AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nevermind [Privado]
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Nevermind [Privado]
"No te conoce tu recuerdo mudo porque te has muerto para siempre."
Federico García Lorca
Federico García Lorca
La lluvia golpeaba suavemente el exterior de la tienda. Dentro, la tierra húmeda enfriaba los pies descalzos de los habitantes. Maya se quejaba en su catre; estaba afiebrada, y a pesar de que la habían sangrado, no había manera de bajarle la temperatura. A su lado, Magdala sostenía su mano flácida, mientras sus dos hermanos menores jugaban a las cartas sobre un baúl, en el otro rincón del habitáculo. Parecía que la bastarda era la única en preocuparse por la frágil salud de la mujer, que había perdido todo atractivo de juventud, que no podía alimentarse por sus propios medios, y que, sin embargo, aún tenía fuerzas para hacer latir su corazón. En ocasiones, la muchacha se preguntaba por qué su madre no se rendía de una vez, por qué no dejaba de batallar y abandonaba su cuerpo enfermo para elevar su alma a un plano de luz y tranquilidad. Luego, se daba cuenta que Maya aún permanecía con vida por ella, porque Magdala, a pesar de saber de que era incorrecto, quería que continuara viva, a pesar de todo mal; porque, aunque se encontrase completamente alienada, seguía siendo su escudo protector, era lo que le daba fortaleza cada día, lo que la ayudaba a enfrentar los maltratos y las humillaciones que sufría cotidianamente. Se sentía egoísta, y le pesaba la consciencia de una manera espantosa, provocándole un constante dolor en el pecho, pero que resignaba con tal de mantener a su madre. En ocasiones, agradecía que la mujer durmiese la mayor parte de las horas, pues así evitaba oír los insultos que su padrastro o alguno de sus hermanos le propinaban; tampoco veía las ocasiones en que era golpeada sólo por diversión. La muchacha se puso de pie y le cambió los ladrillos calientes que tenía colocados en los pies, un método que no daba resultado, pero que calmaba la impotencia de la joven.
—Prepáranos algo de comer. Mamá ya se repondrá —le exigió uno de sus hermano, al que vagamente se le entendía lo que decía, pues tenía un cigarrillo en la boca.
Magdala sabía que no podía negarse, y con gran angustia, se separó de la cama. La consoló que la respiración de Maya fuese más tranquila, su pecho subía y bajaba con menos agitación que minutos atrás. La gitana se acercó al sector que ejercía de cocina, peló y cortó algunas verduras y les hizo una sopa a los dos muchachos, que elogiaban el olor que salía de la cacerola. Ella, cabizbaja, se limitaba a asentir a modo de agradecimiento, pues nunca sabía si lo que emitían sus bocas era verdad o mentira. Entró su padrastro, y como siempre que aparecía de pronto, Magdala dio un respingo, pero continuó revolviendo la comida. El hombre se le acercó por detrás, la tomó de las caderas. Ella pudo oler el aroma rancio del alcohol, y sabía que aquella noche nada podía terminar bien. El hombre le dio un beso en la mejilla y luego fue a sentarse con sus hijos, que rápidamente le encendieron un cigarrillo. Cuando la cena estuvo lista, la colocó en tres cuencos, y los dispuso rápidamente en la mesa, junto a una jarra con agua. Luego, se sirvió a sí misma, y se sentó lo más lejos posible de los hombres de la familia.
— ¿Quién te autorizó a comer? —preguntó el padrastro, mientras escupía restos de verdura.
—Disculpe, señor —musitó, al tiempo que dejaba la cuchara y la sopa casi intacta.
—Tráeme vino, no quiero ésta mierda —y lanzó la jarra de agua, que explotó contra el piso, salpicando a Maya, que se removió escasamente.
Con rapidez, Magdala abrió una botella de vino y la llevó a la mesa. Le sirvió al patriarca, y luego a sus dos hermanos. Cuando estaba por alejarse y juntar los restos de vidrio, el hombre mayor la tomó de un brazo y la acercó a él, y de un tirón la sentó en sus rodillas. La muchacha estaba tiesa.
—Come de mi plato, hijita —le murmuró al oído.
Ella obedeció, ignorando la mano que le acariciaba los muslos, cada vez con más insistencia. Sentía un nudo en la boca del estómago, pero no se atrevía a dejar de ingerir los alimentos, que cada vez le parecían más horribles, así como la mirada de lascivia de sus hermanos, que no podían parar de observar la escena de su padre tocando a su media hermana. La obligaron a beber un trago de vino, el cual estuvo a punto de vomitar. Maya dio un grito, seguramente asaltada por una pesadilla, y Magdala agradeció que su padrastro se asustara y la obligara a atender a la mujer, para que dejase de hacer escándalo. Se acercó al camastro, volvió a tomarla de la mano y le dio algunos besos fugaces en la frente. La mujer, poco a poco, fue tranquilizándose, y con el pasar de los minutos, la fiebre comenzó a ceder. Escuchó a los tres hombres salir de la carpa, y respiró aliviada, al fin se encontraban solas… Pero la paz duró muy poco, pues al poco tiempo regresaron acompañados de tres mujeres, que se sentaron en sus respectivos regazos alrededor de la mesa, y comenzaron a beber un whisky barato, que pronto les volaría la cabeza.
—Estaremos ocupados, así que vete a dormir afuera. No te quiero aquí —expresó Chenab, que estaba arrancándole las prendas a la fémina que lo acompañaba.
—Pero está lloviendo, cariñito —dijo la mujer, mientras lo ayudaba a despojarse de los últimos vestigios de ropa.
—Me importa un carajo. No te metas —le dio una bofetada de revés, y ella se calló.
Magdala apagó la vela que estaba encendida al lado de su mamá, y con profunda culpa, debió dejarla. No le permitieron coger una manta, y salió a la tormentosa noche. Al parecer, todos se habían puesto de acuerdo para divertirse, y no había un solo lugar techado para reposar. Llamó a Atila, su lobo, pero éste no apareció, algo extraño en él. Siempre que estaba en compañía de su mascota, se sentía segura, pero su padrastro y hermanos habían encontrado la forma de reducirlo, y en ocasiones solían atarlo en algún lugar donde ella no lo pudiese encontrar. De una carpa salió un gitano borracho, que la llamó. Asustada, corrió, a sabiendas que en la oscuridad no la encontrarían. Vagó, caminando por el barro, con los huesos calados por el frío. Encontró unos cajones apilados, y se acurrucó entre ellos, temblando. Las lágrimas se mezclaron con el agua que caía del cielo, y elevó una plegaria para que a su madre no le hicieran daño.
—Prepáranos algo de comer. Mamá ya se repondrá —le exigió uno de sus hermano, al que vagamente se le entendía lo que decía, pues tenía un cigarrillo en la boca.
Magdala sabía que no podía negarse, y con gran angustia, se separó de la cama. La consoló que la respiración de Maya fuese más tranquila, su pecho subía y bajaba con menos agitación que minutos atrás. La gitana se acercó al sector que ejercía de cocina, peló y cortó algunas verduras y les hizo una sopa a los dos muchachos, que elogiaban el olor que salía de la cacerola. Ella, cabizbaja, se limitaba a asentir a modo de agradecimiento, pues nunca sabía si lo que emitían sus bocas era verdad o mentira. Entró su padrastro, y como siempre que aparecía de pronto, Magdala dio un respingo, pero continuó revolviendo la comida. El hombre se le acercó por detrás, la tomó de las caderas. Ella pudo oler el aroma rancio del alcohol, y sabía que aquella noche nada podía terminar bien. El hombre le dio un beso en la mejilla y luego fue a sentarse con sus hijos, que rápidamente le encendieron un cigarrillo. Cuando la cena estuvo lista, la colocó en tres cuencos, y los dispuso rápidamente en la mesa, junto a una jarra con agua. Luego, se sirvió a sí misma, y se sentó lo más lejos posible de los hombres de la familia.
— ¿Quién te autorizó a comer? —preguntó el padrastro, mientras escupía restos de verdura.
—Disculpe, señor —musitó, al tiempo que dejaba la cuchara y la sopa casi intacta.
—Tráeme vino, no quiero ésta mierda —y lanzó la jarra de agua, que explotó contra el piso, salpicando a Maya, que se removió escasamente.
Con rapidez, Magdala abrió una botella de vino y la llevó a la mesa. Le sirvió al patriarca, y luego a sus dos hermanos. Cuando estaba por alejarse y juntar los restos de vidrio, el hombre mayor la tomó de un brazo y la acercó a él, y de un tirón la sentó en sus rodillas. La muchacha estaba tiesa.
—Come de mi plato, hijita —le murmuró al oído.
Ella obedeció, ignorando la mano que le acariciaba los muslos, cada vez con más insistencia. Sentía un nudo en la boca del estómago, pero no se atrevía a dejar de ingerir los alimentos, que cada vez le parecían más horribles, así como la mirada de lascivia de sus hermanos, que no podían parar de observar la escena de su padre tocando a su media hermana. La obligaron a beber un trago de vino, el cual estuvo a punto de vomitar. Maya dio un grito, seguramente asaltada por una pesadilla, y Magdala agradeció que su padrastro se asustara y la obligara a atender a la mujer, para que dejase de hacer escándalo. Se acercó al camastro, volvió a tomarla de la mano y le dio algunos besos fugaces en la frente. La mujer, poco a poco, fue tranquilizándose, y con el pasar de los minutos, la fiebre comenzó a ceder. Escuchó a los tres hombres salir de la carpa, y respiró aliviada, al fin se encontraban solas… Pero la paz duró muy poco, pues al poco tiempo regresaron acompañados de tres mujeres, que se sentaron en sus respectivos regazos alrededor de la mesa, y comenzaron a beber un whisky barato, que pronto les volaría la cabeza.
—Estaremos ocupados, así que vete a dormir afuera. No te quiero aquí —expresó Chenab, que estaba arrancándole las prendas a la fémina que lo acompañaba.
—Pero está lloviendo, cariñito —dijo la mujer, mientras lo ayudaba a despojarse de los últimos vestigios de ropa.
—Me importa un carajo. No te metas —le dio una bofetada de revés, y ella se calló.
Magdala apagó la vela que estaba encendida al lado de su mamá, y con profunda culpa, debió dejarla. No le permitieron coger una manta, y salió a la tormentosa noche. Al parecer, todos se habían puesto de acuerdo para divertirse, y no había un solo lugar techado para reposar. Llamó a Atila, su lobo, pero éste no apareció, algo extraño en él. Siempre que estaba en compañía de su mascota, se sentía segura, pero su padrastro y hermanos habían encontrado la forma de reducirlo, y en ocasiones solían atarlo en algún lugar donde ella no lo pudiese encontrar. De una carpa salió un gitano borracho, que la llamó. Asustada, corrió, a sabiendas que en la oscuridad no la encontrarían. Vagó, caminando por el barro, con los huesos calados por el frío. Encontró unos cajones apilados, y se acurrucó entre ellos, temblando. Las lágrimas se mezclaron con el agua que caía del cielo, y elevó una plegaria para que a su madre no le hicieran daño.
Última edición por Magdala Đurić/Bronwen Wyn el Mar Mar 24, 2015 7:39 pm, editado 2 veces
Magdala Đurić- Gitano
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Re: Nevermind [Privado]
Aláh no os dejará en la situación que os encontráis sin distinguir al perverso del virtuoso ”. (Corán 3:179)
La sed del vampiro penetraba entre las grietas de sus labios ,recorriendo en segundos su organismo,aumentando la agonía hasta limites insospechados. Invadía su cuerpo como un maligno terror ,infectando su ser con el peor de los males. Rashid sisea en la oscuridad de la noche. Había husmeado los pasos de una prostituta merodeando el campamento gitano. ¿Los gitanos se permitían el lujo de contratar a una?.Cierto era que habían baratas pero..¿tanto?. Aun así aquello no era lo que más le preocupaba. Deseaba satisfacer sus ansias inmortales. Tensó todos los músculos faciales ,esperando el momento justo para abalanzarse sobre dicha putilla . Cada vez se alejaba más ,con pasos ligeros adentrándose por el camino más corto (un conjunto de árboles que daban la sensación de estar alrededor de un laberinto). Era el momento oportuno y Rashid lo aprovechó al máximo. Agarró con fuerza la cintura pillandola completamente por sorpresa . Indicó que si se mantenía con la boca cerrada no sufriría daño alguno. Obviamente era una mentira como una Mezquita. Los caninos se estiran y se afilan como una espada de metal amenazando el cuello ajeno . La vena palpitante que recorría su cuello hasta la clavícula enloquecen por completo al vampiro ,invitándole a regocijar de un manjar exquisito. Clavó los colmillos con fuerza ,notando que la carne es solo un ligero impedimento para conseguir lo que en verdad desea. Su boca estaba inundada de un sabor cálido,rojo exquisito e incompresible para los mortales. Sangre. La espalda de Rashid se inclinaba mientras saboreaba el alimento,vaciando a la rubia de su espíritu .
Se separó de un tirón , dejando caer el cuerpo moribundo . Nadie iba a echarla en falta. Era una don nadie abriendo las piernas por unos francos miserables. Los parpados del verdugo se cerraron mientras la punta de su lengua limpiaba la sangre que adornaba sus labios. No tenía intención de mover el cadáver ,alguien se encargaría de darle un funeral algo más digno que su trabajo - Sirátal Ladhína An‘amta ‘Aleihim Gairil Magdúbi ‘Aleihim Ualad dalím. Amén - recitó las palabras del Corán que eran empleadas en los funerales musulmanes. "El sendero de quienes agraciaste, no el de los execrados ni el de los desviados".
Una explosión de agua interrumpe la calma de la escena del crimen. Mala suerte ser sepultada cubierta por la mugre. Abandonó el acto en dirección al campamento gitano. Cierto era que no estaba satisfecho por completo . Tal vez en el camino a su residencia encontraría otra fulana o algún imbécil impotente . Se detuvo expectante. Los poderes de Rashid captaron unos pensamientos tristes,plegarias que hacían eco con los del vampiro. Un músculo tembló en su mandíbula girando la cabeza en dirección opuesta a su residencia.
Una belleza morena aparece de la nada como una ninfa de plata a la luz de la luna. La oyó llorar de una impotencia desconocida . Se sintió atraído como un marinero ante el canto de las sirenas. No dudó en ir hacia la dirección contraria de su destino. Estaba acurrucada por el frío entre unos cajones apilados, con la piel erizada por el frío. Se detuvo para observarla sin ser visto .Esa era su naturaleza. Observar sin ser visto. Ver los rayos del sol pasar durante siglos .Tan solo esconderse en su mundo de tinieblas. La olió en la distancia . Siempre sangre y especias. Era más fuerte con cada zancada que daba en su dirección. Se acercó a ella con pasos lentos,atenuadas por la mezcla húmeda de tierra y horas muertas. Una vez cerca de ella , dobló sus rodillas para estar a la altura - Hace frío. Póngase esto - quitó su abrigo y no esperó respuesta por parte de ella. Con cuidado cubrió los hombros húmedos,acomodando el abrigo con lentitud - No tema. No le haré daño - aseguró con tono suave . Esta vez no tenía intención de romper sus palabras. Iba en contra de las leyes de los Ashirra - Ya a sufrido demasiado .. - susurró con la certeza de que lo tomaría por un loco. Rashid no era una persona malvada, no con los humanos puros. Aláh fue el creador de todo lo que estaba vivo. Matar algo tan puro era como rebelarse contra sus creencias. Le dedicó una sonrisa tranquila,pasiva y llena de esperanzas a la pobre gitana. Iba a ayudarla en lo que hiciese falta siempre a cambio de algo.
Volvió a incorporarse sin quitarle la vista de encima. Los pensamientos y el dolor que la pobre morena sentía inquietaba por completo al vampiro. Frunció sus cejas con desdén . El rostro pareció deformarse de un momento a otro - Dígame como puedo hacer que su tristeza desaparezca . Haré todo lo que esté en mis manos por ayudarla - sentenció finalmente. Era un hijo de Aláh ,obraba el mal pero las buenas acciones compensaban los pecados,, Los demonios -de momento - estaban controlados.
Rashid Sayf al Dîn- Vampiro Clase Alta
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Re: Nevermind [Privado]
No podía quitarse de la mente la imagen de su querida madre afiebrada. Había tenido que dejarla sola, a merced de los vicios de su padrastro y sus hermanos, que se divertían con aquellas mujeres de mala vida sin importarles la enfermedad y descomposición que tenía completamente alienada a la pobre Maya, que desde hacía demasiado tiempo se debatía entre la vida y la muerte. Magdala temblaba de frío, de tristeza, de impotencia e indefensión, porque nada podía hacer para cambiar su suerte. Estaba sometida, y con ella su madre, a la comunidad que las rodeaba; a la moribunda la condenaban por infiel, a la muchacha por ser producto de eso. En más de una ocasión deseó nunca haber nacido, hasta que terminó acostumbrándose a los padecimientos, a sabiendas de que cualquier intento por rebelarse era en vano, que nadie jamás le tendería una mano. Estaba condenada a la miserable existencia, e intentaba vivir con el mayor sigilo posible. Había aprendido a caminar sin hacer ruido, a ejercer su rol de sirvienta sin emitir sonido, con la mayor prestancia, rapidez y delicadeza posible, pues no quería molestar de ninguna manera a los hombres de su familia, si es que podía tildarse de esa manera al núcleo que la aprisionaba.
Cuando notó que alguien se había parado frente a ella, contuvo la respiración. Pensó en que su padrastro había ido a buscarla, y se tensó por completo, abrazándose con más fuerza a sus rodillas. La lluvia era inclemente, como la vida misma. Cuando alzó la vista, supo inmediatamente que no era Chenab, no porque pudiera ver con claridad, sino por el aura que desprendía la figura masculina; estaba aprendiendo a distinguir ésta, aunque aún no lograba dominar los poderes con los cuales había sido dotada. Le pareció increíble la muestra de amabilidad que le dirigía, hacia demasiado tiempo que alguien no se comportaba con ella de aquella manera. Un escalofrío le recorrió la espalda, esperando lo peor, pues era muy factible que alguno de los otros gitanos que rondaban el lugar la hubiera seguido y decidiera aprovecharse de su soledad. Lo contempló con ojos temerosos y, nuevamente por su aura, supo que era un completo desconocido. Pudo notar que su piel era de un color más oscuro que la del común de las personas que ella conocía, y de su voz grave se desplegó un acento que delató la condición de extranjero que tenía el hombre. Su francés había mejorado con la estadía en el país, por lo que casi no se le presentó dificultad a la hora de entenderlo.
—Gracias —murmuró. La voz le salió rasposa, y el dolor en la garganta estuvo a punto de arrancarle más lágrimas a las aún derramadas. Lo observó incorporarse, era alto e imponente, aunque no lograba distinguir a la perfección sus facciones; la oscuridad era irreverente. Instintivamente, se acomodó un mechón empapado detrás de la oreja, y se deleitó escasos segundos con la suavidad de la tela que la cubría. Era una prenda cara, hasta para una ignorante como ella eso era evidente, y sintió una vergüenza desmedida por estar arruinando con su suciedad aquella costosa pieza. Con dificultad se puso de pie, y se sintió muy pequeña ante la presencia del caballero, que parecía haberse convertido en su salvador, al menos por aquellos instantes. Por un momento, pensó en pedirle que rescatase a su madre de la tienda, pero le pareció descabellado, por lo que agachó la cabeza y se contempló los pies desnudos, cubiertos de barro. Intentó mover los dedos, los cuales sentía helados, y por un segundo creyó que se le habían congelado.
— ¿Tendrá…algo para comer? —preguntó con timidez y lentitud, especialmente porque no quería que el hombre advirtiera que era una bruta, que no sabía ni leer ni escribir, intentaba suplir sus carencias esforzándose en aprender los idiomas de los sitios en los que se detenían. La estadía en Francia se había prolongado más de la cuenta, y eso había sido de gran ayuda a la hora de adquirir fluidez en el habla. Se llevó la mano a la boca del estómago, recordó que no había comido en todo el día, y le costó descubrir en qué momento de la jornada anterior había ingerido alimento. <<Justo antes de la golpiza. >> rememoró. El día anterior uno de sus hermanos había llegado borracho como una cuba, y no sólo la había manoseado e intentado violar –como ya era costumbre entre los suyos- sino que la había golpeado con una madera. La gitana había terminado agradeciendo que el muchacho se durmiera antes de vejarla. Muchas habían sido las veces en que su virginidad se había visto amenaza por los miembros de su familia, pero Chenab ya se lo había advertido a todos: él sería el primero en poseerla, cuando ella menos lo imaginase.
Cuando notó que alguien se había parado frente a ella, contuvo la respiración. Pensó en que su padrastro había ido a buscarla, y se tensó por completo, abrazándose con más fuerza a sus rodillas. La lluvia era inclemente, como la vida misma. Cuando alzó la vista, supo inmediatamente que no era Chenab, no porque pudiera ver con claridad, sino por el aura que desprendía la figura masculina; estaba aprendiendo a distinguir ésta, aunque aún no lograba dominar los poderes con los cuales había sido dotada. Le pareció increíble la muestra de amabilidad que le dirigía, hacia demasiado tiempo que alguien no se comportaba con ella de aquella manera. Un escalofrío le recorrió la espalda, esperando lo peor, pues era muy factible que alguno de los otros gitanos que rondaban el lugar la hubiera seguido y decidiera aprovecharse de su soledad. Lo contempló con ojos temerosos y, nuevamente por su aura, supo que era un completo desconocido. Pudo notar que su piel era de un color más oscuro que la del común de las personas que ella conocía, y de su voz grave se desplegó un acento que delató la condición de extranjero que tenía el hombre. Su francés había mejorado con la estadía en el país, por lo que casi no se le presentó dificultad a la hora de entenderlo.
—Gracias —murmuró. La voz le salió rasposa, y el dolor en la garganta estuvo a punto de arrancarle más lágrimas a las aún derramadas. Lo observó incorporarse, era alto e imponente, aunque no lograba distinguir a la perfección sus facciones; la oscuridad era irreverente. Instintivamente, se acomodó un mechón empapado detrás de la oreja, y se deleitó escasos segundos con la suavidad de la tela que la cubría. Era una prenda cara, hasta para una ignorante como ella eso era evidente, y sintió una vergüenza desmedida por estar arruinando con su suciedad aquella costosa pieza. Con dificultad se puso de pie, y se sintió muy pequeña ante la presencia del caballero, que parecía haberse convertido en su salvador, al menos por aquellos instantes. Por un momento, pensó en pedirle que rescatase a su madre de la tienda, pero le pareció descabellado, por lo que agachó la cabeza y se contempló los pies desnudos, cubiertos de barro. Intentó mover los dedos, los cuales sentía helados, y por un segundo creyó que se le habían congelado.
— ¿Tendrá…algo para comer? —preguntó con timidez y lentitud, especialmente porque no quería que el hombre advirtiera que era una bruta, que no sabía ni leer ni escribir, intentaba suplir sus carencias esforzándose en aprender los idiomas de los sitios en los que se detenían. La estadía en Francia se había prolongado más de la cuenta, y eso había sido de gran ayuda a la hora de adquirir fluidez en el habla. Se llevó la mano a la boca del estómago, recordó que no había comido en todo el día, y le costó descubrir en qué momento de la jornada anterior había ingerido alimento. <<Justo antes de la golpiza. >> rememoró. El día anterior uno de sus hermanos había llegado borracho como una cuba, y no sólo la había manoseado e intentado violar –como ya era costumbre entre los suyos- sino que la había golpeado con una madera. La gitana había terminado agradeciendo que el muchacho se durmiera antes de vejarla. Muchas habían sido las veces en que su virginidad se había visto amenaza por los miembros de su familia, pero Chenab ya se lo había advertido a todos: él sería el primero en poseerla, cuando ella menos lo imaginase.
Magdala Đurić- Gitano
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