AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sin miedo a nada (Privado)
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Sin miedo a nada (Privado)
"El mundo cambia si dos se miran y se reconocen."
Octavio Paz.
Octavio Paz.
Muchas cosas habían cambiado en la vida de Amélie Zwaan en esos últimos meses. No era y no volvería a ser ya nunca más esa niña callada, solitaria e insegura. Había cruzado sus propios límites, se había enfrentado -como la poderosa guerrera que en realidad no era- a sus estructuras. Y había ganado.
Allí estaba ahora, ¿quien lo hubiera dicho? Ella -Amélie, la siempre cuidada niña, la que no salía jamás sin compañía, la dulce y femenina jovencita-, ahora era muy diferente y estaba haciendo cosas realmente imposibles.
Lorraine la había ayudado mucho, por primera vez en mucho tiempo se había vuelto a sentir cuidada con ese cuidado que solo las madres pueden brindar… pero Amélie sólo tenía un objetivo en mente y su nombre era Quentin Zwaan, con ubicación en París.
Le había costado tanto llegar… mas allí estaba ahora y no había tardado en averiguar algunas cosas sobre su hermano; salía poco, no se lo veía con mucha gente y gustaba de pasar tiempo en la biblioteca. No era mucha, pero era la información que tenía y le había costado mucho conseguirla… había tenido que besar a un joven empleado de esa enorme casa para que le dijera aquellas cosas acerca de Quentin.
Intentó pedirle al hombre que la dejase pasar, que la anunciara ante el señor Zwaan como una visitante… pero él se negó, aduciendo que podría perder su empleo por hacer algo así y que si ella pretendía que se pusiese en ese riesgo tendría que darle algo más a cambio. Un golpe le dio, por supuesto. Ofendida salió de allí, pero regresó al día siguiente y al otro y después al otro. Nunca la dejaron entrar ¡ni siquiera la anunciaron! ¿Por qué eran tan maleducados? ¿Acaso su hermano sería así también?
Cansada de ir una y otra vez de aquel lugar al hotel, Amélie –loca e insensata como se había vuelto- resolvió que esperaría cerca de la entrada. Decidió aguardar a que Quentin saliera de la casa, en algún momento tendría que ir a algún lado y no importaba si lo hacía en horas o en días, paciente Amélie lo esperaría al costado del camino, en la zona de los árboles. Ella no tenía qué perder y tampoco le temía a nada.
Rezó para que él saliera pronto, pues en tres o cuatro noches habría luna llena, su cuerpo ya comenzaba a alertarla de aquello, y Dios la oyó. Pues la mañana siguiente vio movimientos cerca de la reja… un coche se preparaba para salir de la casa y solo podía ser su hermano.
-Hola, soy Amélie Zwaan… sí, tenemos el mismo apellido ¡y no es casualidad! -ensayó en un susurro mientras intentaba acomodar su cabello negro-. ¡No, estoy sonando como tonta! Hola, somos hermanos –probó, pero la frase tampoco la convenció.
Estaba ansiosa, quería que el coche saliera ya mismo, y a la vez tan nerviosa… ¡Tenía un hermano e iba a conocerlo! ¡Su vida iba a cambiar!
Todo había sido una mentira. Tarde -pues su padre ya había muerto- había sabido que el respetado señor Zwaan tenía dos familias y que ella no estaba tan sola en el mundo como creía... De igual modo lo había perdonado. Nada, ni siquiera una mentira así, podía hacer que ella amara menos a su padre.
Al oír los cascos retumbantes, Amélie volvió a la realidad. ¡Por fin iba a poder ver a su hermano! Pero estaba ojerosa, despeinada y con su vestido rosa pálido lleno de hojas, producto de haber dormido en el pasto la última noche. Eso, aunque era algo frívolo, también la preocupaba.
“Si Lorraine supiera lo que estoy haciendo me mataría”, pensó, segura de que la mujer no lo aprobaría.
-Me llamo Amélie y mi padre me pidió que te buscase, me dijo que somos hermanos, Quentin… ¡No, no puedo empezar mintiéndole!
Oculta detrás de los árboles observó que el carro ya estaba relativamente cerca. Hizo un último intento por acomodar su cabello largo y lacio, pero sabía que ya no tenía solución posible.
“Padre, ayúdame. Sólo quiero que Quentin me quiera”, le dijo con el corazón mientras alzaba su mirada al cielo.
Amélie Zwaan se llenó los pulmones con el aire frío de la mañana y, cuando el coche pasó junto a ella, salió de su escondite:
-¡Quentin! ¡Quentin! –gritó, mientras se cruzaba frente a los caballos, obligando al cochero a frenar-. ¡Quentin, necesito hablar contigo! –El hombre hizo que los animales se detuvieran a tiempo y comenzó a insultarla, pero Amélie no lo oyó. Se ubicó al costado y comenzó a golpear la puertilla-: ¡Quentin, tengo que decirte algo! ¡Ábreme, es importante! Ábreme, por favor –rogó, sin dejar de golpear con el puño cerrado. La adrenalina la movía y no le permitía pensar con claridad, ni siquiera sabía qué estaba haciendo, no era consiente de que tal vez él la creyera una ladronzuela-. ¡Quentin, quiero decirte algo!
El cochero llegó a ella rápidamente y comenzó a tirar de su brazo, gritando cosas que ella no entendía. Mientras Amélie forcejeaba con el hombre la puerta finalmente se abrió, hacia afuera, y por ese impulso ella acabó cayendo de espaldas sobre el suelo regado de pequeñas piedritas.
Desde allí, completamente avergonzada por haber caído, lo vio. Sus miradas se encontraron y, aunque ella tenía la boca abierta y estaba dispuesta a seguir hablando, las palabras la abandonaron.
Amélie Zwaan- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 20/04/2017
Re: Sin miedo a nada (Privado)
Resultaba algo irreal aun el verse ahora sentado en una mesa que difícilmente se podría llenar. Los manjares que a diario eran preparados con esmero por indicaciones de su tío ya fallecido eran estrictas y dentro de las mismas había dejado claramente que nada debía faltarle. La servidumbre se había habituado ya en el trascurso de un año a las vagas demandas de Quentin, quien nunca se vio como un joven presuntuoso o egoísta, al contrario algunos murmuraban que su falta de carácter le convertía en un joven que difícilmente sería capaz de llevar a cabo continuar con el protocolo del papeleo de los negocios marítimos que su padre había dejado inconclusos o incluso el simple hecho de no tener temple al momento de ordenar algo.
Así que cuando el chico pedía le escoltaran hacia la biblioteca o el sanatorio no se rehusaban normalmente. Una vez que terminó de probar su desayuno le colocaron una gabardina sobre sus hombros advirtiéndole que el cochero estaba listo.
Abandonó la mesa y regaló una reverencia a la mujer de cuerpo rollizo quien se hacía cargo de la comida en la mansión.
–Muchas gracias Marie, todo ha estado exquisito como de costumbre, por favor no me esperen para comer–
Mencionó ligeramente apenado y se encaminó hacia la puerta, ascendió al carromato y suspiró con desgano cuando su saludo matinal no fue respondido por el cochero. Un hombre en demasía amargado por las circunstancias que la vida le había regalado. Quentin no lo culpaba, pero pensaba que no era justo que se rodeara de esa negatividad.
–Hacia el sanatorio por favor–
Mencionó mientras los caballos relinchaban y daban rienda suelta al incomodo paseo. La mirada del joven Zwaan se perdió por unos instantes en la arboleda que se erguía hacia los costados brindando ese aire de nobleza en el jardín extenso. Sus pensamientos etéreos se nublaron por completo cuando se percató de que alguien en el exterior le llamaba por su nombre. No esperaba visitas ese día, de hecho muy pocos se aproximaban a la verja a preguntar por Quentin, la mayor parte de los socios comerciales se habían marchado ya de la capital cuando se vieron en ruinas. ¿Quién podría ser entonces? ¿Marie? ¿Habría sido lo suficientemente despistado como para olvidar algo en el comedor?
Los gritos se volvían cada vez más palpables y la carroza se frenó de manera estrepitosa. Supo entonces que no se trataba de Marie y de inmediato buscó la manera de abrir la ventanilla, escuchó al cochero maltratarle con adjetivos innecesarios y tuvo que reincorporarse completamente para abrir la puerta. Inesperadamente este movimiento provocó la caída de una joven que clamaba su nombre con desesperación y angustia. La primera reacción de Quentin fue bajar para ayudarle y cerciorarse de que nada grave le había ocurrido en su caída.
–Madmoiselle ¿Se encuentra bien?– De inmediato le ayudó a incorporarse, notó su estado de desvelo en el rostro.
–Dígame ¿Se encuentra bien? Ha sido un error mío el abrir de dicha forma la puerta, le pido una sincera disculpa–
Cuando se hallaron de pie una extraña sensación le invadió el cuerpo provocando que sus latidos se aceleraran de forma repentina.
–Me temo que no la conozco ¿Nos hemos visto antes? ¿Necesita algo?–
Un par de segundos bastaron para que su mundo cambiara, aunque ni siquiera sospechaba la magnitud que acarrearía dicho encuentro.
Así que cuando el chico pedía le escoltaran hacia la biblioteca o el sanatorio no se rehusaban normalmente. Una vez que terminó de probar su desayuno le colocaron una gabardina sobre sus hombros advirtiéndole que el cochero estaba listo.
Abandonó la mesa y regaló una reverencia a la mujer de cuerpo rollizo quien se hacía cargo de la comida en la mansión.
–Muchas gracias Marie, todo ha estado exquisito como de costumbre, por favor no me esperen para comer–
Mencionó ligeramente apenado y se encaminó hacia la puerta, ascendió al carromato y suspiró con desgano cuando su saludo matinal no fue respondido por el cochero. Un hombre en demasía amargado por las circunstancias que la vida le había regalado. Quentin no lo culpaba, pero pensaba que no era justo que se rodeara de esa negatividad.
–Hacia el sanatorio por favor–
Mencionó mientras los caballos relinchaban y daban rienda suelta al incomodo paseo. La mirada del joven Zwaan se perdió por unos instantes en la arboleda que se erguía hacia los costados brindando ese aire de nobleza en el jardín extenso. Sus pensamientos etéreos se nublaron por completo cuando se percató de que alguien en el exterior le llamaba por su nombre. No esperaba visitas ese día, de hecho muy pocos se aproximaban a la verja a preguntar por Quentin, la mayor parte de los socios comerciales se habían marchado ya de la capital cuando se vieron en ruinas. ¿Quién podría ser entonces? ¿Marie? ¿Habría sido lo suficientemente despistado como para olvidar algo en el comedor?
Los gritos se volvían cada vez más palpables y la carroza se frenó de manera estrepitosa. Supo entonces que no se trataba de Marie y de inmediato buscó la manera de abrir la ventanilla, escuchó al cochero maltratarle con adjetivos innecesarios y tuvo que reincorporarse completamente para abrir la puerta. Inesperadamente este movimiento provocó la caída de una joven que clamaba su nombre con desesperación y angustia. La primera reacción de Quentin fue bajar para ayudarle y cerciorarse de que nada grave le había ocurrido en su caída.
–Madmoiselle ¿Se encuentra bien?– De inmediato le ayudó a incorporarse, notó su estado de desvelo en el rostro.
–Dígame ¿Se encuentra bien? Ha sido un error mío el abrir de dicha forma la puerta, le pido una sincera disculpa–
Cuando se hallaron de pie una extraña sensación le invadió el cuerpo provocando que sus latidos se aceleraran de forma repentina.
–Me temo que no la conozco ¿Nos hemos visto antes? ¿Necesita algo?–
Un par de segundos bastaron para que su mundo cambiara, aunque ni siquiera sospechaba la magnitud que acarrearía dicho encuentro.
Chandler Gallagher- Humano Clase Baja
- Mensajes : 66
Fecha de inscripción : 22/03/2016
Re: Sin miedo a nada (Privado)
Aceptó la mano cálida que su hermano le tendía y se puso nuevamente en pie, acercándose a él sin dejar de observarlo. Podía reconocer algunos rasgos de su padre en él, la forma de sus cejas, el color del cabello… sus ojos. Sus ojos eran como los de su padre y eso –volver a encontrar la mirada de él en alguien a quien jamás había visto antes- la conmovió tanto que Amélie tuvo que respirar profundamente para no llorar.
-Sí, estoy bien… No nos conocemos, Quentin, pero tengo algo importante que hablar contigo. Necesito que me escuches, aquí mismo, dentro del coche o de la casa, lo mismo da… pero tengo que hablar contigo de inmediato.
Todavía apretaba la mano de Quentin con la suya, y no pensaba soltarlo, cuando el cochero comenzó a amenazarla con llevarla a la fuerza ante la policía si no se alejaba de inmediato de su señor. ¡Qué descaro! ¡Un simple cochero amenazando a una señorita de buena posición! Estaba azorada. ¿Acaso su hermano no era lo suficientemente firme en sus órdenes? ¿Por qué permitía que aquel inculto hablase de esa forma tan vulgar en su presencia?
-¡No sea impertinente! –le ordenó, poniéndose rápidamente en su lugar de jovencita de buena familia-. ¿Cómo se atreve a hablar de esa forma delante de nosotros? ¡Soy yo quien debería llevarlo ante la policía por haberme tocado como lo hizo! ¡Fue usted quien me empujó! –mentía y los tres lo sabían, pero no le importaba… él era solo un cochero mientras que ella era Amélie Zwaan y podía probarlo, tenía documentación que certificaba su identidad-. ¡Cállese ya mismo y vuelva a conducir el carro, que estar entre caballos es su misión en esta vida! ¡Vamos, rápido, no nos haga perder el tiempo! –apremió ante la cara de asombro que el hombre puso.
Tiró de Quentin y se metió con él en el coche, cuando se acomodaron cerró la puertilla. Sabía que estaba loca, que hacía lo que no se debía hacer… ¡Dándole órdenes a empleados ajenos! Pero ella estaba allí por algo mucho más importante, un hombre como aquel no la detendría.
Cuando el carro comenzó a moverse, Amélie volvió a mirar a Quentin, a sentir la mirada de su padre a través de él. Que dócil era… la había seguido sin más.
-Perdona todo esto –le dijo, pues el primer encuentro con él no estaba siendo lo que ella había idealizado-. Me llamo Amélie… y quiero mostrarte algo –había dudado, ¿era mejor decir la verdad o que él la leyera? La voz comenzaba a fallarle, por lo que eligió la segunda opción. Rebuscó entre los bolsillos internos de su vestido y sacó los sobres de los que no se había despegado jamás en esos meses, desde que sabía la verdad-. Toma… estas son cosas que escribió mi padre. Yo crecí en Le Havre, esta es mi carta de nacimiento –le tendió el papel-, y estos son otros documentos que indican qué debía hacerse en caso de que él falleciese.
Todo se lo dio, sin miedo. No sabía a dónde se dirigía el coche, tampoco si estaba encerrada allí con alguien que podría querer lastimarla al saber la verdad… No lo conocía, no podía adivinar lo que ocurriría a continuación, pero Amélie no tenía miedo pues su hermano parecía ser un joven bueno.
-Sí, estoy bien… No nos conocemos, Quentin, pero tengo algo importante que hablar contigo. Necesito que me escuches, aquí mismo, dentro del coche o de la casa, lo mismo da… pero tengo que hablar contigo de inmediato.
Todavía apretaba la mano de Quentin con la suya, y no pensaba soltarlo, cuando el cochero comenzó a amenazarla con llevarla a la fuerza ante la policía si no se alejaba de inmediato de su señor. ¡Qué descaro! ¡Un simple cochero amenazando a una señorita de buena posición! Estaba azorada. ¿Acaso su hermano no era lo suficientemente firme en sus órdenes? ¿Por qué permitía que aquel inculto hablase de esa forma tan vulgar en su presencia?
-¡No sea impertinente! –le ordenó, poniéndose rápidamente en su lugar de jovencita de buena familia-. ¿Cómo se atreve a hablar de esa forma delante de nosotros? ¡Soy yo quien debería llevarlo ante la policía por haberme tocado como lo hizo! ¡Fue usted quien me empujó! –mentía y los tres lo sabían, pero no le importaba… él era solo un cochero mientras que ella era Amélie Zwaan y podía probarlo, tenía documentación que certificaba su identidad-. ¡Cállese ya mismo y vuelva a conducir el carro, que estar entre caballos es su misión en esta vida! ¡Vamos, rápido, no nos haga perder el tiempo! –apremió ante la cara de asombro que el hombre puso.
Tiró de Quentin y se metió con él en el coche, cuando se acomodaron cerró la puertilla. Sabía que estaba loca, que hacía lo que no se debía hacer… ¡Dándole órdenes a empleados ajenos! Pero ella estaba allí por algo mucho más importante, un hombre como aquel no la detendría.
Cuando el carro comenzó a moverse, Amélie volvió a mirar a Quentin, a sentir la mirada de su padre a través de él. Que dócil era… la había seguido sin más.
-Perdona todo esto –le dijo, pues el primer encuentro con él no estaba siendo lo que ella había idealizado-. Me llamo Amélie… y quiero mostrarte algo –había dudado, ¿era mejor decir la verdad o que él la leyera? La voz comenzaba a fallarle, por lo que eligió la segunda opción. Rebuscó entre los bolsillos internos de su vestido y sacó los sobres de los que no se había despegado jamás en esos meses, desde que sabía la verdad-. Toma… estas son cosas que escribió mi padre. Yo crecí en Le Havre, esta es mi carta de nacimiento –le tendió el papel-, y estos son otros documentos que indican qué debía hacerse en caso de que él falleciese.
Todo se lo dio, sin miedo. No sabía a dónde se dirigía el coche, tampoco si estaba encerrada allí con alguien que podría querer lastimarla al saber la verdad… No lo conocía, no podía adivinar lo que ocurriría a continuación, pero Amélie no tenía miedo pues su hermano parecía ser un joven bueno.
Amélie Zwaan- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 20/04/2017
Re: Sin miedo a nada (Privado)
Todo ocurría de manera tan rápida que apenas podía reaccionar ante los impulsos de la joven. Una extraña sensación le invadió repentinamente pero no supo cómo describirla. Como si el mero hecho de intercambiar palabras con ella fuese una especie de deja vu o un sueño que venía siendo repetitivo en días pasado y se concretaba finalmente al tenerle frente a frente, pero ¿Por qué? Sus latidos se tornaron salvajes al punto de casi estallar dentro de su pecho. No había sentido esa sensación más que en un par de ocasiones donde las pesadillas de sus días lúgubres aun venían a rondar sus sueños de vez en cuando, pero hacía un mes desde la última batalla interna contra sus demonios. Aunque no era exactamente igual puesto que este sentimiento acarreaba cierto aire de nostalgia. Ensimismado en esos pasajes turbios, aterrizó una vez más cuando la joven se enfrascaba en una ligera discusión con el chofer. Hizo amago de gritar y pedir que dejaran el tema en paz. Pero era demasiado menguado para interrumpir.
Solo fue testigo de aquel acto donde la joven de buenas a primeras había cerrado la puertecilla y ordenaba como una dama de buena cuna al chofer dirigirse al sitio donde originalmente se le había pedido unos minutos atrás. De mala gana el hombre solo miró con ojos de furia al heredero Zwaan y tiró de los caballos una vez más. Admiraba con fervor aquella fuerza en la voz de la desconocida, porque en más de una ocasión él había querido tener ese poder de autoridad pero los nervios lo traicionaban y prefería callar que ser descortés con la servidumbre. Ligeramente sobresaltado miró nuevamente a la joven y pudo hallar ciertos rasgos propios en ella: el color de cabello, las líneas de expresión que se dibujaban cuando fruncía el entrecejo y por unos segundos un recuerdo de su infancia se coló hasta esa escena. Si la memoria no le traicionaba le pareció ver a su madre reprimiéndole como cuando era pequeño. Eran pocas cosas que recordaba de sus padres y aunque fue un choque fugaz, fue real y tangible.
–De…descuide madmoiselle–
Iba a decir lo que su presencia acarreaba hacia él cuando se presentó un poco más tranquila y fue interrumpido.
Con detenimiento recibió los sobres y poco a poco comenzó a extraer las cartas y documentación.
–“Le Havre” –
Se detuvo un par de segundos. Sí. Su padre había mencionado aquel lugar en más de una ocasión y lo recordaba a la perfección porque había anotado ese nombre en sus cuadernillos para no olvidar aquel dato que le parecía importante. Siguió pasando sus ojos por las anotaciones y misivas que le habían sido entregados.
–Mucho gusto Amélie, sabe. Mi abuela se llamaba así o al menos eso creo recordar– sonrió con timidez –Pero como es que sabes mi…–
Su oración quedó a la mitad al sostener entre sus manos un acta de nacimiento, el registro que probaba que aquella mujer era más que una desconocida.
–¿Zwaan LeBlanc? Madmoiselle usted tiene los mismos apellidos que yo…–
El resto de las hojas cayeron de sus manos y solo el golpeteo de una lágrima sobre aquel documento que aun sostenía se escuchó. Pudo haber reaccionado de muchas formas, no obstante su única respuesta fue abrazarle, quería decirle muchas cosas y solo se le ocurrió quedarse ahí unos minutos cerca de ella.
Solo fue testigo de aquel acto donde la joven de buenas a primeras había cerrado la puertecilla y ordenaba como una dama de buena cuna al chofer dirigirse al sitio donde originalmente se le había pedido unos minutos atrás. De mala gana el hombre solo miró con ojos de furia al heredero Zwaan y tiró de los caballos una vez más. Admiraba con fervor aquella fuerza en la voz de la desconocida, porque en más de una ocasión él había querido tener ese poder de autoridad pero los nervios lo traicionaban y prefería callar que ser descortés con la servidumbre. Ligeramente sobresaltado miró nuevamente a la joven y pudo hallar ciertos rasgos propios en ella: el color de cabello, las líneas de expresión que se dibujaban cuando fruncía el entrecejo y por unos segundos un recuerdo de su infancia se coló hasta esa escena. Si la memoria no le traicionaba le pareció ver a su madre reprimiéndole como cuando era pequeño. Eran pocas cosas que recordaba de sus padres y aunque fue un choque fugaz, fue real y tangible.
–De…descuide madmoiselle–
Iba a decir lo que su presencia acarreaba hacia él cuando se presentó un poco más tranquila y fue interrumpido.
Con detenimiento recibió los sobres y poco a poco comenzó a extraer las cartas y documentación.
–“Le Havre” –
Se detuvo un par de segundos. Sí. Su padre había mencionado aquel lugar en más de una ocasión y lo recordaba a la perfección porque había anotado ese nombre en sus cuadernillos para no olvidar aquel dato que le parecía importante. Siguió pasando sus ojos por las anotaciones y misivas que le habían sido entregados.
–Mucho gusto Amélie, sabe. Mi abuela se llamaba así o al menos eso creo recordar– sonrió con timidez –Pero como es que sabes mi…–
Su oración quedó a la mitad al sostener entre sus manos un acta de nacimiento, el registro que probaba que aquella mujer era más que una desconocida.
–¿Zwaan LeBlanc? Madmoiselle usted tiene los mismos apellidos que yo…–
El resto de las hojas cayeron de sus manos y solo el golpeteo de una lágrima sobre aquel documento que aun sostenía se escuchó. Pudo haber reaccionado de muchas formas, no obstante su única respuesta fue abrazarle, quería decirle muchas cosas y solo se le ocurrió quedarse ahí unos minutos cerca de ella.
Chandler Gallagher- Humano Clase Baja
- Mensajes : 66
Fecha de inscripción : 22/03/2016
Re: Sin miedo a nada (Privado)
No había tenido suerte en su vida. Siempre con una venda de ingenuidad cubriendo sus ojos, Amélie había crecido prácticamente sola y creyendo que a pesar de todo tenía una vida feliz si se la comparaba con otras. Y no era cierto… Había perdido a su madre de pequeña. Su padre le decía que la amaba, que era lo mejor que tenía en la vida, pero no se lo demostraba, nunca la visitaba –podían pasar meses, cinco o seis, hasta que él se apareciera por el internado para señoritas en el que la había dejado, como si fuese un costal de arena, cuando era solo una niña que nada comprendía- y solo le enviaba dinero con su hombre de confianza, Miklós. Amélie amaba a Mik, pero él la había abandonado también luego de ilusionarla. Y, por último, había sido marcada, mordida y condenada a ser un animal para siempre. Su vida era difícil, pero no se daba por vencida. No se cansaba de intentarlo una y otra vez, indoblegable luchaba por cambiar la estrella negra que la regía. Y por no bajar los brazos jamás –sin importar el obstáculo que se le presentase- Amélie estaba allí, con su hermano. Sentía que él era su recompensa, su felicidad luego de tanto tiempo de amargura.
Mientras ese joven la abrazaba, Amélie no pudo evitar esperanzarse, decirse que al fin había encontrado un lugar seguro, que ya no estaba sola… Recordó a la niña que había sido, la vio -como si no se tratase de ella misma- llorando en la soledad de su habitación, rogando al cielo para que éste le concediese alguien que la amase de verdad, confesándole a Dios que la soledad la estaba matando. Ahora, con su hermano aceptándola –como parecía que lo estaba haciendo-, Amélie sentía que esas oraciones no habían sido en vano y que estaban siendo respondidas al fin.
Lo abrazó con fuerza y lloró. Lloró por su madre y por su padre muertos, lloró toda su desilusión, su fe marchita, lloró sus miedos y sus sueños rotos, lloró porque sentía que de ese abrazo nacía un nuevo comienzo para ella, tal vez para ambos.
-Somos hermanos, Quentin –le dijo, pese a que era obvio-. No sabes todo lo que deseé tener un hermano, tener a alguien que cuide de mí… Y te quiero, Quentin –apretó el abrazo y escondió su rostro en el cuerpo de él-, no te conozco, pero siento que te quiero. Podrías haberme gritado y expulsado de tu carruaje, pero me abrazaste –conjeturó en voz alta dándose cuenta de que no sólo tenía un hermano, sino que tenía un hermano bueno, con un lindo corazón.
Tenían mucho de qué hablar, ¿qué había ocurrido con su padre? ¿Cómo podía él no haberles dicho nunca la verdad? ¿Quentin tenía madre? ¿La aceptaría esa mujer a ella? No le temía a eso, pero sin duda la inquietaba. ¿Qué hacía Quentin con su vida? ¿Qué cosas le gustaban? ¡Quería saberlo todo de él! Deseaba poder pasar tardes enteras hablando, conociéndolo… Sí, tenían mucho de qué hablar, pero lo más importante ya estaba dicho.
Mientras ese joven la abrazaba, Amélie no pudo evitar esperanzarse, decirse que al fin había encontrado un lugar seguro, que ya no estaba sola… Recordó a la niña que había sido, la vio -como si no se tratase de ella misma- llorando en la soledad de su habitación, rogando al cielo para que éste le concediese alguien que la amase de verdad, confesándole a Dios que la soledad la estaba matando. Ahora, con su hermano aceptándola –como parecía que lo estaba haciendo-, Amélie sentía que esas oraciones no habían sido en vano y que estaban siendo respondidas al fin.
Lo abrazó con fuerza y lloró. Lloró por su madre y por su padre muertos, lloró toda su desilusión, su fe marchita, lloró sus miedos y sus sueños rotos, lloró porque sentía que de ese abrazo nacía un nuevo comienzo para ella, tal vez para ambos.
-Somos hermanos, Quentin –le dijo, pese a que era obvio-. No sabes todo lo que deseé tener un hermano, tener a alguien que cuide de mí… Y te quiero, Quentin –apretó el abrazo y escondió su rostro en el cuerpo de él-, no te conozco, pero siento que te quiero. Podrías haberme gritado y expulsado de tu carruaje, pero me abrazaste –conjeturó en voz alta dándose cuenta de que no sólo tenía un hermano, sino que tenía un hermano bueno, con un lindo corazón.
Tenían mucho de qué hablar, ¿qué había ocurrido con su padre? ¿Cómo podía él no haberles dicho nunca la verdad? ¿Quentin tenía madre? ¿La aceptaría esa mujer a ella? No le temía a eso, pero sin duda la inquietaba. ¿Qué hacía Quentin con su vida? ¿Qué cosas le gustaban? ¡Quería saberlo todo de él! Deseaba poder pasar tardes enteras hablando, conociéndolo… Sí, tenían mucho de qué hablar, pero lo más importante ya estaba dicho.
Amélie Zwaan- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 20/04/2017
Re: Sin miedo a nada (Privado)
Sus ojos pasaron en más de una ocasión por las mismas líneas. Claramente ahí los datos de la joven eran del todo idénticos a los suyos, salvo el nombre de la madre. ¿Qué estaba sucediendo? ¿En qué momento se había vaticinado aquel encuentro? Al menos de su parte no recordaba nada absolutamente en sus anotaciones. Debía ser que su padre ocultaba aquel secreto o quizás incluso eso había causado la ruptura del matrimonio de los Zwaan. No importaba ahora, porque aquella mujer significaba un nuevo inicio y una nueva razón para ser un mejor hombre día con día, se limitó a sostenerla entre sus brazos y reposar su barbilla en la cabeza ajena, sentía una conexión a pesar de que solo llevaba un par de minutos dentro del carruaje con ella. No era momento para derrumbarse y ser partícipe de una autocompasión nuevamente, porque el pasado ajeno debió haber sido tan lacerante que le había arrastrado hasta ese estado de desesperación. Solo le restaba pensar que ese abrazo fuese suficiente de momento para poder hacerle sentir que no estaba sola, no más.
–Amélie Zwaan– susurró mientras pasaba con cuidado su mano por la mejilla de su hermana –So…somos hermanos en efecto, pero ¿Cómo? Es decir, nuestro padre…– cortó su oración al notar que el resto de las hojas habían rodado hasta sus pies –Perdón, discúlpeme madmoiselle, es decir Amélie, hermana. Esto te pertenece– dijo mientras regresaba con cuidado las cartas y los papeles que había leído.
No necesitaba prueba alguna para que certificara sus orígenes, le bastaba ese sentimiento extraño que ahora se abría paso en su corazón.
La palabra “hermana” se había hilado por primera vez después de tantos años y pesar de que lo decía de manera sincera y de corazón, no terminaba de comprender el valor de la misma. Les aguardaba mucho por saber uno del otro y de ese modo, darle un nuevo sentido a ese concepto de familia. Su nerviosismo nato le impedía expresarse como hubiese querido, tenía demasiadas cosas en la cabeza que deseaba decirle, pero como siempre sucedía cuando las emociones se sobreponían solo se limitaba a balbucear. Como cuando era un pequeño inseguro.
–No, no pienses eso, no tenía por qué echarte del carruaje, aun cuando no sabía quién eras, sentí una sensación extraña al verte, como si, como si ya nos hubiésemos conocido anteriormente, no supe que significaba, no sé cómo expresarlo, es solo que…–
Se quedó callado y se sintió levemente avergonzado, Amélie quizás esperaba ver a un hombre seguro y con el control de llevar las riendas de lo que el apellido les había heredado. No obstante el mismo poseía heridas aún abiertas que eventualmente debían ser sanadas.
–Sólo quiero que sepas que estoy contigo y que podemos empezar de cero ahora que nos conocemos–
Besó con cuidado la frente de Amélie y rió nervioso nuevamente, no quería mostrarse impulsivo, pero las muestras de afecto no eran el punto fuerte del neerlandés.
–Cochero ¡Deténgase por favor! Deténgase ¿Sería tan amable de conducirnos a la mansión nuevamente, por favor. Seguramente querrás descansar, darte un baño ¿Tienes hambre?–
Decía mientras le dedicaba una mirada de preocupación.
–Amélie Zwaan– susurró mientras pasaba con cuidado su mano por la mejilla de su hermana –So…somos hermanos en efecto, pero ¿Cómo? Es decir, nuestro padre…– cortó su oración al notar que el resto de las hojas habían rodado hasta sus pies –Perdón, discúlpeme madmoiselle, es decir Amélie, hermana. Esto te pertenece– dijo mientras regresaba con cuidado las cartas y los papeles que había leído.
No necesitaba prueba alguna para que certificara sus orígenes, le bastaba ese sentimiento extraño que ahora se abría paso en su corazón.
La palabra “hermana” se había hilado por primera vez después de tantos años y pesar de que lo decía de manera sincera y de corazón, no terminaba de comprender el valor de la misma. Les aguardaba mucho por saber uno del otro y de ese modo, darle un nuevo sentido a ese concepto de familia. Su nerviosismo nato le impedía expresarse como hubiese querido, tenía demasiadas cosas en la cabeza que deseaba decirle, pero como siempre sucedía cuando las emociones se sobreponían solo se limitaba a balbucear. Como cuando era un pequeño inseguro.
–No, no pienses eso, no tenía por qué echarte del carruaje, aun cuando no sabía quién eras, sentí una sensación extraña al verte, como si, como si ya nos hubiésemos conocido anteriormente, no supe que significaba, no sé cómo expresarlo, es solo que…–
Se quedó callado y se sintió levemente avergonzado, Amélie quizás esperaba ver a un hombre seguro y con el control de llevar las riendas de lo que el apellido les había heredado. No obstante el mismo poseía heridas aún abiertas que eventualmente debían ser sanadas.
–Sólo quiero que sepas que estoy contigo y que podemos empezar de cero ahora que nos conocemos–
Besó con cuidado la frente de Amélie y rió nervioso nuevamente, no quería mostrarse impulsivo, pero las muestras de afecto no eran el punto fuerte del neerlandés.
–Cochero ¡Deténgase por favor! Deténgase ¿Sería tan amable de conducirnos a la mansión nuevamente, por favor. Seguramente querrás descansar, darte un baño ¿Tienes hambre?–
Decía mientras le dedicaba una mirada de preocupación.
Chandler Gallagher- Humano Clase Baja
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Re: Sin miedo a nada (Privado)
Tomó todos sus documentos, aquellos papeles que certificaban que ella no mentía, que decían con voz alta y clara quién era. Los guardó apresurada en sus bolsillos internos y volvió a tomar las manos de Quentin. No quería soltarlo jamás, temía que él desapareciera… O peor aún, que se arrepintiese de la buena acogida que le había dado.
¿Cuántas veces había soñado con ese momento? ¿Cuántas veces había deseado tener el valor de colarse en aquella casa gigantesca en donde su hermano vivía? ¡Su padre había vivido allí! De seguro el lugar estaba repleto de sus cosas, ¿habría conservado Quentin las ropas de su padre? ¿Su perfume con dejos de naranjo estaría aguardando en alguna mesilla de alguna de las habitaciones a que ella lo destapase y reviviera así viejos recuerdos? Oh, extrañaba tanto a su padre… Su hermano no podía llenar el vacío que sentía en el pecho, pero al menos Amélie se sentía amada por primera vez en mucho tiempo y no podría explicar con palabras lo que eso representaba para ella ni aunque lo intentase.
Mientras su hermano le aseguraba que jamás la rechazaría, la mente de Amélie le jugó una mala pasada. Sólo pensamientos horribles acudieron a ella y necesitó volver a esconderse en el abrazo de su hermano, ese desconocido que la había recibido con brazos abiertos. Ella lloraba, pero él podría pensar que se trataba de emoción y no de miedo y angustia, que era el verdadero origen de sus lagrimas.
“Te odiará, te rechazará en cuanto sepa la verdad. Descubrirá que eres un monstruo y te llevará ante el tribunal del Santo Oficio”. Su mente no le daba tregua. Estaba feliz, pero a la vez el miedo se adueñaba de ella y la hacía temblar. No se sentía nada bien.
-Yo soy buena, Quentin. –Necesitó decírselo tanto como necesitaba ella misma oírlo-. Yo puedo ayudarte a dar órdenes a los sirvientes si prometes que siempre me querrás, que no me dejarás nunca como nuestro padre me dejó. –No podría decirse que fuera un trato justo, pero era todo lo que podía ofrecer. Incluso le hubiera gustado agregar un “prométeme que no me casarás con nadie nunca”, pero no tuvo el valor.
El beso de su hermano la tranquilizó casi de inmediato. Si bien era algo espantoso lo que tenía que contarle, Amélie vio un pequeño rayo de esperanza en aquel beso. Sintió que su hermano no era de los que se apuraban a hacer juicios sobre los demás. Parecía ser un joven sensato –todo lo sensato que ella no era- y justo.
-Sí, quiero ir a tu casa –le dijo-. Estoy cansada... He dormido durante algunos días en el bosquecillo, estaba esperando que salieras para poder hablarte –se sintió avergonzada al decirlo, pero era la verdad-. Muero de hambre y… creo que no me siento bien.
Era la bestia que cargaba. Ese ser horrible en el que ella se transformaba con la luna llena no la dejaba ser feliz, presentía que Amélie estaba disfrutando de algo por primera vez en mucho tiempo y ya se entrometía –mareándola- para no permitirle la plenitud de la alegría.
¿Cuántas veces había soñado con ese momento? ¿Cuántas veces había deseado tener el valor de colarse en aquella casa gigantesca en donde su hermano vivía? ¡Su padre había vivido allí! De seguro el lugar estaba repleto de sus cosas, ¿habría conservado Quentin las ropas de su padre? ¿Su perfume con dejos de naranjo estaría aguardando en alguna mesilla de alguna de las habitaciones a que ella lo destapase y reviviera así viejos recuerdos? Oh, extrañaba tanto a su padre… Su hermano no podía llenar el vacío que sentía en el pecho, pero al menos Amélie se sentía amada por primera vez en mucho tiempo y no podría explicar con palabras lo que eso representaba para ella ni aunque lo intentase.
Mientras su hermano le aseguraba que jamás la rechazaría, la mente de Amélie le jugó una mala pasada. Sólo pensamientos horribles acudieron a ella y necesitó volver a esconderse en el abrazo de su hermano, ese desconocido que la había recibido con brazos abiertos. Ella lloraba, pero él podría pensar que se trataba de emoción y no de miedo y angustia, que era el verdadero origen de sus lagrimas.
“Te odiará, te rechazará en cuanto sepa la verdad. Descubrirá que eres un monstruo y te llevará ante el tribunal del Santo Oficio”. Su mente no le daba tregua. Estaba feliz, pero a la vez el miedo se adueñaba de ella y la hacía temblar. No se sentía nada bien.
-Yo soy buena, Quentin. –Necesitó decírselo tanto como necesitaba ella misma oírlo-. Yo puedo ayudarte a dar órdenes a los sirvientes si prometes que siempre me querrás, que no me dejarás nunca como nuestro padre me dejó. –No podría decirse que fuera un trato justo, pero era todo lo que podía ofrecer. Incluso le hubiera gustado agregar un “prométeme que no me casarás con nadie nunca”, pero no tuvo el valor.
El beso de su hermano la tranquilizó casi de inmediato. Si bien era algo espantoso lo que tenía que contarle, Amélie vio un pequeño rayo de esperanza en aquel beso. Sintió que su hermano no era de los que se apuraban a hacer juicios sobre los demás. Parecía ser un joven sensato –todo lo sensato que ella no era- y justo.
-Sí, quiero ir a tu casa –le dijo-. Estoy cansada... He dormido durante algunos días en el bosquecillo, estaba esperando que salieras para poder hablarte –se sintió avergonzada al decirlo, pero era la verdad-. Muero de hambre y… creo que no me siento bien.
Era la bestia que cargaba. Ese ser horrible en el que ella se transformaba con la luna llena no la dejaba ser feliz, presentía que Amélie estaba disfrutando de algo por primera vez en mucho tiempo y ya se entrometía –mareándola- para no permitirle la plenitud de la alegría.
Amélie Zwaan- Licántropo Clase Alta
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Re: Sin miedo a nada (Privado)
De regreso a la mansión, Quentin aún no asimilaba del todo aquella escena, un par de meses atrás era el ser más desdichado que pudiese haber pisado tierras galas y ahora, se veía como un hombre de fortuna que brindaba palabras de aliento y seguridad a su hermana. ¿En qué momento la vida había dado ese giro de 360 grados? ¿Cuándo se le permitió una pisca de indulgencia en medio de su desgracia? El punto era que estaba conociendo un lado que jamás pensó existía y trataba de caminar en ese sendero lo más firme posible. Seguramente Amélie tenía muchas dudas, muchos cuestionamientos flotando en su mente, con el tiempo y el paso de los días seguramente ya iría cubriendo aquellos puntos. Lo importante era que no se sentiría solo el resto de la semana, que en ese mes que iniciaba también era el comienzo de una nueva historia. Una sonrisa fugaz pero natural se plasmó en los labios del neerlandés a quien desde hace mucho tiempo no se le veía sonreír. Y es que estaba seguro o se permitió creer que era capaz de cuidar y aprender a querer a su hermana.
–No necesitas decirme eso Amélie, estoy seguro que eres una mujer bondadosa, no sé cómo, no puedo entenderlo, pero es como si… –
Agachó la mirada unos segundos tratando de hallar la respuesta correcta.
–Es como si, viese algo de mí en ti–
Suspiró.
–Y eso me basta para confiar en lo que me dices–
Los movimientos del carromato dificultaban la charla que daba inicio, así que cuando estuviesen dentro de la casa seguramente podría fluir un poco mejor todo aquel embrollo que sentía en el estómago.
–Debiste haber pasado días difíciles Amélie–
Claro que había sido complicado para ella, bastaba verle en ese estado de cansancio. Pero es que el joven de ojos nostálgicos apenas caía en la cuenta de ello y se sintió culpable por hacerlo evidente.
–Bueno, es decir, todo mejorará a partir de hoy ¿De acuerdo?–
Volteó la mirada a través de la ventanilla, porque sentía que a veces decía las cosas mal y que podía haber hecho sentir mal a la joven.
–Seguramente sabrán qué hacer con ese malestar, mi personal…es decir nuestro personal es muy eficiente–
El carruaje se detuvo y el chofer apenas podía creer todo aquello que se había suscitado, su mirada atónita apenas comparada con la del resto de la servidumbre no dejaba de cuestionarse que pasaría de ahora en adelante.
El mismo Quentin le ayudó a descender para adentrarse en la suntuosidad de la mansión. El nuevo hogar de Amélie.
–Ven, vamos, te va a gustar el lugar– susurró.
Caminó con ella mostrándole parte del recibidor, los cuadros, las lámparas, el piano y cada mínimo detalle fue explicado por el joven, parecía un chiquillo en ese momento.
–¡Oh! Es verdad, no has comido en días. Ven conmigo la cocina está por acá ¿Quieres un poco de leche, jugo, fruta, un emparedado? ¡Ya sé! Un vaso con agua seguramente será apropiado para saciar tu sed–
Quentin no dejaba de caminar de un lado a otro, de hablar y acribillar con tantas atenciones a su hermana. Ese acto era parte de su nerviosismo, pero Amélie seguramente ya lo había notado.
–No necesitas decirme eso Amélie, estoy seguro que eres una mujer bondadosa, no sé cómo, no puedo entenderlo, pero es como si… –
Agachó la mirada unos segundos tratando de hallar la respuesta correcta.
–Es como si, viese algo de mí en ti–
Suspiró.
–Y eso me basta para confiar en lo que me dices–
Los movimientos del carromato dificultaban la charla que daba inicio, así que cuando estuviesen dentro de la casa seguramente podría fluir un poco mejor todo aquel embrollo que sentía en el estómago.
–Debiste haber pasado días difíciles Amélie–
Claro que había sido complicado para ella, bastaba verle en ese estado de cansancio. Pero es que el joven de ojos nostálgicos apenas caía en la cuenta de ello y se sintió culpable por hacerlo evidente.
–Bueno, es decir, todo mejorará a partir de hoy ¿De acuerdo?–
Volteó la mirada a través de la ventanilla, porque sentía que a veces decía las cosas mal y que podía haber hecho sentir mal a la joven.
–Seguramente sabrán qué hacer con ese malestar, mi personal…es decir nuestro personal es muy eficiente–
El carruaje se detuvo y el chofer apenas podía creer todo aquello que se había suscitado, su mirada atónita apenas comparada con la del resto de la servidumbre no dejaba de cuestionarse que pasaría de ahora en adelante.
El mismo Quentin le ayudó a descender para adentrarse en la suntuosidad de la mansión. El nuevo hogar de Amélie.
–Ven, vamos, te va a gustar el lugar– susurró.
Caminó con ella mostrándole parte del recibidor, los cuadros, las lámparas, el piano y cada mínimo detalle fue explicado por el joven, parecía un chiquillo en ese momento.
–¡Oh! Es verdad, no has comido en días. Ven conmigo la cocina está por acá ¿Quieres un poco de leche, jugo, fruta, un emparedado? ¡Ya sé! Un vaso con agua seguramente será apropiado para saciar tu sed–
Quentin no dejaba de caminar de un lado a otro, de hablar y acribillar con tantas atenciones a su hermana. Ese acto era parte de su nerviosismo, pero Amélie seguramente ya lo había notado.
Chandler Gallagher- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 22/03/2016
Re: Sin miedo a nada (Privado)
Ella ya había notado el parecido, pero creía que no era físico, sino algo más profundo. En la mirada de él se reconocía a sí misma. Claro que le costaba sostenerle la mirada, no porque hubiese hecho algo malo –al menos no de momento, si acababan de encontrarse-, sino porque temía que él la viese y así descubriera que estaba maldita, que una bestia horrible habitaba en ella sin que Amélie tuviese forma de ser libre.
-Es que tengo hambre –le dijo, en referencia a su malestar, pero había algo más que no sabía como explicar sin que quedase expuesta su naturaleza-. Y… no me siento bien cuando paso mucho tiempo encerrada, necesito sentir el aire fresco en la cara. –No, definitivamente a la bestia que la habitaba no le gustaba el encierro, en esa época del mes podía controlarlo, pero cuando se acercase a la luna llena simplemente se iría a dormir al medio del campo con tal de poder conciliar el sueño.
Tomó la mano de su hermano y ya no la soltó en todo lo que duró el trayecto de vuelta, tampoco cuando al fin descendieron. El cochero los miraba y la menor de los Zwaan no sabía si esa expresión tan dura en el gesto del hombre se debía a que había oído lo ocurrido o a que no se fiaba de ella. No le importaba, suponía que en algún momento su hermano se encargaría de explicarle al personal lo que estaba ocurriendo.
Ah, pero enfrentarse a la mirada del resto de las personas de la casa sí que fue duro. Tanto que por fin Amélie Zwaan se permitió ser la niña que era –pues no dejaba de tener diecisiete años-, y buscó refugio escondiéndose tras el cuerpo de su hermano. ¿Qué pensarían de ella? ¿Que era una impostora que solo buscaba sacar provecho del bondadoso Quentin? Y él no parecía preocupado en lo absoluto, como si no notase la forma en la que ellos la miraban.
Se tomó de su brazo como si él fuese su escudo, se apoyó en Quentin mientras recorrían la casa, que era bellísima. ¡Que sucia y fea se sentía en comparación! Su vestido se hallaba rasgado y deshilachado en la parte baja de la falda, producto de las noches que había pasado en el bosquecillo, ¡y se sentía horrible y fuera de lugar en medio de aquella decoración exquisita!
-Es todo tan hermoso, Quentin –le dijo, mientras él le seguía mostrando con ilusión su casa, sus cosas-. Aquí vivía mi padre –dijo, más para ella que para él.
De solo imaginarlo caminando por esos pasillos que ahora ella recorría, de solo pensar que su voz gruesa había retumbado entre esas paredes… ¡Oh, cuanto le extrañaba! Amélie no había podido despedirse de él. Alzó la cabeza y halló una pintura en la que su padre aparecía junto a una mujer, supuso que era la madre de su hermano. No pudo preguntarle, pues Quentin ya le ofrecía ir hacia la cocina a comer algo y era eso justo lo que su cuerpo necesitaba.
-Quiero todo –le dijo con una sonrisa algo avergonzada. Para lo delgada que era, Amélie comía como un marinero que acababa de llegar al puerto-. ¿Qué comía mi padre cuando vivía aquí?
Atravesaron las puertas de la cocina y se encontraron con dos personas allí, un hombre y una mujer, Amélie supuso que se trataba de los cocineros, pero otra vez sintió que era una invasora que estaba metiéndose en un terreno que no le correspondía. Aún así, en esa oportunidad no se escondió detrás de su hermano:
-Déjennos solos, salgan –pidió, como si estuviese en absoluto control de la situación-. Lo siento –le dijo a Quentin cuando ambas personas salieron, tras mirarla con mala cara-, es que prefiero que estemos nosotros dos. Puedo comer fruta –se abalanzó sobre un cesto que contenía manzanas rojas y, rápida, le dio a la primera un mordisco-, pero quiero que sigamos hablando sin que nadie nos oiga. No los conozco –se justificó-. Además no puede ser muy difícil cocinar… podemos hacerlo nosotros. ¿Qué quieres comer tú?
-Es que tengo hambre –le dijo, en referencia a su malestar, pero había algo más que no sabía como explicar sin que quedase expuesta su naturaleza-. Y… no me siento bien cuando paso mucho tiempo encerrada, necesito sentir el aire fresco en la cara. –No, definitivamente a la bestia que la habitaba no le gustaba el encierro, en esa época del mes podía controlarlo, pero cuando se acercase a la luna llena simplemente se iría a dormir al medio del campo con tal de poder conciliar el sueño.
Tomó la mano de su hermano y ya no la soltó en todo lo que duró el trayecto de vuelta, tampoco cuando al fin descendieron. El cochero los miraba y la menor de los Zwaan no sabía si esa expresión tan dura en el gesto del hombre se debía a que había oído lo ocurrido o a que no se fiaba de ella. No le importaba, suponía que en algún momento su hermano se encargaría de explicarle al personal lo que estaba ocurriendo.
Ah, pero enfrentarse a la mirada del resto de las personas de la casa sí que fue duro. Tanto que por fin Amélie Zwaan se permitió ser la niña que era –pues no dejaba de tener diecisiete años-, y buscó refugio escondiéndose tras el cuerpo de su hermano. ¿Qué pensarían de ella? ¿Que era una impostora que solo buscaba sacar provecho del bondadoso Quentin? Y él no parecía preocupado en lo absoluto, como si no notase la forma en la que ellos la miraban.
Se tomó de su brazo como si él fuese su escudo, se apoyó en Quentin mientras recorrían la casa, que era bellísima. ¡Que sucia y fea se sentía en comparación! Su vestido se hallaba rasgado y deshilachado en la parte baja de la falda, producto de las noches que había pasado en el bosquecillo, ¡y se sentía horrible y fuera de lugar en medio de aquella decoración exquisita!
-Es todo tan hermoso, Quentin –le dijo, mientras él le seguía mostrando con ilusión su casa, sus cosas-. Aquí vivía mi padre –dijo, más para ella que para él.
De solo imaginarlo caminando por esos pasillos que ahora ella recorría, de solo pensar que su voz gruesa había retumbado entre esas paredes… ¡Oh, cuanto le extrañaba! Amélie no había podido despedirse de él. Alzó la cabeza y halló una pintura en la que su padre aparecía junto a una mujer, supuso que era la madre de su hermano. No pudo preguntarle, pues Quentin ya le ofrecía ir hacia la cocina a comer algo y era eso justo lo que su cuerpo necesitaba.
-Quiero todo –le dijo con una sonrisa algo avergonzada. Para lo delgada que era, Amélie comía como un marinero que acababa de llegar al puerto-. ¿Qué comía mi padre cuando vivía aquí?
Atravesaron las puertas de la cocina y se encontraron con dos personas allí, un hombre y una mujer, Amélie supuso que se trataba de los cocineros, pero otra vez sintió que era una invasora que estaba metiéndose en un terreno que no le correspondía. Aún así, en esa oportunidad no se escondió detrás de su hermano:
-Déjennos solos, salgan –pidió, como si estuviese en absoluto control de la situación-. Lo siento –le dijo a Quentin cuando ambas personas salieron, tras mirarla con mala cara-, es que prefiero que estemos nosotros dos. Puedo comer fruta –se abalanzó sobre un cesto que contenía manzanas rojas y, rápida, le dio a la primera un mordisco-, pero quiero que sigamos hablando sin que nadie nos oiga. No los conozco –se justificó-. Además no puede ser muy difícil cocinar… podemos hacerlo nosotros. ¿Qué quieres comer tú?
Amélie Zwaan- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/04/2017
Re: Sin miedo a nada (Privado)
Al mayor de los Zwaan le costaba trabajo mantenerse en esa postura, toda su vida desde que fue reconocido como el heredero de la fortuna se había sentido solitario, habituado a ser atendido y a que sus demandas, que eran pocas, fuesen cumplidas. No obstante a partir de ese instante sus vidas estaban tomando un giro inesperado aunque aún no estaban conscientes del alcance que eso representaría. De re ojo, Quentin se perdía por instantes en la figura menuda su hermana y su mente como era costumbre ya, le llevaba a pensar que clase eventualidades había sufrido antes de llegar hasta la mansión. Si conocía realmente su padre, si estaba lista para vivir dentro de ese nuevo círculo que quizás resultaría en primera instancia ajeno a sus costumbres, pero no lo percibía así por la indumentaria de la chica, sino porque incluso a él le había tomado tiempo. Vivir en la calle le dotó de una fortaleza que seguramente en algún momento le ayudaría de mucho para ser ese hombre de valor que se necesitaba cuando las situaciones apremiaban.
–¿Todo?– respondió con un semblante de asombro –Es decir, claro, claro puedo pedir que preparen lo que más te guste–
Se giró para ordenar a la servidumbre cuando ella inquirió sobre algo más personal.
–Él…–
Se mantuvo de pie bajo el umbral de la puerta.
–Es decir, papá– sonrió nostálgico ante un recuerdo inesperado que no estaba seguro si había vivido o lo había soñado. Estar mucho tiempo prisionero de las cuatro paredes del orfanato aún causaba un pesar en su corazón –Le gustaba el pan con tostado con miel por las mañanas–
Era un dato que la misma cocinera le había revelado meses atrás, pues aunque pareciera broma, él también estaba terminando de conocer a su familia. Los ayudantes salieron en cuanto la joven se los ordenó y reconoció que esa voz de mando era un ápice de la personalidad de su padre. Ella después de todo era una Zwaan también.
Asintió de inmediato.
–Claro, adelante come todo lo que necesites–
Le miraba con curiosidad. El corazón del mayor no poseía malicia alguna a pesar de su pasado y era por tal motivo que confiaba en que ella decía la verdad, su documentación era prueba suficiente pero también el sentimiento que anidaba en su alma, parpadeó mientras le veía comer las frutas del cesto, era como una niña pequeña a quien empezaba a conocer.
–Pues, desayuné antes de salir y…–
Recordó de inmediato que antes de que su vida cambiara esa mañana, tenía un deber que realizar.
–¡Paul!– inquirió con ese tono de voz que le caracterizaba, que aunque siendo el dueño y año de la mansión aún pedía las cosas temeroso. El hombre de inmediato se presentó ante él.
–Paul, necesito un favor, como bien sabes esta noche habrá una exposición en el Museo de Louvre en beneficencia del Orfanato, estaba por confirmar mi asistencia esta mañana, así que…–
Miró a Amélie.
–Me gustaría que reservaran un lugar más–
Sería una oportunidad perfecta para poder asistir con ella, ya en su mente se empezaba a maquinar la idea de pasar el resto del día ayudándole a comprender que su hermana ahora era parte de su vida, que ese era solo el comienzo de nueva vida juntos.
–¿Todo?– respondió con un semblante de asombro –Es decir, claro, claro puedo pedir que preparen lo que más te guste–
Se giró para ordenar a la servidumbre cuando ella inquirió sobre algo más personal.
–Él…–
Se mantuvo de pie bajo el umbral de la puerta.
–Es decir, papá– sonrió nostálgico ante un recuerdo inesperado que no estaba seguro si había vivido o lo había soñado. Estar mucho tiempo prisionero de las cuatro paredes del orfanato aún causaba un pesar en su corazón –Le gustaba el pan con tostado con miel por las mañanas–
Era un dato que la misma cocinera le había revelado meses atrás, pues aunque pareciera broma, él también estaba terminando de conocer a su familia. Los ayudantes salieron en cuanto la joven se los ordenó y reconoció que esa voz de mando era un ápice de la personalidad de su padre. Ella después de todo era una Zwaan también.
Asintió de inmediato.
–Claro, adelante come todo lo que necesites–
Le miraba con curiosidad. El corazón del mayor no poseía malicia alguna a pesar de su pasado y era por tal motivo que confiaba en que ella decía la verdad, su documentación era prueba suficiente pero también el sentimiento que anidaba en su alma, parpadeó mientras le veía comer las frutas del cesto, era como una niña pequeña a quien empezaba a conocer.
–Pues, desayuné antes de salir y…–
Recordó de inmediato que antes de que su vida cambiara esa mañana, tenía un deber que realizar.
–¡Paul!– inquirió con ese tono de voz que le caracterizaba, que aunque siendo el dueño y año de la mansión aún pedía las cosas temeroso. El hombre de inmediato se presentó ante él.
–Paul, necesito un favor, como bien sabes esta noche habrá una exposición en el Museo de Louvre en beneficencia del Orfanato, estaba por confirmar mi asistencia esta mañana, así que…–
Miró a Amélie.
–Me gustaría que reservaran un lugar más–
Sería una oportunidad perfecta para poder asistir con ella, ya en su mente se empezaba a maquinar la idea de pasar el resto del día ayudándole a comprender que su hermana ahora era parte de su vida, que ese era solo el comienzo de nueva vida juntos.
Chandler Gallagher- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 22/03/2016
Re: Sin miedo a nada (Privado)
A Amélie no le importaron sus modales, simplemente se lanzó sobre la comida que vio en las mesadas de la cocina y arrasó. El pan de la cesta estaba delicioso, era dulce, como si lo hubiesen amasado con almíbar –le gustaría ponerle miel, tal como su hermano le estaba comentando que le gustaba comerlo a su padre, pero miró hacia todos lados y no encontró esa jalea a la vista-, las frutas eran jugosas y ayudaron a contrarrestar su malestar que poco a poco la fue abandonando. Ella, que tenía debilidad por las cosas dulces, creía que había muerto y llegado a los cielos.
Amélie estaba feliz ahora y mucho más tranquila, pero no podía dejar de pensar, su mente podía volverse su peor enemiga. ¿Qué pensaría Quentin de ella? ¿Serían amigos y grandes compañeros? ¿Podrían compartir la vida? Amélie lo deseaba, deseaba no pasar por más perdidas en su vida, ahora que por fin hallaba una ganancia –un hermano bueno, de apariencia cariñosa y comprensiva- quería aferrarse a ella. Quentin era suyo ahora y ya le daba celos ver como lo miraban los sirvientes y la forma amable en la que él a ellos se dirigía.
-Me encantaría que seamos amigos, Quentin –le dijo y se acercó a él, aún con la manzana verde a medio comer en una de sus manos-. He estado muy sola en los últimos tiempos, creo que ya tendremos un momento de tranquilidad para que te pueda contar mi historia, pero mi vida ha cambiado desde la muerte de nuestro padre, he pasado por cosas muy duras. Necesito un hermano que también sea mi amigo.
La invitación la tomó francamente por sorpresa. ¿Una exposición de arte? Claro que así, dicho, no parecía nada muy interesante –de hecho sonaba soberanamente aburrido- pero ella lo veía como una oportunidad de paseo con su hermano, un tiempo para pasar juntos y conociéndose. Por eso, a pesar del lugar, Amélie se emocionó de inmediato.
-¿Iremos juntos? –necesitó confirmar que había entendido bien la propuesta, después de todo él se había dirigido al tal Paul y no a ella-. No tengo un vestido elegante y adecuado, pero no me importa. Podría ir así como estoy e igual lo disfrutaría porque estaría con mi hermano –le sonrió con su sonrisa más feliz-, ¡qué bien he hecho al contarte toda la verdad! –se alegró, pero sabía que no era cierto.
Tendría tiempo para pensar ya en cómo plantearle a su hermano el asunto de la maldición con la que cargaba. Todo estaba sucediendo rápido y ella era propensa a enredarse con sus palabras, por eso sabía que en esas circunstancias, y frente a algo tan delicado, lo mejor que podía hacer era tomarse algún tiempo para acomodar ideas antes de hablar de algo tan trascendental con Quentin Zwaan.
Amélie estaba feliz ahora y mucho más tranquila, pero no podía dejar de pensar, su mente podía volverse su peor enemiga. ¿Qué pensaría Quentin de ella? ¿Serían amigos y grandes compañeros? ¿Podrían compartir la vida? Amélie lo deseaba, deseaba no pasar por más perdidas en su vida, ahora que por fin hallaba una ganancia –un hermano bueno, de apariencia cariñosa y comprensiva- quería aferrarse a ella. Quentin era suyo ahora y ya le daba celos ver como lo miraban los sirvientes y la forma amable en la que él a ellos se dirigía.
-Me encantaría que seamos amigos, Quentin –le dijo y se acercó a él, aún con la manzana verde a medio comer en una de sus manos-. He estado muy sola en los últimos tiempos, creo que ya tendremos un momento de tranquilidad para que te pueda contar mi historia, pero mi vida ha cambiado desde la muerte de nuestro padre, he pasado por cosas muy duras. Necesito un hermano que también sea mi amigo.
La invitación la tomó francamente por sorpresa. ¿Una exposición de arte? Claro que así, dicho, no parecía nada muy interesante –de hecho sonaba soberanamente aburrido- pero ella lo veía como una oportunidad de paseo con su hermano, un tiempo para pasar juntos y conociéndose. Por eso, a pesar del lugar, Amélie se emocionó de inmediato.
-¿Iremos juntos? –necesitó confirmar que había entendido bien la propuesta, después de todo él se había dirigido al tal Paul y no a ella-. No tengo un vestido elegante y adecuado, pero no me importa. Podría ir así como estoy e igual lo disfrutaría porque estaría con mi hermano –le sonrió con su sonrisa más feliz-, ¡qué bien he hecho al contarte toda la verdad! –se alegró, pero sabía que no era cierto.
Tendría tiempo para pensar ya en cómo plantearle a su hermano el asunto de la maldición con la que cargaba. Todo estaba sucediendo rápido y ella era propensa a enredarse con sus palabras, por eso sabía que en esas circunstancias, y frente a algo tan delicado, lo mejor que podía hacer era tomarse algún tiempo para acomodar ideas antes de hablar de algo tan trascendental con Quentin Zwaan.
Amélie Zwaan- Licántropo Clase Alta
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