Zhanna D. Vasílièva | ID

Ojos azules y brillantes como dos zafiros. Mirada profunda y fría, que refleja a la perfección la amargura y vacío que la embargan por completo. Labios redondeados, delicados, como los pétalos de una rosa. Dulces, pero inexpertos, sólo le sirven para sonreír. Aunque la sonrisa nunca le llega a los ojos. Cuerpo esbelto y bien proporcionado, aunque algo infantil todavía. Su busto es pequeño pero firme, sus piernas largas y delgadas. Grácil, aunque su apariencia le da un aspecto más frágil que otra cosa. Casi parece una muñeca que porcelana. Su piel nívea, sus cabellos tan rubios como los rayos de Sol al mediodía. Mejillas rosadas. Dedos largos en manos delicadas pero diestras, obligadas desde siempre a trabajar. De belleza espectral aunque poco aprovechada, probablemente pudiera haber conseguido conquistar a cualquiera, pero ya no se siente capacitada para hacerlo. Y tampoco le apetece. ¿Quién iba a fijarse en una don nadie? ¿En una farsante? En una bastarda.

Siempre en silencio, siempre correcta, siempre obedeciendo. Esa es y ha sido siempre su vida. Mantiene la cabeza encima de los hombros, pero su mente navega por encima, por las corrientes de aire. Libre. Todo lo libre que ella no será en realidad nunca. Porque está condenada a servir, a fingir, a estar inmersa en una existencia basada en mentiras. Está condenada a decir ser quien no es, y a no encontrarse nunca. Porque ella no sabe ya quién es, ni quién no es. No sabe lo que significa sentir amor, ni tristeza, ni alegría. Ella vive del vacío. Se alimenta de él, vive en su seno, rodeada de soledad, de oscuridad. Y la niña que nunca pudo ser llora, muy dentro de su marchito corazón. Llora de rabia, de pena, de hastío. Porque quiere florecer, y no puede.

En sus ojos azules como el océano puede apreciarse la amargura que lleva por dentro, muy por dentro, y que aparece adornada por una eterna sonrisa falsa en su semblante. Falsa pero angelical. Todos deben creer que es feliz. Todos deben creer que para ella no existen los problemas. Todos deben creer que su sonrisa es de verdad. Aunque le tiemblen las piernas y le pese el alma. A nadie le importan sus sentimientos. Lo sabe. Sabe que no tiene dónde ir. Sabe que no tiene escapatoria. Porque él la tiene encadenada. El mundo es hostil, y ella temerosa, así que siempre camina despacio, tanteando mucho el terreno antes de dar un paso. Siempre teme caerse, aunque de haberse caído tanto ya debería estar acostumbrada. No puede hacerlo. Le resulta imposible. Es de aquellas que en lugar de levantarse se resignan y se dejan hundir aún más. Se arrastra. ¿Para qué levantarse? ¿Para qué subir si luego tiene que bajar?

Zhanna, la silenciosa, la dulce, la dócil. Esa joven manejable que se deja guiar por aquellos que son más fuertes que ella... Algo bastante fácil, por otra parte. Zhanna, débil, frágil, esa que está rota en mil pedazos y que sabe que nunca se recompondrá. Porque no hay forma posible de arreglar algo que siempre ha estado roto. Y su alma, su corazón, nunca han estado completos.

Si alguna vez le hubiesen dicho que su futuro estaría plagado de lujos inmerecidos, probablemente se hubiera reído sólo de pensarlo. Desde muy pequeña, su madre le enseñó el valor del dinero, de las pequeñas cosas. Nunca tuvieron mucho para vivir, y usualmente pasaron dificultades, pero con tenerse la una a la otra les resultaba suficiente... Al menos, al principio. Poco a poco, la situación en Rusia se fue complicando. Las guerras se sucedían y se vieron obligadas a huir a otras ciudades cuando las suyas iban siendo invadidas. Su madre nunca quiso que las reclutaran como sirvientes para el ejército, y aunque ella nunca llegó a comprender por aquel entonces por qué la palabra "cortesana" no le gustaba nada a su madre, con el tiempo lo supo. Y siempre le estaría agradecida por alejarla de ese futuro.

El problema era que si el dinero escaseaba cuando estaban establecidas en un sitio, cuando se veían obligadas a marcharse los gastos superaban lo poco que tenían ahorrado. Tuvieron que mendigar durante meses para poder echarse un trozo de pan a la boca. Muchas veces, oía a su madre llorar por la noche, junto a ella, sin dejar de abrazarle. La escuchaba pedirle perdón por esa miserable vida que le estaba dando, cuando ambas podían haber tenido un destino mucho mejor. Zhanna nunca dijo nada al respecto, pero mentalmente le pedía a su madre que no llorase, porque para ella no había nada mejor en el mundo que su calor, que sus palabras, que sus enseñanzas. Ella era todo su mundo, y todo lo demás no importaba. El frío le daba igual, y el hambre, y las dificultades para encontrar un sitio en el que vivir de forma definitiva. Era feliz por el simple hecho de estar juntas.

Las cosas mejoraron un poco para ambas cuando Zhanna cumplió doce años, ya que una dama de alta cuna le ofreció que trabajase para ella como doncella. También permitió que su madre ejerciera de cocinera en la mansión, y aunque no les pagaba mucho, vivían en una casa enorme, rodeada de gentes como ellas. Fue allí donde conoció los libros, y las maravillas que en ellos se encerraban. Aunque claro, al principio no entendía ni una palabra, pero no le resultó difícil aprender. Se convirtió en una lectora voraz, y en una estupenda doncella, además de en una chiquilla de belleza encantadora y de una voz tan hermosa que encandilaba hasta a los más duros. Se ganó un hueco entre los sirvientes predilectos de la señora de la casa, lo que les permitió a ambas vivir de forma más desahogada durante un tiempo... Demasiado corto, a decir verdad.

Pronto, la palabra "Escocia" apareció en uno de sus libros, y el retrato de una joven princesa enormemente parecida a ella la hizo preguntarse de dónde venía. Su madre nunca respondió a sus preguntas, alegando que su padre era un buen hombre, pero que estaba lejos de ambas... Y mantuvo esa historia durante años, hasta que enfermase de tuberculosis. Cuando supo que no le quedaba más tiempo, entonces, y sólo entonces, le dijo la verdad. El monarca de ese país que tanto había llamado su atención era su padre, un padre que nunca supo nada de su existencia porque su madre prefirió que era mejor tenerse a ambas, que vivir toda una vida separadas. Porque su padre tenía una esposa a la que amaba, y aunque la aceptase a ella como hija, su madre tendría que marcharse... Zhanna lo comprendió, aunque en el fondo de su corazón, siempre deseó que su madre le hubiese otorgado la posibilidad de escoger un camino diferente.

Tras su muerte, se encontró sola en el mundo. Se dio cuenta de que no tenía nada, de que no le quedaba nada más allá de esos libros que ni siquiera le pertenecían. Se documentó acerca del país del que su padre era rey, buscando, fascinada, parte de sus raíces. Y su corazón dio un vuelco. Para ella la fría Rusia sería siempre su hogar, pero quería descubrir esa otra parte de sí misma que le era desconocida. Ansiaba disfrutar de otro mundo en el que quizá pudiera deshacerse del dolor que ahora la atenazaba. Se marchó de aquella casa y vagó durante meses, adoptando el nombre de su fallecida madre, en busca de esa pizca de casualidad, de esa suerte que la hiciera encontrar el rumbo hacia su destino... No se imaginaba que las cosas pudieran torcerse tanto.

Cuando él la encontró, le prometió que ello sucedería. Y mintió. Meses después de conocerla, de arrastrarla hasta la lejana Escocia y enseñarle modales dignos de las mejores damas, le puso una corona en la cabeza y le dijo que a partir de ese momento ella sería Irïna Vasílièva of Hanover, reina de Escocia. No le importó que ella le dijera que ese no era su nombre, que ella no tenía ni deseaba ningún trono, que lo único que quería era conocer a su padre.

Él le dijo que para hacerlo, debía obedecerle. Y eso hace. Es una marioneta en sus manos, un títere. Su alma yace escondida bajo capas y capas de miedo, de inseguridades. Su corazón, yerto. Sus hombros, temblorosos. Pero en su semblante siempre debe relucir el orgullo fingido de una monarca. Ella es la impostora.

εїз Su nombre real es Dasha, pero por él sólo la conocen las pocas personas de su entorno que saben quien es realmente.

εїз Zhanna era el nombre de su madre, fallecida a causa de tuberculosis.

εїз Aunque nació en Escocia, su madre y ella se marcharon del país hacia Rusia, país natal de la primera. Los motivos que llevaron a su madre para hacerlo le fueron desconocidos hasta que ella misma se los confesó en su lecho de muerte.

εїз Aunque le apena no haber conocido a su padre, nunca le guardó rencor. Su madre siempre le transmitió que ella nunca le había dicho nada de su embarazo. No quería depender de nadie para salir adelante.