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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Honoré Besard Vie Nov 14, 2014 4:39 pm

La vela en su escritorio proyectaba su danzante sombra sobre la pared. La corriente que llegaba desde la ventana los hacía bailar al unísono. Honoré no detenía la pluma con la punta húmeda de tinta. Escribía. Escribía rápido y concentrado como si en ello le fuera la vida. Desperdigados por la superficie de la mesa había textos, todos ellos llenos de números, pero ninguno era motivo de su preocupación en ese instante. Había un libro abierto también; era un texto antiguo de origen islandés con grimorios escritos en runas vikingas y trataba de descifrar qué era lo que trataba de decirle. No decir, sino decirle, a él en específico, como si sostuvieran una conversación, pero aún no lograran conectarse. Eso era lo que escribía con tanto ahínco, con tanta fuerza que parecía que desgarraría el papel.

Cada vez aceleraba más el paso, y conforme su mano se deslizaba, su corazón se aceleraba, como si estuviera a punto de llegar a un sitio. Como si estuviera a punto de descubrir algo enorme y trascendental. Las palabras eran desordenadas. Ideas entrecortadas, casi ajenas unas de las otras. Entonces se detuvo, consternado y leyó lo que llevaba. Lo leyó una, diez, cien veces. No entendía el mensaje y se sintió jodidamente frustrado. Soltó la pluma, extraída de un cuervo, y se miró la punta de los dedos llenos de tinta. Un frío intenso le heló los huesos y alzó el rostro, presintiendo algo. Él podía presentir esas cosas.

Se puso de pie raudo como caligrafía japonesa. En ese mismo instante, la solitaria vela que lo iluminaba se apagó. Primero atribuyó el fenómeno a la ventana abierta y fue hasta ella para cerrarla. Antes oteó el paisaje. Las montañas desnudas y pardas en la oscuridad como grandes, grandes olas que no terminan de caer y las nubes densas como humo de cigarro coronándolas. Se dijo que por allá, en la alta planicie estaría lloviendo y cerró. Las cortinas luego. Caminó en la oscuridad y trató de encender de nuevo la vela, pero antes de que la flama tocara el pabilo se volvía a apagar. Lo dejó por la paz, no era tan necio. Algo lo acompañaba.

¿Sería la sombra? Esa que lo había perseguido por años, esa fuerza arcana y bestial que le había arrancado todo. Se tocó el pecho en un acto reflejo, ahí donde aquel ser más viejo que la tierra y más terrible que el demonio había dejado cicatrices. Marcado, marcado de por vida por una condena buscada a la fuerza. Qué tonto había sido. Y jamás había logrado detectar cuando aquella presencia lo acechaba, sólo era testigo de las horribles consecuencias.

Mariette. Le dedicó un pensamiento mirando el dintel de la puerta. Un busto de Palas, deidad de la sabiduría.

¿Qué eres? ¿Qué quieres de mí? —Su voz se alzó como una barca que iza una vela. Así, con aplomo y vigor. Giró sobre su eje como si se sintiera perdido. Perdido en su propia casa, en su propio estudio. La aprehensión atenazó sus nervios—. ¡Muéstrate! —Exigió y se detuvo, se recargó en el escritorio lleno de textos de matemáticas y el grimorio escandinavo. Se agachó, abatido. Qué terrible destino resultaba poder ver a la muerte de frente. Qué terrible castigo era cargar con un error de juventud.
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Mensaje por Mariette Besard Dom Nov 16, 2014 11:27 pm

Quién dijera que había paz después de la muerte estaba completamente equivocado, esto no era paz en lo absoluto, era como una bruma gris que invadía cada uno de sus sentidos, como caminar entre la niebla en un lugar que no conocía, sin nada que la acompañe, ningún alma, solo la desesperación que la llena en cada paso y aun así la soledad que la embargaba era menor que cuando estaba viva, comparar aquella opresión, aquel ahogo que la había inundado no tenía nombre, era inexplicable.

¿Dónde estaba? Sus pasos la llevaban a atravesar lugares que jamás había visitado, un paso más adelante y el mundo terrenal aparecía,  era como estar caminando sobre la cuerda floja, ninguno de sus pasos tenía sentido, la luz que a veces parecía estar más cerca la llamaba y cuando intentaba tocarla aquel rostro destrozado en lágrimas, aquellos ojos profundos que tanto amaba,  ese rostro pálido y últimamente enfermo la arrastraban de nuevo hacía esa casa que tan bien conocía.

¿Por qué debería preocuparle lo que sienta? Después de todo él la había arrastrado a ese desenlace, él había traído consigo aquella sombra que la había llevado al suicidio, pero aunque no quisiera aceptarlo le dolía no poder ayudarlo, ver como sufría… le dolía no poder vivir de nuevo y observarlo más de cerca, volver a tocar su cálida piel.


Como me apena no poder hacer nada, amo a mi asesino… nos volveremos a encontrar solo  fue un susurro como un soplo de viento que entonces desapareció en ese panorama… necesita descansar pero aquella sensación no le deja, nadie podía salvarla del dolor que aun sentía, de aquellos recuerdos que se avecinaban, una y otra vez repitiéndose en un banquete sin fin, cualquiera podía burlarse de los muertos.

Debía huir y no volver,  no dejaría que la volvieran a arrastrar a su prisión y fue por eso que decidió encarar a su asesino, estaba ahí en su estudio tan tranquilo que Mariette no pudo evitar sentir que aquello era humillación pura ¿Por qué se preocupaba por la vida de un hombre que parecía tan sereno?. No sabía el motivo o la razón, se quedó de pie viéndolo, escribir y volver a escribir como un fiel sabueso acompañando a su amo.

Pero su presencia fue notada, Mariette lo volvió a mirar y no se atrevió a decir nada hasta que ese hombre rompió el silencio, una parte de ella se retorció de dolor, hace tanto que no había oído esa voz que una necesidad extraña de volver a oírle pronunciar su nombre se apoderó de ella… Estocolmo, un claro caso de Estocolmo.


–¿ Así es como le hablas a la mujer que en algún momento llamaste amor? – susurró, ella  no quería regresar a ese sitio, quería escapar, ser libres de aquellos grilletes que se ligaban a su muerte, quería olvidarse de todo, cada una de esas pequeñas cosas que le hacían permanecer en este mundo, cada uno de los lazos que le ataban a él, quería arrancarse el corazón y tirarlo junto sus memorias.  Y ahora él de alguna forma irónica alargaba su sufrimiento. Se sentía como en un cuento, como en una fábula, algo que sería contado de generación en generación, como aquellas historias de amor que el tiempo deja inmemoriales y sirven de inspiración para el futuro.

– ¿qué quieres de mi? ¿Por qué aun me llamas en tu pensamiento? No te basto matarme, porque para matar a una persona no es necesario ser quien tenga un arma – Su habla era algo tranquila, como si una especie de divinidad cayese sobre él, como si fuera el destino a ligarlos, mientras lo esperaba en los brazos de la muerte, así se definía el dolor.
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Mensaje por Honoré Besard Lun Nov 17, 2014 4:58 pm

Aguantó la respiración. Un momento, un suspiro. Para la eternidad. Miró toda la habitación oscurecida y sintió un leve, delgado hilo de sudor correr desde su sien hasta su barbilla y precipitarse por su cuello. Algo estaba ahí con él, ¿pero qué? No era la sombra, nunca podía ver cuando iba a regresar ni con todo su poder, pero reconocía el aura oscura y espesa que ese ente, más viejo que el tiempo mismo, proyectaba hacia él.

La voz que escuchó…

La voz. Era ella. Era su voz. Sabía, porque había pasado demasiado tiempo ensimismado en libros sobre la muerte, que había almas que se impregnaban en la tierra, como manchas imposibles de borrar sobre un lienzo blanco, que se quedan aquí, para siempre, sin poder descansar. Y algo en él se quebró ante la sola idea de que Mariette, su Mariette, hubiera sufrido ese destino. Pero aquella voz, sin duda, era la de su difunta esposa. Tragó saliva y avanzó con paso lento. Como si los susurros se transformaran en vaporosas gasas y él las atravesara en una evanescencia temporal.

Yo… —su voz sonó igual que la que escuchaba, incorpórea. Un susurro apenas, pero los motivos de él eran muy distintos. Temor, no a un espíritu, sino a toparse con una realidad que no quería enfrentar—. Yo no te maté —se repetía esas palabras, pero sabía que todo había sido su culpa. Claro que él no había blandido la daga o había cortado el aire de los pulmones de su esposa, él no había arrancado la vida de sus ojos claros, pero ese error de juventud le seguía cobrando una cuota muy alta, aunque sin duda, la divisa de mayor valor había sido ella.

¿Eres tú en realidad? —Parecía un maldito demente hablándole a la nada en medio de su estudio. Pero escéptico era una cosa que no era. No después de todo lo que había visto y experimentado—. Mariette, cómo quisiera que me perdonaras —y si no era ella, si era otra fuerza que no comprendía, no le importaba vulnerarse de ese modo. Porque decirlo en voz baja o en voz alta resultaba igual, era un mantra que se había repetido al pasar todo ese tiempo.

Y cuya respuesta ya sabía. Cuya respuesta no era la que él quería escuchar.

Se giró hacia el escritorio de nuevo. Intentó prender la vela y ahora lo consiguió. Tomó el mechero que la sostenía y estiró el brazo, como si ofreciera un anatema a un Dios umbrío que no es el dios al que se le reza en Notre Dame. Hace mucho que había aprendido a hacer suya la oscuridad, de todos modos. Regresó al centro de la habitación, esperando. Quería sentirse esperanzado, no sabía de qué, en todo caso, ni siquiera pudo. La tristeza le ganó, una vez más. Y su sombra, junto a las demás sombras, danzaba en la habitación iluminada por aquella ajada luz.

¿Acaso no lo ves, Mariette? Es que tú siempre estás en mis pensamientos —romántico… quizá. Brutal, definitivamente. Sincero, como ninguna otra cosa. Honoré se sintió profundamente desolado en ese instante, y si se trataba de ella o no, sabía que no haría diferencia.


Última edición por Honoré Besard el Dom Nov 30, 2014 7:56 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Mariette Besard Dom Nov 23, 2014 6:42 pm

Sobrevivir
Sabiendo que ayer nunca volverá,
Mañana nunca llegará
Y hoy siempre será
Elvira Sastre

Perdón, una simple palabra que puede mover al mundo, una palabra que puede cambiar el destino de muchas cosas… 6 letras, un sentimiento… Hace un año que su cuerpo yace en el fondo de la tierra, un cuerpo que con el tiempo se ha desgastado, se desintegra y aun así no puede entender como aun muerto el cuerpo y el corazón sin ningún latido sigue sintiendo dolor, punzadas que jamás cesan, como la fúnebre llama de una vela, sin vida solo calor que ahuyenta la oscuridad de cualquier rincón.

Golpes en el pecho, dolor del alma, recuerdos que se clavan en su mente y la hacen añicos, sintió la muerte tocar a su puerta algunas veces en el pasado y nunca sintió tanto miedo como le tiene ahora, que ironía una persona que ha sido besada por la muerte le tiene tanto pavor que se escondería en los recovecos del mundo con tal de no volver a sentirla, aquel día se sintió un frío que calo hasta los huesos a pesar de que era verano, los colores desaparecieron su mundo era gris.

¿Por qué no podía irse en paz?, ¿Por qué sufrir?, ¿Qué más querían de ella?, era como el eco, había desaparecido en la nada y aun así seguía en la misma ciudad, despertando en el lecho de su muerte, volviendo a aquella habitación, viéndolo todos los días desde lejos, cuidando su sueño, velando por él.


– Sí, soy yo – seca, sin ninguna emoción, si pudiera llorar sus ojos estarían cubiertos de lágrimas, estaba delante de su asesino, del hombre que tanto había amado y que ahora simplemente odia, ¿lo odia? Sí, porque una parte de ella siente que debe hacerlo… ¿Dónde estaba él cuando ella lo necesitaba? Encerrado en su mundo, un mundo donde no había espacio para ella.

La oscuridad reinaba la habitación aquella pequeña flama era toda la luz que iluminaba el lugar, si tan solo aquella llama pudiera darle un poco de calor a Mariette, que derritiera ese hielo que cubría su corazón entonces podría decirle aquello que calla, que sabe que está ahí pero que no puede decir…

Piensa en ella, palabras brutales que le estrujan el alma, no puede hablar… se muerde los labios de tal modo de que si la sangre corriera por sus venas sangrarían ¿es qué esa era su nueva misión, ver morir y sufrir a los demás hasta que el alma se le hiciera añicos?.

¿Qué pasaría si le tocaba? Seguramente traspasaría su cuerpo y no podría sentir nada, solo frío, estiró la mano hacía el frente ahora que lo miraba tan cerca, no se atrevió a tocarlo a él sino que paso su mano sobre la llama, la hizo bailar… aquella luz iluminaba claramente el rostro de él… un rostro perfecto, un rostro que tantas veces había contemplado, cada línea de expresión, cada gesto…
Se acercó más.


– No deberías llamarme, me haces daño – Si, mucho daño pero no del modo que él cree, porque ella no puede tocarle más, no puede estar con él, su vida va en diferentes caminos, ella se quedó congelada en el tiempo… los días aun pasan por él.
Un paso más.

¿Podría él verla? Podría intentarlo… pasa nuevamente la mano sobre la llama de la vela jugando con ella a la par que intenta hacerse visible para sus ojos, después de todo si este era el fin había que poner un punto.

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Mensaje por Honoré Besard Dom Nov 30, 2014 8:41 pm

Ahora tenía la certeza de que se trataba de ella. La mujer que amó, que aún amaba. ¡Qué tonto era! Incapaz de soltar las riendas del pasado, dejar que los caballos que guiaban aquel carruaje del pretérito al fin se perdieran en la espesura de bosque. No podía y se asía como el necio que era a esos lazos y ahí estaba; su diligencia parecía finalmente haber desbocado. Sintió que los ojos le ardían, como arden cuando la leña deja de arder, pero sabía perfectamente de qué se trataba. Tragó saliva, aguantando el llanto. Estaba consciente del dolor que el recuerdo de su esposa aún representaba, pero se vio sorprendido a sí mismo al batallar así al escucharla, ante la sola posibilidad de verla de nuevo.

En su mente los recuerdos vinieron rampantes. Terribles. Una estampida animal. Luz, todo era luz en ellos, su sonrisa, ambos en el día de su boda, tumbados a orillas del lago, haciendo el amor en su cama o en cualquier lado. Todas esas memorias llegaron al mismo tiempo, sin piedad, para robarle el aliento y arrancarle las lágrimas. Cerró los ojos, llenó los pulmones de aire y percibió su perfume. No lo consiguió más; la primera lágrima escapó traicionera de sus ojos, rodó por su mejilla, se precipitó al vacío luego.

Al abrir los ojos, frente a la vela que aún ofrendaba a la oscuridad, vio su traslucida figura. Apenas comprensible. Un espejismo vago, pero era ella, definitivamente. Tiró el mechero y la vela se apagó en ese instante, pero la luz de la luna y las estrellas se lograba colar por la ventana y dibujaba aquel cuerpo que tan bien conocía.

Mariette —susurró y avanzó con torpeza, aturdido—, no pidas eso, tu nombre es lo único que me queda. En tu nombre habitan todas las reminiscencias de tu estadía en la tierra y de nuestra historia —habló extrañamente firme, pero con mucha, mucha tristeza. Él se había dedicado a eso, a buscar el nombre de las cosas y sabía de su valor. ¿Cómo le pedía que no la llamara? Era como olvidarla y por los dioses que él jamás la olvidaría, ni a ella, ni a la culpa que llevaba a cuestas desde el día de su muerte.

No regresaste porque te he llamado. No he dejado de hacerlo desde que te fuiste. ¿O es que al fin escuchaste mi voz? —Preguntó con desolación—. Mariette, dime, dime que estás bien y que ahí donde estás ya no duele —le rogó. Sintió el rostro húmedo, sin darse cuenta, había seguido llorando en silencio. Quería saber, quería tener esa certeza para quizá así encontrar un poco de paz interior, aunque a esas alturas resultara casi imposible.

Dio un respingo y se dejó caer. Sus rodillas se estrellaron violentamente contra la duela de madera del suelo. Se miró las manos como si las tuviera llenas de sangre y agachó el rostro luego, tratando de normalizar la respiración. Estaba entrenado para eso. El viejo ciego Onésime le había hablado de los misterios de la muerte, del poder que habitaba en él, de criaturas inmortales y de lobos que le aúllan a la luna de plata. Pero nada en su pasado, ni siquiera su lucha eterna con la sombra, lo habían preparado para una tragedia así.

Perdóname —pidió. No se cansaría nunca de pedirle eso. Se hacía más bien a la idea, porque se le antojaba imposible y alzó el rostro abatido para ver su traslucida presencia. Tan hermosa como el día en el que se había ido, porque ni con toda la melancolía que la orilló a hacer lo que había hecho, su belleza había mermado—. Te amo —declaró luego, como un último par de cartas, sabiendo que de todos modos, perdería el juego.
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Mensaje por Mariette Besard Vie Dic 12, 2014 9:31 am

Todo parecía salido de un cuento, el dolor que la había llevado a la locura la consumió hasta el punto que deseo su muerte, alcanzar por lo menos un poco de descanso y su deseo fue escuchado a medias, porque privada de la vida no pudo alcanzar la divinidad. ¿Qué la tiene atada a la vida? Ella solo quería morir e irse lejos, algún deseo egoísta en alguna parte del mundo y entonces lo ve, destrozado de ese modo, con  las lágrimas resbalarse por sus mejillas, en el suelo.

No tiene idea de lo que pasa, apenas y puede hablar solo se queda sumida en esa imagen, él deshecho ¿sería pecado amar eso, su sonrisa débil? ¿Las lágrimas desbordarlo?  Y se interrumpe todo con su voz. No sabía que sentía, no tenía idea de lo que pasaba sobre su ya débil alma ahí parada, vagando, sin cuerpo alguno, si pudiese tener un corazón y escuchar los latidos, se habrían escuchado resonar en la habitación. Entonces era él, el responsable de que no se le otorgaran las alas.

¿Qué será de ellos dos? Con ese amor tonto y platónico matándolos lentamente, él jamás podrá alcanzarla y ella parece estar destinada a sufrir, sentir que la vida se le va para después recuperarla pero que nunca tendrá la dicha de descansar en paz.

Mariette cierra los ojos y solo puede verse a lado de él, tan guapo como el día que portaba el trabajo de matrimonio, tan alegre como el día que la invitó a salir por primera vez, tan jovial como aquella noche cerca del lago, él siempre ha sido su cielo y Mariette lo quiere para ella, es egoísta como la misma muerte pero tiene algo que nunca tendrá ella, el amor, ese sentimiento que hace al espíritu más fuerte pero que de nada sirve si no puede tocarlo.


– Puedo perdonarte por el amor que aun te tengo, por ese que día con día me atormenta, porque me abandonaste a mi suerte, tu sabes que es verdad, que no miento – si pudiera llorar, maldita muerte, embustera que ríes, que disfrutas con la desdicha de estos jóvenes amantes, ahora puedes revolverte en gozo al ver que ambos no pueden tenerse uno al otro.

– Pero tu… ¿Tu puedes perdonarte todo lo que ha pasado?, Nunca he dejado de oírte – asegura mordiéndose los labios. – Nunca he dejado de cuidarte y orar por ti, nunca te he dejado solo incluso cuando no me veas todos los días, estoy aquí – y yo también te amo pensó pero no se atrevió a decirlo aunque quisiera hacerlo una parte suya a un no le permitía ser tan débil como para decírselo, lo amaba tanto que quemaba por eso no podía irse, por eso estaba condenada a permanecer en este mundo.
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Mensaje por Honoré Besard Dom Dic 14, 2014 1:31 am

Ahí hincado, con el semblante abatido, frente a una figura que era y no era a la vez, Honoré dejaba en claro quién era. Un tipo completamente derrotado por la vida, por los errores del pasado que parecían inocentes y le seguían pasando factura. Un tipo que se hizo añicos cuando enviudó. Y estaba ahí, rindiéndole tributo a esa mujer que era como una deidad pagana para alguien que de todos modos es más cercano a eso que a una religión establecida.

La miró atónito tan pronto la escuchó hablar. «Puedo perdonarte» le dijo y ese fue suficiente aliciente. Algo que lo ayudaría a vivir toda su vida a partir de ese momento. Y mil vidas más de ser necesario. Se puso de pie en ese instante y siguió escuchando. ¿Se podía tener más roto el corazón? Porque eso es lo que ella estaba haciendo a decir todo aquello, rompía los trozos de lo que le quedaba en el pecho. Cada una de sus palabras hería profundamente y a la vez resultaban un bálsamo que reconfortaba.

Miró su presencia etérea. Juró que estaba ahí; no en esa linde entre este mundo y el otro, sino que estaba ella en cuerpo y alma en esa habitación. Frente a él. Que todo había sido una pesadilla y se dio cuenta que no, que ella podía perdonarlo, pero que él jamás se perdonaría. La realidad cayó pesada sobre él. Lo sepultó. Lo asfixió.

No puedo perdonarme, tienes razón —hizo amago de querer tocarla, pero al final se detuvo. En primer lugar le parecía que era indigno de tocarla de nuevo después de todo lo que había pasado y en segundo lugar, no quería darse cuenta de que no era un ser con cuerpo. Que el alma, pero no la carne—. Pero si en verdad me has estado viendo y escuchando, sabes lo mucho que me arrepiento de todo. Dime qué debo hacer para liberarte de esta carga. No quiero que seas infeliz por la eternidad por mi culpa, te he hecho ya suficiente daño —ya no lloraba, pero sonó desasosegado y afligido. La voz se le rompía, pero todo lo que le estaba diciendo era verdad. Estaba dispuesto a inmolarse, de ser necesario.

Mariette, te necesito. No me atormentes, por favor, que he vivido así durante mucho tiempo —antes incluso de su muerte, antes de conocerla. Cuando era un adolescente y la sombra lo atacó, desde entonces no había encontrado paz—. Tú no, por favor, suficiente tengo ya —se acercó más, con cautela. Aún se negaba a tocarla, per Dios sabía cuánto necesitaba sentirla y abrazarla y besarla y decirle así cuánto lo sentía.

En cambio se agachó con cautela y tomó la base del fanal y luego la vela que había rodado más allá. Volvió a encenderla, una vez más, aunque la mantuvo cerca de él. De ese modo Mariette parecía lo mismo más real que más lejana. Debía dejarla ir, él bien lo sabía y ahora ahí estaba ella, incapaz de descansar por la eternidad.
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Mensaje por Mariette Besard Mar Dic 30, 2014 7:58 am

Todo aquello era un chiste cruel y macabro, la vida misma era un chiste malo pero nadie se reía… al menos nadie en esa habitación, aquella que había visto tantas lágrimas, aunque eso era más reciente… ellos habían sido felices, podía jurarlo, gritarlo a los 4 vientos, ambos habían estado enamorados, seguían estándolo y frente a él roto sintió como todo se volvía añicos, ella no tenía que haber muerto, ellos dos no se merecían esto, sobre todo él, se odio a sí misma, a sus propias decisiones que la habían llevado al mismo suicidio ¿Qué debía hacer? Ella sola se había ganado vagar por la eternidad, ahora lo entendía.

Aun así, como pecadora que era, el destino le había dado un regalo que debía agradecer la oportunidad de poder mirar al hombre que amaba una vez más, miró de nuevo la luz de la vela ahora que se encontraba frente a ella de nuevo, sonrió levemente estirando la mano para hacer bailar de nuevo aquella llama, más que querer apagarla o jugar con ella quería que esa fuerza natural le diera la que ella necesitaba para tocarlo.

Lo consiguió. Estiro un poco más la mano deseando con toda su fuerza poder sentir de nuevo su piel, cerró los ojos con fuerza presionando los parpados esperando atravesarlo, pero no fue así, su mano toco su mejilla y descansó en su piel, Mariette dio un pequeño salto al percatarse de su acción, se le hizo un nudo en la garganta, lo estaba tocando después de tanto tiempo y pudo sentir como todo cobraba sentido ahora.


- Honoré… - – por primera vez en esta conversación, le había ganado a la muerte aunque parecía ser imposible de conseguir, lo estaba tocando, noto la calidez de su mejilla, subió levemente la mano por su sien hasta el cabello de su nuca y tiró de este como muchas veces había hecho, dio un paso hacia el frente sin perder de vista su bello mirar, juro que era más hermoso ahora que sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero para ella él siempre sería el cielo.

– Puedo sentirte – dijo entre riendo y llorando, la voz se le quebraba, la emoción de haber conseguido sentirlo incluso cuando apenas duró, su mano volvió a atravesar aquella silueta moviendo la llama con brusquedad cuando la regreso hacia si misma – Pude sentirte – lo volvió a mirar a los ojos ¿Qué debía hacer? Quería volver a sentirlo de nuevo pero no sabía si sería capaz de hacerlo o fue una jugarreta del mismo demonio solo para mantenerla atada a él.

- ¿Por qué sigo aquí? ¿Por qué sigo atada a ti? – la voz se le quebró incluso más, estaba molesta, frustrada por los impedimentos de la vida. -  ¿Es que este es mi destino? ¿Verte envejecer, verte enamorar de nuevo, formar una familia mientras que yo, me convierto en solo eco del viento? – estaba molesta pero no con él, con la vida, consigo misma y aun así se desquitaba con él, como si él realmente tuviera la culpa de los infortunios de su propia existencia.
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Till Death | Privado Empty Re: Till Death | Privado

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