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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Constant Von Fanel Miér Ene 01, 2014 12:00 am

Campfires freeze, loveletters burn
Romance is lost
Lord, let me be wrong in this pain


La mirada clara permanecía fija, aunque ausente, sobre las llamas que danzaban alegremente en los leños, acariciándolos y besándolos, quemándolos y retorciéndolos. La lúgubre pero elegante figura había estado en el mismo lugar, en la misma posición, durante al menos una hora. Inmóvil, perdido entre sus pensamientos y recuerdos, rescatando del abismo del olvido una mirada o tal vez un toque que podía percibir y aún así no sentir. Una copa con vino reposaba incólume frente a él. Junto a ella algunos papeles desordenados, tinta y pluma. La mesa más cercana al hogar era su lugar favorito y el encargado de turno se aseguraba celosamente de que estuviese siempre disponible. Los demás habitantes habituales de la taberna entraban y salían, algunos le observaban y comentaban entre sí, otros simplemente le ignoraban. Eso estaba bien. No deseaba que nadie interrumpiera sus cavilaciones. O más bien, tendría que decir, que solo consideraba a una presencia como digna para hacerlo.

Chasqueó sonoramente la lengua y, dando por finalizada su inmovilidad, se apresuró a tomar la pluma entre los dedos. La negra tinta empezó a impregnar la hoja más próxima. Los trazos rápidos y seguros crearon, en cuestión de segundos, el bosquejo de un rostro femenino. Unos ojos casi gatunos que devolvían la mirada de forma fría y calculadora, un perfil enmarcado por gruesos y oscuros mechones de cabello, una nariz perfilada y unos labios rellenos e incitantes. Sin embargo no se detuvo allí, los trazos continuaron definiendo una figura estilizada, unos brazos torneados y unas manos de dedos finos y largos. Su memoria era ahora prodigiosa. A pesar del tiempo que llevaba sin verla aún recordaba cada curva y cada línea. Levantó la pluma y contempló su obra por algunos segundos. La extrañaba y eso le enfurecía. Recorrió con uno de sus dedos la línea de los labios, luego se fijó en un detalle que no recordaba haber dibujado. Un anillo fino envolvía el dedo anular de la mano izquierda. Una piedra clara y angulosa, un diamante sin lugar a dudas, relucía en el mismo en pomposo alarde de una unión catastrófica desde cualquier punto desde el cual Constant lo viese. Su ceño se frunció y, de no haber estado en un lugar público, habría dejado en libertad el gruñido que pugnaba por salir. Tomó la pluma nuevamente, dispuesto a corregir aquel error pero ¿de qué serviría? Sabía que en cuestión de minutos aquel papel sería destruido. Ojala fuese igual de sencillo deshacer el pasado, retornar y evitar lo que debía haber evitado, o al menos intentarlo con un poco más de ahincó.

- ¿Todo está en orden, Monsieur? – ¡benditos fueran los camareros atentos y entrometidos! Si por él fuese todos estarían regocijándose por su capacidad de intromisión en uno de los círculos más profundos del infierno. – No podría ser más perfecto – se limitó a contestar sin siquiera levantar la mirada del dibujo. Confiaba en que aquella hosca respuesta fuese suficiente para deshacerse del muchacho pero no contaba con que la figura que reposaba sobre la mesa atrajera tanto su atención. Permaneció de pie junto a él, observando sobre su hombro como si no tuviese ninguna otra ocupación. ¡Oh! Requería menos que eso para desear arrancarle la piel en delgados jirones. El vampiro tamborileó sus dedos sobre la mesa expresando silenciosamente su descontento. Algunos humanos podían ser tan insoportables que resultaban incluso exasperantes durante sus sesiones terapéuticas. No, aquel desdichado moriría con rapidez por lo cual tendría que sentirse agradecido - ¿Todo está en orden… Monsieur? – repitió la pregunta con un tono impregnado de veneno antes de lanzarle una mirada abiertamente hostil. – Si, no, disculpe usted. Es solo que dibuja muy bien y ella es una mujer muy hermosa – – Por supuesto que es hermosa ¿Quisieras poseerla? ¿Puedes acaso imaginarla entre tu cama? ¿Bajo tu cuerpo? ¿Entre sus piernas? – el temor afloraba rápidamente mientras el instinto de supervivencia avisaba al mortal sobre su precaria situación. Humedeció sus labios nerviosamente mientras sus ojos saltaban del papel al vampiro, indeciso sobre que contestar. Entonces una llamada desde una mesa vecina le salvó de tener que dar una respuesta. Inclinando ligeramente la cabeza se apresuró a alejarse de aquel intimidante caballero.

Constant, por su parte, solo sonrió con sorna. Que sencilla sería su existencia si pudiese librarse tan fácilmente de otros indeseables. Pensó en el Conde y no pudo reprimir una punzada de satisfacción al imaginar su expresión el recibir aquel paquete… al leer aquella nota. Puede que él no contara con el suficiente poder o experiencia pero, como ya había demostrado, aún podía recurrir a trucos simples que resultaban, al mismo tiempo, ridículamente efectivos. Lorraine no podría culparle de no cumplir sus deseos. Después de todo si hubiese querido podría haber redactado la nota ella misma, pero decidió dejar en manos del vampiro esa responsabilidad, aún a sabiendas de sus sentimientos por el Conde y la relación entre los dos. Él solo actuó en consecuencia. Ahora estaba confundido respecto a ella. La odiaba por abandonarle, por olvidarle, y se odiaba a sí mismo por su enfermiza necesidad de tenerle cerca. Y aún así allí estaba, esperándola, ansiando el sonido de su voz, deseando un instante durante el cual poder probar su carácter y confirmar sus teorías. Su anhelo resultaba conmovedor, rayando incluso en lo pueril. La lógica clamaba que perdía su tiempo, que ella no se presentaría esa noche tal como no lo había hecho en tantas ocasiones pasadas. No existía además ninguna motivación para que lo hiciese. Ninguna carta, ninguna nota, ninguna cita. Solo el deseo y la paciencia infinita de quien tiene todo el tiempo por delante para dedicarse a esperar pacientemente junto al fuego por una aparición pero ¿sería ésta providencial o infernal?


Última edición por Constant Von Fanel el Jue Mayo 15, 2014 7:50 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Hela Von Fanel Dom Ene 05, 2014 11:36 pm


Levantó la mirada y se observó en el gigantesco espejo frente a ella. Había en sus orbes un destello lleno de vida, como aquel que se encuentra en los ojos de un niño al encontrar una sorpresa en su camino. Estaba llena de ilusión, completa. La felicidad que golpeaba contra su pecho no cabía dentro de ella, era como volver a sentirse con vida, llenarse las manos de sensaciones pueriles que se perdieron con el despertar a la muerte. Incluso su piel, si antes era tan suave como la seda, ahora se había vuelto delicada como las plumas en las alas de un ángel. ¿Podía un demonio redimirse? ¿Podía una bestia merecer algo como aquello? Y entonces su sonrisa desapareció al igual que brío en su mirar. Bajó la cortina del ventanal que permitía la entrada de la luz plata hasta su cuerpo, la habitación se llenó de completa oscuridad. No hacía falta la llama de las velas para poder observar en medio de la negrura que le rodeaba, pues un ente maldito y sujeto a las penumbras adecúa su vista para sobrevivir…

*************

Se viste rápidamente colocándose un vestido negro, soberbio al igual que su fugaz belleza. Nadie puede negar que se ve aún más hermosa por el aura que le rodea, una beldad ignota que se esconde detrás de la irritada línea seca de sus labios, no puede ocultarlo. Toma la capa al mismo tono que el vestido pero con el forro escarlata y se lo arroja encima. ¿Necesita informarle al conde de sus acciones? No, menos si se escapará para ver al único ser que lleva su sangre. Sale de la mansión de su ahora esposo…. El solo echo de mencionar esa palabra en sus pensamientos, hace que todo su cuerpo hormiguee recordando la cantidad de veces en que los labios del conde recorrieron los centímetros de su hipersensible piel. Sin pensarlo, esa sonrisa maliciosa y llena de lujuria abarca la comisura de sus fauces y en su cabeza se cruza el pensamiento que hasta hace unos segundos le produjo el escozor en su vientre. Sus colmillos se alargan y muerde sus labios, la gota escarlata cae hasta perderse en los holanes de su vestido. Con la yema de sus dedos recorre la herida y logra percibir como la carne se cierra a los pocos segundos. Completamente decidida, sale de la habitación y se dirige hasta la oficina de su marido. La abre de par en par, ella es la única persona o cosa que puede hacer eso sin antes avisarle a él. Lo busca entre los libreros, detrás del escritorio y no lo encuentra. Frunce el ceño. Gruñe y llama a los sirvientes. Uno de ellos le entrega una caja, un presente para ella de parte de él. ¿Qué era eso? ¿Una forma de pedir perdón por haberse ido sin avisarle? Decide no abrirlo hasta su regreso. Al parecer la noche es favorecedora, si él no está en casa…, no notará su ausencia.

La noche inmensa se abre paso frente a ella y huele a libertad. Nunca le gustaron mucho los carruajes y no comenzará a subirse a uno ahora. Salta a la calle y emprende el camino hasta su residencia. Al llegar, todo el lugar apesta a él. Lorraine cierra sus ojos y aspira el idílico perfume de su… los empleados la detienen en la entrada, al parecer nadie está autorizado para molestar a Von Fanel. Ella sonríe y baja el gorro que cubre su rostro. Los pobres humanos quedan completamente atónitos ante la develación de la mujer. Es ella. La de la pintura en la pared, la que él tanto había estado esperando, la misma que lo abandonó y la dueña legítima de esas tierras. Más de un año desaparecida tras la trágica burla de su matrimonio, era evidente que la creían muerta. –No. No soy un fantasma. Estoy viva. ¿Dónde está él?- Basta con un gruñido de la fémina para que la servidumbre creyera en su palabra. Tartamudeando y con el pulso acelerado, apenas atinan en darle el paradero del hombre. «Estúpido. Nunca osaste a desobedecerme, excepto esa noche» Ruge para sus adentros dirigiéndose hasta la sucia taberna que también es de su propiedad. Apenas arriba al lugar, su presencia cautiva y despierta a los presentes. No es muy común que una mujer con su galantería y belleza se pase a la inmunda cantina de mala muerte, pero ocurre, quizá una vez cada cinco años, sobre todo si es la dueña quien lo hace. Los ebrios la recuerdan como una ilusión, como un sueño, tal vez como una pesadilla…, y al final, ese hombre de mirada maldita y grisácea, él la reconocería como una antigua amante. -¿Podrías tú no imaginarte en esa posición, Constant?- Le cuestiona al término de su jugada y el reclamo al mesero. -¿Me invitarás un trago? Tengo entendido que ahora esto te pertenece.-
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Mensaje por Constant Von Fanel Dom Ene 12, 2014 10:01 pm

Deseando rodearse de nuevo de su anhelada y amada soledad, después de tan burda interrupción, posó los ojos otra vez sobre el fuego. Sin embargo, la dicha duró poco, o mejor dicho nada. El ambiente en la taberna se agitó ligeramente tras la irrupción de alguien. El silencio es interrumpido por algunos murmullos. Palabras y elogios balbuceados a media voz por lenguas cargadas de alcohol. Al parecer se trata de una fémina impresionante. Constant no se toma la molestia de mirar. Reconoce las pisadas y no es necesario otear el aire en demasía para que el aroma de aquella piel invada sus sentidos. Permanece quieto, observando las llamas como si del símbolo de su salvación se tratase. Las manos reposan sobre la mesa, entre ellas el dibujo. Se maldice en silencio por no haberlo destruido a tiempo, por evitar aquella abierta muestra de… ¿Qué? Y entonces el hado le otorgó el sonido que tanto ansiara segundos antes. – ¡Oh, vanidad! Podría censurarse a cualquier dama por hacer tal ostentación, menos en usted por supuesto - - ¿sigues deseándolo? – se cuestionó mentalmente mientras la confusión, matriarca indiscutible de sus emociones esa noche, cedía un poco de espacio al alivio – y como respuesta permítame afirmarle que no requiero imaginar lo que puedo recordar, Mademoiselle. Además se trata de recuerdos difíciles de borrar – el tono era duro para tan juguetonas palabras.

Se incorporó sin mirarle y en caballeroso gesto le ofreció una silla en su mesa, ubicada justo frente a él, antes de regresar a su lugar. Solo entonces se atrevió a posar los ojos sobre ella. Y allí estaba, su musa personal. Tan hermosa como siempre pero más radiante que la última vez que la vio. Un mal presentimiento se instaló instantáneamente en su pecho ¿Por qué diantres se veía así? Con un gesto de su mano llamó al camarero, no podía negarse ante tan simple petición – No se equivoque, solo soy un cuidandero – la ira afloraba rauda, empañando el alivio de tenerla cerca. Recordó el miedo que sintió por perderla, la angustia por encontrarle, por saber de su destino, la frustración por los días que pasaban y pasaban sin que nadie conociera su paradero. Y ahora solo regresaba, como si hubiese pasado una noche en lugar de un año. Deseaba poder abrazarla, manifestarle su dolor e impotencia, su preocupación y alivio por saber que estaba bien… que seguía con vida, pero el enojo marcaba ahora sus acciones y se negaba a permitirse algo tan simple como la cercanía natural entre ellos durante una conversación.

Tamborileó los dedos sobre la mesa una vez más antes de tomar la copa por primera vez. No bebió, empero, solo agitó circularmente el líquido que contenía mientras le miraba iracundo – Confió haya sido un año agradable para usted, Mademoiselle Von Fanel… espero se haya divertido lo suficiente como para poder regresar en paz – . Una copa de vino, similar a la que él estaba tomando, fue depositada frente a ella por el entrometido mesero quien permaneció a su lado, mirándola como a una aparición. Eso bastó para desatarle. Con un movimiento rápido se incorporó encarando al joven, tan cerca que podía sentir su aliento en el rostro – Vuelves a mirarle y te arranco los ojos – gruño con los dientes apretados ante el sorprendido y asustado chico. Una disculpa apenas balbuceada precedió la rápida desaparición (quién diría que un humano podría escabullirse con tanta rapidez). Constant soltó el aire sonoramente y caminó hasta el fuego en un intento por controlar sus emociones. Nada conseguiría descubriendo su naturaleza ante tan excelso público solo por no poder poner freno a su ímpetu. Ella era lo que importaba ahora y era eso en lo único en lo que debía enfocarse. Prometiéndose a sí mismo un comportamiento más acorde con su edad y posición retornó a su lugar en la mesa – ¿Dónde has estado? ¿Tienes idea del infierno que he vivido tratando de encontrarte, imaginando lo que podría haberte pasado? – le cuestionó con dureza. No tocaría el tema del Conde por ahora, primero deseaba que sus dudas fuesen aclaradas. Además, en el tema alterno, perdería la investidura de indignación de la cual gozaba en ese momento y era una ventaja que no estaba dispuesto a conceder fácilmente.


Última edición por Constant Von Fanel el Jue Mayo 15, 2014 7:50 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Hela Von Fanel Miér Mar 26, 2014 10:38 am


El tiempo se resume a segundos eternos, estando en su compañía, una que añoraba en el infierno de su pasado, en ese año que todo parecía no tener sentido y el mismo en que se creyó muerta por primera vez en toda su existencia. Constant está herido, puede escucharlo en sus frases, su galante hostilidad y reproche hacen que la fémina sentada frente a él, esboce su característica mueca amarga. Lorraine Von Fanel, aún no olvida sus demonios, aún no sucumbe por completo a la entrega de su ser, existen tantas variables de por medio, que quizá, nunca pueda llegar a sentirse plena. Suspira. Observa el ademán de su compañero, lo observa a él. Es tan perfecto que podría sin duda alguna, lanzarse a sus brazos y conducirlo a un apasionado encuentro erótico, pero el peso en su dedo anular es más grande que cualquier otro deseo impúdico en su cuerpo. Sonríe para si misma. –Agotarás tu fuerza y extinguirás tu existencia, si tan sólo te dedicas a extirpar los orbes de quien me observa- Comenta sin pretensión de ser un sermón, sin ánimos de querer iniciar una conversación amarga con quien alguna vez fue su todo. ¿Lo sigue siendo? No puede evitar morder su labio inferior, desviando la mirada y recordando las historias que han padecido juntos. Nunca se amaron, pero el deseo del uno por el otro es jodidamente interminable, el hambre de él, la sed de ella. ¿Cómo demonios fue que su relación no existió jamás?

Vacía su copa, está bebiendo su propio veneno. Alcohol adulterado para la miserable peste que se embriaga todos los días dentro de esa taberna de mala muerte. Lejos de sentir el rancio sabor del licor, para ella es como si estuviese ingiriendo agua, inodora, insípida. Levanta una ceja. –¿Infierno?- Repite la palabra. No. No tiene idea del terror que Constant pudo sentir en su ausencia, ignora por completo el holocausto que despertó en sus allegados cuando ella simplemente desapareció. Fue egoísta, pero ¿Acaso no lo había sido siempre? Fue por ello que despertó a Constant y lo entregó a la eternidad, para que la acompañara y vagara junto a ella, y ahora ¿Qué? ¿Ha conseguido un nuevo juguete y desechará lo viejo? Sus manos se cierran en puños, ¿Puede acaso estar más encolerizada consigo misma? No se atreve a mirarlo a los ojos. Lo esquiva. –Tú mejor que nadie estaba enterado, fue mi voluntad morir en esa ocasión. Oh, pero fuiste más astuto y rápido. Te enseñé bien- Escupe mordazmente. No existe peor culpable que su propia creación para que ahora Lorraine se erija como la esposa del Conde Ralph, pues fue él quien buscó y encontró al miserable vampiro que le salvó ese día. –Me desobedeciste y no sólo eso, traicionaste mi confianza. ¿Cómo puedes reprocharme el abandono cuando la advertencia fue bastante clara?- Suspira con pesadez, como si tratara de consumir toda la ira que guarda dentro y simplemente expresarse con palabras sutiles, con miradas esquivas. -¿Quieres un resumen de lo que viví en este último año?- Baja la mirada y sonríe con amargura. –No fue provechoso, sigo sin entender la lección.- No le confesaría el encierro, mucho menos las torturas a las que fue sujeta por su idiotez. Si para Constan aquel año había sido un completo desastre, no tenía idea de lo que ella vivió, pero no era necesario hacerlo de su saber, pues conociéndole sólo podría reaccionar de dos formas.

Por encima de la mesa, con aquella mano que no porta el anillo de matrimonio, toca la piel ajena. La sensación es exquisita, y recorre en ella la electricidad de antaño, se sumerge en el hormigueo que siente su piel y que se centre en la parte baja de su vientre. Su cuerpo, a pesar de todo, aún lo reconoce, ella aún puede sentir como sus rodillas tiemblan ante el tacto de su más preciada posesión, su hijo. –Dime que no fui la única que lo sintió- Suplica. Justo antes de perder la cordura, lo suelta alejándose lo necesario de él. No puede dejarse arrastrar por sus bajas pasiones, por más que lo desee, por más que agonice y arda su piel si no vuelve a tocarlo…. –Oh, Constant. No eres sólo un cuidandero. Esto te pertenece, al igual que la mansión Von Fanel. Madame Von Fanel murió.- Pero no se refiere a ella como si fuese una parte de su existencia haya sido arrastrada a la oscuridad, cosa que evidentemente ocurrió dentro de ese lapsus de tiempo perdido, más bien Lorraine hizo alusión a la muerte de su apellido. ¿La odiaría por haber tomado esa decisión sin consultarlo? ¡Por supuesto que sí! Pero igual ella pasó centenares de noches odiándolo a él; celos, odio, atracción y tensión sexual. ¿Qué eran realmente? ¿Cómo se veían el uno al otro? Pero quizá la pregunta más importante no era referente a ellos dos, sino tenía que ver con Lucern y Constant al mismo tiempo. ¿Cómo haría ella para que no se arrancaran la cabeza? Contiene el aliento.
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Mensaje por Constant Von Fanel Dom Abr 20, 2014 12:42 pm

Temporary pain, eternal shame
To take part in this devil`s chess game
Spit on me, let go, get rid of me
And try to survive your stupidity


Un sonido poco galante escapó de los labios del vampiro como única respuesta ante la declaración de la fémina por su actitud con el mesero. Le venía sin cuidado si a ella le incomodaba o no su comportamiento pero, como ya había analizado, debía ser más cuidadoso para que en medio de un arranque de impulsividad y testarudez no terminara mandando al trasto su fachada de mortal adinerado y culto. En su mente, sin embargo, se asegura a sí mismo que no vería problema alguno si dedicara su vida inmortal a cegar a todo aquel que pretendiese dedicarle más que una casta mirada a ella. De hecho podría llegar a convertirse en un deporte que captara felizmente su atención, casi podía ver la escena. Bastaría una pequeña cuchara de plata para hacer saltar los globos de sus cuencas… los gritos, la agitación, las suplicas, la sangre. Humedeció los labios apartando la escena de su mente. Auto-perturbarse era lo último que necesitaba en ese momento. Hasta cierto punto resultaba irrisorio que pensara y se comportara de una manera tan sobreprotectora, después de todo no eran pareja y, en términos reales y objetivos, de hecho nunca lo habían sido. Además era perfectamente consciente de las cualidades de Lorraine, ella era más que capaz de defenderse sola ¿verdad? No, lo que reposaba en su pecho era solo una obsesión, la necesidad de creer que ella le pertenecía aunque tal vez la realidad fuera justamente a la inversa.

La observar morderse el labio inferior con una calma que no comulga con su agitación interior. Sigue siendo tan hermosa como siempre, por supuesto. Una muñeca de porcelana perfectamente elaborada, tan fría por dentro como por fuera, e igual de atractiva en las dos facetas a los ojos de Constant aunque no así para muchos otros más convencionales. Había sido testigo del terror que la dama que tenía en frente podía causar en el alma humana, en como había sido catalogada muchas veces como monstruosa. Y si, en verdad lo era y justamente por eso oscilaba a su alrededor como un carroñero junto a un cadáver putrefacto. No podía evitarlo, resultaban tan afines y al mismo tiempo tan lejanos, como dos objetos destinados a chocar y rebotar con fuerza solo para que el impulso los llevase a chocar nuevamente. El permanecía en silencio, cavilando y observando. Ella mordiendo su labio inferior, tentándolo, luego engullendo de un sorbo el vino de su copa. Entonces su voz inunda de nuevo los sentidos del vampiro pero él es incapaz de leer con claridad el tono de sus palabras ni puede atinar en predecir los pensamientos que cruzan tras los ojos claros, ojos que se retiran y vagan sobre cualquier irrelevante objeto prefiriendo eso antes que observarle directamente. Eso incrementa la inquietud en Constant pues sabe que no se trata de un ser esquivo por naturaleza ¿Qué es lo que le oculta? Su visión periférica le indica que las manos de ella se encuentran ahora apretadas sobre la mesa pero se niega a retirar la mirada fija que mantiene sobre el anhelado rostro. Entonces llega, por fin, la acusación que había estado esperando. No le sorprende no encontrar una respuesta directa ni adecuada para sus cuestionamientos. El juego de voluntades había dado inicio y, aunque no se sintiese experto en el mismo, si pensaba que algo había aprendido tras los años de experiencia al lado de su Sire.

El vampiro rió por lo bajo aunque se trató de una risa a la vez triste y maliciosa – Cuide sus palabras, Mademoiselle, pues pareciera que afirma que el abandono fue una reacción ante una supuesta negación o desobediencia de mi parte. Hasta donde recuerdo hice lo que me pidió. Me encargue de que lo que tenía que ser entregado llegara a manos del Conde – sin proponérselo paso a tercera persona una vez más, como si por medio de sus palabras pudiese colocar una barrera por medio de la cual impedir caer rendido a sus pies, abrazarla y agradecer el tenerla de nuevo junto a sí. Sacudió la cabeza molesto con ella, consigo mismo, con la situación… con el maldito Conde. - No te atrevas a culparme por tus errores. Me conoces mejor que nadie y yo te conozco a ti, o eso es lo que me gusta creer. Obedecí, me contuve, pero no puedes pedir peras al olmo y, como bien sabrás, no estás hablando precisamente con un santo aunque algunas veces parezca uno. – volvía a tutearla mientras su temperamento escapaba una vez más de sus manos. Sus palabras fueron duras aunque emitidas en un tono bajo, manteniendo la conversación como privada. Era extraño que intentase escapar de la pregunta por aquella vía, lo que le era oculto podría resultar más grave incluso de lo que había supuesto en un principio. – ¿No quieres decirme porque te fuiste, porque desapareciste? Bien, pues no lo hagas, me importa un carajo ahora que veo que estas aquí y bien, pero deja de insultar mi inteligencia, y la tuya, al pretender que creeré que te fuiste como represalia por mi comportamiento – le señaló acusadoramente con el dedo antes de tomar la copa y vaciar su contenido. Luego levantó la mano llamando al tabernero (no se arriesgaría de nuevo con el camarero). Aquel líquido vil pasaba sin gloria alguna por su garganta pero resultaba ser que el sencillo hecho de levantar la copa podía ayudarle a controlarse y, ahora mismo, necesitaba toda la ayuda posible en esa materia. Después de todo seguía siendo solo un niño entre los suyos, con toda la efusividad y descontrol que aquello implicaba.

Sus ojos finalmente se despegan del terso rostro y viajan hacia la mesa, justo cuando una de las finas manos roza su piel. Cierra los ojos con fuerza por un segundo, deseando con toda su alma, o lo que quiera que habita en su interior, el poder sentir el toque. La frustración se abre paso nuevamente. Abre los ojos y observa con detenimiento cada movimiento, cada roce, atesorándolos en sus recuerdos. Mueve su mano hacia arriba creando una trampa que se cierra con delicadeza sobre la mano de ella, acariciando y recorriéndola. Tal vez no pueda sentirla pero si puede olerla y el estado de ánimo se transfiere sin dilaciones, aquel bulto que emerge bajo sus pantalones es toda la evidencia que requiere para comprobarlo. Pero ¿Qué ganarían? Al parecer ella piensa de manera similar pues corta sin miramiento la unión. Tal vez sea lo mejor. - ¿Te confortaría una respuesta afirmativa? Basta una mirada tuya para que mi interior se encienda ¿y que con eso? – deseaba consolarla, poder brindarle a sus cuerpos la liberación que evidentemente ansiaban pero sería un error, uno de enormes proporciones teniendo en cuenta la inestabilidad en la que se encontraba.

Estaba a punto de replicar sobre su verdadero rol en todo ese embrollo, en su participación y no precisamente como dueño de las riquezas que legítimamente le pertenecían a ella, cuando se percató de algo tras sus palabras. Y entonces la realidad cayó sobre él como una montaña de excremento. Sin pensarlo un segundo le tomó la mano con brusquedad, no la ella le había ofreció sino la otra. De inmediato sus ojos se posaron sobre el anillo ¡el maldito anillo estaba en su mano! Abrazándose a su dedo como si de un amante se tratase. Igual que el dibujo que acababa de realizar ¿una premonición? Y el que creía carecer de dotes adivinatorias. La ira se abrió paso por su pecho. Un rugido subió por su garganta y emergió por sus labios mientras sus punzantes incisivos aumentaban de tamaño – ¿Regresaste con él? – más que una pregunta se trataba de una acusación. Sus palabras, al igual que su mirada, destilaban incredulidad - ¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Acaso bastó un año para que olvidaras su traición? ¿O es que ahora estas dispuesta a compartirle con la gitana… a compartir tu lecho matrimonial con una humana? – prácticamente escupió con desprecio la última palabra. Por un segundo anheló la angustia de desconocer su paradero, definitivamente ese era un infierno más manejable que el que se extendía ahora mismo bajo sus pies.


Última edición por Constant Von Fanel el Jue Mayo 15, 2014 7:51 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Hela Von Fanel Vie Abr 25, 2014 9:48 pm


Demonios. Todos los tenemos, algunos coexisten en nuestra mente, otros sin embargo, se encuentran encerrados en el espejo. Ese sitio donde la eternidad permanece intacta, donde la belleza es codiciada y el precio a pagar es demasiado; codiciado, anhelado y en la mayor parte del tiempo, buscado. La humanidad, durante siglos ha imaginado el infierno como un sitio alejado, en lo más profundo de la tierra, ahogado en mares de fuego y erigido con la sangre de los mártires. Ellos, mortales inútiles creen fervientemente que es ahí donde el alma purga sus penas ¡Idiotas! Tanto el infierno, como los demonios que habitan en él, están dentro de ese espejo. Cualquiera pensaría que el reflejo que se observa en un gigantesco cuadro de cristal, adoquinado con un hermoso marco de oro, pero no es así… cada persona es diferente, y para Lorraine era él.

Observó su propia silueta en la profundidad de sus ojos, era maldita, era hermosa; lo que había más allá de su imagen, era la siniestra sonrisa oculta del vampiro. No existía peor reflejo que el verse así misma a través de sus ojos, entonces sintió lástima y quizá arrepentimiento. Escuchó ¡Por todo el maldito infierno que escuchó lo que él tenía por decir! Sencillamente permaneció callada, presenciando el odio miserable que emergía desde sus entrañas. Ella, por su parte, pasmada en su expresión irreconocible, continúo escapándose a sus recuerdos y podía notar los altibajos, el desequilibrio que Constant mostraba ante su presencia. Al menos eso no había cambiado en lo absoluto. No estaba siendo completamente justa con él, pero nunca lo había sido exactamente, el conflicto se trataba en que si ella exigía un poco de respeto por lo que era, entonces tenía que ofrecerlo primero. –No me largué por mi propia voluntad, Constant. Se me ocurren formas diferentes para reprimirte por tus errores- Basta de juegos, basta de formalidades absurdas que no les llevan a ningún sitio. Lorraine, a pesar de saber comportarse como una dama, tenía perfectamente en claro que no era una, así que por qué demonios guardar las apariencias si ninguno de los dos provenía de un hogar aristócrata. –Dejémonos de estupideces, sabes perfectamente lo que provocas en mí; de no generarme ninguna emoción te habría asesinado hace años- Levantó una de sus cejas y sonrió con cinismo. Él la había invocado y obtuvo su regreso. No se les puede culpar a ninguno de los dos por querer regresar al estado de confort que tenían antes de que todo eso ocurriese, antes de la aparición del conde.

El tiempo jode, y en ocasiones, todo ocurre demasiado rápido. Su mano fue atrapada por las de Constant. El salvaje movimiento lastimó su muñeca y se quejó por el mal trato. Gruñó por debajo asegurándose de que la escuchara, pero a él pareció no importarle. Lo comprendió. Lo fulminó con la mirada y se quedó ahí, observando como el monstruo en su interior devoraba la carroña que ella misma había arrojado a la fosa para que se alimentara. La bestia le sonrió con descaro, un saludo desde el más repugnante de los infiernos, y después escupió las palabras que Constant profirió. Es probable que no tratara de herirla, tal vez sí, no importaba realmente porque al final, el objetivo era el mismo.

-¡Suéltame!- Bastó sólo un movimiento de la fémina para que el agarre de Constant cediera y fuese libre nuevamente. El rostro le mutó a fastidio, más que molestia. Recordar a Merlina es un punto que no había tocado desde que ese anillo atavía su dedo anular. -¿Te comparto a ti, no es así? ¿Por qué no habría de hacerlo con él? No me vengas con celos infantiles ahora, ¿Acaso me guardaste luto? ¡Por supuesto que no! Pero tranquilízate, hijo mío, que no estuve todo un puto año follando con él.- Se acercó hasta él y lo jaló del cuello de la camisa. Sus rostros quedaron a escasos centímetros de distancia. Ella sonrío como si el evento le pareciera divertido, como si no fuese más que una broma pesada que le juegan a algún decadente anciano. Lo miró con el infierno ardiendo a través de sus orbes azules. –Escucha, de alguna forma u otra eres mío, y por extraño que parezca, te pertenezco, pero siempre hemos estado consientes de que nunca hemos sido nada.- Lo sujetó del rostro con ambas manos posándose sobre sus mejillas, pegó sus frentes y aspiró. –Nunca te he negado nada Constant Von Fanel, así que tú no puedes negarme nada a mí. Él es lo que quiero, y también a ti. Te guste o no, me quedaré con ambos. ¿Entendiste?- No quería lastimarlo, ni física ni emocionalmente, pero si la obliga a hacerlo, es por seguro que lo hará. Lorraine es una niña caprichosa, sabe que está jugando con fuego, que al final de todo, no se quedará con ninguno de los dos, pero es preferible aprovecharlos mientras pueda. –No me obligues a hacerlo- Musitó. Una de las ventajas al crear a tu propia estirpe, es que puedes manipularlos con facilidad, forzarlos a realizar tu voluntad. Ella nunca lo había hecho porque no era necesario, pero eso podría cambiar.
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Mensaje por Constant Von Fanel Jue Mayo 15, 2014 8:25 pm

Irrefutable, doloroso, inevitable. El valor de una vida era calculada por ella en la cantidad de interés, de gozo, que le podía transmitir y el tiempo que la dejase ser dependía absolutamente de ello. Pero él era igual, no debía juzgarla, no podía juzgarla. Era algo absurdo, infame y real. La vergüenza por la indiferencia ante otra conciencia no existía para seres desalmados como ellos, y aún así podían herirse mutuamente con frases tan carentes de sentido como las expresadas hasta el momento. Él la había atacado con palabras, ella había respondido. Nuevamente se encontraba moralmente incapacitado para contraatacar pero ¿a quién le importaba? Sabía que vivía solo porque a ella se le daba la gana. Apreciaba el regalo de la inmortalidad, del tiempo, de la compañía. Respondía cuando le llamaba, obedecía a la mayoría de sus peticiones, pero debía entender también que no era su mascota ¿o tal vez si lo era? Confusión y enojo bullían en su interior, así como frustración ante la impotencia de protegerla, de mantenerla bajo su ojo vigilante para que ningún otro pudiese rozar de nuevo su piel. Desolación, por saber que su vida estaba en las sedosas y crueles manos. Dolor por pensar que ella se había ido por voluntad propia, abandonándolo a su suerte, despreciando su angustia. Su mente era un caos de emociones, de frases hirientes que caían pesadamente sobre su lengua pero que contuvo en el interior de su boca.

Y entonces lastimarla con el cruel toque resultó ser la tabla de salvación que necesitaba. Su mente se aclaró de pronto permitiendo verla otra vez sin las capas y capas de resentimiento que pretendían hundirle. Su entrepierna se tensó ante el sonido pero los ignoró a ambos. Solo una sensación prevalecía: la ira. Le ordenó que la soltara aunque aquello no fuera necesario pues, con un solo movimiento, se zafó fácilmente del fuerte agarre al que la sometía. Por supuesto, era más poderosa, en casi todos los sentidos. – A mi no me amas – le espetó con una sonrisa maliciosa en los labios. Por supuesto que se compartían. Los dos necesitaban una liberación que no obtenían entregándose mutuamente… muy a su pesar. Sin embargo sabía muy bien lo que Lorraine sentía por el Conde e intuía el dolor desgarrador que debió sentir al enterarse de la traición. – No son celos querida mía, es incredulidad ante una debilidad que no reconocía en ti, por la falta de orgullo que demuestras ante el que se supone que debía honrarte – agitó la mano ante sí, como queriendo despejarse un poco.

Lo siguiente no fue ninguna revelación. Por supuesto que no estuvo con él. Quería zarandearla exigirle que le explicara en que puñetero hueco se había metido durante ese tiempo pero fue ella quien le agarró y haló hasta que sus rostros casi se tocaron. Bastaba un pequeño movimiento para unir los labios, pero el enojo le impedía intentar tal acercamiento. Le escuchó y permitió que ella le manipulara a su antojo – Lo siento Lorraine, solo hay una cosa que no puedo aceptar y es que te entregues como lo has hecho… que te vendas y canjees tu orgullo y dignidad por poder revolcarte con él a tus anchas – no le importaba compartirla con amantes momentáneos, con juegos de noches o semanas, pero ese nivel de compromiso que ella adquiría con el Conde superaba por mucho la posibilidad de que Constant lo aceptara. – Eres mía – rugió una voz en su interior sin sorprenderlo. Después de todo ella misma ya había aceptado que se pertenecían el uno al otro, solo que en realidad nunca se había molestado en comprender hasta donde llegaba el instinto posesivo de su “hijo”.

Fue entonces cuando él se soltó del agarre y se apartó con lentitud mirándola con una expresión de tristeza que en realidad no sentía – Adelante, hazlo, oblígame a aceptarle así como me obligaste a estar sin ti… nada te lo impide – le observó fijamente por algunos segundos, como si intentara leer en las azules pupilas que tan decidida se encontraba a imponerle su voluntad. Luego apartó la mirada y posó los ojos sobre la mesa. Chasqueando la lengua tomó el dibujo y lo arrugó en la palma de su mano hasta hacerlo una bola la cual arrojó sin preámbulos al fuego. Su mente volaba buscando una solución, buscando una manera de apartarla de él definitivamente antes de que fuera demasiado tarde pero ¿Qué más tarde quería que fuera cuando el maldito anillo permanecía en su dedo? Necesitaba tiempo y serenidad. Algo se le ocurriría estaba seguro. Suspiró cambiando ligeramente el semblante a uno más relajado – Sabes que mi luto por ti está por encima de lo que pueda o no hacerle a otro cuerpo – confesó cambiando de estrategia. Si continuaba atacándola lo único que conseguiría sería que ella le sometiera a la fuerza – Te extrañe... te extraño. Anhelaba este reencuentro, anhelaba tu voz – ¿Cómo podía hablar tan dócilmente cuando en realidad deseaba arrancarle el dedo de un mordisco y arrojarlo con argolla y todo al fuego? – ¿podríamos solo concentrarnos en eso por ahora? - una sonrisa sincera emergió, suavizando sus rasgos y enfriando el ambiente. Desgraciadamente la sinceridad del gesto estaba relacionado, no con sus palabras, sino con sus pensamientos. Una idea empezaba a formarse en su cabeza y se aferró a ella con toda la fuerza de su ser. Existían inconvenientes, por supuesto, el primero de ellos era el maldito Conde, pero eso lo meditaría después. Extendió una de sus manos hacia arriba sobre la mesa, ofreciéndosela – Regresa a mí aunque sea solo por unos pocos minutos – murmuró confiando en que ella aceptara la rama de olivo mientras él fraguaba en silencio su revancha.

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Mensaje por Hela Von Fanel Lun Mayo 26, 2014 12:13 am


Mordaz. Así es su lengua, y viperinas son sus palabras.

Lo fulmina con la mirada cuando arroja su verborrea, es cierto, a él no lo ama. No lo amó cuando lo encontró en las calles completamente desvalido y con una mente inquietante, no lo amó en el momento en el que decidió convertirlo por temor a quedarse sola, por esos estúpidos celos cuando los inmortales le observaron con deseo, mismo con el que él la mira. No, no lo ama y él tampoco a ella. Sin embargo, le duele. Baja la mirada con una sonrisa oculta en sus labios, no puede evitar escuchar la burla dentro de sus pensamientos y no cabe duda que el dicho sobre la crianza de cuervos, es más que un acierto. Al pasar la pelirroja que atiende las mesas, le arrebata una botella casi llena, la mortal se gira aludiendo a su carácter intimidante, pero al ver el rostro de Lorraine cual fantasma, palidece y regresa a su lugar. La condesa bebe un largo trago que lacera su garganta. Maldito alcohol, maldita taberna, maldito el conde, maldita su progenie y maldita ella. Acaricia el rostro de Constant en la distancia, pues reconoce que al hacerlo, este simple roce quemaría su piel. -¿Orgullo?- Cuestiona. Levanta una ceja y vuelve a darle un trago a su botella. –Llámame estúpida, y di que he perdido la poca dignidad que me quedaba, no importa- Desvía la mirada hasta los presentes, antes si alguien se hubiese atrevido a ofenderla, habría arrasado con los presentes en un abrir y cerrar de ojos. Cada palabra proferida con avidez y desdén en su contra mutada a heridas profundas, huesos rotos y órganos destrozados. Hoy, nada de eso importa. Nada tiene sentido. Quiso darle una cátedra, todo un verso sobre lo cursi y estúpido que era el amor, pero él no era capaz de sentirlo, de la misma forma en la que ella no lo hizo, hasta que conoció al conde. Dejó que Constant se desahogara, que escupiera todo sus pesares, que le abofeteara si fuese necesario, pero por supuesto, no lo haría y eso es terriblemente frustrante.

-¿Terminaste?- Suspira. –No voy a obligarte a aceptarlo, ni siquiera vine a rogarte para que te quedes, pero si lo hicieras estaría mejor.- Golpea la mesa con el puño y azota la botella contra el suelo. El líquido se vuelve espuma y ésta a su vez regresa a su estado natural, escurriéndose entre los huecos que encuentra en el repugnante suelo de a taberna. -¿Sin sentimientos lo recuerdas? Fue maravilloso los primeros años, pero incluso tú te aburriste de mí; escapaste pero no pudiste esconderte- Se relame los labios, sus emociones están colisionando. El amor que siente por Ralph es inmensurable, pero la adicción a Constant. Quizá podría amar a su hijo, pero nunca lo haría como lo hace con el conde y existe una razón para eso. –¡Oh, Constant. No lo has entendido. Siempre volveré a la escena del crimen, siempre regresaré a ti! Pero tienes que entender que tu posesividad, mi obsesión, no es amor.- No ha pisado su mansión en todo ese tiempo, además existen cosas en esa vieja chosa que necesitaba cuando volviese a la mansión Ralph. –Y créeme que no importa cuanto me hieras, cuanto más me pisotees con la misma verborrea con la que intentas lacerarme, porque no lo entiendes y no soy quien para explicarlo.-Se pone de pie y le extiende la mano para que le acompañe –Está quizá sea nuestra última noche juntos, volvamos a lo que fue.- El hombre frente a ella puede ser abrazador, cínico, despreciable, apasionado, un poeta inexperto que traza sus primeros versos entre líneas de adoloridas cuerdas de un violín, él podría ser el cielo y el infierno, pero nunca sería Lucern. Lo que ella no sabe es que Contant tiene razón y, al volver al que ahora se ha vuelto su hogar, él, el hombre al que con tanta fuerza defiende, ya no estaría en casa.
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Mensaje por Constant Von Fanel Miér Jun 11, 2014 2:37 pm



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