el lamento, pero no pude decir nada. Mi cuerpo sintió deshacerse y lo dejé caer hacia atrás, quedando sostenido por una pared helada y en ruinas como yo misma. Ya no podía mirarlo igual. Él estaba aquí, él podría ser el regreso de una guerra de años de ellos, de nosotros. Quizás se terminaba la soledad, pero no la paz.


Última edición por Lara Karstein el Lun Oct 12, 2015 5:15 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Jaecar Babenberg Dom Sep 20, 2015 11:58 pm

Alegoría de la fortaleza


En la escena mostrada, ya no era momento de permanecer obstruidos a la realidad, las cartas fueron reveladas, cada una conlleva su jugada y la de la enfermedad solamente se aferraba a una misma faena, una y otra vez escogía la misma, ¿Por qué? ¿Por qué esa maldita necedad?... Se expande, atando para consumirse con la totalidad de la misma debilidad de la oscuridad. ¡Que siga gritando! Que se torne como la fruta podrida que envenena a cualquiera que la coma. Así que si es arrojada a su creador, se reflejaba ser su enemigo.

Se esconde esa pesadumbre, esa duda de ella, será envenenado, atado al enfado el guardián. Convirtiéndose en un prisionero más de esa demencia. Ya que, justo cuando la voz se alzaba, un eco a la negación continuaba.
— ¿Qué es lo que realmente esperas? ¿Qué tenga compasión? ¿Qué te muestre mis condolencias por tu desgraciada existencia? ¿Qué pida perdón por el creerme muerto? ¿A que asimiles la realidad de las cosas?...No esperes nada, porque así como tú misma fragilidad te está traicionando, puedes ser víctima de tus propias palabras. —Surgía un desdén, en esas cuatros paredes se encadenaban a sus valoraciones; Jaecar exige su propio dominio, embravecido se hallaba, si seguía de aquella manera, terminaría por sellar los labios ajenos, como a la vela que con su propia cera se puede apagar. Y es que sus dedos se presionaron un poco al contacto realizado.

—Escucha, ya deja de hundirte en el dolor. No quiero una gratificación o ingratitud. Y no soy tu padre, ¡Soy más que eso!... —Por un instante el reflejo de su difunta esposa se presentó, cual reina se alzaba para demoler, pero no fue lo suficiente estratégico, ese rostro se desvaneció y su mano se retiró. ¡Ya déjate de estupideces! Así mismo se representaba ante la presión de su mano.

Por qué lo único que obtuvo como respuesta fue; silencio…

Preguntándose: ¿En qué momento pasan de un estado a otro? Tras ver la caída de la enfermedad. —No sigas mostrándote vulnerable—Con el pecho descubierto, va hacia el camastro. Hacia ella, sentándose en medio, a la altura de sus manos y sin perder de vista esa finura, ¿Cómo una bestia podía lucir bella entre sombras?

—Ahora que ya la verdad ha sido dicha, y el riesgo que existe de ello, ¿Quieres ser libre de este presagio? — Le observa, no puede dejar de mirarle, ¡No debía involucrar alguna evocación! Trataba con el filo, seguía la frialdad, dictaminando una última oferta que decía con placidez —Si existe el miedo en ti, deja de tenerlo, yo seré el único que permanezca a tu lado, estuve muerto, pero ahora estoy aquí...Ya no dudes, ni pienses en lo que fúe, sería o será. Existen dos opciones; La primera: Te invito a seguir conociendo esta naturaleza, sangrar memorias pasadas y ofrecerte un manjar que va más allá de lo entendible. O la segunda; Puedo otorgarte la plena libertad, sin riesgo alguno, ni temor. Veo que el estar solitaria por años, te inquieta estar en compañía…

Decide; Lara, Amelia, o quien decretes ser. Pero si conmigo quieres estar, necesito a mi pequeño demonio.
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Mensaje por Lara Karstein Lun Oct 12, 2015 6:30 pm

Cada cual atiende sus juegos, y es ese el problema

De sobra sabía que la actitud de muchos vampiros antiguos suele ser más engañosa, simulada y profunda que sacerdotal y sabia. Las prácticas del vicio en el que se convierte su ego les nubla la vista y la razón, al punto de actuar tan desenfadados como cínicos. Quizás ese también era mi problema, pero me negaba a verlo mientras ese otro me llamara suya sin tener realmente el derecho a hacerlo.

—Espero que no tomes derechos que no te corresponden ¿Qué esperas tú? ¿Qué te llame amo y corra detrás de ti para complacer tus antojos? Ya no puedo esperar nada de nadie, porque la credibilidad se la bebieron ustedes mismos con cada palabra y partida. No soy lo que esperas, pero tampoco lo seré jamás— estábamos evidentemente molestos, envueltos en el incendio invisible de nuestros sentidos, incubando un fuego que lamía al otro en forma de reclamos que consideraba para sí mismo justos. El asombro aparecía y se desvanecía con la misma velocidad, y la fe que antes tuviera, se me deshacía entre las manos cansadas.

No me importaba que me lastimara, porque eso sólo podía advertirme de su soberbia. Actuaba yo como cualquiera que no tiene nada que perder, sin bendiciones ni súplicas y con más infierno que cielo
— ¿Más que eso? ¿Te crees acaso más que mi padre? Él me engendró, me formó hasta la muerte y me amó de tal forma que jamás se hubo ido. En cambio tú, que te crees mayor, me arrebataste la vida por una tradición familiar, y luego seguiste tu vida como si nada. No han pasado quince días, ni un mes, o un año. Son mil doscientos años en el medio, aunque lo quieras disfrazar con toda tu soberbia— susurré, molesta por la sola idea de su ser sobreponiéndose al único hombre que me hubo amado sincero. Yo no podía recordar con claridad el rostro de mi padre, pero su figura era tan incuestionable y respetada como siempre para mí.

—La soledad es más fiel que cualquiera en el que hube puesto mi esperanza un día. El temor, es lo único que me permite obligarme a ser valiente. Quizás lo hago lento, pero no puedo dejarme moldear por ti. Mi mente se ha ensombrecido, pero no por eso vuelvo a ser niña— en el fondo, me molestaba su modo de tratarme, porque me trazaba límites en cada frase y el porqué de sus razones me era aún oculto ¿Por qué aparecía así ahora? ¿Por qué callaba los verdaderos motivos? En el fondo, consideraba que todo esto no se trataba de mí, sino de él.

En silencio, uno lo suficientemente corto para permitirme decidir lo que ya había pensado, avancé de nuevo hacia él, acortando esa distancia que él mismo había creado. Puse mis manos en sus mejillas y lo miré con una ternura fingida, antes de sonreír y ocultar mi molestia por su manera de llamarme
—No soy tu mascota, no me llames pequeño demonio…— musité, antes de permitirme entrar en su mente y surcar sin permiso a través de sus recuerdos. Si debía salvarme, iba incluso a intentar enloquecerlo.
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Mensaje por Jaecar Babenberg Vie Nov 06, 2015 4:10 pm

Desobedece…


Sigue desobedeciendo, le está molestando, ¿Por qué justo ahora se muestra tan distante? ¿Por qué sigue aferrándose a la lejanía? ¡Ya basta! Era momento de asegurarla, ya no dejar que avanzara, estaba poniendo a prueba su demencia, pero dado que esta continua, debe ser estricto con ella, dejo que por un momento se mostrara altanera, para conocer un poco de su fuerza, pero debía moldear, apoderarse de una vez de ella. Y eso es lo que haría.

—Será mejor que empieces a interpretar mi silencio, eres lo ínfimo que se ha creado, no dejas que tu vesania se aparte para que puedas escuchar. Tan solo mírate, repite las palabras y escúchate. Dime, ¿La ley del talión es lo que debo esperar? Mismas quejas, el sufrimiento se percibe de tus reclamos, de tu altivez, si es así, dilo. No necesito más pretextos, causas sin razón, deja la habladuría, ¿Cómo es posible que llegues a catalogarte como una maldita cosa? Y si tanto te gusta serlo, di mejor: que quiero posesionarme de ti. Que así como me echas en cara tu muerte, acepta este destino, deja de protestar. Si no deseabas esta vida, dime, ¿Porque sigues aquí? Hay demasiados exánimes, que temen a lo que se les ha ofrecido y se suicidan, ¿Por qué no corriste al suicidio? Te lo voy a decir, porque aún esperas algo, me lo confirmas al contar el tiempo. ¿O es que errado estoy?

Hace omisión de los mandatos, está quebrantando lo que debía cumplir Jaecar, derrumbando lo que se creó para los Karstein, está cuestionando, insultando a su propia naturaleza, más estaba utilizándolo a su favor, la atacaría.

—Recuerda que estas muerta, que la sangre que recorre por tus venas no es de ellos, ni tuya, ni mía… —Miró con fiereza, entonó la barbarie de sus respuestas. —Que endeble, que diminutiva... ¿Aún esperas algo de alguien? Muy crédula, debiste desconfiar de los otros, no de mí, de aquellos que te llevaron a la cima de tu perdición. — Emitió un corto sonido de ironía — Y dices no ser pequeña, cuando actúas, piensas y hablas como una malcriada porque no le dan lo que pide.

Apartó las manos que sostuvieron sus mejillas, no tenía nada que esconder, pero era una burla lo que intentaba hacer, y fue que le divertía de cierta manera ese desafío por parte de ella. —Eres aun una pequeña, ¿Cómo es posible que puedas creer mejor en la mente de uno, que en sus palabras? Así como las palabras suelen engañar, la mente lo es mucho peor.

Le dedico una caravana, significando un permiso para tomarla. —Se necesita el mayor afecto para llegar a convertir a alguien, eso lo debes saber, porque veo que alguien destrozó ese sentimiento. —Se reincorporo, caminando hacia ella, tomando sus costados que la atrae a él, pegándolo con su cuerpo y sosteniendo sus pupilas, le provocaba tan solo la idea de que tuviera un vástago.

—La soledad es muy traicionera, tan solo ve cómo te ha dejado... Por ella es que te abandonaron.

Negó, recorriendo con las manos sus curvas al mismo tiempo que presionaba— Todos tenemos una lucha y esa lucha es matarnos entre todos porque es más fácil ver diferencia que igualdad. Espere verte enfurecida, atacando, destrozando aquello que se te acercara pero no por un triste sentimiento de abandono. —Deslizó una de las manos por su espalda, abriendo su vestido con la uña con cierta agilidad. — ¿Crees que solo fue una tradición? Si crees de esa manera, ¿Porque no sucedió como las pasadas? Mantenerte encerrada en el castillo en lo que tu sucesora se presentara. ¿Por qué no fue de ese modo entonces? Al menos, ¿Te lo has preguntado?

Sentenció su nueva condena, encargándose de desterrar la prenda suave que cubre su cuerpo, sin abandonar la mirada. — ¿Que otra recriminación tienes? Y si esperas a que vuelva a decir a qué he venido, prefiero rozar mis labios contra tu piel.

Sus últimas palabras fueron murmuradas, aproximando la carnosidad a su cuello, acariciando de manera que al fin su vestido cayó delicadamente. — Si pretendes que es un legado o una traición de mi parte. ¿Por qué no desafiarlo?

...Y de esa manera, invitó a su vástago a competir contra él. Era la mejor manera de fortalecerla y eso era lo único que deseaba. Muy aparte de ese templo que juro solo proteger.
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Mensaje por Lara Karstein Dom Nov 08, 2015 4:36 pm

Si no hubieses intentado dominarme,
entonces hubiera cedido.

En mi postrer estado, el éxtasis de la voluptuosidad, se unió a otro fenómeno único: el éxtasis de la luz. El fuego que me consumiera y me obligara a devorar a otros, casi se había esfumado desde que abrí los ojos en un lugar distinto. Mi ira fue diferente, me obligó a centrarme en una sola persona y salió de mi mente evitando que me contaminara más. Por eso entendía todo lo que me decía y me lo tomaba de la peor manera. El ego de quien me diera la inmortalidad me ensombrecía el juicio.

— ¿Lo más ínfimo que se ha creado? Nadie te pidió que lo hicieras y ahora reclamas por una altivez que no eres capaz de reconocer en ti mismo. Tú eres quien me ha tratado como se le ha dado la gana y aunque te reclamo, haces oídos sordos. Me reclamas cada minuto de existencia cuando no tienes derecho a demandarme nada. Eres más necio de lo que me juzgas. — repliqué, con una total furia por su manera vil de tratarme. Su ego superaba mis espacios y esa jamás era una manera de ganar mi respeto. Él pedía demasiado, y el problema es que daba muy poco.

Le miré a los ojos, esos exigentes, y supe que mi anhelo de tantos años por él, se había evaporado. Su necesidad de dominarme me hacía rebelde ante su visión, su anhelo de controlarme le había impedido ver que le entendía todo.
—Hablas de la sangre como si fueses un Karstein, pero sólo te casaste con uno ¿Tanta es tu necesidad de poder? Me ves endeble, pequeña, insignificante, pero estas viendo todo desde donde se te da la gana. No vas a poder dominarme nunca, porque a partir de ahora, me importa poco el apellido que lleves o la historia que me hayas forjado. El sacrificio que mencionas lo borraste con tantas palabras toscas. Sigue tu camino, como ya venías haciendo— susurré, tan seria como firme, con una imperecedera necesidad de salvaguardarme. Jaecar se había encargado de humillarme en aquella última morada y no iba a permitirlo más tiempo ¿Era acaso eso lo que me esperaba si decidía seguirlo? No estaba dispuesta a actuar como perro faldero ni como una silenciosa amante que todo lo soporta. Más valía mi soledad que vivir bajo el yugo de un verdadero tirano. Y todo era incluso triste, más aún cuando la burla se veía en sus ojos. Él era demasiado evidente en sus intenciones, o demasiado malo para poder mostrar las verdaderas. —En la mente está el verdadero yo, antes que se vuelvan palabras envueltas de veneno, como las tuyas— respondí, sin entender cómo me pedía que confiara más en las palabras que en los pensamientos. Era absurdo, pero no tenía ni siquiera ganas de discutirlo. Él apagaba mi fuego, me opacaba las ganas de verlo y me apuraba la necesidad de desaparecer, como ya me era costumbre.

—No me hables de afecto, porque te vi apenas el día que me convertiste— farfullé, mirándolo con total desprecio cuando me acercó tan tranquilamente hacia él. —Es mejor el abandono que la posesión— susurré conteniendo toda mi ira, pero quedándome lo suficientemente inmóvil como para probar lo que pretendía. —Cállate ya. Mis razones son eso, mías. Retira tus derechos a mí, porque el haberme convertido no te hace nadie— inquirí, pretendiendo que se detuviera, en vez de abrirme con tal desfachatez el vestido ¿Era eso lo que quería? ¿Tomarme como se le diera la gana? Estaba muy equivocado. Primero moriría, antes de ceder a tan vil creador, el mismo al que pensara como una especie de salvador que muriera a manos de licántropos. Lástima, debieron haberlo devorado en vez de permitirle convertirse en tal bestia.

Con sus manos, empujó mi vestido y lo dejó caer. Sentí la sangre recorrerme completa y sin importarme nada más, lo aparté de mí. Eso era todo lo que necesitaba para probar su malicia. Él no iba a ser lo que yo esperaba, su presencia no me calmaría, porque me encendía más, al punto de hacerme más destructiva. Si quería continuar con mi vida, debía irme, o enfrentarlo y morir. Con más orgullo que presteza, caminé por encima del vestido que hubo caído y caminé hacia la puerta, junto a la cual reposaba un viejo abrigo cuyo dueño no me interesaba. Me cubrí el cuerpo con él y giré una última vez
—Desaparece de mi vida. No significas nada para mí, y es todo por tu causa, por tus venenosas palabras que jamás lograrán reconstruirme— y partí, cerrando de golpe la puerta tras de mí, y esperando que jamás, se le ocurriera seguirme.

CERRADO
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