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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Mavra C. Bulgákov Mar Mar 01, 2016 5:57 pm

Incluso la oscuridad, le teme.

Una gota de tinte carmín, derrapándose a la profundidad de su garganta, saciando su sed abrazadora y embalsamando la necesidad de muerte. La vida se escapa del último suspiro, cual lúgubres notas finales de un réquiem. En su composición, y tras los siglos anidados en su cabello, supo distinguir el amargo sabor de la melancolía en la novísima gota. Disfrutar del sopor ajeno, siempre fue un deleite que apetecía compartir con los demás, incluso en los años donde la humanidad atavió su cuerpo, la crueldad de su mente era absoluta. Escuchar el hastío de los pobres y el repudio del ignorante, le hacía regodearse en su propio mundo, uno donde ni siquiera el demonio se atrevía a mirarle a la cara. Aquí, en medio de la vida que le fue arrebata y la que pretende robar, se encontró con un hombre cuya vanidad y hambre, eran semejantes a la suya. Si en el pasado fue creyente y amante, en esta ocasión sólo proveería la decadencia a su acompañante. El error no se cometería dos veces en la misma existencia.

Los aterrados orbes de las doncellas, provocaron que su apetito se consumara; el terror no era suficiente, pues la muerte que dibujó para su primer víctima fue tan sólo una sombra austera de lo que vendría. Una abertura por aquí, un desgarre por allá. Uno a uno, los cortes formaron una especie de fuente con vida, donde con cada movimiento desesperanzadoramente articulado, se despilfarraba el líquido escarlata de sus venas. No era prescindible revolcarse en el suelo, gemir y lloriquear el desperdicio. La sangre es sólo eso, un montón de fluido que puede volver a recolectarse de cualquier saco humano. Quien discuta sobre la calidad del sabor, no tiene la menor idea de lo que eso implica. El espectáculo se vio extasiado por el arrebato compasivo de sus sirvientes, cuyo horror fue tal, que se arrodilló ante el espectro para suplicar piedad. Una mente débil no merece que se le muestre misericordia. –Es ella o eres tú.- Su voz, comparada únicamente con el dulce sonido de las sirenas en el mar, fue una sentencia. La respuesta no era necesaria, aquella mujer de cabello rojizo, ya había tomado una decisión. Cualquier criatura que no pudiese soportar la grandeza de su perversidad, no merecía estar en su gloria. Su cabeza rodó.

Los finos pulgares de la dama se hundieron en las cuencas de sus ojos, cuya viscosidad explotó ante a presión y alcanzó a salpicar a una de las presentes. Mavra deseaba que el vómito se hiciera presente en esa joven, que su repudio y frágil mente le obligasen a retraer el cuerpo para devolver el contenido de su estómago. Pudo ver y saborea el asco desencadenado en el rostro ajeno, sin embargo, pese a su fortuna y designios, la joven incauta no regurgitó. La vampiresa acudió al llamado, ahogó las falanges en los cabellos azabache. Su mirada se perdió en los orbes grisáceos y sus labios disfrutaron la cercanía contra su piel. No, ella no bebería directamente del envase a menos que fuese terriblemente necesario. Bajo el influjo de su poder, la vampiresa invocó a los demonios de la chica; la sorpresa fue al admirar la desencarnada demencia que esta poseía. Una locura tan atroz que sólo podía compararse con la carcajada complaciente que la bruja roja había expulsado. Ella no le temía.

Sus manos abrieron las puertas de par en par. Rompiendo con toda tranquilidad que albergara en su interior la mansión de piedra. Los esclavos del conde intentaron detenerla, pero bastó una mirada felina para que no se atrevieran si quiera a tocarla. Anunciar su llegada era una pérdida total de tiempo, esperar a que el hombre terminase sus depravados asuntos, era innecesario, sobre todo por el presente que arrastraba a sus espaldas. Subió las tétricas escaleras, escuchando el libidinoso cántico de sus amantes. Cualquier mujer, se sentiría inmersa en el placer que él podía provocar en las hembras con tan sólo una mirada, sí, cualquiera lo haría, menos ella. Incluso Mavra comenzaba a creer que tras los años  en el sarcófago, se había vuelto frígida. –Hmmm. ¡Que exquisito!- Dispuso de su voz para irrumpir en la sala de Ralph. Tal vez por semejante abrupto, él querría atizar su famélico deseo contra el cuerpo de Mavra, o quizá sólo sea de su antojo ver como su cabeza cae a al suelo. Antes de que pudiese decir algo, la vampiresa arroja a él, el cuerpo de a chica. –Un tributo. En la antigüedad, para que los dioses te escucharan necesitabas ofrecer un sacrificio. Aquí está el mío.- La negrura de sus orbes fue el contraste perfecto para la retorcida sonrisa que vistió sus labios. Mavra no era voyerista, sin embargo, había algo de placer al observar al conde arremeter contra sus víctimas. Lástima que su cuerpo no lo deseara con la insana obsesión por la que implora a Thanos.
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Mensaje por Tarik Pattakie Sáb Mar 26, 2016 4:56 pm

Había algo decadente y siniestro en el conde esa noche. Sus demonios, habían escapado de su jaula para desatar su cólera. Él, por supuesto, ni siquiera se había molestado en poner una barrera. La oscuridad que le poseía, era como la niebla que rodeaba a la mansión y sus cercanías, se arrastraba como tentáculos por la superficie, ahogando cualquier muestra de raciocinio con sus tinieblas. Ninguna luz, podría competir con su presencia. Había atisbado a Hélèna de Ralph entre los espectadores en el Théåtre Des Vampires. La maldita mujer, había clavado su mirada en él, en una clara muestra de desafío y reconocimiento. Durante sus primeros años como vampiro, Lucern había recorrido cada jodido rincón de Inglaterra para encontrarla. Desafortunadamente, no había tenido éxito. Su madrasta, se había escabullido cual rata en las alcantarillas. Que estuviese en Francia, más específicamente, disfrutando del espectáculo en su teatro, le había enloquecido. ¡¿Se había aburrido de esconderse tras la protección de su Sire?! O fuese quien fuese su creador, ¿había decidido que era momento de dejarla suelta? El conde, tenía ahora muchos enemigos. Los vampiros rebeldes, eran sólo los primeros de una larga lista. Estaban aquéllos, que no podían ver más allá de sus narices y apreciar su plan maestro de unir a seres supremos, con bestias infernales. O quizás, sí lo hacían y, por ello, intentaban reclamar el trono que ya tenía tallado su nombre. La furia que lo envolvía, se había hecho impenetrable e ingobernable, conforme la perdía entre los callejones. Eso había sido hacía tres noches y que siguiera sintiéndose de la misma forma, no auguraba nada, más que muertes y fuertes tormentas. El rictus cruel estiraba las comisuras de su boca, mostrando con descaro, los colmillos largos y afilados. Irritación e impaciencia, colisionaba en su mirada, creando remolinos en sus ojos azulados. Tres mujeres, humanas, se encontraban desnudas en su despacho. Uno de sus sirvientes las había conseguido del burdel. El vampiro esperaba que el bastardo hubiese pagado notablemente por las pérdidas de las prostitutas, a la madame del lugar. Ellas sabían de la existencia de los suyos, de allí que no se sorprendieran por sus excentricidades, pero había aún ese exquisito miedo cubriendo sus cuerpos, como una segunda piel. Perfecto. Las prefería obedientes y al borde del peligro. Él, sin embargo, se encontraba completamente vestido; simplemente observando cómo jugaban entre ellas. Nada que no hubiese visto antes. Regina, su vástago, siempre se había encargado de darle verdadera entretención. Hizo seña a una de las humanas para que se le acercara, misma que no dudó en arrastrar sus pies hasta el sillón donde se encontraba. La hizo sentar a horcajadas sobre su cintura para tocar uno de sus senos, antes de clavar sus colmillos en el pecho. No había ninguna duda de que Lucern se estaba amamantando. De sangre, desde luego.

La fémina se arqueó y fue entonces, cuando la mató. Había utilizado el abrecartas que estaba sobre su escritorio para rebanarle el cuello. La sangre brotó y como si él esperara que cayera directamente en su boca, la sostuvo de modo que resbalara en su rostro. Los gritos de las humanas tardaron unos gloriosos segundos en hacerse eco. El shock inicial las había enmudecido. Lucern lanzó a la hembra fuera de su cuerpo, gruñendo. Estaba ordenando a otra que se le acercase, cuando fue interrumpido. Las llamas que crepitaban en la chimenea, sin duda retrocedieron ante el mar embravecido que representaba su mirada. Odiaba las interrupciones, de cualquier tipo. – En la antigüedad, rugió, los dioses no respondían a las demandas. Lo hacían cuando les placía. – No se levantó del sillón, ni dedicó más de una mirada al despojo que le había sido lanzado.  En cambio, clavó sus ojos en la vampiresa. – ¡Cuánta insolencia! Siempre puedes agradecer que corran otros tiempos. – Sentenció colérico. Estaba de pésimo humor. Más de lo habitual. Ni siquiera sus esclavos se atrevían a cruzarse en su camino. – Aún no me coronan Rey de los Vampiros, y todos piden una audiencia conmigo. ¿No le parece admirable? – Estaba siendo sarcástico aunque, no podía negar, que había mucho de cierto en ello. Hacía poco, una vampiresa había burlado a los guardias en su club, esperando negociar por su mascota. Cualquiera que le conociera, sabría que no regalaba o intercambiaba sus juguetes, sin importar cuán interesante fuese un trato. El conde, tenía un jodido problema de posesividad. Cuando marcaba algo, solía hacerlo para siempre aunque, en su opinión, esa palabra estaba sobrevalorada. – Lo sería, si se anunciaran antes. – Gruñó, respondiendo su propia cuestión, desviando la mirada hacia la prostituta, que parecía creer, que podía abandonar el lugar. – Realmente, ustedes las hembras, parecen tener el sentido de la inoportunidad. Estoy en medio de mi cena y no terminarla, me vuelve un ser un tanto huraño. A no ser que quiera formar parte del menú, le aconsejo que aguarde afuera. – Y entonces, una de las estúpidas humanas corrió, sin siquiera molestarse en llevarse sus ropas consigo. Sin duda, entretendría a sus sirvientes con sus encantos. El inglés, no perdería el tiempo corriendo tras un inútil ratón. Ellos la devolverían a su trampa, tarde o temprano o, cuando se aburrieran de usarla. Que no se dijera, que no compartía un bocadillo. – Aunque preferiría que se quedase, no he probado un vino tan añejo en mucho tiempo. ¿Es tan bueno como se lee en la etiqueta? – El desafío fue lanzado, no sin cierta malicia de por medio.
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Mensaje por Mavra C. Bulgákov Dom Mayo 01, 2016 11:38 pm



Oscuridad y malicia. Esas eran las palabras perfectas para describir a su principal acompañante. Él poseía cualidades que otros tan sólo se atreven a soñar. No se trataba de la vanidad o el maldito ego que le caracterizaba al conde, no pues al final, todo ser de realeza e inmortal se cree el puto amo del universo; pero Lucern, ese maldito vampiro que había renacido un par de años atrás, tenía a su favor ese algo ni siquiera él podía reconocer. Ella sí.

La sonrisa de Mavra se hizo presente en la comisura de los labios, una sonrisa perversa que disfrutaba de los comentarios ajenos, unos que probablemente de no tratarse de él, hubiesen sido los últimos para cualquiera. Observó la parafernalia, el teatro y la puesta en escena que le obsequiaba. ¿Acaso trataba de intimidarle? Bajó la mirada y negó pacíficamente. No estaba ahí para declarar una guerra a su mejor pieza, tampoco estaba ahí para deshacerse de su lujuria. Cuando la mortal creyó tomar ventaja corriendo hacia la salida, fue Mavra quien la interceptó. Su mano se cerró en la frágil garganta de la chica, podía sentir como sus fuerzas se desvanecían cuando el oxígeno faltaba en los pulmones. Sin embargo, la tortura de la vampiresa fue permitir el paso suficiente de aire para que ella pudiese respirar y no desfallecer antes de que iniciase el juego. Sus garras arrojaron el cuerpo de la joven al frente del conde. Y, cuando la humana pensó que sería él quien acabase con su vida, fue de nuevo la pelirroja quien atravesó la distancia hasta ellos, sólo para arrancar su cabeza. La sangre se derramó por borbotones, el costal sin vida cayó al suelo mientras que la extremidad fue aferrada desde la melena por su victimario. Sin pensarlo dos veces, la esfera amorfa, persiguió al conde.

-Tienes razón, que afortunado que corran otros tiempos- Lamió sus dedos tentando al mismísimo demonio. La lengua de Mavra se enredaba en las falanges con tanta insolencia y perversión que incluso Dios bajaría de los cielos para poseerla. Se aproximó hasta él. –Pues también en la antigüedad si un Dios no respondía a las plegarias, era olvidado y reemplazado por otro.- Sus manos se deslizaron por el abdomen y pecho del conde. Sus labios destruyeron la distancia que les separaba hasta casi rosar los ajenos. Clavó su mirada en los orbes azules y sonrió. –No puedes dejarme esperando Lucern, ambos sabemos lo que queremos.- La uña de Mavra se deslizó por la barbilla del hombre y acarició los labios de su ahora hombre. –Porque a diferencia de las otras hembras, yo si puedo destruirte- Y fue ahí, con tanta cercanía y libido, que la vampiresa utilizó su habilidad para el dolor mental sobre él. Sacudió cada una de sus vértebras, como si estuviese encajando miles de estacas sobre su cuerpo. Hizo que la sangre de Lucern ardiese por completo, que cada una de sus fibras nerviosas experimentase el mismo aniquilamiento que padeció dos años atrás, y mejor aún, le había puesto un poco de sazón propia a la tortura. –No cometas el error de creer que me convertiré en otra de tus putas, Lucern. No cometas el error de pensar que tú jugarás conmigo, no cometas el error de asegurar que sin mí puedes ganar esta guerra. No seas… ¿Cómo lo dijiste, Insolente? Sí, pero no, prefiero decir que no seas idiota.- Cesó la tortura y se alejó de él. Tomó asiento. –Esperaré a que termines tus boberías, y cuando tengas tiempo, hablaremos sobre tu reinado, que podría ser bastante corto de continuar así-
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Mensaje por Tarik Pattakie Jue Oct 06, 2016 8:39 pm

El dolor había cesado, dejando tras de sí, a un muy furioso conde. El fuego que había crepitado en su interior, finalmente había explotado. Era un volcán, que incapaz de soportar la presión, escupía la lava para causar una masiva destrucción. El color azul en sus ojos, parecía haberse oscurecido por completo, para hacer juego con su nuevo estado de ánimo. No es que antes de la llegada de la pelirroja, su humor fuese otro. La vampiresa, sólo había llegado a joder, lo que ya estaba enfermamente jodido. Sin apartar la mirada de Mavra y con movimientos lentos, pero precisos, comenzó a desabotonar su camisa. La única humana con vida, estaba arrinconada en una esquina, tratando de pasar desapercibida. Era tan absurdo, teniendo en cuenta que sus sollozos, podían ser escuchados por cualquier vampiro a menos de cien metros. Cuando terminó, limpió su rostro, quitando todo maldito rastro de sangre. La paciencia que demostraba, era tan mortíferamente superficial y falsa. Cualquiera que lo conociera, sabría que era buen momento para tratar de tomar ventaja y correr lejos, muy lejos. – Estás en mi mansión y, no importa si estamos en el mismo lado del tablero, aquí se juega bajo mis reglas. De forma que, si te has quedado para ver el espectáculo, también ha sido para formar parte de éste. – No sólo se había levantado de su asiento, mostrándose en toda su estatura; sino también, había cruzado la poca distancia que lo separaba de su víctima, para arrinconarla. En todos sus años como vampiro, incluso como humano, ninguna mujer que quisiera se le había escapado. Ciertamente, existían maneras tan fáciles de corromper y manipular a sus muñecas. – ¿Temes probar un poco y no querer detenerte? – Acució, elevando una ceja mientras ordenaba a su presa darse la vuelta, poner las manos sobre la pared, le separaba las piernas y se acomodaba para penetrarla profunda y certeramente desde esa posición. Sus movimientos comenzaron lentos, pero pronto se intensificaron. Cuando se volvieron erráticos, la joven colapsó entre sus brazos. El inglés gruñó cuando su juguete se estropeó.

– Aquí estamos, – siseó,  – solos tú y yo. Podemos follar ahora o después, pero antes de que abandones éste despacho, habré terminado con lo que empezaste. Contigo o sin ti, me coronaré como el nuevo Rey de los Vampiros. Soy el As, y siempre tengo uno bajo la manga. No eres invencible. Nadie aquí lo es. ¿O has olvidado de dónde demonios te sacaron? No eres la única que ha despertado de un largo letargo. He visto la resurrección de Ágatha. – Cuando se acercó a la vampiresa, su erección no había disminuido ni un ápice. – El regreso de Hélèna. – Había pronunciado ese maldito nombre con ira apenas contenida. Cuando pusiera sus manos sobre ella, se aseguraría de no dejar ni un solo rastro sobre la faz de la tierra. – ¿Cuál es tu demonio, Mavra? Podemos expiarlos ahora y conquistar el mundo mañana. Los placeres y el negocio, después de todo, se disfrutan más cuando se saben combinar. – La cogió del mentón, al mismo tiempo que sus colmillos se alargaban por completo y la acercaba a su boca para devorarla. Era evidente que el conde, no iba a preguntar si estaba de acuerdo o no con sus líneas. Ella no quería ser una más de sus putas, tal como había expresado; pero sin duda, el sexo vampírico era adictivo. Había escuchado las historias que circulaban acerca de los amantes de la pelirroja, inmortales que caían con tremenda facilidad por culpa de los celos de su excompañero. Antes de que el beso llegase a su fin abruptamente, Lucern consiguió probar unas cuantas gotas de la sangre de la fémina. Era exquisito, más de lo que había esperado. No se molestó en ocultar su furia, ni sus deseos de venganza por lo antes ocurrido. – Soy un vampiro de acción, querida. Las amenazas, nunca han ido conmigo. Harías bien en recordarlo. – Finalmente la soltó, volviendo a erguirse. Su humana, había despertado. Al parecer, la fiesta sólo estaba comenzando.
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Mensaje por Mavra C. Bulgákov Jue Dic 01, 2016 7:47 pm



Inquietante. Si le preguntasen por una sóla palabra que describiera a aquel hombre, esa sería su respuesta. Las facciones de Mavra no se movieron de su lugar; había estado demasiado tiempo congelada y tenía los siglos suficientes como para haber perfeccionado su serenidad. Sin embargo, dentro de su cabeza los pensamientos más absurdos comenzaban a surgir desde las entrañas perdidas. El aroma de la sangre nutriendo la madera del suelo, el hedor del vampiro y su falo siniestramente erecto, la peste de joven bañándose en su propio miedo y placer... Un manjar de exquisitos elementos que lentamente perpetraban lujuria en su mente.

Una mueca casi imperceptible se cruzó en sus labios. Al igual que a él, nadie se le había escapado. Arqueó una ceja y suspiró con un dejo de aburrimiento. Los hombres como él y como cualquier otro, creen que llevarse a una mujer a la cama es un triunfo. ¡Atrevida ignorancia! Cuando una hembra sede a revolcarse, independientemente si se trata del mundo animal o entre la humanidad, es porque ella eligió a la presa. Siempre ha sido así durante toda la historia y es por naturaleza. Los machos tienen que danzar, mostrar sus largos y fieros colmillos, presumir su fuerza y entonar el mejor de los rugidos sólo para llamar la atención de una hembra... Si después de todo el maldito esfuerzo realizado, el decrépito cuerpo del varón no logra aumentar la libido de su contraparte, ella buscará un mejor prospecto. Esa ley aplicó también minutos atrás en esa jodida y pútrida habitación, pues las putas con las que se acompañaba el conde le habían elegido a él por su atractivo y el deseo lúdico del dinero. ¡Putas pero no pendejas! Oh, aún así, la ingenuidad no pudo con ellas. Creyeron ganar, pero perdieron la vida. Al menos una de las dos.  

-Para ser un hombre de acción, hablas demasiado.- Y fue lo único que se dignó a decir antes de tomar a la joven por la melena, y después de la osadía del hombre al besarle y probar su sangre. Le sonrió a la chica con sádicas intenciones y hacer que su habilidad natural para la tortura se volcara sobre ella. Inició con un cosquilleo, en cada terminal nerviosa, miles de hormigas hacían un vals mortífero. La chica no podía sostenerse de pie, pero disfrutaba del momento, pues no era dolor lo que su cuerpo experimentaba. Había pánico, es verdad, pero no lo suficiente como para que aquella sensación fuese desagradable. Sus pechos se estremecieron y endurecieron lo suficiente como para mostrarse más que apetecibles. Las rodillas se cerraron y su entrepierna comenzaba a segregar sus propios jugos. Mavra la tomó por el cuello le alzó con una única mano y con la segunda dibujó una línea recta desde la garganta hasta el ombligo y del ombligo hasta el botón de su flor. Una vez que su dedo toco ese sitio, masajeó con soltura y al mismo tiempo aumentaba el ardor en la sangre de su víctima.

Poco a poco, con los jadeos brotando desde la garganta profunda de la chica. Mostrándose diestra en el arte de la masturbación y mejor aún en la dominación de su poder. La joven ignoró el calor que yacía dentro de ella, el dolor y el maldito tormento que su cuerpo padecía, sólo porque su mente se encontró perdida en la mirada de la vampiresa así como en el idílico orgasmo al que estaba a punto de llegar. La sangre comenzó a hervirle. Las burbujas se asomaron por encima de la piel hasta reventarse. Las yagas acabaron con la belleza que alguna vez portó su rostro. Su hermoso cabello se desprendió del cuero cabelludo y adoquinó la alfombra del conde a quien Mavra observaba de soslayo invitándolo a aproximarse a su éxtasis. Cuando atinó el momento en que la chica llegaba al clímax, su tortura aumentó hasta el punto de la muerte y entre jadeos, gritos, alaridos y convulsiones... la mujer explotó.

Las visceras bañaron el cuerpo de la vampiresa. Restos de carne, sangre coagulada, trozos de hueso y demás, ataviaron los muebles y el espectro mismo de la propia condesa. Se relamió libidinosamente y se acercó hasta el hombre cuya mirada era la entrada al mismísimo infierno. Sonrió. Desenfundó los colmillos y atacó la yugular. Necesitaba, no... quería, no tampoco, exigía que Lucern le devolviese aquellas precarias gotas de sangre que robó de ella. Ahogó sus fauces con el líquido ajeno y persiguió su boca para devolverlo. Con fuerza y sin cuidado lo despotricó contra el sillón próximo. Lo sentó ahí y se montó sobre él. Arrebató de su cuerpo las faldas, los holanes y el corsé. -Nunca metas la mano a la jaula de una bestia hambrienta- Y así, sin más nada y sin haber dejado que su cuerpo se excitase lo suficiente como la lubricar. Orilló al conde a embestirle.
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Mensaje por Tarik Pattakie Dom Ene 15, 2017 9:29 am

Hambriento, dominante, posesivo. Las manos del conde, tiraron y estiraron las hebras rojas entre sus dedos, mientras su boca la reclamaba y los gruñidos que brotaban de su garganta, morían al compás de la danza enfebrecida con que su lengua la embestía. Casi inmediatamente, Lucern se había abalanzado hacia abajo y tomado uno de sus pezones en la boca, succionando, lamiendo, mordiendo y enroscando su lengua alrededor. Estaba tan profundamente enterrado en su interior, pero no parecía ser suficiente. El olor de la sangre, de la muerte, de sexo, llenaba la habitación. La hizo girar, de modo que en esa ocasión, fue él quien estaba encima de ella. Se echó hacia atrás, para luego embestirla de nuevo. Los músculos se apretaban alrededor de su miembro, mientras la obligaba a tomar cada centímetro de él. Cada empuje era profundo, rápido, duro, urgente, casi violento. Aceleró el ritmo hasta la velocidad vampírica, taladrándola sin piedad. Ella no iba a romperse, no era una de esas malditas humanas, incapaces de sostenerse. Sin advertencia, estaba más allá de eso, hundió sus dientes sobre el cuello de la vampiresa, succionando como un alcohólico bebería de una botella. Lo hacía con fuerza, en completo éxtasis. Cuando destrabó sus colmillos, fue sólo para morder sobre su pecho, reclamando más de ese jodido elixir. Sus embestidas, severas y despiadadas, competían con el sonido de sus gruñidos. – A menos que sea para alimentarla. – Rugió, mientras gotas carmesíes segregaban por sus caninos. Donde sea que miraran, el rojo resplandecía. La cabellera de la fémina, la sangre de sus víctimas y las suyas, todas mezcladas sobre sus cuerpos. Demonios, era una imagen de lo más grotesca. Sólo podía lamentarse de que no estuviera nadie para grabarla en una de esas pinturas que tanto le gustaba exhibir en sus pasillos.

Embistiendo con poderosa fuerza, como si quisiera meter incluso sus testículos en el interior de la inmortal, Lucern se detuvo. Tenía esa maldita sonrisa maliciosa curvando sus comisuras. – Me pregunto cuánto tiempo le tomará a tu excompañero, llegar hasta aquí. – Se burló, reclamando su punto al salir de ella y dejarse llevar de nuevo. Maldita sea, podían prolongar ese exquisito placer durante demasiado tiempo. Y porque ella se lo debía, de pronto quien estaba dentro de Mavra, no era Lucern, sino Ethan; a quien había visto hacía unas noches en los túneles que llevaban hacia su Club. Si bien ella no le había contado nada sobre su pasado, los rumores que envolvían a ese par de vampiros, eran conocidos por todos en el submundo. Ahora que la tenía atrapada bajo su cuerpo, podía ser testigo de las emociones que cruzaban por su rostro. La ilusión que tejió sobre sí era impresionante, pero no del mismo modo en que Ethan lo hacía. Había muchos siglos pesando sobre éste último y, algo más que sólo dos seres conocían, acerca de las cicatrices que envolvían su cuerpo: Mavra y su hermano gemelo. – ¿Cuál es tu secreto, Mavra? ¿Por qué estás tan interesada en ganar ésta guerra? – Cuestionó, claramente con la amenaza cerniéndose en su voz. – No quieres una corona, ni un país para gobernar. Quieres venganza. – Acusó, deslizando su lengua sobre la mejilla de la fémina, lamiendo cualquier rastro de sangre que encontrase sobre su piel. – Una que puedo ayudarte a obtener, siempre que trabajemos en igualdad de condiciones. Hay rumores, pelirroja, de que una vez lo traicionaste. No puedo contar con tu lealtad, pero sí con tu poder y conocimientos. – Al menos, por el momento, pensó. –
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