Leire S. Lillmåns ~ ID

Leire es una joven dulce y jovial, de la que siempre recibirás cálidas palabras de consuelo cuando necesites ayuda, o una conversación animada cuando por el contrario te encuentres de buen humor. De gustos simples y sinceridad extrema, siente especial simpatía por los niños, quienes le recuerdan a sí misma, no hace mucho tiempo. Valiente, segura de sí misma y dispuesta a convertirse en una gran persona, y en una buena mujer. Grácil y delicada como una rosa de invierno, en ella también encontrarás siempre la comprensión propia de una hermana y la amabilidad de un corazón puro y bondadoso, que pese a haber sido herido en innumerables ocasiones, nunca ha apartado a un lado la búsqueda del amor. Un amor del que nada sabe y por tanto tiene idealizado, sí, pero al que está dispuesta a entregarse en cuerpo y alma, porque realmente siente que lo merece. Y así es, en realidad.

En su vida, ha sufrido tanto que apenas recuerda los momentos felices, y aún así, no pierde la sonrisa. Considera que plantarle cara a los problemas es la única forma efectiva de superarlos, y precisamente por ese motivo siempre trata de afrontarlos, poniendo todo de sí misma para lograr que no la hagan caer. Nunca rendirse, esa es la clave, eso, y esforzarse en conocer a los demás desde el corazón, y con el corazón. Por eso nunca se deja caer en prejuicios infundados ni en primeras impresiones que casi siempre resultan ser erróneas y sin demasiada utilidad real. No juzga por la clase a la que pertenezcas, ni por cómo vistas, ni por lo mucho o lo poco que te asemejes a lo que la mayoría considera como normal. Ella sólo te juzgará por tus actos, por lo malo o lo bueno que hayas hecho en tu vida, y por el grado de arrepentimiento que muestres ante tus actos. En este sentido, si has hecho daño a otros adrede, y además no te arrepientes por ello, no esperes que te trate igual que al resto de personas. Para ellas, habrás perdido el respeto.

La suya no es una historia particularmente feliz, pero si echa la vista atrás, se da cuenta de que en muchos aspectos ha sido bastante más afortunada que otros muchos corazones rotos que vagan por la ciudad de París. Leire fue concebida en una relación extramarital de un conde proveniente del norte de España y su madre, una de las doncellas de la casa de éste. Y aunque siempre supo que su relación estaba condenada al más absoluto de los fracasos, ello no pareció importarle demasiado al principio, puesto que el conde le había prometido, y ella, ingenua, había creído que cuando la niña naciera él iba a dejar a su esposa, verdadera portadora del título nobiliario, para casarse con ella, una simple sirviente a la que solía llamar sin ningún pudor, "el amor de su vida". Como era de esperar, el conde no solamente no parecía demasiado dispuesto a dejar a su esposa para irse con ella, sino que en el embarazo de la mujer vio la oportunidad de tener una heredera, puesto que la condesa no podía tener hijos. Por suerte para ella -o por desgracia, según se vea-, su madre se enteró de las intenciones del conde, y lo asesinó clavándole un puñal en el pecho mientras dormía. Allí comenzó el inicio de su locura.

Desesperada por proteger a su hija no nata y temerosa de que encontraran su paradero y la condenaran por asesinato, la joven buscó refugio en una Iglesia de un pueblo cercano, donde la recibieron con los brazos abiertos y la cuidaron los últimos meses de embarazo. En aquella época, las voces en su cabeza, aunque siempre presentes, parecían estar bajo cierto control, probablemente gracias a la ayuda de las monjas, que siempre la trataron con un cariño que nunca antes le había sido profesado por nadie.

Un mes antes del nacimiento, sin embargo, empeoró, y una siniestra voz que retumbaba dentro de su cabeza le dijo que debía ir al bosque cercano, o de lo contrario, su hija moriría. Desesperada, hizo lo que la voz le dijo sin pensárselo dos veces, sin pararse en ningún momento a pensar en los peligros a los que podría haberse visto sometida, y a los que, de hecho, se enfrentó. A más de dos kilómetros de la Iglesia se encontraba cuando una jauría de lobos hambrientos comenzó a perseguirla, en busca de alimento. Y aunque la voz en su cabeza seguía insistiendo en que nada ocurriría, que todo acabaría bien y que solamente debía seguir caminando, cuando una de aquellas bestias clavó los colmillos en la carne de su pierna, realmente creyó que iba a morir. Y probablemente lo hubiera hecho, de no ser por él.

Rasmus la salvó de los lobos, aunque a un precio que pronto se daría cuenta de que había sido demasiado elevado. Su mente se quebró aún más, y las voces comenzaron a surgir con más fuerza, con más frecuencia. Le hablaban de hombres con colmillos de bestia, más fuertes y más peligrosos que los de un lobo. De hombres que bebían sangre y que eran fríos como el hielo pese a tener un aspecto completamente normal. Nunca antes había visto un vampiro, y nunca antes había sido salvada por uno, así que aunque estaba segura de que aquel monstruo no tenía pensado hacerle daño, no podía evitar tenerle miedo. El vampiro, por su parte, encontró en aquella muchacha de hermosos ojos y piel pálida, un nuevo amor, amor que llevaba buscando desde hacía muchos milenios. Amor que le hizo sentirse, nuevamente, vivo. Amor que sintió desde el primer momento, también, por la criatura que crecía en su vientre.

Así, Leire, al nacer, se encontró con el paisaje frío de Finlandia, pero con la calidez de una familia que aunque nunca fue precisamente común, sí que guardaba un absoluto amor para con ella. Desde el mismo instante en que las miradas de la niña y del vampiro se cruzaron, los dos, de alguna forma, supieron que serían inseparables. Y así sería, de hecho, aunque no desde el principio.

Un año después de su nacimiento, y cuando las voces parecían estar bajo control, una nueva oleada de susurros llevaron a la mujer a desconfiar del vampiro. Alegaban que era un asesino, una bestia que únicamente fingía amarla para luego arrebatarle a su bebé. ¡No podía permitirlo! Una mañana, mientras el vampiro dormitaba en una habitación contigua a la suya, la madre de Leire clavó un puñal a aquel hombre que, además de haberla salvado, les había otorgado a ambas un hogar, un apellido. Y protección. Después, se marchó con su hija de vuelta a España, y a aquella Iglesia de la que siempre supo que no debió marcharse. Pero las altas fiebres se la llevaron meses después, dejando a la niña sin madre y sin padre. Aunque no por mucho tiempo.

Nunca supo si fue por la sangre que le había dado, o por que su amor era profundo, pero en cuanto Minerva murió, él supo que era el momento de buscar a su hija. Y eso hizo. Al llegar a la Iglesia, al principio, las monjas se opusieron a que el hombre se llevara al bebé, pero sus súplicas y lamentos las convencieron de que su amor por la pequeña era sincero, eterno, y desinteresado. No pudieron negarse.

Así fue como Leire regresó a los brazos de su padre, y a la tierra que había visto nada más nacer, Finlandia. De pequeña siempre amó la nieve, y los graciosos muñecos que su padre construía, hechos de la misma, para que ella se entretuviera. ¿Quién iba a pensar que tendrían que separarse? ¿Quién querría inmiscuirse en una relación tan profunda y hermosa como la de una hija con su padre? Él le enseñó a leer, a escribir, a ser curiosa y buscar siempre aquellas cosas que le gustaran y la hicieran feliz. A no dejarse pisotear pero a ser buena y amable con las personas, aunque sólo con aquellas que realmente lo merecían. Pero para desgracia de ambos, el vampiro estaba en el punto de mira de la Inquisición, institución a la que tiempo atrás había pertenecido y de la que había pasado mucho tiempo huyendo, hasta conocer a la madre de la niña. Luego, simplemente, quiso centrarse en ellas, en su futuro, y no percibió el peligro que se avecinaba para ambos.

Leire tenía siete años cuando su padre, entre lágrimas, la hizo partir lejos del país que amaba, a fin de protegerla de quienes intentaron matarlos a ambos en numerosas ocasiones.

El destino escogido por el hombre fue París, donde le había comprado una mansión, además de convertirla en la dueña del café de la ciudad, al mando del cual estaba el mayordomo que había tenido por muchos años, desde antes de que ella naciera. Los primeros años, Leire siempre esperó volver a ver a su padre cruzando el umbral de la puerta, leyéndole uno de aquellos relatos de aventuras, o escribiéndole una simple carta. Pero nunca recibió noticias tuyas, ni siquiera sabía si estaba vivo o muerto. Aquella duda se instaló en su pecho, como una espina, y fue haciendo que ese amor poco a poco fuese enfriándose, y mezclándose con la rabia, y el rencor.

Ahora, recién ha cumplido los dieciocho años, y aunque su recuerdo siempre está presente en su memoria, hace mucho que había asumido que no regresaría, y que era el momento de encauzar su vida de una vez por todas. Así, dejó que su mayordomo, quien la había protegido y apoyado todos aquellos años, la aconsejara sobre qué hacer, y el matrimonio apareció entre sus ideas de forma repentina. Quizá era eso lo que necesitaba. Así, se prometió con un joven noble con el que espera casarse en unos meses. Desde entonces es ella la que regenta el café.





εїз Pese al rencor que indudablemente emborrona el amor por su padre, nunca ha dejado de echarlo de menos y de rogar por su regreso.

εїз Ella y su prometido mantienen muy buena relación desde hace tiempo, puesto que antes de prometerse ambos eran amigos íntimos.

εїз Regentar el café le sirve mayormente de distracción, aunque también la ayuda a conocer a personas nuevas. Es muy sociable, así que siempre ha buscado con ahínco la formación de un gran círculo de amigos.

εїз Se considera amante del arte y la cultura, aunque la mayor parte de su tiempo libre se lo pasa leyendo o paseando por el bosque.

εїз Lógicamente, no tiene miedo a los vampiros ni a ninguna clase de criatura sobrenatural. De hecho, los encuentra sumamente interesantes.