Buscando La felicidad En Lo Carnal Privado

Caminando por las calles de París, Noah maldecía por lo bajo mientras notaba en el interior de sus venas el corrosivo hormigueo que tanto le molestaba, aunque seguramente otros de su especie anhelaban sentirlo; una sensación de quemazón que parecía extenderse como el fuego al prender una mecha. Aquello sólo significaba una cosa: la noche siguiente a esa brillaría en el cielo nocturno una luna completamente llena, que invadiría por completo sus sentidos y lo ahogaría en un océano de pasión y fuerza.

El lícano intentaba rehuir a toda costa de esa sensación, casi como si estuviera huyendo de lo que habitaba en él por debajo de su aspecto humano. A duras penas podía contener su energía y la llama que iba comenzando a crecer en su interior, tan propias en esa especie, mientras se dirigía al Burdel. Aunque era cierto que no era el tipo de personal que frecuentaba esa especie de “refugios”, en alguna que otra ocasión resultó ser un método eficaz para liberar tensiones y, de este modo, que su razón no quedara obcecada bajo la tutela de la siniestra estrella que gobernaría en menos de veinticuatro horas el firmamento. Esa vía de escape no le daba garantías que al día siguiente pudiera disfrutarla como un ser humano normal y corriente, pero sí que le proporcionaba ciertas esperanzas. Y a día de hoy, aún no se encontraba lo suficientemente seguro en la ciudad como para prescindir de ciertas… precauciones.

Esa noche, sin embargo, el carácter de Noah tendía a mostrarse algo agrio. Dudaba que, de buenas a primeras, pudiera toparse con alguien que estuviera dispuesto a compartir la velada con él, pero de no ser así no le importaría en absoluto quedarse toda la noche en la barra. La bebida no le ayudaría demasiado a superar la adversa noche que se le antojaba de forma posterior a ésta, pero al menos se distraería.

Vestía una camisa de franela, cuyas tonalidades eran oscuras, a juego con los pantalones y el calzado que llevaba. Una capa de color azul marino ondeaba a sus espaldas, acompasando los movimientos del varón. Su atuendo era impecable y denotaban, en esta ocasión, que no guardaba problemas en cuanto al dinero: algo que era cierto, puesto que sus ganancias como actor no resultaban degradantes. Resueltamente, entró en las instalaciones cuando sonaban las nueve en las lejanas campanas de la Catedral, y su hasta ese momento torva expresión se desvaneció para dejar rastro a unas facciones delicadamente cinceladas, unos ojos cuya tonalidad añil parecían sugerir dulces promesas y una sonrisa que era fiel reflejo de la travesura.

A vista de muchos –y muchas− daba la apariencia de ser un cliente más, aunque la verdad quedaba oculta tras un velo de misterio. Más aún cuando se trataba de un actor con muy buenas aptitudes, capaz de evitar con astucia la manipulación (la había sufrido en contadas ocasiones y había aprendido de ello) propia de esos lares… si es que quería evitarla. A veces, merecía la pena dejase llevar por el momento.

Se dirigió hacia la barra, pidiendo una copa de Brandy mientras tomaba asiento, antes de dirigir su mirada por sus alrededores. Observó que no había mucho gentío a esas horas, ya que no era todavía noche cerrada. Entonces reparó en una dama que se hallaba no demasiado lejos de él. No había duda que se trataba de una damisela de compañía, por los atuendos que llevaba, y que realzaban su figura. Le dedicó una pícara sonrisa mientras regresaba la vista al frente: acababan de servirle su bebida.

Aquél dulce licor parecía avivarle la llama del impulso en su interior. No había ningún lugar a dudas, allí servían de las mejores bebidas, seguro que para atraer a más clientela de lo habitual. Claro que el personal del burdel tampoco era menos. La belleza de cabellos áureos, ojos claros y labios sensuales a la que momentos antes le había dedicado una sugerente sonrisa había reparado en él. Al parecer, por lo que podía entender de su mirada, sin duda resultaba atractivo, pero cabía decir que aquella damisela también resultaba más que agradable a la vista: era más que evidente que la presencia de ambos no había pasado desapercibida para el otro.
Y esa noche necesitaba a alguien dispuesta a aguantarle su ritmo… o sus caprichos. Todo dependería de cómo fuesen sucediendo las cosas.

Observó de reojo cómo se le acercaba, con sinuosos movimientos y una sonrisa tan arrebatadora como la suya propia.

− Por supuesto que puedes, una compañía tan digna de admirar sólo puede ser admirada y apreciada – musitó con su voz dulce y melodiosa, volviendo de nuevo su rostro hacia el de la joven.