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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Alexander Sköld Jue Nov 13, 2014 1:52 am

I felt angry, wild, like an animal.

Más cerveza —pidió River con voz monótona, empujando con el dedo índice otra moneda sobre la barra.

Llevaba un buen rato sentado ahí, junto al mostrador del burdel que se le había vuelto costumbre visitar, bebiendo una cerveza tras otra, como si no hubiera un mañana. Las putas revoloteaban a su alrededor como abejas cerca de la miel, pero él apenas les prestaba atención. A todas las conocía y todas sabían quién era él. Se había acostado con la mayoría, por eso ya no eran novedad. Por supuesto, esa noche tendría sexo, como había hecho cada día desde hacía mucho tiempo. Pero no deseaba tenerlo con cualquiera. Las mujeres con las que ya había follado estaban descartadas. No deseaba repetir. Le apetecía un algo nuevo, un poco de carne fresca, alguien capaz de sacarlo de ese aburrimiento. Porque sí, para él hasta el sexo era capaz de volverse insulso, rutinario. Sobretodo él, que lo practicaba constantemente, sin razones, sin verdadero deseo o lujuria; únicamente como si se tratara de un deber, de algo de lo que no podía prescindir porque ya era parte de su rutina. River lo hacía porque no le gustaba estar solo, y porque al final, luego de adormecer lo suficiente su cerebro con la gran cantidad de alcohol que consumía diariamente, era la única cosa que era capaz de hacerlo drenar un poco de la frustración acumulada.

Cuando el tarro de cerveza le fue entregado, giró un poco sobre su asiento y divisó a lo lejos a una muchacha que no había visto antes. Era rubia, alta, de cabello largo y figura estilizada, pero lo que sin duda logró captar su atención, fue su delicioso trasero. No resultaba sencillo ignorarlo.  Sin embargo, no fue la visión del perfecto culo lo que hizo que River la considerara como la ideal para esa noche, sino que de cierta manera, le recordaba a Abigail. Siempre procuraba elegirlas completamente opuestas a ella, las que menos trajeran a su mente su maldito recuerdo, pero esa noche le apetecía jugar un poco. La del culo bonito no se parecía mucho físicamente a la Zarkozi, pero algo en sus ojos, en su mirada, le decía que sí. Eso o ya estaba bastante borracho y comenzaba a imaginarse cosas.

Marie, ¿quién es esa? —preguntó a la cantinera, una mujer cuarentona y regordeta que no era muy amable ni risueña, pero que siempre lo atendía bien porque jamás le hacía preguntas o juzgaba su manera de beber, como hacían otros entrometidos que en algún punto le sugerían que quizá ya había bebido demasiado.

Marie le dijo que era una muchacha nueva, proveniente de un país extranjero, y que a pesar de que era recién llegada y todavía no se había hecho de muchos clientes, parecía ser la novedad por su apariencia, porque no había duda de que poseía una extraña y excitante mezcla de salvajismo e ingenuidad. Una rápida ojeada a su alrededor lo convenció de que no era el único que había sucumbido ante sus encantos, otros hombres la miraban casi con la boca abierta. River no despegó los ojos de ella por un buen rato, y cuando se percató de que ella había percibido su mirada y sintió que le correspondía, decidió no perder más el tiempo y se terminó la cerveza para luego abrirse paso entre la multitud.

Vienes conmigo —le dijo cuando llegó a su lado, y como si se tratara de alguien de su propiedad, sin más la tomó de la mano y la llevó escaleras arriba, al segundo piso.

Entraron a la habitación más cercana que permanecía sola. Allí, River se tambaleó alcoholizado y se dejó caer pesadamente sobre la cama. Se desfajó y comenzó a desabrocharse el cinturón. Pero cuando irguió la cabeza un poco, notó que la muchacha se había quedado de pie junto al marco de la puerta, y que lo observaba. Él lanzó un bufido.

¿Vas a quedarte toda la noche ahí parada como estúpida? Ven y acércate de una vez si de verdad quieres que te pague. Te quiero en la orilla de la cama. Ponte en cuatro. —No se lo sugería, no se lo solicitaba, se lo estaba ordenando.


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Mensaje por Lyudmilla Blavatsky Dom Ene 04, 2015 1:24 am

"Cuando dejo de ser lo que soy, me convierto en lo que podría ser"
Lao-Tsé

Había aprendido, hacía mucho tiempo, que era la mujer la que llevaba el control. Lyudmilla sabía que, a pesar de ser siempre lo que le pedían que fuera, al fin de cuentas era quien decidía, quien permitía el comienzo y quien daba el punto final. Cuando vio que se acercaba, la tomaba de la mano y se la llevaba, podría haberse opuesto, excusando alguna simple mentira. Había muchas en el lugar que hubieran cobrado la mitad sólo por tener entre las piernas a un hombre tan guapo. No era la primera vez que lo veía en el burdel, y siempre estaba en aquella condición de enajenación que provocaba el alcohol. Como no tenía amistades entre las demás prostitutas, pues se negaba a crear vínculos que la obligasen a tener que abrir su vida privada, no conocía su fama; pero le parecía alguien fácil de manejar gracias a la ingesta de bebidas espirituosas. Le molestaba que quisieran ejercer sobre ella aquella especie de dominación, pero se limitó a seguirlo, segura de que, por la forma que caminaba, no duraría más que unos escasos cinco minutos. Hasta podía llegar convertirse en una forma de malgastar su valioso tiempo, pero la agresividad del hombre le dictaba que lo mejor que podía hacer era intentar manejar la situación en la intimidad de las cuatro paredes, y no en un salón lleno de personas en estado etílico similar, o en medio de unas escaleras, que podrían provocar una tragedia. Llegaron casi al final del pasillo, el resto de las habitaciones se encontraban ocupadas; podía saberse, ya fuera porque no se molestaban en cerrar la puerta o, justamente, por lo contrario.

Un solo hombre había ejercido sobre ella el miedo y la sujeción, y había logrado sacárselo de encima. Había perdido grandes beneficios, pero no faltaría el encumbrado generoso que la llenase de regalos que costearían el tratamiento de su padre. No conocía el status social del nuevo cliente, y por su apariencia podía juzgar que no pertenecía a las grandes casas europeas. Le hacía sentir incómoda la ausencia de su habitual peluca colorada, pero aquella noche las circunstancias al salir de su hogar no habían sido las mejores y había terminado olvidándola; en el burdel, como no hacía migas con nadie, no logró que le prestasen alguna. Cuando él entró, Lyudmilla se quedó parada observándolo desde el umbral. Daba un espectáculo patético intentando desvestirse con todo el alcohol ingerido, que comenzaba, aparentemente, a entumecerle los músculos. Cruzada de brazos, esperó a que se diese cuenta de que no había entrado junto a él, y la reacción que tuvo, era perfectamente la que había esperado. Con el tiempo, había aprendido a leer a las personas, y aquello la ayudaba a estar prevenida. Y si bien no era de mucha colaboración con ciertos personajes que pasaban por su cuerpo, al menos lograba alienar su alma de todo aquello que la ensuciaba, y era lo que le permitía regresar a su hogar y darle un beso en la frente a Víktor.

Quisiera saber si no has tirado tu dinero en todo lo que has bebido, ya que no hago nada gratis —comentó. Finalmente entró, cerrando la puerta tras de sí.  Se paró a los pies de la cama, observándolo desde su posición, erguida en su metro sesenta. Llevaba el cabello recogido, por lo que alzó los brazos y comenzó a desarmar el improvisado peinado rápidamente. Una vez finiquitado, pasó a desatar los cordones del corsé, quedando con el torso desnudo y una escasa ropa interior. Se sentó, dándole la espalda. — ¿Con medias o sin ellas? —preguntó con completa displicencia. Sólo deseaba una cosa: que no le hiciera perder el tiempo.

Desde el exterior, provino un bullicio, y la puerta se abrió de par en par. Dos prostitutas acompañaban a un caballero, y se disculparon por interrumpir. A los tres se los notaba divertidos, y salieron haciéndose cosquillas mutuamente. Aquello era lo que detestaba Lyudmilla, cuando debía llevar a cabo aquel papel de muchacha infantil; quizá por eso había aceptado al hombre con el que compartía la cama, porque los prefería rudos, le era más fácil poner distancia con ellos. Los hombres que iban a divertirse, y no a descargarse, terminaban usando a las rameras de paño de lágrimas, contándole de sus esposas, de sus hijos, de sus negocios, y la rubia jamás tenía tiempo para las penas de otros. Su cuerpo era su instrumento para ganar dinero desde muy joven, su vida había cambiado rotundamente de la noche a la mañana, y nadie había escuchado jamás un pesar; por ese motivo, quizá porque ocultaba un profundo rencor por todos aquellos que usaban a las mujeres, prefería no conocerlos. Raramente le preguntaban el nombre, y ella no se interesaba en conocer la identidad de sus clientes; seguramente, también por eso se encontraba en compañía de quien la había escogido para compartir un rato agradable, porque estaba segura que no querría su alma.
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Mensaje por Alexander Sköld Miér Mar 11, 2015 1:36 am

¡Al diablo con eso! —replicó él cuando la escuchó hablar sobre el maldito dinero y las estúpidas medias. ¿Acaso era tonta? ¡Qué manera de romper con el momento!—. Te follaré de tal manera, tan bien y tan duro, que acabarás rogando por más y haciéndolo completamente gratis —lanzó una tonta y sonora carcajada de ebrio.

River parecía muy divertido pero, a pesar de tener los sentidos afectados a causa del alcohol, y de estar completamente poseído por un estupor que tardaría en desvanecerse un buen rato, por un brevísimo instante se preguntó cómo era posible que su vida hubiese llegado hasta ese punto. Era la voz de su consciencia que en ocasiones le hablaba, pero que él silenciaba con el alcohol y mujeres. Solo cuando bebía y follaba hasta quedar completamente exhausto, era capaz de acallar las mordaces voces que en ocasiones lo trastornaban, enturbiando su mente. La rabia, en cambio, era más difícil de controlar. En ocasiones, algunas de sus amantes en turno se preguntaban qué cosa tan terrible tuvo que haberle ocurrido a ese hombre para estar siempre tan encolerizado, para desear siempre apaciguar su ira a través del sexo, pero, a pesar de sus agresiones, verbales y en ocasiones físicas, las satisfacía de tal manera que terminaban dándose por vencidas y aceptándolo como era, sin cuestionar nada más.

Decidido a dejar de lado los estúpidos pensamientos, con algo de dificultad, logró incorporarse hasta quedar sentado. Así, a medio desvestir, sin camisa y con la bragueta abierta, la observó a través de su vista nublada. Sus ojos entornaron la figura femenina. La recorrió de arriba abajo, sin ningún reparo. Todo lo que vio le gustó. Los carnosos labios. El pecho generoso. La estrecha cintura. El perfecto culo. Hasta sus pies lo excitaban. Su erección fue casi instantánea.

Estás realmente buena —le dijo con un tono cargado de explícita lujuria—. Un poco pálida, pero yo voy a darle un poco de color a esa carita y a ese trasero qué Dios, cómo me encanta —añadió torciendo el gesto, añadiendo algo perverso a su ya de por sí atrevido tono—. Aunque... lo que más me encanta es esa forma en la que me miras: altiva, engreída, como pidiendo a gritos que te enseñe a comportarte. ¿No te gusta la manera en que te hablo? ¿Te parezco poca cosa? Ah, ya sé, ¿es porque estoy borracho? Eres una puta y las putas están para complacernos. Así que, zorrita, enséñame lo que sabes hacer. Acércate y di algo que quiera escuchar de esos hermosos labios.

Sí, la había elegido bien. Era igual que ella, que Abigail, orgullosa de sí misma. Pero a River no le quedaba quejarse porque, en el fondo, sabía que involucrarse con tipas como esas era todo, menos una casualidad. Siempre las prefería hermosas, pero indomables en lugar de sumisas; salvajes, antes que dulces y complacientes. Le gustaban las cosas difíciles, el sexo  rudo y puramente carnal, sin estúpidos sentimientos de por medio.


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Mensaje por Lyudmilla Blavatsky Dom Mar 29, 2015 11:20 pm

Lyudmilla escondió una sonrisa al escucharlo; era típico, todos llegaban al prostíbulo con ínfulas de macho alfa. Habían sido muchos, quizá la gran mayoría, los que emitían aquellas palabras. Los hombres tenían el estúpido pensamiento de que eran los amantes perfectos y que las prostitutas se acostaban con ellos por mero placer. Sí, alguna que otra se involucraría sentimentalmente con un cliente, pero ¡eran putas! Les pagaban por hacer eso, por simular, por actuar, por fingir; si ellas decían que estaban gozando, era porque el cliente quería creer eso, si decían que estaban sufriendo, era por la misma razón. Las mujeres como Lyudmilla tenían la capacidad de disociar su cuerpo de su alma; una vez traspasado el umbral de la puerta, se despojaban de su humanidad y se convertían en meros instrumentos. Si a la rubia le preguntaban, sí, seguramente había gozado, pero sólo había encontrado el disfrute en los placeres enfermizos y violentos, y la culpa la había arremetido con los primeros rayos del Sol, que la encontraban desnuda y le demudaban la faceta de sí misma que menos le gustaba. Pero había terminado superando el asco al llegar a su hogar, y hasta se animaba a besar en la frente a su padre cada mañana cuando lo visitaba en su habitación antes de dormir.

Se acercó a él con estudiado silencio y lo ayudó a sentarse al borde de la cama. Con una rodilla le separó las piernas y se colocó entre medio. Le acarició suavemente la nuca, le llamó la atención  la espesura de su cabello, le acercó el rostro a sus pechos y lo hundió entre ellos. Le tomó la mano derecha y la ubicó sobre uno de sus senos. Enredó sus dedos en un mechón, y le tiró la cabeza hacia atrás; lo miró a los ojos durante escasos segundos y se liberó de él, para colocarse de rodillas sobre el colchón y rodearlo. Se colocó tras él, y ésta ocasión fue ella la que separó las piernas y lo encerró, pegándose a su espalda y llevando, rápidamente, una mano a su erección.

Quiero que me folles muy duro —le susurró cerca del oído. —Quiero que me tomes por detrás, que me golpees una y otra vez —su palma comenzó a recorrer el miembro del cliente de arriba hacia abajo. —Estás tan caliente, déjame sentirte en mi interior, y que tu simiente me recorra el trasero hasta perderse en mis piernas —lo atrapó con su otra mano, acelerando sus movimientos. Podía imaginar su rostro, que hasta hacía unos segundos se encontraba repleto de orgullo. Los hombres podían ser tan vulnerables cuando del sexo se trataba… —Vamos, córrete para mí, ¿o prefieres que te la chupe? ¿Quieres ver mi boca llena de ti? ¿Quieres que te rodee con mi lengua? —añadió antes de tomar entre los labios el lóbulo de su oreja y tirar de él suavemente. Lo masturbaba con vehemencia, ansiando que aquello terminara pronto. Podía presentir la oscuridad que lo rodeaba, y no quería verse atrapada en ella. Lyudmilla reconocía el peligro con la misma facilidad con la que huía de él, y algo muy íntimo le dictaba que se alejara, y aquello sólo podía significar acercarse más.
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Mensaje por Alexander Sköld Mar Jul 14, 2015 10:33 pm

Ella lo complació, primero pronunciando todo lo que él deseaba escuchar, cosas sucias y lascivas que ella sabía perfectamente excitaban a los hombres y que solo una prostituta como ella era capaz de decir en voz alta, y más tarde tomando la iniciativa del acto sexual, ¡y de qué manera! Se le colocó detrás y cogió su verga con firmeza, como una verdadera profesional que hacía alarde de su amplia experiencia y efectivas tácticas. Desde luego, ella sabía exactamente cómo utilizar sus manos, qué sitios tocar y cómo hacerlo. Mientras sobaba y jalaba de arriba abajo, abarcando toda la longitud del órgano de River, mantuvo las manos firmes alrededor del miembro, pero sin apretar demasiado para no hacerle daño. El hombre profirió un pequeño gemido, apretó los ojos con violencia y echó la cabeza hacia atrás, concentrándose en los movimientos de aquellas manos. Parecía estar gozando, ¡debía hacerlo!, porque esa mujer le tenía la polla tan bien cogida que era lo mínimo a lo que se podía aspirar. Mientras lo masturbaba, Lyudmilla le habló, pero él estaba tan borracho y parecía tan concentrado en los movimientos, que apenas lograba escucharla. El bombear de su sangre le martilleaba los oídos. Apretó más los ojos y le rechinaron los dientes, como si aquello, lejos de satisfacerlo, estuviera significando una tortura. ¡No lo entendía! Abrió los ojos de golpe y entornó la nublada mirada de ebrio en la parte inferior de su cuerpo, tan solo para corroborar que todo estuviera en orden, descubriendo al instante la increíble imagen de una potente erección que la rubia había logrado con sus estimulaciones. El glande estaba completamente hinchado y la sangre se acumulaba en la punta de tal manera que en vez de parecer roja, parecía púrpura y le causaba dolor. Necesitaba desesperadamente correrse, pero aunque todo parecía estar en orden y la puta seguía realizando un trabajo excepcional con sus manos, ni siquiera sentía que un inminente orgasmo estuviera tomando forma en su interior.

Rápidamente, sin darle algún tipo de instrucción, se dio la vuelta y, cogiéndola por las caderas, la maniobró con dificultad, con movimientos bruscos, completamente salvajes y desesperados, hasta que logró ponerse detrás. La cogió por las nalgas y la penetró de un violento empujón, hundiendo instantáneamente toda su verga dentro de la vagina. Ya adentro, comenzó a trabajar por el tan deseado orgasmo, presionando con rudeza, moviéndose con violencia. Pero éste jamás llegó.

Grita—le ordenó sin dejar de bombear, pero ella no obedeció—. ¡Que grites! Jadea, gime, ¡haz algo para que pueda escucharte, maldición!

Pronto la habitación se vio inundada de toda clase de sonidos sexuales, largos y excitantes gemidos, profundos y sonoros gritos, y es probable que todos fingidos o al menos sobreactuados, desde luego, pero ni así la situación de River mejoró. Era como si de pronto hubiera perdido la capacidad de sentir. ¿Era posible que el exceso de alcohol le hubiera causado en él tales estragos? Ya algo alarmado, decidió probar otra cosa. Bruscamente sacó su miembro de la vagina, se llevó la mano derecha a la boca y escupió en ella, luego untó su propia saliva en su miembro para usarlo como lubricante, y a tiendas buscó la entrada del recto de la prostituta. Volvió a penetrarla, demasiado rápido y fulminante, sin la menor gentileza, hasta que nuevamente estuvo por completo dentro de ella. Bombeó, gritó, la golpeó en las nalgas y en la espalda, incluso pensó en ella, en Abigail, como hacía siempre, pero la situación fue la misma, incluso pareció empeorar.

¡No siento nada, maldita sea! —Gritó completamente frustrado, y exhausto por el esfuerzo, terminó por derrumbarse sobre la cama.

Era la primera vez que le ocurría algo como eso, ¡no lo entendía! Tenía todo para lograr un majestuoso clímax, una gran erección, a una de las mujeres más hermosas y excitantes que conocería en toda su maldita vida, y lo estaba desperdiciando. Bajó las manos hasta sus genitales y con ellas presionó su miembro dolorido. ¿Con qué cara miraría ahora a la prostituta, después de haberle hablado tan arrogantemente, prometiendo cosas que no había podido cumplir?

Esa perra me hizo esto… —susurró entre dientes con mucha rabia, más para sí mismo que para ella. Se refería, desde luego, a Abigail.

Abigail, Abigail. Siempre se trataba de ella.


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Mensaje por Lyudmilla Blavatsky Sáb Dic 26, 2015 11:01 pm

No sería ni la primera ni la última vez que la frustración masculina se derrumbaba ante el cuerpo de Lyudmilla. Lo había dejado hacer, le había dado con el gusto de gemir y gritar obscenidades mientras él, en vano, buscaba una satisfacción que no llegaba y que no iba a llegar. Si bien la lógica dictaba que se burlase de él para hundirlo en su frustración, no sería capaz de algo tan vil. La habían educado en valores que de nada le servían en ese lugar pero de los cuales no se despegaba jamás. Además, tenía un corazón blando que la inclinaba a la piedad, y no pudo más que sentir pena por el atormentado caballero que había perdido la armadura en la que debía ser su mejor batalla. Cuando, finalmente, se resignó y desmoronó en la cama, Lyudmilla se incorporo, como si no hubiera estado siendo violentada segundos atrás. Su anatomía ya estaba acostumbrada a aquellos actos, y por humillante que pareciera, podía soportar aquello y mucho más.

No te preocupes, les pasa a más de los que crees —sabía que a él ese dato no le interesaría, quizá ni la había escuchado, culpando en cuerpo y alma a una mujer. Siempre había una. Ninguno era capaz de admitir que los únicos culpables de aquel fallo casi imperdonable, eran ellos mismos.

Ignorando por completo al desgraciado, fue hacia una esquina, donde en una desvencijada mesa descansaba una jofaina con agua y unos trozos de tela. El aroma a lavandas que emanaba de la emulsión le devolvió el buen humor. Embebió los paños y se higienizó las partes pudentas, además de refrescarse el cuerpo transpirado. Se secó con una toalla que había sobre la silla y se dirigió al espejo. Se sorprendía de que él aún no se hubiese ido. Quizá estaba demasiado ebrio para poder ponerse en pie, quizá estaba pidiendo una bendición para juntar los trozos de su ego destrozado y volver al mundo de los machos con una performance admirable. Lyudmilla sabía que aquello no iba a suceder, conocía demasiado a los hombres.

Ahora viene otro cliente —le comentó mientras se colocaba una peluca cobriza que, por fortuna, había sobre el tocador. —Éste es un secreto, no le digas a nadie —dijo en referencia al cabello artificial, ondulado y largo hasta la cintura. —Puedes quedarte, si quieres. Es un hombre amable, no le molestará que mires… —iba a continuar hablando, pero dos golpes en la puerta dieron por finalizada la charla.

Entró un elegante militar de cuarenta y cinco años. Alto, mucho más alto que la joven. Era un habitué del lugar, y la ucraniana su favorita. Ese turno le pertenecía, pero no hizo más que lanzar un vistazo con desdén hacia donde se encontraba el amante frustrado. Se dirigió hacia una desnuda Lyudmilla con una amplia sonrisa de dientes blancos que destacaban en su piel bronceada. Le acarició los pechos con suavidad, antes de depositar un beso en su cuello, mientras recibía con aprecio las caricias de la prostituta en su nuca. Sin mediar demasiadas palabras, y habiendo convertido en un mueble más al espectador, liberó su miembro, tomó a la muchacha de la cintura, la sentó sobre el tocador y la penetró sin miramientos. Había regresado hacía poco de una expedición, y el deseo lo volvía violento. Lyudmilla le había rodeado las caderas con sus piernas, y gritaba y se movía al ritmo de sus embates. Consumido por la pasión, el militar llegó a un clímax que parecía haberlo arrasado.

Cariño… Cuánto te extrañaba… —susurró sobre su garganta. Pero era un hombre incansable y con un vigor envidiable. —Muéstrame ese trasero, vamos… —parecía recompuesto por completo. Le dio espacio a Lyudmilla para que bajase y se colocase de espaldas a él. — ¿Es tu amigo? —preguntó sin mirar, pero señalando con un movimiento de cabeza al intruso.

Puede decirse que si —respondió la prostituta, mientras frotaba su trasero en el pene del militar.

Muchacho —le habló como si se tratase de un subordinado. —Ven. Invito yo —dijo al tiempo que le daba unos suaves golpes en las nalgas a Lyudmilla.

Ella, por su parte, dudó que él aceptase. Suficiente había sido el despreciable hecho de fracasar frente a ella; fracasar ante alguien de su mismo sexo implicaba perderse por completo.
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