This lust to my brain almost feels like a gun — Gilbert T. Rouché

por **S. Theodore Patterson** Miér Nov 12, 2014 6:26 pm

I LOST MY HEAD

Theodore mantenía la vista fija sobre las ascuas, hechizado por la forma en la que las llamas, como lengüetazos, devoraban sus manuscritos, que había echado al fuego en el tozudo intento de borrar esa parte de sí mismo que había plasmado entre líneas. Versos del príncipe vulnerable, odas al erotismo homosexual. Theodore, a un par de pasos de la chimenea, frente a ella y bajo un ánimo meditabundo, mantenía el silencio.

— ¿Su alteza? ¿Hay algo más en lo que pueda servirle?

La voz del criado le salvó de su ensimismamiento. Theodore alzó la vista por encima del hombro y negó con la cabeza, sonriendo con desgana. Cuando volvió a saberse en soledad, que volvió a echar un rápido vistazo a la chimenea, descubrió las cenizas sobre la leña. El alivio descendió por su cuerpo en forma de suspiro.

Alcanzó el sofá contiguo, provisto de mullidos cojines y se dejó caer sobre él, desplomándose por acción de su peso. Su vista se clavó sobre el techado, alto y a dos aguas, y entonces lo sintió.

No podía decir que era capaz de prevenirlo con total certeza. Eran más las veces en las que lo creía efecto de su imaginación que aquellas en las que se trataba de una auténtica sensación de proximidad con lo oculto. Para Theodore, el vínculo que había llegado a formar con Gilbert, aunque auténtico y único en más de un aspecto, sólo podía relacionarse con el ámbito vedado por el conocimiento y la seguridad del hombre. El Gilbert ontológico representaba en su vida el terreno desconocido del que resultan los mayores peligros. Más allá de su voluntad (y en contra de ella), Theodore se inquietó sobre el sofá, aunque se obligó a permanecer inmóvil.

Los segundos se hicieron densos, más parecidos a minutos, a su vez similares a las horas. El transcurso del tiempo parecía retrasarse bajo el efecto gélido de un temor ancestral que hallaba nuevas formas de expresión en un Theodore poco menos que paralizado. ¡Ay, la debilidad del hombre! ¡Cuánto la aborrecía! En este y mil casos más, su propia condición le restringía.

— ¿Estás allí? —preguntó casi en un murmullo, aunque no estaba seguro de obtener una respuesta. Siempre lo hacía, en cualquier caso, cada vez que el corazón se le estrechaba en el pecho, como antecedente inmediato a la aparición del inmortal.

Y el hombre, concluía, construye a pulso y sudor la fortaleza de cuyo quiebre inevitable resulta su propia locura.

MANSIÓN PATTERSON — 00:47 — Gilbert T. Rouché

por **Gilbert T. Rouché** Jue Nov 13, 2014 4:25 pm

No es que espiarle fuese su mayor afición, pero solía hacerlo. Aun así, espiar no era la palabra que correspondía con lo que Gilbert hacía. Gilbert le observaba, en silencio, oculto entre las sombras de las vigas del techo del hogar de su gran amigo Theodore. Le gustaba escuchar con su oído desarrollado el roce de la pluma bañada en tinta contra el papel, le gustaba oler su perfume masculino cuando lo usaba, le gustaba observar sus gráciles y elegantes movimientos. Sería un vampiro perfecto, pero no le obligaría a nada. Aun así, algo que nunca hacía era entrar o jugar con su mente, no sin su permiso. Gilbert era bastante cauto en aquellos temas, y respetaba la privacidad de los demás casi por encima de la suya propia.

Cuando escuchó su pregunta su respiración se cortó durante varios segundos, en un intento de mantener más silencio todavía. ¿Por qué lo hacía así? ¿Por qué no, simplemente, entraba por su puerta? Bueno, porque no quería molestarle. Muchas habían sido las noches en que le había observado desde allí arriba y Theodore no se dio cuenta, o en su defecto no quiso decir nada. Soltó un suspiro audible únicamente para él y se dejó caer de un pequeño salto. Llegó al suelo de pie, de manera grácil, como si hubiese saltado de un escalón de apenas milímetros de altura, y esbozó una suave sonrisa hacia su amigo. —Has echado al fuego los versos más bonitos que jamás nadie ha escrito. Ni siquiera yo, en mis tiempos de lucidez escritora, hacía cosas tan bellas. ¿Por qué los hombres tenemos esa manía de menospreciar el arte? Ah, Theodore...

Le sonrió amistosamente y anduvo hacia el fuego, observando las cenizas. Era irrecuperable, por supuesto. Suspiró volviendo a acercarse a Theodore, como si estuviese flotando en el aire en vez de caminando. Al pararse frente a su amigo abrió los brazos, para que se pusiese en pie y le diese un abrazo. Porque Gilbert sentía que le hacía falta uno. —Vamos, amigo, ¿qué tormenta tu mente? ¿Algún romance fallido? —comentó en tono bromista, mientras se abrazaba a él de manera fraternal y amistosa. Fue un abrazo extraño, pues Gilbert se fundió entre sus brazos pero a la vez palmeó su espalda. Hacía varios días que no le veía así, cara a cara, luego el abrazo le vino bien. Además, había confianza para darse tales abrazos, más aún para contarse secretos.

por **S. Theodore Patterson** Jue Nov 13, 2014 6:16 pm

I LOST MY HEAD

La respuesta le cayó del cielo con fidelidad literal a la metáfora. Theodore disimuló su sobresalto, reincorporándose sobre su asiento, en el sofá, en una respuesta automática de su cuerpo que dictaba el estado de alerta. Enfrentarse a Gilbert era enfrentarse a su ambigüedad: la vida a través de la muerte. No obstante, si bien la pulsión darwinista, Theodore caía presa —una y otra vez— de una fuerza magnética que superaba su mayor instinto de supervivencia (y que había sido, en efecto, la razón por la que había entablado amistad en un principio con el vampiro). Se alegraba de verle.

— Ah, eso... —murmuró, sus ojos también sobre el fuego, que le devolvía luz, iluminándole el rostro—. El afecto que me guardas sesga tu juicio, Gilbert, que jamás se ha dicho (ni se dirá) tal cosa de lo que alguna vez pudiera escribir —respondió con voz pausada, serena—. Te agradezco el cumplido, en todo caso —añadió con un atisbo de sonrisa.

Le recibió de pie, entre el sofá a su espalda y la chimenea. La luz cálida del fuego penetraba a través de la piel traslúcida de Gilbert y hacía de él, a ojos de Theodore, una imagen difusa, como resultado de una experiencia espiritual de la que uno se creería indigno. Un espectáculo del que Theodore resentía su escepticismo. ¿Podía en verdad alguien como Gilbert, de una belleza incomparable, provenir de una línea de hombres malditos? Theodore le atrapó entre sus brazos, apretándolo contra su pecho, y apoyó su mentón sobre su cabeza, mientras cerraba los ojos y emitía un suspiro inaudible.

— ¡Espero que tus sospechas sobre la melancolía que me aqueja resulten de las extraordinarias habilidades que posees, no así del aspecto tan terrible que debo lucir justo ahora! —exclamó antes de sonreír, cuando tomó una distancia mínima del vampiro, con sus manos apoyadas sobre los hombros fríos y sus miradas en contacto—. Hay una clara injusticia entre quienes debemos mantener un cuidado diario de la apariencia y quienes, como tú, han inmortalizado, entre tantas otras cosas, la belleza que se les concedió en su juventud —comentó, con un humor cada vez más ligero—. Te ves tan bien como siempre —añadió entonces, cuando se atrevió a tomar un costado de su cuello con una de sus manos y acarició con su pulgar una de sus mejillas.

Theodore prolongó el contacto visual por un par de segundos más, antes de romper el embrujo de tipo más humano que le mantenía prendido hacia sus ojos.

— ¿Gustas tomar asiento? —señaló el sofá a un lado—. ¿Qué más podría ofrecerte, Gilbert? Entiendo que tu visita tendrá algún propósito, ¿no es así? —preguntó, en tanto él tomaba asiento a un extremo, sus manos caídas, entrelazadas sobre su regazo—. Es mucho el tiempo que ha pasado desde la última vez que nos vimos y no te mentiré al decirte lo mucho que te he echado en falta.

Poco a poco, la sensación de alarma inicial era intercambiada por una de excitación casi infantil. Sabiéndose a salvo una vez más, Theodore volvía a hacer consciente todo aquello que le resultaba fascinante de Gilbert: el vínculo con un mundo a la vez tan cercano y ajeno para él, mirado a través del prisma de una mente brillante y perspicaz.

MANSIÓN PATTERSON — 00:47 — Gilbert T. Rouché

por **Gilbert T. Rouché** Vie Nov 14, 2014 9:35 am

Rodó los ojos con diversión mientras soltaba una suave carcajada ante las palabras de Theodore. La conversión a vampiro había afilado su rostro y su cuerpo en general, dándole una anatomía más cuidada, pero Gilbert siempre se consideró si no bien feo, al menos poco guapo; y así pensaría hasta el fin de su eterna existencia. —¿He oído bien, Theodore? ¿Aspecto terrible? —no pudo evitar sonreír por la manera en que agarró su cuello y acarició su mejilla. Theodore era un hombre con el que no le importaba mostrarse excesivamente cariñoso. Su amistad estaba bien forjada, y nunca parecía tener fin—. Algunos seres mortales también son bendecidos con la belleza eterna, o al menos hasta el día de su muerte. Eres, sinceramente, uno de esos afortunados.

Observó sus ojos con una sonrisa pintada en sus labios antes de asentir a su primera pregunta, sentándose de manera elegante junto a él. No quería tirarse y romper la tapicería del sofá, o descolocar los cojines. Cuando le preguntó si podía ofrecerle algo observó las venas de las manos del menor, pero era evidente que no le pediría su sangre. —Un dedo de vino en una copa estará bien, gracias. Yo también te eché en falta, amigo, pero mi visita no tiene un fin específico. ¿Es que no puedo venir a verte sin más? Aunque... es cierto que habría sido apropiado avisarte, pero ya sabes que mi vida se basa en la inmoralidad y la espontaneidad.

Por desgracia, pensó nada más terminar la frase. Vida eterna, regalo para unos, castigo para otros. Toda la eternidad observando los fallos cometidos por los estúpidos mortales, toda la eternidad sobreviviendo catástrofes naturales, día tras día haciendo historia... para Gilbert era un castigo, aunque a veces sentía que era el mejor regalo que Dante, quien le convirtió, le había dado. Cogió con una sonrisa la copa que un criado le ofrecía, y le dio un sorbo muy pequeño, relamiéndose los labios más tarde. —¿Qué tal la escritura? ¿Algo nuevo?
Obvió el tema de que a Theodore le ocurría algo, pues éste lo relacionaba con su aspecto, que no era nada malo a pesar de las altas horas de la noche que corrían. Ya sacaría de él, con cuentagotas, qué carcomía su mente.

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