AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Vencer el miedo | Privado
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Vencer el miedo | Privado
En cuanto abrió los ojos, el mundo entero parecía estar bailando, dando vueltas a su alrededor. Una sensación de náusea la hizo reaccionar cerrando los ojos con fuerza, intentando mantener la consciencia y no volver a desmayarse. Sentía un dolor punzante en las sienes, palpitante, como si se hubiera dado un fuerte golpe en la cabeza... Y en efecto, así era. Al llevarse las manos a la nuca sus manos se pringaron de inmediato con un espeso líquido con intenso olor a óxido. ¿Sangre? ¿Su sangre? Con cuidado, se volteó muy despacio hasta que su estómago quedó contra el suelo. Inspiró y expiró un par de veces, tratando que su cuerpo se estabilizase y se acostumbrase a la nueva -e incómoda- postura, y entonces, abrió los ojos. Al principio no consiguió ver absolutamente nada. Notaba como si hubiese una densa neblina instalada justo delante de sus ojos, impidiéndole percibir lo que había a su alrededor. Dedujo entonces que probablemente llevaba varias horas inconsciente, a juzgar por el adormecimiento que notaba en sus extremidades y por esas dificultades que estaba teniendo para que su vista se adaptase a la oscuridad circundante. ¿Qué demonios le había pasado? ¿Cuánto tiempo llevaba allí tirada? Lo último que recordaba era que estaba caminando por el mercado, a medio día, en busca de información sobre uno de los últimos casos que habían llegado a comisaría.
Se incorporó poco a poco, apoyándose con cuidado en el tronco del árbol que tenía justo al lado. Cuando su vista finalmente se acostumbró a la penumbra, pudo observar con más atención todo cuanto la rodeaba. El tronco estaba manchado de sangre, así que probablemente, antes de perder el conocimiento, se había recostado sobre él. ¿Pero por qué? No entendía nada. No sabía dónde estaba ni mucho menos cómo había llegado hasta allí. Si había caminado por su propia cuenta no recordaba absolutamente nada de ello, y eso le preocupaba incluso más del hecho mismo de estar tan lejos de la ciudad. Porque debía estar muy muy lejos, a juzgar por la ausencia de bullicio que imperaba en aquel sitio. La Luna, amenazantemente llena, le indicó que había pasado bastante tiempo desde el ocaso. Así que llevaba más de siete horas inconsciente. ¡Demonios! ¿Con qué la habían golpeado? Aunque realmente parecía que habían pensado que estaba muerta, dado el lugar en que la habían dejado. A pocos metros divisó una especie de lago cubierto de maleza, que desprendía un olor lo bastante desagradable para hacer que encogiese la nariz incluso a esa distancia. ¿Estaba en el pantano? ¿Cómo la habían llevado hasta allí sin que nadie se diese cuenta? Había algo que no encajaba en todo aquello. Se llevó las manos al bolsillo, donde encontró su pistolete, tal y como ella misma lo había dejado al salir de casa. La munición había desaparecido. Fue entonces cuando lo vio.
Un cuerpo permanecía tendido frente a ella, inerte. A su alrededor, un gran charco de sangre le dio la evidencia que le faltaba. Estaba muerto. Se puso de pie con cuidado, sólo para poder oír cómo los casquillos caían sobre el suelo en un débil repiqueteo. Había disparado más de ocho veces antes de desmayarse. ¿Pero cómo podía no recordarlo? ¿Lo había hecho estando inconsciente, como sonámbula? ¿Era eso posible? El dolor de cabeza inicial se acrecentó en cuanto dio un par de pasos en dirección al cadáver. Lo pateó para darle la vuelta. Posiblemente le había disparado mientras se alejaba, o si no no entendía cómo no había tenido tiempo de acercarse a ella: las armas de fuego eran útiles, pero terriblemente lentas de cargar. Por su posición, diría que al morir estaba avanzando en su dirección, antes de caer por un disparo que le había dado directamente en una rodilla. Extraño. Muy extraño. ¿Le había dado todos los tiros, sin fallar, estando semiinconsciente? Siempre había tenido una puntería excelente, pero aquello no tenía ningún sentido. - ¿Qué diablos ha pasado aquí en realidad?
Se incorporó poco a poco, apoyándose con cuidado en el tronco del árbol que tenía justo al lado. Cuando su vista finalmente se acostumbró a la penumbra, pudo observar con más atención todo cuanto la rodeaba. El tronco estaba manchado de sangre, así que probablemente, antes de perder el conocimiento, se había recostado sobre él. ¿Pero por qué? No entendía nada. No sabía dónde estaba ni mucho menos cómo había llegado hasta allí. Si había caminado por su propia cuenta no recordaba absolutamente nada de ello, y eso le preocupaba incluso más del hecho mismo de estar tan lejos de la ciudad. Porque debía estar muy muy lejos, a juzgar por la ausencia de bullicio que imperaba en aquel sitio. La Luna, amenazantemente llena, le indicó que había pasado bastante tiempo desde el ocaso. Así que llevaba más de siete horas inconsciente. ¡Demonios! ¿Con qué la habían golpeado? Aunque realmente parecía que habían pensado que estaba muerta, dado el lugar en que la habían dejado. A pocos metros divisó una especie de lago cubierto de maleza, que desprendía un olor lo bastante desagradable para hacer que encogiese la nariz incluso a esa distancia. ¿Estaba en el pantano? ¿Cómo la habían llevado hasta allí sin que nadie se diese cuenta? Había algo que no encajaba en todo aquello. Se llevó las manos al bolsillo, donde encontró su pistolete, tal y como ella misma lo había dejado al salir de casa. La munición había desaparecido. Fue entonces cuando lo vio.
Un cuerpo permanecía tendido frente a ella, inerte. A su alrededor, un gran charco de sangre le dio la evidencia que le faltaba. Estaba muerto. Se puso de pie con cuidado, sólo para poder oír cómo los casquillos caían sobre el suelo en un débil repiqueteo. Había disparado más de ocho veces antes de desmayarse. ¿Pero cómo podía no recordarlo? ¿Lo había hecho estando inconsciente, como sonámbula? ¿Era eso posible? El dolor de cabeza inicial se acrecentó en cuanto dio un par de pasos en dirección al cadáver. Lo pateó para darle la vuelta. Posiblemente le había disparado mientras se alejaba, o si no no entendía cómo no había tenido tiempo de acercarse a ella: las armas de fuego eran útiles, pero terriblemente lentas de cargar. Por su posición, diría que al morir estaba avanzando en su dirección, antes de caer por un disparo que le había dado directamente en una rodilla. Extraño. Muy extraño. ¿Le había dado todos los tiros, sin fallar, estando semiinconsciente? Siempre había tenido una puntería excelente, pero aquello no tenía ningún sentido. - ¿Qué diablos ha pasado aquí en realidad?
Catherine S. Chandler- Humano Clase Media
- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: Vencer el miedo | Privado
- Mierda de país, y mierda de ciudad. -Farfullé cuando por tercera vez en aquella mañana, al intentar parar un coche de caballos que pudiera llevarme hasta el centro, el cochero salía corriendo como si no hubiese un mañana. Vale, de acuerdo que mi aspecto no era especialmente común ni parecido al de la mayoría de pueblerinos que paseaban por las calles a aquellas horas, pero digo yo, que al menos, podría haber preguntado antes de marcharse como alma que lleva al diablo. ¿Cómo demonios iba a integrarme en la sociedad si era la propia sociedad la que me excluía como si fuese un apestado, simplemente porque mi aspecto se salía de los cánones establecidos según el protocolo de la época? Me tocaba muchísimo las narices. Para una vez que empezaba el día de buenas... Total, al final, tras varias horas buscando un maldito medio de transporte que pudiera desplazarme hacia la capital, decidí que si por las buenas no podía ser, entonces tendría que conseguirlo por las malas.
Salté la valla de una de las granjas de aquel dichoso pueblo en el que había ido a parar en la última misión, dispuesto a tomar prestado sin permiso uno de los caballos. Claro que aunque no esperaba que me resultara sencillo, tampoco esperaba que los granjeros fueran a oponer tanta resistencia. La esposa de la familia me estampó un jarrón en toda la cabeza, pensando, tal vez, que con eso bastaría. Al ver cómo me volteaba, sin inmutarme ni un ápice por el golpe, su cara de pánico me lo dijo todo. A veces los franceses me superaban. Si me veían por la calle procuraban alejarse y seguir caminando por otro sitio, pero si estaban dentro de su propiedad, parecían envalentonarse lo suficiente para tratar de plantarme cara. A mi. Era ridículo lo mirara por donde lo mirase. Así, tras quitarle la hoz al que parecía ser el hijo mayor de la familia, los até a todos en el granero, e ignorando sus gritos de "ladrón" y "maleante", que eran más que merecidos, todo sea dicho, me colé en la cuadra y traté de subirme a un semental que me lanzó cuatro veces contra el piso hasta que finalmente pareció asumir que no podría hacerme cambiar de idea. Tan terco como sus dueños, de los que aún podía oír los gritos en la distancia.
El viaje en caballo, aunque carecía de las comodidades propias del carruaje, me hizo rememorar momentos pasados. Las bastas tierras que me vieron nacer, crecer, y que me convirtieron en lo que era, en lo que soy. En cierta forma, la vida en la ciudad había conseguido desnaturalizarme a mi también, aun cuando trataba a toda costa de alejarme de la civilización lo suficiente para que no me influyese demasiado. No podía evitarlo. Necesitaba hacer aquellos trabajos para poder comer. La vida en el bosque hacía mucho que había dejado de ser suficiente. No porque no tuviera la capacidad de alimentarme con lo que la tierra me otorgaba, sino porque no podía mantenerme al margen de forma indefinida, mientras todo evolucionaba a mi alrededor. Me hubiera gustado, por supuesto, pero era imposible. Así que tras dos meses de estar alejado de la parte más céntrica de Francia, de París, un nuevo trabajo me obligaba a regresar de lleno a la civilización. Al ajetreo de gentes paseando con sus miradas altivas y su temor a lo desconocido. Sólo de pensarlo ya me ponía de mala hostia.
En aquella ocasión, como era costumbre, me tocaba "cazar" a un par de maleantes que habían estado haciendo de las suyas en los últimos tiempos, robando y asaltando casas de gente poderosa -cosa que no me importaba lo más mínimo-, y secuestrando a niñas con a saber qué terrible propósito. Y claro, ¿quién mejor para atrapar a mercenarios que otro mercenario, con las características que yo tenía? Con el tiempo me había hecho un nombre entre los círculos bajos de la ciudad. Y para bien o para mal, era eso lo que me daba de comer.
Unas cuatro horas después, llegamos finalmente a la ciudad, que nos recibió con su habitual bullicio y mezcla aleatoria de olores, a cada cual más desagradable. Los dos estábamos exhaustos. Así que me decanté por ir en primer lugar a la pequeña cabaña que yo mismo había construido en el bosque. Ningún cazador puede hacer bien su trabajo con el estómago lleno, ¿no? Tras comer varios mendrugos de pan que estaban duros y mohosos a partes iguales, dejé al caballo atado al poste trasero y me dispuse a buscar a mis objetivos. No me resultaría difícil. Me habían dicho que solían merodear por los bosques, así que lo más probable es que se hubieran establecido por allí. El rastreo y las prendas que me habían facilitado de los tipos harían todo lo demás.
Y justo di con el olor de uno de ellos, cuando el aroma de alguien desconocido me invadió las fosas nasales. ¿Un rehén? Eso no entraba en mis planes. Mi trabajo no consistía en rescatar a nadie: yo me encargaba de asesinar a quienes mis "patrones" requerían. Seguí el rastro de los dos aromas lejos de la cabaña, hasta que mis pasos me llevaron hasta el pantano que había al fondo del bosque. Trepé hasta uno de los árboles, únicamente para ser espectador de la escena más surrealista que hubiese visto en mi vida. Una chica que apenas si pesaría cincuenta kilos, enfrentándose a un tipo que fácilmente le sacaba dos cabezas. Y venciendo. Apreté los puños al observar como MI presa, caía, desplomada, a unos metros debajo de mi. Sin haber sido yo quien lo hubiera abatido. La joven, por su parte, también cayó, aunque apenas me había dado tiempo a reaccionar cuando se volvió a despertar. Lo cierto es que no entendía nada en absoluto. ¿Quién demonios era esa humana y por qué había cazado al tipo que yo debía cazar?
- Lo que ha pasado, es que acabas de asesinar a una de mis presas. Y eso no me hace ninguna gracia. -Me dejé caer del árbol sin demasiada delicadeza. Una nube de polvo y ramas se levantó a mi alrededor. Me giré bruscamente y la encaré. - ¿Qué haces aquí? ¿De qué le conocías? ¿Eras una de sus víctimas? -Las preguntas salieron disparadas directamente desde mi garganta. Estaba furioso aunque también intrigado. ¿Cómo había logrado hacerle frente al otro sujeto, y ganar? Una vez me centré con más atención en su aroma, obtuve la respuesta. Olía a vampiro. Pero no estaba muerta. La cogí por el cuello y la estampé con el árbol sin ningún miramiento. Si eso era una encerrona, no tenía ni puta gracia.
Salté la valla de una de las granjas de aquel dichoso pueblo en el que había ido a parar en la última misión, dispuesto a tomar prestado sin permiso uno de los caballos. Claro que aunque no esperaba que me resultara sencillo, tampoco esperaba que los granjeros fueran a oponer tanta resistencia. La esposa de la familia me estampó un jarrón en toda la cabeza, pensando, tal vez, que con eso bastaría. Al ver cómo me volteaba, sin inmutarme ni un ápice por el golpe, su cara de pánico me lo dijo todo. A veces los franceses me superaban. Si me veían por la calle procuraban alejarse y seguir caminando por otro sitio, pero si estaban dentro de su propiedad, parecían envalentonarse lo suficiente para tratar de plantarme cara. A mi. Era ridículo lo mirara por donde lo mirase. Así, tras quitarle la hoz al que parecía ser el hijo mayor de la familia, los até a todos en el granero, e ignorando sus gritos de "ladrón" y "maleante", que eran más que merecidos, todo sea dicho, me colé en la cuadra y traté de subirme a un semental que me lanzó cuatro veces contra el piso hasta que finalmente pareció asumir que no podría hacerme cambiar de idea. Tan terco como sus dueños, de los que aún podía oír los gritos en la distancia.
El viaje en caballo, aunque carecía de las comodidades propias del carruaje, me hizo rememorar momentos pasados. Las bastas tierras que me vieron nacer, crecer, y que me convirtieron en lo que era, en lo que soy. En cierta forma, la vida en la ciudad había conseguido desnaturalizarme a mi también, aun cuando trataba a toda costa de alejarme de la civilización lo suficiente para que no me influyese demasiado. No podía evitarlo. Necesitaba hacer aquellos trabajos para poder comer. La vida en el bosque hacía mucho que había dejado de ser suficiente. No porque no tuviera la capacidad de alimentarme con lo que la tierra me otorgaba, sino porque no podía mantenerme al margen de forma indefinida, mientras todo evolucionaba a mi alrededor. Me hubiera gustado, por supuesto, pero era imposible. Así que tras dos meses de estar alejado de la parte más céntrica de Francia, de París, un nuevo trabajo me obligaba a regresar de lleno a la civilización. Al ajetreo de gentes paseando con sus miradas altivas y su temor a lo desconocido. Sólo de pensarlo ya me ponía de mala hostia.
En aquella ocasión, como era costumbre, me tocaba "cazar" a un par de maleantes que habían estado haciendo de las suyas en los últimos tiempos, robando y asaltando casas de gente poderosa -cosa que no me importaba lo más mínimo-, y secuestrando a niñas con a saber qué terrible propósito. Y claro, ¿quién mejor para atrapar a mercenarios que otro mercenario, con las características que yo tenía? Con el tiempo me había hecho un nombre entre los círculos bajos de la ciudad. Y para bien o para mal, era eso lo que me daba de comer.
Unas cuatro horas después, llegamos finalmente a la ciudad, que nos recibió con su habitual bullicio y mezcla aleatoria de olores, a cada cual más desagradable. Los dos estábamos exhaustos. Así que me decanté por ir en primer lugar a la pequeña cabaña que yo mismo había construido en el bosque. Ningún cazador puede hacer bien su trabajo con el estómago lleno, ¿no? Tras comer varios mendrugos de pan que estaban duros y mohosos a partes iguales, dejé al caballo atado al poste trasero y me dispuse a buscar a mis objetivos. No me resultaría difícil. Me habían dicho que solían merodear por los bosques, así que lo más probable es que se hubieran establecido por allí. El rastreo y las prendas que me habían facilitado de los tipos harían todo lo demás.
Y justo di con el olor de uno de ellos, cuando el aroma de alguien desconocido me invadió las fosas nasales. ¿Un rehén? Eso no entraba en mis planes. Mi trabajo no consistía en rescatar a nadie: yo me encargaba de asesinar a quienes mis "patrones" requerían. Seguí el rastro de los dos aromas lejos de la cabaña, hasta que mis pasos me llevaron hasta el pantano que había al fondo del bosque. Trepé hasta uno de los árboles, únicamente para ser espectador de la escena más surrealista que hubiese visto en mi vida. Una chica que apenas si pesaría cincuenta kilos, enfrentándose a un tipo que fácilmente le sacaba dos cabezas. Y venciendo. Apreté los puños al observar como MI presa, caía, desplomada, a unos metros debajo de mi. Sin haber sido yo quien lo hubiera abatido. La joven, por su parte, también cayó, aunque apenas me había dado tiempo a reaccionar cuando se volvió a despertar. Lo cierto es que no entendía nada en absoluto. ¿Quién demonios era esa humana y por qué había cazado al tipo que yo debía cazar?
- Lo que ha pasado, es que acabas de asesinar a una de mis presas. Y eso no me hace ninguna gracia. -Me dejé caer del árbol sin demasiada delicadeza. Una nube de polvo y ramas se levantó a mi alrededor. Me giré bruscamente y la encaré. - ¿Qué haces aquí? ¿De qué le conocías? ¿Eras una de sus víctimas? -Las preguntas salieron disparadas directamente desde mi garganta. Estaba furioso aunque también intrigado. ¿Cómo había logrado hacerle frente al otro sujeto, y ganar? Una vez me centré con más atención en su aroma, obtuve la respuesta. Olía a vampiro. Pero no estaba muerta. La cogí por el cuello y la estampé con el árbol sin ningún miramiento. Si eso era una encerrona, no tenía ni puta gracia.
Óðinn- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 13/10/2014
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