AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Cross of Changes || Privado
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The Cross of Changes || Privado
“Y como aquel que alegre se hace rico y llega luego un tiempo
en que se arruina, y en todo pensamiento sufre y llora: tal la bestia
me hacía sin dar tregua, pues,
viniendo hacia mí muy lentamente,
me empujaba hacia allí donde el sol calla.”
—La Divina Comedia. Dante Alighieri.
en que se arruina, y en todo pensamiento sufre y llora: tal la bestia
me hacía sin dar tregua, pues,
viniendo hacia mí muy lentamente,
me empujaba hacia allí donde el sol calla.”
—La Divina Comedia. Dante Alighieri.
Aquel pergamino había corrido la peor de las suertes, una tan devastadora, que terminó volviéndose cenizas ante el terrible fuego de una vela que no se daba la tarea de extinguir su cera. Los diminutos restos se desvanecieron en el aire, acabando con toda existencia del papel que contenía en tinta oscuras la peor de las noticias. El hombre mayor gruñó al recordar cada letra de aquel escrito maldito, su ceño se arrugó, dentro de sí, la ira empezaba a arrastrarlo pero no logró consumir su alma del todo. Gian Pietro había fracasado nuevamente ante sus eternos enemigos y aunque ahora se daba el lujo de estar en el trono de Pedro, la frustración que se apoderaba de él en esos momentos, borraba cualquier sonrisa de satisfacción de su rostro. Se mantuvo estático frente al ventanal empapado de la oscuridad de la noche, mientras una mano reposaba sobre la superficie de madera del exquisito escritorio. Sólo se permitió cambiar de posición al momento en que escuchó la pesada puerta de caoba abrirse, dándole la bienvenida a uno de sus esbirros, al enigmático Malacoda. Aunque esta vez el rostro de Caraffa no mostraba ninguna expresión, su seguidor notó aquellas duras facciones y sólo guardó silencio, esperando a que el pontífice decidiera llevar la palabra. La conversación fue larga, era una discusión que no parecía tener fin. Caraffa mostró su total descontento ante la respuesta que había recibido.
— ¿Cómo pudisteis permitir que se hicieran con el manuscrito o al menos lo que quedaba de él? Se había extraviado durante la quema de la Biblioteca de Alejandría y ahora que hemos dado con el, ¡Lo pierden! Dejándoselo a nuestros enemigos —expuso Caraffa casi en un gruñido tratando de guardar la poca calma que le quedaba—. Creí que vuestros soldados, aquellos que tantos me recomendasteis estaban capacitados para la misión a la que tanto hicisteis referencia. Muy curiosas las arenas de Egipto que tanto saben resguardar el pasado, pero quiero el maldito manuscrito de Salomón lo antes posible, es algo que no sólo me concierne a mí sino a ti Malacoda. A menos que…
Caraffa fue interrumpido por las hábiles palabras de Malacoda, quien mantenía una calma casi envidiable, apaciguando un poco al irritado Papa, quien con ademanes le pidió que dejara tanta habladuría. Él quería más acción y menos palabrerías, pues bien conocía al astuto Malacoda. Aún así, Caraffa escuchó cada propuesta de su lacayo, meditando cada una en silencio y dándole las indicaciones necesarias para dar el siguiente paso. El Custodio aceptó sin titubeos, pues Caraffa también era hombre de astucia y bien sabía cuando mover sus piezas. Los Custodios eran conocedores de la severidad con la que el nuevo líder de la Iglesia actuaba, era un hombre recto pero también un terrible enemigo. A pesar de que el disgusto de aquel hombre mayor recayó sobre el antiguo personaje que estaba a sus servicios, éste se mantuvo apacible, sin rechistar ante las palabras de su líder.
—Quiero ver de inmediato a los demás… Traedlos aquí. Que no crean que no me enteré de sus fallos, pues bastante informado estoy de ellos —agregó finalmente el mayor con una seriedad que helaba la sangre.
Malacoda salió de la estancia hecho una furia, maldiciendo por lo bajo, irritado por el error cometido por parte de sus súbditos. De inmediato fue en busca de Malebranche, quien no se encontraba en las estancias de la basílica en esos momentos. Pidió a unos de los jóvenes clérigos que buscaran a dos de los verdugos de Caraffa: Khâlid y Edric, quienes se habían aparecido hacía un par de horas en el lugar. El joven clérigo, siendo también miembro de la cofradía de Los Custodios, prosiguió a buscar a los demás mientras Malacoda desaparecía entre las sombras que reinaban en San Padro en las horas nocturnas. Caraffa permaneció en su recinto, acomodado en el lujoso sillón detrás del enorme escritorio perfectamente tallado en la más costosa madera. Esperó pacientemente por la llegada por sus demás miembros de su misteriosa logia, darían un nuevo golpe al dragón inmortal, pues estando ahora en aquella posición, la verdadera batalla apenas comenzaba.
Gian Pietro Caraffa- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 39
Fecha de inscripción : 01/09/2014
Localización : Roma
Re: The Cross of Changes || Privado
¿Cómo plasmar semejante erudición en sustento perdurable? Desde que el hombre concibió y adquirió con el tiempo sus primeros pensamientos, trascendió su veracidad, ideas, creencias, sentimientos y vivezas en un sinfín de textos. Muchos se ellos han caído, otros se desvanecieron en un extraño olvido, y otros perecieron ante la llama de la intolerancia (llamada, por su verdadero nombre, ignorancia). Así se fueron extraviando quizás para siempre conocimientos importantísimos para nuestra historia, descubrimientos que podrían haber cambiando el camino que transita hoy en día la humanidad.
Y ahora un pergamino “olvidado eternamente” de los egipcios, se había resbalado nuevamente de la mano inquisidora. El flagelo que probablemente produciría la mirada del papa era algo de lo que Khâlid no dudaba en absoluto. ¿Qué más podrían hacer los servidores de la iglesia sino intentar apaciguar semejante nervadura y frustración? Inútiles, de seguro inútiles, incluso él mismo. Sabía que de nada servía buscar la calma de su tempestad. No cuando el señor no quería más que una pronta salvación al asunto, la cual involucraría a todos sus miembros en una búsqueda rabiosa y astuta de tal cosa. Pero, lamentablemente, estos no harían más que esperar el dictar de sus órdenes.
El inquisidor no se encontraba sino en el vaticano, siendo una vez más una de las tantas sombras de Caraffa. Siempre le había utilizado a su antojo, y este bien cumplía ante su autoridad cual santo mandatario de Dios. Era uno de los condenados más antiguos y por esa misma razón en muchas ocasiones el más eficaz y precavido, aunque, irónicamente, poco interesante terminaba resultándole la situación a resolver. Órdenes, simplemente órdenes. El único motivo que podría llegar a mantenerlo entusiasmado era la sabiduría que podría adquirir de cada reliquia, en su búsqueda, en su victoria. Siempre permanecía sediento ante esas historias, a veces incluso más que viéndole desde lo instintivo que a veces su propia sangre le pedía. El resto ocupaba poca importancia, y el ansia por matar y cazar en cada misión no sólo se resumía en la misma sino también en la ira contenida que poco y nada se sabía de su origen.
Dentro de la estancia yacía hundido en sus típicos pensamientos de gran estratega. Había estado calculando sus movimientos de las misiones porvenir, cuando fue interrumpido por uno de los clérigos a quien a penas y con respeto asintió en silencio ante su aviso. Su semblante poco llegaba a cambiar, siendo la serenidad y la poca habla lo que más dictaba en él, y más si se trataba de aquellas instalaciones en particular.
Caminó así hasta el gran y presumido recinto de Gian Pietro, intentando adivinar a puro juego lo que este le demandaría -y claro que no serían más que demandas-. ¿Sería acerca de otra misión importante en lista? ¿O los murmullos de aquel infortunio llegarían a sus oídos directamente de él?
Así entre tanta incertidumbre fue a dar finalmente frente a la puerta, ingresando con lentitud en la cámara.
—Signore… —dijo en voz baja y calmada, como una de las tantas señales de respeto que él, a veces a regañadientes, debía otorgarle —¿Ha usted solicitado mi presencia?
Última edición por Khâlid el Dom Dic 28, 2014 7:32 pm, editado 3 veces
Khâlid- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: The Cross of Changes || Privado
“La enorme multiplicación de libros, de todas las ramas del conocimiento, es uno de los mayores males de nuestra época."
—Edgar Allan Poe.
—Edgar Allan Poe.
El semblante de Caraffa permanecía rígido, el hombre estaba completamente serio y la oscuridad de su mirada nada podía compararse con las sombras abstractas que creaban los objetos que decoraban la estancia. En su rostro no existía expresión alguna que delatara su malestar; repudiaba cualquier fallo de sus servidores, en especial si ello implicaba alguna ventaja para sus contrarios. Ni siquiera los descuidos por parte de los inquisidores le indignaban tanto como los de los miembros de la extraña logia que él mismo lideraba, y en la que sólo se permitía el ingreso de integrantes muy selectos. Poco se sabía de la existencia de la cofradía liderada por el mismísimo Papa, pues era un tema delicado en el que era mejor no inmiscuirse.
Gian Pietro Caraffa esperaba pacientemente a sus esbirros, bien sabía que algunos ya estaban en San Pedro mientras que los demás estarían arribando en Roma en las próximas horas, pues él mismo los había convocado al lugar. A pesar de la distancia que los separaba, podía sentir la ira de la que era dueño Malacoda, y aún así, estaba bien, al menos así no se permitiría cometer errores la próxima vez. Se pensaría mejor las cosas, tal y como lo hacía Cagnazzo y el mismo Malebranche.
A diferencia de otros días, en donde su oficio le exigía llevar largas sotanas del más puro blanco, esa vez lucía prendas oscuras elaboradas por los más destacados sastres italianos. Acomodado en aquel exquisito sillón, sólo alzó la mirada cuando sus pensamientos fueron interrumpidos por la presencia de uno de sus servidores, se trataba de Khâlid, quien acudió de inmediato al llamado de quien era su líder dentro de Los Ángeles Custodios. A la mente del mayor acudieron poderosas imágenes que parecían ser traídas de un pasado incierto, en ellas veía con lucidez a aquel inmortal que había ingresado a su recinto. Ahora aquel estaba a sus servicios, tomando el lugar de Draghignazzo. Cuando el trance finalmente lo abandonó, observó con atención al vampiro, tomándose su tiempo para hablar.
—Khâlid… Bienvenido —dijo Caraffa sin apartar la mirada de la figura del vampiro. El hombre se inclinó hacia adelante mientras apoyaba los codos sobre la superficie del escritorio y entrelazaba sus dedos frente a su rostro. Su mirada aún permanecía sin expresión alguna y con la misma oscuridad de antes—. Así es. La información os llegó más rápido de lo que pensé, en este lugar parece que las noticias vuelan como las aves huyendo del invierno. En fin… Supongo que ya tenéis una idea del porqué os he enviado a buscar con tanta urgencia, ¿No es así?
Caraffa hizo una breve pausa tomándose los segundos necesarios para continuar con su conversación. Exhaló al momento en que se ponía de pie, dándole la espalda al vampiro y quedando de frente al ventanal de cristal. Pensó detenidamente en lo próximo que diría, mientras que sus orbes se perdían en la oscuridad del cielo nocturno que se cernía sobre Roma aquella noche. El silencio que se apoderaba de la ocasión se vería nuevamente interrumpido por la voz del Papa, quien volvería a separar sus labios para gesticular nuevas palabras. Volvería la mirada hacia Khâlid, esta vez suavizando un poco más el semblante.
—He demandado una pronta reunión de todos Los Custodios, pues para mi malestar personal y supongo que para el propio también, me he enterado de un muy lamentable fracaso de vuestra parte. Lo he confirmado al conversar con Malacoda y es de suponerse que nada me contenta la situación —Gian Pietro habló con una calma impecable que parecía ocultar todo su enojo, pues prefería guardar la compostura antes que nada—. Él era vuestro compañero en la expedición que debíais realizar a Egipto, en donde se supone que se hallaba algo muy importante para nuestra cofradía. Y no es necesario de que me contéis cómo os fue, no hace falta. Prefiero no alargar la conversación con cosas superfluas, sólo me gustaría preguntaros algo: ¿Por qué permitisteis que el enemigo se hiciera con el original de uno de los tratados más importantes de Salomón? Durante años. No, años no. Durante siglos estuvo extraviado, al punto de que sólo se han hallado fragmentos agregados a otros textos. Antes se mantuvo oculto entre los estantes de la biblioteca de Alejandría junto con otros escritos igualmente importantes, pero eso no interesa, lo que importa es que ahora que sabíamos de su paradero y cuando estuvimos a nada de tenerlo de nuevo en nuestras manos, ¡Lo perdisteis como unos ineptos! ¿Conocéis el riesgo que implicaría para la Iglesia si su contenido es revelado? Claro, que lo sabéis. No sé ni para que me molesto en recalcarlo.
Gian Pietro Caraffa- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/09/2014
Localización : Roma
Re: The Cross of Changes || Privado
Aguardaba en silencio tanto como hacían sus otros lacayos, allí no existía probablemente otra opción que hiciera cambiar el estado de ese entonces uno de los hombres con mayor poder en el mundo; claro, al menos que este se viera beneficiado en el pretexto ajeno, lo cual era algo que a menudo sus ciervos más cercanos buscaban día a día, pues temían siquiera a la idea de lo que les decidiera como destino si algo no le llegaba a agradar lo suficiente. Khâlid, por otro lado, aunque cuidara sus palabras y gestos, no seguiría tanto aquella corriente, pues aunque sentía el deber de complacerle como el más puro devota, en todo momento existía en su inconsciencia aquel extraño repudio por todas sus causas, sin saber aún su origen, más intentaba verlo desde un punto más “culpable”, como ser el dilema de lo que cuestionaba diariamente. »Tal vez sea mi escasa fe, mi capricho por negar un imbatible propósito« buscaba asentar como una creencia permanente. Deseaba disparar esa desconfianza al olvido, a lo inexistente, pero terminaba por cranear más en el descontento.
—Así es, mi señor.
Se sentía como un crío respondiendo a semejantes cosas, más encima conociendo bastante bien el comportamiento de su superior, puesto que constante mente desembocada en lo mismo. Desde el ceño fruncido hasta un sutil gesto corporal, oh, ¡ahí estaba! Estaba preparado para su usual despotrico, sea con quien sea. No sabía si al hombre le resultaba divertido el insultarlos como forma de descarga o tan sólo le nacía, pero lo típico era empezar por las palabras serenas y llenas de entendimiento para acabar finalmente con sus camuflados insultos que él tan bien sabía dar. Mantuvo toda su calma, y así como él, tomó sus propios segundos para contestar con la frialdad justa, respetuosa y precisa, sin ánimo de expresión errónea o innecesaria, pues bien sabía hacer su trabajo.
—Conozco tanto la gravedad del asunto así como sus consecuencias, y de verdad imploro su perdón, pues aún cargo y cargaré con el flagelo de la derrota, más aun lamentablemente no debo llevarme todo el crédito —expuso tranquilo —Así como fuimos decidimos a su posesión, y aunque también esté de más mencionar como el número ajeno de enemigos era mayor al nuestro, debo recalcar la poca eficacia de los otros ayudantes, y claro que no refiero a algún compañero mío en particular.
Fuera de toda excusa sin sentido, estaba en lo cierto, puesto aunque a veces pensaba en aceptar un error por completo, más allá de que no fuera lo justo, aceptaba también la realidad de que fue algo compartido. Después de todo, siempre mantenía el recelo de que Caraffa era de los que mandaba a terceros a manchar sus manos bajo su nombre. No obstante, luego del incidente se dedicó a recolectar los datos necesarios del supuesto enemigo, no tanto porque le importara semejante cosa, sino para prevenir un nuevo cólera insoportable por parte del hombre, y hasta donde había investigado no le había errado.
—No quisiera seguir interrumpiendo con tanto insistir de mi parte, pero es un hecho el que luego de lo sucedido, y luego de investigar más a fondo, haya encontrado unas coordenadas del enemigo en cuestión, y si consigo su misericordioso permiso, señor, podría impartir dicha búsqueda.
Khâlid- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/08/2014
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Re: The Cross of Changes || Privado
“¡Lejos se esconde la eternidad!
¿Qué es esta Sombra, este Misterio?
¡El libro más sagrado!
Grandes hombres han venido
Desde épocas aciagas, con sus agonías oscuras,
Implorando, dudando, inciertos.
La ferocidad inexpresable del espíritu mudo
Se aferra a ti.”
—George Heath.
¿Qué es esta Sombra, este Misterio?
¡El libro más sagrado!
Grandes hombres han venido
Desde épocas aciagas, con sus agonías oscuras,
Implorando, dudando, inciertos.
La ferocidad inexpresable del espíritu mudo
Se aferra a ti.”
—George Heath.
Los orbes de Caraffa se volvieron a fijar nuevamente en el horizonte nocturno que decoraba el cielo de Roma. Escuchó plácidamente las palabras del vampiro, aquel hombre de cabellera larga y profunda mirada que había vivido tantos años como reencarnaciones sucedían al actual Papa. El mayor meditó cada palabra que escapaba de los labios del esbirro. Era casi el mismo discurso que había mantenido Malacoda minutos antes, cuando no tuvo escapatoria alguna ante las exigencias y reclamos de Gian Pietro Caraffa. Al hombre le causaba evidente gracia como todos sus servidores se empeñaban en culparse los unos a los otros cuando las cosas no salían bien, ¿tanto le temían? Patrañas. El orgullo de cada uno era algo que a veces le agotaba la paciencia. Se comportaban como verdaderos críos. Y esa vez estaba más que enojado, no sólo la Iglesia estaría en riesgo, sino ellos también. No se los perdonaría nunca si algo de esa magnitud llegase a pasar. Debían mover las piezas de otra manera, tenían que hacer una nueva jugada, más astuta que las anteriores.
Aquel veredicto de Salomón era necesario, la importancia de éste no se comparaba con ningún otro y que la misión encomendada a sus demonios saliera mal lo ponía en un estado colérico con el que sabía lidiar perfectamente. Caraffa era un hombre estratégico y brillante, de eso no cabía duda. Siempre mostraba una faceta que ocultaba lo que realmente era. Juntó sus manos en la parte baja de su espalda y con su acostumbrada “paciencia”, se tomó el tiempo necesario para responderle al inquisidor. Aún faltaban los demás, posiblemente estarían próximos a llegar o quién sabe. Retrasarse o evadir aquella cita no los iba a salvar, iba a dar con ellos en algún momento. Cada quien tenía un papel importante que cumplir. Las responsabilidades no podían dejarse atrás porque sí.
—Está bien, Draghignazzo —habló finalmente, empleando esta vez el nombre del demonio mencionado por Dante hace un par de siglos atrás—. Ya no es la primera vez que ocurre algo como esto, y todas esas veces, a pesar de mi inevitable amargura, os he concedido el perdón. Todos cometemos errores de vez en cuando. Claro, esto significa que también deberíais remendar vuestras faltas, como ya sabéis y porque me conocéis perfectamente, detesto y detestamos perder. Pero en fin, no quisiera entrar en muchos detalles antes de que los otros estén presentes. Sin embargo, debo admitir, que a mi edad, me incomodan los largos e inoportunos silencios.
El Papa se volvió de nuevo hacia el inquisidor, escudriñándolo con la mirada. Como era costumbre, su semblante estaba inexpresivo, enarcó una ceja al escuchar sobre una nueva búsqueda, parecía interesante y la curiosidad propia de su contenedor mortal se asomaba inevitablemente. Aún así, él no pretendía arriesgar demasiado, no era bueno caminar sobre terrenos inseguros. Las tierras debían ser exploradas antes de iniciar un ataque para una conquista segura. Conocía la verdad sobre Khâlid, aunque aquel no recordara nada, debía ser cauteloso con él. Malacoda y Malebranche habían atestado un importante golpe sobre ese vampiro, pero eso no significaba haber obtenido la victoria. Caraffa aún conservaba sus dudas y el hecho de que el inquisidor estuviera alejándose por largos períodos de aquellos dos, no pintaba nada bien. Las consecuencias que podría traer eso no estaba entre sus planes, por eso debía mover los hilos antes de tiempo, previniendo algo más.
—Ahora que lo mencionáis, habladme de vuestra búsqueda, me interesaría muchísimo saber de qué se trata aquello a lo cual le habéis depositado tanta fe. Quizás, hasta pueda incluirlo en los planes que tengo para cada uno de vosotros —mencionó Caraffa ya más calmado, haciéndole una ademán al vampiro para que tomara asiento en uno de los sillones frente a su escritorio—. Así que por favor, podéis sentirte cómodo en lo que los demás Custodios arriban a este encuentro. Ya han demorado bastante, pero bien sabéis que de contratiempos está lleno este mundo, ¿no es así? Así que lo mejor es aprovechar el tiempo que nos queda, al menos aplica en mi actual situación, ya soy un hombre mayor.
Gian Pietro Caraffa- Inquisidor Clase Alta
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