AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Así corrompe el ocio al cuerpo humano, como se corrompen las aguas si están quedas.
Ovidio
A mitad de calle terminé por acomodar los guantes de seda blancos, subiéndolos hasta las muñecas. Flexionando los dedos, para darme una revisaba rápida al enorme vestido pomposo de color rojo vino alcé la ceja sin poder evitar soltar una sonrisa divertida. –Soy el diablo bañado en sangre – pensé para mí dejando que el viento acariciara mi rostro, sin poder despeinar lo ajustado del moño que habían hecho las criadas. Sabía perfectamente hacia donde mis pies se dirigían, tenía tiempo pensando este tipo de asaltos a mano armada pero por razones que no vale la pena mencionar no lo había hecho. Ahora que en la mansión era un caos pasar lejos de ella era mi completa salvación. Llegaba solo a dormir haciendo quién sabe qué diabluras, si me interesara la literatura podría escribir algún tipo de bibliografía ‘’Las noches de expiación de Denisse d’Auxerre’’ o algo así. Otra vez estaba riéndome sola, parecía tener una severa enfermedad mental. Haciendo una O con la boca sentí el sabor del labial estando de pie en la enorme catedral de Notre Dame. Las campanadas para dar aviso a los fieles de que la homilía había finalizado explotó en mis oídos.
Podía oír todo tipo de lamentos en muchos humanos que salían de allí, unos habían pedido por la salud de sus parientes, otros por la paz en sus hogares y otros porque sus esposas no les fuesen a descubrir el acto de fornicación de la noche anterior. –Humanos falsos – pensé en mis adentros sin quitarle la vista a ninguno de los que tenían la fe en el altísimo. Con la cara como de ser la más santa de las presentes hacía sonar los zapatos de tacón bajo en el asfalto. Llevaba las manos en el regazo como pidiendo perdón desde ya. Sí que era una infantil al momento de hacer las cosas pero no podía perder el toque de frialdad con el que hacía las cosas. Por dentro una chispa nacía en el hueco de mi pecho subiendo hasta mi garganta, quizás eran por las imágenes cristianas de las piedras que daban la bienvenida a la entrada. ¿Qué hacía aquí? Podría preguntarse cualquiera que me conociera sabría que no eran los lugares que una vampiresa como yo visitara. Cerré los ojos, mientras iba subiendo los escalones de esa pacífica fortaleza. Comencé a contarlos pensando en lo que había hecho toda la semana, para ser un momento París se encontraba demasiado vivo. Tentación para el cuerpo, corrupción para el alma.
El chico de las flores, el hombre de la zapatería, el que reparte el pan en la mansión, el jardinero, el florista, mi modisto, el padre del chico de las flores, un hombre que no recordaba donde me lo había encontrado y finalmente se me acabaron los escalones pero yo seguía recordando todo lo que había devorado. Hasta el momento solo necesitaba olvidarme de quién me estaba palpitando en las cienes desde que lo había visto llegar de su regreso de ‘’viaje’’ por casi doscientos años. Con él no. Todos menos con él. Podría arrasar con media Francia pero me había jurado no volver a caer en sus fauces, además de que estaba molesta porque había llegado a distanciar mi relación con Brönte que no era la mejor que se dijera. Oyendo la música ‘’celestial’’ y divina pude sentir ese aire a ajeno. Una especie de repulsión se hizo sentir en todo el ambiente. La música hacía erizar mi piel como si fuera un gato molesto porque lo van bañar y me repetí cual sería mi objetivo. Abriendo por fin los ojos saludé algunos que me daban la bienvenida, alabando mi sacrosanto comportamiento.
Por una extraña razón di una espiada hacia atrás antes de entrar, sentía como si unos ojos estuvieran vigilándome pero no presté atención, quizás era la emoción del momento. Casi al borde de sentirme enferma sentí como mis palmas vibraban de emoción y comencé a buscar el confesionario no sin antes repetir el ridículo acto de inclinarse al altar donde estaban las imágenes divinas. Viendo con atención al crucificado me perdí en la forma en la que colgaba siendo el centro de todo e ignoré los cánticos que iban hacia él.
Viendo uno de los acólitos purificar el ambiente pensé si ese humo iba a delatar mi verdadero origen, quizás iba a derretirme allí y sonreí de lado negando, ese incienso no haría arder mis claras y obscuras intenciones. Avanzando por el medio de lo que el muchacho lanzaba tomé su espalda. — Disculpa. ¿Dónde está el padre de esta iglesia?— por los ojos que el hombre me echó pudo deducir que no era de las congresistas que frecuentaba el sitio, punto para él — Está por allá madeimoselle, si gusta le acompaño — sonrió no muy convencido e inmediatamente negué observando sus ojos — No. Puedo ir yo misma— susurré casi divertida y le señalé el péndulo del cual desprendía el humo —Cuidado te quemas — le guiñé el ojo girando en mis talones seguía con las manos juntas y la cabeza gacha, tal cual en son de arrepentimiento.
Encontrando por fin el confesionario en una de las zonas algo alejadas en donde estaban las banquetas miré el armazón de madera y ahora sí podía sonreír con mayor amplitud. ¿Qué se sentía? Pensé para mí y abrí la pequeña puerta para ver un único banco en una especie de cajón de cuatro paredes, se parecía a un diván sólo que horizontal y aspiré el aroma. El humano que estaba del otro lado murmuraba cosas que no quería entender, seguramente estaba rezando. Tan pronto me acomodé la ventanilla que estaba a mi costado izquierdo se abrió. Una pequeña malla me impedía ver quién estaba dentro y de igual manera para mi lado, supongo que de esa forma se mantenía la ‘’privacidad’’ de las confesiones. —Ave María purísima — murmuró el hombre y yo fruncí el ceño — Sin pecado concebido— casi me salió instantáneo —¿Hace cuánto no te confiesas, hija? — dijo el hombre tranquilo y alcé la ceja pensando — Hace más de quinientos años— hubo un silencio incómodo y me evité la risa —Perdóneme Padre, porque he pecado — salió justo como lo había ensayado. Leer uno de los libros de Brönte había sido de mucha ayuda para saber qué hacer y el hombre se quedó callado, se supone que él tendría que decirme ‘’Nada que no se te perdone’’ quizás los libros de mi hermanito estaban obsoletos por lo que continué con la confesión, así interpreté ese silencio —He pecado padre. — repetí sin una pizca de arrepentimiento en mis palabras — En obra, omisión y en palabra. Sobre todo en obra.— hice énfasis en lo último y acerqué los labios a la rejilla de metal — Además de que deseo a mis hermanos de manera blasfema, el señor no tendría piedad de mi alma, padre— sonreí —Deseo a uno en especial. Tan carnal que es pecado para mi raza. — relamiendo mis labios cerré los ojos y esperé quizás un regaño o insulto del hombre pero nada seguía callado —Necesito que expíe mis pecados. Que me castigue por los actos que los he seguido por la lujuria y el deseo. — concluí enderezándome en la butaca de madera cruzándome de brazos cuando oí un golpe tosco y la puerta abrirse. Seguro iría por seguridad o qué se yo pero cuando noté como el picaporte de mi puerta se abría sentí vibrar cada célula muerta de mi cuerpo y mis ojos se platearon justo cuando una figura se dejó ver, la que menos yo esperaba.
Última edición por Denisse d'Auxerre el Vie Ene 09, 2015 11:54 am, editado 2 veces
Denisse d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 72
Fecha de inscripción : 24/01/2014
Re: Goddess {+18}
El destino puede seguir dos caminos para causar nuestra ruina: rehusarnos el cumplimiento de nuestros deseos y cumplirlos plenamente.
El ambiente estaba denso, cada una de las partículas de polvo danzaban por el pequeño haz de la reina del cielo nocturno que entraba por mi ventana, diosa celestial tan redonda e iluminada que era como un rayo iridiscente para mis ojos, mis ojos se desviaron de aquella magnífica obra que engalanaba mi vida nocturna para centrarse en un reloj de pie que hacía un molesto sonido al marcar los segundos, cerré los ojos con malestar flexionando y estirando los dedos sobre unos papeles que tenía en mis manos, en ellos el gerente del negocio de Londres me informaba como marchaban mis asuntos que había dejado abiertos en la ciudad del té, todo estaba en orden tal y como me gustaba, no había pizca de desobediencia a mis mandatos que eran tan sagrados como los humanos blasfemaban al hablar de la biblia con la diferencia que yo era un ser existente que podías ver, tocar, apreciar, amar y enloquecerte, era un maldito Dios en tierra de mortales, sonreí de lado por mi blasfemia algo que no me importaba yo no gozaba de pudor mucho menos de creencias divinas que me encadenaran a las palabras de los hombres.
Pasaban más de las 8 de la noche y debía estar en la joyería para calmar el ardor que me traspasaba el tuétano al estar en casa, cada uno de mis hermanos me torturaba al punto de querer beber de todos y bañarme con su sangre todas las noches de mi ramplona existencia, no los quería asesinar porque primero ofrecería mi cabeza en bandeja de plata pero si deseaba torturarlos solo para enardecerme con sus gritos eternamente, había alguien en especial, esa vampiresa que había sido una de las dos parejas oficiales que he tenido en mi vida, la primera de humano no significo nada porque aunque esa mujer madura era una exquisitez que solo yo degustaba mi atracción hacia ella iba dirigida a los francos y a ese imperio que ahora yo controlaba, en cambio la segunda ¡Oh pequeña fiera! De ella lo quería todo, el haberme largado hacia Londres por orden de Gaél no había cambiado mis sentimientos hacia ella, las vibraciones que devoraban mi cuerpo al tenerla junto a mí, como mis deseos se concentraba en zonas especificas por hacerla estremecer con lo que en mi perversa mente se dibujara, el cuarto de tortura era un lugar bastante indicado para la tarea como lo habíamos hecho siglos atrás fue cuando mis ojos se centraron en una pequeña botella de cristal con un tapón dorado en forma de pico que reposaba sobre mi escritorio, era una maldita pócima que ni yo mismo sabía porque la había buscado.
Algo que odiaba con fervor eran los malditos estafadores, aquellos que usaban artimañas para engañar a quienes acudían a ellos, en pocas palabras los ineptos que se hacían llamar hechiceros, eran una escoria que deseaba que fuera exterminada de la faz de la Tierra, sus ramplones métodos para hacerse pasar como humanos con un extra me causaban nauseas, sin embargo hace dos semanas había acudido a uno, ese uno que ahora yacía tres metros bajo tierra, me brindó una pócima que se trataba de un tipo de magia para despistar mi presencia por unos breves momentos para los de mi sangre ¿Por qué quería hacerlo? He ahí la parte divertida del cuento. Desde que había llegado de nuevo a París quería seguir a mi pequeña hermanita en sus noches de faena, solo para percatarme de cada uno de los imbéciles que se atrevían a tocar su delicioso cuerpo, ella me pertenecía y yo era demasiado egoísta para compartir, sin embargo siempre me descubría siguiéndola como buen criado de su belleza, fue cuando lo decidí necesitaba despistarla para reprenderla de manera correcta por sus actos impúdicos y dejarle en claro que cada centímetro de esa pálida piel me pertenecía con creces y que todo aquel que la tocase con sus sucias manos merecía ser mutilado.
Tomando la pequeña botella miré como destellaba haces iridiscentes frente a mis orbes azules, sonreí un poco sintiendo el palpitar de los colmillos clamar por deshacerme de ella y lo escuché; un estrepito que me hizo despertar del trance y fue su olor el que llegó a embriagar mis fosas nasales, olisqueé el aire guardándome su falso aroma virginal y me levanté de la silla yendo hasta la ventana para verla salir vestida como mujer fatal, ese vestido enmarcaba sus curvas y me hacía rabiar, mis emociones hacia ella eran diversas pero todas devastadoras, suspiré y sonreí cual bastardo que va por su presa -¿A dónde tan delicada hermanita? - alcé la ceja y destapé la botellita, volviendo mis ojos hacia la misma fruncí el ceño –Esta es una maldita locura Sébastine- pensé maldiciéndome en mis adentros porque esta vez el impulso era mayor que la razón y sin pensarlo dos veces me la llevé a los labios bebiéndola de un solo trago, un sabor algo metálico como si fuera la linfa virginal de una doncella se deslizo por mi garganta a lo que emití un gemido de deleite sin embargo no había ninguna sensación que me indicara había tomado algo indeseable, seguía siendo el mismo Sébastine d’Auxerre de siempre, dejé caer la botella con molestia –Otra artimaña más- bufé y entonces decidí seguirle, no me importaba que me descubriese no la iba a dejar hacer su santa voluntad en esta ocasión.
Tomando del perchero mi saco azul oscuro lo coloqué sobre mi cuerpo y lo que menos canta un gallo estaba siguiéndole los pasos a la fiera Denisse, con las manos metidas en los bolsillos y viéndole algo ensombrecido caminé tranquilo con una distancia considerable de seguro ya se habría dado cuenta de mi presencia cosa que me tenía sin cuidado, el aire era molesto, sacaba algunos mechones de mi cabello de su lugar seguramente me veía como si hubiera terminado de hacer mi buena obra de la noche con alguna mujer amargada que necesitaba de consuelo carnal. En ese momento los escuché, unos malditos campanazos, no me había dado cuenta de donde había ido a parar; La Catedral de Notre Dame, gruñí algo molesto ¿Qué venía a hacer a esta pocilga? Miré a los demás feligreses entrar a la cueva de su mentira como hipnotizados por algún tipo de veneno, desde ya notaba sus caras pedantes, su vestimenta repulsiva, sus corazones latir con fuerza y tentación dentro de su pecho, tan exquisito y a la vez molestos, negué en mis adentros, esta noche la sed de sangre no me vencería aunque ya hace tres días que no me alimentaba de manera correcta. Volviendo mi vista a mi hermanita volví a hacer sonar mis zapatos negros contra el asfalto subiendo las escaleras sin ver a nadie mi vista dirigida enteramente a su presencia, con el ceño fruncido y las facciones endurecidas me detuve frente a la puerta notando como parecía una diabla disfrazada de ángel inmortal dirigirse hacia nuestro divino señor, que falacia, tensé la mandíbula y negué no podía entrar a ese lugar porque solo de escuchar lo que lo rodeaba me ardía la piel de la rabia, recostándome contra una esquina me crucé de brazos y miré algo molesto a los demás entrar, haciendo reverencias falsas a las mujeres que me saludaban, notando de reojo algunas de buen ver ¿Qué esperaba? No podía dejarla hacer de este lugar su sitio de juegos así que inspiré profundo y cerré los ojos –Dame fuerzas- susurré para mí mismo demonio porque él era el amo y señor de mi muerte en vida, con pasos cautelosos escuché el rezar de los mortales, pidiendo perdón por sus pecados, algo que era parte de nuestra naturaleza y por lo cual no deberían de pedir porque si tienes algo a tu alcance ¿Para qué detenerse y no disfrutarlo? La empecé a buscar y la volví a ver destacaba entre los mortales y estaba hablando con un tipo, apreté los puños porque las ganas porque la vida de ese humano se esfumara debajo de mis colmillos era exorbitante, no podía desvariar aún así que me reprendí a mí mismo, arreglándome el nudo de la corbata volví a imitar sus pasos, estaba hambriento de ella en toda la extensión de la palabra.
Llegando a un pequeño confesionario mis ojos se abrieron algo amplios ¿Qué era esto? ¿Una confesión? Realmente creía que sus noches de deseo la estaba volviendo loca poco a poco ¡No! Seguramente era uno de sus juegos para revolcarse con el bendito sacerdote, no lo iba a permitir, deje que la pequeña fiera entrase al confesionario y le di tiempo que lanzara la primera piedra y en un movimiento rápido llegué hasta la puerta donde se encontraba el cura y la abrí sigilosamente, lo noté, por la pequeña hendidura pude ver como se encontraba sentado escuchándola atenta, era un hombre de mediana edad con esa vestimenta que le hacía parecer que se había envuelto en las cobijas de su cama, tenía que saber qué es lo que le iba a decir al futuro cura difunto así que entré rápido y sin hacer mucho ruido pude haberle hipnotizado para que todo fuese más fácil pero no merecía mi consideración tomándole del cuello se lo torcí evitando que gritase y lo fracturé, su cuerpo se hizo débil bajo mi mano y le sostuve en alto al cuerpo del que fue un sacerdote sin dejar que sus pies tocaran el suelo y la escuché con atención viendo de reojo hacia la malla que nos separaba, sonriendo de lado por sus palabras mi agarre se hizo menos fuerte ¿A quien deseaba? ¿Cuál de todos nosotros? Por el bien de ambos y del de los habitantes de la mansión esperaba que ese nombre llevara mi esencia de principio a fin –Hmmm hermanita, piensa muy bien en tus deseos- pensé y alcé la ceja cuando escuché que pedía “castigo” ¿Era una costumbre de ella pedirle castigo a los demás? Quizás ella pudo haberse referido a un castigo divino algo inexistente pero yo no lo veía de esa forma.
La noche en que volví a París emergió en mi memoria a largo plazo recordando sus palabras al pedirme lo mismo a mí cuando estaba tirada como difunta en una de las mesas de tortura, me había negado en su momento pero ahora el tiempo era sabio y venía a cobrar deudas con intereses, dejando caer el cuerpo del hombre me pasé la mano por el cabello y sonreí autosuficiente, era hora de vernos frente a frente, salí de donde me encontraba para ir hasta su lado y mirando mi mano tomar el picaporte la sonrisa en mi cara se convirtió en algo más sádico, los colmillos se dejaban ver y los ojos los tenía encendidos por la emoción y finalmente abrí dándole esta vez una expresión más endurecida, en mis adentros reía como el vil demonio que era. Cerré la puerta tras de mí y me apoyé contra la puerta con los brazos cruzados –Uhm hermanita- alcé ambas cejas fundiéndome con fervor con su mirada celeste -¿Qué haces aquí?- profundicé la mirada evitándome cualquier sonrisa -¿Tan temprano y pidiendo castigo? - miré hacia un lado y chasqueé la lengua negando lentamente con la cabeza –Eso no se hace Denisse- suspiré cansado –Creo que debo darte modales acerca como una dama se debe comportar- fruncí el ceño viéndole de reojo -¿No te quedo en claro lo que te dije la noche en que regrese a Paris? - erguiéndome imponiendo mi altura frente a su delgado cuerpo di dos pasos para estar más cerca de la banca donde se encontraba sentada –Te gusta hacerme desvariar ¿no? – sonreí mostrando la punta de los colmillos –Si querías castigo solo tenías que pedirlo, tu hermano te puede complacer- susurré aquello como un completo chiste sin embargo no lo llevaba –Te queda bien ese color- le recorrí el cuerpo completamente malcriado –Pero te verías mejor sin eso puesto solo con mi cuerpo cubriéndote- musité cínico y me incliné cerca de ella tomándola del cuello con una mano sin mucha fuerza y ladeé su cabeza –Ese aroma tuyo se siente a kilómetros- murmuré contra su cuello rozando los colmillos en el mismo al hablar –Pero lo que más me inquieta es ese ardor que me transmites- dejé que mi nariz se tatuara con su aroma pasándola hasta llegar a su hombro y rápidamente llevé mis dos manos a su cintura levantándola para que ambos quedásemos de pie –Me tienes cansado con estas noches de juegos que te tomas diariamente- apreté los dedos en su delgada cintura atrayéndola a mi cuerpo –Y lo que más me ha inquietado es que ahora buscas los falsos santos- gruñí y atrapé su labio inferior con mis labios –Pero que acogedor está aquí- jadeé en sus labios sonriendo de lado y bajé mis manos a su bien formada parte trasera apretando aquel par de voluminosas turgencias con algo de fuerza –Vas a confesarme a mí el tipo de castigo que quería te dieran- la pegué contra la pared y metí mi piernas entre medio de las de ella abriéndola y rozando mi muslo con el de ella masajeé uno de sus glúteos recogiendo con mi otra mano su vestido y subiéndolo poco a poco -¡Dios bendícenos por querer procrear en tu santuario! - sonreí contra sus labios sin soltarla por la completa mentira pero de mentirosos está hecho el mundo.
Henry F. Amiel
El ambiente estaba denso, cada una de las partículas de polvo danzaban por el pequeño haz de la reina del cielo nocturno que entraba por mi ventana, diosa celestial tan redonda e iluminada que era como un rayo iridiscente para mis ojos, mis ojos se desviaron de aquella magnífica obra que engalanaba mi vida nocturna para centrarse en un reloj de pie que hacía un molesto sonido al marcar los segundos, cerré los ojos con malestar flexionando y estirando los dedos sobre unos papeles que tenía en mis manos, en ellos el gerente del negocio de Londres me informaba como marchaban mis asuntos que había dejado abiertos en la ciudad del té, todo estaba en orden tal y como me gustaba, no había pizca de desobediencia a mis mandatos que eran tan sagrados como los humanos blasfemaban al hablar de la biblia con la diferencia que yo era un ser existente que podías ver, tocar, apreciar, amar y enloquecerte, era un maldito Dios en tierra de mortales, sonreí de lado por mi blasfemia algo que no me importaba yo no gozaba de pudor mucho menos de creencias divinas que me encadenaran a las palabras de los hombres.
Pasaban más de las 8 de la noche y debía estar en la joyería para calmar el ardor que me traspasaba el tuétano al estar en casa, cada uno de mis hermanos me torturaba al punto de querer beber de todos y bañarme con su sangre todas las noches de mi ramplona existencia, no los quería asesinar porque primero ofrecería mi cabeza en bandeja de plata pero si deseaba torturarlos solo para enardecerme con sus gritos eternamente, había alguien en especial, esa vampiresa que había sido una de las dos parejas oficiales que he tenido en mi vida, la primera de humano no significo nada porque aunque esa mujer madura era una exquisitez que solo yo degustaba mi atracción hacia ella iba dirigida a los francos y a ese imperio que ahora yo controlaba, en cambio la segunda ¡Oh pequeña fiera! De ella lo quería todo, el haberme largado hacia Londres por orden de Gaél no había cambiado mis sentimientos hacia ella, las vibraciones que devoraban mi cuerpo al tenerla junto a mí, como mis deseos se concentraba en zonas especificas por hacerla estremecer con lo que en mi perversa mente se dibujara, el cuarto de tortura era un lugar bastante indicado para la tarea como lo habíamos hecho siglos atrás fue cuando mis ojos se centraron en una pequeña botella de cristal con un tapón dorado en forma de pico que reposaba sobre mi escritorio, era una maldita pócima que ni yo mismo sabía porque la había buscado.
Algo que odiaba con fervor eran los malditos estafadores, aquellos que usaban artimañas para engañar a quienes acudían a ellos, en pocas palabras los ineptos que se hacían llamar hechiceros, eran una escoria que deseaba que fuera exterminada de la faz de la Tierra, sus ramplones métodos para hacerse pasar como humanos con un extra me causaban nauseas, sin embargo hace dos semanas había acudido a uno, ese uno que ahora yacía tres metros bajo tierra, me brindó una pócima que se trataba de un tipo de magia para despistar mi presencia por unos breves momentos para los de mi sangre ¿Por qué quería hacerlo? He ahí la parte divertida del cuento. Desde que había llegado de nuevo a París quería seguir a mi pequeña hermanita en sus noches de faena, solo para percatarme de cada uno de los imbéciles que se atrevían a tocar su delicioso cuerpo, ella me pertenecía y yo era demasiado egoísta para compartir, sin embargo siempre me descubría siguiéndola como buen criado de su belleza, fue cuando lo decidí necesitaba despistarla para reprenderla de manera correcta por sus actos impúdicos y dejarle en claro que cada centímetro de esa pálida piel me pertenecía con creces y que todo aquel que la tocase con sus sucias manos merecía ser mutilado.
Tomando la pequeña botella miré como destellaba haces iridiscentes frente a mis orbes azules, sonreí un poco sintiendo el palpitar de los colmillos clamar por deshacerme de ella y lo escuché; un estrepito que me hizo despertar del trance y fue su olor el que llegó a embriagar mis fosas nasales, olisqueé el aire guardándome su falso aroma virginal y me levanté de la silla yendo hasta la ventana para verla salir vestida como mujer fatal, ese vestido enmarcaba sus curvas y me hacía rabiar, mis emociones hacia ella eran diversas pero todas devastadoras, suspiré y sonreí cual bastardo que va por su presa -¿A dónde tan delicada hermanita? - alcé la ceja y destapé la botellita, volviendo mis ojos hacia la misma fruncí el ceño –Esta es una maldita locura Sébastine- pensé maldiciéndome en mis adentros porque esta vez el impulso era mayor que la razón y sin pensarlo dos veces me la llevé a los labios bebiéndola de un solo trago, un sabor algo metálico como si fuera la linfa virginal de una doncella se deslizo por mi garganta a lo que emití un gemido de deleite sin embargo no había ninguna sensación que me indicara había tomado algo indeseable, seguía siendo el mismo Sébastine d’Auxerre de siempre, dejé caer la botella con molestia –Otra artimaña más- bufé y entonces decidí seguirle, no me importaba que me descubriese no la iba a dejar hacer su santa voluntad en esta ocasión.
Tomando del perchero mi saco azul oscuro lo coloqué sobre mi cuerpo y lo que menos canta un gallo estaba siguiéndole los pasos a la fiera Denisse, con las manos metidas en los bolsillos y viéndole algo ensombrecido caminé tranquilo con una distancia considerable de seguro ya se habría dado cuenta de mi presencia cosa que me tenía sin cuidado, el aire era molesto, sacaba algunos mechones de mi cabello de su lugar seguramente me veía como si hubiera terminado de hacer mi buena obra de la noche con alguna mujer amargada que necesitaba de consuelo carnal. En ese momento los escuché, unos malditos campanazos, no me había dado cuenta de donde había ido a parar; La Catedral de Notre Dame, gruñí algo molesto ¿Qué venía a hacer a esta pocilga? Miré a los demás feligreses entrar a la cueva de su mentira como hipnotizados por algún tipo de veneno, desde ya notaba sus caras pedantes, su vestimenta repulsiva, sus corazones latir con fuerza y tentación dentro de su pecho, tan exquisito y a la vez molestos, negué en mis adentros, esta noche la sed de sangre no me vencería aunque ya hace tres días que no me alimentaba de manera correcta. Volviendo mi vista a mi hermanita volví a hacer sonar mis zapatos negros contra el asfalto subiendo las escaleras sin ver a nadie mi vista dirigida enteramente a su presencia, con el ceño fruncido y las facciones endurecidas me detuve frente a la puerta notando como parecía una diabla disfrazada de ángel inmortal dirigirse hacia nuestro divino señor, que falacia, tensé la mandíbula y negué no podía entrar a ese lugar porque solo de escuchar lo que lo rodeaba me ardía la piel de la rabia, recostándome contra una esquina me crucé de brazos y miré algo molesto a los demás entrar, haciendo reverencias falsas a las mujeres que me saludaban, notando de reojo algunas de buen ver ¿Qué esperaba? No podía dejarla hacer de este lugar su sitio de juegos así que inspiré profundo y cerré los ojos –Dame fuerzas- susurré para mí mismo demonio porque él era el amo y señor de mi muerte en vida, con pasos cautelosos escuché el rezar de los mortales, pidiendo perdón por sus pecados, algo que era parte de nuestra naturaleza y por lo cual no deberían de pedir porque si tienes algo a tu alcance ¿Para qué detenerse y no disfrutarlo? La empecé a buscar y la volví a ver destacaba entre los mortales y estaba hablando con un tipo, apreté los puños porque las ganas porque la vida de ese humano se esfumara debajo de mis colmillos era exorbitante, no podía desvariar aún así que me reprendí a mí mismo, arreglándome el nudo de la corbata volví a imitar sus pasos, estaba hambriento de ella en toda la extensión de la palabra.
Llegando a un pequeño confesionario mis ojos se abrieron algo amplios ¿Qué era esto? ¿Una confesión? Realmente creía que sus noches de deseo la estaba volviendo loca poco a poco ¡No! Seguramente era uno de sus juegos para revolcarse con el bendito sacerdote, no lo iba a permitir, deje que la pequeña fiera entrase al confesionario y le di tiempo que lanzara la primera piedra y en un movimiento rápido llegué hasta la puerta donde se encontraba el cura y la abrí sigilosamente, lo noté, por la pequeña hendidura pude ver como se encontraba sentado escuchándola atenta, era un hombre de mediana edad con esa vestimenta que le hacía parecer que se había envuelto en las cobijas de su cama, tenía que saber qué es lo que le iba a decir al futuro cura difunto así que entré rápido y sin hacer mucho ruido pude haberle hipnotizado para que todo fuese más fácil pero no merecía mi consideración tomándole del cuello se lo torcí evitando que gritase y lo fracturé, su cuerpo se hizo débil bajo mi mano y le sostuve en alto al cuerpo del que fue un sacerdote sin dejar que sus pies tocaran el suelo y la escuché con atención viendo de reojo hacia la malla que nos separaba, sonriendo de lado por sus palabras mi agarre se hizo menos fuerte ¿A quien deseaba? ¿Cuál de todos nosotros? Por el bien de ambos y del de los habitantes de la mansión esperaba que ese nombre llevara mi esencia de principio a fin –Hmmm hermanita, piensa muy bien en tus deseos- pensé y alcé la ceja cuando escuché que pedía “castigo” ¿Era una costumbre de ella pedirle castigo a los demás? Quizás ella pudo haberse referido a un castigo divino algo inexistente pero yo no lo veía de esa forma.
La noche en que volví a París emergió en mi memoria a largo plazo recordando sus palabras al pedirme lo mismo a mí cuando estaba tirada como difunta en una de las mesas de tortura, me había negado en su momento pero ahora el tiempo era sabio y venía a cobrar deudas con intereses, dejando caer el cuerpo del hombre me pasé la mano por el cabello y sonreí autosuficiente, era hora de vernos frente a frente, salí de donde me encontraba para ir hasta su lado y mirando mi mano tomar el picaporte la sonrisa en mi cara se convirtió en algo más sádico, los colmillos se dejaban ver y los ojos los tenía encendidos por la emoción y finalmente abrí dándole esta vez una expresión más endurecida, en mis adentros reía como el vil demonio que era. Cerré la puerta tras de mí y me apoyé contra la puerta con los brazos cruzados –Uhm hermanita- alcé ambas cejas fundiéndome con fervor con su mirada celeste -¿Qué haces aquí?- profundicé la mirada evitándome cualquier sonrisa -¿Tan temprano y pidiendo castigo? - miré hacia un lado y chasqueé la lengua negando lentamente con la cabeza –Eso no se hace Denisse- suspiré cansado –Creo que debo darte modales acerca como una dama se debe comportar- fruncí el ceño viéndole de reojo -¿No te quedo en claro lo que te dije la noche en que regrese a Paris? - erguiéndome imponiendo mi altura frente a su delgado cuerpo di dos pasos para estar más cerca de la banca donde se encontraba sentada –Te gusta hacerme desvariar ¿no? – sonreí mostrando la punta de los colmillos –Si querías castigo solo tenías que pedirlo, tu hermano te puede complacer- susurré aquello como un completo chiste sin embargo no lo llevaba –Te queda bien ese color- le recorrí el cuerpo completamente malcriado –Pero te verías mejor sin eso puesto solo con mi cuerpo cubriéndote- musité cínico y me incliné cerca de ella tomándola del cuello con una mano sin mucha fuerza y ladeé su cabeza –Ese aroma tuyo se siente a kilómetros- murmuré contra su cuello rozando los colmillos en el mismo al hablar –Pero lo que más me inquieta es ese ardor que me transmites- dejé que mi nariz se tatuara con su aroma pasándola hasta llegar a su hombro y rápidamente llevé mis dos manos a su cintura levantándola para que ambos quedásemos de pie –Me tienes cansado con estas noches de juegos que te tomas diariamente- apreté los dedos en su delgada cintura atrayéndola a mi cuerpo –Y lo que más me ha inquietado es que ahora buscas los falsos santos- gruñí y atrapé su labio inferior con mis labios –Pero que acogedor está aquí- jadeé en sus labios sonriendo de lado y bajé mis manos a su bien formada parte trasera apretando aquel par de voluminosas turgencias con algo de fuerza –Vas a confesarme a mí el tipo de castigo que quería te dieran- la pegué contra la pared y metí mi piernas entre medio de las de ella abriéndola y rozando mi muslo con el de ella masajeé uno de sus glúteos recogiendo con mi otra mano su vestido y subiéndolo poco a poco -¡Dios bendícenos por querer procrear en tu santuario! - sonreí contra sus labios sin soltarla por la completa mentira pero de mentirosos está hecho el mundo.
Sébastine d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/05/2014
Re: Goddess {+18}
Todo deseo estancado es un veneno.
André Maurois
No sabía exactamente en qué momento iba a prenderme en llamas. ¿Debía ser ahora no? Había confesado solo la mínima parte de la enorme lista de pecados que podría cargar encima. En mi cabeza no había otra cosa más que las noches que había pasado rompiendo hogares, robando inocencias, haciendo maldades. Exactamente qué era lo que estaba buscando en Notre Dam porque claramente perdón no era, yo no me arrepentía ni siquiera de la sombra que me acompañaba. El silencio era ensordecedor tanto así que me incomodaba, ¿en qué momento el hombre había dejado de respirar? Sin contar que no emitía ningún sonido, la curiosidad definitivamente era mi peor enemiga, necesitaba respuestas y no las estaba obteniendo. Eso significaba que tenía que ir a buscarlas porque en esas era la número uno, encontrar algo sin que nadie me lo pidiera, de igual manera iba a obtenerlo pero no, el sonido de alguien venir hacia mí era tan sublime y aterrador. Por primera vez las cosas se estaba saliendo de control y no me daba miedo, lejos de eso sentía una especie de placer nacer en el hueco de mis manos subiendo hasta la garganta para estrangularme lentamente.
Cerrando los ojos con una paz que solamente en mis cabales se podría creer esperé con calma como buena niña que aguarda por recompensa. Sin esperar lo que vería sería el reflejo del demonio mismo. ¿Cómo? Al notar como lentamente la madera crujía abrí los ojos y me quedé pasmada –Dios, ¿me estás bendiciendo o maldiciendo? Primero. ¿Eres real?– no hay tiempo para eso. Miré a Sébastine con su cara de perro rabioso devorarme, seguramente creyó que me hallaría teniendo una especie de ritual satánico pero no, el parecía haber escuchado cada una de mis palabras y por su cara de victoria me imaginaba que este era uno de sus trucos. ¿Por qué no había sentido su presencia antes? Es más, ahora que lo tenía tan cerca no generaba esos pequeños choques de electricidad que sentía siempre así como con Brönte, era eso que compartíamos por desgracia la misma sangre que Gaél. Fruncí el ceño casi de inmediato. No era lo que estaba esperando ¿o sí?
— ¿Qué haces aquí?— fue lo primero que se me ocurrió decirle tras el montón de preguntas que tenía en la cabeza pero él me había cuestionado lo mismo y solté una sonrisa mirando por la pequeña ventanilla en donde debería estar el cura que por los vientos que soplaban debería ser historia — Pues es obvio ¿no? Esta es una iglesia, este un confesionario. ¿Qué crees que se viene a hacer aquí?— alcé la ceja haciendo la que no entendía, se me daba bien ese papel por veces pero él me conocía tanto que dudaba si iba a creerlo. Saqué un poco de aire para darle un toque más y cerré los ojos — Te dije que no necesito un padre. El único que necesitaba en este momento ¡lo has asesinado!— le grité sin levantar la voz y enderecé la espalda pegándola a la madera escuchando sus palabras y sonreí — ¿Qué? Tengo derecho a redención, Sébastine, las horas, el lugar, quién cómo, no son cosas que importan. ¡Vas a dejar de una maldita vez esta jugarreta!— le señalé —No eres quién para decirme lo que debo hacer — abrí los ojos para plasmarme en los suyos que señalaban el infierno mismo y alcé la ceja cruzándome de brazos —¿Te molesta que sea otro quien haga lo que no puedes hacer? — relamiendo mis labios escupí con veneno — Si quisiera algo tuyo ya lo hubiera ido a arrebatar. Eres más fácil que prostituta muriéndose de hambre. Mírate aquí— le revisé rápidamente y estaba impecable como siempre, amaba a ese vampiro en secreto por esa seriedad fingida, en sus adentros éramos dos sin alma similares.
Sonreí mordiéndome el meñique. Entrecerrando los ojos trataba de descubrir qué había de diferente en él, era un maldito acosador, jamás dejaría que actuara libremente. – ‘’Tu verdugo ha llegado a París, Denisse, si sabes lo que es bueno dejarás que te ate a la cama’’ - ¿Qué? A eso se refería esa mujer, la bruja que me leía la fortuna todas las noches cuando no tenía que hacer, tampoco es que era una creyente fiel de eso pero me gustaba engañarme sola. El futuro se construye solo, con tus manos. Entonces… ¿Tenía que dejar que mi hermano me amarrara a la cama? Alcé ambas cejas descuidándolo un momento, el que fue suficiente para tenerlo encima. –Aléjate Sébastine d’Auxerre – advertí en mi cabeza mientras mi exterior se mostraba encantado y justo me tomó con rudeza pero a la vez suavidad, en ningún momento me sentí traicionada por su roce que era perfecto.
Dejando escapar un leve gemido al ver cómo olisqueaba cada centímetro piel. Logré agarrarme de una de las solapas de su traje para tirar un poco de su cuerpo hacia el mío, aunque estábamos ambos muy cerca, tanto que era peligroso. Cerré los ojos degustando la sensación de sus labios haciendo de las suyas y tragué ladeando un poco el rostro para toparme con su nariz rozando una de mis mejillas. —Pues no sé lo que has hecho tú pero no puedo decir lo mismo. ¿Acaso vienes a que te tatúe mi olor? Eso es lo que quieres ah! — respondí con entusiasmo separándome de él pero claro, él ya había recortado distancias. De pie tan cerca que si fuéramos humanos podría sentir su respiración tragué y miré sus ojos —No necesito ni santos, ni fieles. Me conoces bien y nunca he creído, ni pertenecido al cielo. Hermanito la tierra es el infierno en el que nos tocó vagar. Me parece divertido aquí — correspondí a su beso con encanto por la fiereza con la que hacía las cosas y mordí sin tener cuidado su labio superior haciendo que un pequeño hilo de sangre se deslizara por éste. Apretando los dedos en la tela de su abrigo haciendo deshilar unos cuantos botones y negué — Ya no lo hacen de la misma calidad— susurré tranquila sin perderme de vista sus facciones mientras que sus manos hacían de las suyas estrados en mis zonas bajas. Enrededando entre los dedos su cabello tiré un poco hacia atrás su cabeza para que no pudiera alcanzar de nuevo mi boca y suspiré —Castigo… — medité unos segundos mientras su curioso muslo se colaba entre el mío y mordí mis labios saboreando un poco de la sangre que había quedado terminé por liberar la camisa de fuerza que llevaba puesta. ¡Nos íbamos a quemar en el infierno! — Definitivamente uno que no incluya ropa— musité en su cuello, presionando mi cuerpo al suyo y rocé con los colmillos la piel desnuda que había descubierto. Sin siquiera perforarle comencé a bajar en un lento recorrido hasta su bien esculpido tórax y ascendí para estar de nuevo a su altura. Sin esperar enrollé una de mis piernas en su parte trasera solo para percibir si los sentimientos de él correspondían a los míos y una leve sonrisa se dejó ver ante mi maldad —Vamos. Por la bienvenida— susurré en el oído ajeno. Desquitándome con pequeñas mordidas en el lóbulo de éste rezando porque ese armazón fuera lo suficientemente fuerte para soportarnos y aislante para no dejarnos expuestos, pues ambos éramos unos pecadores.
Denisse d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/01/2014
Re: Goddess {+18}
El hombre tiene el amor por ala, y el deseo por yugo.
Esta noche el infierno se adueñaría del paraíso que los humanos adoraban, los santos iban a escandalizarse con lo que yo me estaba imaginando en mi perversa mente ¡Maldita zozobra! Dulce condena, bendito sacrilegio, estaba dispuesto a quemarme en sus brazas, a respirar en su oído mientras cada parte de mi cuerpo era azotado por las ondas del placer que ella provocaba en mi fría y exánime piel, el niño “bueno” quería hacer travesuras y que mayor acompañante que su hermana de sangre, el castigo no tendría que esperar mañana, se iba a consumar ahora y en este lugar, sin quitar mis manos de donde las tenía seguí con lo que había empezado, deslizando poco a poco aquel vestido que me estorbaba, no quería que nada se interpusiese entre su pálida y tersa piel con la mía, descubriendo su muslo me detuve sujetando el borde del vestido y viéndole fijo a los ojos sonreí victorioso, no podía ocultar que me deseaba porque mi tacto era perfecto lo sabía perfectamente, después de todo de algo sirve el encamarse con tantas a lo largo de mis más de 400 años, la experiencia era innegable, chocando mi frente con la de ella jadeé bajo, bajo mi piel el ardor comenzaba a dominar mi cuerpo, lo hacía añicos y jugaba a su antojo con cada parte intima de mi ser –Hmmm ¿dejar marcado tu olor en mi piel? - reí en un bajo tono de manera cínica y negué –No Denisse no te equivoques el que ha dejado marcado mi olor en ti soy yo- apreté con más fuerza la carne que formaba su territorio trasero como si quisiera arrancarla –Puedes haberte encamado con muchos pero…- jadeé y pasé la lengua por en medio de sus labios cortándolos a la mitad –escucha bien- deslicé mis labios por su mejilla acariciando con la punta de mi nariz su odio, grabándome de nuevo perfectamente su olor ardiente –nadie va a ocupar mi lugar, ni ahora, ni en un millón de años hermanita- metí más mi muslo por en medio de sus piernas rozando con mi piel su centro, casi sentándola encima de la misma y sonreí de lado –Tranquila- susurré y moví en forma circular pero lentamente mi rodilla contra su intimidad, con el fin que el néctar de su flor empezase a dejarle inquieta –Todavía no estoy listo- concluí en su oído cuando sentí que me tomo del cabello evitando mi contacto con sus labios –Has perdido la practica- alcé la ceja por la completa mentira, debajo de mis pantalones algo reaccionaba y parecía no querer ceder –Porque me siento algo…- miré abajo donde estaba su escote y me relamí los colmillos –aburrido- mis iris estaban encendidos lo sabía muy bien y cualquiera que me viera sabría exactamente que estaba mintiendo pero mi lengua no iba a dejar fluir la verdad que tanto me negaba a admitir, debía ser ella la que horrorizara a los demás con sus alaridos mortales, en cuanto a mí yo no era hombre que demostraba placer porque ese lujo me lo guardaba para mí mismo.
Posé ambas manos a los lados de su cabeza dejando que la pequeña fiera hiciese de mi traje una pantomima de elegancia y alcé la ceja al ver como los botones salían de su lugar –Vas a comprarme uno nuevo- murmuré con la mandíbula tensa –Pero ya habrá tiempo para ir a modistas porque creo deberé comprarte un vestido nuevo a ti también- llevando mis manos a la parte trasera del vestido empecé a rasgar la tela dejando expuesto su corsé mientras apoyaba la frente en la pared de aquel confesionario sintiendo los arañazos placenteros y delicados de la fiera sobre mi torso y sonreí cínico –Oh hermanita- tomé su mentón levantando su rostro mientras el vestido ya no gozaba del entalle que poseía unos segundos atrás -¿Qué clase de tiendas frecuentas? - presioné mi mejilla contra su cabeza aspirando su olor –Parecen tiendas de segunda- su pierna envolvió mis caderas acercándome peligrosamente a ella, me tensé porque a pesar de que esa parte de mi anatomía que yo cuidaba y admiraba con fervor se podía hacer notar por debajo de la tela ella no debía siquiera todavía poder tocarme, le iba a dar poder sobre mi instinto y el único Dios aquí era yo, mantuve la distancia poniendo fuerza en mis piernas para que no se percatara de la forma en que estaba entusiasmado por invadirla con fuerza –Sin ropa uh- susurré y deslicé mis dedos por su cuello y lo atrapé con algo de fuerzas haciendo que me viese –¿Querías castigo con ese cura insulso? - choqué mi frente con la de ella sin soltarle del cuello queriéndola estrangular de la forma más delicada posible –Que aburrida te has vuelto- gruñí por la mentira y atrapé su labio inferior perforándolo con los colmillos imitando lo que ella había hecho anteriormente conmigo pero al contrario de ella succioné suavemente su labio como si se tratase de un dulce de miel que nunca se acabaría –Y tienes en razón en casa no obtienes lo que quieres- me saboreé los labios –Por eso estamos aquí ¿no? Si nuestros hermanos nos escuchasen sería aburrido por eso es mejor cuando son los extraños los que pueden disfrutar con tu falta de verborrea- separándome tomé su mano y di un beso en su dorso girándola para que quedase de espaldas a mí y empecé a subir mis manos por los costados de su cuerpo delineando su perfecta figura y posé mis labios en su oreja jalando de su lóbulo –Me tienes harto- susurré en su oído y jalé de los lados del vestido haciendo que cayese a sus pies y dejando al descubierto su corsé junto con la ropa interior que cubría su parte fundamental –Harto de tus juegos, harto de tus noches de faena, harto del olor pestilente que llevas de otro a la mansión- mis dedos llegaron a las montañas que coronaban su frente y atraparon ambas, su copa encajaba perfectamente en mis palmas y apreté con algo de fuerzas –Así que voy a ser el hermano mayor excepcional que aparento y vamos a castigar a la hermanita menor malcriada y caprichosa- dije con un filo burlón y mordí su lóbulo haciendo que la linfa saliese del mismo, no la probé, dejé que el rastro de amaranto ardiente corriese en una fina gota por su cuello para ver como se perdía en la profundidad de su escote –Denisse- masajeé suave y lentamente mi virilidad contra su parte trasera queriendo suavizar su endurecimiento que crecía raudamente, tenía que controlarme, aunque pudiera quedarme noches maratónicas entre sus piernas secando cualquier inmundicia que me dominase -¿Vas a seguir? - llevando mis dedos al cinturón de mi pantalón empecé a desajustarlo mientras que mi otra mano se adentraba por el escote del corsé para sentir su piel de una manera más intima, con algo de fuerzas introduje mi mano hasta atrapar uno de sus senos y sentir como la turgencia rosa que engalanaba su centro estaba endurecida y a la vez suave -¿Uh? - mis labios bajaron por su cuello borrando la gota de linfa que estaba manchando su seda, los colmillos me palpitaban del ardor ¿Cuánto lo soportaría?.
Terminando de desajustar el cinturón lo deslicé lentamente para sacarlo de mi pantalón mientras que mi mano seguía con aquel castigo divino que sabía perfectamente por cual camino llevar, la punta de mis cuchillas orales rozaron la piel de su hombro y desabotoné mi pantalón sin bajar el cierre, el deseo dentro de mis pantalones empezaba a doler, lo sentía palpitar, prácticamente quería hacer estallar mis pantaloncillos para descubrir la cueva de su reina, mordiéndome la lengua ahogué un gemido de dolor y haciendo una especie de pinza entre mis dedos índice y pulgar masajeé con impertinencia la erección de su montaña, quería beber de esa misma, exprimir su dulzura con mi perversión, fue cuando decidí que era hora de que ella terminara de descubrir mi esculpido cuerpo, era un bastardo pero sabía perfectamente con lo que contaba y la vida había sido generosa conmigo, dando un beso en su hombro sonreí –Creo es suficiente- susurré victorioso y le solté mirando la posesión de mi miembro reclamar como suyo el espacio entre mis piernas y negué marcando aún más la sonrisa en mis labios –Hmm tranquilo- musité tan cínico como si esa extensión de mí fuera a responderme, pasándome la mano por el cabello para peinarme me senté en donde ella estaba recostando mi espalda contra la pared me llevé las manos por detrás de la cabeza entrecruzando los dedos y le miré con seriedad –Termina de desvestirte hermanita- alcé la ceja y le recorrí el cuerpo con la mirada, poco a poco me consumía, dejando que pudiese ver como la nave que iba a ser una singladura excelsa sobre sus mares se estaba alzando en el horizonte cerré los ojos –Pero antes- me relamí los labios imaginándome algo que incluso yo el maldito impúdico de los d’Auxerre cree que no vale la pena mencionar –Ven y ayúdame con el pantalón siento los dedos entumecidos y como veras la ropa ya es una molestia- abrí un ojo y sonreí de lado, esperando que viniese hasta mí para hincarle como la insulsa niña en la que se había convertido y distorsionarla con la mujer desleal e impúdica que quería me sirviese.
Victor Hugo
Esta noche el infierno se adueñaría del paraíso que los humanos adoraban, los santos iban a escandalizarse con lo que yo me estaba imaginando en mi perversa mente ¡Maldita zozobra! Dulce condena, bendito sacrilegio, estaba dispuesto a quemarme en sus brazas, a respirar en su oído mientras cada parte de mi cuerpo era azotado por las ondas del placer que ella provocaba en mi fría y exánime piel, el niño “bueno” quería hacer travesuras y que mayor acompañante que su hermana de sangre, el castigo no tendría que esperar mañana, se iba a consumar ahora y en este lugar, sin quitar mis manos de donde las tenía seguí con lo que había empezado, deslizando poco a poco aquel vestido que me estorbaba, no quería que nada se interpusiese entre su pálida y tersa piel con la mía, descubriendo su muslo me detuve sujetando el borde del vestido y viéndole fijo a los ojos sonreí victorioso, no podía ocultar que me deseaba porque mi tacto era perfecto lo sabía perfectamente, después de todo de algo sirve el encamarse con tantas a lo largo de mis más de 400 años, la experiencia era innegable, chocando mi frente con la de ella jadeé bajo, bajo mi piel el ardor comenzaba a dominar mi cuerpo, lo hacía añicos y jugaba a su antojo con cada parte intima de mi ser –Hmmm ¿dejar marcado tu olor en mi piel? - reí en un bajo tono de manera cínica y negué –No Denisse no te equivoques el que ha dejado marcado mi olor en ti soy yo- apreté con más fuerza la carne que formaba su territorio trasero como si quisiera arrancarla –Puedes haberte encamado con muchos pero…- jadeé y pasé la lengua por en medio de sus labios cortándolos a la mitad –escucha bien- deslicé mis labios por su mejilla acariciando con la punta de mi nariz su odio, grabándome de nuevo perfectamente su olor ardiente –nadie va a ocupar mi lugar, ni ahora, ni en un millón de años hermanita- metí más mi muslo por en medio de sus piernas rozando con mi piel su centro, casi sentándola encima de la misma y sonreí de lado –Tranquila- susurré y moví en forma circular pero lentamente mi rodilla contra su intimidad, con el fin que el néctar de su flor empezase a dejarle inquieta –Todavía no estoy listo- concluí en su oído cuando sentí que me tomo del cabello evitando mi contacto con sus labios –Has perdido la practica- alcé la ceja por la completa mentira, debajo de mis pantalones algo reaccionaba y parecía no querer ceder –Porque me siento algo…- miré abajo donde estaba su escote y me relamí los colmillos –aburrido- mis iris estaban encendidos lo sabía muy bien y cualquiera que me viera sabría exactamente que estaba mintiendo pero mi lengua no iba a dejar fluir la verdad que tanto me negaba a admitir, debía ser ella la que horrorizara a los demás con sus alaridos mortales, en cuanto a mí yo no era hombre que demostraba placer porque ese lujo me lo guardaba para mí mismo.
Posé ambas manos a los lados de su cabeza dejando que la pequeña fiera hiciese de mi traje una pantomima de elegancia y alcé la ceja al ver como los botones salían de su lugar –Vas a comprarme uno nuevo- murmuré con la mandíbula tensa –Pero ya habrá tiempo para ir a modistas porque creo deberé comprarte un vestido nuevo a ti también- llevando mis manos a la parte trasera del vestido empecé a rasgar la tela dejando expuesto su corsé mientras apoyaba la frente en la pared de aquel confesionario sintiendo los arañazos placenteros y delicados de la fiera sobre mi torso y sonreí cínico –Oh hermanita- tomé su mentón levantando su rostro mientras el vestido ya no gozaba del entalle que poseía unos segundos atrás -¿Qué clase de tiendas frecuentas? - presioné mi mejilla contra su cabeza aspirando su olor –Parecen tiendas de segunda- su pierna envolvió mis caderas acercándome peligrosamente a ella, me tensé porque a pesar de que esa parte de mi anatomía que yo cuidaba y admiraba con fervor se podía hacer notar por debajo de la tela ella no debía siquiera todavía poder tocarme, le iba a dar poder sobre mi instinto y el único Dios aquí era yo, mantuve la distancia poniendo fuerza en mis piernas para que no se percatara de la forma en que estaba entusiasmado por invadirla con fuerza –Sin ropa uh- susurré y deslicé mis dedos por su cuello y lo atrapé con algo de fuerzas haciendo que me viese –¿Querías castigo con ese cura insulso? - choqué mi frente con la de ella sin soltarle del cuello queriéndola estrangular de la forma más delicada posible –Que aburrida te has vuelto- gruñí por la mentira y atrapé su labio inferior perforándolo con los colmillos imitando lo que ella había hecho anteriormente conmigo pero al contrario de ella succioné suavemente su labio como si se tratase de un dulce de miel que nunca se acabaría –Y tienes en razón en casa no obtienes lo que quieres- me saboreé los labios –Por eso estamos aquí ¿no? Si nuestros hermanos nos escuchasen sería aburrido por eso es mejor cuando son los extraños los que pueden disfrutar con tu falta de verborrea- separándome tomé su mano y di un beso en su dorso girándola para que quedase de espaldas a mí y empecé a subir mis manos por los costados de su cuerpo delineando su perfecta figura y posé mis labios en su oreja jalando de su lóbulo –Me tienes harto- susurré en su oído y jalé de los lados del vestido haciendo que cayese a sus pies y dejando al descubierto su corsé junto con la ropa interior que cubría su parte fundamental –Harto de tus juegos, harto de tus noches de faena, harto del olor pestilente que llevas de otro a la mansión- mis dedos llegaron a las montañas que coronaban su frente y atraparon ambas, su copa encajaba perfectamente en mis palmas y apreté con algo de fuerzas –Así que voy a ser el hermano mayor excepcional que aparento y vamos a castigar a la hermanita menor malcriada y caprichosa- dije con un filo burlón y mordí su lóbulo haciendo que la linfa saliese del mismo, no la probé, dejé que el rastro de amaranto ardiente corriese en una fina gota por su cuello para ver como se perdía en la profundidad de su escote –Denisse- masajeé suave y lentamente mi virilidad contra su parte trasera queriendo suavizar su endurecimiento que crecía raudamente, tenía que controlarme, aunque pudiera quedarme noches maratónicas entre sus piernas secando cualquier inmundicia que me dominase -¿Vas a seguir? - llevando mis dedos al cinturón de mi pantalón empecé a desajustarlo mientras que mi otra mano se adentraba por el escote del corsé para sentir su piel de una manera más intima, con algo de fuerzas introduje mi mano hasta atrapar uno de sus senos y sentir como la turgencia rosa que engalanaba su centro estaba endurecida y a la vez suave -¿Uh? - mis labios bajaron por su cuello borrando la gota de linfa que estaba manchando su seda, los colmillos me palpitaban del ardor ¿Cuánto lo soportaría?.
Terminando de desajustar el cinturón lo deslicé lentamente para sacarlo de mi pantalón mientras que mi mano seguía con aquel castigo divino que sabía perfectamente por cual camino llevar, la punta de mis cuchillas orales rozaron la piel de su hombro y desabotoné mi pantalón sin bajar el cierre, el deseo dentro de mis pantalones empezaba a doler, lo sentía palpitar, prácticamente quería hacer estallar mis pantaloncillos para descubrir la cueva de su reina, mordiéndome la lengua ahogué un gemido de dolor y haciendo una especie de pinza entre mis dedos índice y pulgar masajeé con impertinencia la erección de su montaña, quería beber de esa misma, exprimir su dulzura con mi perversión, fue cuando decidí que era hora de que ella terminara de descubrir mi esculpido cuerpo, era un bastardo pero sabía perfectamente con lo que contaba y la vida había sido generosa conmigo, dando un beso en su hombro sonreí –Creo es suficiente- susurré victorioso y le solté mirando la posesión de mi miembro reclamar como suyo el espacio entre mis piernas y negué marcando aún más la sonrisa en mis labios –Hmm tranquilo- musité tan cínico como si esa extensión de mí fuera a responderme, pasándome la mano por el cabello para peinarme me senté en donde ella estaba recostando mi espalda contra la pared me llevé las manos por detrás de la cabeza entrecruzando los dedos y le miré con seriedad –Termina de desvestirte hermanita- alcé la ceja y le recorrí el cuerpo con la mirada, poco a poco me consumía, dejando que pudiese ver como la nave que iba a ser una singladura excelsa sobre sus mares se estaba alzando en el horizonte cerré los ojos –Pero antes- me relamí los labios imaginándome algo que incluso yo el maldito impúdico de los d’Auxerre cree que no vale la pena mencionar –Ven y ayúdame con el pantalón siento los dedos entumecidos y como veras la ropa ya es una molestia- abrí un ojo y sonreí de lado, esperando que viniese hasta mí para hincarle como la insulsa niña en la que se había convertido y distorsionarla con la mujer desleal e impúdica que quería me sirviese.
Sébastine d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/05/2014
Re: Goddess {+18}
No se desea lo que no se conoce.
Ovidio
Ovidio
No podía dejar de preguntarme qué diablos era lo que estaba haciendo. Al solo haber oído los planes retorcidos que Sébastine tenía en mente había caído sin más, eso me hacía sentir molesta. No podía dejarlo ganar tan fácil aunque en mis adentros estaba deseando porque fuera menos hablador y más cumplidor. Él siempre era así como esos políticos que prometen pero a diferencia de éstos él sí hacía y eso me emocionaba más. Cerré los ojos unos instantes para reconstruir en mi cabeza la imagen de la vampiresa que necesitaba ser en ese momento pero se destrozaba al instante en que él tocaba mi cuerpo de una manera única y maldita, era una especie de trance del que no quería salir. Mi piel respondía muy bien a la suya, una impía traicionera porque por más que pensara en apartarlo era lo que menos quería. Le miré de reojo tratando de evitar la sonrisa y parecer molesta pero un jadeo fue lo único que se consumó. Apoyé mi frente contra la ajena viendo el suelo sin detener mis manos en presionarle las telas de la ropa, unas que quería quitar. Me sentía como una estúpida inexperta y no entendía por qué, me las iba a pagar con creces.
Por un momento me olvidé de dónde estábamos y ese pequeño confesionario se convirtió en un dulce infierno. No quería responder las preguntas de Sébastine sólo podía concentrarme en sus caricias malignas y la forma en que desbarataba la faceta seria e irritable que quería mostrarle. Necesitaba que creyera que de todos los hombres con los que podría estar él sería el último con el que compartiría cama. Una desventura que cualquiera pudiera morder la manzana más él sólo contemplarla, eso definitivamente no era suficiente para el vampiro, me lo hacía saber en su forma de reclamar lo que un día fue suyo. — Eres tú el que no para de hablar idioteces. Me cansas con tu palabrería sacada de una mala revista. ¿Quién perdió el toque, Sébastine? Porque sigues repitiendo las mismas cosas de hace doscientos años pensé que por venir de Londres encontraría algo nuevo en ti — alcé la ceja derritiendo el veneno en palabras cerca de su oído casi como una demanda aunque realmente era una provocación y justo la tela de su traje cedió a mis garras, que buscaban como demonio sediento dejarle allí como pequeño a la intemperie.
Una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro cuando recibí lo que a gritos pedía. Poco a poco no quedaría nada, ni costuras, ni telas, ni confesionario, a este paso parecíamos dos precoces deseándose el uno con el otro. — Cállate— le exigí cuando su ropa se desbarató en mis manos y su mordida me hizo fruncir el ceño por el escozor de ser drenada de esa manera tan penosa, él no iba a esperar tanto tiempo por colocarse a mi par y justo como lo pensé mi vestido quedó siendo eso, un recuerdo. No me importaba en lo absoluto, podía tener cientos del mismo —¿Acaso importa eso ahora? En todo caso vas a ser tu quien me compre otro para venir a misa cuando me aburra en casa. Como te he dicho siempre, cualquiera podría tener tu lugar— jadeé despegándome con fuerza de él y quedé toda vía más inmóvil viendo la pared teniéndolo a él encima. Como acto reflejo mis parte trasera se juntó a sus caderas sólo para tranquilizar un poco a la bestia que crecía debajo de sus pantalones —Yo no voy a dejar nada, ¿qué vas a hacer? — pregunté con una ligera sonrisa al sentir sus manos corromper mis senos —¿Amarrarme en tu cama? — era como si la vieja bruja me hablara en la cabeza —Pues lo siento hermanito — me mordí la lengua para no soltar un gemido y agaché la cabeza —Seguirán desfilando en mi cuerpo tantos sean necesarios — sonreí apenas dejando los labios entreabiertos cuando miré cuando una gota de sangre se escurría por mi cuello pasando por en medio partiendo mis senos hasta derretirse en mi ombligo y ladeé el rostro para detener su juego sucio.
Mis manos rasgaron algo de la madera del lugar haciendo que unas líneas aparecieran y empujé un poco el cuerpo del vampiro hacia atrás a lo que profundicé un poco el movimiento de mi cuerpo sobre sus caderas. El sonido de su cinturón saliendo de los ojales del pantalón me hicieron girar un poco ¿Iba a ser él mi redentor? Sonreí para mí mientras mis manos se juntaban con las de él para detener lo que hacía a mi frente. Recargando la espalda contra su tórax apoyé la cabeza en su hombro y le tomé del cabello separándolo y acercándolo. Él me deseaba así como yo a este paso caería de nuevo en sus manos y justo terminó. Terminó de castigarme por estar aquí y no con él en la cama y miré como hablaba solo a su ‘’trofeo’’ y rodé los ojos. Dando dos pasos hacia atrás alcé la ceja mirándome la ropa interior y fruncí el ceño. – oh no Sébastine d’Auxerre. Te equivocaste de mujer al pensar que las cosas se van a hacer como quieras – sonreí para que él creyera que había aceptado todas sus demandas. Recorrí su cuerpo rápidamente y él hermosamente exquisito, como siempre lo había recordado.
—Lo que tú digas Sébs — pude decir apenas caminando lo que me había alejado de él y me agaché casi para arrodillarme a su frente sin quitarle los ojos de su azul infierno. —Espero recuerdes cómo son las cosas conmigo — susurré relamiendo mis labios y mis manos no esperaron a buscar el cierre de su pantalón no sin antes deslizarse por sus fuertes muslos hasta llegar al error de mi tropiezo. Mi mano comenzó a bajar el zipper y justo me detuve dejando lo que hacía para recoger el remedo de vestido que había quedado y colocándome de pie lo ajusté con una mano de la espalda pues no había manera de que me cubriera —Nunca nada es lo que parece — sonreí victoriosa mirando sus rostro para luego ver su virilidad completamente poseída por el deseo y un suspiro salió en son de burla — Espero sepas como controlarlo— dando media cerré los ojos para abrir el picaporte del pequeño confesionario — Mientras yo te muestro que el lugar que tu quieres hoy conmigo, lo tiene quien yo quiera— espeté no sin antes alzar la ceja y abrir la puerta repitiéndome que esto iba a ser una muy mala idea.
Arreglando un poco lo que no podría ni siendo una modista profesional acomodar miré a los lados, solo tenía segundos para huir del delicioso de mi hermano pero ¿dónde? Cuando vi al mismo humano que me había indicado dónde estaban los confesionarios. Sonreí cuando él atónito miraba mi desalineada apariencia y rápidamente se acercó a mí pensando lo peor. Cerré los ojos caminando hacia él, abrazándolo besé sus labios condenándolo a morir —Por favor vive y no me dejes caer en tentación — susurré a sus sentidos notando que estaba en problemas cuando su suave palpitar dejó de oírse y el dolor me palpitó hasta el tuétano.
Denisse d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/01/2014
Re: Goddess {+18}
Cuando el agua ha empezado a hervir, apagar el fuego ya no sirve de nada.
Vibraba, una especie de corriente que me carcomía las entrañas, esa pequeña fiera sabía hacer muy bien su trabajo, ninguna otra mujer lo había hecho de esta manera en lo que yo llevaba memoria, incluso ni cuando perdí mi virginidad siendo apenas era un crío, sin embargo ¿Por qué debía mostrarle que estaba haciendo de mi hoguera un infierno? Sonreí de lado y me negué a tal barbarie, pueden llamarme orgulloso, egocéntrico o cualquier otro adjetivo que connoté superioridad porque están en lo correcto, mirándole con una picardía que me hacía ver cual depravado esperé que se acercara cerrando los ojos sentí sus manos recorrer mis muslos ¡Caricias embusteras! –¿Qué esperas? - susurré sin verle, mis orbes se sumergían en el averno de la lujuria mientras sus manos seguían excitando cada una de mis células hundidas en una muerte infinita –Sabes que odio me hagan esperar- murmuré llevando mi mano a su cabeza para deslizarla lentamente hacia su nuca, esas finas y bien cuidadas extremidades debían estar en otro lugar tratando de calmar a mi bestia, poco a poco mi hermanita incestuosa hacía de la suyas con el cierre de mi pantalón ¡Termina con eso! Quería gritar y tomarle de la cintura para estamparla contra la pared y mostrarle lo que era ser embestida por la ansiedad cuando su toque se detuvo, toda aquella placentera y a la vez dolorosa tortura se había detenido en el punto de no retorno, fruncí el ceño de inmediato abriendo los ojos para verle vestirse como la puritana que quería ser, ambos sabíamos que debajo de esa piel de cordero había un monstruo, enderezando la espalda alcé la ceja para escucharle hablar y querer romper con lo que ambos habíamos empezado –Claro que no- me dije en mis adentros sin poder evitar deslizar mis ojos a las firmes y concupiscentes turgencias que terminaban de completar la figura de la vampiresa –Claro que lo puedo controlar, tantas noches sin una mujer que caliente las sabanas hablan muy bien de mi autocontrol- me llevé las manos al cierre, ella estaba totalmente equivocada, nadie me dejaba con la palabra en la boca mucho menos con el deseo reventando dentro de los pantalones, podía tener experiencia pero estando conmigo aquello parecía no importar y lo sabía muy bien después de todo mi cama la había recibido con orgullo durante ese longevo tiempo en que nuestros cuerpos comunicaban de mejor manera lo que las palabras no podían enlazar, pero fue lo siguiente lo que me hizo estremecer y no de placer, era algo que nacía dentro de mi pecho y subía raudamente hacía mi cara, rabia de celos.
Tensé la mandíbula y alcé la barbilla –El lugar que yo quiero- musité suavemente mientras me ponía de pie al verla salir y acomodé mi camisa rota viendo como la corbata colgaba en mi pecho desnudo –Esta me las vas a pagar Denisse porque no pienso tocarte jamás de nuevo, vas a venir tú a suplicarme que te impregne con mi amor, pequeña- sonreí de lado y me acomodé el cabello y el saco para salir del confesionario… ¡Maldito dolor! Desaparece de mi eternidad, peso embustero que me hace añicos las vertebras y me invita a matar con júbilo a cualquiera que osé con poner sus manos en la victoria de mi vampirismo.
Esto sí que era inaudito, la pequeña fiera estaba haciendo de las suyas con una oveja que había decidido salirse del cuidado de su pastor, mis pupilas gustaron de convertirse en las brazas del infierno notando como ella posaba sus labios sobre la sucia boca de un inepto mortal –Oh hermanita, no me hagas asesinar frente a los ojos de tu Dios- gruñí y caminando con las manos dentro de los bolsillos llegué hasta ellos –¡Que maravillosa escena! - elevé mi tono de voz unos cuantos decibeles con el cinismo plasmado en cada palabra y tomándole a ella del cabello con suavidad la despegué del contacto blasfemo para luego encajarle al tipo la mano dentro del pecho con fuerza notando como sus ojos se abrían como platos y daba un último aliento a su asquerosa y corta vida, ladeé la cabeza sin soltarle del cabello a la fiera y sonreí mostrando la punta de los colmillos –Descansa en paz hermano- le di una mirada lastimosa al tipo y arrastré el cuerpo sin sacar mi mano del agujero para que llegásemos de nuevo al confesionario, no nos podían descubrir, ella claro también venía conmigo, esta vez no iba a haber escapatoria, sabía muy bien lo que causaban sus estúpidos juegos en mi explosivo ser.
Solté sus hilos de oro para dejarla sentada en la banca donde ambos habíamos estado y cerré la puerta con el pie, mi rostro estaba totalmente inexpresivo y saqué la mano del agujero con la bomba cardiaca inmóvil siendo atrapada por mi palma –Déjame darte malas noticias Denisse- alcé la ceja y miré con entusiasmo el corazón que aún palpitaba del difunto –No solo ha muerto- le miré por debajo de las cejas a ella –También vas a caer en la tentación- fruncí el ceño con molestia y me llevé el corazón a la boca perforándolo y succionando la sangre del que antes fue un humano caliente y rosado, succioné con fuerza y atrapé un pedazo de carne desgarrándolo para luego escupir con asco todo lo que había llenado mi boca a la pared –Vas a dejarte de juegos de niña- di un paso con la mirada ensombrecida y dejé caer el pedazo de carne –Vas a dejar de encamarte con cualquier poco cerebro que caiga a tus pies- me relamí los colmillos y tomándola de la barbilla sin mucha fuerza con una mano la puse de pie –Y definitivamente mi lugar no lo va a ocupar nadie más hasta que yo lo considere necesario- sin dejar de mirarle a los ojos mi mano atrapó el escote de su corsé rompiéndolo con fuerza y dejando al descubierto sus impolutos senos que se movieron un poco al compas de la gravedad, su piel estaba tan pálida y los centros eréctiles tan rosados que cualquiera pensaría que ahí corría sangre con fervor, ladeé la cabeza con satisfacción y sonreí de lado –Voy a disfrutar de cada centímetro tuyo hermanita- la acerqué a mi rostro apretando un poco sus mejillas para hacerle hacer una mueca un tanto graciosa, el enojo carcomía mi estabilidad emocional –Y lo voy a disfrutar como el bastardo que te gusta me transforme- girándome la pegué contra la pared y sostuve sus muslos con fuerza pegándolos a los lados de mis caderas -Trata de no gemir tan fuerte que hay misa al otro lado- choqué mi frente con la de ella y bajé una mano por en medio de su escote llegando a su ombligo delineé siendo cuidadoso con los dedos la curvatura del mismo y finalmente llegué a su fina ropa interior rozando con delicadeza el pulgar por la línea que me daba preludio a su templo y besé sus labios con fiereza pero siendo breve –Hmmm…- la punta de mi pulgar empezó a realizar un movimiento circular y algo fuerte sobre la turgencia de su intimidad para que las paredes que contenían sus entrañas se relajasen y me dejasen invadirle con suavidad, mis labios se posaron en su oreja y di pequeños besos jadeando bajo en su pabellón sintiendo como mi mástil empezaba a tomar de nuevo su forma y tamaño mientras que esa pequeña extensión de mi cuerpo seguía con la tortura clandestina, si era necesario derrumbar las paredes de aquella pobre estructura lo haría sin pena alguna.
Nelson Mandela
Vibraba, una especie de corriente que me carcomía las entrañas, esa pequeña fiera sabía hacer muy bien su trabajo, ninguna otra mujer lo había hecho de esta manera en lo que yo llevaba memoria, incluso ni cuando perdí mi virginidad siendo apenas era un crío, sin embargo ¿Por qué debía mostrarle que estaba haciendo de mi hoguera un infierno? Sonreí de lado y me negué a tal barbarie, pueden llamarme orgulloso, egocéntrico o cualquier otro adjetivo que connoté superioridad porque están en lo correcto, mirándole con una picardía que me hacía ver cual depravado esperé que se acercara cerrando los ojos sentí sus manos recorrer mis muslos ¡Caricias embusteras! –¿Qué esperas? - susurré sin verle, mis orbes se sumergían en el averno de la lujuria mientras sus manos seguían excitando cada una de mis células hundidas en una muerte infinita –Sabes que odio me hagan esperar- murmuré llevando mi mano a su cabeza para deslizarla lentamente hacia su nuca, esas finas y bien cuidadas extremidades debían estar en otro lugar tratando de calmar a mi bestia, poco a poco mi hermanita incestuosa hacía de la suyas con el cierre de mi pantalón ¡Termina con eso! Quería gritar y tomarle de la cintura para estamparla contra la pared y mostrarle lo que era ser embestida por la ansiedad cuando su toque se detuvo, toda aquella placentera y a la vez dolorosa tortura se había detenido en el punto de no retorno, fruncí el ceño de inmediato abriendo los ojos para verle vestirse como la puritana que quería ser, ambos sabíamos que debajo de esa piel de cordero había un monstruo, enderezando la espalda alcé la ceja para escucharle hablar y querer romper con lo que ambos habíamos empezado –Claro que no- me dije en mis adentros sin poder evitar deslizar mis ojos a las firmes y concupiscentes turgencias que terminaban de completar la figura de la vampiresa –Claro que lo puedo controlar, tantas noches sin una mujer que caliente las sabanas hablan muy bien de mi autocontrol- me llevé las manos al cierre, ella estaba totalmente equivocada, nadie me dejaba con la palabra en la boca mucho menos con el deseo reventando dentro de los pantalones, podía tener experiencia pero estando conmigo aquello parecía no importar y lo sabía muy bien después de todo mi cama la había recibido con orgullo durante ese longevo tiempo en que nuestros cuerpos comunicaban de mejor manera lo que las palabras no podían enlazar, pero fue lo siguiente lo que me hizo estremecer y no de placer, era algo que nacía dentro de mi pecho y subía raudamente hacía mi cara, rabia de celos.
Tensé la mandíbula y alcé la barbilla –El lugar que yo quiero- musité suavemente mientras me ponía de pie al verla salir y acomodé mi camisa rota viendo como la corbata colgaba en mi pecho desnudo –Esta me las vas a pagar Denisse porque no pienso tocarte jamás de nuevo, vas a venir tú a suplicarme que te impregne con mi amor, pequeña- sonreí de lado y me acomodé el cabello y el saco para salir del confesionario… ¡Maldito dolor! Desaparece de mi eternidad, peso embustero que me hace añicos las vertebras y me invita a matar con júbilo a cualquiera que osé con poner sus manos en la victoria de mi vampirismo.
Esto sí que era inaudito, la pequeña fiera estaba haciendo de las suyas con una oveja que había decidido salirse del cuidado de su pastor, mis pupilas gustaron de convertirse en las brazas del infierno notando como ella posaba sus labios sobre la sucia boca de un inepto mortal –Oh hermanita, no me hagas asesinar frente a los ojos de tu Dios- gruñí y caminando con las manos dentro de los bolsillos llegué hasta ellos –¡Que maravillosa escena! - elevé mi tono de voz unos cuantos decibeles con el cinismo plasmado en cada palabra y tomándole a ella del cabello con suavidad la despegué del contacto blasfemo para luego encajarle al tipo la mano dentro del pecho con fuerza notando como sus ojos se abrían como platos y daba un último aliento a su asquerosa y corta vida, ladeé la cabeza sin soltarle del cabello a la fiera y sonreí mostrando la punta de los colmillos –Descansa en paz hermano- le di una mirada lastimosa al tipo y arrastré el cuerpo sin sacar mi mano del agujero para que llegásemos de nuevo al confesionario, no nos podían descubrir, ella claro también venía conmigo, esta vez no iba a haber escapatoria, sabía muy bien lo que causaban sus estúpidos juegos en mi explosivo ser.
Solté sus hilos de oro para dejarla sentada en la banca donde ambos habíamos estado y cerré la puerta con el pie, mi rostro estaba totalmente inexpresivo y saqué la mano del agujero con la bomba cardiaca inmóvil siendo atrapada por mi palma –Déjame darte malas noticias Denisse- alcé la ceja y miré con entusiasmo el corazón que aún palpitaba del difunto –No solo ha muerto- le miré por debajo de las cejas a ella –También vas a caer en la tentación- fruncí el ceño con molestia y me llevé el corazón a la boca perforándolo y succionando la sangre del que antes fue un humano caliente y rosado, succioné con fuerza y atrapé un pedazo de carne desgarrándolo para luego escupir con asco todo lo que había llenado mi boca a la pared –Vas a dejarte de juegos de niña- di un paso con la mirada ensombrecida y dejé caer el pedazo de carne –Vas a dejar de encamarte con cualquier poco cerebro que caiga a tus pies- me relamí los colmillos y tomándola de la barbilla sin mucha fuerza con una mano la puse de pie –Y definitivamente mi lugar no lo va a ocupar nadie más hasta que yo lo considere necesario- sin dejar de mirarle a los ojos mi mano atrapó el escote de su corsé rompiéndolo con fuerza y dejando al descubierto sus impolutos senos que se movieron un poco al compas de la gravedad, su piel estaba tan pálida y los centros eréctiles tan rosados que cualquiera pensaría que ahí corría sangre con fervor, ladeé la cabeza con satisfacción y sonreí de lado –Voy a disfrutar de cada centímetro tuyo hermanita- la acerqué a mi rostro apretando un poco sus mejillas para hacerle hacer una mueca un tanto graciosa, el enojo carcomía mi estabilidad emocional –Y lo voy a disfrutar como el bastardo que te gusta me transforme- girándome la pegué contra la pared y sostuve sus muslos con fuerza pegándolos a los lados de mis caderas -Trata de no gemir tan fuerte que hay misa al otro lado- choqué mi frente con la de ella y bajé una mano por en medio de su escote llegando a su ombligo delineé siendo cuidadoso con los dedos la curvatura del mismo y finalmente llegué a su fina ropa interior rozando con delicadeza el pulgar por la línea que me daba preludio a su templo y besé sus labios con fiereza pero siendo breve –Hmmm…- la punta de mi pulgar empezó a realizar un movimiento circular y algo fuerte sobre la turgencia de su intimidad para que las paredes que contenían sus entrañas se relajasen y me dejasen invadirle con suavidad, mis labios se posaron en su oreja y di pequeños besos jadeando bajo en su pabellón sintiendo como mi mástil empezaba a tomar de nuevo su forma y tamaño mientras que esa pequeña extensión de mi cuerpo seguía con la tortura clandestina, si era necesario derrumbar las paredes de aquella pobre estructura lo haría sin pena alguna.
Sébastine d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/05/2014
Re: Goddess {+18}
Un par de niños jugando a ser grandes, eso era lo que éramos él y yo y no estaba en total desacuerdo. Me gustaba seguir su maldita travesura, que me hiciera molestar, tentar y complacer. De cierta manera por eso adoraba a Sébastine porque con él podía ser tal cual era sin exagerar para no parecer una hueca que era lo que la mayoría de los hombres pretendía creer y era ese su peor error ya que tomaba ventaja de ese pequeño tropiezo para devorarlos muy lentamente y no de la mejor manera. Cerré los ojos unos instantes. No me importaba tomar tantas vidas fuesen para divertirme. En esta noche ya habían dos difuntos y yo todavía no podía sacarme el calor de los besos del vampiro que derretían el frío de mi piel. Tenía que volver. – ¡Sebástine hazme tuya! – sí eso era lo que debía de decirle para que de una buena vez terminara con su sufrimiento y el mío. Ambos nos necesitábamos, solo para revivir el por qué nos habíamos separado.
Las palabras de Sébastine me retumbaban en la cabeza mientras hacía del beso uno más largo que no quería acabar. ¿Cómo que tantas noches con la cama vacía le habían enseñado el control? No le creía. Recordaba en nuestros tiempos, apenas y salíamos de la habitación para alimentarnos, sólo cuando mirábamos que nuestras orbes comenzaban a hundirse y la piel a encarnarse en nuestros huesos, debían de pasar meses para eso pero el esfuerzo era grande – si saben a lo que me refiero –. Sin soltar los labios del humano mordí con fuerza su labio sintiendo el hierro mojar mis papilas gustativas. Era como magia pero como buen acto todo iba a terminar y no de la buena manera.
Mientras besaba al buen mozo las remembranzas del vampiro sobre, debajo, de lado, acostado, parado, sentado en mi cuerpo y el sinfín de posiciones que habíamos utilizado se creaban en mi memoria. Las mismas que, fueron cortadas por la voz del Sébastine al salir del confesionario y darse cuenta de lo arpía que era su hermana, vendiéndose a quien se le cruzara encima y como era de esperar él había salido de su cauce. Tal como me gustaba. El sadismo desmedido en un hombre y más siendo redireccionado sobre mí en este tórpido confesionario.
Separándome del feligrés miré de reojo a Sébastine. Quise consolarlo y decirle que solo había sido una pequeña travesura en cambio fruncí el ceño sin darme tiempo de rechistar porque ya estábamos de nuevo en aquella tumba con dos muertos, él y yo. Cerré los ojos mirando lo que hacía con el remedo de corazón y tiré la cabeza hacia atrás un tanto pensativa sin mostrarle mis verdadero yo.
—¿Por qué insistes en tomar un lugar que ya no te pertenece? ¿Capricho? Sabes que no me gusta estar sometida, a menos que sea en la cama. Soy una vampiresa libre ¡Quítate de la maldita cabeza que soy tu responsabilidad! En todo caso, por lo uno que debes preocuparte es por hacer tu trabajo aquí y ahora- apenas me ajustó el tiempo para terminar aquella frase cuando él estaba sobre mío doblegándome a su poderío. Esa dominancia hacia que quisiera más, porque era el único que calmaba a la bestia comportándose en su misma forma. Tirando de sus labios acepté sin palabras el contrato que me proponía después de todo él y yo trabajamos de una manera peculiar a los demás. Sin palabras, sin los labios. Más con la piel.
Automáticamente mi piel respondía a la suya. Con más fuerza a la de antes porque ya esta iba cargada con un deseo desmedido de emociones. La ansiedad era más grande que pesarosa. Carcomía cada una de mis células y las quería hacer explotar. Lo único que acobijaba mi piel era la ajena y como buen verdugo que castiga a su presa comenzó a hacer explotar cada segmento de piel que recorría con sus dedos. Inclinando el cuerpo al ajeno junté mi mejilla con la pulida madera de aquel confesionario y jadeé sin poderlo soportar más y tampoco quería ocultarlo. Tragando casi forzado apoyé mis manos en la pared para que no hubiera distancia alguna que nos separara. Mis caderas comenzaron a hacer movimientos ondeantes, tal cual sus dedos jugaban en la entrada de mi venus. Mi piel se abría a la suya, comenzando a inundarse los mares de miel entre sus dedos en respuesta a sus osados estímulos. Como pude logre girarme, solo para beber un poco de sus labios en un enardecido beso jugando con su lengua. Tirando de su labio inferior acaricié su cabello pasando la mano de su nuca hasta su cuello bajando a su tórax, un recorrido que ya me conocía muy bien. Subiendo la pierna casi envolviéndola con la suya sin despegar mi boca de la suya mis dedos se colaron por su pantalón a mal cerrar y busqué el origen de su hombría cazándolo entre dedos como aplicando presión en su zona más sensible solo para oírlo gemir para mía una vez. Apartando lo que quedaba de ropa logré que sus pantalones cayeran hasta sus tobillos y abriendo los ojos para recordar por qué lo deseaba tanto gemí sobre sus labios y mi frente se apoyó contra su pecho sin dejar de castigar su virilidad, junté su extensión con la línea débil que partía en dos mi intimidad y otro gemido más llevó su nombre y como buena niña levanté la vista a la suya entremedio de una sonrisa logré hablar —¿Por qué tardas tanto? Estoy esperando el castigo- susurré mordiendo su labio porque podría quedarme ahí con él por una eternidad.
Denisse d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/01/2014
Re: Goddess {+18}
“El deseo es debilidad y la debilidad conlleva poder.”
El juego del gato y el ratón, sin saberlo la misma vampiresa había caído en la trampa de mi dominancia y mi maldito deseo ¿Hasta qué instancias has llegado Sébastine por complacer los deseos carnales? No importaba, no había nadie viéndonos, ningunos ojos fisgones adorando nuestro acto impúdico y si existía un Dios ya vería si me juzgaría, la solté de las piernas y di vuelta para tomar su cabeza y apretarle contra la pared del confesionario, una sonrisa llena de malicia se curvó en mis labios y tomé un lado de su rostro para que me viese –Shhh… no seas tan precoz hermanita, esto es solo el principio- murmuré divertido cerca de sus labios mientras apretaba toda aquella sensación de quemazón que me apretaba debajo de los pantalones, su caderas agitaban la bestia que me ardía hasta el tuétano, así que volví a apretar su mejilla contra la pared besando la misma con firmeza –Nada de gemidos, Denisse- gruñí y mordí su mejilla suavemente perforándola un poco con los colmillos para beber de esas delicadas gotas que se resbalaban por su inmaculada piel, mi mano le sostuvo del abdomen con fuerza pegándola a mi cuerpo porque las corrientes de placer parecían olas del mar que llenaban los pocos espacios que quedaban de cordura, la perdición tatuada con la palabra blasfemia se alzaba en nuestro cuerpos, mi mano subió en dirección cefálica para atrapar una de las impolutas cúspides tan firmes al igual que montañas no profanadas nunca antes, el maldito arrebatador de una inocencia que no existía regresaba a reclamar su reinado aunque a ella no le gustase, yo era su único dueño.
La giré para tenerla de frente mientras mi mano jugaba con los bordes de aquella ropa interior de encaje, jalándola para luego soltarle y escuchar como esa azotaba a su pálida piel a lo que sonreí de lado y apretado juntando mi mejilla con la de ella, introduciendo mi extremidad dentro de la misma recorrí como buen bastardo sus concupiscentes lares, aquellas dos exquisitas parcelas en las cuales tenía planeado dejar más que mi cuerpo tatuado, hice presión con la mano tan fuerte para dejar marcada la misma, algo inexistente para nosotros para luego de tal barbarie consolar sus músculos con un masaje nada delicado fue cuando lo sentí, aquella impúdica caricia que me hizo abrir los ojos algo amplio y gemir ronco en su oído –Suelta- advertí al sentir la presión que hacía sobre el trofeo de mi cuerpo –No te he dado permiso de tocarme, hermanita- besé su lóbulo bajando en una cadena de pequeños besos a través de su cuello, ella estaba tan sedienta de nuestra unión impúdica como yo estaba sediento de abrazarla y azotarle con la intención de partirla en dos partes iguales, dos partes que volvería a unir para luego volver a romper hasta que me cansase –Nada de tocar… por el momento- llevé mi mano a la de ella y aparté uno a uno sus dedos de mi falo, mientras yo jugaba a alargar la tortura él pedía que terminase con aquel juego para dejarle curiosear en el templo de su reina como un plebeyo, no aún, no estando ella pidiendo castigo, no mientras había estado jugando con otras pieles impuras y mortales en mi ausencia.
Separándome de golpe y terminando de quitarme la camisa para solo dejar la corbata desanudada colgando en mi cuello sonreí descaradamente -¿Castigo? - deslicé mis ojos por todo su entero e impoluto cuerpo con imágenes que no debo comentarle ni a ustedes ni a nadie -¿Desde cuándo tú me exiges a mí uh? - dejé caer la camisa sin pena alguna y saqué mis pies del pantalón para caminar hacia la pequeña banquita donde se había estado confesando –Mejor dime tú lo que vas a hacer para complacer a tu dueño- me relamí los colmillos y me senté cruzando la pierna al estilo varonil –Ven Denisse, ven y siéntate en las piernas de tu hermano para que le cuentes los problemas que te aquejan- palmeé mi muslo y de reojo noté la turgencia queriendo hacer explotar a mis pantaloncillos negros interiores -¿O vas a huir de nuevo y me harás matar a todos los feligreses que están rezando a un Dios inexistente? - tiré la cabeza hacia atrás y viendo de reojo su mano tomé su muñeca jalándola hacia mí para apretarle con fuerza –Te voy a dar lo que mereces hasta que te confieses conmigo y no hablo de palabras, aunque si puedes usar la boca- concluí divertido por semejante sandez, tomé su barbilla con fuerzas y choqué mi frente con la de ella –Anda hermanita tú sabes lo que quiero o ¿Tengo que instruirte en como terminar de enloquecer a tu hermanito? - mi mano abierta libre se deslizó por su espalda saboreando la línea media de su espalda para llegar hasta aquello que cubría su mar con recelo y romperlo para que la bahía no tuviera protección contra la marejada que iba a romper sus costas no sin antes verla hincada ante el estandarte de su delirio, no iba a ceder en lo que estaba imaginando.
El juego del gato y el ratón, sin saberlo la misma vampiresa había caído en la trampa de mi dominancia y mi maldito deseo ¿Hasta qué instancias has llegado Sébastine por complacer los deseos carnales? No importaba, no había nadie viéndonos, ningunos ojos fisgones adorando nuestro acto impúdico y si existía un Dios ya vería si me juzgaría, la solté de las piernas y di vuelta para tomar su cabeza y apretarle contra la pared del confesionario, una sonrisa llena de malicia se curvó en mis labios y tomé un lado de su rostro para que me viese –Shhh… no seas tan precoz hermanita, esto es solo el principio- murmuré divertido cerca de sus labios mientras apretaba toda aquella sensación de quemazón que me apretaba debajo de los pantalones, su caderas agitaban la bestia que me ardía hasta el tuétano, así que volví a apretar su mejilla contra la pared besando la misma con firmeza –Nada de gemidos, Denisse- gruñí y mordí su mejilla suavemente perforándola un poco con los colmillos para beber de esas delicadas gotas que se resbalaban por su inmaculada piel, mi mano le sostuvo del abdomen con fuerza pegándola a mi cuerpo porque las corrientes de placer parecían olas del mar que llenaban los pocos espacios que quedaban de cordura, la perdición tatuada con la palabra blasfemia se alzaba en nuestro cuerpos, mi mano subió en dirección cefálica para atrapar una de las impolutas cúspides tan firmes al igual que montañas no profanadas nunca antes, el maldito arrebatador de una inocencia que no existía regresaba a reclamar su reinado aunque a ella no le gustase, yo era su único dueño.
La giré para tenerla de frente mientras mi mano jugaba con los bordes de aquella ropa interior de encaje, jalándola para luego soltarle y escuchar como esa azotaba a su pálida piel a lo que sonreí de lado y apretado juntando mi mejilla con la de ella, introduciendo mi extremidad dentro de la misma recorrí como buen bastardo sus concupiscentes lares, aquellas dos exquisitas parcelas en las cuales tenía planeado dejar más que mi cuerpo tatuado, hice presión con la mano tan fuerte para dejar marcada la misma, algo inexistente para nosotros para luego de tal barbarie consolar sus músculos con un masaje nada delicado fue cuando lo sentí, aquella impúdica caricia que me hizo abrir los ojos algo amplio y gemir ronco en su oído –Suelta- advertí al sentir la presión que hacía sobre el trofeo de mi cuerpo –No te he dado permiso de tocarme, hermanita- besé su lóbulo bajando en una cadena de pequeños besos a través de su cuello, ella estaba tan sedienta de nuestra unión impúdica como yo estaba sediento de abrazarla y azotarle con la intención de partirla en dos partes iguales, dos partes que volvería a unir para luego volver a romper hasta que me cansase –Nada de tocar… por el momento- llevé mi mano a la de ella y aparté uno a uno sus dedos de mi falo, mientras yo jugaba a alargar la tortura él pedía que terminase con aquel juego para dejarle curiosear en el templo de su reina como un plebeyo, no aún, no estando ella pidiendo castigo, no mientras había estado jugando con otras pieles impuras y mortales en mi ausencia.
Separándome de golpe y terminando de quitarme la camisa para solo dejar la corbata desanudada colgando en mi cuello sonreí descaradamente -¿Castigo? - deslicé mis ojos por todo su entero e impoluto cuerpo con imágenes que no debo comentarle ni a ustedes ni a nadie -¿Desde cuándo tú me exiges a mí uh? - dejé caer la camisa sin pena alguna y saqué mis pies del pantalón para caminar hacia la pequeña banquita donde se había estado confesando –Mejor dime tú lo que vas a hacer para complacer a tu dueño- me relamí los colmillos y me senté cruzando la pierna al estilo varonil –Ven Denisse, ven y siéntate en las piernas de tu hermano para que le cuentes los problemas que te aquejan- palmeé mi muslo y de reojo noté la turgencia queriendo hacer explotar a mis pantaloncillos negros interiores -¿O vas a huir de nuevo y me harás matar a todos los feligreses que están rezando a un Dios inexistente? - tiré la cabeza hacia atrás y viendo de reojo su mano tomé su muñeca jalándola hacia mí para apretarle con fuerza –Te voy a dar lo que mereces hasta que te confieses conmigo y no hablo de palabras, aunque si puedes usar la boca- concluí divertido por semejante sandez, tomé su barbilla con fuerzas y choqué mi frente con la de ella –Anda hermanita tú sabes lo que quiero o ¿Tengo que instruirte en como terminar de enloquecer a tu hermanito? - mi mano abierta libre se deslizó por su espalda saboreando la línea media de su espalda para llegar hasta aquello que cubría su mar con recelo y romperlo para que la bahía no tuviera protección contra la marejada que iba a romper sus costas no sin antes verla hincada ante el estandarte de su delirio, no iba a ceder en lo que estaba imaginando.
Sébastine d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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