En las Oscuras Horas del Miedo (Privado)

El sonido de los cascos impactando sobre la tierra, rompía el silencio de la noche que moría en el amanecer, en una madrugada, de un otoño, que daba paso al invierno crudo que se avecinaba.

Otro amanecer mas en el que volvía sola, después de pasar horas en compañía de un convaleciente Ruggero, su amado esposo, quien había quedado dormido en el lecho sencillo de aquella cabaña en mitad de la nada.

Una mujer de cabellos largos y rubios, peinados de una forma simple, recorría a gran velocidad y a campo traviesa las distancias que separaban el escondido refugio del ex inquisidor con la antigua y majestuosa ciudad de Venecia. Aquella proeza, realizada todas las madrugadas durante mas de dos semanas la hacía en uno de los caballos árabes pura sangre de su Cuñado Hayden Vaggö.

Chiara aferró con mas fuerza las riendas de su montura. La mirada serena pero cargada de dolor que contemplaba día a día en el rostro pálido y ojeroso de su querida Giulia, la hizo entristecer, - ¿como puede desaparecer un hombre del carácter y valentía de Hayden?- se preguntó, mientras se aprestaba a saltar una muralla de piedra, que aun de baja altura, podía llegar a ser peligrosa. Contuvo la respiración, el caballo saltó con majestuosidad y presteza, replegando sus patas y cayendo ágil y suavemente.

A la distancia pudo distinguir la ciudad de Venecia, como una hermosa gema posada sobre un cofre, sonrió, pensando que si Dios era piadoso con ellos, en poco tiempo podría traer desde Paris a sus pequeños, - o mejor aún, estar todos juntos en nuestro amado hogar – susurró inspirando profundamente para que la emoción no la hiciera flaquear. Extrañaba tanto a sus hijos que solo pensar en ellos hacía que le doliera el alma.

Su más grande ilusión era pasar la primera Noche Buena de sus mellizos, junto con Ruggero, despertar los cuatro en el mismo lecho, felices. Ver el rostro asombrado de los niños al recibir sus regalos. Prepararse luego del desayuno y partir la Familia Rosso entera,a llevar regalos y ayuda a los menos afortunados.

A su mente llegó el recuerdo de una mañana, de principios de año, cuando solo era la novia del inquisidor Ruggero Rosso. En aquel entonces  había concurrido a un convento, muy temprano en la mañana, con la ayuda de su doncella personal. Luego de llamar al portón de la sacristía y de que unas viejas monjas se acercaran con unos pequeños y mal nutridos niños, había discutido con una de ellas, quien la miró con ojos de cuervo y la amenazó – no importa que ahora se sienta protegida, llegará un dia en que bajará la guardia y entonces caerá y la veré suplicar piedad... piedad para que la maten de una vez – su sonrisa carcomida la había hecho estremecer, como lo volvía ha lograr ahora luego de tantos meses.

Los recuerdos volvieron sobre los pequeños que la miraron con miedo al principio, en el bebé que buscaba desesperado el alimento de sus senos que en ese momento no podían alimentar a nadie. Eran dos hermanitos, cambiaformas, no se encontraban en buen estado y con suma urgencia logró llevarlos al castillo del Duque Emerick , allí fueron atendidos y suponía que habrían sido adoptados por alguna familia caritativa y amorosa. Sonrió recordando los ojos del mas pequeño, en ese instante, si hubiera podido, los habría adoptado, negó con la cabeza pensando en la reacción de su esposo con la llegada al hogar de dos seres sobrenaturales, - me hubiera puesto, con ellos, en el umbral de la mansión para que nos fuéramos lo mas lejos posible – rio divertida. En todo ese tiempo pocas veces lo hacía y aquellos pequeños le provocaron una sensación extraña, un vacío, recordó la niña que su hermano y cuñada habían tenido, - cual ha sido la suerte de la pequeña Anna – susurró, para Chiara, aquella bebé, siempre se llamaría así, porque ese era el nombre que sus legítimos padres le habían dado. Una sombra de preocupación y desasosiego entristeció su semblante. - no te preocupes, pequeña, algún día te recuperaremos – le prometió mentalmente.

El sol pintaba el firmamento de rosas, celestes y amarillos, que se reflejaban en el paisaje, en el follaje y el agua que rodeaba la ciudad y a la que cada vez se acercaba mas. Pensó en su hermana, la única familia que le quedaba fuera de sus hijos y Ruggero. Recordó la mañana en que la vio transfigurada y de haber pasado semanas enteras sufriendo la ausencia de su amado ahora su mirada estaba inundada de rencor hacia la memoria de su esposo. Chiara no comprendía porque, - ¿acaso estará viviendo algo parecido a lo que yo viví con la ausencia de Rosso? ¿será posible que  Hayden esté vivo y  por propia voluntad decida apartarse de su esposa e hijo? - negó con la cabeza, era una posibilidad demasiado dura y egoísta. Por alguna razón, para ella, era imposible pensar que Vaggö fuera capaz de cometer semejante bajeza.  - no, el hombre que amaba hasta el viento que rosaba las mejillas de mi pequeña Giulia, no puede ser el mismo, que hoy desaparece sin importarle ver sufrir a su amada -.

Apresuró el galope, debía llegar antes que la ciudad se pusiera en movimiento, solo faltaba cruzar un puente y doblar la curva del bosque antes de arribar a las orillas de la ciudad. Cruzó el puente sin dificultad  y al entrar en el bosque, un grupo de jinetes, encapuchados, de rostro cubierto, le cruzaron el paso.

No tuvo tiempo de esquivar el golpe en la cabeza, en la milésima de segundo antes de caer en la inconsciencia distinguió la voz de una mujer.

Sintió el agua fria golpearle el rostro. Un gesto de sorpresa, luego de dolor recorrió su rostro, - ah!... - reaccionó intentando taparse con las manos, pero no pudo, unos grilletes se lo impidieron, haciendo que el dolor en las muñecas se intensificara y la sensación de tener las manos adormecidas la asustó. Abrió sus ojos de forma desmesurada, al comprobar que no se podía mover, - pero, ¿que está pasando?  ¿ donde estoy? -  habló con voz  entrecortada. El golpe en la cabeza le provocó  un dolor sordo en la parte posterior del craneo. Un rastro de sangre, seca ya,  desendía por su nuca y cuello, manchando su delicado vestido de montar.  

Intentó fijar la vista en la figura distorcionada que se movía delante de ella, la vista le molestaba, todo se presentaba turbio y la semi penumbra del lugar no le favorecía en nada para  darse una idea  si habían pasado muchas horas o si ya era de noche nuevamente. Se encontrana en una posición incomoda, con las piernas flexionadas sentada de costado en un camastro. Buscó con la mirada a la persona que se encontraba con ella en la vivienda, el sonido de sus ropas al moverse, las pisadas, una silla al moverse. Todo la espantaba, Chiara era una dama en todo el sentido de la palabra, nunca había tenído que volver a vivir experiencias traumáticas como la  noche en que vampiros mataron a toda la familia Moncalieri. El recuerdo de su padre muerto, los gritos angustiosos de su madre, la hicieron temblar, y aunque las lagrimas se agolparon en sus ojos pensó que no importaba que pasaba con élla mientras Ruggero estuviera a salvo y pudiera cuidar y criar a sus pequeños.

Respiró profundamente, intentando darse valor, al oír que preguntaba si ella era Chiara. Logró fijar la mirada en la ajena, frunció el entrecejo e irguiéndose un poco en donde se encontraba sentada le contestó, - para qué quieres saber – una sensación extraña llegó hasta ella, esa mujer tenía una historia que de cierta forma extraña, aun para la bruja, llegaba lentamente a su cabeza. El nombre del esposo de su pequeña Giulia resonó como un cañonazo en su cabeza, - ¿que tengo que ver con la desaparición de mi cuñado? -  caviló mientras mantenía la frente en alto y la vista clavada en la ajena, - si, soy Chiara Di Moncalieri, única heredera del título de Condesa  de  Moncalieri y no tengo nada que esconder – masculló.

Chiara de verdad estaba aterrada, odiaba a la inquisición, al único que adoraba y que había pertenecido a esa organización era su amado Ruggero, todos los demás, aún su cuñado a quien en algo estimaba y aun así, para ella él también era uno de aquellos simples asesinos - ¿o acaso no fué la propia discípula de mi esposo quien tenía una orden para asesinar a su hermano y a Maryeva solo por el amor que se tenían? - reflexionó en silencio. - Ustedes sois unos viles asesinos que se escudaban en la iglesia para dar rienda suelta a vuestras ansias de sangre – le gritó mentalmente. A pesar del miedo que le provocaba esa inquisidora, un terror que no tenía que ver con el hecho de que la pudiera matar, sinó que si su hijo era un brujo como parecía, esa mujer no dudaría en eliminarlo, - y eso si perra de la iglesia, eso si, que no te lo permitiré - , no le daría el gusto de ver su debilidad.

Inspiró profundamente intentando conseguir un poco de sosiego, - dime, crees que si supiera donde está el esposo de mi hermana, ¿la haría sufrir sin buscarlo? - intentó soltarse, tiró de las cuerdas que la sostenían amarrada a la pared de la casucha. Resopló antes de proseguir, - como puede ser que entre ustedes seáis tan incompetentes – le gritó,  - ¿acaso no te han dicho que ha desaparecido en una batalla? ¿ como piensas que podía enterarme de algo, cuando estuve ausente de mi hogar enterrando a mi hermano y su esposa – volvió a zamarrear las ataduras, al ver su esfuerzo inútil se acomodó como pudo en el camastro , - suéltame, no me puedo ir a ninguna parte – dijo mirando a la mujer con algo de rencor  - me he doblado el tobillo con la caída y se está inflamando – levantó con dificultad el vestido para que pudiera ver como el tobillo estaba dos veces su tamaño.

Chiara observaba con detenimiento la pobre construcción, las paredes eran de adobe y el camastro de madera, unos pocos muebles mas y el abandono en todos ellos, - mira, yo lo único que deseo es estar al lado de mi hermana y ayudarla a pasar el dolor de haber perdido a su esposo, ¿o acaso no sabéis que una tal Cammy le informó a mi esposo que su cuñado había perecido en la lucha? ¿que tipos de informantes tenéis? - Chiara recordó el papel, aquel del escritorio de su esposo, era uno que llevaba el encabezado de la organización sangrienta y  en donde había leído el informe en el cual la inquisidora le informaba que Hayden supuestamente había muerto – ¿pero el cuerpo donde esta? - caviló antes de volver a zamarrear las ataduras, - soltadme, soltadme de una maldita vez – exigió con los ojos encendidos en ira y mirando con furia a la mujer.