Obligaciones que evocan recuerdos de la infancia {Libre}

Era temprano en la mañana cuando me encontraba paseando por las calles de París, quizás demasiado temprano. Tanto los callejones como avenidas se encontraban desiertos, como si se tratara de una ciudad fantasma, y aunque no fuera capaz de escuchar estaba segura que los pájaros apenas habían comenzado a entonar sus cánticos mañaneros, un sonido que según había visto decir era bastante característico a esas horas del día. Sin embargo, me resultaba agradable caminar sin una gran multitud de gente a mi alrededor, porque cuando no había nadie no me ocurrían cosas demasiado extrañas y para mí aquello era todo un alivio. Momentos de tranquilidad que no se caracterizaban especialmente por ser muy duraderos en el tiempo y que por ese motivo apreciaba tanto. No sabría decir cuánto tiempo anduve hasta que aparecieron las primeras personas que, al igual que yo, habían decidido madrugar. Algunas por el mero placer de hacerlo mientras que otras lo hacían por obligación, pues debían abrir y preparar sus comercios antes de que llegara la clientela.

Me detuve ante un establecimiento dedicado a la floristería al ver al propietario, o quizás era un simple trabajador, colocando diversos conjuntos de flores a la entrada del comercio. Adoraba las flores, tan hermosas y delicadas, tan diferentes unas de otras ya fuera en tamaño y color, además de su aroma. Me aproximé a unas de las flores y cerrando los ojos inspiré su fragancia, como si de aquella forma me envolviese todavía más. Su olor me hizo pensar en campos y praderas, sembrados y cultivos. Era cautivante a la par que agradable. Abrí los ojos para contemplar aquella maravillosa flor pero ésta había desaparecido, al igual que el establecimiento. Me di la vuelta para comprobar que ya no me encontraba en medio de las calles parisinas, sino en una especie de huerto. El horror se apoderó de mí al darme cuenta que otra vez me había sucedido, estaba en un lugar y de pronto en otro muy diferente. Intenté pensar cómo llegué hasta allí, si me había quedado dormida y aquello un sueño, o por el contrario realmente me encontraba en el huerto y lo anterior fue una simple ilusión. Pero me pareció tan vívida…

Fuera como fuere, caminé entre los cercos que limitaban los diferentes huertos hasta que mis ojos azules vislumbraron una figura no muy lejos de donde me hallaba. Me acerqué con mesura y al poco pude deducir que se trataba de una mujer recogiendo flores.- Maravilloso olor el que desprenden. -Comenté con una sonrisa amable y dirigiendo mi mirada momentáneamente a las ramas de lavanda que sostenía en sus manos antes de que las depositara en la cesta, y tratando de mostrarme natural y no parecer desubicada.-Discúlpeme. No quería asustarla. -Me apresuré a decir sonrojándome yo también por mi falta de delicadeza.- ¿Las ha plantado usted? Se ven preciosas. Todas ellas. -

Hipnotizante. Sí, yo también creía que el aroma de las flores podía resultar altamente cautivador, sobre todo cuando nos hacían viajar y sumergirnos en nuestros recuerdos. Claro que yo de recuerdos tenía bien pocos por aquel entonces, pero bien era cierto que las flores podían hacerme pensar en ciertos paisajes y lugares; tal como había ocurrido esa misma mañana. Observé cómo la joven de rubios cabellos acariciaba con suavidad unas flores de tonalidad amarilla y deduje que debía ponerle bastante amor y esfuerzo para que todas aquellas plantas crecieran fuertes, sanas y hermosas. De ahí que le preguntase si había sido ella quien las plantó allí.- ¿Su bisabuela? -exclamé bastante sorprendida tras desviar mi mirada hacia un arbusto del cual emergían pequeñas flores rojas.- Debéis de tener muy buena mano con la flora, o una conexión con ella, como para que sigan aquí después de tantos años. -¡Más de cien años! Eso era muchísimo tiempo y me asombraba gratamente el hecho de que aquellas formas de vida hubiesen sido capaces de sobrevivir a las inclemencias del tiempo.- Fascinante. -

A continuación, una vez me indicó cuáles eran algunas de las que ella había plantado, posé mi mirada en el vegetal y no pude apartarla de allí en un buen rato. El color de sus flores era simplemente magnético, nunca antes había visto unas flores azul eléctrico, pero no parecía que fuese insólito puesto que la muchacha comentó que eran algunas de las más inusuales dentro de la naturaleza. Eran hermosas. Esto me hizo pensar en que la joven, y muy probablemente toda su familia, ha debido de viajar y haber visto mundo como para tener en su poder aquellas flores tan exóticas. ¿Habría viajado yo también? Quién sabe. No obstante, a pesar de haber podido hacerlo, ahora tengo otra oportunidad de viajar y descubrir los diferentes países y lugares que ocultan como si fuera la primera vez. Esos pequeños detalles, me hacían reflexionar acerca de la negatividad de mi amnesia, pues en circunstancias como aquellas me permitía experimentar nuevamente una primera vez. Lo cual me hacía pensar a su vez en que incluso los acontecimientos más oscuros y trágicos tenían algo de bueno, aunque fuera ínfimo.

- ¿Gustarme? Me encantan -respondí con una gran sonrisa, ignorando que mi presencia fantasmal había inquietado de cierta forma a la hechicera al percatarse que algo en mí era diferente.- La naturaleza es algo que me fascina. Las flores, los campos y colinas… Su visión es un golpe de aire fresco, además de relajante. –Las multitudes no me agradaban demasiado, me agobiaba con facilidad, a pesar de que mi estado actual tenía mucho que ver con ello. Cuando sentía que la cabeza me iba a explotar, que comenzaba a perder el control, siempre me apartaba de la ciudad y acudía a una zona más apartada donde poder respirar hondo y calmarme, donde poder evadirme de todo.- También siento debilidad por los animales. Son seres tan puros e inocentes… -añadí esbozando una nueva sonrisa.- No quisiera resultar impertinente, pero me ha fascinado su parcela y lo que contiene. ¿Cómo consiguió aquellas tan exóticas? ¿Su familia,usted, ha viajado en busca de ellas y las demás? -

Asentí levemente con la cabeza ante sus palabras. Cierto era que si la mujer se dedicaba a la jardinería –por llamarlo de alguna forma–, tarde o temprano habría ido cogiendo práctica y sabría cómo tratar a las plantas por muy negada que hubiese podido ser en un principio. Sin embargo, me daba la sensación de que estaba haciendo aflorar su modestia y que, en realidad, era muy buena en lo suyo. Tampoco es que hubiese tenido una idea descabellada que tuviese mano con ellas teniendo en cuenta que parecía provenir de familia; un don que se ha ido transmitiendo de generación en generación.- ¿Y usted les habla? -pregunté con curiosidad. No porque me resultara ridículo que la mujer se detuviera a conversar con las plantas y me fuera a mofar de ella, sino porque me parecía algo agradable y en cierto modo uno podía desahogarse, contar sus penas, sus temores, sin ser juzgado. Aunque pudiese sonar a locura, en más de una ocasión me había encontrado hablándole a la nada, o quizás fuese al Cielo. Nunca he estado muy segura de ello cuando se trataba de mí.

La mejor medicina para despejar la mente. Al leer de sus labios aquella afirmación no pude evitar que una sonrisa asomara en rostro, pues era exactamente lo que yo pensaba. Nada de interferencias ocasionadas por la sociedad; solamente tú, tu mente y la naturaleza. Fue en ese momento que me pregunté si la parcela de la mujer sería una especie de santuario, un lugar donde hallar un remanso de paz y evadirse de todo. Y también en aquel instante me asaltó la duda de si habría interrumpido su momento de quietud y armonía, e inmediatamente me sentí mal por si había sido ese el caso. Era una tontería sentirme así porque la mujer no mostró hastío cuando aparecí y tampoco evadía mis preguntas para terminar cuantos antes la conversación, de manera que no había razón alguna para que tuviera que sentirme como una entrometida o molestia.

- ¡Oh! Una verdadera lástima. Había llegado a pensar que tal vez tuviese tiempo de contarme algunos de sus viajes… Yo tampoco he salido de París, o no tengo recuerdo de ello -comenté confesando a medias que no tenía recuerdos. De hecho, era desconocedora de mi procedencia americana y creía ser una francesa más. ¿Cómo iba a sospechar que no había nacido en Francia? Hasta el momento nadie dio muestras de reconocerme y, por tanto, seguía ignorando todo sobre mí. Además, tampoco hubo nadie que comentara sobre mi acento.

Si la mujer que tenía frente a mí dijo algo en respuesta a mi último comentario, no llegué a enterarme. La razón de ello fue que mi atención se vio desviada hacia una mancha repentina que atisbé por el rabillo del ojo y que segundos después se reveló como un ave; concretamente un búho. Lo admiré bastante impresionada por su belleza y osadía, pues pocos animales salvajes se atrevían a aproximarse tanto a los seres humanos. Después posarse en uno de los postes el animal clavó su mirada en la mujer, cosa que hizo que yo también la mirara. Justo a tiempo para ver que volvía a hablar- ¿Hibou? ¿Tiene un búho como mascota? -No pude evitar fruncir el ceño ante aquel detalle. Era un animal de compañía algo extravagante y poco común.- Deberá ser prudente. Hay personas que podrían pensar que está relacionada con la brujería -expresé en voz alta. Para muchos los búhos estaban ligados a la magia y dotados de un halo siniestro, y yo sabía cómo te miraban algunas personas cuando creían que eres una bruja: con miedo e incluso repulsión.

Tras decir aquello, acepté la invitación de entrar en su parcela para disfrutar del aroma de sus flores. Como era de esperar, primero me acerqué a aquellas de color azul eléctrico que me mostró con anterioridad y que tanto me habían gustado. Me incliné y aspiré disfrutando de su maravilloso perfume. Alcé la mirada con una gran sonrisa dibujada en los labios.- Huelen de maravilla -pronuncié acariciando delicadamente sus pétalos. Tan delicadamente que no me percaté que mis yemas los habían traspasado levemente.- A propósito, discúlpeme por mi mala educación. Todavía no me he presentado debidamente -Menuda cabeza la mía…- Me llamo Katrina -.