AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Even in Death — Privado
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Even in Death — Privado
¿Recordar se había convertido en su condena o en una recompensa? No, ella no solamente recordaba, sino que también había decidido continuar con lo que no acabó en su anterior encarnación. ¡Ese era el castigo de las almas encarnadas! Siempre venir a este mundo a intentar acabar con algo inconcluso, como si todos no dejaran sus obras a mitad antes de que la muerte física los sorprendiera. Pero era diferente en los alquimistas, afirmaba Paracelso en uno de los tantos escritos que había conservado de él, en aquella época de... ¿de qué? Ah sí, cuando era la reina de Francia, y también una hechicera cualquiera, que justo llevaba el mismo nombre con el que la bautizó su padre adoptivo en esta vida... ¡Debía parar ya! La cabeza le iba a estallar si continuaba dándole tantas vueltas a todo lo relacionado con su pasado.
Había llegado a Francia hacía ya varios días, adaptándose de nuevo a las odiosas costumbres de los franceses, luego de haber pasado tiempo suficiente en alguna isla cercana a América, que no había pasado desapercibida por los colonizadores europeos, ni mucho menos por los susodichos bucaneros. Justo en ese lugar aprendió magia negra de la peor, gracias a su querida Atia, esa mujer de piel oscura que había cuidado de ella desde la niñez, asegurándole traerla de vuelta. Sonaba hilarante, sin embargo, nada distaba de la realidad.
Esa noche se encontraba particularmente inquieta, como sabía, se hallaba el mismísimo mar, a pesar de la sobriedad de sus aguas funestas. ¿Acaso no era un indicio de la tempestad? Quizá lo sería, ¿quién podría asegurarlo? Helga no lo haría, desde luego que no. Le faltaban ganas para querer sacar conclusiones que no iban al caso. Ni siquiera nadie de su tripulación quiso molestarla, o acercarse; Atia tampoco lo hizo. Intuían que la capitana prefería la voluble compañía de la soledad, que alguien perturbándola con su presencia. Y nada más lejos de la realidad. Helga necesitaba paz para organizar sus ideas, para adaptarse por completo a todos los recuerdos que recuperó gracias a las regresiones a la que se sometió durante bastante tiempo.
Por supuesto, como siempre ocurría en esos casos, el agotamiento mental era evidente, y aunque su llegada a París no era pura casualidad, o alguna maña propia de los piratas, lo mejor que podía hacer era descansar lo suficiente para luego poner en práctica su plan, ese que se aseguró antes de abandonar su antigua vida hace un poco más de dos siglos. Ese que era el pretensioso deseo de saber qué había ocurrido con la hija que tuvo en aquel entonces. Tal vez ella no fuera engendrada por su cuerpo actual, pero tal y como se lo había mencionado Atia, la conexión entre madre e hija era mucho más que algo físico, y si se encontraba de nuevo viva, no era por los caprichos del destino.
Y hablando de caprichos del destino... ¡Qué poco duraría su momento de tranquilidad! Y no por el escándalo reciente de una minoría de su tripulación, sino por algo más que le seguía causando un gran problema con su mente. Quiźa sería ansiedad, quizá no. Lo cierto es que cuando decidió intervenir en aquella particular molestia de un par de hombres que estaban bajo sus órdenes, terminó dándose por enterada de la falta de sentido común por parte de un novato. Sin embargo, Helga no prestó suficiente atención al error de aquel muchacho insensato, sino a quien le había generado un problema cuando decidió robarle. ¿Por qué creía haber visto esa mirada antes? ¿De dónde surgía esa extraña familiaridad con ese vampiro? Ese detalle no lo pasó por alto tan arbitrariamente, y fue justo lo que más la perturbó, sobre todo por tener en cuenta que al ser un inmortal, era probable que hubieran coincidido en el pasado. Y ese era un problema, porque su mente le llevó a recordar a quien menos quería revivir de su pasado... Y no se trataba de van der Decken, para sorpresa de todos.
—Yo me hago cargo. ¡Largo de aquí! Cuento tres y llevo dos... no quiero a ninguno cerca —ordenó, sin apartar la mirada de aquel extraño, con quien prefirió quedarse a solas—. Creo que aún no ha dicho su nombre. Ya sabe, es pura cortesía nada más. No pienso tratar con un anónimo. ¿Quién diablos eres?
¿Quería saberlo? ¿Ese era su deseo o su principal temor?
Había llegado a Francia hacía ya varios días, adaptándose de nuevo a las odiosas costumbres de los franceses, luego de haber pasado tiempo suficiente en alguna isla cercana a América, que no había pasado desapercibida por los colonizadores europeos, ni mucho menos por los susodichos bucaneros. Justo en ese lugar aprendió magia negra de la peor, gracias a su querida Atia, esa mujer de piel oscura que había cuidado de ella desde la niñez, asegurándole traerla de vuelta. Sonaba hilarante, sin embargo, nada distaba de la realidad.
Esa noche se encontraba particularmente inquieta, como sabía, se hallaba el mismísimo mar, a pesar de la sobriedad de sus aguas funestas. ¿Acaso no era un indicio de la tempestad? Quizá lo sería, ¿quién podría asegurarlo? Helga no lo haría, desde luego que no. Le faltaban ganas para querer sacar conclusiones que no iban al caso. Ni siquiera nadie de su tripulación quiso molestarla, o acercarse; Atia tampoco lo hizo. Intuían que la capitana prefería la voluble compañía de la soledad, que alguien perturbándola con su presencia. Y nada más lejos de la realidad. Helga necesitaba paz para organizar sus ideas, para adaptarse por completo a todos los recuerdos que recuperó gracias a las regresiones a la que se sometió durante bastante tiempo.
Por supuesto, como siempre ocurría en esos casos, el agotamiento mental era evidente, y aunque su llegada a París no era pura casualidad, o alguna maña propia de los piratas, lo mejor que podía hacer era descansar lo suficiente para luego poner en práctica su plan, ese que se aseguró antes de abandonar su antigua vida hace un poco más de dos siglos. Ese que era el pretensioso deseo de saber qué había ocurrido con la hija que tuvo en aquel entonces. Tal vez ella no fuera engendrada por su cuerpo actual, pero tal y como se lo había mencionado Atia, la conexión entre madre e hija era mucho más que algo físico, y si se encontraba de nuevo viva, no era por los caprichos del destino.
Y hablando de caprichos del destino... ¡Qué poco duraría su momento de tranquilidad! Y no por el escándalo reciente de una minoría de su tripulación, sino por algo más que le seguía causando un gran problema con su mente. Quiźa sería ansiedad, quizá no. Lo cierto es que cuando decidió intervenir en aquella particular molestia de un par de hombres que estaban bajo sus órdenes, terminó dándose por enterada de la falta de sentido común por parte de un novato. Sin embargo, Helga no prestó suficiente atención al error de aquel muchacho insensato, sino a quien le había generado un problema cuando decidió robarle. ¿Por qué creía haber visto esa mirada antes? ¿De dónde surgía esa extraña familiaridad con ese vampiro? Ese detalle no lo pasó por alto tan arbitrariamente, y fue justo lo que más la perturbó, sobre todo por tener en cuenta que al ser un inmortal, era probable que hubieran coincidido en el pasado. Y ese era un problema, porque su mente le llevó a recordar a quien menos quería revivir de su pasado... Y no se trataba de van der Decken, para sorpresa de todos.
—Yo me hago cargo. ¡Largo de aquí! Cuento tres y llevo dos... no quiero a ninguno cerca —ordenó, sin apartar la mirada de aquel extraño, con quien prefirió quedarse a solas—. Creo que aún no ha dicho su nombre. Ya sabe, es pura cortesía nada más. No pienso tratar con un anónimo. ¿Quién diablos eres?
¿Quería saberlo? ¿Ese era su deseo o su principal temor?
Helga Fokke- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 07/10/2017
Localización : El vasto mar...
Re: Even in Death — Privado
Algo que podíamos sacar en claro del impredecible espíritu de un pirata vampírico como el capitán Black Blood, tras arduas investigaciones y la aún más ardua adicción que te acababa poseyendo al poner el primer ojo o el primer oído en atender a los relatos de sus peripecias, era que no se trataba de un tipo nostálgico. Tampoco olvidadizo, a pesar de que él mismo desechara toda la información que no le resultara útil, no dejábamos de hablar de un espécimen extraño y eso también se veía reflejado en sus contradicciones y en su concepto de 'interesante para que un viejo lobo de mar lo almacenara en sus pensamientos de más de dos siglos en su haber'. Fuera cual fuera su actitud ante 'lo memorable', o mejor dicho: ante el pasado, en toda su fortaleza y en todo su dolor, habían pasajes contra los que ni su desesperante terquedad digna de un crío con la sonrisa manchada de sangre podía hacer nada. Y el de aquella mujer era, sin ninguna discusión, uno de ellos.
¡Ah, Thibault, bravo guerrero! Él que hasta dar con aquel diario no había sabido hasta qué punto esa afirmación estaba tramando algo con la cruel ironía.
El Skyfall llevaba atracado en el puerto de la ciudad más repipi del mundo el tiempo suficiente para que ni las fuerzas del orden se atrevieran a frenarles los pasos. Al parecer, la osadía de una vieja leyenda pesaba más que el orgullo policial y un secreto a voces tenía la influencia suficiente para que una simple mirada les cortara el aliento. ¡Y eso que la piratería estaba en sus peores momentos! Siempre y cuando no las capitaneara un bárbaro inmortal, ahí la cosa cambiaba o si no que se lo dijeran a éste ahora que estaba a punto de vérselas con aquel pasaje falsamente olvidado en el que definitivamente no había pensado aquel día de entre los muchos que dormía en París. Por ese motivo, seguramente el grumetillo de agua dulce que se atrevió a alargar los dedos y robarle esa noche mientras paseaba distraídamente por el mercadillo sería un recién llegado.
No le costó nada agarrarlo de la mano que había empleado con él y levantarlo del suelo como si pesara lo mismo que la manzana que sostenía en su otra mano libre y que mordió al tiempo que contemplaba con mucha diversión y ningún interés al insensato ratoncillo. No demostraba tantas agallas como cualquiera le hubiese asociado a quien tuviese la osadía de tratar de birlarle a un hombre de sus características, así que indudablemente estaba en lo cierto con lo de que no sería de por allí, ni probablemente trabajara solo, sobre todo a juzgar por cómo le repitió una y mil veces que 'su jefa se lo compensaría' —'Claro que sí, amigo'—. El miedo en sus grititos más bien indicaba que quien quiera que fuese 'su jefa' iba a cortarle el gaznate, según se veía sólo estaba eligiendo entre morir ahora o en los minutos que tardaran en llegar a su barco y subir a la cubierta.
¡Vaya, pues no estaba mal aquel navío! Demasiado respetable para que la tripulación contara con tan ridícula celebridad pero hasta Thibault había cometido los mismos errores con la suya y las anteriores, tampoco planeaba ponerse a criticarlos ahora que iban a compensarle la ocurrencia… y menos al tener allí delante a la razón de que el jodido pasado fuese el tema clave de aquella anécdota.
'Anécdota'. ¡Qué palabra tan inofensiva para describir lo que se le plantaba justo en los morros después de tantos siglos adormecido en su problemática cabeza de tirano marino! ¿Verdad?
Un engorro que tuviera así de desarrollada su capacidad de reconocimiento, como buen icono de la eternidad que todavía se mantenía en pie, imbatible, incluso si el hechizo de aquellos ojos suponía uno de los pocos obstáculos para ello. No esperó a que los demás les dejaran intimidad por cortesía, sino porque su mirada continuaba en mitad de una silenciosa exploración por su rostro, su figura, su maldita presencia, humana pero invicta, desafiando a muchas más blasfemias que la mordedura de un morador de la noche… ¿Era ella, entonces? ¿No había más opción que la de enfrentarse a la única persona que lograba ponerlo incómodo de verdad?
A Thibault.
—'Tratar con un anónimo'… —no supo cómo consiguió repetir su frase pero al quedarse finalmente solos, no se dio más tiempo, ni a la mujer ni a sí mismo, y se acercó sin ninguna consideración para acabar a unos centímetros tan paupérrimos que podrían haberse jubilado con los milímetros y señalar con el dedo a las normas del espacio personal que no tenían cabida en el comportamiento de aquel cabestro. Desde ahí continuó taladrándola con la mirada, serio, casi desesperado, extrañamente íntimo, como si no dejara de buscar algo que, sin embargo, no quería encontrar a la vez que le daba margen a ella para reconocer lo mismo en él.— ¿Es que acaso te ha dado por volverte graciosa en todo este tiempo, bruja?
Alea iacta est, y eso que siempre había dicho que el latín se lo dejaba a los pijos.
¡Ah, Thibault, bravo guerrero! Él que hasta dar con aquel diario no había sabido hasta qué punto esa afirmación estaba tramando algo con la cruel ironía.
El Skyfall llevaba atracado en el puerto de la ciudad más repipi del mundo el tiempo suficiente para que ni las fuerzas del orden se atrevieran a frenarles los pasos. Al parecer, la osadía de una vieja leyenda pesaba más que el orgullo policial y un secreto a voces tenía la influencia suficiente para que una simple mirada les cortara el aliento. ¡Y eso que la piratería estaba en sus peores momentos! Siempre y cuando no las capitaneara un bárbaro inmortal, ahí la cosa cambiaba o si no que se lo dijeran a éste ahora que estaba a punto de vérselas con aquel pasaje falsamente olvidado en el que definitivamente no había pensado aquel día de entre los muchos que dormía en París. Por ese motivo, seguramente el grumetillo de agua dulce que se atrevió a alargar los dedos y robarle esa noche mientras paseaba distraídamente por el mercadillo sería un recién llegado.
No le costó nada agarrarlo de la mano que había empleado con él y levantarlo del suelo como si pesara lo mismo que la manzana que sostenía en su otra mano libre y que mordió al tiempo que contemplaba con mucha diversión y ningún interés al insensato ratoncillo. No demostraba tantas agallas como cualquiera le hubiese asociado a quien tuviese la osadía de tratar de birlarle a un hombre de sus características, así que indudablemente estaba en lo cierto con lo de que no sería de por allí, ni probablemente trabajara solo, sobre todo a juzgar por cómo le repitió una y mil veces que 'su jefa se lo compensaría' —'Claro que sí, amigo'—. El miedo en sus grititos más bien indicaba que quien quiera que fuese 'su jefa' iba a cortarle el gaznate, según se veía sólo estaba eligiendo entre morir ahora o en los minutos que tardaran en llegar a su barco y subir a la cubierta.
¡Vaya, pues no estaba mal aquel navío! Demasiado respetable para que la tripulación contara con tan ridícula celebridad pero hasta Thibault había cometido los mismos errores con la suya y las anteriores, tampoco planeaba ponerse a criticarlos ahora que iban a compensarle la ocurrencia… y menos al tener allí delante a la razón de que el jodido pasado fuese el tema clave de aquella anécdota.
'Anécdota'. ¡Qué palabra tan inofensiva para describir lo que se le plantaba justo en los morros después de tantos siglos adormecido en su problemática cabeza de tirano marino! ¿Verdad?
Un engorro que tuviera así de desarrollada su capacidad de reconocimiento, como buen icono de la eternidad que todavía se mantenía en pie, imbatible, incluso si el hechizo de aquellos ojos suponía uno de los pocos obstáculos para ello. No esperó a que los demás les dejaran intimidad por cortesía, sino porque su mirada continuaba en mitad de una silenciosa exploración por su rostro, su figura, su maldita presencia, humana pero invicta, desafiando a muchas más blasfemias que la mordedura de un morador de la noche… ¿Era ella, entonces? ¿No había más opción que la de enfrentarse a la única persona que lograba ponerlo incómodo de verdad?
A Thibault.
—'Tratar con un anónimo'… —no supo cómo consiguió repetir su frase pero al quedarse finalmente solos, no se dio más tiempo, ni a la mujer ni a sí mismo, y se acercó sin ninguna consideración para acabar a unos centímetros tan paupérrimos que podrían haberse jubilado con los milímetros y señalar con el dedo a las normas del espacio personal que no tenían cabida en el comportamiento de aquel cabestro. Desde ahí continuó taladrándola con la mirada, serio, casi desesperado, extrañamente íntimo, como si no dejara de buscar algo que, sin embargo, no quería encontrar a la vez que le daba margen a ella para reconocer lo mismo en él.— ¿Es que acaso te ha dado por volverte graciosa en todo este tiempo, bruja?
Alea iacta est, y eso que siempre había dicho que el latín se lo dejaba a los pijos.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/09/2016
Localización : Allá donde los puertos no alcanzan a ver
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Even in Death — Privado
Recordar puede ser siempre doloroso; recordar puede destruir la felicidad en tan sólo un abrir y cerrar de ojos. También puede ser como beber la hiel más amarga y condenarse irremediablemente al pasado. Recordar no siempre es bueno, porque cuando se remueven las memorias, no sólo se encuentra lo que hace bien al alma, sino también, lo que le hace mal, porque muchos de estos recuerdos llevan al reconocimiento nefasto de que, alguna vez, se tuvo una historia con la persona equivocada, o indicada; pero con quien se sufrió, tanto como se pudo haber llegado a amar...
¿Ocurre lo mismo con las almas encarnadas? El sentimiento puede ser mil veces más terrible que el de alguien que apenas sepa algo de su vida actual. No es lo mismo darse cuenta de lo que se ha perdido en un par de años, que de saber que se ha abandonado demasiado en muchísimos años, inclusive siglos. Quizá esa sea la razón por la cual casi nadie recuerda sus vidas pasadas. ¿Es mejor así? No para Helga Fokke. Ella, que se empeñó en ser un alma encarnada con un propósito, no lo considera de ese modo. Por supuesto, desde que decidió reencarnar y regresar a quien era en antaño, no le ha sido sencillo, y tampoco lo será nunca. ¿Quién es capaz de desafiar a las odiosas diosas del destino en su propio campo de juego?
¡Tenía una maldita oportunidad para empezar desde cero! Pero no, simplemente pretendió desaprovechar vivir en una mentira. ¡Que la llamaran masoquista si quisieran! Aun así, las conexiones con su anterior existencia eran mucho más fuertes que mil oportunidades juntas. Además, ¿no fue el mismo azar que se encargó de relacionarla con las piezas adecuadas? Porque sí, el mar, la piratería, incluso una mujer de piel oscura (descendiente del esclavo que le ayudó con la magia antiguamente), fueron los que la guiaron por el camino que debía continuar esta vez. ¿Se convertiría aquello en una marcha hacia su propia destrucción? ¿O una redención no buscada? O quizás ambas cosas. Hasta podría convencerse a sí misma que su odisea apenas comenzaba, sin embargo, eso era algo que aún, en los escasos minutos que se le permitió ignorarlo todo, no sabía aclarar con exactitud. Hasta que, claro, apareció ese hombre desconocido, y tan conocido a la vez.
Tal vez su memoria no terminaba de reconocerlo del todo, porque, desde luego, las personas cambian. También lo hacen los vampiros, a pesar de su condenada y sempiterna no-vida. Sin embargo, lo que no está propenso a ningún cambio (y que lo afirme ella, quien siempre se dedicó a la más arcana alquimia que es capaz de desafiar las leyes del tiempo) es la esencia misma de todos, esa que puede perfectamente confundirse con el muy renombrado hálito vital. Por eso, para Helga, la presencia de él no dejaba de incomodarle, como si en su cercanía habría algo de culpa, o el rencor evocado por los martirios del pasado. ¡No estaba segura! O sí lo estaba, más no pretendía aceptarlo, porque aquello... sencillamente no podía ser. ¡Ni siquiera porque él mismo había soltado la última frase que la descolocaría por un instante!
Helga se quedó petrificada en su lugar, esforzándose por hacerle entender a su mente que todo estaba bien. Y a pesar de que se encontraban apenas rodeados por los sonidos imaginarios del mar, ella no iba a doblegarse. ¡Y ni sabía muy bien por qué no quería hacerlo!
—¿Graciosa? —habló, finalmente, cuando decidió deshacerse de las ataduras de la impresión. Pero la amarga sensación aún continuaba ahí, a fuego vivo, quemándole por dentro—. ¿Qué te hace pensar eso? Es la primera vez que... te veo.
Y fue entonces, fijándose mejor en la mirada ajena, que alcanzó a comprender todo el enigma que lo rodeaba. Sólo un nombre; sólo un hombre. ¿De quién más podría tratarse? Sus ojos resultaron ser mejor revelación que un hechizo de regresión. Hasta tuvo que retroceder unos pasos de manera involuntaria ante tamaño descubrimiento.
Aceptarlo fue doloroso, como si le clavaran mil dagas en el pecho.
—No puede ser. No, tú... ¿Thibault? Es imposible, deberías estar muerto, como quizás lo estuve yo —soltó, porque algo le obligó a hablar. Porque incluso la mirada de quien tenía en frente terminó por responderle sus dudas—. Claro, me salté el detalle de que eres un vampiro ahora... ¿A tanto te llevó tu ambición?
¿Ocurre lo mismo con las almas encarnadas? El sentimiento puede ser mil veces más terrible que el de alguien que apenas sepa algo de su vida actual. No es lo mismo darse cuenta de lo que se ha perdido en un par de años, que de saber que se ha abandonado demasiado en muchísimos años, inclusive siglos. Quizá esa sea la razón por la cual casi nadie recuerda sus vidas pasadas. ¿Es mejor así? No para Helga Fokke. Ella, que se empeñó en ser un alma encarnada con un propósito, no lo considera de ese modo. Por supuesto, desde que decidió reencarnar y regresar a quien era en antaño, no le ha sido sencillo, y tampoco lo será nunca. ¿Quién es capaz de desafiar a las odiosas diosas del destino en su propio campo de juego?
¡Tenía una maldita oportunidad para empezar desde cero! Pero no, simplemente pretendió desaprovechar vivir en una mentira. ¡Que la llamaran masoquista si quisieran! Aun así, las conexiones con su anterior existencia eran mucho más fuertes que mil oportunidades juntas. Además, ¿no fue el mismo azar que se encargó de relacionarla con las piezas adecuadas? Porque sí, el mar, la piratería, incluso una mujer de piel oscura (descendiente del esclavo que le ayudó con la magia antiguamente), fueron los que la guiaron por el camino que debía continuar esta vez. ¿Se convertiría aquello en una marcha hacia su propia destrucción? ¿O una redención no buscada? O quizás ambas cosas. Hasta podría convencerse a sí misma que su odisea apenas comenzaba, sin embargo, eso era algo que aún, en los escasos minutos que se le permitió ignorarlo todo, no sabía aclarar con exactitud. Hasta que, claro, apareció ese hombre desconocido, y tan conocido a la vez.
Tal vez su memoria no terminaba de reconocerlo del todo, porque, desde luego, las personas cambian. También lo hacen los vampiros, a pesar de su condenada y sempiterna no-vida. Sin embargo, lo que no está propenso a ningún cambio (y que lo afirme ella, quien siempre se dedicó a la más arcana alquimia que es capaz de desafiar las leyes del tiempo) es la esencia misma de todos, esa que puede perfectamente confundirse con el muy renombrado hálito vital. Por eso, para Helga, la presencia de él no dejaba de incomodarle, como si en su cercanía habría algo de culpa, o el rencor evocado por los martirios del pasado. ¡No estaba segura! O sí lo estaba, más no pretendía aceptarlo, porque aquello... sencillamente no podía ser. ¡Ni siquiera porque él mismo había soltado la última frase que la descolocaría por un instante!
Helga se quedó petrificada en su lugar, esforzándose por hacerle entender a su mente que todo estaba bien. Y a pesar de que se encontraban apenas rodeados por los sonidos imaginarios del mar, ella no iba a doblegarse. ¡Y ni sabía muy bien por qué no quería hacerlo!
—¿Graciosa? —habló, finalmente, cuando decidió deshacerse de las ataduras de la impresión. Pero la amarga sensación aún continuaba ahí, a fuego vivo, quemándole por dentro—. ¿Qué te hace pensar eso? Es la primera vez que... te veo.
Y fue entonces, fijándose mejor en la mirada ajena, que alcanzó a comprender todo el enigma que lo rodeaba. Sólo un nombre; sólo un hombre. ¿De quién más podría tratarse? Sus ojos resultaron ser mejor revelación que un hechizo de regresión. Hasta tuvo que retroceder unos pasos de manera involuntaria ante tamaño descubrimiento.
Aceptarlo fue doloroso, como si le clavaran mil dagas en el pecho.
—No puede ser. No, tú... ¿Thibault? Es imposible, deberías estar muerto, como quizás lo estuve yo —soltó, porque algo le obligó a hablar. Porque incluso la mirada de quien tenía en frente terminó por responderle sus dudas—. Claro, me salté el detalle de que eres un vampiro ahora... ¿A tanto te llevó tu ambición?
Helga Fokke- Hechicero Clase Media
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Localización : El vasto mar...
Re: Even in Death — Privado
El plano de la inmortalidad para un pirata de las proporciones del capitán Black Blood era literalmente eso: un plano, un mapa, terreno que conquistar, y había demostrado siempre esa ventaja desde que la monarca más bellamente longeva le arrancara la humanidad de un mordisco y bebiera de su néctar insaciable. Incluso cuando por aquel entonces él se había resignado y aceptado el fin, su madre vampírica se encargó de comprobar que su sangre seguía teniendo el sabor de la guerra; de la victoria. A ninguno le extrañó el buen uso del don que había dado, ni cómo lo había volcado en lo que muchas leyendas humanas jamás se hubieran imaginado al crear aquella mitología marítima. La piratería y la sobrenaturalidad juntas siempre habían sido bien vistas, ¿acaso él, un monstruo de sonrisa sádica mucho antes de renacer como vampiro, iba a encargarse de negarlo? ¡Tenía mejores cosas de las que ocuparse! Como, por ejemplo, hacer historia en aquel mundo de criminalidad idealizada.
Por eso mismo, se le daba tan bien desenterrar recuerdos igual que desenterraba tesoros. O eso había creído hasta ese maldito instante, porque ni el propio Thibault se reconocía y eso que también era el primero en dejarse llevar, en arrojarse al torbellino de improvisación que le otorgaba una existencia tan longeva, pero sencillamente, aquella mujer supuso una alteración en vida y definitivamente no estaba siendo distinta después de muerta. De golpe y porrazo, había mucho que ordenar en su cabeza y él siempre había convivido con el desorden así que eso sencillamente no le hacía ni puta gracia. ¡Le agobiaba la necesidad de cordura, maldita sea, y la cantidad de preguntas que se agolpaban para desbancar a su desenfado habitual y dar paso a la contradicción! ¡Pero por otra parte, tampoco nunca le había importado ser contradictorio, joder! ¿Por qué con ella sí?
Muy bien, había que ir por partes o aquel barco terminaría hundiéndose literalmente con los dos, no convenía que un bruto así perdiera el control de sus confusiones. Allí estaba frente al pelirrojo, una bruja que se remontaba a la época de Will, que no hizo más que añadir tensión a las riñas con aquel lechuguino, Van der Decken o como se hiciera llamar el amante de ella, y que logró yacer con un Thibault nada inexperto, pero sí extremadamente joven. Menor, de hecho, y si aquello tuvo algo de especial entre sus muchas relaciones, además de por la diferencia de edad, se debió a que fue su único desliz en mitad de su historia con el legendario Death. Un detalle que le perseguiría años después, cuando heredó la capitanía de éste tras su pérdida y volvió a toparse con la astuta hechicera. Ambos crecidos —sobre todo el que fuera un crío—, ambos cambiados. Después de mucho rechazo hábilmente burlado por la atracción que, pese a todo, sentían, empezaron a construir algo juntos —o todo lo 'juntos' en lo que un hombre libre como él podía coincidir con un contexto formal y monógamo que definitivamente no compartía con nadie—. Algo que, en resumidas cuentas, no llegó a ningún puerto. La marcha inevitable del pirata y más adelante, la muerte de aquel misterio de hembra tuvieron mucho que ver.
Podía decirse que su experiencia en el campo de los reencuentros íntimos, a pesar de ser emocionante, nunca le había abrumado porque, al fin y al cabo, los otros individuos aún estaban vivos. Sólo había que recordar a la eterna reina de sus mares con la que nunca había perdido contacto, o a su hijo no-sanguíneo pero reconocido de sobras y que también contaba con su propia, aunque limitada, longevidad. Pero lo que tenía delante no se parecía a nada de eso porque aquella persona había muerto. Como buen pirata con recursos, en su día se cercioró muy bien de que no fuera un rumor o una mentira, más allá de que aquella extraña impotencia que lo invadió al enterarse de la noticia fuera tan real como su fallecimiento. ¿Qué explicación tenía aquel fantasma del pasado que volvía a mirar a los ojos? Demonios, ¡no percibía aura sobrenatural alguna! Helga seguía siendo igual de humana que como la había conocido en su adolescencia y por mucha brujería de la que hablásemos, todavía nadie había conseguido emular una inmortalidad como la de los chupasangres.
—No, no se te ocurra alejarte. —le impuso mientras se encargaba de pisar el espacio en el que ella había retrocedido y cuando volvió a estar cerca, su mano se movió hacia su barbilla, agarrándola entre esa zona y el cuello para no perderse un solo detalle de su análisis, tocándola para confirmar la realidad de lo que estaba pasando— Si yo soy un vampiro, ¿qué se supone que eres tú? Helga… —Desconsiderado como el modo en el que se comportaba en medio de un caos que nos estaba descubriendo nuevas facetas del marino, sólo decidió soltarla al darse cuenta de que llevaba mucho tiempo sin arrojarse a la indeseada belleza de esos ojos y hasta un insensato como él necesitaba un puto descanso— ¿A qué te refieres con eso de que quizá también estuvieras muerta? —inquirió, después de unos momentos de hinchar el pecho y permanecer inmerso en la imagen resucitada de su… ¿Su qué? ¿Qué cojones de mono? Prefería no tirar por ahí, esa cuestión no se había hecho menos compleja sólo porque cada uno hubiera seguido su vida, o su muerte, hasta esa noche— Y respecto a 'mi ambición'… Una larga historia, te has perdido muchos capítulos, pero hasta mis mayores admiradores coincidirían en que ahora mismo no son más importantes que la explicación a tu… ¿regreso?
Todavía seguía dudando de que alguien le hubiera creado una cruenta ilusión, o hasta que sus esporádicos sueños de vampiro le estuvieran jugando una mala pasada. Sobre todo porque en toda esa nueva cruzada, lo de 'mala' era desesperantemente relativo.
Por eso mismo, se le daba tan bien desenterrar recuerdos igual que desenterraba tesoros. O eso había creído hasta ese maldito instante, porque ni el propio Thibault se reconocía y eso que también era el primero en dejarse llevar, en arrojarse al torbellino de improvisación que le otorgaba una existencia tan longeva, pero sencillamente, aquella mujer supuso una alteración en vida y definitivamente no estaba siendo distinta después de muerta. De golpe y porrazo, había mucho que ordenar en su cabeza y él siempre había convivido con el desorden así que eso sencillamente no le hacía ni puta gracia. ¡Le agobiaba la necesidad de cordura, maldita sea, y la cantidad de preguntas que se agolpaban para desbancar a su desenfado habitual y dar paso a la contradicción! ¡Pero por otra parte, tampoco nunca le había importado ser contradictorio, joder! ¿Por qué con ella sí?
Muy bien, había que ir por partes o aquel barco terminaría hundiéndose literalmente con los dos, no convenía que un bruto así perdiera el control de sus confusiones. Allí estaba frente al pelirrojo, una bruja que se remontaba a la época de Will, que no hizo más que añadir tensión a las riñas con aquel lechuguino, Van der Decken o como se hiciera llamar el amante de ella, y que logró yacer con un Thibault nada inexperto, pero sí extremadamente joven. Menor, de hecho, y si aquello tuvo algo de especial entre sus muchas relaciones, además de por la diferencia de edad, se debió a que fue su único desliz en mitad de su historia con el legendario Death. Un detalle que le perseguiría años después, cuando heredó la capitanía de éste tras su pérdida y volvió a toparse con la astuta hechicera. Ambos crecidos —sobre todo el que fuera un crío—, ambos cambiados. Después de mucho rechazo hábilmente burlado por la atracción que, pese a todo, sentían, empezaron a construir algo juntos —o todo lo 'juntos' en lo que un hombre libre como él podía coincidir con un contexto formal y monógamo que definitivamente no compartía con nadie—. Algo que, en resumidas cuentas, no llegó a ningún puerto. La marcha inevitable del pirata y más adelante, la muerte de aquel misterio de hembra tuvieron mucho que ver.
Podía decirse que su experiencia en el campo de los reencuentros íntimos, a pesar de ser emocionante, nunca le había abrumado porque, al fin y al cabo, los otros individuos aún estaban vivos. Sólo había que recordar a la eterna reina de sus mares con la que nunca había perdido contacto, o a su hijo no-sanguíneo pero reconocido de sobras y que también contaba con su propia, aunque limitada, longevidad. Pero lo que tenía delante no se parecía a nada de eso porque aquella persona había muerto. Como buen pirata con recursos, en su día se cercioró muy bien de que no fuera un rumor o una mentira, más allá de que aquella extraña impotencia que lo invadió al enterarse de la noticia fuera tan real como su fallecimiento. ¿Qué explicación tenía aquel fantasma del pasado que volvía a mirar a los ojos? Demonios, ¡no percibía aura sobrenatural alguna! Helga seguía siendo igual de humana que como la había conocido en su adolescencia y por mucha brujería de la que hablásemos, todavía nadie había conseguido emular una inmortalidad como la de los chupasangres.
—No, no se te ocurra alejarte. —le impuso mientras se encargaba de pisar el espacio en el que ella había retrocedido y cuando volvió a estar cerca, su mano se movió hacia su barbilla, agarrándola entre esa zona y el cuello para no perderse un solo detalle de su análisis, tocándola para confirmar la realidad de lo que estaba pasando— Si yo soy un vampiro, ¿qué se supone que eres tú? Helga… —Desconsiderado como el modo en el que se comportaba en medio de un caos que nos estaba descubriendo nuevas facetas del marino, sólo decidió soltarla al darse cuenta de que llevaba mucho tiempo sin arrojarse a la indeseada belleza de esos ojos y hasta un insensato como él necesitaba un puto descanso— ¿A qué te refieres con eso de que quizá también estuvieras muerta? —inquirió, después de unos momentos de hinchar el pecho y permanecer inmerso en la imagen resucitada de su… ¿Su qué? ¿Qué cojones de mono? Prefería no tirar por ahí, esa cuestión no se había hecho menos compleja sólo porque cada uno hubiera seguido su vida, o su muerte, hasta esa noche— Y respecto a 'mi ambición'… Una larga historia, te has perdido muchos capítulos, pero hasta mis mayores admiradores coincidirían en que ahora mismo no son más importantes que la explicación a tu… ¿regreso?
Todavía seguía dudando de que alguien le hubiera creado una cruenta ilusión, o hasta que sus esporádicos sueños de vampiro le estuvieran jugando una mala pasada. Sobre todo porque en toda esa nueva cruzada, lo de 'mala' era desesperantemente relativo.
Última edición por Thibault "Black Blood" el Sáb Ene 13, 2018 9:22 pm, editado 1 vez
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Re: Even in Death — Privado
Un escalofrío recorrió cada centímentro de su piel, y hasta sintió su respiración contenerse en tan sólo un par de segundos, los mismos que le parecieron eternos, sobre todo por haber sido el blanco fácil de todas aquellas memorias que arribaron a su mente en ese preciso instante. ¿Era acaso por haberlo reconocido a él o por haber reconocido otra cosa más? La idea llegó a asustarle tanto como en antaño, cuando su partida dejó un vacío enorme, que ni siquiera Willem van der Decken había dejado con su supuesta muerte. Aquel hombre que tenía en frente, y que al igual que ella había desafiado las moradas de la muerte, significaba mucho más de lo que creyó recordar. Incluso, durante sus primeras regresiones, pensó que su recuerdo era tan sólo una parte ínfima de ese pasado, que no podía tenerle la importancia que ahora, temía, sí debía darle, sobre todo porque no contaba con que Thibault, justamente, estuviera vivo. Pero quisieron las arrogantes Parcas que fuera de otro modo, que sus hilos se cruzaran nuevamente, como si antes no habría sido suficiente.
¿Y por qué? Helga se lo llegó a cuestionar varias veces, justo en ese período de tiempo en el que su propio espacio fue vulnerado. ¡Ni siquiera tuvo tiempo a reaccionar! Se quedó estática en su lugar, observándolo fijamente, aún con la mente hecha un caos, y no por no tener las ideas en orden, sino por las emociones extravagantes que se agolpaban para traicionar su fortaleza. ¡Había decidido reencarnar por su hija! Aún sin saber qué fue de ella, o si se encontraba siquiera con vida, o reencarnada... ¿Y si también terminó abrazando la inmortalidad como Thibault? De acuerdo, la confusión apenas le dio tiempo a reaccionar de manera coherente. Tuvo que resignarse a guardar silencio por un largo rato, intentando hallar las respuestas que parecían vetadas a su comprensión.
Tenía que sosegarse, o así no llegaría a ninguna conclusión, ni mucho menos lograría mantener una plática coherente con él, que ahora parecía mucho más pasado de años que ella, cuando en antaño había sido todo lo contrario. ¿Se trataba de una burla del destino para ambos? Más lo sería si Thibault llegara enterarse de algo más; ese algo que la invadió muy fugazmente, cuando volvió a encararlo de nuevo; ese algo que era, nada menos, que el hecho de haber tenido una hija en común. Sí, esa misma que ahora Helga buscaba desesperadamente después de haberle sido permitido encarnar en un nuevo cuerpo, nada diferente del anterior, cabía destacar.
—¿Qué soy? Uh, una bruja, obviamente. ¿O acaso la inmortalidad te ha arrebatado el poco sentido que conservabas? —espetó, irónica, como si con eso quisiera realmente defenderse. ¿De qué? De que todavía los rencores hacia Thibault no se habían disipado—. ¡De acuerdo! Pues... ¡Pues reencarné! ¿Nunca habías escuchado de algo así? Oh, pero si el mar está lleno de esas leyendas, te recuerdo. Además, no creo que se te haya olvidado que uno de mis antepasados de ese entonces era alquimista. Bueno, de sus tratados conseguí la manera de regresar.
¡Y le costó enormemente decir todo eso! Tanto que no fue capaz de continuar luego, ¿qué más debía decirle? Ni siquiera le debía esa explicación que había exigido. Además, ¿qué le iba a contar? ¿Lo de su hija? Si ella misma se encargó de engañarlo con hacerle creer que, aquella niña que cuidaba, era la heredera de la reina de Francia de esa época. ¡Y la reina era ella! Cuántas mentiras se había llevado a la tumba...
—Yo no necesito darte explicaciones, ni mucho menos las mereces ahora. No las exigiste cuando pudiste haberlo hecho, porque te largaste. Así que no, no tienes derecho de eso, ni tampoco de estar aquí —soltó, cubriéndose con esa coraza de falsa indiferencia—. Este reencuentro de ahora... ¡Es que ni puede serlo! Todo ha sido producto del azar, un accidente nada más. ¡Ah, sí! Y me perdí esos capítulos porque tú quisiste, ¿o resulta que ahora estás olvidando ciertas cosas? Yo nunca te perdoné por eso, Thibault. ¿Qué te hace pensar que lo haré ahora?
¡Pero quería! Aun así su orgullo era mucho más fuerte que su razón. O quizá no se trataba de orgullo, sino del deseo de querer saber que aún era importante para él. Si la había recordado de esa forma, tal vez existía la lejana posibilidad de que... ¿De qué exactamente? ¿De volver a sufrir por su culpa?
¿Y por qué? Helga se lo llegó a cuestionar varias veces, justo en ese período de tiempo en el que su propio espacio fue vulnerado. ¡Ni siquiera tuvo tiempo a reaccionar! Se quedó estática en su lugar, observándolo fijamente, aún con la mente hecha un caos, y no por no tener las ideas en orden, sino por las emociones extravagantes que se agolpaban para traicionar su fortaleza. ¡Había decidido reencarnar por su hija! Aún sin saber qué fue de ella, o si se encontraba siquiera con vida, o reencarnada... ¿Y si también terminó abrazando la inmortalidad como Thibault? De acuerdo, la confusión apenas le dio tiempo a reaccionar de manera coherente. Tuvo que resignarse a guardar silencio por un largo rato, intentando hallar las respuestas que parecían vetadas a su comprensión.
Tenía que sosegarse, o así no llegaría a ninguna conclusión, ni mucho menos lograría mantener una plática coherente con él, que ahora parecía mucho más pasado de años que ella, cuando en antaño había sido todo lo contrario. ¿Se trataba de una burla del destino para ambos? Más lo sería si Thibault llegara enterarse de algo más; ese algo que la invadió muy fugazmente, cuando volvió a encararlo de nuevo; ese algo que era, nada menos, que el hecho de haber tenido una hija en común. Sí, esa misma que ahora Helga buscaba desesperadamente después de haberle sido permitido encarnar en un nuevo cuerpo, nada diferente del anterior, cabía destacar.
—¿Qué soy? Uh, una bruja, obviamente. ¿O acaso la inmortalidad te ha arrebatado el poco sentido que conservabas? —espetó, irónica, como si con eso quisiera realmente defenderse. ¿De qué? De que todavía los rencores hacia Thibault no se habían disipado—. ¡De acuerdo! Pues... ¡Pues reencarné! ¿Nunca habías escuchado de algo así? Oh, pero si el mar está lleno de esas leyendas, te recuerdo. Además, no creo que se te haya olvidado que uno de mis antepasados de ese entonces era alquimista. Bueno, de sus tratados conseguí la manera de regresar.
¡Y le costó enormemente decir todo eso! Tanto que no fue capaz de continuar luego, ¿qué más debía decirle? Ni siquiera le debía esa explicación que había exigido. Además, ¿qué le iba a contar? ¿Lo de su hija? Si ella misma se encargó de engañarlo con hacerle creer que, aquella niña que cuidaba, era la heredera de la reina de Francia de esa época. ¡Y la reina era ella! Cuántas mentiras se había llevado a la tumba...
—Yo no necesito darte explicaciones, ni mucho menos las mereces ahora. No las exigiste cuando pudiste haberlo hecho, porque te largaste. Así que no, no tienes derecho de eso, ni tampoco de estar aquí —soltó, cubriéndose con esa coraza de falsa indiferencia—. Este reencuentro de ahora... ¡Es que ni puede serlo! Todo ha sido producto del azar, un accidente nada más. ¡Ah, sí! Y me perdí esos capítulos porque tú quisiste, ¿o resulta que ahora estás olvidando ciertas cosas? Yo nunca te perdoné por eso, Thibault. ¿Qué te hace pensar que lo haré ahora?
¡Pero quería! Aun así su orgullo era mucho más fuerte que su razón. O quizá no se trataba de orgullo, sino del deseo de querer saber que aún era importante para él. Si la había recordado de esa forma, tal vez existía la lejana posibilidad de que... ¿De qué exactamente? ¿De volver a sufrir por su culpa?
Helga Fokke- Hechicero Clase Media
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Localización : El vasto mar...
Re: Even in Death — Privado
Y después de la vasta confusión que durante unos instantes había sido infumable incluso para el hombre que había convertido en humo a medio mundo, después del ineludible impacto que formaba parte de las muchas traiciones del tiempo eterno a su inmortal disposición, de la enfurruñada incomodidad que nada tenía que ver con el perfil despreocupado de aquel pirata y ante lo que suponía esa resurrección literal del pasado… se acumularon de golpe y porrazo las dos emociones más manidas, y a la vez, más polémicas de la temporada.
Se acordó de aquel período de tiempo en el que después de zarpar de otro puerto, más concretamente del que los reunió por segunda vez y entonces de una forma preocupantemente íntima, incluso para la espontaneidad de un alma libre sobre la que aún se seguían creando leyendas, la muerte de Helga llegó a sus oídos, ya ensordecidos por el rugido libertino del viento y a pesar de todo, perfectamente dispuestos a captar la pronunciación de aquel nombre femenino. El acto fúnebre de cerrar los ojos para siempre no era materia nueva para el vampiro en el que todavía no se había convertido, pero tampoco para el pirata que llevaba siendo desde los trece años. Creyó que nada se equiparaba a la marcha del inolvidable William Death, quien portaba el oscuro final de la vida en su propio apodo criminal, casi como si desde que lo había conocido ya estuviera advirtiéndole de esa posibilidad que con los años, con el sinfín de peligros a los que se exponía a diario, o con las dos opciones juntas, iba a acabar convirtiéndose en una ley irrevocable. Ya se sabe lo que algunos profanos de la sobrenaturalidad dicen: 'todo el mundo muere'. Un legionario de los mares, hasta si por aquella época no había ascendido tanto como se lo permitiría su vampirismo, no lloraba la pérdida ajena, sino que la honraba con cada estocada en mitad de un abordaje, con cada punto del mapa que pasaba a tachar entre sus conquistas, con cada viaje dispuesto a conocer la tierra en la que no vivía, pero que respetaba al seguir conociendo a sus personas, sabiendo, todas sin excepción, que algún día verían al Skyfall desaparecer en la lejanía. Así que por mucha información que hubiera que procesar en el momento presente por el regreso de aquella bruja, efectivamente, Thibault se acordó de la tristeza que, de algún modo, experimentó al saber que jamás volvería a verla. ¿Cómo olvidarse si aquello era un sentimiento tan poco frecuente como su castidad, y más en aquellos tiempos, y más aún cuando esa mujer había conseguido de él demasiadas eventualidades, y más todavía si considerábamos que…
¡De acuerdo, sí, que no podía olvidarse, la idea ya estaba muy clara, maldito chiflado! Al igual que la mirada fría y cristalina de Helga, imposible de no reconocer por muy numerosos que fueran los siglos entre medias y, en especial, las reencarnaciones.
La segunda emoción la había experimentado varias veces a lo largo de su existencia, por supuesto, hablábamos de un tipo cuya jovialidad de tanto en tanto se hacía inapropiada, insoportable o insoportablemente encantadora, pero en aquella situación era consecuencia directa de la mencionada tristeza, consecuencia que, a pesar de todo el rencor y la oscuridad general que envolvía a la relación de esos dos, ahora se aparecía inevitablemente: la alegría. ¡Helga estaba viva! ¿Acaso ni él ni ella se habían dado cuenta ya de lo que eso significaba? ¡Volvía a verla y con su visión, una parte de aquel hombre, por muy longevo que fuese de antes, también renacía!
Así que cuando escuchó aquel tono de voz contrariado, digno de la muerma que volvía a mirar a la cara, soltó la primera carcajada, seguida de otra, y otras, hasta que aquella risa atronadora que a tantos mortales e inmortales helaba la sangre inundó todo el barco de aquella otra capitana, sin burla alguna, ni siquiera había una diversión en toda regla porque aquel sonido grave que emanaba de sus poderosas entrañas reflejaba su naturaleza con la misma honestidad que su dueño: sencillamente, se alegraba de tenerla ahí. ¡Se alegraba de una segunda oportunidad que no había experimentado desde Mik! ¿Para qué? Aún no tenía ni la más remota idea, estaba demasiado ocupado alegrándose y completamente seguro de que si la hechicera había cambiado tan poco como parecía, no le haría ninguna gracia aquella reacción, pero si realmente había conocido de verdad a ese bruto que alguna vez tuvo entre las piernas, también debía saber mejor que mucha gente que su risa no era ninguna mofa o sarcasmo. Los pensamientos de los niños son transparentes, y Helga tenía experiencia con los niños… ¿Verdad?
—¡Joder, bruja, así que estás aquí otra vez! ¡Vivita y coleando y con un humor de perros! ¡Ésta es, sin duda, la mejor noticia del día! —confesó, una vez se hubo recuperado, mientras se dedicaba a hacerle un nuevo examen con la vista, pero en esa ocasión, acompañándolo de una descarada sonrisa de oreja a oreja— ¿En serio? ¿Eso es lo único que se te ocurre decir a ti sabiendo que estamos los dos de una pieza? ¡Siempre tan aguafiestas! ¿Acaso tengo que creerme que tú no te alegras ni siquiera un poquito de verme a mí? —negó con la cabeza, todavía con algunos retales de aquella felicidad presentes en la expresión de su rostro— ¿Perdonarme? ¿Por qué crees que quiero hablar de perdón precisamente contigo? Que yo sepa, nunca te mentí sobre el futuro, algo de lo que me he enterado que tú, por el contrario, no puedes presumir. Al menos, no conmigo.
Ah, sí, ahora venía otra de las grandes cuestiones que ella desenterraba con su regreso, y que Thibault había hallado escritas de su puño y letra en el diario lleno de polvo que terminó en sus garras. ¿Aquello también había sido producto del azar, eterna y misteriosa Helga, o tenías algo que decir al respecto de una vez por todas?
Se acordó de aquel período de tiempo en el que después de zarpar de otro puerto, más concretamente del que los reunió por segunda vez y entonces de una forma preocupantemente íntima, incluso para la espontaneidad de un alma libre sobre la que aún se seguían creando leyendas, la muerte de Helga llegó a sus oídos, ya ensordecidos por el rugido libertino del viento y a pesar de todo, perfectamente dispuestos a captar la pronunciación de aquel nombre femenino. El acto fúnebre de cerrar los ojos para siempre no era materia nueva para el vampiro en el que todavía no se había convertido, pero tampoco para el pirata que llevaba siendo desde los trece años. Creyó que nada se equiparaba a la marcha del inolvidable William Death, quien portaba el oscuro final de la vida en su propio apodo criminal, casi como si desde que lo había conocido ya estuviera advirtiéndole de esa posibilidad que con los años, con el sinfín de peligros a los que se exponía a diario, o con las dos opciones juntas, iba a acabar convirtiéndose en una ley irrevocable. Ya se sabe lo que algunos profanos de la sobrenaturalidad dicen: 'todo el mundo muere'. Un legionario de los mares, hasta si por aquella época no había ascendido tanto como se lo permitiría su vampirismo, no lloraba la pérdida ajena, sino que la honraba con cada estocada en mitad de un abordaje, con cada punto del mapa que pasaba a tachar entre sus conquistas, con cada viaje dispuesto a conocer la tierra en la que no vivía, pero que respetaba al seguir conociendo a sus personas, sabiendo, todas sin excepción, que algún día verían al Skyfall desaparecer en la lejanía. Así que por mucha información que hubiera que procesar en el momento presente por el regreso de aquella bruja, efectivamente, Thibault se acordó de la tristeza que, de algún modo, experimentó al saber que jamás volvería a verla. ¿Cómo olvidarse si aquello era un sentimiento tan poco frecuente como su castidad, y más en aquellos tiempos, y más aún cuando esa mujer había conseguido de él demasiadas eventualidades, y más todavía si considerábamos que…
¡De acuerdo, sí, que no podía olvidarse, la idea ya estaba muy clara, maldito chiflado! Al igual que la mirada fría y cristalina de Helga, imposible de no reconocer por muy numerosos que fueran los siglos entre medias y, en especial, las reencarnaciones.
La segunda emoción la había experimentado varias veces a lo largo de su existencia, por supuesto, hablábamos de un tipo cuya jovialidad de tanto en tanto se hacía inapropiada, insoportable o insoportablemente encantadora, pero en aquella situación era consecuencia directa de la mencionada tristeza, consecuencia que, a pesar de todo el rencor y la oscuridad general que envolvía a la relación de esos dos, ahora se aparecía inevitablemente: la alegría. ¡Helga estaba viva! ¿Acaso ni él ni ella se habían dado cuenta ya de lo que eso significaba? ¡Volvía a verla y con su visión, una parte de aquel hombre, por muy longevo que fuese de antes, también renacía!
Así que cuando escuchó aquel tono de voz contrariado, digno de la muerma que volvía a mirar a la cara, soltó la primera carcajada, seguida de otra, y otras, hasta que aquella risa atronadora que a tantos mortales e inmortales helaba la sangre inundó todo el barco de aquella otra capitana, sin burla alguna, ni siquiera había una diversión en toda regla porque aquel sonido grave que emanaba de sus poderosas entrañas reflejaba su naturaleza con la misma honestidad que su dueño: sencillamente, se alegraba de tenerla ahí. ¡Se alegraba de una segunda oportunidad que no había experimentado desde Mik! ¿Para qué? Aún no tenía ni la más remota idea, estaba demasiado ocupado alegrándose y completamente seguro de que si la hechicera había cambiado tan poco como parecía, no le haría ninguna gracia aquella reacción, pero si realmente había conocido de verdad a ese bruto que alguna vez tuvo entre las piernas, también debía saber mejor que mucha gente que su risa no era ninguna mofa o sarcasmo. Los pensamientos de los niños son transparentes, y Helga tenía experiencia con los niños… ¿Verdad?
—¡Joder, bruja, así que estás aquí otra vez! ¡Vivita y coleando y con un humor de perros! ¡Ésta es, sin duda, la mejor noticia del día! —confesó, una vez se hubo recuperado, mientras se dedicaba a hacerle un nuevo examen con la vista, pero en esa ocasión, acompañándolo de una descarada sonrisa de oreja a oreja— ¿En serio? ¿Eso es lo único que se te ocurre decir a ti sabiendo que estamos los dos de una pieza? ¡Siempre tan aguafiestas! ¿Acaso tengo que creerme que tú no te alegras ni siquiera un poquito de verme a mí? —negó con la cabeza, todavía con algunos retales de aquella felicidad presentes en la expresión de su rostro— ¿Perdonarme? ¿Por qué crees que quiero hablar de perdón precisamente contigo? Que yo sepa, nunca te mentí sobre el futuro, algo de lo que me he enterado que tú, por el contrario, no puedes presumir. Al menos, no conmigo.
Ah, sí, ahora venía otra de las grandes cuestiones que ella desenterraba con su regreso, y que Thibault había hallado escritas de su puño y letra en el diario lleno de polvo que terminó en sus garras. ¿Aquello también había sido producto del azar, eterna y misteriosa Helga, o tenías algo que decir al respecto de una vez por todas?
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Re: Even in Death — Privado
Había hecho de la magia un estigma que traería consecuencias terribles para toda su existencia, y, probablemente, para las siguientes vidas. Había jugado con cosas nefastas, incluso desafió a los mismísimos dioses en su ignorancia. ¿Y para qué sirvió? La juventud de la que alguna vez fue Luisa, más allá de estar rodeada de las vastas comodidades de la realeza, la condujo por caprichos absurdos, hasta llevarla a la terrible presencia del capitán Van der Decken, incluso hasta llegar a relacionarse de maneras más íntimas con éste cuando se había unido en "santo" matrimonio con Enrique III de Francia. Pero aquello fue el principio del fin de sus propias acciones. Quizá había derivado en un castigo por parte del Altísimo debido a su imprudencia, cuando tantas veces los manuscritos dejados por Paracelso advertían, con toda la seriedad de su puño y letra, que los secretos alquímicos no debían tomarse como simples dogmas para el cumˋplimiento de deseos infantiles.
Tarde se dio cuenta de la realidad en la que se había sometido por su mala cabeza. Sin embargo, quiso remendar sus errores de la mejor manera posible. Ella, en antaño, jamás llegó a concebir que iba a sucumbir ante algo que iba más allá de las relaciones casuales. Todas sus arrogancias fueron golpeadas por la tempestad y la verdad que siempre quiso dejar en penumbras. ¿Podría llegar a arrepentirse de las consecuencias? No, porque fueron una segunda oportunidad para enmendar sus propias faltas. Su hija fue la mayor recompensa que tendría jamás; pero también tuvo que reconocer que Eloise había nacido de la unión inevitable con alguien que llegó a significar mucho en ese pasado, y por eso tomaba la partida de él como una traición, aún sabiendo la verdad tras su oficio... Y todavía en su lecho de muerte, cuando reconoció cuánto llegó a amarlo, no fue capaz de contarle la verdad a su niña.
Y ahí estaban de nuevo, unidos por las jugarretas del destino, encargado de atar los cabos sueltos de maneras curiosas. Helga no creyó tener una segunda oportunidad luego de la anterior vida. Y cuando recordó todo, como si retomara de nuevo lo que dejó atrás hace dos siglos, llegó a cuestionarse si todo eso tendría verdadero sentido. Había pasado demasiado tiempo, y quizá, esas personas claves para el significado de su propia existencia, ya se habrían esfumado al otro plano, o sencillamente hubieran encarnado sin la posibilidad de redención, sino para empezar de cero con una nueva marca de nacimiento. Pero la única presencia de Thibault, en esa noche tan oscura y serena, le hizo comprender que no era como ella pensó; que era justamente como había intuido, y la misma Atia se lo confirmó en diferentes ocasiones.
Desde luego, Thibault no sólo le recordó aquello, sino que despertó ese mismo rencor que sintió cuando se largó sin dar demasiadas explicaciones. ¡De acuerdo! Era un maldito pirata, pero eso fue algo que ella no midió en lo más mínimo. ¡Por eso no le había contado de Eloise! Incluso cuando él tantas veces jugaba con la pequeña, sin tener la mínima sospecha de la verdad.
Le dolió en ese entonces, y ahora también lo hacía...
No fue capaz de asimilar esa risa, ni mucho menos sus palabras, como algo positivo. ¿Cómo iba a estar feliz de verla si antes no hizo nada para ganarse por completo su estima? Aunque Helga no fue la persona más honesta del mundo, sí que le seguían molestando ciertas cosas, y no se preocupaba en demostrarlo.
—¿Alegrarme? ¿De qué exactamente? Mi único deseo con respecto a ti, era que te marchitaras en la lejanía para siempre. Ya que decidiste irte en ese entonces, ¿por qué no hacerlo por la eternidad, verdad? Pero no, tenías que ser una de esas tantas chatarras que escupe el mar tarde o temprano —espetó, aún con la frialdad en su mirada, aunque por dentro su espíritu diera tumbos por querer derrumbarse—. Por eso no me creo eso que acabas de hacer. ¿Tienes idea de cuánto cambian las personas con el pasar de los siglos? Al menos los que se vuelven como tú.
Pero luego advirtió algo más que él dejó dándole vueltas en la cabeza. Había un sentido arcano. Quizá estaba siendo paranoica, y a pesar de haber sido hostil con su respuesta anterior, tuvo que encarar cualquier bazofia que Thibault fuera a decirle. ¿Y con qué derecho? Llegó a pensar.
—¿Y para qué necesito yo presumir alguna clase de honestidad contigo? Ni siquiera te la ganaste, Thibault. Así que no vengas a estas alturas con esa farsa. La lealtad y la verdad se ganan, no son gratuitas. Lamento decepcionarte. Ahora lárgate, tengo mejores cosas que hacer que estar hablando de cosas ya dejadas en el pasado...
Veamos cuál de los dos terminaba arrepentido antes.
Tarde se dio cuenta de la realidad en la que se había sometido por su mala cabeza. Sin embargo, quiso remendar sus errores de la mejor manera posible. Ella, en antaño, jamás llegó a concebir que iba a sucumbir ante algo que iba más allá de las relaciones casuales. Todas sus arrogancias fueron golpeadas por la tempestad y la verdad que siempre quiso dejar en penumbras. ¿Podría llegar a arrepentirse de las consecuencias? No, porque fueron una segunda oportunidad para enmendar sus propias faltas. Su hija fue la mayor recompensa que tendría jamás; pero también tuvo que reconocer que Eloise había nacido de la unión inevitable con alguien que llegó a significar mucho en ese pasado, y por eso tomaba la partida de él como una traición, aún sabiendo la verdad tras su oficio... Y todavía en su lecho de muerte, cuando reconoció cuánto llegó a amarlo, no fue capaz de contarle la verdad a su niña.
Y ahí estaban de nuevo, unidos por las jugarretas del destino, encargado de atar los cabos sueltos de maneras curiosas. Helga no creyó tener una segunda oportunidad luego de la anterior vida. Y cuando recordó todo, como si retomara de nuevo lo que dejó atrás hace dos siglos, llegó a cuestionarse si todo eso tendría verdadero sentido. Había pasado demasiado tiempo, y quizá, esas personas claves para el significado de su propia existencia, ya se habrían esfumado al otro plano, o sencillamente hubieran encarnado sin la posibilidad de redención, sino para empezar de cero con una nueva marca de nacimiento. Pero la única presencia de Thibault, en esa noche tan oscura y serena, le hizo comprender que no era como ella pensó; que era justamente como había intuido, y la misma Atia se lo confirmó en diferentes ocasiones.
Desde luego, Thibault no sólo le recordó aquello, sino que despertó ese mismo rencor que sintió cuando se largó sin dar demasiadas explicaciones. ¡De acuerdo! Era un maldito pirata, pero eso fue algo que ella no midió en lo más mínimo. ¡Por eso no le había contado de Eloise! Incluso cuando él tantas veces jugaba con la pequeña, sin tener la mínima sospecha de la verdad.
Le dolió en ese entonces, y ahora también lo hacía...
No fue capaz de asimilar esa risa, ni mucho menos sus palabras, como algo positivo. ¿Cómo iba a estar feliz de verla si antes no hizo nada para ganarse por completo su estima? Aunque Helga no fue la persona más honesta del mundo, sí que le seguían molestando ciertas cosas, y no se preocupaba en demostrarlo.
—¿Alegrarme? ¿De qué exactamente? Mi único deseo con respecto a ti, era que te marchitaras en la lejanía para siempre. Ya que decidiste irte en ese entonces, ¿por qué no hacerlo por la eternidad, verdad? Pero no, tenías que ser una de esas tantas chatarras que escupe el mar tarde o temprano —espetó, aún con la frialdad en su mirada, aunque por dentro su espíritu diera tumbos por querer derrumbarse—. Por eso no me creo eso que acabas de hacer. ¿Tienes idea de cuánto cambian las personas con el pasar de los siglos? Al menos los que se vuelven como tú.
Pero luego advirtió algo más que él dejó dándole vueltas en la cabeza. Había un sentido arcano. Quizá estaba siendo paranoica, y a pesar de haber sido hostil con su respuesta anterior, tuvo que encarar cualquier bazofia que Thibault fuera a decirle. ¿Y con qué derecho? Llegó a pensar.
—¿Y para qué necesito yo presumir alguna clase de honestidad contigo? Ni siquiera te la ganaste, Thibault. Así que no vengas a estas alturas con esa farsa. La lealtad y la verdad se ganan, no son gratuitas. Lamento decepcionarte. Ahora lárgate, tengo mejores cosas que hacer que estar hablando de cosas ya dejadas en el pasado...
Veamos cuál de los dos terminaba arrepentido antes.
Helga Fokke- Hechicero Clase Media
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Re: Even in Death — Privado
El primer recuerdo que albergó de Helga fueron sus ojos. Un aspecto, a primera vista, poco original si considerábamos cuán objetiva resultaba la belleza de aquella mirada fría e indomable que la descendiente de alquimistas blandía por encima del hombro. Sin embargo, no había que olvidarse de que la primera vez que se fulminaron a través del tiempo y el espacio también fue con un Thibault adolescente, un intrépido precoz que llevaba desde los trece años criándose entre delincuentes de aguas salvajes y enfermos de la gloria y la fama. Un muchacho que, por tanto, hacía de cada experiencia nueva una aventura. Y todo lo que le acabaría pasando, antes y después, con aquella bruja que el pasado le devolvía de un golpe más placentero de lo que ella estaría dispuesta a reconocerse a sí misma, sin lugar a dudas, se trataba de una jodida aventura. Una aventura a la que, a pesar de lo endiabladamente complicado —muy apropiado, pues cada uno a su manera hacía su servicio al diablo— que fuera aquel dúo reunido ahora tras un amplio y demencial letargo, podían volver a mirar directamente a la cara.
Sí, algunos no tenían miedo a mentar lo que habían echado de menos. Pero él no lo haría de todas maneras. Al menos, no esa noche que veía arder en las pupilas rabiosas que una vez lo taladraron fijamente antes de besarlo. ¿Tan utópico se hacía ya aquel tipo de escenas?
—Bruja, no tengo ninguna intención de iniciar un debate filosófico contigo. Ojo, no porque seas una mala conversadora. De hecho, todo lo contrario, enseñaste muchas cosas a este jovenzuelo que a día de hoy te saca más de un siglo. ¡Qué puto, este destino! ¿No te parece? —replicó sin remilgos, tal y como ella debía recordar ya de aquel cabestro al que quizá supiera manejar durante un tiempo que definitivamente había acabado—. ¿Que la verdad se gana, dices? ¡Ja! ¡Y luego me acusarán de presumido a mí! ¡Qué ironía! ¿Así es como te justificas para no volver al infierno por tus pecados en tu segunda oportunidad con la vida? He visto a ladronzuelos poner mejores excusas cuando han sido cazados en el acto. Tu subordinado de antes, sin ir más lejos, tiene más agallas que tú para dar la cara.
Aun así, ahí lo teníais, replicando y contradiciéndose, por supuesto. ¿Por quién le tomabais? ¡Claro que tenía ganas de discutir con ella después de tantos decenios pensando que no volvería a hacerlo nunca! Una lástima que la hechicera estuviera demasiado nublada por su propio enfado como para darse cuenta de que, en realidad, tenía muchos más recursos para avanzar hacia el caparazón de aquel monstruo marítimo de lo que pocas personas vivas se vanagloriaban en el presente.
—La verdad no es algo que se gane, no es una puta apuesta ni un juego en el que tú pongas las reglas. La verdad estaba y estará ahí mucho antes que cualquiera de nosotros, es para todos y para nadie, por eso nadie tiene derecho a retenerla en su beneficio. Fue justo lo que tú hiciste en su día, supongo que por tus inseguridades respecto a mí. En resumidas cuentas, por tu miedo a un hecho que, sin embargo, ya sabías desde que te aventuraste a conocer más de la cuenta a un maldito 'grumetillo' —habló, y por primera vez en todo aquel encuentro, alargó distancias y caminó por la cubierta con su dominancia habitual, hasta apoyar un costado del cuerpo en una de las vigas del navío que había cerca de la espalda de Helga y cruzarse de brazos para seguir comiéndosela con la mirada—. No fue algo que yo te hiciera a ti, yo jamás le he negado a nadie la verdad más absoluta cuando deciden adentrarse en mis locuras y ponerse a acariciar a la bestia: que algún día me iré, tal y como el Skyfall lleva haciendo desde que lo pisé. Tal y como los piratas de todo el mundo llevan haciendo desde que aprendieron a navegar.
El jodido Sangre Negra nunca se iba 'sin dar explicaciones', porque no había mayor explicación que su oficio. De repente, se hacían dolorosamente evidentes las ocurrencias chistosas del destino que en el momento presente cambiaban las tornas entre la madura hechicera y el aprendiz de William Death. Helga ya no sólo había dejado de superarlo en edad, sino que el chiquillo de diecisiete años se había puesto por delante en la carrera al llevar mucho más tiempo vivo. Si ella no era capaz de ver que a pesar de lo bien que conservaba su espíritu, ahora estaba hablando con un vampiro muchísimo más curtido en mil sentidos, se debía sólo a su indignada cabezonería.
—Sí, hechicera sabelotodo, tengo una ligera idea de 'cuánto cambian las personas con el pasar de los siglos' porque, para empezar, los llevo viviendo mucho más tiempo que tú. Y según parece, tampoco soy el único de tu antigua vida en hacerlo —afirmó, volviendo así a incidir en aquel punto, en aquel tema, en aquella herida abierta por la que un día saliera esa vida que, al fin y al cabo, habían creado entre los dos. Si acaso el parto podía describirse de aquella manera tan peculiar, pero había que tener en cuenta que hablábamos de la mente bruta de un loco—. Por esa patética regla de tres tuya, ¿a mis ojos te habrías ganado la verdad de la que yo dispongo en estos momentos y que tú desconoces aún? Dime, ¿debo seguir tu ejemplo, maestra, o ser todo lo honesto que tú no eres por los dos?
Sus gestos, sus ojos, su cuerpo, su voz, todo indicaba que no pensaba moverse de allí. Por mucho que quisiera echarlo, todavía no habían acabado de ponerse al día y aunque no fuera el capitán de aquel barco, pensaba permanecer allí incluso si se hundía. Quizá así Helga entendiera de una maldita vez que esa lealtad que tanto le había recriminado, ella ya la hubo sostenido entre sus manos hace mucho. Nunca demasiado. ¿Podrían repetir la historia?
Sí, algunos no tenían miedo a mentar lo que habían echado de menos. Pero él no lo haría de todas maneras. Al menos, no esa noche que veía arder en las pupilas rabiosas que una vez lo taladraron fijamente antes de besarlo. ¿Tan utópico se hacía ya aquel tipo de escenas?
—Bruja, no tengo ninguna intención de iniciar un debate filosófico contigo. Ojo, no porque seas una mala conversadora. De hecho, todo lo contrario, enseñaste muchas cosas a este jovenzuelo que a día de hoy te saca más de un siglo. ¡Qué puto, este destino! ¿No te parece? —replicó sin remilgos, tal y como ella debía recordar ya de aquel cabestro al que quizá supiera manejar durante un tiempo que definitivamente había acabado—. ¿Que la verdad se gana, dices? ¡Ja! ¡Y luego me acusarán de presumido a mí! ¡Qué ironía! ¿Así es como te justificas para no volver al infierno por tus pecados en tu segunda oportunidad con la vida? He visto a ladronzuelos poner mejores excusas cuando han sido cazados en el acto. Tu subordinado de antes, sin ir más lejos, tiene más agallas que tú para dar la cara.
Aun así, ahí lo teníais, replicando y contradiciéndose, por supuesto. ¿Por quién le tomabais? ¡Claro que tenía ganas de discutir con ella después de tantos decenios pensando que no volvería a hacerlo nunca! Una lástima que la hechicera estuviera demasiado nublada por su propio enfado como para darse cuenta de que, en realidad, tenía muchos más recursos para avanzar hacia el caparazón de aquel monstruo marítimo de lo que pocas personas vivas se vanagloriaban en el presente.
—La verdad no es algo que se gane, no es una puta apuesta ni un juego en el que tú pongas las reglas. La verdad estaba y estará ahí mucho antes que cualquiera de nosotros, es para todos y para nadie, por eso nadie tiene derecho a retenerla en su beneficio. Fue justo lo que tú hiciste en su día, supongo que por tus inseguridades respecto a mí. En resumidas cuentas, por tu miedo a un hecho que, sin embargo, ya sabías desde que te aventuraste a conocer más de la cuenta a un maldito 'grumetillo' —habló, y por primera vez en todo aquel encuentro, alargó distancias y caminó por la cubierta con su dominancia habitual, hasta apoyar un costado del cuerpo en una de las vigas del navío que había cerca de la espalda de Helga y cruzarse de brazos para seguir comiéndosela con la mirada—. No fue algo que yo te hiciera a ti, yo jamás le he negado a nadie la verdad más absoluta cuando deciden adentrarse en mis locuras y ponerse a acariciar a la bestia: que algún día me iré, tal y como el Skyfall lleva haciendo desde que lo pisé. Tal y como los piratas de todo el mundo llevan haciendo desde que aprendieron a navegar.
El jodido Sangre Negra nunca se iba 'sin dar explicaciones', porque no había mayor explicación que su oficio. De repente, se hacían dolorosamente evidentes las ocurrencias chistosas del destino que en el momento presente cambiaban las tornas entre la madura hechicera y el aprendiz de William Death. Helga ya no sólo había dejado de superarlo en edad, sino que el chiquillo de diecisiete años se había puesto por delante en la carrera al llevar mucho más tiempo vivo. Si ella no era capaz de ver que a pesar de lo bien que conservaba su espíritu, ahora estaba hablando con un vampiro muchísimo más curtido en mil sentidos, se debía sólo a su indignada cabezonería.
—Sí, hechicera sabelotodo, tengo una ligera idea de 'cuánto cambian las personas con el pasar de los siglos' porque, para empezar, los llevo viviendo mucho más tiempo que tú. Y según parece, tampoco soy el único de tu antigua vida en hacerlo —afirmó, volviendo así a incidir en aquel punto, en aquel tema, en aquella herida abierta por la que un día saliera esa vida que, al fin y al cabo, habían creado entre los dos. Si acaso el parto podía describirse de aquella manera tan peculiar, pero había que tener en cuenta que hablábamos de la mente bruta de un loco—. Por esa patética regla de tres tuya, ¿a mis ojos te habrías ganado la verdad de la que yo dispongo en estos momentos y que tú desconoces aún? Dime, ¿debo seguir tu ejemplo, maestra, o ser todo lo honesto que tú no eres por los dos?
Sus gestos, sus ojos, su cuerpo, su voz, todo indicaba que no pensaba moverse de allí. Por mucho que quisiera echarlo, todavía no habían acabado de ponerse al día y aunque no fuera el capitán de aquel barco, pensaba permanecer allí incluso si se hundía. Quizá así Helga entendiera de una maldita vez que esa lealtad que tanto le había recriminado, ella ya la hubo sostenido entre sus manos hace mucho. Nunca demasiado. ¿Podrían repetir la historia?
Última edición por Thibault "Black Blood" el Mar Ene 23, 2018 8:54 pm, editado 1 vez
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Re: Even in Death — Privado
Él no tenía ni idea, ni la tendría nunca, de cómo se sentía, o mejor dicho, cómo llegó a sentirse en ese entonces, y que ahora revivía como si todo el peso de su vida pasada le hubiera caído encima. Sí, por supuesto que había cometido errores, lo reconocía, pero ninguno lo lamentaba más que lo ocurrido con su pequeña. Por ella es que decidió luchar contra sus demonios y continuar adelante, incluso arriesgarse a que Enrique llegara a descubrir la verdad; aun así, él realmente logró mostrarse como un apoyo real. La ayudó a mantener a Eloise alejada de cualquier peligro en el reino, y eso lo agradecía profundamente. Así pudo encargarse de cuidarla, a pesar de que la magia iba agotando su existencia, hasta que no pudo hacer nada, salvo aferrarse a una existencia próxima, a una oportunidad que justo en ese momento estaba teniendo, con la intención clara de que tendría que terminar los asuntos pendientes de antaño.
Así pues, Thibault no tenía ni una maldita pizca de idea de todo lo relacionado con ella. Por más que tuvieron alguna clase de relación efímera antes, él realmente era un ignorante más en su propia historia. Por más que Eloise compartiera sus genes, eso no lo hacía parte de nada que tuviera que ver con ninguna. Ambas habían tenido que apañárselas solas, y lamentaba profundamente no haber podido culminar su propósito más ambicioso: destruir al espíritu de van der Decken de una vez por todas. ¡Pero ahora lo haría, maldición!
Helga llegó a recordarlo con auténtico odio, un odio que hizo que su propias energías reaccionaran de manera negativa, incluso sintió un hormigueo recorriéndole las manos hasta llegar a la punta de los dedos. En ese instante todo a su alrededor se nubló y sólo emergían tinieblas de todos los rincones del barco; la voz de Thibault se convirtió en un murmullo que no alcanzaba a oír, y que tampoco quería escuchar. Simplemente se centró en sus deseos de venganza, de destrucción, de acabar con aquello que tanto daño le había hecho a su pequeña...
Empuñó de manera inconsciente las manos hasta hacerse daño con las uñas. Cada músculo se le había puesto rígido. Sin embargo, esa reacción no era precisamente culpa de Thibault. Aunque hubiera provocado un poco de malestar, Helga no lo odiaba; por más que le recriminara su actitud, no albergaba esos sentimientos hacia él. Dolida sí estaba, y molesta también, pero jamás tendría por qué sentir odio por ese cabezota, tanto como sentía en ese momento.
—¡Ya cállate de una maldita vez! —gruñó, sin darle la cara. Definitivamente algo había cambiado en ella, a pesar de que estuviera luchando por controlarlo—. ¿Tú qué diablos vas a saber, Thibault? ¡Siempre te importó tu puta libertad y tu mendigo barco! No sabes más que escupir tonterías e ignorar el maldito mundo a tu alrededor. ¿Cómo piensas que me voy a creer que te alegras de verme? ¡No seas hipócrita!
Recordaba entonces las quejas de una Eloise más pequeña, que no podía conciliar el sueño por un terrible dolor de cabeza, o las veces que no paraba de llorar porque sentía miedo... A Helga le dolía, como si le estuvieran clavando dagas en el pecho, sin verse en la posibilidad de hacer algo para evitarlo aunque se esforzara arduamente en hacerlo.
—Sólo te fijas en lo que está afuera, pero jamás te has preguntado qué hay dentro, ¿o me equivoco? Y aunque tengas mil años, jamás lo entenderás, porque seguirás siendo un egoísta —le recriminó al girarse para enfrentarlo. Aún tenía las manos empuñadas, intentando calmar la rabia y ese odio que se apoderaban de ella—. Claro, la culpa es mía por haberme metido contigo... ¡Claro! La culpa es del más vulnerable, como siempre. ¿Esa es tu valiente excusa? Porque si vamos a hablar de excusas, tú te llevas el premio y lo sabes. Cometí errores, pero, ¿te haces una idea siquiera de por qué lo hice? ¡No! Porque nunca te importó. Y si antes no hiciste el esfuerzo de averiguar nada, menos lo vas a hacer después de dos siglos.
Se mordió la lengua; tarde se dio cuenta de que era inútil seguir dándole tantas vueltas al tema. Estaba cansada, agobiada por la cantidad de energía que llegó a contener en ese momento. Era contraproducente hacer eso. A pesar de que pudiera ser la hechicera más poderosa de todo el universo conocido, seguía teniendo un cuerpo mortal y vulnerable, que fácilmente se agotaba con el uso excesivo.
—Por favor, Thibault, ya vete. No quiero oír verdades de nadie, y mucho menos tuyas, porque ya bastante tengo con las mías. —Le hizo un ademán con la mano para que se marchara, aún dudando si lo haría o no. Daba igual—. Ya bastante daño me hice con todo esto. No sigas picando la herida. Ya basta...
Así pues, Thibault no tenía ni una maldita pizca de idea de todo lo relacionado con ella. Por más que tuvieron alguna clase de relación efímera antes, él realmente era un ignorante más en su propia historia. Por más que Eloise compartiera sus genes, eso no lo hacía parte de nada que tuviera que ver con ninguna. Ambas habían tenido que apañárselas solas, y lamentaba profundamente no haber podido culminar su propósito más ambicioso: destruir al espíritu de van der Decken de una vez por todas. ¡Pero ahora lo haría, maldición!
Helga llegó a recordarlo con auténtico odio, un odio que hizo que su propias energías reaccionaran de manera negativa, incluso sintió un hormigueo recorriéndole las manos hasta llegar a la punta de los dedos. En ese instante todo a su alrededor se nubló y sólo emergían tinieblas de todos los rincones del barco; la voz de Thibault se convirtió en un murmullo que no alcanzaba a oír, y que tampoco quería escuchar. Simplemente se centró en sus deseos de venganza, de destrucción, de acabar con aquello que tanto daño le había hecho a su pequeña...
Empuñó de manera inconsciente las manos hasta hacerse daño con las uñas. Cada músculo se le había puesto rígido. Sin embargo, esa reacción no era precisamente culpa de Thibault. Aunque hubiera provocado un poco de malestar, Helga no lo odiaba; por más que le recriminara su actitud, no albergaba esos sentimientos hacia él. Dolida sí estaba, y molesta también, pero jamás tendría por qué sentir odio por ese cabezota, tanto como sentía en ese momento.
—¡Ya cállate de una maldita vez! —gruñó, sin darle la cara. Definitivamente algo había cambiado en ella, a pesar de que estuviera luchando por controlarlo—. ¿Tú qué diablos vas a saber, Thibault? ¡Siempre te importó tu puta libertad y tu mendigo barco! No sabes más que escupir tonterías e ignorar el maldito mundo a tu alrededor. ¿Cómo piensas que me voy a creer que te alegras de verme? ¡No seas hipócrita!
Recordaba entonces las quejas de una Eloise más pequeña, que no podía conciliar el sueño por un terrible dolor de cabeza, o las veces que no paraba de llorar porque sentía miedo... A Helga le dolía, como si le estuvieran clavando dagas en el pecho, sin verse en la posibilidad de hacer algo para evitarlo aunque se esforzara arduamente en hacerlo.
—Sólo te fijas en lo que está afuera, pero jamás te has preguntado qué hay dentro, ¿o me equivoco? Y aunque tengas mil años, jamás lo entenderás, porque seguirás siendo un egoísta —le recriminó al girarse para enfrentarlo. Aún tenía las manos empuñadas, intentando calmar la rabia y ese odio que se apoderaban de ella—. Claro, la culpa es mía por haberme metido contigo... ¡Claro! La culpa es del más vulnerable, como siempre. ¿Esa es tu valiente excusa? Porque si vamos a hablar de excusas, tú te llevas el premio y lo sabes. Cometí errores, pero, ¿te haces una idea siquiera de por qué lo hice? ¡No! Porque nunca te importó. Y si antes no hiciste el esfuerzo de averiguar nada, menos lo vas a hacer después de dos siglos.
Se mordió la lengua; tarde se dio cuenta de que era inútil seguir dándole tantas vueltas al tema. Estaba cansada, agobiada por la cantidad de energía que llegó a contener en ese momento. Era contraproducente hacer eso. A pesar de que pudiera ser la hechicera más poderosa de todo el universo conocido, seguía teniendo un cuerpo mortal y vulnerable, que fácilmente se agotaba con el uso excesivo.
—Por favor, Thibault, ya vete. No quiero oír verdades de nadie, y mucho menos tuyas, porque ya bastante tengo con las mías. —Le hizo un ademán con la mano para que se marchara, aún dudando si lo haría o no. Daba igual—. Ya bastante daño me hice con todo esto. No sigas picando la herida. Ya basta...
Helga Fokke- Hechicero Clase Media
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Re: Even in Death — Privado
Cualquier ser humano, o sobrenatural que aún mantuviera contacto con sus impulsos de humanidad, se hubiera venido abajo en aquel preciso instante, o en realidad muchísimo antes, durante la constante desconsideración con la que aquella bruja tan astuta gestionaba su despecho en voz alta y con un volumen cada vez mayor. ¿A quién no se le desgarraría el corazón de tenerlo? Pues, contrario a todas las leyendas, al temor necesario e inseparable de la piratería, o al continuo desconcierto que producía su comportamiento personal, Thibault tenía un corazón. No obstante, hablar de ello era tan sumamente… bueno, quizá no complicado, pero sí peligroso, aunque sólo fuera por los desafíos mentales que suponía hacerlo sin acabar finalmente con una camisa de fuerza y perdiendo la razón en el intento. Pero a pesar de toda esa realidad, más o menos cercana para determinadas personas que lo conocían en la intimidad, el capitán no se vino abajo.
Puede que hubiera sido un iluso integral al esperar que aquella antigua amante reaccionara con la cabeza fría en aquel reencuentro. No sólo estaba gritando un centenar de cosas que si rebuscaba en ese pasado que compartían y se dejaba embriagar por lo que había aprendido de aquel compañero —que no había sido algo que hubieran logrado muchos otros ni otras—, sabría ver que no eran ciertas. Un hombre que vivía de sobrevivir con un credo como el suyo sencillamente no podía 'ignorar al maldito mundo a su alrededor' y ese hombre sí se preguntaba constantemente lo que había dentro, pero no por ello iba a decidirse a entrar si las únicas veces que no le habían juzgado y seguían sin juzgarle siempre le habían pasado 'afuera'. A él siempre le habían importado los errores que pudieran cometer ambos y por descontado, por encima de todas y cada una de 'esas verdades' que Helga se empeñaba en rechazar, sí que se alegraba de verla. Por mucho que le pesara a la ira embravecida de aquellos ojos claros que volvían a acusar al marino, la sinceridad nunca había sido el problema del invicto Sangre Negra.
—Sí, me imagino que pensar todo eso de mí te lo hará mucho más sencillo —sentenció sin más, con su voz grave, ronca, sacada de los mismísimos infiernos y aun así, sorprendentemente calmada en comparación a la de la mujer. ¿Quién iba a decir que las actitudes quedarían repartidas de ese modo entre una severa hechicera y un pirata apasionado?— Aquí la única que ha hablado de 'culpas' eres tú. Yo no te he acusado de vulnerabilidad y para 'excusarme' primero de todo me tendría que sentir atacado y aunque claramente lo estés haciendo y tus frases no sean más que ataques, no tengo ningún cargo de conciencia por haberme acercado a ti y después haberme ido a proseguir un camino que tú de todas maneras tampoco confesaste que desearas compartir. Me llamas a mí egoísta, pero tú no haces más que negar tu responsabilidad en algo que, fuese lo que fuese, incluía a dos personas. A tres, en realidad, y esto último no sólo he tenido que descubrirlo por mi propia cuenta después de decenios, sino que además eres completa y absolutamente incapaz de decírmelo tú misma a la puta cara cuando esta segunda vida te da una nueva oportunidad para hacerlo.
Sabía que llegados a ese estado tan hermético en una de las mujeres más complejas que le habían otorgado los placeres intrépidos de la existencia, no serviría de nada hacerle entender todo aquello. La muy terca estaba continuamente a la defensiva y una de las cosas que Thibault le había replicado portaba una gran fuerza y es que el orgullo de ella no siempre le había permitido leerla. Le tenía rencor por haberse ido y sin embargo, nunca le había llegado a pedir que se quedara. Tal vez se lo diría con esas mismas palabras en algún momento, cuando estuviera dispuesta a mirar en su fuero interno y le ayudara a comprender quién era realmente la misteriosa e invencible Helga. ¡Por favor, que ninguno de ellos había estado nunca libre de pecado en aquella relación! ¿O también habría que refrescarle la memoria y recordarle que en sus inicios, se había acostado y chantajeado a un chaval de diecisiete años del que luego se llevó incluso su sangre para aquel jodido hechizo? ¿Y acaso se preocupó por si la odiaría antes de que el destino volviera a reunirlos más tarde? ¿Por qué ahora que se encontraban otra vez cara a cara, contra viento, marea y muerte, las quejas iban únicamente dirigidas a él? Si no tuviera a la justicia persiguiéndolo por mar y tierra, apelaría ahora mismo a ella.
—Me largaría, pero resulta que hay ciertas verdades que no son sólo tuyas ni mías. En otras palabras, y como al ignorar mis preguntas de antes, asumo que acabas de cederme a mí todo el trabajo de la honestidad, te lo diré de una forma más basta: si querías poder librarte de mí en estos momentos, no haberme ocultado que pariste a un retoño con ayuda de mi equipamiento. —Y aún estaba siendo muy fino para tratarse de él— Era aquella cría, ¿verdad? Joder, incluso la sostuve entre mis brazos, jugaba con ella, la cuidaba. Y tú ahí, mirándolo todo sin hacer nada, callada como una puta. Puedo entender lo que te impulsó a cerrar la boca entonces, Luísa de Lorena, pero sigo sin entender que tu única reacción en el jodido presente en el que me vuelves a tener delante sea la de evadirlo y echarme toda la mierda a mí encima.
Puede que hubiera sido un iluso integral al esperar que aquella antigua amante reaccionara con la cabeza fría en aquel reencuentro. No sólo estaba gritando un centenar de cosas que si rebuscaba en ese pasado que compartían y se dejaba embriagar por lo que había aprendido de aquel compañero —que no había sido algo que hubieran logrado muchos otros ni otras—, sabría ver que no eran ciertas. Un hombre que vivía de sobrevivir con un credo como el suyo sencillamente no podía 'ignorar al maldito mundo a su alrededor' y ese hombre sí se preguntaba constantemente lo que había dentro, pero no por ello iba a decidirse a entrar si las únicas veces que no le habían juzgado y seguían sin juzgarle siempre le habían pasado 'afuera'. A él siempre le habían importado los errores que pudieran cometer ambos y por descontado, por encima de todas y cada una de 'esas verdades' que Helga se empeñaba en rechazar, sí que se alegraba de verla. Por mucho que le pesara a la ira embravecida de aquellos ojos claros que volvían a acusar al marino, la sinceridad nunca había sido el problema del invicto Sangre Negra.
—Sí, me imagino que pensar todo eso de mí te lo hará mucho más sencillo —sentenció sin más, con su voz grave, ronca, sacada de los mismísimos infiernos y aun así, sorprendentemente calmada en comparación a la de la mujer. ¿Quién iba a decir que las actitudes quedarían repartidas de ese modo entre una severa hechicera y un pirata apasionado?— Aquí la única que ha hablado de 'culpas' eres tú. Yo no te he acusado de vulnerabilidad y para 'excusarme' primero de todo me tendría que sentir atacado y aunque claramente lo estés haciendo y tus frases no sean más que ataques, no tengo ningún cargo de conciencia por haberme acercado a ti y después haberme ido a proseguir un camino que tú de todas maneras tampoco confesaste que desearas compartir. Me llamas a mí egoísta, pero tú no haces más que negar tu responsabilidad en algo que, fuese lo que fuese, incluía a dos personas. A tres, en realidad, y esto último no sólo he tenido que descubrirlo por mi propia cuenta después de decenios, sino que además eres completa y absolutamente incapaz de decírmelo tú misma a la puta cara cuando esta segunda vida te da una nueva oportunidad para hacerlo.
Sabía que llegados a ese estado tan hermético en una de las mujeres más complejas que le habían otorgado los placeres intrépidos de la existencia, no serviría de nada hacerle entender todo aquello. La muy terca estaba continuamente a la defensiva y una de las cosas que Thibault le había replicado portaba una gran fuerza y es que el orgullo de ella no siempre le había permitido leerla. Le tenía rencor por haberse ido y sin embargo, nunca le había llegado a pedir que se quedara. Tal vez se lo diría con esas mismas palabras en algún momento, cuando estuviera dispuesta a mirar en su fuero interno y le ayudara a comprender quién era realmente la misteriosa e invencible Helga. ¡Por favor, que ninguno de ellos había estado nunca libre de pecado en aquella relación! ¿O también habría que refrescarle la memoria y recordarle que en sus inicios, se había acostado y chantajeado a un chaval de diecisiete años del que luego se llevó incluso su sangre para aquel jodido hechizo? ¿Y acaso se preocupó por si la odiaría antes de que el destino volviera a reunirlos más tarde? ¿Por qué ahora que se encontraban otra vez cara a cara, contra viento, marea y muerte, las quejas iban únicamente dirigidas a él? Si no tuviera a la justicia persiguiéndolo por mar y tierra, apelaría ahora mismo a ella.
—Me largaría, pero resulta que hay ciertas verdades que no son sólo tuyas ni mías. En otras palabras, y como al ignorar mis preguntas de antes, asumo que acabas de cederme a mí todo el trabajo de la honestidad, te lo diré de una forma más basta: si querías poder librarte de mí en estos momentos, no haberme ocultado que pariste a un retoño con ayuda de mi equipamiento. —Y aún estaba siendo muy fino para tratarse de él— Era aquella cría, ¿verdad? Joder, incluso la sostuve entre mis brazos, jugaba con ella, la cuidaba. Y tú ahí, mirándolo todo sin hacer nada, callada como una puta. Puedo entender lo que te impulsó a cerrar la boca entonces, Luísa de Lorena, pero sigo sin entender que tu única reacción en el jodido presente en el que me vuelves a tener delante sea la de evadirlo y echarme toda la mierda a mí encima.
Última edición por Thibault "Black Blood" el Lun Abr 16, 2018 10:03 pm, editado 1 vez
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Re: Even in Death — Privado
Toda aquella discusión le había drenado la energía hasta el cansancio; hasta hartarla lo suficiente como para pedirle a Thibault que se largara. Quizá esta era una nueva vida, una encarnación que le daba la posibilidad de enmendar los errores del pasado, pero también podía recordar, con una increíble lucidez, todo ese rencor que llevó consigo a la tumba en aquel entonces, y que ahora, luego de casi doscientos años, no podía hacer a un lado así nada más. Temía volver a cargar con el peso de esa cruz, y que jamás podría recuperarse por todo lo mal obrado en su vida anterior. Incluso había sido la principal culpable de lo que le ocurrió a su pequeña en ese entonces, algo por lo que no paraba de condenarse, ni siquiera cuando los recuerdos empezaron a arribar a su mente. Tal vez Eloise ya no existiera, y no tendría la oportunidad de pedirle perdón por todo. Aun así, al tener a Thibault enfrente, cabía la posibilidad de que su hija también hubiera adquirido esa maldición de la que eran dueños los vampiros.
Oh, pero eso significaba otra cosa, que el alma de Van der Decken pudiera seguir atada a este mundo, reclamando insaciable el dominio de su barco maldito, lo que la llevaba a preguntarse, ¿cuánto daño había hecho por no controlar su magia? Más del que habría pensado, porque fue una egoísta, como mínimo. ¡Y tanto que odiaba reconocerlo! Sin embargo, de su orgullo lo que quedaban eran cenizas, porque el golpe que recibió por la presencia de ese necio llegó a abrumarla. Inclusive sus palabras le escocían en lo más profundo, sin embargo, no flaqueó, no cuando estuvo a punto de hacerlo.
Helga siempre había sido una mujer fuerte, que poco se doblegaba ante las circunstancias, y que andaba con paso de hierro de manera constante. Aunque el pasado le recriminaba sus actos de antaño, ella permanecía invicta, porque siempre tenía la nueva oportunidad de almodarse y hallar soluciones. No obstante, teniendo a Thibault en su mismo territorio, se dio cuenta de que no era así, que seguía siendo tan testaruda como antes. ¿Y cómo no? Si todavía le seguían doliendo muchas cosas. Una parte de ella no dejaba de sentir el aguijonazo de la traición, cuando ni tuvo el coraje para enfrentar sus propios sentimientos.
¿Lo haría ahora? No lo sabía. Ni era capaz de poner en orden sus pensamientos, demasiado complejos en ese momento como para sacar conclusiones tan aprisa. Pero al verse descubierta, luego de tanto tiempo, no era algo que precisamente iba a pasar por alto. Esa conversación la iban a tener tarde o temprano. Y si no había sido en antaño, lo sería en ese nuevo presente.
—Veo que te diste la tarea de averiguar más sobre mi yo de ese entonces. Bien, entonces vamos a ponernos sinceros, si eso es lo que quieres, Thibault —habló finalmente, aún con el orgullo queriendo arrancarle todo por dentro—. Sí, era Luisa de Lorena, reina consorte de Francia por aquella época. Tuve una hija a escondidas de todos, menos de Enrique, el rey. ¿Por qué? Porque necesitaba protegerla, y para ello él tenía que creer que era suya. ¿Tienes una idea? Si recuerdas, la niña tenía un detalle en su nuca que podría hacerla pasar por algo fuera de este mundo, y las consecuencias iban a ser peores si descubrían que yo era una bruja. ¿Estás entendiendo o tengo que seguir explicándolo?
Se acercó finalmente a él. Ya no había rabia en su mirada, sólo ese sentimiento de derrota, incluso de dolor, que le provocaba hablar sobre eso.
—Es más, las cosas serían terribles para ella si, además, se enteraban que no era la hija legítima del rey. La iban a sacrificar, Thibault. ¿Tú crees que dejaría a mi hija correr semejante riesgo? Porque, a ver, ¿qué ibas a hacer tú si te enterabas de la verdad? Apenas cuando pudiste, te largaste, y eso fue un motivo de peso para no creer que algo más existiría entre nosotros —afirmó—. ¿De qué sirve que te enteres a estas alturas? Me sacrifique antes de poder separarla de esa cosa que la atormentaba día y noche... Tú no estabas para saberlo, ¿por qué habría creer que ahora, en este presente, las cosas marcharán mejor? Explícame, porque, al menos para mí, no tiene sentido.
Oh, pero eso significaba otra cosa, que el alma de Van der Decken pudiera seguir atada a este mundo, reclamando insaciable el dominio de su barco maldito, lo que la llevaba a preguntarse, ¿cuánto daño había hecho por no controlar su magia? Más del que habría pensado, porque fue una egoísta, como mínimo. ¡Y tanto que odiaba reconocerlo! Sin embargo, de su orgullo lo que quedaban eran cenizas, porque el golpe que recibió por la presencia de ese necio llegó a abrumarla. Inclusive sus palabras le escocían en lo más profundo, sin embargo, no flaqueó, no cuando estuvo a punto de hacerlo.
Helga siempre había sido una mujer fuerte, que poco se doblegaba ante las circunstancias, y que andaba con paso de hierro de manera constante. Aunque el pasado le recriminaba sus actos de antaño, ella permanecía invicta, porque siempre tenía la nueva oportunidad de almodarse y hallar soluciones. No obstante, teniendo a Thibault en su mismo territorio, se dio cuenta de que no era así, que seguía siendo tan testaruda como antes. ¿Y cómo no? Si todavía le seguían doliendo muchas cosas. Una parte de ella no dejaba de sentir el aguijonazo de la traición, cuando ni tuvo el coraje para enfrentar sus propios sentimientos.
¿Lo haría ahora? No lo sabía. Ni era capaz de poner en orden sus pensamientos, demasiado complejos en ese momento como para sacar conclusiones tan aprisa. Pero al verse descubierta, luego de tanto tiempo, no era algo que precisamente iba a pasar por alto. Esa conversación la iban a tener tarde o temprano. Y si no había sido en antaño, lo sería en ese nuevo presente.
—Veo que te diste la tarea de averiguar más sobre mi yo de ese entonces. Bien, entonces vamos a ponernos sinceros, si eso es lo que quieres, Thibault —habló finalmente, aún con el orgullo queriendo arrancarle todo por dentro—. Sí, era Luisa de Lorena, reina consorte de Francia por aquella época. Tuve una hija a escondidas de todos, menos de Enrique, el rey. ¿Por qué? Porque necesitaba protegerla, y para ello él tenía que creer que era suya. ¿Tienes una idea? Si recuerdas, la niña tenía un detalle en su nuca que podría hacerla pasar por algo fuera de este mundo, y las consecuencias iban a ser peores si descubrían que yo era una bruja. ¿Estás entendiendo o tengo que seguir explicándolo?
Se acercó finalmente a él. Ya no había rabia en su mirada, sólo ese sentimiento de derrota, incluso de dolor, que le provocaba hablar sobre eso.
—Es más, las cosas serían terribles para ella si, además, se enteraban que no era la hija legítima del rey. La iban a sacrificar, Thibault. ¿Tú crees que dejaría a mi hija correr semejante riesgo? Porque, a ver, ¿qué ibas a hacer tú si te enterabas de la verdad? Apenas cuando pudiste, te largaste, y eso fue un motivo de peso para no creer que algo más existiría entre nosotros —afirmó—. ¿De qué sirve que te enteres a estas alturas? Me sacrifique antes de poder separarla de esa cosa que la atormentaba día y noche... Tú no estabas para saberlo, ¿por qué habría creer que ahora, en este presente, las cosas marcharán mejor? Explícame, porque, al menos para mí, no tiene sentido.
Helga Fokke- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 07/10/2017
Localización : El vasto mar...
Re: Even in Death — Privado
Por primera vez desde que habían vuelto a abrir sus bocas para el otro en un terreno verbal, aparentemente lejos del magnetismo carnal que siempre habían sentido aunque él hubiera empezado en todo aquello como un crío precoz de diecisiete años, había un avance honesto en los ojos y las palabras que Helga usaba para cubrir su eterna coraza. Al fin, joder. ¿Tan condenados estaban a través del tiempo y el espacio que incluso cuando había una mejora tenía que ser a costa de un drama imbatible? Su relación no había sido ya lo bastante complicada desde un principio que todavía tenían que añadirse más agua bajo el puente...
Claro que a decir verdad, para derrumbar un puente construido entre dos personalidades como las suyas harían falta muchos más siglos y mucho más —sí, más— drama.
¿Que si se había tomado la tarea de averiguar más cosas sobre ella, decía? ¡Ah, si la maldita bruja supiera! O más bien, si aceptara la verdad que había salido de los labios de su antiguo amante nada más volver a tenerla delante y con vida: si se alegraba de verla era precisamente porque también la había echado de menos. ¿Y cómo se echa de menos a aquellos que ya no están en un alarde de sincero y letal masoquismo? Buscando lo que aún queda de ellos, lo que aún te puede contar cosas de ellos… Sólo que rara vez vuelven a ser ellos mismos, en carne y hueso, lo que queda y no es otra que su propia voz la que puede seguir contándote cosas. Thibault tenía ya unos cuantos años en su haber como para haber enterrado aquella necesidad autodestructiva de investigación hacia alguien que había hecho tanto en su historia como la secretamente monarca Helga —o bueno, Luisa de Lorena, jodidas reinas y sus nombrecitos—. Sin embargo, su memoria privilegiada y su nostalgia espontánea lo habían conducido hasta la presencia inmortal de su propia hija y, acto seguido, hasta la del viejo amor que lo hizo posible. La sola idea de una burda coincidencia resultaba difícil de digerir hasta para un estómago tan grotesco como el del pirata.
Aunque más grotesca debería parecernos la forma en la que acababa de definir el papel de Helga en su pasado. Thibault nunca había tenido problemas para llamar a las cosas por su nombre, pero eso no quería decir que el efecto de sus intimidades fuera menos intrigante para el mundo que se comía —y a veces, literalmente—.
—¿Apenas cuando pude, me largué? —repitió sus exactas palabras, mientras le daba un respiro a la mujer para que se recobrara del ejercicio de confesión que se había permitido de una vez. Fue entonces que pudo escuchar cómo la voz del capitán no perdía firmeza, pero sí aflojaba su dureza para escucharse con un tono de decepción. Casi diría 'tristeza' de no ser porque seguía proyectándolo desde el mismísimo infierno sobre el que navegaba. Podría haber explicado el por qué de resaltar aquella frase de todas las que había escupido su interlocutora, pero de nuevo, la posible madurez del desvergonzado Sangre Negra arrojó su metafórica luz —irónico y, al mismo tiempo, adecuado que en la vida real fuera lo único capaz de convertirlo en cenizas—en aquel encuentro al permitir que el silencio de su mirada lo dijera todo. ¿De qué les habían servido las palabras? A él le hacían parecer menos hombre de acción y a ella sólo le daban más munición para continuar aferrándose al rencor. Así que con sólo mirarla después de que finalmente se acercara por propia voluntad, sus ojos le devolvieron estampada la misma verdad que había confesado: que durante aquella etapa que compartieron en tierra firme el jodido lobo de mar se llegó a quedar sin excusas que lo mantuvieran cerca precisamente porque las estuvo alargando hasta lo más brutamente descarado, incluso para un cabestro semejante, sólo por estar más tiempo juntos. Alguien de su carácter desconocía por completo la emoción de la ofensa, pero una afirmación como aquélla que había dejado ir la hechicera podía, sin ningún atisbo de duda, tentar a la suerte— Lo entiendo —respondió, una vez transcurridos varios segundos desde el último aliento de Helga—. Ya te lo he dicho, puedo entender lo que te llevó a ocultármelo entonces, pero... ¿Lo que te ha llevado a ocultármelo ahora? Creo que es el miedo, y la vida no te da una segunda oportunidad para que la batalla la gane el miedo. Al menos, ésa es la única forma en la que un bruto sanguinario como yo puede ver las cosas. Sé que no tiene por qué ser la correcta. ¡Demonios, soy un maldito pirata, seguro que no es la correcta! Y tampoco tiene ningún sentido, como dices, que exija de ti todas las respuestas cuando no hace ni una hora que he acabado en tu puto barco encontrándote de una pieza. Pero he ahí la cuestión, que tampoco pretendo ser razonable, porque echarte de menos no lo fue y aun así, lo estuve haciendo, y lo volví a hacer cuando el destino más jodidamente sádico —y era un ser que se hacía llamar Black Blood quien lo decía— me hizo acabar viéndote en los ojos de nuestra hija vampira, y lo vuelvo a hacer aquí y ahora que te estoy viendo a ti en tus propios ojos, joder. —Sintió el impulso de apartar la vista de ella en mitad de esa avalancha inesperada de confesiones, y es que ahora sí se arrepentía de no haber tenido nunca problemas con la honestidad— Sí, estamos vivos, Helga, los tres. ¿Tiene sentido? No, pero dime: ¿Lo ha tenido alguna vez?
Nunca había habido nada sin sentido que, a su vez, lo tuviera tanto.
Claro que a decir verdad, para derrumbar un puente construido entre dos personalidades como las suyas harían falta muchos más siglos y mucho más —sí, más— drama.
¿Que si se había tomado la tarea de averiguar más cosas sobre ella, decía? ¡Ah, si la maldita bruja supiera! O más bien, si aceptara la verdad que había salido de los labios de su antiguo amante nada más volver a tenerla delante y con vida: si se alegraba de verla era precisamente porque también la había echado de menos. ¿Y cómo se echa de menos a aquellos que ya no están en un alarde de sincero y letal masoquismo? Buscando lo que aún queda de ellos, lo que aún te puede contar cosas de ellos… Sólo que rara vez vuelven a ser ellos mismos, en carne y hueso, lo que queda y no es otra que su propia voz la que puede seguir contándote cosas. Thibault tenía ya unos cuantos años en su haber como para haber enterrado aquella necesidad autodestructiva de investigación hacia alguien que había hecho tanto en su historia como la secretamente monarca Helga —o bueno, Luisa de Lorena, jodidas reinas y sus nombrecitos—. Sin embargo, su memoria privilegiada y su nostalgia espontánea lo habían conducido hasta la presencia inmortal de su propia hija y, acto seguido, hasta la del viejo amor que lo hizo posible. La sola idea de una burda coincidencia resultaba difícil de digerir hasta para un estómago tan grotesco como el del pirata.
Aunque más grotesca debería parecernos la forma en la que acababa de definir el papel de Helga en su pasado. Thibault nunca había tenido problemas para llamar a las cosas por su nombre, pero eso no quería decir que el efecto de sus intimidades fuera menos intrigante para el mundo que se comía —y a veces, literalmente—.
—¿Apenas cuando pude, me largué? —repitió sus exactas palabras, mientras le daba un respiro a la mujer para que se recobrara del ejercicio de confesión que se había permitido de una vez. Fue entonces que pudo escuchar cómo la voz del capitán no perdía firmeza, pero sí aflojaba su dureza para escucharse con un tono de decepción. Casi diría 'tristeza' de no ser porque seguía proyectándolo desde el mismísimo infierno sobre el que navegaba. Podría haber explicado el por qué de resaltar aquella frase de todas las que había escupido su interlocutora, pero de nuevo, la posible madurez del desvergonzado Sangre Negra arrojó su metafórica luz —irónico y, al mismo tiempo, adecuado que en la vida real fuera lo único capaz de convertirlo en cenizas—en aquel encuentro al permitir que el silencio de su mirada lo dijera todo. ¿De qué les habían servido las palabras? A él le hacían parecer menos hombre de acción y a ella sólo le daban más munición para continuar aferrándose al rencor. Así que con sólo mirarla después de que finalmente se acercara por propia voluntad, sus ojos le devolvieron estampada la misma verdad que había confesado: que durante aquella etapa que compartieron en tierra firme el jodido lobo de mar se llegó a quedar sin excusas que lo mantuvieran cerca precisamente porque las estuvo alargando hasta lo más brutamente descarado, incluso para un cabestro semejante, sólo por estar más tiempo juntos. Alguien de su carácter desconocía por completo la emoción de la ofensa, pero una afirmación como aquélla que había dejado ir la hechicera podía, sin ningún atisbo de duda, tentar a la suerte— Lo entiendo —respondió, una vez transcurridos varios segundos desde el último aliento de Helga—. Ya te lo he dicho, puedo entender lo que te llevó a ocultármelo entonces, pero... ¿Lo que te ha llevado a ocultármelo ahora? Creo que es el miedo, y la vida no te da una segunda oportunidad para que la batalla la gane el miedo. Al menos, ésa es la única forma en la que un bruto sanguinario como yo puede ver las cosas. Sé que no tiene por qué ser la correcta. ¡Demonios, soy un maldito pirata, seguro que no es la correcta! Y tampoco tiene ningún sentido, como dices, que exija de ti todas las respuestas cuando no hace ni una hora que he acabado en tu puto barco encontrándote de una pieza. Pero he ahí la cuestión, que tampoco pretendo ser razonable, porque echarte de menos no lo fue y aun así, lo estuve haciendo, y lo volví a hacer cuando el destino más jodidamente sádico —y era un ser que se hacía llamar Black Blood quien lo decía— me hizo acabar viéndote en los ojos de nuestra hija vampira, y lo vuelvo a hacer aquí y ahora que te estoy viendo a ti en tus propios ojos, joder. —Sintió el impulso de apartar la vista de ella en mitad de esa avalancha inesperada de confesiones, y es que ahora sí se arrepentía de no haber tenido nunca problemas con la honestidad— Sí, estamos vivos, Helga, los tres. ¿Tiene sentido? No, pero dime: ¿Lo ha tenido alguna vez?
Nunca había habido nada sin sentido que, a su vez, lo tuviera tanto.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/09/2016
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Re: Even in Death — Privado
Habían transcurrido un poco más de dos siglos y, aun así, Helga seguía siendo la misma mujer cabezota de entonces, incapaz de ponerse de acuerdo en cuanto a sentimientos se refería. No solía aceptarlos con la misma facilidad que el resto de las personas, pero, de ahí a no tenerlo, existía un trecho bastante amplio. Simplemente era de aquellos a los que les solía costar un poco ser sinceros consigo mismos, y se iban muy por las ramas antes de que su orgullo se viera herido, decisión que resultaba, en la gran mayoría de los casos, muy estúpida. Así pues, Helga prefería seguir siendo tan condenadamente orgullosa como en antaño, sólo que esa máscara empezó a quebrarse lentamente, justo en esta encarnación, algo que no esperó, y mucho menos por tener, de nuevo, a ese hombre (ahora vampiro) frente a ella.
Tal vez la insistencia de él, por obtener explicaciones que, según ella, no debería pedir siquiera un poco, la obligó a hablar con la verdad después de tanto tiempo. De acuerdo, debía reconocer en partes su culpa, por no haberle contado nada en ese tiempo. ¿Qué hubiera pasado si lo hubiese hecho? ¿Thibault realmente habría hallado alguna solución si se enteraba de que esa niña era su hija? La duda empezó a quebrarle la cabeza a Helga, siempre negándose a la posibilidad de que él fuera a hacer realmente algo. Sin embargo, ¿cómo saber eso si nunca llegó contárselo? Quiso protegr tanto a Eloise que, ni siquiera, dejó que su padre real supiera que ella era su hija. ¡Qué condenadamente complicado y enredado se estaba volviendo todo aquello! Aun así, la hechicera no tuvo tiempo de meditar tanto sus preguntas, sobre todo al escuchar las respuestas de Thibault...
El golpe de sus palabras fue como un balde de agua fría, incluso llegó a parpadear varias veces, incrédula, sobre todo con lo último. ¿Vampira? ¿Su hija lo era? Desde luego, cuando falleció en esa vida, Eloise aún era joven, pero no solía ser tan independiente, justamente, por culpa de aquel maldito gusano. Aun así, Helga tampoco esperó que ella fuera a llegar tan lejos... Peor aún, ¿habría sufrido mucho el proceso de su conversión? Claro, le agradaba la idea de saber que su niña (porque lo seguía siendo) se encontraba en este mundo, no obstante, también se preguntaba qué tanto sufrió en el camino con espinas que es la vida para alguien que tenía que lidiar con lo de ella.
—No seas estúpido, Thibault —replicó finalmente, pero no lo hizo con rabia, ni siquiera sonó tan severo viniendo de ella. Fue más un comentario al azar, hecho sin intenciones de sonar ofensivo—. ¿Cómo se supone que me iba a plantear algo así si ni sabía que estabas vivo? Perdona, yo había pretendido encarnar, no para venir a contarle verdades a nadie, sino por Eloise, aún sin saber si se hallaba viva... o no —afirmó, exhalando un suspiro, abandonando de golpe toda esa molestia de hacía nada. Antes las rabias le duraban más, ahora sí que había cambiado un poco. Las encarnaciones no eran tan exactamente fidedignas a la vida anterior—. Así que deja de hacer afirmaciones falsas... ¿Miedo de ti? ¡Por favor! Miedo me da saber que el alma de Van der Decken sigue atormentándola a ella.
Aquellas palabras salieron de sus labios sin filtros, pero con un tono en el que no acababa de asimilar que su hija estuviera "viva". En partes sí aceptaba el tema de la inmortalidad de los vampiros, cómo no, pero que Eloise fuera de ese bando... ¡Vaya! Era demasiado increíble, aún para alguien como Helga.
—Pero... ¿qué diablo estás diciendo? ¿Cómo que...? —inquirió, cerrando los ojos y negando con la cabeza. No le quitaba méritos a que él estuviera siendo honesto, no obstante, a ella le seguía pareciendo irreal ese asunto con respecto a Eloise—. Thibault, no me seas... ¿Estás seguro de que era ella? Por todos los cielos, mi niña. —Se llevó una mano al pecho, notablemente preocupada por la seguridad de su hija, pero lo que hizo a continuación fue más sorprendente: se acercó a Thibault, acabando con toda distancia entre ambos, y sostuvo el rostro con sus manos—. ¿Está bien? Por favor, necesito saber su paradero. ¿Lo averiguaste siquiera?
Tal vez la insistencia de él, por obtener explicaciones que, según ella, no debería pedir siquiera un poco, la obligó a hablar con la verdad después de tanto tiempo. De acuerdo, debía reconocer en partes su culpa, por no haberle contado nada en ese tiempo. ¿Qué hubiera pasado si lo hubiese hecho? ¿Thibault realmente habría hallado alguna solución si se enteraba de que esa niña era su hija? La duda empezó a quebrarle la cabeza a Helga, siempre negándose a la posibilidad de que él fuera a hacer realmente algo. Sin embargo, ¿cómo saber eso si nunca llegó contárselo? Quiso protegr tanto a Eloise que, ni siquiera, dejó que su padre real supiera que ella era su hija. ¡Qué condenadamente complicado y enredado se estaba volviendo todo aquello! Aun así, la hechicera no tuvo tiempo de meditar tanto sus preguntas, sobre todo al escuchar las respuestas de Thibault...
El golpe de sus palabras fue como un balde de agua fría, incluso llegó a parpadear varias veces, incrédula, sobre todo con lo último. ¿Vampira? ¿Su hija lo era? Desde luego, cuando falleció en esa vida, Eloise aún era joven, pero no solía ser tan independiente, justamente, por culpa de aquel maldito gusano. Aun así, Helga tampoco esperó que ella fuera a llegar tan lejos... Peor aún, ¿habría sufrido mucho el proceso de su conversión? Claro, le agradaba la idea de saber que su niña (porque lo seguía siendo) se encontraba en este mundo, no obstante, también se preguntaba qué tanto sufrió en el camino con espinas que es la vida para alguien que tenía que lidiar con lo de ella.
—No seas estúpido, Thibault —replicó finalmente, pero no lo hizo con rabia, ni siquiera sonó tan severo viniendo de ella. Fue más un comentario al azar, hecho sin intenciones de sonar ofensivo—. ¿Cómo se supone que me iba a plantear algo así si ni sabía que estabas vivo? Perdona, yo había pretendido encarnar, no para venir a contarle verdades a nadie, sino por Eloise, aún sin saber si se hallaba viva... o no —afirmó, exhalando un suspiro, abandonando de golpe toda esa molestia de hacía nada. Antes las rabias le duraban más, ahora sí que había cambiado un poco. Las encarnaciones no eran tan exactamente fidedignas a la vida anterior—. Así que deja de hacer afirmaciones falsas... ¿Miedo de ti? ¡Por favor! Miedo me da saber que el alma de Van der Decken sigue atormentándola a ella.
Aquellas palabras salieron de sus labios sin filtros, pero con un tono en el que no acababa de asimilar que su hija estuviera "viva". En partes sí aceptaba el tema de la inmortalidad de los vampiros, cómo no, pero que Eloise fuera de ese bando... ¡Vaya! Era demasiado increíble, aún para alguien como Helga.
—Pero... ¿qué diablo estás diciendo? ¿Cómo que...? —inquirió, cerrando los ojos y negando con la cabeza. No le quitaba méritos a que él estuviera siendo honesto, no obstante, a ella le seguía pareciendo irreal ese asunto con respecto a Eloise—. Thibault, no me seas... ¿Estás seguro de que era ella? Por todos los cielos, mi niña. —Se llevó una mano al pecho, notablemente preocupada por la seguridad de su hija, pero lo que hizo a continuación fue más sorprendente: se acercó a Thibault, acabando con toda distancia entre ambos, y sostuvo el rostro con sus manos—. ¿Está bien? Por favor, necesito saber su paradero. ¿Lo averiguaste siquiera?
Helga Fokke- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 07/10/2017
Localización : El vasto mar...
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