AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Death Race {Privado}
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Death Race {Privado}
– ¿Qué crees que estás haciendo? La mirada horrorizada de Julius pasaba de los caballeros que entraban a la taberna – como él pretendía hacer – a su sobrino de seis años que estaba en cuclillas, llevando a cabo lo que parecía ser una ardua tarea. ¿Cómo pretendía hacer creer a los demás que ese bulto misterioso, que se movía como si se tratase de una serpiente, era solo su estómago? No. No lo sabía. Esa era otra de las cuestiones del universo que no podía responder. Si hubiese creído que Maximus le habría hecho caso, habría insistido en que no metiera a Copito bajo la camisa. Desafortunadamente, el niño era terco hasta la médula. Una vez se le metía algo en la cabeza, no existía poder alguno que lo hiciese cambiar de opinión. De acuerdo. Estaba exagerando. Su hermano y su cuñada sí que podrían hacerlo, pero aún no le habían dicho cuál era la fórmula para hacerle cooperativo. Todo lo que él tenía para asegurar su ayuda – y por cierto tiempo – era el chantaje. Aún le debía una visita a los juegos. Si seguía en ese camino, más pronto que tarde, estaría robando solo para pagarle a su sobrino. - ¿Qué harás si ladra? Cuestionó, con una sonrisa falsa estampada en su rostro. El niño sacudió la cabeza como un poseso. Un no habría bastado. – Copito me dijo que se portaría bien. Susurró, como si a alguien de alrededor le importase lo que tuviese que decir de su perro. Julius reprimió una carcajada, a sabiendas de que podría hacer enojar al diablillo que tenía por sobrino. Hacía casi una semana que no se escapaba por ahí y no le daría motivos para empezar a hacerlo. Correr como un idiota tras un pequeño gato no estaba en sus planes inmediatos. – Con eso bastará. Mintió. Como cambiaformas, tenían la capacidad de comunicarse con los animales. Max apenas había aprendido a controlar una de sus transformaciones, así que difícilmente sabía usar esa habilidad. – Entremos. Colocó una mano sobre la espalda del infante y le empujó. – Recuerda lo que tienes que hacer. Esa vez, fue él quien susurró. Buscaron una mesa cercana a la puerta, pero todas estaban ocupadas para su consternación.
- Allí, tío. ¡Allí! El niño se las ingenió para señalar una mesa que estaba ocupada solo por un caballero mientras cargaba a Copito contra su estómago. Y ahí se fue su oportunidad para entrar sin llamar la atención. ¡No era como si sus ropas no hiciesen el trabajo por sí solo! Una nueva pero brillante idea pasó por su cabeza. Había pensado pedir algo de comer y beber, luego escapar antes de que los notaran los empleados. No tenía ni un solo franco, pero eso nunca importaba. Era un ladrón. Max aún estaba en entrenamiento, pero si tenía que escapar, lo lograría, incluso si era cargando a su perro. – ¡Ahí estás! Uf. Casi paso de largo. No. Tampoco conocía al hombre que estaba sentado como una estatua, con un bastón en su mano. Olía a vampiro, pero luego, toda la taberna apestaba a sanguijuelas. Hasta que no viera sus colmillos, creería que se trataba de otro noble caballero. Además, él no tenía nada en contra de esa especie. Solo le producían curiosidad. No sabía mucho sobre ellos. Era difícil toparse con uno dispuesto a alimentarlo de información. Suponía que había un código entre ellos de, no hables de nuestras fortalezas y debilidades. Maximus, ya estaba intentando jalar una de las sillas para sentarse. El ruido que producía, era debido a que seguía intentando cargar con su perro. Julius le fulminó con la mirada. Entonces, se agachó para meter a Copito bajo la mesa. – Quédate ahí y te daremos de comer también. ‘Ya que estas, Max. También dile al caballero que pagará nuestra cuenta cuando nos larguemos.’ De nuevo, jaló la silla y finalmente se sentó. Él hizo lo mismo. - ¿No te importa compartir mesa, cierto? No era una pregunta para responder. No cuando ya tamborileaba los dedos sobre la madera. Estaba ansioso por ordenar y su estómago, también.
- Allí, tío. ¡Allí! El niño se las ingenió para señalar una mesa que estaba ocupada solo por un caballero mientras cargaba a Copito contra su estómago. Y ahí se fue su oportunidad para entrar sin llamar la atención. ¡No era como si sus ropas no hiciesen el trabajo por sí solo! Una nueva pero brillante idea pasó por su cabeza. Había pensado pedir algo de comer y beber, luego escapar antes de que los notaran los empleados. No tenía ni un solo franco, pero eso nunca importaba. Era un ladrón. Max aún estaba en entrenamiento, pero si tenía que escapar, lo lograría, incluso si era cargando a su perro. – ¡Ahí estás! Uf. Casi paso de largo. No. Tampoco conocía al hombre que estaba sentado como una estatua, con un bastón en su mano. Olía a vampiro, pero luego, toda la taberna apestaba a sanguijuelas. Hasta que no viera sus colmillos, creería que se trataba de otro noble caballero. Además, él no tenía nada en contra de esa especie. Solo le producían curiosidad. No sabía mucho sobre ellos. Era difícil toparse con uno dispuesto a alimentarlo de información. Suponía que había un código entre ellos de, no hables de nuestras fortalezas y debilidades. Maximus, ya estaba intentando jalar una de las sillas para sentarse. El ruido que producía, era debido a que seguía intentando cargar con su perro. Julius le fulminó con la mirada. Entonces, se agachó para meter a Copito bajo la mesa. – Quédate ahí y te daremos de comer también. ‘Ya que estas, Max. También dile al caballero que pagará nuestra cuenta cuando nos larguemos.’ De nuevo, jaló la silla y finalmente se sentó. Él hizo lo mismo. - ¿No te importa compartir mesa, cierto? No era una pregunta para responder. No cuando ya tamborileaba los dedos sobre la madera. Estaba ansioso por ordenar y su estómago, también.
Julius/Maximus Gaffigan- Cambiante Clase Baja
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Re: Death Race {Privado}
Mikael se había prometido interiormente no volver a aquél horrible sitio jamás ¿motivos? el reciente enfrentamiento en el interior de la taberna contra un cazador que por poco logra arrebatarle la vida. Frecuentar tabernas no eran una costumbre del ser oscuro, sin embargo en aquella ocasión había decidido entrar en ella a pesar de todo, pidiendo una mesa al fondo, un tanto alejada de las del resto para mantenerse tranquilo.
Inmeditamente una mesera había hecho presencia al pie de la misma, quien con su dulce voz preguntaba al vampiro lo que deseaba para beber aquella noche. Mikael, habiendo recordado la ejecución de la otra joven a manos del mismo cazador, con la intención de provocarle a él, y desató un imperceptible malestar. Un estremecimiento recorrió su piel por completo mientras que el vampiro aferraba el bastón entre sus manos.
―Algo no muy fuerte, pero de buen sabor ―le pide a la joven quien no reprimió una risita complacida, haciéndole evidente que ella había descubierto su falta de conocimiento hacia las bebidas. El vampiro simplemente sonrió de forma apenas visible, mientras su mirada continuaba envuelta en la oscuridad ―entonces... ¿me recomienda algo, señorita?
La mesera asintió y se alejó de aquella mesa dispuesta a cumplir con la petición de Mikael, mientras que éste permanecía inmóvil con el bastón descansando sobre su regazo. Los sonidos de las conversaciones confusas de cada uno de los clientes en ese momento, lograban distraer el vampiro de aquellos recuerdos que le provocasen un claro malestar interior. Malestar que fuese imposible adivinarlo a través de su semblante.
El ser de la noche era capaz de darse cuenta de la presencia de toda clase de criaturas en el lugar, por lo que no le fuese difícil de percatarse de las de dos cambiaformas que se dirigieran al interior del recinto. Mikael dejó de prestarles atención un momento, cuando la mesera se acercase a su mesa con una botella en su mano y un vaso de cristal.
―¿Algo más, caballero? ―indagó la mesera mientras se inclinaba levemente frente a aquél vampiro invidente, con la clara intención de observar sus marcadas facciones con mayor detenimiento ―no, muy amable señorita, puede retirarse usted.
Finalizó Mikael dejando a la joven que le atendía sorprendida ante el trato cordial mostrado por el mismo, trato que la mujer pocas veces recibiese de un caballero en ese lugar. El vampiro, una vez solo de nuevo, escuchaba distraído aquél conjunto de conversaciones entremezcladas sin la menor intención de prestar atención a ninguna en particular, aún a pesar de serle posible. Fue en ese momento que salió de su distracción ante una voz cerca de él.
―¿Es a mí? ―preguntó el vampiro de pronto, mientras mantenía su mirada perdida en la oscuridad ―no, en lo absoluto. El resto de las mesas se encuentran ocupadas, supongo ―continuó el vampiro sin mostrar emoción evidente en su voz ―adelante, puedes... sentarte ―finalizó el ser oscuro cuando el sonido de la silla le avisó que se encontraba frente a él, en aquella desgastada mesa de madera.
Inmeditamente una mesera había hecho presencia al pie de la misma, quien con su dulce voz preguntaba al vampiro lo que deseaba para beber aquella noche. Mikael, habiendo recordado la ejecución de la otra joven a manos del mismo cazador, con la intención de provocarle a él, y desató un imperceptible malestar. Un estremecimiento recorrió su piel por completo mientras que el vampiro aferraba el bastón entre sus manos.
―Algo no muy fuerte, pero de buen sabor ―le pide a la joven quien no reprimió una risita complacida, haciéndole evidente que ella había descubierto su falta de conocimiento hacia las bebidas. El vampiro simplemente sonrió de forma apenas visible, mientras su mirada continuaba envuelta en la oscuridad ―entonces... ¿me recomienda algo, señorita?
La mesera asintió y se alejó de aquella mesa dispuesta a cumplir con la petición de Mikael, mientras que éste permanecía inmóvil con el bastón descansando sobre su regazo. Los sonidos de las conversaciones confusas de cada uno de los clientes en ese momento, lograban distraer el vampiro de aquellos recuerdos que le provocasen un claro malestar interior. Malestar que fuese imposible adivinarlo a través de su semblante.
El ser de la noche era capaz de darse cuenta de la presencia de toda clase de criaturas en el lugar, por lo que no le fuese difícil de percatarse de las de dos cambiaformas que se dirigieran al interior del recinto. Mikael dejó de prestarles atención un momento, cuando la mesera se acercase a su mesa con una botella en su mano y un vaso de cristal.
―¿Algo más, caballero? ―indagó la mesera mientras se inclinaba levemente frente a aquél vampiro invidente, con la clara intención de observar sus marcadas facciones con mayor detenimiento ―no, muy amable señorita, puede retirarse usted.
Finalizó Mikael dejando a la joven que le atendía sorprendida ante el trato cordial mostrado por el mismo, trato que la mujer pocas veces recibiese de un caballero en ese lugar. El vampiro, una vez solo de nuevo, escuchaba distraído aquél conjunto de conversaciones entremezcladas sin la menor intención de prestar atención a ninguna en particular, aún a pesar de serle posible. Fue en ese momento que salió de su distracción ante una voz cerca de él.
―¿Es a mí? ―preguntó el vampiro de pronto, mientras mantenía su mirada perdida en la oscuridad ―no, en lo absoluto. El resto de las mesas se encuentran ocupadas, supongo ―continuó el vampiro sin mostrar emoción evidente en su voz ―adelante, puedes... sentarte ―finalizó el ser oscuro cuando el sonido de la silla le avisó que se encontraba frente a él, en aquella desgastada mesa de madera.
Alam Lestrange- Vampiro Clase Alta
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Re: Death Race {Privado}
-Mira tío, ese hombre le está metiendo la mano a esa mujer bajo... – Deja de mirarlos, Max. El caballero podría tomarlo como un insulto y esta noche no quiero jugar a sacarte de apuros. Decirle esas cosas a su sobrino, solo era alentarlo. Cualquiera pensaría que a esas alturas, Julius ya sabría como tratar con niños; especialmente, a ESE niño. Pero no, estaba más interesado en su nuevo benefactor, que en las consecuencias que podrían acarrear sus palabras. Antes, cuando su gemelo no había estado pensando en casarse y formar una familia, habían trabajado como cantineros en ese mismo establecimiento. Él no había sido nunca el empleado del mes. En más de una ocasión, había abandonado su lugar tras la barra para bajarle la arrogancia – y la borrachera – a uno que otro cliente. Como era de esperar, a su jefa no le había gustado, ¡lo había echado! ¡Lo peor? ¡No le había soltado ni un franco! Desde entonces, él se divertía pasándose por allí de vez en cuando, solo para no perder la costumbre. Suponía que esa noche estaba de suerte, ya que la encargada de ordenar/servir, era nueva. Le dio una patada a Maximus en la espinilla para que pusiera esa triste mirada que a menudo se les veía a los animalejos. Hey. Eran cambiaformas, tenían que tener algún encanto. Ellos no habían sido dotados con habilidades como los vampiros. Esos chupasangres te lavaban el cerebro y te hacían creer cosas. ¿No era discriminación aquello? Si él tuviese uno de esos poderes le habría dado un mejor uso. Meterse a robar sí que sería sencillo. Solo encantar a sus víctimas y alakazam, pedir que les dijera donde guardaban sus riquezas. Oh sí, un hombre tenía derecho a soñar. Cogió el vaso que el caballero – al parecer – no quería (ya que no había tomado ni una gota aún) y lo dejó en el lado de donde ellos se hallaban.
Lo olisqueó. No parecía ser una bebida fuerte. Se lo ofreció a Maximus con un leve encogimiento de hombros. El niño dio un sorbo e inmediatamente lo escupió. - ¿Qué demonios tenía ese vaso? Fulminó con la mirada al hombre ante él – que parecía ignorarlos – mientras le daba golpecitos en la espalda a su sobrino. - ¡Podrías haberme advertido! Le acusó, mientras cogía la botella para él también probarlo. El líquido calentó su cuerpo. Afuera, hacía bastante frío. Era evidente que se encontraban cerca de la navidad. Las ventiscas eran cada vez más fuertes y la temperatura descendía gradualmente. Ni él ni su sobrino iban acordes a la época del año. Llevaban mucha piel descubierta. Muchas mujeres en la calle lo habían tachado de insensible por andar con un niño en esas condiciones. Él las había ignorado. Max no enfermaría. No eran del todo humanos. Nunca habría hecho algo que dañara a ningún miembro de su familia, mucho menos al más pequeño. Además, no podrían haberse permitido un abrigo. ¡Por Dios! Trabajaban como malabaristas en el Circo y, tenían otras prioridades, como llevar comida y bebida caliente al estómago. La encargada de la mesa se acercó para auxiliarlos. Maximus, como el buen actor que era, ya había puesto era mirada triste en sus orbes, misma que ponía para engatusarlos. A él, a sus padres, a cualquiera con un corazón. - ¿Puede traer algo de leche? - ¿Y pan? Julius acarició la cabeza de su sobrino, como haciendo énfasis en que estaba hambriento. - ¿Y usted, quiere algo más? Mi sobrino ha cogido su bebida. Llevamos mucho rato andando. Al parecer, no podía esperar a que ordenáramos. Por favor, lo pondremos en mi cuenta. Mintió. Otro con moral, se había sentido mal por robar a un invidente de esa forma, pero por cómo vestía, no le importaría. Esperaba.
Lo olisqueó. No parecía ser una bebida fuerte. Se lo ofreció a Maximus con un leve encogimiento de hombros. El niño dio un sorbo e inmediatamente lo escupió. - ¿Qué demonios tenía ese vaso? Fulminó con la mirada al hombre ante él – que parecía ignorarlos – mientras le daba golpecitos en la espalda a su sobrino. - ¡Podrías haberme advertido! Le acusó, mientras cogía la botella para él también probarlo. El líquido calentó su cuerpo. Afuera, hacía bastante frío. Era evidente que se encontraban cerca de la navidad. Las ventiscas eran cada vez más fuertes y la temperatura descendía gradualmente. Ni él ni su sobrino iban acordes a la época del año. Llevaban mucha piel descubierta. Muchas mujeres en la calle lo habían tachado de insensible por andar con un niño en esas condiciones. Él las había ignorado. Max no enfermaría. No eran del todo humanos. Nunca habría hecho algo que dañara a ningún miembro de su familia, mucho menos al más pequeño. Además, no podrían haberse permitido un abrigo. ¡Por Dios! Trabajaban como malabaristas en el Circo y, tenían otras prioridades, como llevar comida y bebida caliente al estómago. La encargada de la mesa se acercó para auxiliarlos. Maximus, como el buen actor que era, ya había puesto era mirada triste en sus orbes, misma que ponía para engatusarlos. A él, a sus padres, a cualquiera con un corazón. - ¿Puede traer algo de leche? - ¿Y pan? Julius acarició la cabeza de su sobrino, como haciendo énfasis en que estaba hambriento. - ¿Y usted, quiere algo más? Mi sobrino ha cogido su bebida. Llevamos mucho rato andando. Al parecer, no podía esperar a que ordenáramos. Por favor, lo pondremos en mi cuenta. Mintió. Otro con moral, se había sentido mal por robar a un invidente de esa forma, pero por cómo vestía, no le importaría. Esperaba.
Lamento mucho la demora.
Julius/Maximus Gaffigan- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/12/2010
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