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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Alenna Donovan Vie Dic 19, 2014 4:44 pm

Persigue al amor y huirá,
huye del amor y te perseguirá.

John Gray.


El miedo atenazaba mi corazón. Tras salir de aquella fiesta me interné en los bosques de los alrededores. Una zona desconocida para mí, ya que nunca antes los había recorrido en ninguna de mis formas. Todo estaba oscuro y apenas la luz de la luna incidía en el camino, haciendolo visible. Esquivé unos árboles y seguí corriendo sin rumbo fijo, solo con la idea de huir. Los pulmones me ardían y el sonido de mi latido acelerado era lo que más oía dentro aquel oscuro lugar. No obstante, también era consciente de los pasos y la respiración de mi perseguidor. ¡Un cazador! ¡Isaac era un cazador! Mi mente no daba crédito a lo que ahora en mi mente cada vez iba tomando forma. ¿Cómo no había podido darme cuenta antes? Aquella aura, la peligrosidad que sentía no podía haber sido de otra cosa. ¿Cómo había podido estar tan ciega? Había caído en un juego peligroso y ahí estaba, atrapada, sin poderme sacar de la mente sus fieros ojos, su intensa mirada de la mía, sus ojos de fuego ardiendo en consonancia con los propios. Y como él había dicho minutos antes, el Isaac que yo conocía yacía muerto. Ahora el Isaac que mandaba sobre esos orbes era el del cazador, había podido verlo cuando apresada contra la pared en sus ojos yacía el depredador dormido y ahora sin saberlo en este juego de gato y ratón, lo había despertado. Tras pasar entre unas zarzas detuve mis pasos y escuché a la espera de que lo hubiese despistado y pudiera volver junto a mi madre. Resté tres segundos escuchando hasta que de nuevo su voz rompió el silencio del bosque y corriendo de nuevo sin miedo a la oscuridad intenté alejarme.

Volví a meterme por un camino de difícil acceso. Al pasar entre los árboles, sentía las ramas arañando mi suave piel. En las mejillas ya tenía rasguños así como en los hombros y los brazos. Se me formaban pequeñas gotas de sangre que antes que la sangre cambiante me hiciera sanar los cortes, caían hasta manchar el vestido. Con una mueca de dolor y de terror seguía corriendo, deslizándome entre los arboles mientras Isaac me seguía siguiendo y como resultado de estar toda la infancia juntos, él ya sabía cada uno de mis trucos, por lo que en ningún momento caía entre las zarzas. — ¡ISAAC DEJADME! — Grité al oírle llamarme como tantas veces ya había hecho.  Yo seguí corriendo, yendo a la profundidad del bosque sin preocuparme si quiera en ver que era luna llena y hoy, esta noche, podía ser peligrosa para ambos. Por mí ahora el peligro solo existía en él. ¿Y si me descubriera? ¿Y si atara cabos y descartara que mi madre fuera una humana normal? Ella ya había sufrido bastante y por nada iba a dejar que nadie la hiriera de nuevo, aunque para ello el único dueño de mi corazón debiera matarme para llegar a ella.

La pendiente seguía y con ella, mi intento de despistarlo, de que me perdiera de vista, siendo inútil todos mis intentos. Lo conocía demasiado bien y si yo no me rendía, él aún menos. Bufé exasperada cuando unas zarzas rasgaron la tela de mi vestido, quedándome atrapada por ellas. — Maldición. — Solté intentando zafarme de aquel agarre tirando del vestido. Oí la voz de Isaac, sus pasos más cerca y con terror, lo intenté con más fuerza, dejándome en aquella zarza un buen trozo de la tela del vestido. Si mi madre viera como estaba quedando el vestido que con tanto amor me hizo, estaba segura que su regaño se oiría desde toda la manzana francesa. Volví a correr, obligándome a no pensar en la cercanía del cazador, ya que cada vez sus pasos sonaban más cerca. — Isaac os lo ruego, dejadme ¡Esto es peligroso! Iros por favor… ¡VETE! !No deseo verte¡—Mis ojos lloraban de decirle aquellas palabras, cuando lo único que deseaba decirle era que jamás le había olvidado, que pasara lo que pasara él siempre sería el dueño de este corazón, aunque me cazara y terminara arrebatándome la vida. Yo siempre le pertenecería. Aparté con los brazos las ramas más bajas del bosque que me impedían seguir y sin darme cuenta que la pendiente se volvía abrupta, caí ladera abajo rodando sin control hasta que una piedra detuvo la caída. Gemí de dolor e incorporándome lentamente llevé una mano a mi cabeza intentando controlar el mareo que sentía tras la caída. Respiré hondo e intente detener la sangre que se derramaba por el lado del golpe contundente. Siseé de dolor al apretar más fuerte en la herida. Mi vestido se encontraba todo roto y ensangrentado. Ya apenas tapaba mi cuerpo y en esa situación solo pensé en centrarme en huir. Debía de irme de allá antes de que descubriera mi secreto. Si viese mi vestido ensangrentado y luego mis heridas cerrándose, ataría cabos y me negaba a que aquella noche terminara con mi muerte en sus manos. No aún… ni todavía. Rápidamente tomé el vestido y terminando por desgarrarlo lo dejé caer al suelo. Oí en aquel momento sus pasos, Isaac bajaba hacia donde había terminado mi caída. Miré un segundo atrás sin verlo y en un pensamiento la naturaleza me envolvió en su seno, convirtiéndome en lo que algunos decían una bestia; en una loba blanca como la nieve. Mis patas enseguida tocaron suelo y con las orejas retraídas me escabullí en silencio y de forma veloz me alejé de su cercanía, sin saber que un mayor peligro se acercaba atraído por mí sangre, hacia donde había abandonado mi vestido. Directamente hacía él.
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Mensaje por Isaac Renaldi Mar Dic 23, 2014 4:31 pm

La ausencia disminuye las pequeñas pasiones y aumenta las grandes, lo mismo que el viento apaga las velas y aviva las hogueras.
François de La Rochefoucauld

La noche se había convertido en una habitación de juegos, de escondidas, esto era ridículo yo un hombre mayor y con una seriedad intachable siguiendo a una niña que parecía huir de mí como si la quisiera asesinar, no era de sorprenderse, ella huía de las situaciones donde su carácter debía ser la estrella de la función, era por eso que la incitaba hasta que sus ojos azules desbordaban pequeñas gotas saladas que quitaba con mis dedos, un llanto que consolaba con mis brazos con mis besos con mi total protección, esos granitos de sal que se deslizaban por sus mejillas eran la calma para mi cinismo, el ancla de mis emociones, la cura de mi maldad –¡Alenna! - grité su nombre, ya me estaba empezando a cansar de este juego de tontos –Solo quiero hablar contigo mi amor- volví a dejar oir mi voz cinica al perseguirla en las calles, alejándonos de la concurrencia de París hacia los bosques que lo rodeaban, al notar las ramas y las hojas crujir por el aire que se hacía más estremecedor fruncí el ceño, no me gustaba esta situación, mis ojos se alzaron al cielo, la luna estaba completamente iluminada, mostrando su redonda cara en su totalidad a lo que gruñí bajo, los lobos podían andar rondando y la situación sería peligrosa, yo sabía tácticas de pelea pero ella, solo era una mujer desvalida, no iba a permitir que le hicieran daño, podía ofrendar mi cuerpo antes de que algún insulso le pusiera las manos encima queriéndola dañar -¡Maldita sea Alenna, ya no somos unos niños deja de jugar a las escondidas! - le grité ya algo molesto y saqué el estilete que llevaba en el saco debía estar preparado por cualquier ataque.

Agilizando el paso trate de seguirle el paso valiéndome de mis técnicas de búsqueda que había aprendido al instruirme como cazador y fue cuando en una rama pude ver un pedazo de tela rojo vino, mis ojos se abrieron un poco tensándome, debía estar soñando, llevé mis dedos a la tela y la tomé no, ella en su empecinada carrera por huir de mí estaba desgarrando el vestido, las ramas crujieron cuando mis pasos ya empezaban a tomar velocidad, apretando el estilete entre mi mano mi rostro reflejo la convicción que tenía por encontrarla antes de que en este palacio natural de lobo alguna la fuera a devorar –¡DEJA DE CORRER MALDITA SEA ALENNA, SOLO QUIERO HABLAR CONTIGO! - dejé salir un poco de aire por mis fosas nasales para calmarse por sus niñerías, los trozos de vestido me guiaban por su camino, esperando encontrarla lo más rápido posible -¡ALENNA! - volví a gritar su nombre como ya lo había hecho un incontable número de veces -¡Tienes razón es peligroso por eso deja de correr para que ambos nos marchemos de acá niña caprichosa! - respondí a su mandato de que debía irme, algo que no haría porque yo debía cuidar de ella, era su fiel sirviente, no podía abandonar a la diosa de mi niñez.

Llegando a una hondonada fruncí el ceño y tensé la mandíbula apretando los puños y con cuidado baje viendo un rastro de que parecía haber caído por ahí -¡Alenna! - mi tono exasperado, esperando que no se hubiera lastimado, deslizándome en lagunas ocasiones sin caerme llegué hasta una piedra y fue cuando lo noté había sangre y el vestido de ella estaba tirado sucio y desgarrado, solté un quejido de estremecimiento y bajé en mis rodillas para recogerlo, esto no podía ser cierto, yo no la creía capaz de desnudarse y había demasiada sangre como para que los aruñones de las ramas lo hubieran podido ocasionar, me alarmé pensando lo peor, sintiendo una rabia invadirme la cabeza, por el bien de cualquier inepto que se interpusiera esperaba que este fuera uno de sus juegos y que quizás ella se había vuelto algo impúdica -¡ALENNA! - grité mirando a mi alrededor para ver si había alguna pista fue cuando escuché unas pisadas acercarse a mí con rapidez y fuerza y algo me tumbó, rodé cuesta abajo desgarrándose las mangas de mi saco y ensuciándome de lodo, el estilete se había salido de mi mano, alcé la vista viendo un enorme perro pulgoso jadear con fuerza y rabia, de inmediato me arrastré levantándome y poniéndome en posición de defensa, el animal babeaba mostrándome sus dientes y sus ojos ensombrecidos, ese perro le había hecho algo estaba seguro y realmente el sádico que no era había nacido como fiel criatura de mi interior, mis ojos ardían en la rabia sentía que podía quemar a quien me viese, lo iba a despellejar vivo, alternando mis ojos del lobo en busca del estilete lo pude visualizar a unos metros de mí, el animal se acercaba paso a paso a mí y fue cuando decidí correr para recogerlo y el animal hizo lo mismo antes de que pudiera atacarme tomé un pedazo de madera que estaba tirada y se la estrellé con fuerza contra el rostro haciendo que esta se quebrara por el impacto el animal chilló y cayó de costado aturdido, corrí hacia el estilete y miré como el lobo se levantaba agitando la cabeza para alejar el aturdimiento, sus orejas estaban completamente paradas y sus ojos volvieron a verme con furia, de su boca goteaba saliva con sangre, miré como empezó a olisquear el ambiente, mi mirada se tornó confusa ¿Qué era lo que olía? Me dejo de ver volteando para todos lados y empezó a correr para meterse entre los arboles a lo que de inmediato le mal miré -¡Oye! - negué y decidí seguirle, no lo iba a dejar con vida porque me había arrebatado a mi esmeralda, era hora de que pagara el precio por tan invaluable posesión.
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Mensaje por Alenna Donovan Miér Dic 24, 2014 5:06 am

Algunos creen en el destino, otros en el libre albedrío,
pero en sí, la vida del hombre es una eterna contradicción,
donde los actos de cada individuo van tejiendo sus caminos.
Por eso ella lo estaba dando todo, sin temer las consecuencias.
La fierecilla florecía para proteger aquel ser que movía su mundo,
Por el que moriría una y mil veces, si él se lo pidiese.

Anónimo.

Amor, mío. Vida mía ¡Como se atrevía! Aún sus palabras rondaban mi mente dañándome por haberme alejado tanto de él y escapar, aun sabiendo que en su voz se denotaba bajo todo aquel cinismo, su preocupación sincera, como la de que niños mostraba ante mí siempre que me ocurría algo o simplemente lloraba en sus brazos. Por suerte aquella frágil niña y tan inocente había madurado. El cambio de vida que tuvimos, el trabajo diario y por supuesto el ataque a mis padres, la muerte de padre y la enfermedad de madre me habían obligado a convertirme en la mayor en ausencia de Loth. Mostrándome fuerte y firme, había retenido a mi hermana Alyssia los primeros meses tras la enfermedad de madre, hasta que siendo incapaz de retener a su lado más salvaje la había dejado partir para ir en busca de su hermano, mientras yo volvía a Paris, esperando que así madre pudiera recuperarse y quizás yo; recuperar de nuevo mi vida. Y aquel incauto que me perseguía todavía, era mayoritariamente toda mi vida que deseaba recuperar. Deseaba… porque ahora había complicaciones y sin poder arriesgarme a decirle la verdad, a mostrarme como la cambiante que era ante Isaac no creía poder verle de nuevo. Nuestro futuro, aquella pasión y amor que nos guardamos debía de olvidarse de nuevo, pese al dolor que aquel pensamiento me producía, ahora él podía ser mi enemigo.

Al golpearme contra la piedra quise gritar a los cuatro vientos, a la oscura noche la injusticia que se estaba cometiendo con nuestra historia. ¡No deseaba terminar de esa manera! ¡Amaba a ese burlón y cínico más que a mi propia vida! ¿Cómo podíamos haber terminado así? Él el cazador y yo la presa. Tocándome la herida de mi cabeza, una cristalina lágrima se perdió en mi piel y tras oírle una última vez dejé que mi lado salvaje me protegiese, alejándome de todo aquello que a añicos cortaba mi alma. La sensación al cambiar siempre era inolvidable. Unas cosquillas se apoderaban de mi cuerpo y una vez mis patas tocaban el suelo mi loba tomaba el control de todo incluyendo mi mente, lo que me impedía pensar más de lo necesario, mientras ella me llenaba de las sensaciones del bosque y de la naturaleza. Era hermoso ver el bosque como loba, sin embargo esta vez simplemente hui, deslizándome entre los matorrales huyendo de aquel lugar y de Isaac. Oculté mi pelaje blanco de la vista de Isaac y seguí alejándome, sintiéndome morir de oírle gritar mi nombre con desesperación. Ya había encontrado el vestido y quizás fuera así mejor, que me imaginara muerta a manos de algún sobrenatural. Así no me odiaría y seguiría guardando mi recuerdo como algo preciado y único. Quizás fuera egoísta, pero prefería que me recordaba de aquella forma a que me odiara hasta la muerte.

Salté por unas piedras, pasé por encima de un riachuelo y seguí mi camino sintiendo como un mal presentimiento acudía a mis instintos. Tras unos segundos con aquel presentimiento pegado a mi piel, me detuve con las orejas en alto. Sintiendo la alerta, tensé mi cuerpo y olfateando a consciencia retraí los labios en una mueca rabiosa al venirme el aroma a licántropo y junto a su nauseabundo aroma, el perfume de Isaac. ¡Isaac! Aullé echando a correr hacia él de nuevo. Mis patas se impulsaban sobre el bosque que pasaba a gran velocidad. Escuché movimientos y esperando llegar a tiempo antes de llegar ante la bestia aullé y gruñí fuerte retando al licántropo. Si algo odiaban los licántropos era que les molestaran y se atrevieran a retarles por el territorio y aquello mismo hice, sintiendo como tras unos instantes unas pisadas fuertes retumbaban sobre la tierra viniendo directamente hacia mi dirección. En mi mente lo celebré y esperé que Isaac tras aquella distracción huyera de las garras de aquel ser. El corazón me latía violento y escuchando los pasos de la bestia tras de mí apreté el paso hasta una zona del bosque llena de matorrales donde poder tenderle una trampa. El licántropo chocaba con fuerza y fiereza contra los árboles. Aullé de nuevo, elevando mí canto al cielo oscuro de aquella noche y escondiéndome tras remojarme en el riachuelo, esperando que mi olor se perdiera, observé como el licántropo olfateó el riachuelo y pasó de largo avanzando hasta lo más profundo del bosque. Lejos de mí y de mi cazador. Al verle desaparecer, destensé las patas tranquilizándome. Me lamí el pelaje, expulsé el agua de mi cuerpo y saliendo de mi escondite me encontré justo a tiempo de ver como Isaac llegaba ante mí.

¿Qué hacia allí? Me pregunté descuidando mis movimientos, pues de mi garganta surgió un fuerte gruñido. Le miré tensa sin saber qué hacer para alejarlo de allí. Rehuí de sus ojos temiendo que pudiera reconocerme al verme fijamente a mis esferas azules y suavizando mi posición volví a gruñirle avisándole del peligro. Debes irte, ¿Qué no lo ves? ¡Podría volver! En mi interior moría de preocupación y al verle aproximarse con el estilete en alto temí lo peor, hasta que una sombra salida de la nada me arrolló con fuerza alejándome de él.  Me debatí mordiendo con rabia a diestro y siniestro. Algunas dentelladas fueron al hocico de la bestia mientras mis garras intentaban profanar su cuerpo. Gimoteé de dolor al sentir sus dientes hincándose más profundamente en mi piel, lacerándome la zona hasta sentir mí sangre resbalar por mi pelaje. Conseguí escabullirme tras un zarpazo que le di en los ojos, y cayendo al suelo esta vez fui yo la que se volvió hacia ella, mordiéndole con saña centrándome en la furia ciega de la lucha para no sentir el dolor de mi cuerpo, su veneno adueñándose de mi sangre. La bestia me superaba en tamaño, ya que los licántropos solían ser tres veces el tamaño de un lobo común, aun así no me importó, con la cercanía de Isaac y su vida peligrando no podía ser una cobarde. Costará lo que costara lo quería vivo, no permitiría que nadie terminara con su vida. Él era mío.
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Mensaje por Isaac Renaldi Sáb Ene 03, 2015 8:48 pm

Amo como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?
Fernando Pessoa

El aire estaba tan pesado que me costaba respirar, hmmm… claro que no era eso, simplemente era la sed de venganza que parecía haber cerrado mis bronquios para impedir que el aire insuflase mis pulmones, respirando con fuerza y profundamente agilicé el correr, ese animal salvaje no se me iba a escapar, me había arrebatado algo lo más justo es que pagara por la cuenta y me encargaría de hacerlo pagar hasta con intereses -¡Maldito perro! - gruñí al ver como el lobo se alejaba de mi presencia impidiéndome que le pudiera seguir el paso, después de todo él era un sobrenatural y yo un humano que estaba tan cegado por el demonio interno que no le importaba arriesgar su propia vida, después de todo yo ya no tenía algo que cuidar en este mundo, mis padres murieron y esta bestia me había arrebatado a mi… espera ¿Exactamente que era Alenna en mi vida? ¿Qué sentía por ella? La estaba odiando por haberme mentido y haber desaparecido de mi vida como si se tratase de un relámpago cegador pero eso no era ni la tercera parte de lo que en realidad me estaba perturbando, la… amaba ¡Si maldita sea! La amaba, la necesitaba y el destino había sido un desgraciado arrebatador al quitármela de la forma más vil, a pesar de mis palabras desdeñosas quería alcanzarla para abrazarla de nuevo y no dejarla escapar, convertirla en la chispa que iluminara mi infame oscuridad, era la piedra preciosa de mi existencia y aunque yo no soy un hombre de flores y corazones con ella era inevitable destruir toda mi frialdad para solo servirle al ángel que había llegado para quedarse y salvarme de mi abismo eterno, este maldito y enfermizo amor que había nacido desde que ambos éramos unos críos insulsos era la vuelta a mi página, en ella solo había lugar para adorar a esa pequeña niña caprichosa enmascarada por la apariencia de una mujer adulta, cerré los ojos un tanto y apreté los dientes, la sed de sangre me ardía en la piel, mi mano hacía una presión casi dolorosa contra el estilete –Te juro que lo que te hizo no se va a quedar así mi amor- pensé en mis adentros y abrí los ojos con la mirada llena de convicción para asesinar al agresor, no había tiempo para dudas.

Quedándome parado cerca de un riachuelo giré mi cabeza hacia todos lados buscando al desgraciado depredador, no había nada pero en el suelo se miraban unas marcas señales que el lobo había pasado hacia el otro lado del río, debía seguirlo antes de los malditos se juntaran para hacer algún tipo de manada y de esa manera me sería difícil contando que yo solo disponía de un estilete, miré el objeto y me maldije, necesitaba una pistola con balas de plata para asesinarlo y luego cargar su cuerpo hasta mi mansión ya allá me convertiría en una bestia sin rienda haciendo de su cuerpo una bellísima obra de arte que podría colgar en el techo, fue cuando de reojo miré algo, una copo de nieve que destacaba entre el verde y café de la maleza, fruncí el ceño viendo su hermoso pelaje, era un lobo, pero no tan grande como lo es un licántropo, quizás solo fuera un lobo salvaje o podría ser la cría del maldito desgraciado que se me había escapado, apretando los puños le miré fijamente, estaba empapado y algo dentro de mí se oprimía, una corrientes eléctricas me estremecían las yemas de los dedos al igual cuando estaba a punto de cazar, tensé la mandíbula con la mirada aún ardiendo en el infierno y me acerqué un paso al lobo –Hmmm- alcé la ceja esperando ver algún tipo de ataque por parte del animal sin embargo nada, parecía asustado, sus ojos tenían un olor peculiar, tan hermoso y profundo que no podía quitar mi mirada de la ajena –Seguro venía por ti ¿no? - era tonto el animal aunque fuera un humano disfrazado de animal no iba a responderme pero tampoco me atacaba ¿Qué era exactamente lo que quería? –O están juntos o tienes el infortunio de estar en el mismo territorio que ese desgraciado- di otro paso con el estilete firmemente agarrado –O… estoy quedando loco y seguro no eres nada mientras yo hablo con alguien que no me va a contestar- cerré los ojos con algo de dolor recordando a Alenna, no podía creer que nuestro encuentro había sido tan fugaz que apenas lo pude acariciar, la mandíbula me dolía de la presión que estaba haciendo, un vacío crecía dentro de mi pecho y me subía por la garganta haciendo que mi nariz quisiese hacerse agua, no lo iba a dejar, yo no debía llorar, era un adulto no un niño llorón que ha perdido lo más preciado que le había quedado.

Un sonido rompió el aire y los pasos eran tan fuertes que parecía que la tierra temblaba y sin más el impacto me llevó hasta lo lejos mi cuerpo golpeó el tronco de un árbol a lo que me quejé, el dolor me estremeció hasta la columna vertebral y no podía mover el hombro, lo tenía dislocado, llevándome la mano hasta este lo presioné mientras notaba como el licántropo estaba parado frente al otro lobo blanco en pose amenazante, me sentía aturdido apenas y podía ver a mi alrededor, me quejé por lo bajo y como pude logré ponerme de pie para destazarlo pero ¿Con qué lo iba a atacar? Miré rápidamente a mi alrededor buscando algo que me ayudase, el estilete se había vuelto a salir de la presión de mis dedos a lo que le busqué de inmediato, no estaba tan lejos de mí, sosteniéndome el hombro me acerqué con un paso dificultoso hasta este y lo agarré viendo con rabia al animal que estaba a punto de atacar al otro, gruñía y rasgaba con las patas la tierra, fruncí el ceño y noté unas piedras cerca del lugar donde estaba tirado el estilete, agarrando unas cuentas las guardé en mi mano y caminé con el hombro casi colgando de mi cuerpo –¡Hey tú maldito perro! - gruñí y le lancé una piedra en el lomo para que me viese, no lo hacía por ayudar al otro animal, la cuestión era que el único que debía darle muerte al desgraciado era yo, no me volteó a ver le lancé otra piedra con más fuerza y esta rebotó en su lomo, volteó instintivamente su cabeza hacia mí y tragué pesado –¡Por aquí imbécil! - dando dos pasos cautelosos hacia atrás su objetivo cambió y ahora venía tras de mí, mis ojos voltearon al lobo y admiré su pelaje, era tan blanco que parecía algodón, negué y volví mis vista al animal –Ven- lo incité y sonreí de lado –Eso es- susurré y la punta del estilete se alzó hacia arriba, listo para ensartárselo en el ojo cuando se acercara, en un movimiento rápido vino hacia mí y como pude me lancé hacia un lado rodando en el suelo viendo como el animal derrapaba en la tierra, rápidamente me volví a poner de pie con una mueca dolorosa por la fractura y de nuevo el animal se vino encima de mí, le volví a esquivar pero esta vez doblé la mano para ensartarle el filo del estilete por todo el costado mientras su cuerpo pasaba al lado mío, la carne había sido cortada y mi mano estaba manchada de su linfa, limpiándome en el pantalón volví a ponerme en posición de ataque pero esta vez el animal había aprendido de sus errores me embistió con fuerza tirándome al suelo, su saliva caía en mis ropa y me gruñía en el rostro, de nuevo mi arma estaba fuera de mi alcance solo a unos cuantos centímetros, cuando el animal se detuvo y alzó las orejas dejando de gruñir, fruncí el ceño y se me quito de encima mío, noté al lobo blanco detrás de nosotros y de inmediato tensé la mandíbula –Que animal más tonto- pensé y sentí las garras del animal arañarme el pecho destrozando mi ropa y cortando mi carne, un grito doloroso salió de mis labios y me doblé un poco hacia un lado –¡Argh! - gruñí y me pasé la mano por la herida, estaba perdiendo sangre pero no me importaba, no había acabado con él, la figura del licántropo se alejaba de mí y apenas pude notarle, tiré la cabeza un poco hacia atrás buscando algún tronco para estampárselo en la columna vertebral, el lycan iba por el lobo blanco y yo estaba realmente herido, sin embargo nada que fuese a mandarme a la tumba, por el contario sería el otro el que me mostraría su forma y su muerte.
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Mensaje por Alenna Donovan Lun Ene 05, 2015 4:21 am

El amor es el principio de todo,
la razón de todo,
el fin de todo

Henri Lacordaire.


¿Qué hacía allí parado? ¿Qué no veía que su vida corría peligro de quedarse en los bosques? ¡Idiota! Me moría por gritarle, saliendo apenas de mi hocico unos gruñidos sin vocablo alguno. Ahí estaba en peligro y él buscándolo. Resoplé y viéndole con la mirada agachada dejé que se acercase hacia mí. Quedaba tanto por decirle. Tanto por vivir ahora de nuevo con él, que todo el desconcierto, el miedo y la ira de sus palabras en el baile casi podía olvidarlas de mi cabeza. Ambos habíamos sufrido… Pero ¿Y quién no sufría por amor? Mi padre siempre me decía de pequeña que únicamente lo que costaba, era lo que realmente valía la pena. ¿Valdría la pena una segunda oportunidad nuestra? ¿Me dejaría volver? Me pregunté viéndole a los ojos, analizándole hasta que la bestia alertada por el olor humano o por mis gruñidos, volvió arremetiendo contra mí y contra él, alejándonos el uno del otro, como siempre el destino se encargaba de hacer.

Desvié mi mirada de la de él para fijarla en la bestia que rabiosa se acercaba cada vez más y más a mí. Su aliento podría tumbar a cualquiera que se acercara tanto, y su figura imponente haría huir a todo aquel que se le plantara, sin embargo no me dejé vencer y permanecí plantándole cara. Le gruñí y enseñe los caninos, él me contestó arañando la tierra a sus pies preparándose para arremeter contra mí de nuevo. Ladeé la cabeza de forma burlona y justo en el último momento apareció de nuevo Isaac y sus intentos de atraer la atención del licántropo. Al verle tirarle piedras y como el licántropo volvía a fijarse en él, gruñí enfadada y molesta con él. ¡El cazador y su ego! ¿No podía huir como toda persona corriente? Me acerqué a ellos y viendo el enfrentamiento que tenían celebré cuando el estilete dio a la bestia, rasgando e hiriéndolo. El único problema que podía adivinar era que al ser herido, con más rabia se lanzaría la próxima vez contra él y en un intento desesperado de frenar a la bestia corrí hacia ella y mordiéndole la cola obtuve toda su atención tras tirarle lo más fuerte posible. Ven bestia sin celebro, alimaña inservible. Le provoqué ladrándole. No hacía falta mucho más para provocarle, así que viniéndose hacia mi esquive su golpe y salté nuevamente sobre él. Me agarre a su tronco, lastimándolo tanto como podía hasta que de un golpe contundente contra el suelo me obligó a soltarme. Caí al suelo con un sordo gimoteo. Mi cuerpo si salía de aquel enfrentamiento se encontraría muy resentido por unos días hasta recuperarme. Gruñí desde el suelo y esperando su contrataque de nuevo volvió a centrarse en el cazador a por quien tras deshacerse de la idea de que yo pudiera ser un fuerte contrincante, dirigió toda su rabia. — ¡ISAAC!— Grité en una mezcla de aullido animal y voz humana. El licántropo había vuelto a por él y sin nada con lo que defenderse, Isaac sería una prisa fácil para la mordedura de un ser como aquel. Mi cuerpo lobuno tembló unos segundos de rabia al imaginarme que alguien pudiera maldecir a mi cazador por siempre al embrujo de la luna. Mis patas presionaron la tierra y sin dar aviso alguno de mis intenciones corrí hacia ellos, plantándome en dos saltos en medio de sus dos figuras, interponiendo mi cuerpo entre los caninos del licántropo e Isaac, sin saber que justo en el aquel último momento él sacaba una de sus armas escondida, la cual irremediablemente terminó adentrándose en mí.

Ninguna situación vivida antes me había preparado para la sensación punzante y dañina que sentí cuando la daga que empuñaba Isaac se adentró y rasgó profundamente mi carne. Fue atroz. No tuve tiempo siquiera de mirarle o de rogarle que no hiciera más presión, porque al mismo tiempo que él hincaba en mí su daga, los caninos del licántropo encontraron el tronco de mi figura. Sus dientes penetraron mi piel y con la furia ciega de la luna llena, levantó mi cuerpo y me sacudió varias veces como si apenas mi cuerpo se tratase de un muñeco del que deshacerse. Grité… grité de dolor, porque no hay otra forma de definir ni en forma lobuna o humana, el agudo dolor que me dejó convaleciente por unos segundos, en los que toda mi visión se tiñó de rojo, como mi pelaje que antes blanco ahora se encontraba manchado por grandes surcos de sangre. El licántropo acompañó mi grito por un feroz y vibrante gruñido de su garganta que resonó por doquiera de aquel bosque, asustando a las aves de los alrededores. Me estremecí y encogiendo mis patas y cuerpo, me preparé para cuando la bestia me soltara no darme de lleno contra el suelo. Sin embargo poco pude hacer ante la caída al lanzarme al aire más que esperar que el golpe no produjera muchos destrozos en mí y que todo este dolor sirviera para que Isaac se alejara y se salvara. Desconozco los segundos en que me los pasé en boca de la bestia y cuantos más fueron necesarios para que mi cuerpo finalmente se encontrara yendo al vacío. Todos y cada uno de aquel breve tiempo lo aproveché para llenarme de los recuerdos del baile con Isaac y de todas y cada una de nuestras aventuras de pequeños. Nuestros encuentros, sus abrazos, sus risas… el amor que siempre le tendría lo llenaba todo de mí y aunque me hubiese gustado decirle que cada uno de mis pensamientos antes de morir había sido para él, tendría que contentarme con saber que él seguía vivo. Y esperando poder reencontrarnos en el más allá mi cuerpo cayó como muerto contra el suelo a unos metros más allá de la bestia. No hubo follaje o planta que amortiguara mi caída, por lo que sentí que el impacto iba de lleno a mis extremidades, siendo de una de las patas traseras en la que oí el crujido de los huesos al astillarse. Ante aquel sonido ensordecedor y un segundo ataque del dolor recorriéndome, mi consciencia me abandonó unos segundos, recobrándola al sentir la respiración agitada del licántropo sobre mí. Ahora parecía haber perdido el apetito por el cazador. Quizás fuera porque había probado ya mi sangre el motivo por el que se concentrase en mí. Fuera como fuera, yo lo aproveché y haciéndome la muerta dejé que se me acercara. Sentí su frio y nauseabundo aliento sobre mí y sin previo aviso me revolví mordiéndole con saña del cuello y colgándome de allí, afianzando con cada uno de sus movimientos mis dientes en su arteria. Con las patas intentaba agarrarme, mientras la bestia sabiendo que se le estaba yendo la vida por la sangre de la garganta no dejó de intentar morderme y sacarme de su herida. ´

Sus manotazos y saltos en pocas ocasiones hicieron efectos a causa de la gran debilidad que empezaba a adueñarse de su cuerpo por la pérdida grave de sangre. Solo en dos ocasiones logró herirme nuevamente. Aun así no desesperé y tragándome el dolor que sentía en cada esquirla de mi piel, seguí colgada de su cuello, ahondando en la herida hasta que tomando en mi boca tras un largo y salvaje forcejeo un trozo de su carne, caí irremediablemente al suelo. Esta vez sin embargo, me dejé caer sin aliento, sin fuerzas con las que volver a atacar. Ya no había ninguna solución. Esperando que él se hubiera ido, poco quedaba ya para mí. El licántropo por las heridas podría sanar o no dependiendo de la gravedad de estas, no obstante ya mi cuerpo sentía los estragos del veneno del licántropo, que aunque no fuera plata, actuaba como un lento veneno. No era mortal, o por lo menos no solía serlo para nosotros los cambiantes, no obstante ralentizaba la sanación acelerada de nuestros cuerpos, con lo que con mis heridas y con mi estado, terminara conmigo o no la bestia que sentía venir hacia mí, mis horas estaban contadas. Si solo pudiera haberle dicho que le amaba... que me perdonara por desaparecer de un momento a otro, me habría acogido gratamente a la muerte sabiendo que él lo sabía. Pero no lo sabía y aquella sin duda alguna; era la peor muerte que podían darme. El olvido ahora parecía mas frío que el sueño eterno de la muerte.
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Mensaje por Isaac Renaldi Jue Ene 15, 2015 3:31 pm

El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma.
Aldous Huxley

La herida no paraba de sangrar, me sentía un tanto aturdido, nunca antes había salido tan herido de un enfrentamiento como el de esta noche pero tal vez era el hecho que me estaba dejando llevar por la rabia en lugar de razonar como me lo habían enseñado, mi brazo apenas se podía mover, estaba totalmente dislocado, colgando de la articulación, tragué pesado buscando algo más largo para acabar con ese animal bastardo, nadie más tenía que entrometerse en esto era mi misión, el único que le debía dar fin, tomando el estilete me levanté adolorido y algo tambaleante, presionando la herida con mi mano para detener un poco la hemorragia, quejando en repetidas ocasiones miré un pedazo de tronco, lo podía usar para hacer una estaca y enterrársela en el cráneo al licántropo, mirando de reojo lo que hacía con el lobo blanco fruncí el ceño, ese animal no entendía que se estaba enfrentando a un superior que él, seguro era un salvaje y por eso su falta de racionamiento, llegando con dificultad al tronco lo tomé y reventé contra otro árbol para astillarlo, lo logré un tanto más no lo suficiente así que apoyándome de espaldas al árbol hice presión del pedazo de madera contra mi muslo tuve que usar ambos brazos y créanme es un dolor que no se lo deseó a nadie, mordiéndome el labio inferior con fuerzas finalmente logré astillarlo, era una estaca de muy mala calidad pero efectiva, sujeté con los dientes el estilete acercándome a ambos, el lobo blanco le estaba dando pelea al lycan pero en un movimiento rápido vi como este lo mando de un zarpazo al suelo, me enfurecí un tanto y quité el estilete de mi boca -¡MALDITO ANIMAL! - le grité afianzando mis pies a la tierra para esperar su ataque, misteriosamente el dolor de mi hombro solo se había convertido en leves punzadas, estaba seducido por la adrenalina que me hacía vibrar los dedos –¡Ven aquí miserable! - incité viendo rápidamente al otro animal que yacía aturdido en el suelo, dando dos pasos cautelosos hacia atrás el lobo me miró amenazante estaba sediento de mí –Eso es…- susurré retrocediendo y apretando el estilete y la estaca en mis manos, los ojos de aquel perro salvaje estaban sumergidos en una oscuridad atemorizante, era matar o morir, fijándome en cómo sus patas pisaban con fuerza la tierra rasgándola tensé la mandíbula –Es ahora Isaac, no puedes dejar que se te escape, no puedes morir a manos de una escoria- pensé para mí mismo cuando el animal dio un impulso y como acto reflejo alcé la mano doblándola hacia al lado con el filo del estilete listo para perforarle la garganta sin embargo las cosas no salieron como esperaba, había herido al lobo blanco.

Mirando perplejo la sangre brotar de su cuerpo negué -¡¿Qué rayos?! - gruñí en reprimenda a este -¡Maldita sea! - saqué el objeto corto punzante de inmediato viendo como la linfa goteaba de la hoja afilada y fue cuando el lycan aprovechó para atacarlo, sus fauces atraparon la carne del pobre lobo que había herido y tragué sin siquiera poder pensar ¿Por qué se metía para salvarme? En movimientos lentos miré como el bastardo perforaba la piel del otro, el lobo blanco chillaba y por alguna extraña razón me imaginé que lo mismo había sucedido con Alenna minutos atrás, la rabia nacía dentro de mi pecho con más fervor, bajé la mirada viéndome los zapatos y negué desconsolado -¿Qué es esto? - susurré para mí mismo -¿En qué me he convertido? - tragué pesado cerrando los ojos –Soy un monstruo- me miré las manos ensangrentadas mientras alas apretaba fuertemente y temblaban –Un monstruo que va a disfrutar despellejando vivo a ese desgraciado- por debajo de las cejas observé la escena, ya casi no había pelaje blanco, todo estaba cubierto por rojo carmesí, de la garganta del lycan goteaba sangre, el otro animal lo estaba degollando y miré cuando arrancó el pedazo de carne, seguí con la mirada aquella deplorable piel y alcé la ceja con la cara endurecida –Muy bien- musité suavemente y alcé la barbilla –Ya has tenido suficiente diversión- corriendo lo más rápido que podía hasta ambos aprovechando que el lycan estaba algo aturdido por su pérdida de sangre lo embestí clavándole el estilete en la yugular y presionándolo contra el tronco, me llevaba una clara ventaja en altura así que separándome rápidamente de su cuerpo deslicé el estilete con todas las fuerzas que tenía haciendo un corte horizontal por toda su garganta, el animal ni tan siquiera pudo rasguñarme de nueva cuenta aunque casi logra morderme al estamparlo contra el árbol, miré como su cuerpo cayó al suelo y con dificultad volvía a tratar de levantarse, se escuchaba como se estaba ahogando en sangre a lo que chasqueé la lengua y negué –No más- me dirigí a él y puse mi pie sobre su cabeza con fuerza –Quieto- susurré y le miré enardecido, lo odiaba –La velada ha acabado- apretando la estaca entre mi mano fruncí el ceño inhalando profundamente en señal de furia y alcé la mano lo más alto que pude y con fuerza dejé caer la estaca sobre su nuca ensartándosela en la carne y moviendo el objeto para adentrarme hasta lo más profundo de la misma, gruñí mientras algunas gotas me salpicaron el rostro y el animal chilló moviéndose en señal de dolor así que me le subí en la espalda haciendo presión con mi peso –¡Quieto! - ordené y con ambas manos seguí ensartando aquella estaca hasta que dejó de moverse y la cabeza se dislocó hacia un lado, con los dientes apretados no quité mis manos de la estaca viendo como regresaba a su forma humana, se trataba de un hombre bastante fornido y de mediana edad, alcé la barbilla y saqué la estaca de su cuello levantándome de encima de él –Te lo advertí- le dije con dureza y de reojo miré donde se encontraba el lobo blanco, ya debía estar muerto.

Caminando hasta donde debía estar el cuerpo exánime del infortunado animal me sostuve de nueva cuenta el hombro, empezaba a doler y esta vez con más fuerza, sin embargo las sorpresas no se habían acabado y esta se llevaba el premio de oro entre todas, mis ojos se abrieron amplio al notar que el animal ya no estaba, en su lugar había un cuerpo pálido y delgado, una silueta femenina desnuda frente a mis ojos, hice presión en mi hombro por la rabia, esto debía ser una maldita broma, o estaba muerto o estaba drogado por la molestia, no ella, cualquiera menos esa mujer ¡Mentirosa! Le miraba casi desquiciado y sin poder unir las palabras, todo frente a mí eran recuerdos, era confusión, era una mezcla de furia y culpabilidad, era un maldito infierno, ella era una cambiante por eso se había interpuesto en tantas ocasiones en mi pelea con el lycan –¿Alenna? - murmuré con la mandíbula tensa, esto no se lo iba a perdonar, pertenecía a la raza de los mismos miserables asesinos de mis padres y para mí todos esos eran la peor calaña entre los sobrenaturales.
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Mensaje por Alenna Donovan Vie Ene 16, 2015 7:29 am

¿A dónde huir?
Tú llenas el mundo.
No puedo huir más que en ti.

Marguerite Yourcenar.


Había esperado el golpe mortal y habría agradecido la ausencia del dolor que ahora sufría en mi cuerpo. Me dolía cada parte de él. Jamás antes había sentido mi cuerpo con aquella magnitud. Era capaz de imaginar y seguir el camino que el veneno estaba trazando en mi interior, disminuyendo las defensas en mi sangre, hasta imposibilitar la sanación acelerada, lo que quería decir que hasta en la mañana, hasta que mi cuerpo no hubiese luchado con el riego maligno y vencido, mis heridas seguirían sanándose muy lentamente. Por ello que al caer en el suelo tras un golpe contra uno de los árboles de aquel lugar, y sintiendo en mis propias carnes el ruido atroz de mis costillas romperse esperé realmente inmóvil aquella muerte indolora. Ahora vivir dolía, me hacía agonizar y mi loba sin fuerzas ya no podía luchar más. Gimoteé contra el suelo y tensando mi cuerpo al oír el licántropo acercándose de nueva cuenta a mí, cerré los ojos en el mismo instante en que Isaac se abalanzó contra la bestia, desviándola de terminar con mi vida.

Oí los quejidos agónicos de la bestia y relamiéndome el hocico, mi loba disfrutó de sus alaridos y de las palabras de Isaac como si esas mismas hubieron sido suyas. Lentamente y con el miedo de que Isaac luego decidiera terminar conmigo, como aquel licántropo intenté levantarme del suelo. A duras penas conseguí levantarme sobre mis cuartos que temblando, volví contra el suelo. Gimoteé de nuevo de dolor. Las piernas no las sentía, tan cansada me encontraba que no sentía las palpitaciones de las heridas ni las del mordisco de la bestia. Respiré hondo y de nuevo intenté levantarme volviendo a caer mientras mis sentidos seguían centrados en los ruidos de la pelea, de la sangre del licántropo haciéndose un charco en el suelo. Aturdida tras aquella nueva caída descansé sobre el suelo inmóvil. Me lamí cuidadosamente una de las patas lastimadas y temblorosa gimoteé una última vez antes de forzarme a levantarme de nuevo. Debía de alejarme de allí y esconderme entre la maleza. Tenía que esconderme de Isaac. No podía verme en aquel estado y con las fuerzas abandonándome, no faltaba mucho para que mi loba decidiera abandonarme también.

Esta vez las patas decidieron hacerme caso, no obstante tras caminar unos pocos metros y junto toda la sangre que perdía debilitándome mucho más de nuevo me dejé caer sobre mis patas. Ya nada quedaba de mi pelaje blanco inmaculado que siempre mostraba y sintiendo que mi loba finalmente decidía abandonarme me concentré verdaderamente en ella, agarrándola, sosteniéndola con todas mis fuerzas hasta que tras esconderme tras la maleza irremediablemente cambié quedando tumbada contra el suelo, con el cuerpo tenso y sin aliento. Jadeé y por unos segundos cerré los ojos y la mente a todo el dolor que llenaba mis sentidos, concentrándome en el silencio profundo del bosque.

Tardé unos segundos en deparar que aquel silencio no evidenciaba nada bueno. ¿Dónde estaba Isaac? Me pregunté aterrorizada, llena de miedo y dolor al pensar en que aquel licántropo antes de morir se le hubiese llevado y en lo que las primeras lagrimas regaban mis mejillas su voz acudió tras de mi figura. ¡Isaac! Me alarmé al oírle aquel tono de voz que solo había conocido en medio de la batalla con el licántropo. Con miedo ahora si de que aquel fuera mi final, tragué duro y me volteé recostándome en la medida de lo posible contra el tronco de un árbol mientras mi mirada cristalina se hincaba en los ajenos y un temblor sacudió mis cimientos. Su mirada era tan fría, el porte de su figura agresiva y le sentí desquiciado tanto como yo aterrada. Ahora que sabía la verdad de mi persona, el mayor secreto que guardé por años… ¿sería capaz de terminar con mi vida? Entreabrí los labios y cayendo mis ojos en el arma que aún sostenía llena de sangre de aquel licántropo y parte de la mía, me encogí de frio y miedo.

  Por favor no me mates… Isaac, no me mates, no me decapites como a la bestia, por favor Isaac. Perdóname… No quise hacerte daño. —Le rogué abrazándome a mí misma con mi cuerpo, tapándome los pechos con una mano mientras la otra la llevaba a la herida más profunda de todas, la del estilete en el costado de mi vientre. Hiperventile al sentir las punzadas de dolor corcoveando mi cuerpo y mordiéndome el labio acallé mis quejidos en lo que mis ojos tras medirle unos segundos bajaron al suelo incapaz de soportar su mirada sobre mí. No cuando me miraba con odio. —   Lo siento… debía guardarlo en secreto por el bien de toda mi familia y no podía decirte de mi condición, y éramos tan niños… Por favor Isaac dejad de mirarme así. —Supliqué ahogando mis primeras lágrimas de desazón. Él siempre había estado presente en mis pensamientos, y ahora ver cual sentimiento se hacía presente en su mirada, rompía mi corazón en pedazos. Me hacía sentir inmerecida. Un monstruo. Y para él lo más seguro que tras verme como loba, lo sería. —   Perdóname por dañarte, no quise hacerlo… y saliste herido por mi culpa, por seguirme. —Anteriormente había podido observar su cuerpo herido y en su torso yacía una cicatriz de mis garras al haberle apartado de la bestia e interpuesto entre ambos, sin querer mis garras habían roto su piel. —   No soy un monstruo… ¡Isaac soy yo! — Hice énfasis a lo último viéndole de nuevo, encarando mi rostro al suyo aún desde mi posición. Los labios me temblaron al verle imponente y en mi cuerpo desnudo y herido empezaron a caer las primeras gotas de la noche. Se avecinaba tormenta. Y no me refería a la tormenta que nacía de sus ojos atrapándome a mí en su vórtice, ni al huracán de su fuego que consumía cada rincón de mi alma.
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Mensaje por Isaac Renaldi Sáb Ene 17, 2015 8:58 pm

El corazón es una tierra que cada pasión conmueve, remueve y trabaja sobre las ruinas de las demás.
Gustave Flaubert

Su piel era impoluta, infinitamente hermosa, su silueta era delicada, siempre la había considerado atractiva y mi admiración a ella no se encadenaba a lo carnal, era un sentimiento mucho más fuerte que cualquier otro que había experimentado por una mujer en mis 26 años, en ese momento ya no importaba la belleza de mi flor, había sido borrada por la ira que me provocaba el saber que ella era una mitad humana ¡¿Por qué?! De todas la razas posible que sabía existían tenía que pertenecer a la que yo consideraba la peor escoria de París, mi mano se tensó alrededor de la estaca con tanta fuerza que pequeños pedazos de madera se insertaban en mi palma, no había dolor más digno que el que ella me estaba brindando, nada lo superaba, mi pecho se consumía en el vacío y mis ojos en la frialdad que me caracterizaba –Alenna- volví a susurrar, podía estar soñando, quería que esa mujer no fuera ella, que fuera nada más que su cuerpo inerte, ciertamente en ese momento hubiera preferido verla devorada por el lobo que maldecida por una condición inepta.

Alenna estaba herida, la sangre se derramaba lentamente de sus heridas dejando un rastro embelesador sobre su piel, mis ojos se desviaron a cada una de sus heridas admirando esos cortes y ahí estaba  un costado uno muy profundo, ese era un corte debido a un objeto puntiagudo, estaba limpio y derecho, era el corte con el que yo había arrancado uno de sus pétalos, esa hermosa flor estaba mutilado por las manos de su desleal cronopio, tragué pesado, su dolor era el mío, su sentir me pertenecía y su sangrar me cubría con júbilo ¿Dolía tanto amar? Era peor que ensartarme un cuchillo en el centro del pecho y esto era mucho más fácil, dejé caer la estaca y le miré con pesadez –Guarda silencio- exigí sin sonar autoritario, mi tono era vacío, después de todo así me encontraba, no había reparo en el alma autista de este demonio moribundo -¿Qué no te mate? - mis pasos constantes no se detuvieron, mis manos con cada que sentía su presencia cerca se empuñaban aún más -¡¿Qué no te mate?! - me exalté un tanto –¿No quisiste hacerme daño? - murmuré con una sonrisa irritada formándose en mis labios -¡Eres una mentirosa! - gruñí sin detenerme a pensar en mis palabras –Una mentirosa que jugó a su antojo conmigo desde muy temprano esta noche- la frialdad inundaba mi voz, estando a unos centímetros de ella le recorrí el cuerpo con la mirada fingiendo lascivia –Hermosa- susurré como si me hubiera tragado un veneno, yo no la deseaba en ese momento, se me había enseñado a respetar a las mujeres y no tratarlas como un pedazo de carne que podía roer y luego tirar, mucho menos ella –Mírate, no retiro lo que te dije momentos atrás, ahora te has convertido en una mujer hermosa y muy deseable- tragué de nueva cuenta ahogándome en mis palabras ¡Ángel mío, este demonio te admira, no podría siquiera osar con profanarte sin permiso! El Isaac Renaldi cuerdo musitaba esas palabras en mi interior, pero el Isaac Renaldi cazador había tomado el control del barco –No me has lastimado- negué mintiendo, ella claramente había abierto una herida que no podría curar con facilidad –Simplemente me has hecho verte como una más, una mujer con la que puedo pasar un momento divertido sin recuerdo- cerré los ojos esperando venir el bofetón, estaba siendo un patán y me merecía todos sus insultos y golpes con creces -¿Por el bien de tu familia uh? - alcé la ceja viéndola con satisfacción –Al parecer primero voy a darte lo que tanto deseas Alenna, vamos a salir de este bosque y vamos a pasar la noche juntos ¿Te apetece? - sonreí de lado –Y luego voy a degollarte como lo hice con ese animal para luego ir por toda tu familia y llenarme las manos con su sangre- eso terminó de romper algo en mi pecho, era una clara mentira, una blasfemia para mi pequeña flor, jamás podría hacerle daño a nada que ella amase, primero muerto antes que verla herida y sola, pero no debía aclararle nada en ese momento -¿Qué dices? - susurré mientras una mano se acercaba a ella y la tomaba de la cintura pegándola con fuerza a mi cuerpo –Vamos a dejar que nuestro amor crezca al igual que lo hemos hecho nosotros, ninguno de los dos es inocente- choqué mi frente con la de ella –Alenna Donovan - musité tan despectivamente que tuve que morderme la lengua con fuerza como acto seguido -¿Eso es lo que quieres no? - apreté mis dedos sobre la suave piel de su cintura dejándome manchar por la sangre de sus heridas –Eso es lo que mereces por ser este ser tan vil y deja de hablar- apreté los dientes -¡Claro que eres un monstruo! - saboreé las palabras hirientes cerca de sus labios cuando me di cuenta de lo descarado que estaba siendo, este no era yo, era un hombre controlador y sabía lo que era el trato hacia los demás así que le solté dejando salir un poco de aire por la boca –Pues te equivocas, no te deseo, nunca te he visto de esa forma y ahora menos que nunca podría desear a una mujer que ha jugado con mi mente- fruncí el ceño y me quité la chaqueta del traje, estaba desgarrada pero serviría para que cubriese su delgado cuerpo lo suficiente –Ten y cúbrete- le extendí la chaqueta y le di la espalda, debía respetarla, a mi mejilla cayó una gota y de inmediato levanté la mirada, la lluvia empezó a ser constante y los truenos y relámpagos estremecía lo taciturno del bosque -¿Por qué? - susurré -¿Por qué me mentiste? - murmuré entre dientes después de que había considerado ella se había cambiado.

Me di la vuelta finalmente, con la calma un poco más asentada en mi alma y le miré con lastima, seguía perdiendo sangre pero tenía heridas de un licántropo y había leído sobre ellos, la saliva de esos perros actuaba como veneno en el cuerpo de cualquier sobrenatural –Eres buena mintiendo- aquello no sonó petulante, se miraba tan pálida, sus labios casi estaba violáceos quería sucumbir y abrazarla, alzarla en brazos y llevármela a la mansión para curarla y dejarla descansar, decirle que nada de lo que había dicho era cierto y que aunque debía odiarla no lo hacía, no viéndola tan frágil, no cuando lloraba de esa forma frente a mi indiferencia –Nunca lo habría podido imaginar- me acerqué a ella lentamente, en cualquier momento se iba a caer y no podía dejar que pudiera golpearse, tampoco es que la iba a llevar a la mansión pero si desfallecía ya vería que haría con su cuerpo, quizás lo podría ir a dejar al hospital y largarme luego –Estás sangrando demasiado- susurré y me detuve –Pero no nos vamos a ir ninguno de los dos, aunque se caiga el cielo, aunque te mueras desangrada, aunque aparezca otro maldito lobo a querer atacarnos, vas a contármelo todo, desde por qué apareciste ahora para hacerme desvariar con esta horrible verdad- le tomé del codo jalándola hacia mi cuerpo -¡Deja de llorar Alenna! - le espeté viendo con lastima sus ojos llorosos, el torrencial ocultaba aquella acalorada discusión –No mendigues un perdón que no vas a obtener- murmuré entre dientes ¡Mi amor no llores frente a tu verdugo que siente tocar el infierno con la yema de los dedos! Sin embargo a pesar de eso seguía firme en mi actitud, la lluvia bañaba mi cuerpo, goteaba de mi cabello cayendo sobre mi rostro, pero eso no era suficiente, quería respuestas y no la dejaría ir sin llevarme la totalidad de su secreto.
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Mensaje por Alenna Donovan Dom Ene 25, 2015 10:21 am

¿Qué deberíamos hacer con nuestros últimos días?
Yo sólo quiero pasarme cada posible minuto del resto de mi vida contigo.

Suzanne Collins.


¿Cuántas veces nos habían llamado monstruos? Incluso entre los animales había recelo hacia nosotros. Éramos tanto humanos como animales y en ningún lugar nos encontrábamos seguros. Solo quienes escogíamos como familia resultaba el perfecto lugar para esconderse y protegernos entre nosotros pero y aun así, mi loba y yo no éramos unas cobardes. No estábamos siempre bajo el ala protectora de los nuestros. Yo me había forjado un nombre y una reputación y a pesar de la oscura nube que se cernía sobre mi apellido, no iba a encerrarme hasta que aquellos que tanto me buscaban me encontrasen de rodillas ante ellos. Quería vivir, saborear la vida. Proteger a madre y correr libre por los bosques. Espiar a mi vecino y a poder ser; besarle de nuevo. En verdad no deseaba dejar de besarle. Quería repetir aquel beso cada noche y llevarme su perfume al recuerdo. Oh, Isaac… si supieras cuán importante eres para mí, cuanto me dolía que fueran tus labios los que me llamaran monstruo seguramente no lo habrías dicho y simplemente te habrías quedado en silencio viéndome con odio. Aquel odio que aún más, hería mi corazón.

Jamás quise hacértelo, solo te protegía. — Intenté defenderme de tus palabras, de tu tono, de tus hirientes labios. ¿Tan cegado te tenía el odio? ¿Qué me escondías, Isaac? Por lo mucho que te conocía podía ver que había algo más bajo la sombra de tus ojos que ardía cual fuego eterno. Por tu aspecto y los movimientos de la lucha de antes estaba claro que no te conocía tan bien como de pequeño y que el camino se te había torcido para volverte un depredador de los que como yo; no éramos ni humanos, ni animales. ¡Pero ni con el licántropo te había sentido tan enloquecido! Por unos segundos observé cada gesto de tu rostro y pude verlo, más te habría gustado verme muerta, despedazada por aquel licántropo que herida y convertida en una cambiante. ¿Por qué? Mi corazón en mi pecho tartamudeó y el miedo se apoderó de mí al oíros. Al encontraros tan irreconocible. —No no no… Isaac por favor no me miréis así. No lo hagas. ¡No te acerques! ¡Basta! —No quería ni oírlo, pero apenas las fuerzas me permitían seguir respirando como para llevarme las manos a los oídos y dejar de oírle. Aquella maldita voz que tanto había anhelado, ahora solo era un filo de acero contra mi amor. —Siento si os lastimé, pero no me llames así, no soy una mentirosa. —Tragué duro por el impacto de sus palabras y negué llorando incapaz de creerme que todo estaba perdido entre nosotros. Todos aquellos momentos olvidados, y las sonrisas desechas. Era imposible que el Isaac Renaldi que yo conocía pudiera si quiera mirarme de aquella forma, de la forma en que un hombre miraba a un jugoso trozo de carne que usar y echar a un lado tras terminar. ¡Tú no eras así!  — ¡Bastardo! No os atreváis a acercaros más o juro me ahogare en el rio. ¿Cómo podéis hablarme así? — Le grité fuera de sí, mortalmente herida ahora por sus palabras. En este momento más dolían sus palabras que las heridas sangrantes de mi cuerpo que se deshacían en caminos por todo mi cuerpo. Prefería estar muerta, dejarme morir que ver su odio en la mirada. Gruñí de dolor al intentar levantarme y volver a caer contra el suelo. Necesitaba estar de pie para poder defenderme con todas mis últimas fuerzas por si de verdad deseaba aprovecharse de mí y después de arrebatarme mi virtud, matarme. Pero en efecto mi estado era lamentable y pocas fuerzas me quedaban. Gemí de dolor al llevarme una mano hacia la herida punzante del costado y al verle acercarse hacia mí, por acto reflejo de una patada le empuje. — ¡No te acerques! —Volví a gritarle con miedo y dolor en la voz. — Y si tan monstruosa soy, ¿Por qué me deseáis? Porque yo sé que lo hacéis aunque lo niegues. —Dije negándome a dejarle que me dijera más veces lo monstruosa y repulsiva que le era. —No solo me veis como a un monstruo. —Añadí contra sus labios buscando en sus ojos alguna señal que me confirmara mis propias palabras y sin embargo, lo único que obtuve fueron sus nuevas palabras. Su negación, su desplante doloroso. Sus labios se movían y de ellos solo salían palabras que como jarrones de agua helada, enfriaban mi corazón.

Agradecí que las lágrimas me taparan su imagen, tornando su visión borrosa. No deseaba verle a los ojos y caer en un pozo oscuro sin salida. Suspiré y aceptando su chaqueta en la medida de lo posible intenté ponérmela sin rozar con la tela las heridas. Me mordí con fuerzas el labio unas pocas veces en los que sentí las heridas y rápidamente como pude me tapé, agradeciendo que mi cuerpo desnudo quedara así escondido de su intensa mirada. Con ropa me sentía un poco más segura, aunque aún siguiera con medio cuerpo y porciones de piel desnuda ante él.

Las gotas de agua caían del cielo más seguido y lo que empezó siendo una llovizna parecía más bien el inicio de una tormenta. O quizás solo fuera el reflejo de las lágrimas de mis ojos. Desfallecida y temblorosa por el frío y el dolor que arrastraba mi cuerpo, me encogí en su chaqueta llevándome las rodillas a los pechos. Abrace con los brazos mis piernas y me escondí de su mirada dejando que mi cabeza descansara sobre mis rodillas. Los relámpagos alumbraban el cielo y los truenos empezaron a sonar de cerca haciendo retumbar y temblar todo árbol cercano e incluso la tierra sobre la que nos manteníamos. Resté uno segundos en silencio, sin contestarle demasiado dolida por sus palabras como para hablarle enseguida que me lo pedía. No obstante, siempre había sido obediente y finalmente con voz baja y entrecortada le hablé, sabiendo que de nada serviría. Ya nada podía apartar el odio de su mirada y mis explicaciones no parecían hacerle titubear ni unos segundos. —Debía hacerlo… me prohibieron decir nada. — Volví a explicarle. —No te estoy mintiendo. Estábamos en peligro y de decírtelo, habrías podido correr peligro tú también. — De pequeño lo que más había temido fuera que lo mataran a él por saber más de la cuenta, por eso jamás le había dicho nada. Lo último que quería ver era su cuerpo inerte y frío en mis brazos. Y seguía sin quererlo ver. Él había sido todo para mí y aún ahora, seguía siéndolo. De reojo le vi acercarse y levanté la mirada de nueva cuenta hacia él. La lluvia caía con fuerza contra mi cuerpo, entelando mi visión con su agua

¡Basta de tus palabras! ¡Duele! ¡Me haces daño! —Dije al verme agarrada por el codo y obligada a levantarme para quedar contra su cuerpo de nuevo. La pierna al apoyarla al suelo me envió una llamarada de dolor y del movimiento la sangre corrió más rápido del cuerpo. Cerré los ojos con dolor, intentando respirar de forma calmada sabiendo que debía de controlar el latido de mi corazón para vigilar la cantidad de sangre y su bombeo y al abrir los  ojos le miré directamente entre la cortina de lluvia que nos separaba. ¿Quería que le dijera? Iba a decirle la verdad si eso quería, aunque fuese lo último que hiciera. — Nos querían. Nos estuvieron siguiendo la inquisición y un grupo de cazadores y por eso huimos, pero nos encontraron y se llevaron a Loth, mataron a padre e hirieron a madre. ¡Ya no puede ver apenas… está ciega! —Me exalte con lo último en lo que mis ojos se llenaban de nuevo de lágrimas al acordarme de aquellos primeros meses en cuando madre se había encontrado a las puertas de la muerte —Pero nos querían a nosotras, a mi hermana y a mí. Todo fue por nosotras. — Agregué mordiéndome el labio. Aún en ocasiones en mis sueños volvían a invadirme las pesadillas en las que unas oscuras manos me agarraban y tras matar a todo lo amado, me encerraban en unas jaulas de plata. Entonces despertaba gimoteando y temblando, moviéndome desesperada entre las sabanas hasta que oía a mi madre calmarme o acudía a mi lado y me abrazaba fuerte dejando que mi loba tomase el control y la calma, volviéndome una collie en sus brazos.  —Oímos que me buscaban y también que la inquisición necesita mascotas, así que volví con madre intentando perderles la pista. ¡No quería que me atraparan y se me llevaran lejos! Yo quería verte una última vez. Siempre quise verte… —Confesé soltando mi codo de su mano para agarrarle con la mano y así sostenerme cayendo sin querer contra su cuerpo al resbalar con el suelo fangoso del bosque y encontrarme con que una de las piernas apenas podía ya sostener mi peso de lo maltrecha de su estado. Sentí su cuerpo contra el mío y suspiré, le tenía tan cerca que mi aliento se entremezclaba con el ajeno. — Isaac perdóname, por favor… —Susurré a centímetros de sus labios— Siempre tuve miedo de que me vieras como a un monstruo de habértelo dicho de pequeños… y de habértelo contado padre habría hecho que nos mudáramos y entonces podrían haber ido a por ti. No quería que nos separaran, jamás lo quise. — Oh amor mío, ¿No puedes ver la verdad reluciendo en mis ojos? ¿En mi mirada? Lo último que deseaba era tu odio y desprecio, solo deseaba que vivieras lejos de los seres que nos cazaban y del que ahora también se había vuelto parte de tu mundo. Tragué duro y llevé una mano a su mejilla, acariciándole, deseando borrar con solo mi tacto el dolor de sus heridas y de sus ojos.

Lo siento… — dije contra sus labios, llevándome el agua que caía de ellos a los propios. Me moría por besarle, pero su mirada me hacía contenerme. Sus ojos de fuego helado tan fijos en los míos me hacían delirar. Por algunos segundos podía ver como se deshacían y el brillo que tanto conocía volvía a ellos, pero luego la escarcha volvía a recubrirlos, como si bajo el cazador que permanecía frente de mí,  existiera una lucha interna con el Issac que siempre conocí. Aquel que siempre había odiado verme llorar frente a él. Suspirando, dejando que la lluvia se llevara mis lágrimas le sonreí unos segundos, terminando abruptamente la sonrisa por el desfallecimiento y debilidad que sentía. Sino quería salvarme, debería matarme o dejarme morir lentamente, porque después de aquella pérdida de sangre, no sabía cuánto tiempo tendría, ni si lo contaría de quedarme bajo aquella lluvia. — si deseas matarme, hazlo. Antes prefiero morir en tus manos a que me entregues a ellos. — Esas palabras me costaron horrores. Tenía desde bien pequeña miedo a morir y él lo sabía, sin embargo ahora parecía todo tan lejano a mí, que en vez de hablar de mi muerte parecía que hablase de otra persona. Todo me era lejano en  ese instante en que la oscuridad se cernía sobre mí y solo sus ojos eran los que me ataban a la tierra. —Yo solo quiero vivir en paz... libre. —susurré muriéndome de ganas por decirle que quería vivir con él, a su lado. A su vera. —Pero si no puede ser entonces hazlo. Aquí y ahora, rápido solo no vayas a por mi familia, te lo ruego. No les hagas daño. —Si debía sacrificarme siempre sería por ellos. Por mis seres amados. Por mi madre, hermanos e incluso por Isaac. Y ni siquiera lo pensaría. De haber posibilidad de salvarlos, yo siempre daría por ellos un paso delante. —Yo solo te pediré un deseo antes de que te deshagas de mí. — Susurre levantando la cabeza para verle mientras unas últimas lágrimas caían llevándose con ellas, mis últimas fuerzas. —Besadme de nuevo Isaac. —Le imploré sintiendo el frío colarse bajo mi piel. —Haced que olvide el dolor y el frío... Deja que me lleve tu sabor. —Y tras mis palabras me adelanté y acallé sus labios con los míos, de forma suave. Le besé con adoración, agradecida de sentir la calidez de sus labios contra los míos. Le rodee con los brazos la nuca acercándolo más contra mí sin importarme la lluvia, ni mi desnudez bajo su chaqueta, ni nada que pudiera interferir en aquel momento. Cerré los ojos y seguí,  arriesgándome a su enfado por llevarme aquel último beso conmigo. Porque por un beso como aquel, todo precio era aceptable. Incluso si un beso como aquel me llevaba a la muerte, con los brazos abiertos me postraría ante ella, todo por recordar el sabor de sus labios contra los míos. Su calidez contra la suavidad de mi piel. Y mientras nuestros labios se fundían en un abrazo, todo a nuestro alrededor sucumbía a la feroz tormenta más allá de los cielos.
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Mensaje por Isaac Renaldi Dom Feb 08, 2015 7:47 pm

Para ser amado de todo corazón... hay que sufrir.
Hienrich Heine

¿Qué me creía? ¿Un imbécil al cual le podría recitar un par de mentiras y volvería a caer en su maldito embrujo? No la volvería a ver de la misma forma, simplemente ahora se había desflorado y su tallo era el único que sostenía con recelo, fruncí el ceño al escuchar sus patrañas, mis ojos ardían de la furia a la que estaba sometiendo a mi ser ¡Flor desdichada, el invierno se ha llevado tus pétalos y ahora yaces desnuda ante el holocausto! –¿No has escuchado lo que te dicho Alenna? - apreté su codo -¡No te creo ni una sola palabra! - respiraba agitado, quería hacer estallar a mis pulmones con oxigeno para no seguirla escuchando, para no poder dudar de mi temple, no quería sucumbir a sus palabras, a sus lagrimas, a su tembloroso y débil cuerpo -¡Deja de llorar! - gruñí cerca de sus labios dejando salir el veneno entre dientes –¡No me convences con esas lagrimas falsas, con esas palabras llenas de engaños, con tus inútiles excusas! - tragué pesado sin dejar de ver sus orbes celestes, esos cristales preciosos se deslizaban por sus mejillas, realmente era un mal hombre, ahora solo era un demonio que moraba a la sombra de mi nuevo yo, mi antigua personalidad estaba más enterrada que cualquier sentimiento que alguna vez sentí por ella de niño, pero era inútil seguía hablando, dándome explicaciones que quería guardar en una caja y enterrarlas en lo profundo de ese bosque ¡Calla mi pequeña flor, calla que no quiero arrancarte de tajo del rosal, saca tus espinas y hiere a este maldito tormento antes que quiera terminar de destruirte con su venganza! Cerré los ojos y arrugué la frente impotente, la lluvia no enfriaba mi cuerpo, todo mi ser era un volcán de ira que se llevaría todo a su paso al estallar con ansias.

-Basta- susurré ya en un susurró impotente sintiendo como su cuerpo se acercaba al mío, estaba fría, parecía que la muerte poco a poco daba su beso de gracia en su inocente ser –Donovan- la sostuve de la espalda baja con una mano –Deja de darme explicaciones, no las merezco- la miré con culpa por debajo de las cejas -¡No las quiero! - abrí los ojos tan amplio que sentía los vasos sanguíneos demasiado notables en mis globos oculares -¿No ves lo que soy? - jadeé y me saboreé los labios debido a las gotas de lluvia que se perdían en la línea horizontal que adoraba mi boca –Hemos cambiado, ya no soy aquel niño que conociste, ahora solo queda vacío en esta alma maldita Alenna, he crecido y he enterrado a esa persona con la que conviviste- mi mirada se hizo más pesada, llevando mi mano a su mejilla limpié sus lagrimas –No llores- susurré y pasé el pulgar por su labio inferior –Sabes que odio verte llorar, tú no- tragué pesado sin separarme ni un centímetro de su cuerpo –Creí que ya no sentía dolor Alenna, creí que había construido una fortaleza impenetrable pero llegas tú con tu inocencia con tus ansías por vivir, con tu calor, con tus besos y has abierto un agujero el cual no puedo reparar- confesé finalmente, ya no tenía fuerzas para discutir –Siento mucho lo de tus papás- musité tan suavemente porque yo sabía muy bien lo que era perder a esas figuras que llenaban la vida de cualquier ser humano –Siento mucho no poder corresponderte como debes recordar, siento mucho no ser el Isaac Renaldi que conociste- alcé la vista al cielo cerrando los ojos y dejándome bañar por la lluvia, me sentía inmundo, la peor existencia que podía vagar por el mundo –Yo no te amo, no siento ningún tipo de cariño hacia ti, ninguna atracción, solo jugué a ser el que una vez fui- mentí pero era necesario poner esa roca entre ambos, la necesitaba lejos de mí y a la vez me dolía hasta el tuétano de pensarla con otro, de pensarla a kilómetros de este maldito verdugo en el que me había convertido ¡Zafiro de juego escóndete de este ambicioso profanador, no me tientes con una belleza inalcanzable! –Así que no merezco tus lagrimas, debes ser fuerte, yo no soy nadie, no quiero ser nadie en tu vida- terminó de romperse algo en mi pecho, estaba completamente destrozado, imposible de reparar y unir –La verdad duele Alenna- susurré con pesar –Y yo no soy un mentiroso, a diferencia tuya no voy a jugar contigo, podría hacerlo pero me rehúso, la hipocresía es lo que menos me caracteriza- hablaba casi mecánicamente, viéndola con frialdad, despellejándome lentamente por dentro, pero debía sangrar, yo no había nacido para ser feliz, mucho menos podría hacer feliz a alguien, ella siempre había sido mi objetivo pero no la quería a mi lado, no la quería ver amargada junto a alguien que no conocía el calor de ese sentimiento tan insulso que todos profesan, suspiré y me separé de ella con las manos metidas en los bolsillos y empezando a carcomer el dolor mi hombro, me llevé una mano al mismo y lo presioné mientras en mi rostro se plasmaba una mueca de dolor.

-Vete- murmuré con los dientes apretados –No voy a asesinarte, ni a ti ni a tu familia, no puedo hacerlo, necesitas descansar, has perdido demasiada sangre, no me busques de nuevo, olvídate de que alguna vez existí, olvídate de que alguna vez te quise, olvídate de esta noche y sigue con tu vida, yo ya no pertenezco ni aquí ni allá Alenna y mucho menos tengo la intención de pertenecer a tu vida- ¡No! La luz al final del camino se estaba apagando y yo no podía correr a ella, la oscuridad me había consumido, ya nada importaba, el hueco en mi pecho me impedía tragar, no podía respirar entonces la escuché ¡¿Por qué insistes en que te siga haciendo daño?! ¡Fruta vespertina te vas a podrir en el suelo del infierno! Fruncí el ceño viendo su delgado cuerpo acercarse de nueva cuenta a mí -¿Besarte? - tensé la mandíbula –¿No entiendes que no hay nada que nos una que haga que te pueda volver a besar? - gruñí –¿No he sido claro? - negué –Larga…- antes de que terminara mi frase sus labios se había unido a los míos, la miré al rostro sin siquiera abrazar su cuerpo, no podía haber algún tipo de fervor cuando la había dañado de esa forma, mis labios no se movieron, solo escuchaba el torrencial impactar en el suelo y las ramas de los arboles, deslizando la ropa de mi piel pero algo terminó de hundirme, hice un pequeño movimiento debido al agua que se resbalaba por la comisura de mis labios y probé su sabor, era exquisito, la textura de mi flor era suave, cual seda digna de una virgen, mis labios reclamaron ese territorio, un conquistador insulso que maldice una tierra prohibida, mi mano se afianzó a su espalda baja acercándola a mi cuerpo y sucumbí a su sublime beso, otra vez el cazador había sido cazado ¡Astuta presa! La adoraba, cada célula de mi cuerpo adoraba a esta pequeña testaruda, fueron efímeros los segundos cuando separé mi boca anhelante de su ser, bajé la cabeza y me relamí los labios –No puedo- musité suavemente –Lo siento- di dos pasos hacia atrás –No insistas en algo que no va a suceder- fruncí el ceño –Te he dicho que te vayas no te voy a asesinar ni tan siquiera seguir- tragué pesado con la barbilla alzada viéndome totalmente orgulloso –Vete antes de que cambie de opinión y realmente si te asesiné- mi voz salió con dureza, la necesitaba para hacerla reaccionar, señale con un dedo firme el camino que daba hacia al norte -¡Ahora! - le ordené con las facciones endurecidas, el mar no dejaba de sangrar.
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Mensaje por Alenna Donovan Mar Feb 17, 2015 5:45 am

No está en mi naturaleza ocultar nada.
No puedo cerrar mis labios
cuando he abierto mi corazón.

Charles Dickens.


Hacia tiempo no se producía una tormenta de tal tamaño en la capital francesa. En mis recuerdos jamás había admirado una fuerza descomunal igual a la de esta noche. Toda criatura viviente había silenciado sus cantos y lo que antes era el gruñido del licántropo en luna llena ahora lo ocupaban los bramidos del cielo. Truenos, relámpagos… la más fiera de las fuerzas nos acompañaba en esa noche en que la lluvia no nos daba tregua. Los ropajes húmedos ciñéndose a nuestros cuerpos. El cabello mojado adhiriéndose a mis mejillas y aquella agua mojando nuestros labios. Solo mis orbes azules se hincaban a los ajenos sin importar los estragos del tiempo que intentaba vencernos.

¿No ves lo que soy?—Me preguntó con su aliento cortante lastimándome los labios como llamas de fuego quemando la piel de los impíos. ¡Claro que veía lo que era! Mi ángel había caído a los infiernos, ya no era más aquel Isaac, aquel ángel que prometió cuidarme. Ahora lo que antes eran sus alas blancas, la luz de su corazón, se había corrompido junto con sus alas que de un color negro profundo se escondían de mi alma. Pero, ¡Oh! Si solo me dejara acercarme… Poder borrar de su mirada aquella tristeza, aquel odio iracundo que lo dominaba, sé que podría otorgarle las alas de regreso. Por qué un ángel caía a los infiernos por proteger a otros y él; aún se vistiera con aquella capa impenetrable, con los pensamientos de un vil demonio, de un astuto cazador, seguía en alguna parte siendo él. Mi eterno ángel… por quien yo también me decidí a caer.

Las lágrimas siguieron a mi silencio en tanto sus palabras caían con más fuerza que el torrencial que nos bañaba. Esa lluvia parecía devota a la lengua viperina con la que mi ángel deseaba mancharme y derrotarme. Sin embargo, la terquedad era fuerte en mi interior y no cedí ni un ápice. Ni aun cuando sentí sus dedos llevándose las lágrimas de mi rostro cedí ante sus demandas y aceptar todo aquello que escupía su boca. ¡Él seguía allí! No podía haberlo perdido. ¡Aún no podía ser tarde para él! Quizás para mí jamás hubiera un cielo al que ir, pero él aún no había perdido su alma. Redención. Sanar. ¿Por qué siquiera no lo intentaba? Ahora viéndole de esa forma tan tajante, tan frío, tan desconocido me hacía darme cuento que tanto a mí me habían pasado cosas desastrosas, en el corazón de él latía como lava viva la venganza y el odio. No quizás excepcionalmente hacia mí, sino por mi condición. ¿Ángel mío, que te pasó en mi ausencia? Me pregunté al verle bañado en agua. En aquella lluvia que dolorosa caía sobre nosotros con la certeza de una fuerte tempestad siguiéndole los talones.

No puedes estar hablando seriamente. Por favor… reconsidéralo. — De nuevo mi voz sabia a ruegos y este era mutilado, desechado. Tragué fuerte y negué. —No eches todo a perder. No me eches de tu lado… os lo suplico Isaac. Seas el cazador o seas el hombre tras esa mascara, no nos rechaces de esta forma. No tires por la borde lo que de pequeños nos unió. — De nuevo cuenta mis palabras parecían perderse en el gran estrecho que Isaac interponía con sus palabras entre nosotros y nuestros corazones. Pero en el baile había sentido aquel beso y aún en mis labios permanecía tatuado. ¿Por qué entonces nos insultaba negando lo que cualquiera podría evidenciar? ¡Ese beso había sido real! Como la preocupación y la ternura de sus dedos acariciando mis mejillas, llevándose las lágrimas. Los sentimientos salían a flote aún con escarcha recubriéndolos y jamás podría olvidarlos de una tajada. O quizás solo era un ruego mío desesperado el que no deseaba pensar en que verdaderamente pudiera olvidarme y echarme como un vil perro al fango del olvido.

Intenté en un intento desesperado demostrarle cuan falsas eran sus palabras y rompiendo sus palabras en un beso, obtuve lo que quería y estaba buscando; su respuesta. Suspiré entregada a sus labios y jadeando contra su boca me acerqué más a él sintiendo con verdadero placer como sus labios reclamaban los propios y sus manos en mi cintura me jalaban contra su figura. Estaba en el cielo y ni la fría lluvia, ni la tormenta podían apartarme de ese instante que deseé inmortalizar para el resto de mi memoria. No obstante, el beso así como empezó terminó y sintiéndome de pronto vacía sin sus labios en los míos, el frio volvió a invadir mi piel y mis labios temblaron. Le vi dar unos pasos atrás y sentí mi corazón hacerse añicos. En mi pecho algo se rompió y aunque deseara poder no oír sus palabras, estas eran veneno directamente a mi alma.

No pueden ser ciertas tus palabras…— No me lo quería creer pero viéndole así, no podía continuar cegándome. Su rostro era de puro odio, puro hastío y molestia. ¿De verdad que mi ángel se habría cansado de mí? El cielo no lloraba lo suficiente para saber cuan herida me encontraba. —Si de verdad es tu deseo me iré. —Seguí diciéndole bajando la mirada a mis pies incapaz de ver en su rostro el rostro satisfecho e inclusive alegre con el dolor que reflejaban mis palabras. Me estaba despellejando el corazón. —Desapareceré de tu vida si así eres feliz. Nunca más veras este rostro que tanto te desagrada, ni mis pieles caninas que tanto aborreces. Yo prometo no buscarte y si lo hiciera entonces encararé la muerte de tus manos, más no pidas imposibles… No me pidas que me rompa, que haga añicos de mi corazón porque jamás podré olvidarte. Jamás lo he hecho y jamás lo haré. Siempre serás mi secreto, y digas lo que digas, yo siempre te he pertenecido. —Fueron mis lágrimas esta vez las que me impidieron al afrontar su mirada nuevamente al verle el rostro. Aquel rostro que por tanto tiempo había soñado con volver a ver y tener a mi lado. Aun así, ni mi rostro descompuesto, ni mi despedida se hicieron un hueco en su corazón. — ¡Ya me voy!— Grité al oír su implacable demanda luchando con retener las lágrimas y no dejarlas salir. Lo último que deseaba era hacerle cambiar de opinión por pena, así que me tragué mis nuevas lágrimas dejando que la lluvia se llevara el rastro de mi dolor. ¡Yo no buscaba su compasión! Yo quería su corazón. Y si su amor era ya imposible, una fantasía de cuya alma había soñado despierta tantos años atrás, con las orejas bajas y como una loba abatida me iría. Le daría su espacio y desaparecería. ¿Era lo que él quería, no? Aunque pudiese estar equivocado, sus palabras y deseos eran firmes y no arriesgaría la vida de mi familia. Ya había crecido para darme cuenta de cuando debía de insistir y de cuando no. Y por mucho que insistiera en mi inocencia, en que no había mentido ni jugado con él en ningún momento, él aún menos me creía acusándome de actos que de haberme conocido mejor habría sabido que su Alenna jamás hubiese hecho algo como aquello. Menos aún solo queriendo infligir dolor. Yo jamás quise dañarle.

Mi corazón sangra en esta despedida. — Anuncié en un susurro que se perdió entre la cortina de lluvia y aquellos labios hirientes. Isaac era mi trampa mortal. La naturaleza tendía a crear para cada uno su propia debilidad y en mi existencia este tenía nombre y forma. Alguien que jamás olvidaría. Adiós por siempre ángel, pensé viéndole por última vez a aquellos ojos fuego. Esas inolvidables esferas que seguirían quitándome el sueño, aquí o allí. Donde quiera que mi huida me llevase. Le recorrí una última vez y alejándome de forma lenta unos pasos sintiendo la compulsión de obedecer afronté mi destino, donde el dedo acusador echaba mis restos llevé mis titubeantes pasos. Di la espalda a mi cazador y tras el tercer paso solo una única vez me di el lujo de regresar la vista atrás y contemplar a mi ángel caído una última vez. Allí se encontraba mi talón de Aquiles. Inamovible, irrompible frente la tormenta de fuego que nos hundía en un mar embravecido. Su figura seguía tensa, su mano alzada y sus ojos acusadores no disminuyeron de intensidad ni aun cuando de los cielos los primeros rayos alumbraron  el gran bosque que ahora era cómplice del infierno desbocado. Su imagen se asemejaba a la del dios de la guerra. En el cruento de las batallas solo un dios terminaba bañándose en la rojez de la sangre de sus víctimas, Marte y sus victorias. Por muchos años la gente murió en nombre de aquel todo poderoso e Isaac, aquel dios mío no únicamente era bañado con el agua de los cielos; también era bañado por mi dolor, por el dulzor de mi linfa. Por qué mientras él se erguía victorioso, yo su Venus huía, vencida, derrotada hacia aquel olvido de los muertos... Aquel paramo sin nombre del que quizás terminara atrapándome por siempre, pues mi aliento ahogado en lágrimas  y en el mísero dolor del amor imposible, del amor que es pecado abandonaba atrozmente mi cuerpo. La lluvia mojaba como pétalos de rosa mis labios y tras acariciar el nombre de mi ángel, de mi marte en un suspiro regresé al abismo dándole finalmente la espalda.

El ruido era ensordecedor. No oía nada más que el frenesí del agua contra la tierra. De los truenos retumbando los troncos de los árboles. Aun costándome toda la voluntad de mi ser, seguí adelante sin pensar en él. Afrontando mi destino hasta que ya solo quedaba mi figura desdibujada por la lluvia y la oscuridad adueñándose de mi sombra hasta que desaparecí de su visión. Marte tendría que seguir sin su Venus y Venus, ya jamás podría soñar con su guerrero de vuelta a sus brazos. Ya que igual que ellos, nuestro amor también estaba condenado. Tan distintos y tan parecidos, pensé al evocar en mis recuerdos nuestro último beso. ¿Por qué el destino no satisfecho con el dolor que despedazaba lentamente mi corazón me hacía revivir lo perdido en cuanto más débil se hallaba mi alma? Quise gritar mil veces, maldecir aquel mundo cruel por separarme de Isaac. Y sin quererlo en un inestable paso terminé cayendo de rodillas en ese suelo fangoso. Un calambre recorrió mi columna y alzando la mirada al cielo tormentoso de un momento a otro un grito de impotencia se abrió paso por mi garganta. Grité con mis últimas fuerzas, con todo el aliento restante de mi cuerpo. El cielo contestó a mi dolor con un relámpago cegador que cruzó el cielo hasta aterrizar a pocos metros de donde se hallaba mi figura, encendiendo los arboles a mi alrededor. Entrecerré los ojos ante aquella viva llama que por unos instantes calentó mi cuerpo y sin más, llenándose mis pulmones de aquel intoxicante humo proveniente de la fuerza de la tormenta y de aquella pobre criatura quemada hecha de madera y salvia, desfallecí cayendo al suelo húmedo sin ninguna esperanza de sobrevivir. El dolor aplacó todo pensamiento y aquel sueño que se apoderaba de mí a medida de que la sangre dejaba mi cuerpo se hizo bienvenido al otorgarme la paz que mi corazón me negaba. Sin embargo, antes de perder la consciencia, vislumbré una figura oscura corriendo hacia mí en medio de aquella lluvia de fuego. Por unos segundos me obligué a verle, a centrar la vista borrosa. Me costó reconocerlo y cuando hallé la respuesta al enigma, la oscuridad me envolvió a tiempo de sentir mi cuerpo acobijado en brazos distintos del de los fríos de la Parca. A fin de cuentas, finalmente Marte, había acudido al rescate de su querida Venus.

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Mensaje por Isaac Renaldi Mar Mar 31, 2015 2:14 am

”Espero que encuentres la forma de ser tu misma algún día, mientras tanto el vacío es dueño de mi ser.”

Desvanécete, muere con tu sublime virtud, mi luz cegadora, lluvia que me ahoga y a la vez me saca a flote, ella no quería irse de mi lado, se miraba tan frágil en aquella condición, su delgado cuerpo cubierto por mi enorme chaqueta, parecía una niña que se disfraza con las ropas de su papá, sin embargo aquella percepción no me causaba ni la más mínima diversión, mis palabras eran duras, mi mirada fría y mis facciones tan tensas que parecía un maldito dictatorial, seguía llorando, no llores flor de fuego… cerré los ojos al verla tan miserable para no caer de nuevo ante aquella debilidad que su tan sola presencia hacía que naciese en mi ser ¡Lo siento fruta vespertina, eres imposible de resistir pero no voy a apostar de nuevo mi temple para caer en tu misericordia! Eso era exactamente lo que sentía lo único que se cruzaba por mi mente, la debilidad estaba enterrada y ella lo entendería ya sea por las buenas o las malas –Deja de llorar, Alenna- volví a susurrar –Si lo que pretendes es que sienta lastima por ti no lo estás logrando, ya ni eso haces que nazca en mi alma- una punzada me recorrió el pecho enterrándose con todo su esplendoroso filo en el centro del mismo –Vete te he dicho- le vi por debajo de las cejas –¿O deberé amenazarte para que obedezcas como los animales? - otra vez el dolor instaurándose en la coronilla de mi sensibilidad -¡VETE! - abrí los ojos amplio sin dejar de señalarle –No te atrevas a buscarme Alenna porque la próxima no seré tan caritativo contigo- tensé la mandíbula aguantándome los gritos de rabia, controlando el maldito impulso por abrazarla y decirle que eso jamás pasaría, que era mi más hermoso error.

Miré como su pequeña figura se desvanecía ante aquel torrencial que en lugar de enfriar el ambiente solo lo calentaba y ya cuando no logré vislumbrarla bajé mi mano empuñándola con fuerza en la tela de mi pantalón –Lo siento- susurré –Lo siento- volví a insistir en un tono más desesperado –Pero la vida es dura mi pequeña Alenna, a veces la verdad resulta una cruel encrucijada que se lleva contigo toda fuente de razón- tragué pesado viéndome los zapatos, notando como las gotas rebotaban en el suelo y cerré los ojos con dolor, era hora seguir con los parches rotos de mi vida, esta noche iba a ser borrada de mi memoria, sin embargo mi miseria me hundía en el infortunio de mi desgracia, alcé la vista sintiendo la nariz quemarme, apreté los dientes tan fuerte que me dolió la mandíbula y estampándome la mano contra la frente un quejido bastante ronco recorrió mis cuerdas vocales -¡MALDICIÓN! - gruñí y negué –Debiste detenerla, idiota- susurré impotente y seguí quejándome como si dentro de mi piel las astillas abrieran un paso doloroso para recordarme por qué seguía vivo, me mantuve inmóvil con mi mandíbula doliendo por la tensión, con los recuerdos del baile castigándome la cabeza, insistiendo en mi miseria.
Caminé sin rumbo, con la mirada vacía, sosteniéndome el hombro por el golpe que había recibido, el demonio errante en carne viva, cuando a mis fosas nasales llegó un olor a humo, la lluvia empezaba a menguar, olisqueé el aire, seguramente había caído un rayo y empezado a incendiar a los alrededores, no podía provenir de una casa porque ese lugar estaba deshabitado, al menos era lo que yo creía, entrecerré los ojos viendo como el embrujo negro danzaba en el aire y se me vino a la mente el nombre de ella, esperaba no hubiera venido por este lugar, me carcomía la preocupación así que siendo un estúpido descuidado agilicé el paso hacia las brazas del infierno, quizás alguien más estuviese atrapado en ese holocausto, desgarrándome una de las mangas de la camisa de gala que llevaba me tapé la nariz y la boca para poder soportar la asfixiante atmosfera del lugar, mis ojos notaban como las llamas se alzaban ante mi figura, demonios que estaban dispuestos a arrastrarme a su exasperante calor, las ramas de los arboles cedían y la poca lluvia que caía no aplacaba aquel caos, tosí un poco y fue cuando lo noté, una pequeña figura desvanecida cerca de un agujero de fango, fruncí el ceño de inmediato quitándome la mascarilla para notar que se trataba de mi delirio –¿Alenna? - el nombre se deslizó por mis labios con debilidad –Alenna, maldita sea- sin siquiera pensarlo mis piernas se movieron para llegar hasta donde ella, las brazas amenazaban con quemarme de inmediato me llevé la mascarilla al rostro de nueva cuenta porque sentía que me empezaba a asfixiar -¿Cómo rayos…?- gruñí sin entender como todo se había convertido en un drama nocturno, uno en el que la vida de ella estaba en peligro y donde yo me estaba comportando como un tonto desesperado por salvar a su tentación.

Las llamas quemaron algunas partes de mi camisa desgarrando la tela, ardía pero nada que pudiera detenerme hasta que finalmente llegué hasta ella –Descuidada- solté con dureza -¿Cómo rayos te quedaste aquí con este infierno que no te iba a dejar salir viva? - quitándome la mascarilla de tela se la puse en la boca y cargué su delgado cuerpo entre mis brazos –Debiste haberte ido- susurré y mirando con la frente arrugada debido al ardor a mi alrededor noté como el camino se estaba cerrando, rápidamente busqué otra salida, sin embargo nada, estaba rodeado por esa desgracia sofocante –¡Rayos! - gruñí y noté su rostro iluminado por el fuego, hasta que en una mirada rápida pude ver una pequeña salida, amenazaba con caer una rama débil de uno de los arboles que estaban siendo consumidos y como pude y tosiendo me encaminé a la misma quemándome un poco la espalda al pasar así que me quejé con algo de rudeza, alejándome del lugar jadeante y adolorido tragué pesado –Inaudito- susurré y negué mirando hacia atrás al infierno, la rama había caído instantáneamente nosotros salimos, mi paso se hizo más lento los huesos los sentía hecho añicos, unos metros más adelante mis rodillas se hicieron débiles así que caí soportando el peso de ella en mis brazos, este no era nada ponderoso pero mis músculos se sentían débiles, quizás hasta una sabana doliera de cargarla, la coloqué con cuidado en el suelo pero ella no respondía, rogaba que no fuera arrebatada de mi lado, quité la mascarilla y jadeé -¿Alenna? - sostuve su rostro con ambas manos tratando de despertarla, sin embargo nada -¿Donovan? - musité cansinamente y tragué pesado, seguramente había aspirado demasiado humo, no estaba respirando, con las manos algo débiles las posé sobre su pecho y empecé a hacer compresiones para luego darle respiración de boca a boca –Vamos maldita sea, Alenna- fruncí el ceño al ver que no tosía ni tan siquiera se movía –No me hagas esto- volví a la respiración de boca a boca hasta que finalmente tosió y una sonrisa de alivio se curvó en mi boca –Que susto- susurré y la abracé acunándola en mis brazos –No me vuelvas a hacer esto- aparté unos cabellos del rostro y suspiré algo cansado, aún se encontraba somnolienta, no podía llevarla a un hospital porque seguramente empezarían con interrogatorios y no estaba de humor para preguntas, me detuve a pensar y la única opción era la mansión, tensé la mandíbula de inmediato, las mujeres que conocía no pisaban mi mansión pero esto se salía de mis manos, resignado la miré y acaricié su mejilla sonriendo aliviado y la volví a levantar en mis brazos quejándome bajo para encaminarme hacia la dirección donde la mantendría hasta que se recuperase, sentía la garganta algo seca porque estaba llevando la luz azul a la oscuridad del verdugo.


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Isaac Renaldi
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