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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ralston Burgess Sáb Sep 15, 2018 8:38 pm

We stucked somewhere between love and war.

Despertó de golpe, aturdido, sudoroso y con un intenso dolor que amenazaba con partirle la cabeza en dos. Miró a su alrededor y por un momento no supo dónde se encontraba; aquella habitación no tenía nada de familiar. Se vio a sí mismo sentado en una silla, ante un escritorio sobre el cual la noche anterior se había desplomado hasta quedarse dormido, completamente borracho. La botella de vino vacía aún yacía ante sus pies. ¿Qué lo había orillado a beber de semejante manera? Increíblemente, no lograba recordarlo. Como pudo se levantó y, tambaleándose un poco al inicio, recorrió la habitación, hasta que llegó a un gran espejo de cuerpo completo, donde se detuvo a mirarse. Le impactó descubrirse una herida en el rostro, una línea rojiza, no demasiado profunda, que iniciaba en su frente, cruzaba su ojo derecho y se hacía más fina al llegar a la mejilla. Parecía un… rasguño. Esa fue la palabra clave, lo que lo remontó inmediatamente a los hechos del día anterior. Viktóriya, la ceremonia religiosa, la maldita noche de bodas. Sintió que el estómago se le revolvía y tuvo que inclinarse para deponer.

Esa era la razón por la cual se encontraba en una de las habitaciones de huéspedes. Eran marido y mujer, y luego de esa terrible experiencia ocurrida hacía apenas algunas horas, la había abandonado allí, sin conocimiento, en la que fuera su habitación. De verdad lo había hecho. ¿Cómo lo afrontaría? ¿Tendría la fortaleza suficiente para mirarla una vez más a la cara? No había otra opción. Ya había iniciado aquello, su tan ansiada y absurda venganza.

Así, sabiendo que por más horrible que fuera aquello debía continuarlo, se dio una ducha, se vistió, y cuando estuvo listo bajó al comedor para tomar el desayuno. Serafina, la sirvienta, que finalmente había terminado enterándose de todo y socorriendo a la señora de la casa, luego de que él la abandonase a su suerte, apenas y podía sostenerle la mirada a su patrón. Ralston lo notó de inmediato, cómo ésta se apresuró a servirle, tímidamente, como si le tuviera miedo, evitando a toda costa hablar. El deseo de preguntarle por Viktóriya lo asaltó, y por Dios que fue intenso, pero supo contenerse y en lugar de ello se envolvió tras un velo de frialdad, tomó los cubiertos y comenzó a comer.

¿Qué haces? ¿A dónde llevas eso? —Preguntó al cabo de un rato, al percatarse de que la criada se dirigía escaleras arriba, con una charola entre las manos.

La señora no ha desayunado todavía y yo… —la voz se le apagó.

Creí haber sido muy claro contigo la otra noche, Serafina —espetó con algo de severidad en el tono de su voz—. Si Viktóriya tiene hambre, que baje y se lo prepare ella misma. Tú no harás nada por ella, no eres su sirvienta, sólo trabajas para mí.

La mujer debió abandonar sus buenas intenciones en ese instante, asentir y obedecer sin chistar a las órdenes de su patrón, pero de algún modo se sentía comprometida con el bienestar de la señora. Muy consciente de que podía ser regañada, quizá hasta despedida por su rebeldía, decidió insistir.

Es que… la señora no se encuentra bien, patrón.

¿Qué le pasa? —Cuestionó él, ligeramente exasperado, no muy seguro de querer escuchar la respuesta.

Ella… —¿Cómo decir aquello? La pobre mujer no encontró manera posible de suavizarlo—. Está muy lastimada.

No fue necesario indagar más, él supo a qué se refería con eso. Eres un maldito animal, Ralston Burgess, se recriminó en silencio y por un segundo se sintió incapaz de seguir desayunando. De nueva cuenta tuvo que recurrir al velo de frialdad y lo renovó mientras daba un sorbo a su bebida, para luego continuar comiendo, como si  aquello fuera irrelevante.

No me importa. Que se las arregle como pueda.

Serafina se quedó helada con la actitud tan cruel de ese hombre al que servía. Quizá lo conociera poco, pero nada tenía que ver con el caballero amable que la había contratado. Lo desconoció por completo, y desde luego que deseó poder seguir diciendo más, pero supo que no debía, que no tenía caso. Para él, el tema estaba zanjado.


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Dear wife, welcome to your new and horrible life | Privado Empty Re: Dear wife, welcome to your new and horrible life | Privado

Mensaje por Viktóriya P. von Habsburg Vie Oct 19, 2018 10:51 pm

La joven se despertó sobresaltada, como si su mente y su alma hubiesen estado tratando de escapar de una terrible pesadilla. Y aunque no recordaba exactamente con qué había soñado, intuía que no debía haber sido demasiado agradable. Lo diferente de otras ocasiones en que despertaba tras un mal sueño, sin embargo, era que al abrir los ojos, su realidad no resultaba mucho más positiva. Se dejó caer sobre la almohada con un suspiro. Le costaba respirar, tal era el nudo que sentía obstruyéndole la garganta. Podía escuchar una especie de quejido en la distancia, un murmullo agudo y débil, como si alguien estuviese llorando, el sonido entrecortado pero inconfundible. Minutos más tarde, cuando se llevó las manos al rostro a fin de frotarse los ojos, descubrió la humedad que impregnaba sus mejillas, finalmente se dio cuenta de que era ella quien estaba llorando. Por un brevísimo momento no tuvo claro el motivo de su llanto. Se sentía confundida, adolorida. Pero poco a poco, a medida que las brumas que poblaban su consciencia se iban disipando, los hechos ocurridos la noche anterior le volvieron a la memoria, haciéndola sollozar esta vez con tal violencia que su cuerpo se sacudió con la fuerza de las convulsiones.

Aquellos movimientos bruscos también despertaron los nervios de las zonas que se habían visto más afectadas por la violencia gratuita a la que Ralston la había sometido la noche anterior. Su noche de bodas. La que se suponía que marcaba el momento más hermoso de una nueva unión, de un nuevo matrimonio. Alzó las sábanas que la cubrían para toparse de lleno con la desnudez de su cuerpo, y con las marcas inconfundibles de lo que había sucedido. No había lugar a dudas.

En torno a sus caderas, se podía apreciar con total claridad las marcas violáceas que habían dejado los dedos de su esposo, en forma de moratones, cuando la había sujetado por ellas con cada una de sus acometidas. A pesar de que había dejado de temblar visiblemente, las lágrimas seguían fluyendo por sus ojos en forma de cascada, sin detenerse. Luego estaba el escozor entre sus muslos, que ascendía hasta sus zonas más íntimas, donde el dolor era mucho más notable. La mancha de sangre que cubría las sábanas la hizo encogerse sobre sí misma, tras emitir un desgarrador grito, plenamente consciente de dónde procedía, y de lo que implicaba. Viktóriya recordaba algunos retazos de lo sucedido, hasta antes de perder la consciencia. Recordaba haber suplicado que se detuviera, rogado que parara. Aquella era la prueba de que Ralston no la había escuchado, ni se había detenido, incluso después de que su mente se hubiera desconectado. Ese pensamiento la aterró, un terror similar al que había experimentado cuando vio el cambio en los ojos de su esposo, cuando la sujetó contra el lecho para impedirle que se escapara. Marcas en sus brazos que imitaban las de sus caderas eran testigos de cómo la había sometido.

Nunca, nunca había presentido por parte de Ralston nada que no fuera amabilidad, bondad y simpatía. Y no podía evitar preguntarse hasta qué punto había estado equivocada. El hombre que la había utilizado de aquel modo tan hostil, desprovisto de cariño alguno, no se parecía en nada a con el caballero con el que había decidido casarse, a pesar de sus traumas pasados. Y quizá todo aparentara ser más terrible de lo que realmente era, pero la realidad es que la joven actriz no estaba acostumbrada a intimar con hombres, habiendo sido su primer y fallecido esposo su única experiencia. Tras él, el deseo había muerto, y únicamente regresó cuando decidió abrirle su corazón al Burgess. Ni estaba acostumbrada, ni estaba preparada para un acto tan cargado de ferocidad. ¿O quizá simplemente estaba buscando excusas? Algo que explicara semejante comportamiento. Porque por más que intentara engañarse a sí misma, y pretender que la rabia y odio que había visto en los ojos de su marido hubieran sido en realidad lujuria, ¿quién podría encontrar satisfacción en un acto que sólo reportaba sufrimiento a la persona a la que se supone que quieres? Porque si en algún momento había sentido placer en aquella unión, había sido ahogado por el dolor con creces, hasta el punto de olvidarse de ello del todo.

Con piernas temblorosas, trató de levantarse del lecho, pero las rodillas le fallaron y acabó cayendo de bruces, al tiempo en que la puerta se abría de par en par, y pasos se hicieron eco en un lateral del cuarto. La reacción fue instantánea, y más visceral de lo que hubiera imaginado: se echó a temblar de golpe, temiendo que fuera el hombre quien había regresado al cuarto que ahora compartían. Como pudo, se arrastró hacia un rincón, tiritando, tratando de camuflar sus sollozos con las manos, intentando hacer el menor ruido posible. Queriendo escapar, esconderse. Estaba aterrada, y sentirse así en el que se suponía que debería haber sido el primer día de su feliz matrimonio le estaba rompiendo el corazón en mil pedazos.

- Señora, Señora... Cálmese. Señora... -Unas manos suaves y pequeñas sacudieron su hombro delicadamente, y aunque tardó un poco en enfocarse, reconoció el rostro de Serafina cuando finalmente las lágrimas terminaron por calmarse. El alivio que sintió al saber que no era Ralston la llevó a abrazarse a la criada repentinamente, quien, aunque con cierta reticencia, terminó por arroparla como pudo, tratando de aplacar su malestar. Algo que funcionó parcialmente, al menos hasta que la voz de Ralston surgió desde el piso de abajo, llamando por la otra mujer. - Señora, tengo que irme. Señora... por favor, vístase. Enfermará si permanece desnuda. - De haber estado en sus cabales, hubiera presentido que probablemente el temblor en la voz de la mujer, y también el hecho de que hablara en susurros, se correspondía igualmente al temor.

La puerta se volvió a cerrar, y tirada desde el suelo, nuevamente a solas, Viktóriya se sintió minúscula, perdida, y absolutamente desolada. No supo cuánto tiempo permaneció allí, ni qué la impulsó a levantarse, y hacer caso a las palabras de la sirvienta, quien probablemente había sido la que había tenido la decencia de cubrirla con las colchas la noche anterior. El agua fría le mordió la piel, pero ni siquiera le importó. Un dolor nuevo que sustituyese al que ya sentía le resultaba incluso satisfactorio. Sus piernas aún temblaban, y su cabeza, en lugar de estar cargada de pensamientos y de recuerdos, se había quedado totalmente en blanco. El estado de shock le duró un largo rato. Se vistió y descendió las escaleras, y fue cuando tropezó en el último de los escalones, para luego aterrizar en el suelo, a la vista de Ralston, ambas miradas encontrándose, cuando finalmente salió de él. El pánico nuevamente inundando sus facciones, y las lagrimas derramándose sin permiso. Lágrimas de humillación, pero también de confusión. Porque aquellos ojos gélidos tampoco pertenecían a la persona de la que se había enamorado.

Y no sabía qué hacer al respecto.

- Señora... -Serafina hizo ademán de acercarse para ayudarla, pero se detuvo en seco, lanzándole una mirada de reojo a su Señor. Y entonces la rubia comprendió. Realmente estaba sola. Se alzó de forma tentativa, una vez recuperó el aliento, abrazándose a sí misma, instintivamente tratando de cubrir las marcas que su esposo había dejado en sus brazos con sus propias manos. Con andares inciertos e inestables, dio unos cuantos pasos, su expresión más propia de un infante perdido que de una mujer adulta, para luego girarse y dirigirse a la puerta principal. Necesitaba recuperar el aire que le habían arrancado de los pulmones de algún modo, y no se le ocurría cómo hacerlo.

Viktóriya P. von Habsburg
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