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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Abbey Appleby Sáb Jul 02, 2016 10:56 am

Time will change you
Nothing lasts forever more




¿Cuánto tiempo tras esas cuatro paredes? Semanas, no… meses. Desde que fue a por Jesse al orfanato, no volvió a salir de la residencia. Incontables cartas escritas y no enviadas ¿a dónde? No conocía la dirección en donde se encontrase ahora y dudaba que quisiera saber de ella. ¿Por qué no la buscó, no lo luchó? Las promesas carecieron de sentido para la joven Appleby. Solo creía en sí misma y eso era justamente lo que necesitaba. Poco a poco, había cobrado el apetito, no perdió la sonrisa gracias a ese niño, no dejó que se apagase. Las clases aburridas de la señorita  Gilbert no cambiaban, eran un lastre continuo pero al menos cumplía con sus obligaciones. La de veces que escuchó un “Buena chica, Abbey”, cuánto odiaba eso pero al menos esa señora era feliz y la dejaba en paz en sus ratos libres.

La última clase de la mañana terminó, una sobre cómo desenvolverse en cualquier tipo de conversación, algo en lo que era más que experta pero no delicada. Se le hizo tan eterno que fue derecha a tumbarse en la cama, haría hora para la comida y más tarde saldría a jugar con Jesse, si no se queda dormida antes. Acomodó la cabeza en la almohada, quedando de perfil mirando a la puerta y deslizó la mano por debajo de la almohada cuando se topó con algo. Un sobre, debía de ser importante cuando la señora Gilbert se lo dejó tan escondido y una clara advertencia: leerlo. Se incorporó en la cama, deslizando el dedo por el cierre y conseguir abrir aquel sello estampado, venía de la casa Cavey.

-“Me complace invitarle al baile de máscaras que se celebrará, esperamos su asistencia.” No, gracias -de la nada, el señor Milles salió por una de las puertas de la misma habitación y daban a otras habitaciones. Le dio tal susto que le tiró lo primero que tuvo a mano, arrugando la carta y haciéndola bola, el hombre la atrapó sin esfuerzo alguno…la terminó leyendo por encima -Señorita Appleby…-ésta negó varias veces, no se le pasó por la cabeza ni un segundo en ir a ningún sitio y menos a una fiesta , mezclarse en ese mundo -Entonces, me llevo el regalo -maldito hombre, sabía lo que le encantaban las sorpresas. Enarcó una de sus cejas rubias de forma inquisitiva y le indicó que se acercase -¿Qué sorpresa? ¿Y qué tiene que ver la invitación? No se ande con pamplinas, no tengo paciencia ya lo sabe-el hombre rió por lo bajo y desapareció sin más por la misma puerta en la que había aparecido.

En cuestión de minutos, el hombre regresó con varias cajas. Una grande que soportaba el peso de otras dos con menor tamaño. Abbey curiosa, se levantó acelerando el paso al ver cómo las dejaba en la mesa de la salita de la propia alcoba. Muchos paquetes, demasiados. No le gustaba llenar el armario de cosas innecesarias, complementos, trajes de fiesta y demás. Cualquiera de esos vestidos alimentaría a una familia durante meses, encima de incómodos eran caros. Resopló y vaciló antes de abrir la primera caja. En ella, una bonita máscara veneciana plateada, solo le cubría la parte de los ojos, dejando parte de las mejillas y los labios al descubierto.

-La máscara -murmuró abriendo el segundo paquete, el calzado a juego con la máscara y algún que otro adorno para su cabello. Así que pretendían que de una vez abandonase la residencia, curioso cuando antes la castigaban por hacerlo demasiadas veces. -Y lo que falta es el vestido ¿no? Vamos, señor Milles ya le dije que no -el hombre carraspeó, acortando las distancias entre ambos y apoyó una mano en el hombro de la joven -Es un regalo anticipado, del chico y mío ¿lo va a rechazar? ¡vamos! Debe ir, nadie sabrá que es usted, está oculta tras la máscara…solo entregue la invitación y podrá hacer lo que quiera , le acompañaré -un chasqueo de lengua por parte de la joven y un murmullo que hizo al hombre reír, ambos en silencio se acababan de comunicar, Abbey iría a la fiesta.

La diferencia con las otras chicas, era que Abbey no necesitaba ayuda ninguna para vestirse o peinarse. No le agradaba le tocasen, le aconsejasen para terminar siendo quien no era. Siempre era fiel a su esencia y como tal, esa noche no iba a ser distinta; salvo por aquel cambio de actitud. Ya no era esa niña, no lo sería nunca. Afrontaba la vida tal como era pero siempre leal a sus principios, seguía pensando de la misma forma, seguía siendo la misma pero ese muro invisible que había creado, nada ni nadie iba a poder derribarlo. Si no se protegía a sí misma ¿quién iba a hacerlo en ese aspecto?.

Milles, le esperaba sentado tomando una copa de vino. Los pasos de la joven le alertaron y al girar la cabeza, sus ojos siempre inexpresivos…esa vez se abrieron con sorpresa, seguido de una leve sonrisa. Aquel vestido le quedaba perfecto pero aún no se puso la máscara que ocultaría su identidad. Siseó para que le dejase hacerlo a él, y una vez bien colocada dejó que su cabello rubio cayese como una cascada de ondas de oro por uno de sus hombros. De nuevo no hicieron falta palabras, miradas intercambiadas y un brazo que ella tomó hacia la fiesta, la primera después de tanto tiempo.

Y la primera en casa de los Cavey, fue invitada alguna que otra vez pero nunca asistió. Todas iguales, el lujo y los mismos temas de conversación, las mismas caras y las proposiciones que evitaba a toda costa. No iban a cambiar tampoco esa noche pero solo por contentar al señor Milles, valía la pena. Le encantó el vestido, blanco y brillante como la nieve. La máscara resaltaban aún más sus orbes azules que no se apartaban de la silueta del señor Milles. Cuando el carruaje se detuvo, bajó la mirada un instante, no estaba preparada para aguantar ni que la soportasen esa noche pero debía de hacer de tripas corazón, si asistía su  padre dejaría de darle la tabarra con que “tienes que lucirte en sociedad para buscar un esposo”. Pamplinas.

Sentía cómo seguía sus pasos lo que le arrancó un suspiro. Intentó no pisarse el vestido, lo tomó de tal forma que sin querer mostrase su bonito calzado. Todos observaban a su alrededor, curiosos de quién pudiese ser aquellos que entraban o salían de la fiesta hacia otros lugares de la casa. La identidad estaba salvada para muchos, algunos no. Una fiesta más relajada pero igual de agobiante. Aligeró el paso sin percatarse y por lo tanto perdió al señor Milles tras su espalda. Inevitable que muchos clavasen la mirada en ella, estaba radiante e intimidaban esas orbes azules cruzarse con miradas desconocidas.

La música se mezclaba con los murmullos, la sed empezaba a hacerse presente por lo que aprovechó cruzarse con alguien del servicio y tomar una de las copas de vino que ofrecían. Demasiado ruido y comenzaba a agobiarse. Necesitaba salir de allí ¿cómo?. Sus orbes azules sopesaron un par de salidas, una puerta principal que daría algún pasillo y con suerte a una habitación vacía. Pensado y hecho, aceleró el paso y  abrió la puerta, sin querer hizo demasiado ruido del que le hubiese gustado pero al menos ya podía disfrutar de su soledad por unos minutos. Apoyó la espalda en la puerta, suspirando, la calma volvía, los murmullos y el calor sofocante seguía tras su espalda.

La estancia estaba iluminada a tenue luz, una de esas habitaciones de ocio. La chimenea apagada, en este tiempo veraniego no es dispensable. Se separó de la puerta despacio, tomándose su tiempo para familiarizarse con el lugar.  Cuadros con los que serían los dueños de la casa, una hermosa joven rodeada de sus padres. Qué suerte. Pensó, ella no tendría que estar soportando a sus hermanas mayores. Suspiró, desviando la mirada hacia la ventana, al lado de ésta, un piano blanco como el nácar. Sonrió de medio lado, la señorita Gilbert no le deja nunca tocar el piano en la residencia, no al menos que sean partituras que ella escogiese . A Abbey le gustaba la música, componía a escondidas como muchas otras cosas. Dio un trago a la copa de vino, la mano libre acarició la tapa de aquel glorioso piano y tomó asiento, no sin antes dejar la copa  en un lado en el suelo y aprovechar para quitarse el calzado, descalza estaba mucho más cómoda.

Antes de comenzar a tocar, acarició las teclas con sumo cuidado, suavidad y mimo; algo que no solía mostrar a nadie y verse vulnerable tan solo con aquel instrumento de música. Las primeras notas, se le clavaron en el alma. Una melodía que había serpenteado por su mente, bailando por su cuerpo y ahora podía mostrarla, en su soledad o eso creía. Pronto la suave melodía, se vio acompañada por la voz de la joven, con sentimiento, melodiosa, acariciadora y con carácter al llegar a las notas altas. El mensaje de aquellas palabras era claro  y conciso, hablaba de la vida, de cómo se superaban ciertas cosas y aún seguía ahí…viva. Su propia historia.

La silueta de la joven frente al piano, se definía a la perfección. Parecía un ángel, curioso…cuando para muchos era el mismo demonio. Sentía cada nota de música, cada palabra que salía de sus labios, como si aquel momento lo hubiese estado esperando por mucho tiempo y por fin, en ese piano y esa noche pudiese hacer su deseo realidad. Cantaba para sí misma, un himno de que sí, seguía ahí pese a todo. Una mujer fuerte y luchadora, diferente pues en vez de estar coqueteando o buscar presa, prefería la compañía de aquel piano y que sus pies descansasen de sus incómodos zapatos.

- Dear life, am I doing this right?
Can you see me tonight
Can you help me dear life?
And I know that I can't understand
What you hold in your hands for me
Dear life

I'm a survivor
I'm a survivor
I'm a survivor
Dear life
Dear life


Lo último, lo susurró, un susurro que se perdió con aquellas últimas notas. Sonrió satisfecha, lo consiguió…seguía de pie y más viva que nunca. No se percató de otra cosa que fuese aquel momento de intimidad… un grito al mundo ¿habría sido escuchado por alguien? Sus orbes azules bajo la máscara, se clavaron en unos totalmente desconocidos. Se agachó tomando la copa entre sus dedos y dar un largo sorbo, dispuesta a enfrentarse a cualquier cosa.

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Mensaje por Haytham Cross Lun Jul 04, 2016 3:22 pm

Ni el riguroso luto había sido respetado en aquella casa. La señorita estaba logrando en pocas semanas al mando, malograr el prestigio creado por años por su padre.
Escándalos y rumores, que al parecer poco importaban a la joven Valeria, que parecía más preocupada en organizar aquella máscara que en la palabrería ajena.

Por su parte Haytham estaba atareado en averiguar todo lo que pudiera sobre la hermana desconocida de su señora, Abbey Appleby. Bastante ocupado, pero para él mejor, así Valeria no estaría molestándole y él estaría moviéndose en paz en aquello que mejor sabía hacer, investigar.

No había conseguido demasiado realmente, la señorita Appleby no había reunido tantos escándalos en tan poco tiempo como lo había hecho su hermana. Protegida por la Señorita Gilbert y el Señor Milles, éste último lo veía como pieza clave y oportunidad para acercarse a ella, al parecer era su hombre de confianza. Actitud rebelde y desafiante, al parecer no tenía demasiado interés por cumplir su destino de comprometerse como el resto de sus compañeras, manzana podrida había afirmado. Un rumor que no pudo verificar por completo, de uno de los últimos eventos, se decía que la había visto flirtear con un soldado indio de las colonias, pero no era una historia demasiado verídica, un simple chismorreo sin demasiada importancia.

Al parecer ya no despertaba más conflicto, rectificado sus modales, ahora era un corderito dócil, al parecer había conseguido domar su actitud. No veía nada demasiado raro en todo ello, ahora solo le quedaba conocer su físico y buscar en los recovecos de su personalidad el punto flaco para culminar su trabajo. Esta historia necesitaría de paciencia, y constancia, no era un simple asesinato, era algo más, necesitaba conseguir que todo quedase como una historia natural, un accidente sin casualidades, sin cabos sueltos.

Solo llevaba dos días de vuelta al hogar de los Cavey, no solo había estado ocupado en aquella investigación había que cerrar tratos en aquellos negocios que ni la Señorita de la casa sabía, y que solo el señor y él estaba enterado, había seguido las indicaciones en el caso que faltase. Y aun le quedaba bastante, tendría que viajar más.

La chaqueta que caía pesada sobre la cama, estaba cansadísima no tenía humor para éste tipo de eventos, más no le gustaba verse rodeado de tanta gente, y sobre tener que hacer el esfuerzo de hacer vida social. Ese mundo no estaba hecho para él.
Ropa doblada, y una caja con una máscara. Ella lo había medido todo, lo había elegido, quería vestir a su nuevo juguete y títere. ¿En qué se había convertido? Estaba tan dispuesto a ser humillado de aquel modo, ¿dónde quedaba su dignidad? Suspiró, necesitaba un buen baño.

Máscara:

La música y las conversaciones ya inundaban el salón, no paraba de entrar invitados con lujosas galas y lustrosas máscaras. Y mientras tanto él remoloneaba con bajar, paseándose por las salas.
Caminaba por uno de los pasillos cuando… ¿Qué era ese sonido? Detenido junto a la puerta agudizó el oído.
Un extraño sentimiento se aferró en el interior de su pecho, sintió una profundad congoja, un abandono. ¿Por qué? El recuerdo de un piano, ¿un recuerdo? Su voz, su sonrisa, su perfume, pero no veía sus ojos, no podía ver su cara… Aquello era desesperante.

Cruzó la puerta, y en sigiló descubrió la procedencia de la música. Una joven enmascarada, cabellos rubios, había belleza en sus delicados movimientos, parecía acunada por el sonido de las teclas, disfrutaba sin atender a su presencia. Aquella música le era desconocida, cautivadora. El bruto sintió sus mejillas cálidas, sus ojos brillar contenidos, pero ni una lágrima perturbo a la roca. Sintió aquello tan íntimo, y a pesar de la tristeza había un ápice de esperanza en las notas.

Finalmente se acercó demasiado para que se percatará de su presencia, sus ojos se cruzaron, el color del océano y las olas fundirse en éste. El mundo era mudo, y el silencio tedioso en los segundos que pasaban sin prisa.
Haytham se acercó y dejo sobre el piano la máscara que debía de llevar puesta. Ella bebía su copa esperando algún tipo de palabra.
Él miraba las teclas, meditabundo, las acarició con una de sus grandes manos. Aquel piano llevaba años allí, muerto para todo, y su sonido había conseguido regalarle un descubrimiento.


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Inclinado su cuerpo, sus dedos tocaron tímidas notas, notas que poco a poco fuero uniéndose en melodía… No podía creérselo, sabía tocar el piano, y ni él mismo era consciente de ello, estaba descubriendo aquella habilidad en aquel momento. ¿Quién había sido antes? ¿Quién era? Su identidad borrada, no era Nadie, no sabía de Nada. Y allí tras diez años, descubría que amaba la música, y que sabía interpretarla de memoria, sin quererlo un pequeño cajón dentro de su cabeza había abierto, y había canciones y música, había miles de partituras y notas danzarinas.

Sus dedos se detuvieron dejando sin terminar la canción que había empezado…

-Señorita, esta zona es privada. Creo que debería volver con los invitados, la celebración es en el salón, no aquí. -Le dijo con amabilidad y cortesía mientras volvía a coger la máscara y se retiraba del piano.


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Mensaje por Abbey Appleby Mar Jul 05, 2016 11:06 am

Quizás, estemos en este mismo instante bajo el mismo punto de partida…por alguna razón


Se había dejado llevar, desenmascarándose al cantar aquella canción que le salió del más escondido rincón de su alma. En aquella habitación pudo ser ella misma por fin, después de tanto tiempo. Un piano y su propia voz como acompañantes de la fiesta de máscaras ¿para qué más? al señor Milles le aseguró que asistiría pero nunca le prometió permanecer en las salas llenas de gente, bailar e interactuar con los demás invitados. Acababa de expresarse a pleno pulmón al mundo y nadie le había escuchado, como siempre.

Las orbes azules de la joven Appleby, se fundieron con unas igual de intensas. Chocaron irremediablemente, pues acababan de comunicarse en el más profundo silencio. Le observó detenidamente, la luz que entraba por la enorme ventana fue el candelabro perfecto para descubrir a su ahora, acompañante. Se fijó en su expresión, como si no fuese la primera vez que la oyese tocar. Por un momento, dudó en si lo había visto antes pero imposible porque se acordaría, jamás se olvidaba de todos aquellos que cruzaban su vida y él…aún, no se encontraba en aquel camino. Parecía temer acercarse, tanteando el terreno, despacio como si fuese un cabritillo asustado, cosa que no pasó desapercibido para la joven y que sin ninguno proponérselo….había captado toda su atención.

Toda la atención a aquella mano que ahora, acariciaba las letras del mismo modo que ella hizo antes, nada más entrar en la sala. El sonido de las primeras notas que aquellos dedos ágiles, regalaron a sus oídos. Entrecerró los ojos, intentando averiguar qué canción era, si podía seguirla en un tono más bajo y justo cuando se animó a acariciar las teclas que seguían a la melodía, él le propuso marcharse…justo ahora. Con la canción a medias, su voz rompió el silencio, no era menos melodiosa que aquellas notas sueltas…se le antojó acariciadora.

-Y por eso usted está aquí también, porque la celebración es ahí -hiló las frases con el mismo tono de voz que él había empleado. Buscó su mirada, volver a la batalla de miradas y cuando volvieron a encontrarse, no dejó que se perdiese. Lo seguía mirando fijamente con una leve sonrisa dibujado en su rostro enmascarado -Estoy en el lugar indicado, no necesito fingir que me lo paso bien ahí fuera cuando aquí empezaba a hacerlo…-él podía pensar que era por cómo se había expresado cantando y tocando el piano pero era algo muy diferente.

Ya había tomado la máscara, él estaba dispuesto a irse y ella se había quedado con ganas de más. Se mordió el labio inferior, no se levantó pero sí evitó que él se marchase. Lo evitó tomándole de la muñeca de forma firme, sus ojos azules le pedían en silencio que no solo se fuese , se quedase allí con ella por una sencilla razón. Actuó sin pensarlo, como siempre pero esa vez no le soltó, seguía manteniendo aquel agarre hasta que él accediese a su petición.

-Esa pieza… -murmuró bajito, intercambiando miradas entre los ojos ajenos y el piano -No la reconozco y de música entiendo…lo suficiente para conocer todas las habituales y los clásicos. No es de cualquier maestro de la música, es suya. -lo afirmó y estaba tan segura de ello que le hizo un hueco a su lado, tirando levemente de su muñeca, impidiendo que se desvaneciese igual que como había llegado a su encuentro -Tóqueme -con determinación, seguridad, esperando que de verdad… él accediese -Le acompañaré, a no ser que quiera otra pareja de baile… -enarcó una ceja, soltando su agarre, dejando que él decidiese.

Una forma de abrir otros cajones de su mente, si seguía tocando podía descubrir algo más…. ¿qué tenía que perder?

-Suelte la máscara, ya no tiene que esconderse tras ella… o puede irse y tener que hacerlo -




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Mensaje por Haytham Cross Dom Jul 10, 2016 10:54 am



No contesto, aunque ella estaba en lo cierto. De algún modo él estaba también huyendo de la celebración y las conversaciones, aquel mundo no estaba hecho para él, la frivolidad y la hipocresía de la clase alta, de la cual ahora formaba desde que el Señor Cavey le había dado un lugar, tampoco calzaban con él. Además, estar entre ellos era ver aquellas miradas sobre él, huidizas y temerosas, tratar con muchos de ellos, les recordaban que debía de temer a la mano derecha del señor Cavey, y que sus asuntos turbios tenían unas consecuencias. Haytham se aseguraba de hacer pagar en el caso que no se cumpliesen los pactos.

Ella lo tenía bastante claro, y al parecer compartía su modo de ver la fiesta indirectamente. ¿Quién sería aquella joven? Seguramente que venía de alguna de esas escuelas de señoritas y que aprovechaban ocasiones como aquellas para presentarlas como casaderas.
Las conocía bastante bien, sobre todo cuando venía sus protectores a ofrecerles ofertas de matrimonios y recomendaciones, pero Haytham estaba seguro que ya era un hombre casado, así que siempre rechazaba. Más que el sexo opuesto llevaba años sin interesarle para nada.

Ademán para alejarse, sintió con fuerza las manos delicadas de ella detenerlo por la muñeca. Contacto. Su cuerpo se tensó, odiaba que lo tocasen, el contacto humano era algo hiriente para él, una cicatriz o marca del trauma sufrido en el accidente tal vez. Lo aborrecía, y era reacción a éste, de tal modo que se había vuelto un tanto arisco.
No quiso ser rudo, aunque deseo de un tirón deshacerse de su mano, pero sus ojos azules con cierta suplica le hicieron tenerse extrañado por lo que luego le dijo. Aquello le sorprendió, porque pocos toleraban la presencia de aquella mole.

Trato raro, en ello no había temor, seguro que no sabía quién era. Extraña petición por su parte, ni él mismo tenía claro qué tipo de música acaba de interpretar, estaba allí, en un rincón de su memoria esperándole, creándole sensaciones, devolviéndole otra pieza del puzle que era su identidad.
Otro tironcito, le pareció tímido. Hombre de pocas palabras que volvió a dejar la máscara sobre el piano. Decisión tomada, se quedaba, tenía demasiada curiosidad.

Como pudo se sentó a su lado, la miro de soslayo, inseguro, no sabía lo que hacía realmente, pero volvió a posar los dedos sobre el teclado e intuitivamente comenzó a tocar lo que antes había comenzado.

La música fluía sola entre sus dedos, era como estos no siguiesen su voluntad, como si estuviesen influido por algún tipo de hechizo o similar. Por un momento se olvidó de su misión de sus obligaciones fuera de la sala. Aquella celebración no era para su diversión, él tenía que buscar a la tal señorita Appleby y descubrir mucho más. Tenía trazado un plan, si esa mujer no venía sola y traía cierta compaña él…


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Mensaje por Abbey Appleby Dom Jul 10, 2016 5:35 pm


Tu silencio vale más que miles de palabras.




Canción inacabada. Teclas que bailaban al mismo son, creando la más maravillosa de las melodías. Se sentía abrumada por aquel sonido desconocido. Una simple canción removió en ella sentimientos olvidados pues sí, la había conmovido de tal forma que ahora ansiaba más. No podía quedarse a medias, no iba a permitir que aquel, dueño de semejante melodía se le escapase como muchas otras cosas. Agotada de que la mayor parte de cosas buenas se esfumasen ante sus ojos, él no iba a desaparecer sin más…llevándose lo más conmovedor llegado a sus oídos después de tanto tiempo.

Dos almas similares, encontrándose en la misma habitación, rehuyendo de aquella pomposa fiesta. Nunca antes le había pasado algo parecido, todo el mundo deseaba estar tras esa puerta que invitaba a darte paso a la más lujoso de los eventos. Acababa de encontrar su sitio en aquel lugar ¿por qué debía de abandonarlo? No iba a permitirlo y menos que él se llevase esa parte de melodía.  Sus orbes azules, se entrecerraron, esperando alguna palabra que saliese de sus labios pero el silencio… la sorprendió como esas orbes verdes como el trigo. Conocía esa expresión a la perfección, de ella misma. Perdida y confundida, sin saber si ese era o no su sitio. No quería ver fantasmas donde no los había pues ya pertenecían al pasado. Su presente era aquel, ese instante.

No pasó desapercibido el desagrado cuando le impidió que se fuese. Actuó sin pensar como siempre, ella tampoco iba por ahí tomando manos ajenas, pidiendo nada pero… lo necesitaba. Quería olvidarse de todo lo referente a ser quien era, fue y renacer de sus cenizas como el ave fénix, ese ser mitológico que tanto le recordaba a ella. Esas orbes verdes, inseguras, se encontraron con las de la joven Appleby que brillaban intensamente, empujándole a que no solo se atreviese… si no también recordase, le mostrase aquello tan maravilloso tenía guardado y ansiaba por conocer, él memorizase.

Maravilloso. Espléndidas notas que regaban sus oídos. Frunció ligeramente el ceño aunque no se apreciase, le agradaba oírle tocar e inconscientemente, sus manos se unieron al baile de aquella gloriosa melodía. Un dueto que se complementaba a la perfección, ella guiada por él, pudo ayudarle a acabarla. No se tocaban, ni siquiera se rozaban estando sentados pero sí parecían bailar juntos creando aquella canción, tocando por primera vez juntos y parecer que en otro momento…se habían encontrado.

Cuando acabaron, Abbey buscó la mirada ajena. Una mirada que le hablaba sin palabras y por su parte era lo mismo. Hizo un leve gesto con la cabeza, un placer haber tocado con él y sin embargo, volvía a su pensamiento una y otra vez aquellas notas… como si no pudiese pensar en otra cosa. ¿Qué diablos? Maldita sea. Sin más, rompió a reír, acariciando con infinita suavidad las teclas del piano, fue un momento extraño pero ameno y agradable, mucho mejor que cualquier baile en el que “sin querer” terminaban toqueteándola por todas partes.

Y descalza, tal como estaba, se levantó de su asiento. Parecía ser suficiente, dispuesta a abandonar el lugar pero lejos de eso… bordeó el piano. Con un gesto de cabeza le pidió que abandonase su asiento , si él se levantaba quedaban frente a frente. Hasta que no lo tuvo de pie, no se percató de lo alto y fuerte que era. Alguien con aquel físico, mostraba algo muy diferente en su mirada… aquel interrogante del que era imposible acceder. ¿Por qué? ¿Por qué esos ojos le gritaban en silencio? Y lo primero que salió de sus labios, más que una petición , cualquier barbaridad o cosas de las que luego arrepentirse….comenzó a tararear aquella canción, moviéndose con elegancia en el lugar, invitándole a bailar.

No tenía intención de tocarle, solo esperaba que él siguiese sus pasos, pues solo ellos bailarían una canción original. Sonrió a medida que daba una vuelta en sí misma e intercambiaba posiciones quedando al otro lado, frente a él. El vestido blanco parecía centellar, no tanto como sus ojos azules, ilusión por ser él…la primera persona que invitaba a bailar en aquella jaula de locos. No dejaba de mirarle a los ojos, fijamente como si nada más existiese, las palabras sobraron, el tarareo melodioso persistía en sus labios. Era como si al repetirlo una y otra vez… no se le olvidase. Y el tacto nulo, solo movía su cuerpo, elegante y decidido , como si bailasen juntos aquella melodía única que él había creado.

La máscara, evitaba ver su rostro con claridad y antes de que dejasen de bailar, se mostró ante él sin ella, dejándola al lado de la suya, simplemente… mirándole a los ojos, no tuvo que decir su nombre ni él el suyo. No tenían que hablar para decírselo …prácticamente todo y aún así, su suave voz irrumpió el silencio. Le había sobrecogido con el sentimiento con el que aquel hombre desconocido había tocado cada nota, tal que no le salía palabra alguna…como si él acabase de tocar su alma con aquella canción.

-Cada nota ha hablado por usted. Y ahora su mirada, lo mismo. -se mordió el labio inferior, no sabía bien que decir así que fue lo primero que se le pasó por la cabeza… -Le atraparía aquí durante toda la noche, repitiendo la misma canción una y otra vez. -no, esa joven no era como ninguna de fuera, pues acababa de ver y comprobar… que no solo ella pensaba de aquel modo -Este no es mi sitio pero ¿qué le va a decir una señorita de clase alta, ¿no? Déjeme que le diga que es la única persona… que me ha conmovido. -ahora sí, sobraron las palabras.

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Mensaje por Haytham Cross Sáb Jul 16, 2016 1:48 pm

No había patrones ni caminos que recorrer, más bien creados con cada paso o cada caricia al teclado.
¿De dónde saldría aquella melodía? Debía de hacer de algún pequeño rincón y polvoriento dentro de su alma o memoria. No era una melodía aprendida, ni tal vez recordaba, surgía así sin más, creando sendas con cada paso recorrido.
De repente había olvidado toda su misión, toda festividad, incluso en la sala en la que situada. El aroma fresco de un ancho mar lo llevaba a través de este a un lugar al que solía llamar hogar, recordaba el sonido de las olas chocar contra las rocas en las noches revueltas, su aroma al azahar, una sonrisa… ¿Quién era Haytham? Que le había gustado, que odiaba con profundidad… Al parecer tocaba el piano, tenía un cierto oído musical el cual no sabía, y había descubierto casi 10 años después de su resurrección.

Cuando sus dedos no supieron por dónde continuar, cuando sus acciones se ralentizaron, el sonido ajeno de otros dedos compartiendo teclas lo despertó fde su ensueño como animándole a seguir su reto, como si su música le invitase a bailar junto a ella. Sin quererlo la roca sonrió solo curvando sus labios, y le miró desafiante contestando a las mudas palabras expresadas en simple melodía.

Había una completa compenetración entre aquellos desconocidos, él se había dejado llevar por ella, y supuso que ella por su parte igual.
No había tristeza, ni recuerdos, ni sufrimiento si no una cháchara animada y alegre que le causaba cosquillas en el interior.
Sus manos se cruzaban haciendo intrínsecos caminos complejos, a veces se rozaban, pero a él no le dolía, le gustaba y aquella sensación de paz y calma, ese calor fue lo que de repente hizo que se asustase, y casi se levantase de golpe.

¿Qué era aquello?

Ella hablaba de abrir el alma, él se sintió estúpido y descuidado por haberla abierto sin quererlo y con aquella facilidad. Le había mostrado su debilidad, había olvidado sus responsabilidades… Valeria estaría buscándole.


-Creo que debería marcharme. -Dijo de pie mirándole tremendamente confuso, aquellas sensaciones le causaban temor, se sentía perdido en aquel remolino de sensaciones casi nuevas, como su fuese un recién nacido en el mundo de la felicidad. -Discúlpeme


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Mensaje por Abbey Appleby Dom Jul 17, 2016 6:28 am

¿Coincidencia? No. ¿Curiosidad? Sí. ¿Vienes conmigo a un lugar diferente a todo lo que nos rodea? Contesta…


La compenetración con la que habían tocado aquella melodía fue irrepetible. Aunque lo intentasen mil veces, no les saldría del mismo modo. Fue breve, pero aquella brevísima sonrisa del desconocido fue contagiada a la manzana quien sonrió de medio lado, dedicándole una fugaz mirada…buscando una vez más…esas orbes verdes esmeralda. Fue un momento extraño, como si aquel hombre, hubiese llegado justo en el momento exacto a la habitación como si le hubiese estado esperando desde que llegó a aquella casa.

Negó con la cabeza ante esos pensamientos, no le conocía de nada y aún así, cuando sus miradas se encontraban en silencio y conversaban, era como si le conociese durante toda su vida. Se le hacía tan conocido como desconocido al mismo tiempo. ¿Quién era? ¿Por qué irrumpió en la sala? Y…la mayor pregunta de todas ¿por qué ahora se iba? Leyó en esa mirada algo en lo que se vio reflejada, confusión. Ambos estaban confusos y era para estarlo, de la nada había surgido esa magia que solo ocurre una vez. No tuvieron que decir nada, tampoco planearlo solo…dejarse llevar, olvidar.

Por unos segundos, se bloqueó pues le había dejado allí, tal cual... después de haberle halagado de alguna forma. Abbey siempre era de decir lo que pensaba pero nunca, jamás halagaba a nadie. Entre ambos apenas un par de frases, las suficientes en las que se lo dijeron todo y ¿ahora se iba? ¿sin más? negó muy convencida, acelerando el paso hasta quedar apoyada en la puerta de salida a la que él se dirigía. No , no iba a marcharse, tenía que preguntarle muchas cosas, decirle otras tantas y ahora mismo, no se le ocurría ninguna.

Le miró a los ojos, creando una nueva batalla, azul contra verde… desafiándole alzando la barbilla, un nuevo reto silencioso. Volvió a negar, no era el único confundido, ella también lo estaba. Las palabras atragantadas, empezaba a ponerse ¿nerviosa? Inquieta, impaciente. No era nadie para cortarle el paso, tampoco… quien para decidir por él pero la sinceridad siempre brillaba a su favor.

-Le he dicho que ha sido la única persona que me ha conmovido ¿es que no se entera? -su tono autoritario pero suave, acariciador. Sus orbes fijos en los de él, ya no había más palabras nuevas, no se le ocurría la forma de expresarse así que, impulsada por sus propios deseos…se deleitó en la imagen de aquel hombre desconocido. Dibujó con sus orbes de hielo aquel rostro que tanto expresaba en completo silencio. Leyó desamparo pero alegría al mismo tiempo, confusión pero se envalentonó al seguir con la pieza.

No lo pensó, impulsiva por naturaleza, dio un par de pasos hacia él, los suficientes para no solo bloquearle el paso. Sus manos se enredaron en su cuello, los dedos de la joven se enredaron en aquel cabello fino rubio oscuro y volvió a intentar buscar la respuesta en aquellos ojos verdes que tanto le habían transmitido. Quiso hacerlo y lo hizo. No tuvo que alzarse de puntillas, solo buscar sus labios con sumo cuidado. No cerró los ojos, su aliento invitó al hombre a que se uniera a aquel baile. si iba a impedir que se fuese lo haría con todas las consecuencias.

No dudó y lo besó. Fundiendo sus labios con los ajenos, probándolo, indicándole con aquel beso que no solo no era como cualquier otra joven de la fiesta, si no alguien decidida quien no le dejaba volver a un presente en el que solo había espinas. Leyó felicidad e intentaba que permaneciese en ese estado lo posible. Labios de manzana, roces prohibidos, su lengua lo buscaba a tientas como si le invitase de nuevo a un baile diferente… sus manos se deslizaron hasta tomarlo del rostro y con mucha suavidad, acariciarle las mejillas con los pulgares.

Le importó poco que quisiera apartarse de ella, volvería a buscarle, decidida en sus actos. Alargó el beso todo lo que pudo, su cuerpo lo buscó irremediablemente… como si intentase encajar en algo. Era extraño, ella no se dedicaba a besar a desconocidos y él…

Se separó despacio, apoyando su frente en la de él. Como si degustase aquella pieza tocada, se lamió los labios, apartándose de él y terminar apoyada en la puerta, si él quería irse era libre… ella acababa de manifestar lo que deseaba. Su respiración entrecortada, sus orbes azules como el cielo…confusas, tremenda confusión que él había creado.

-Creo que debería marcharme, discúlpeme. No , no me disculpo, quería hacerlo y volvería a hacerlo-imitó sus palabras con un ligero toque diferente pero no se movió, quería saber si de verdad se merecía tan poco …que la dejase allí, a su suerte cuando prácticamente le había hecho olvidar todo en aquel rato.


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Mensaje por Haytham Cross Miér Jul 20, 2016 3:53 pm



Ella había esperado algo más, una respuesta, una conversación. Persona equivocada. Mudo, pocas palabras, huraño. Haytham no solía tener largas conversaciones, es más no recordase que hubiese hablado de sí mismo o le hubiesen preguntado por sus sentimientos, gusto, y demás.

Además, ella al parecer no había sido consciente de que había abierto una puerta que llevaba demasiado tiempo cerrada en su interior, emociones y ese algo más inexplicable que se quedaba asentado con agradable gusto en el fondo del estómago, por poner un lugar. Ese cosquilleo confortable, esa seguridad y calor que otra persona solo era capaz de ofrecerse, tocando un rinconcito muy privada.

¿Aquella joven de cabellos rubios y enmascarada había sido capaz de rozar un trocito de alma con sus suaves dedos y sin quererlo alterar su limitado mundo? La respuesta era sí, pero no entendía de qué modo había hecho, solo que había provocado en él una grave confusión y con ello las ganas de huir a una situación a la cual sinceramente no sabía muy cómo responder.

Al parecer la dejo igual de confusa, y más su reacción de marcharse, pero pronto ella se había levantado enfrentándose a sus pasos. Algo que no esperaba para nada, aquel enorme hombre imponía a cualquiera y ella parecía no temerle, es más se veía de aquel tipo de personas que era capaz de echarle valor.

Batalla silenciosa, ella le impedía el paso, y él podría quitarla de allí de modo tan fácil como empujarla o echarla a un lado, tenía la fuerza necesaria, pero tampoco quería hacer un escándalo dentro de la casa, y con ello alterar sus planes de infiltración y descubrimiento.

Silencio.
Terrible, y mudo silencio.
Haytham apretó su mandíbula, mientras los desafiantes ojos azules como un mar embravecido parecían intentar penetrar en los suyos del verde, como si intentase de algún modo leer dentro de él. Estaba desarmándolo, cosa que nunca ocurría y aquello le incomodaba.
Fue justo cuando iba a retirar su mirada, y dejarse derrotar ocurrió…

Aquella pequeña cosita y bella, lo había pillado desprevenido, su cuerpo había encajado con el suyo atrayéndolo a aquellos labios que le supieron dulces, atrevidos… Se perdió en ellos un momento, relajando completamente su cuerpo sintiendo otra vez esa fuerza en su interior, ese valor infundado por una seguridad y calor que nadie le había dado antes. Luego vino aquella batalla creada por su lengua y su boca, le despertó un poco en cuestión lujuria. Eso hizo que con sus grandes manos la tomase por los hombros y rompiese el momento mágico.

Respiración agitada, incredulidad en su mirada, no tardo en empujarla contra la pared cercana, apoyar lentamente su frente con la suya con ojos gachos, para ser él que la besase impaciente, con ardor y cierta pasión, olvidando sus deberes, olvidando que ella era una desconocida, olvidando incluso sus promesas a sí mismo. Habría probado el sabor de la manzana, le había dado el primer mordisco, si deseaba podría devorarla… Pero no. Dejo que ella se separara lentamente, le había cedido el paso. Ella estaba tan agitada como él, en sus ojos podía ver el reflejo de su propia excitación. No se arrepentía de nada.

Él no respondió, solo se limitó a cruzar la puerta y caminar por el pasillo tocándose sus propios labios, sintiendo aun él tacto de ella, el latir de su corazón en el mismo. Le había turbado de tal modo, que intento aclarar su mente para cuando se incorporara junto con los invitados. Tenía que localizar a la Señorita Appleby, tenía que seguir con su misión.


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Mensaje por Abbey Appleby Sáb Jul 23, 2016 6:34 am

He podido asomarme a tu alma...



Allí estaba, enfrentándose a alguien que le recordaba demasiado a sí misma. Aquellos orbes esmeraldas hablaban lo que sus labios eran incapaces de transmitirle. No le temía, lo que causaba en ella era algo muy distinto que intimidación: infinita curiosidad. Lo había sentido, en esa canción de piano no solo ella había tocado parte del alma ajena, él… le había hecho olvidarse de todo por unos minutos y eso, nadie ni nada lo había conseguido hasta ese mismo momento. Y eso le enfurecía, de tal modo que allí estaba, desafiándolo.

Más que preparada para aquella batalla, sus ojos azules se cerraron en el momento que sus labios tomaron los ajenos con ímpetu. Un beso cálido, lleno de curiosidad por explorarlo, conocer más de aquellos labios silenciosos. Malditos labios adictivos, era incapaz de alejarse, volvía a arremeter contra ellos, probarle y volver a desafiarle. Desafío que aceptó al notar como la arrastraba hasta la pared y era ahora él quien atacaba con aquel beso desesperado, apasionado. Buscó su mirada, estremeciéndose al sentir la frente de aquel desconocido en la de ella, curioso… pues necesitó ese simple gesto. Ni un abrazo, ni un beso, ni palabras que la calmasen…solo ese gesto. Y ahora que le veía tan de cerca, con más claridad se deleitó en la imagen que le ofrecía la tenue luz de la ventana. Atractivo, fuerte y robusto, con una mirada distinta a las que había admirado hasta ahora… Le devolvió el golpe, con la misma pasión en beso.

Buscó sus labios una vez más cuando se separaron pero no lo encontró. La respiración entrecortada gritaba que ella había sentido lo mismo que él. No hicieron falta palabras, ambas miradas volvieron a chocar irremediablemente, haciéndose una y la misma curiosidad, les hacía huir por lo desconocido…y volver a sus “deberes”. Turbada por las sensaciones, luchaba por lograr bajar de nuevo aquella fiesta pues aquel maldito hombre le había hecho olvidar donde se encontraba y qué debía hacer en aquel lugar.

Antes de salir, apoyó la cabeza en la pared mirando al techo y una risa se le escapó de los labios de lo más divertida. ¿Qué acababa de pasar? ella… no se dedicaba persiguiendo a desconocidos, buscándolos y él. Sacudió la cabeza, la sensación de vértigo se mezclaba con decepción consigo misma ¿cómo había permitido que aquello se le fuese de las manos? Ella no tardó mucho más en salir y aún él permanecía en el pasillo, imposible descartar que aquella silueta ancha e imponente…fuese de otra manera.

La manzana aceleró el paso, la música se oía de fondo y el resonar de sus zapatos en el brillante suelo, un pasillo que él había recorrido muchas veces pero esa vez sería muy diferente. Llegó apenas en unos pasos a su altura y sus orbes lo miraron de reojo como si fuese la primera vez que se encontrasen. Sonrió de medio lado, algo tramaba y no tardaría en saberlo. volvió a cortarle el paso, quedando frente a él y caminar hacia aquel hombre. Le tomó de los hombros, imitándole como en aquella sala y lo imitó, apoyando su frente en la de él…se había quedado con ganas de decirle algo más.

-Ya has encontrado lo que buscabas esta noche… no busques más -sonrió, acariciando su nariz con la ajena y esta vez, tomó con los dientes su labio inferior y tiró un tanto, buscando una vez más sus labios solo que esta vez no los rozó siquiera -La melodía.. -no, no solo había encontrado la melodía… se habían encontrado mutuamente y ni ella sabía que acertada estaba pues… la manzana era el único objetivo de aquel hombre. Se separó de él sin dejar de mirarle fijamente…recorriéndole con la mirada de arriba abajo, relamiéndose y… volver sus pasos hacia la fiesta.

En el salón, el señor Milles no había parado de buscarla. Antes de entrar, volvió a ponerse la máscara y ser ella quien buscase al hombre. Le vio de espaldas, buscándola. Rió acercándose a él sigilosa y susurrar algo que la delataría…

-Veo que sin mí es un sin sentido, lo siento, me perdí entre los pasillos. Se lo compenso con un baile ¡qué menos! ¿acepta? Vine por usted -el hombre a regañadientes tomó su mano, llevándola hasta el salón y comenzar a bailar con ella. -Es la primera vez que baila conmigo. Aceptó con el vestido… y ahora todas me envidian por bailar con el señor más caballeroso de toda la fiesta -dio una vuelta en sí, algunas personas murmuraban sobre la rubia, el señor Milles se había descubierto quitándose la máscara pues con tanto calor… le asfixiaba así que solo había una persona a quien protegiese:Abbey Appleby . El señor Milles, se la puso antes de comenzar el baile, ahora la identificación de quiénes eran... fue obvia.

-Parece que la señorita Appleby por fin decidió salir de su guarida. El señor Milles no ha parado de buscarla durante toda la noche… a saber donde estuviese metida, seguro que indagando para meterse después en cualquier cama ajena…como suele hacer-su reputación siempre tan sobrevalorada cuando en donde debían mirar era en otra dirección en la de su hermana Valeria. Una de esas mujeres ricachonas acababa de juzgarla pero ¿y ella? disfrutando del baile…no pensaba en nada más aunque era inevitable que buscase a alguien con la mirada, alguien a quien dedicó una sonrisa fugaz… a él mismo.


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Mensaje por Haytham Cross Lun Ago 01, 2016 6:19 pm


Palabras melodiosos y gesto dulce que aun se repetían en bucle en su mente con cierta satisfacción y la sensación de tener la miel en los labios por no haber ido a más. Se había quedado con las ganas de perderse en más.

Mientras caminaba por el pasillo enervado pensaba como ella había respondido, a aquel acto que ni había pensado. Había sido instintivo, un impulso, una extraña necesidad que con cierta violencia lo ejecuto en forma de labios. Ella no había sentido miedo a pesar de sus bruscas formas, de su mirada de animal confuso y herido, había sido capaz de responder con el mismo ímpetu que él había impuesto.

Por un momento se detuvo y se frotó ambos ojos, ¿estaba perdiendo el control de sí mismo? Si, estaba perdiendo el control de todo su mundo y aquello lo hacía sentirse de muy mal humor y confuso consigo mismo. Una persona que había conseguido sujetar su temple. ¿Desde cuándo se metía en líos como aquellos? ¿Desde cuándo sentía impulsos por “otras” mujeres y terminaba enredándose en el juego de jovencitas como aquella? Acaso ella le había conseguido seducir con su música.

De repente alguien le habló y despertó de su ensueño. Un sirviente le ofrecía una de las copas, la gente le rodeaba, con sus conversaciones y bailes, la música inundaba aquella sala con suntuosa decoración. ¿En qué momento había vuelto a la fiesta y se había incorporado a ella? ¿Cuándo había vuelto a ponerse su máscara? Acto automático, había regresado allí para hacer su labor, pero su mente había estado todo el rato en una extraña nube.

Por un momento buscó con sus ojos a Valeria, a esas alturas se habría incorporado a la fiesta más que de sobra. Ocupado con su labor por averiguar cosas sobre los Appleby, no la había visto en semanas y con ellos había podido estar bastante tranquilo.
Ni una tortuosa visita, ni extravagantes exigencias… Tranquilidad

Debía de centrarse, seguir con sus objetivos en aquella noche. Averiguar quien era Abbey Appleby y ocupar de ese tal Señor Milles para en un futuro cercano, suplantar su labor de protector. Su plan era acercarse a su víctima y provocar que las cosas cayeran por su propio peso. Su especialidad no era dejar ni una huella, y todos los cabos bien atados.

Moviéndose como una enorme sombra, pasando desapercibido a pesar de todo, por fin lo encontró. Un hombre enmascarado descubrió su rostro: Señor Milles. Mucho mayor que ella, podría ser padre, pero no mucho mayor que él. ¿Y a quién acababa de invitar a bailar? Por dentro sintió una exaltación, allí volvía estar ella. La joven enmascarada del piano, aquella con la que apenas unos minutos había compartido…

Una conversación cercana, de una de aquellas gallinas cotillas, típicas señoras no faltas de beneficio o lujo, que iban a las fiestas a hablar de los más jóvenes. Los cotilleos ocupaban su vida, y para Haytham, otra fuente de información.
La mujer hablaba sobre la incorporación de la joven Appleby a la fiesta, y hacía referencia a que su tardanza debía de haber sido porque seguramente se había escapado a alguna de los rincones de la casa a enredarse con otro sucio extranjero. ¡Un escándalo!

Por un momento no supo que sentir. Sus ojos verdes se dirigían a la joven que las mujeres no paraban de señalar. Era la misma joven con la que había tocado el piano, con la que había intercambiado algo más que una conversación. La joven rubia que había conseguido enredar sus pensamientos, era ni más ni menos que Abbey Appleby.

Por un momento no supo que sentir, le había cogido fuera de juego. ¿Sorpresa? ¿Confusión? Se había quedado anonadado como un pasmarote. Al parecer aquella joven tenía el mismo don que su Ama, y era dejarlo fuera de lugar. Aquella chica era su víctima, aquella jovencita que llevaba tiempo buscando, la había tenido delante de sus ojos todo este tiempo. Más cerca de lo debido, ya que aún podía sentir su aliento impregnar su piel y sus labios presionar los suyos.

Sin quererlo Haytham tocó sus propios labios. Sus pensamientos aun estaban turbados por el descubrimiento.
“No tiene por qué influir en nada, sigue el plan…” Y lo hizo, caminando entre los invitados se acercó a la pareja que bailaba y espero a su turno para pedirle a la joven que bailase con él. Luego tomaría aparte al Señor Milles para hablar de unos asuntos. Y de nuevo y como él solía decir “Las cosas caerían por su propio peso”.


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Mensaje por Abbey Appleby Mar Ago 09, 2016 4:53 am

No sé qué me hiciste, no puedo deshacer este hechizo



Tuvo que acelerar el paso porque los pensamientos, los recuerdos comenzaban a torturarla. Imágenes demasiado nítidas, reales… de un pasado que ya no volvería. Siempre regresaba al mismo punto de partida, un dibujo, una mirada y una promesa incumplida. La sonrisa de Abbey, una sincera y de aprecio al señor Milles, se convirtió en una plagada de nostalgia. Sus orbes azul cielo, se perdieron en un punto inexistente de la fiesta. Lo había recordado una vez más.

Aún dolía demasiado, una herida que seguía abierta y que por mucho tiempo pasase, sangraba como el primer segundo. El apretón de mano del señor Milles, la despertó del sueño de su inconsciencia. Frunció el ceño, cuando se perdía en sus recuerdos, podía al menos saborear los momentos vividos en los que rozó la felicidad, una vez más. La pieza de música acabó y Abbey cerró los ojos unos segundos intentando centrarse. Trastocada, seguía enredada en las palmas de las manos de su cuidador para que no la soltase, hasta que unas palmas sustitutas le ofrecieron en silencio un baile.

Orbes verdes, brillantes, interrogantes. Entrecerró sus  ojos azules, una pregunta silenciosa…prefirió no oír respuesta, solo suspiró largamente comenzando a amoldarse a su nuevo acompañante de baile. Los primeros pasos de aquel primer baile entre ambos, un baile acompañado con una música muy diferente a la interpretada entre las dos almas perdidas. Extraño, sus movimientos, parecían hacerles flotar a ambos en la pista de baile como si solo ellos dos estuviesen en ella.

-¿Vuelve a buscar? -susurró interrumpiendo el silencio formado, mostrando una breve sonrisa -Su pieza de música. -Abbey Appleby bailando y con un desconocido, lo que despertó la curiosidad y los murmullos hacia sí misma y su acompañante, le arrancó una risa de lo más divertida -Seguramente, crean que le he lanzado alguna especie de hechizo cautivador, cuando acabe la música, nos alejaremos y pecaremos consumiéndonos en el pecado de la lujuria -dio una vuelta sobre sí misma y desvió la mirada, no estaba coqueteando, daba por hecho lo que esas mujeres pensaban de su persona ¿le pareció importarle? No.

El instante en el que su mirada azul se desvió del imponente desconocido, su inconsciencia volvió a atraparla de la forma más vil y rastrera. Seguía bailando, siguiendo cada uno de sus pasos. Su mano, apretó con cierta fuerza la ajena y su cuerpo, se acercó unos centímetros al ajeno, buscando refugio. No. Su aroma volvía, su calor y diablos, podía sentir su respiración. Sumergida en un sueño en donde seguía despierta, apoyó la frente en la ajena, ambas máscaras chocaron irremediablemente y sus labios de manzana se entreabrieron, mirada incrédula.

Cerró los ojos, saboreando el momento, jugando con él sin proponérselo. Pobre ilusa, imaginó que aquel hombre era otra persona por momentos. Con mucho tacto, la mano libre descendió por la espalda ajena y medio lo abrazó. Siseó, deteniendo sus pasos de golpe a la par que la música. Sus orbes se abrieron, repletos de esperanza, anhelo y decepción al mismo tiempo, al comprobar que ante ella no se encontraba quien esperaba. Y nunca lo estaría. Una mirada podía decir demasiado y en ese instante había gritado en silencio.

-Discúlpeme -lo miró fijamente, transmitiéndole todo lo que nadie había podido apreciar en ella. Creyó haber bailado con otro, buscarle inconscientemente y como un fantasma, volvió a evaporarse. A medida que sus pasos se aceleraban alejándose del lugar, sus ojos azules se plagaron de lagrimas de impotencia, retenidas por demasiado tiempo. Esa noche estaba siendo demasiado intensa. Él le transmitía protección, seguridad pero no…no era él y una parte de ella le echaba en cara que le traicionó, una vez más. No era capaz de avanzar y aquel al que dejó en la pista de baile, le impulsaba a hacerlo sin proponérselo tan siquiera. Le había sonreído de aquella forma prohibida, de felicidad para evaporarse y engañarse a sí misma.

Se aferró a la barandilla, quitándose la máscara y lanzarla sin más. Ojalá fuese tan fácil deshacerse del dolor, del olvido, de la tristeza….alguien que le acerca, le aleja y vuelve a atraparla al mismo tiempo...


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Mensaje por Haytham Cross Jue Ago 25, 2016 7:34 am

Volvía a tenerla entre sus brazos, era ligera con cada paso y cada melodía, podía sentir como aquella ligereza iba siendo transmitida, como si él mismo empezase a quitarse algún tipo de peso o responsabilidad y el mundo que lo rodease no lo siguiese atrapando en su presión social y aquellos lagos que inundaban con niebla su mente.
Había que confesar que no era un gran bailarín, pero no erraba en pasos ni en dirigirla junto a él, algo mecánico, al parecer solo había aprendido lo justo y necesario para defenderse en aquellas puestas en sociedad que poco le gustaba. Pero tenía un deber y una misión.

-Mera curiosidad, “Señorita Appleby”. -Su tono era cortes y neutro, no mostraba ningún tipo de sentir ni simpatía. Un cambio de actitud, un muro puesto entre ambos por aquella Roca que debía de despejar su mente y no dejarse llevarse por el sentir. -Espero no caer en tal hechizo como otras de sus “conquistas”. -Dejo claro con aquel desagradable comentario que sabía de los rumores. -Sinceramente prefiero verla con mis propios ojos, con la claridad y no con un velo tupido que me lance usted con sus artes brujeriles u otros por malas lenguas. -Ahí ya empezaba a acertar. -Los prejuicios no van con mi persona, ni soy juez para juzgar, prefiero guiarme con “sus acciones”, y que sea usted misma quien responda a mi curiosidad en su persona… Lo de antes… -De nuevo se estaba empezaba a dejar llevar por sus pasiones, ojos verdes que desviaban y el muro dejaba asomar al hombre que era detrás. Apretó la mandíbula incómoda y volvió a esa actitud cortes y superficial. Ella fue a disculpar, ya había terminado todo, antes de que se alejará, unas solas palabras. -Su familia tiene interés en mi persona, creo que volveremos a vernos pronto.

Y se marchó, dejándole de nuevo sin querer algo turbado. Aquella mujer mucho más joven que él, conseguía con su presencia y con sus acciones anteriores confundirle. No debía de empatizar con ella, ni pensar en ella en ese sentido, tenía una misión y tenía alguien esperándole. Él iba a ser el encargado de llevar la perdición, de tocar sus puntos flacos para llevarla a la muerte… Su Asesino. Debía de controlarse.

Tomando aire con fuerza, y suspirando largamente, se tocó las sienes para luego volver a poner su mente fría. Tenía que seguir con el plan.


-Haytham Cross. -Se presentó al Señor Milles y le dispuso su mano para que la estrechará, y así lo hizo con el desagrado de que el hombre se enganchó con él y se hizo algo de sangre. -Disculpe por el anillo. -Sería pocos segundos. -Y disculpe por robarle antes a su pareja. Le tiene mucho aprecio, ¿me equivoco?

El señor Milles sonrió antes de contestar, seguramente era como un padre para aquella chica, se notaba su apego, su protección y como ella se apoyaba en él. Era su pilar y soporte, un pilar que debía de derrumbar para empezar a crear el caos en su vida.

Hubo movimientos de labios para dar una respuesta, pero…
Una mirada.
Haytham había desaparecido entre los invitados al otro extremo de la sala, fue a por una bebida.
Bum bum bum bum bum…
No salió ninguna palabra, y el corazón latía demasiado acelerado entre los balbuceos.
Bum bum bum bum
Labios que se volvía morados, un ligero mareo, el aire le faltaba…
Bum bum bum …
Haytham observaba lejano su obra.
Bum bum…
El señor Milles se derrumbaba contra el suelo.
Bum…
La vida se apagaba.
No hubo dolor, todo fue rápido y luego vino el primer grito de la noche y los invitados arremolinándose alrededor del cadáver.

Haytham dejó caer su copa, fingiendo sorpresa, luego llamo al servicio para que se ocuparán de todo y llamará al médico.
El primer paso ya estaba hecho, no había vuelta atrás.



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Mensaje por Abbey Appleby Dom Ago 28, 2016 6:25 am


He firmado mi sentencia. Espero mi castigo.


Las palabras de aquel desconocido, no se diferenciaban tanto de aquel murmullo acusador. Poco le importaba lo que pensasen, para aquella sociedad , no era más que una mancha negra a la que había que pulir o simplemente, deshacerse de ella y hundir su reputación aún más. Alguien tan poderosa como la familia Appleby, no podía ni debía permitir que alguien como ella les dejase en esa posición catatónica. Abbey Appleby no aprendía, seguía comportándose de aquel modo inusual, impropio de una joven de clase alta. Desaparecía, tras largas ausencias y todo señalaba a que sin duda, esas “aventuras íntimas” no cesasen. Y aquel desconocido, le había mostrado una faceta que hasta ahora, desconocía. Con él fue cercana, impulsiva y aún no entendía porqué, solo alimentaba esas habladurías a las que alimentaba indirectamente.

Cerró los ojos al sentir como la suave brisa le daba ese soplo de aire fresco. Sintió como el recorrido húmedo de sus lágrimas se secaba, como si aquella brisa acariciase sus mejillas, calmándola lo que nadie había podido conseguir hasta ahora. Tomó aire y lo soltó despacio, centrándose, intentando que todas sus emociones y pensamientos se ordenasen. Volvería a la fiesta, acompañaría al señor Milles durante la estancia en aquel lugar y volverían a la residencia, otro baile más. O eso…quería creer.

La música, seguía mezclándose con el murmullo de los asistentes hasta que los gritos de pánico la alertaron de que algo había ocurrido dentro. El corazón, comenzó a latirle muy deprisa, desbocado ¿por qué? podía haber ocurrido cualquier cosa y sin embargo, algo le decía que aquel incidente le concerniría. Los murmullos, se convirtieron en un degradante y desagradable gritos sin sentido. A medida, que se acercaba al lugar del acontecimiento… las miradas de los asistentes se clavaban en ella, interrogantes, perdidos, acusadores. Fue ella misma quien apartó a dos personas que intentaban emendar aquel accidente, en el suelo alguien yacía exhalando sus últimos segundos de vida.

El corazón de Abbey, se detuvo de golpe, al igual que sus pasos, su respiración. Por unos segundos, no respiró y a medida que volvía a coger aire, sentía como por dentro se derrumbaba. Todo el mundo desapareció de su campo de visión, solo podía ver al Señor Milles…en el suelo, intentando aferrarse a la vida. Un susurro junto con su nombre de pila, le alertó de que la llamaba sin cesar, sus últimas palabras no podían ser su maldito nombre. No supo cómo ni cuando , tampoco le importó caer de rodillas ante el cuerpo del hombre. Una de sus manos sujetó su nuca y la otra, buscaba indicios de que algo fuese el causante de quitarle la vida. Abbey negó con la cabeza, no comprendiendo lo que sucedía ¿por qué él? siseó para que no siguiese su nombre.

-Señor Milles, Gerald… no beba más veneno, no diga mi nombre ni una vez más. Eso le está matando -no fue un susurro, lo dijo en voz alta, dándose cuenta de que alguien más se derrumbaba ante ella, ¿quién si no podía ser la causante? -Sé que es mi culpa. Sé que me culpa de ello, señor Milles y tiene razón -el hombre negó despacio con la cabeza, incapaz de emitir ninguna palabra más. La joven al comprobar que dejaba de respirar, sentir el peso de su cabeza sobre su mano… despertó de otro sueño, otra pesadilla en la que de nuevo, era protagonista.

Todos volvían a murmurar, ella aún de rodillas ante él. Sus orbes azul cielo, se dirigieron a aquel corrillo que en vez de auxiliarle, miraban atónitos lo sucedidos, volvía a sentirse amenazada, acusada por esos ojos que solo veían lo peor de ella. Y de repente, rió. Rió con ganas, una risa amarga, exasperante, que nacía de lo más hondo de su ser. Risa que hizo el silencio, observándola como si en definitiva había perdido el juicio. Y no estaban tan mal desencaminados. Le había perdido también, el señor Milles acababa de derrumbarse ante ella, no pudo salvarlo, llegó tarde…volvía a llegar tarde y no, no veía ningún sentido. Estaban en la fiesta, le acompañaba, todo usualmente normal hasta que… se desplomó junto con su nombre.

-Sí. Le he matado yo. ¿No pensais eso? Yo he sido, era una molestia para mí. Me controlaba, me trataba como esa niña que todos creen que soy. -volvió a reír, las lágrimas no asomaron por sus ojos, orbes que brillaban con malicia, con impotencia… con rabia -Como todos los que se acercan a mi persona. Caen. He sido yo -volvió a repetir a la atónita mirada de todos, la creían pues la miraban de aquella manera, como una asesina que acaba de rematar su trabajo con éxito. Era imposible que fuese ella, todos sabían que Abbey Appleby se encontraba en la ventana, ella misma se culpaba cuando sabía que era inocente pero aún así se mantenía en la línea de culpabilidad-Merezco un castigo ¿no? ¡LE HE MATADO , YO! -el grito ensordecedor, consiguió que todos diesen un paso hacia atrás, no apartasen su vista de ella y Abbey, sintió como una parte de ella se quedaba allí, con el señor Milles… porque ante todos, la imponente Abbey Appleby, se sostenía en pie por su soberbia, su entereza… solo un soplido y caería al suelo, con él.





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Mensaje por Haytham Cross Miér Ago 31, 2016 9:30 am

Su obra había dado comienzo. El primer paso para llevarla a la perdición y la locura, que fuesen sus propios pasos los que hiciesen que ella misma decidiese acabar con todo. Manipulación y malas artes, Haytham había sido la mano negra de los Cavey demasiado tiempo y era muy bueno en su trabajo, ya que su paciencia le llevaba a que sus enemigos y otros encargos cayesen por su propio peso, dejando sus manos bien limpias y fuera de sospecha.

Ahora estaba obrando del mismo modo con aquella jovencita, que si lo pensaba con un poco de frialdad podría convertirse en su salvadora indirecta, ya que al igual que Valeria, era heredera de parte de la fortuna y con consiguiente, parte de lo que correspondía a la historia perdida de Haytham y que su señor había decidido de reservarle. “Hay verdades que es mejor no conocerlas Haytham”, le había repetido el señor Cavey en sus últimos meses de vida. Parecía sentirse un tanto culpable por haberlo retenido tantos años junto a él, como esclavo de una deuda de vida y por sujetarle por su delicada memoria.

Ahora todo era distinto y estaba sujeto por una niña fantasiosa, consentida y que estaba obsesionada con su persona a extremos inimaginables. Había pasado de ser un siervo a un esclavo.
Una sonrisa de victoria le había parecido ver en el rostro, de la que fue una dulce niña, cuando Señor Milles dejo de respirar y la Señoria Appleby había entrado en aquel estado de shock y locura.

Nadie hacía nada, nadie asistió a la joven. Más bien fueron murmullos afirmando la locura de ella, y el bochorno que le proporcionaba. Algunos sirvientes junto con el médico que ya había entrado en la sala dictaminando la muerte del hombre por un paro cardíaco, eran los único que intentaban hacer algo.

Haytham observaba como una sombra la escena que sucedía demasiado rápido, pero a la vez lento, esperando, pero nadie intentaba tranquilizarla, más bien alguna sirvienta que se veía rechazada por ella y esa increíble fuerza que había sacado de no sé dónde.

Y allí la vio, pequeña, diminuta. Había menguado en cuanto sus brazos la habían envuelto contra su cuerpo, para llevársela de entre tantas miradas indiscretas y ofendidas.
En lo que recordaba de vida iba a pensar que aquella tortuosa visión que rozaba la demencia fuese a afectarle de aquel modo, haciéndose por una vez sentirse culpable por haber causado dolor ajeno a otro, o incluso por el asesinato de alguien que no conocía para nada. Aquello era un trabajo como otro, casi el último, un acceso a su posible libertad, una oportunidad para no desperdiciar, y algo estaba cambiando en él, y su relación con su víctima.

Los pasillos quedaban atrás mientras ella borraba de su garganta aquella risa demencial y entraba en un estado mudo e hierático. Haytham la había cogido con sus enormes brazos, sintiendo que en cuanto había entrado en contacto con su cuerpo mudo se había convertido en una especie de muñeca de trapo, la cual se había aferrado a él con fuerza.

Encogido el corazón, si, la Roca tenía corazón, al fin y al cabo. La llevo a un pequeño salón del té para sirvientes donde consiguió sentarla sobre una especie de diván algo estropeado. Infusión de hierbas para sedarla, traída por una de las sirvientas que tímidamente y asustada se había acercado a ambos. Haytham tomó la taza, y con su mirada despidió a la sirvienta.

-Toma. -Casi le ordeno, luego carraspeo para aclarar su voz y actitud. -Ten, te tranquilizará. Anda. -Dijo el rudo con la voz más suave que pudo sacar de su garganta. -Nadie ha matado a nadie, a veces las cosas tienen que pasar, no las esperamos, ni imaginamos que les pasaran a ciertas personas, pero pasan sin razón alguna. -O por tu propia mano de verdugo. Pensó. -Si yo me echará la culpa cada vez que algo malo le ocurre a alguien cercano, pues… -La verdad lo había pensado alguna vez, terminar con aquello, pero el único hilo que le unía a la vida era la esperanza de ese rostro, de ese reencuentro. -Creo que debería descansar, yo me ocuparé que éste cómoda, le médico la visitará. -Aún tenía una de sus manos enlazadas con las de ella, desde que la había depositado allí, no la había soltado, era como si su tacto la calmará.


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Mensaje por Abbey Appleby Jue Sep 01, 2016 4:55 pm


Goodbye my old friend, bye bye… my dear friend.



Abbey, apagó de un soplido la vida del señor Milles, como si la sola presencia de la joven le bastase para poder descansar en paz. ¿Cómo se sentía? ¿En qué pensaba? ¿Qué iba a ocurrir? ¿Qué haría sin él? todas esas preguntas se arremolinaron en su cabeza, preguntas sin respuesta pues ¿quién iba a responderlas? Vida traicionera, muerte que no avisaba…llevándose en un suspiro todo tu ser. Gerald Milles acababa de tomar un camino diferente al de su “protegida” y ésta, se culpaba de ello mentalmente al principio, gritándolo sin ningún tipo de vergüenza porque realmente lo pensaba.

Locura. ¿Se estaba volviendo loca? Todos la miraban como si así fuese y no le importó, se señalaba como la culpable y nadie, lo negó. La familia Appleby volvía a ser noticia, ella en portada principal. Abbey Appleby acababa de cavar su propia tumba, un empujón más y caería dentro del agujero del cual jamás volvería a salir. No esperaba nada, o quizás sí, ¿por qué no se la llevaban a ella? ¿si deseo en ese instante su muerte? Sí. Las personas importantes en su vida, pasaron como un recuerdo fugaz y feliz por su cabeza, siendo tan reales. Su mejor amigo de la infancia al que añoraba, Ezequiel al que había amado, el señor Milles al que consideraba como de su propia familia ¿cómo no iba a ser culpable?

No recordó el momento en el que fue sacada del salón, tampoco entendía porqué se encontraba en aquella sala en donde hacía escasas horas, compartió tanto y nada con una persona , aquel hombre de ojos verdes, aquel que le había dicho demasiado con tan solo una mirada y nada con su voz. Hasta ese momento. Abbey, buscó con sus orbes azules al dueño de la voz masculina y al reconocerle, desvió la mirada hacia la taza que le ofrecía, tomándola con cuidado, como si cualquier movimiento le pesase. Dio un par de vueltas a la taza, llevándosela a los labios y sonreír con ironía contra el borde, él pudo apreciarlo… ella no veía del mismo modo las cosas ni las situaciones.

-Todo ocurre por una razón, eso es lo que he aprendido. -lo dijo con determinación, dando un largo trago y aclarándose la garganta, tras aquel grito desgarrador , se había hecho daño en las cuerdas vocales -No. No necesito que un médico me examine, no alimentemos más mi “reputación” -rió de forma amarga, ahora no solo venía lo difícil, ahora…estaba completamente sola y nada, podía compararse a esa sensación de vacío, de desamparo -El té está bien, no necesito nada más. -mentía, mentiras porque sí que necesitaba a todo aquel que había perdido…y aún conservaba a aquel niño, a Jesse, ¿correría la misma suerte?

La calidez de su mano, le alertó de que no solo había vuelto a traspasar la línea, ambos se habían vuelto a acercar demasiado. Por unos segundos, su mirada azul , semejante a un mar revuelto… se perdió en las manos unidas y el temor, volvió a azotarla con fuerza. Hizo una mueca de dolor, negando con la cabeza al mismo tiempo. Nadie debía estar tan cerca, menos después de lo ocurrido. Apartó la mano como si quemase, como si aquella chica atrevida que él conoció y probó, se hubiese volatilizado. No parecía triste, ni mostraba pena… sí miedo, consigo misma.

-¿Por qué está aquí? No pretendo dar lástima, ni que me hayan tomado por demente, solo quiero irme de aquí. No debí venir, no debió insistir en que viniese. Ha sido un error -y lo miró a los ojos, dándole a entender que lo sucedido entre ambos, para ella fue eso “un error”. Sus orbes, mostraban indiferencia, se encontraba tranquila y distante, como fue en un pasado, como si esa Abbey hubiese despertado -Si quiere hacer algo por mí, váyase. No se acerque nunca más si no quiere acabar del mismo modo ¿es que no me ha oído?

Seguía allí, no se iba y la desesperación se detonaba en su voz. Se levantó del asiento, deteniéndose unos segundos y armarse de valor para encaminarse hacia la puerta pero sus piernas no le respondían. Porque Abbey Appleby sí, deseaba con todas sus fuerzas que la tierra le tragase y la escupiese en el pasado, cuando era una niña sin preocupaciones y se escondía en cualquier rincón para no comer. Añoró su infancia, echó de menos a su fantasma… a aquel al que había amado y se despidió mentalmente del señor Milles. ¿Qué pasaba con aquel desconocido?

-Ya hizo la buena obra del día, consolar a una dama en apuros. El tiempo es muy valioso como para estar ocupándolo con personas que solo saben hacer su presencia un calvario. No me lo niegue -giró la cabeza y sonrió, con una fuerza renovada, como si esa pequeña niña se quedase ahí sentada -Lamerme las heridas no va a hacer que vuelva, ninguno regrese. Así que, borre su tristeza del mismo modo. Estar triste, sentir añoranza solo sirve para atormentarnos y usted, lo está. No eché en falta, viva el momento, no piense, actúe y todo le irá mejor, no tiene que ir detrás por la demencia de una jovencita -¿acaso fue por otra razón? Si él estaba allí, no era otra orden que la de su desconocida hermana, Valeria pero Abbey qué iba a saber.

-Gracias por el té, por la canción y... por su toque de magia. - ¿a qué se refería con eso de toque de magia? medio sonrió, dirigiéndose a la puerta pero ser incapaz de coordinar los pasos, el señor Milles seguía en su cabeza... oía el susurro de su nombre como si estuviese tras ella, era hora de despedirse de esa etapa de su vida. De seguir su camino aunque no supiese cómo.


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