Tal como eras | Libre

por **Cordelia Holtz** Vie Ene 02, 2015 2:15 pm

Hacía mucho que Cordelia Holtz no salía de su casa más que para cumplir encargos. Aquellos peculiares encargos -dada su condición de espía y cazadora- absorbían tanto sus días como sus noches y poco tiempo le dejaban a la irlandesa para descansar, por no decir ninguno.
Sin embargo, una vez hubo puesto punto final a su última misión, advirtió del comienzo de sus vacaciones al hombre que tanto solía requerirla.

La mañana de aquel soleado día, la mujer se enfundó en uno de sus vestidos y dio vueltas por los alrededores de París, observando cuan diferentes eran aquellas calles al caer la noche, pues pocas veces había podido disfrutarlas bañadas por el sol. Deambuló por toda la ciudad. No se dedicó a parar en tiendas, no quería ropa -aunque la necesitara dados los imprevistos que le obligaban a rasgar sus vestidos en determinadas ocasiones-, ni joyas. En realidad la acción que destacaba en aquel paseo no era otra que la de pensar. Disfrutaba de lo que le rodeaba, aquello que no solía disfrutar a menudo, pero la cazadora se cansaba pronto de cosas tan inocuas como pasear. Visitó el jardín botánico, una delicia para los sentidos. No obstante, aquello que realmente maravillaba a la cazadora sin importar el momento, la posición del sol o su propio estado de ánimo, era la catedral de Notre Dame. Había abrazado aquellas paredes una y otra vez en soledad, sintiendo que si el mundo iba a derrumbarse, no la cogerían a ella, a salvo en los brazos que el edificio le prestaba siempre. Un acto curioso viniendo de una mujer que desprecia la existencia de divinidad alguna. Mas en su infancia, en su juventud, las cosas eran diferentes, pero bueno... la gente cambia.

La última parada de aquel grato paseo fue el mercado ambulante. Al contrario de lo que otros muchos pensaban, el mercado ambulante poseía en ocasiones piezas de un valor incalculable -al menos para ella, harta de los estándares y deseosa siempre por destacar-. La aristócrata comenzó a visitar cada uno de los puestos, tratando con cortesía a sus dueños, pero cansada en parte de que intentaran venderle de todo. Pronto topó con algo que le agradó. Se trataba de un colgante. En su interior había una flor prensada. No me olvides, el nombre de la flor. Con tan mala suerte para la mujer, que aquel colgante dejó de ser un simple amuleto para cobrar el mayor sentido de todos, pues entre la multitud no pudo evitar fijarse en un hombre. Un fantasma diría ella, proveniente de su pasado. Los años habían transcurrido y para cualquier persona hubiera sido algo casi imposible el reconocer a aquel hombre, pero estaba segura de la identidad del caballero, aunque si erraba, todavía mejor. De todas formas la cazadora era incapaz de dejar que nada escapara a su control y sin darse cuenta se encontró a si misma siguiendo de forma disimulada al sujeto en cuestión hasta poder encararse con él de forma accidental.

- Oh, perdón, discúlpeme -esa cortesía tan falsa y tan bien entrenada, utilizada en un sinfín de ocasiones, en un sinfín de aquellos encuentros accidentales. Sus trucos eran viejos, pero efectivos, ¿para qué más?-. Estaba absorta contemplando el lugar y olvidé por un momento que no estaba sola -se disculpó entre sonrisa y sonrisa-. Sólo espero no haberle importunado.

No me olvides: