AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Contesta solo sí, y Lucifer será tu esclavo - Capítulo I
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Contesta solo sí, y Lucifer será tu esclavo - Capítulo I
Hace aproximadamente tres años. París.
Fausto y él, Alphonse, compartían ciertas similitudes -hacer negocios con Lucifer y compañía, tratos con la nigromancia y la magia negra...-, aunque entre ellos también había alguna que otra oposición. A diferencia del condenado, el viejo religioso no buscaba el conocimiento, sino el poder. Empero había vendido su alma de igual manera. Mefistófeles se había aparecido ante él bajo mil formas diferentes, e incluso creía que el propio Diablo, el mayor pecador del Infierno, en ciertas ocasiones había estado acompañándolo en los momentos decisivos de su vida -¿adoptando la apariencia de un mujer, tal vez? ¿De un soldado de su propia Guardia Roja? Siempre a su lado, guiándole por el camino de la ambición, como en la obra de Marlowe iba siendo guiado hacia una hipotética sabiduría-. ¿Quién sabe? El propio de La Rive se iba asemejando cada vez más a uno de ésos siervos del Inframundo.
Nunca -si el trabajo se lo permitía- se perdía la representación de la susodicha obra, La trágica historia del Doctor Fausto, de Christopher Marlowe. Una afición que ya casi rozaba la obsesión, el fanatismo hacia el libreto escrito por el inglés siglos atrás. Cuando Fausto hablaba, el propio Alphonse creía hablar, cuando Fausto dudaba de sus acciones, cuando mostraba su egolatría y su arrepentimiento, el arzobispo se veía reflejado. ¿Por qué hacía todo aquello? Quizá una forma de redimirse, su fe en Dios no era del todo real, por lo que confesarse no entraba dentro de su ritual en pos del perdón. Y sí allí, en el teatro. Lugar de cómicos, de dramaturgos condenados por la Iglesia que él mismo representaba -tanto para bien, como para mal-.
Y aquella noche tendría lugar en uno de los más conocidos teatros de la capital gala. Se enfundó en sus purpúreos atuendos, lo apropiado en alguien de su posición. Decidió ir solo -sí, a pesar de los convulsos tiempos en los que vivían, y el creciente odio hacia la Iglesia por parte del pueblo... Alphonse optó por ir sin ningún tipo protección a sus espaldas-. Si deseaba disfrutar de la obra al cien por cien, debía ser solo. Sin nadie distrayéndole, sin nadie cuchicheando a su alrededor, sin una sombra tras de sí que le incomodara. Anhelaba, necesitaba, poder ser el mismísimo Fausto, y que las tablas del escenario desaparecieran para transformarse en el gabinete del doctor.
Había reservado desde hacía semanas un palco estratégicamente situado -a ojos del religioso, desde aquellas alturas se podía apreciar mucho mejor todo lo que acontecía en el escenario. Además, alguien como él no se juntaba con el populacho, obviamente-. Sus pies le guiaron hasta el mencionado lugar, y se sentó en una de aquellas butacas. Minutos antes de que comenzara la obra, le ordenó a uno de los acomodadores que le trajera una copa y dos botellas de vino -por si acaso. Mejor que sobrara, a no faltar-.
Luces apagadas, el público aplaudiendo... y, por fin, la obra comenzó. El telón se alzó veloz, y los actores fueron deslizando uno tras otro. El francés alcanzó la botella de licor, sirviéndose una más que generosa copa. El líquido borgoña amenazaba con desbordarse, de modo que el eclesiástico rápidamente dio el primer sorbo, entrecerrando los ojos cuando el vino entró en contacto con sus labios. Se relamió, acomodándose en la butaca y cruzando sus piernas. Fausto ya se había presentado.
-Concreta tus estudios, Fausto, y principia a sondear la profundidad de lo que sondear quieres. Habiendo comenzado por ser teólogo llegaste a los extremos de todo arte y vives y mueres en las obras de Aristóteles.
Última edición por Alphonse de La Rive el Lun Ene 26, 2015 5:24 am, editado 8 veces
Alphonse de La Rive- Inquisidor Clase Alta
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Re: Contesta solo sí, y Lucifer será tu esclavo - Capítulo I
El abismo ante el cual Marlowe sucumbía como de costumbre. Aquel dilema que surgía al contemplar su obra representada. Ese debate entre el bien y el mal que se resolvía siempre al final de la pantomima, pero que no desaparecía nunca de la vida del escritor, turbando a éste bajo la forma de un libre albedrío que reclamaba su posición, la de dueño frente a todas las decisiones del hombre, con mirada despectiva hacia lo establecido y alejando cada vez más su camino del camino del Señor. Claro era que Marlowe gozaba de voluntad, tan claro como que vivía. Pero sus intenciones y los actos que solía perpetrar nunca acostumbraban a ir de la mano. Tiempo ha que tales tribulaciones rondaban su mente y zigzagueaban entre pensamiento y pensamiento, mas si el pobre hombre tenía que atender todas, jamás hubiera tenido tiempo a escribir, menos a vivir. Hombre. ¿Cuánto de hombre le quedaba ya? ¿Quién era realmente su creador? ¿Dios o el Diablo? ¿De dónde, pues, le había venido ese amor por abrazar al mal y no al bien? ¿Quién había sembrado en su alma la semilla de la amargura, obligándole a obrar de la peor forma posible en ocasiones y sintiendo en su fuero interno que nada de malo había en ello? Basta, maldito. Cesa en tus pensamientos -se decía en aquel momento-. No despiertes a los fantasmas, que por una vez su sueño es profundo.
Christopher Marlowe se regodeaba con cada uno de sus escritos. Sólo uno había, el cual sacudía sus emociones y parecía golpear fuertemente el pecho del hombre con cada representación: La trágica historia del escritor Marlowe, lo apodaba con cariño, con burla y con temor a partes iguales. La obra más dolorosa de cuantas había alumbrado le hacía ser partícipe de la forma más directa de aquello que tuvo lugar en una ocasión y que cambió para siempre su vida. Aquella sangre que firmó el más arduo de los pactos, la más solitaria de las condenas.
El vampiro acudía a menudo al teatro, en parte porque trabajaba en él, en parte para burlarse de la mayoría de puestas en escena de todos aquellos libretos firmados por cualquiera cuyas iniciales no fueran las suyas propias. Pero Fausto siempre había sido una tradición algo diferente. Se aposentaba en un palco privado, uno que guardaba con bastante antelación. Después, mirada inquisidora, codos apoyados y dedos entrelazados, observaba el espectáculo. ¡Qué digo el espectáculo! La rememoración de su propia vida y de su propia muerte. Como si toda la escena fuera una bailarina por la que el escritor suspiraba de forma enfermiza y prometiera estrangularla si osaba dar un paso en falso. Pues ahí siempre estaría él, implacable, cumpliendo para consigo, martirizando al pobre que se atreviera a privarle del gozo de la obra, de la perfecta obra, con cada coma, cada pausa, cada oda a lo perdido y cada juramento de sangre maldito. No sólo palabras que se lleva el viento. Hechos. Marlowe se encargaba de ello. Su peor parte, la que parecía encontrarse más en contacto con el auténtico Diablo, preparaba sus colmillos y los hundía bien hondo en el cuello de todo aquel hereje obstinado que volviera vulgar su amado libreto.
Y aquella noche… aquella noche la obra no había salido a pedir de boca para éste.
-¿¡Cómo osas llamarte Mefistófeles!? –gruñó el escritor abofeteando al hombre con pasión.
Poco y nada fue el tiempo que tomó Marlowe para bajar de su nube una vez finalizada la función y poner en su sitio al causante de la desfachatez de aquella noche.
- ¿Sabes lo que has hecho, maldito mequetrefe? –dedo acusador, prosiguió- ¡Te has cargado al personaje! ¡Le has hecho quedar como un demonio inferior y se sienta a la diestra del Señor de las Tinieblas, estúpido! ¿¡Qué hiciste con las indicaciones que te dieron!? ¿¡Tirarlas por el retrete!? ¿¡Y por qué no te fuiste con ellas por el deshagüe!? ¿¡Eh!? ¡Lárgate de mi vista!
Rápidamente alzó su mano derecha, aparentemente mesando una barba que no tenía, pero que en verdad ocultaba un par de colmillos más que predispuestos, luchando por salir de la boca del vampiro y siendo obligados a morder internamente los labios de éste para no caer en el error del que no sabe esperar el momento oportuno.
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Contesta solo sí, y Lucifer será tu esclavo - Capítulo I
Alphonse se autocompadecía demasiado de sí mismo. Y eso, siempre, sin excepción, es un error. Pocas cosas lograban distraerlo realmente, pocas cosas lograban que su mente se disipara, huyendo de lo que le maltrababa sin descanso. ¿Y qué cosas eran ésas? Obvio, el vino, el arte y el teatro -no por ese orden. Aunque todo junto podía ser la hecatombe-. Ni siquiera pasar una alocada noche con una auténtica mujer o un jovencito de mirada pueril provocaban en su persona el éxtasis de evadirse. Era un tipo extraño, al fin y al cabo, y lo peor es que era consciente de ello.
La función seguía su curso, y a través de la azulada mirada del clérigo, uno podía advertir que ante su persona se alzaba el mismísimo Edén, o por el contrario el inimaginable Apocalipsis. Tal era el brillo en sus ojos que era difícil conocer su verdadera naturaleza. El hombre sobre la tarima sufrió una transformación en la recreación de Alphonse, adquiriendo su propio rostro y desapareciendo el Fausto pensado e ideado por el regidor -o por el dramaturgo de turno, a saber-. La escenografía desapareció para abrir un abanico de figuras conocidas para el eclesiástico -obras de sus artistas predilectos devolviéndole la mirada, el frío propio del Palais, o el solenme silencio de las catedrales donde recitaba lo que en esencia era otra puesta en escena-. Y allí, Mefistófeles riéndose del propio mortal, evolucionando de su egolatría y egoísmo, hasta la búsqueda -en vano- del perdón y la resurrección eterna que a otro sí se le fue concebida. Empero, para él -Alphonse- y para su viejo amigo -Fausto-, todo estaba perdido. Habían cruzado la barrera, habían dado el primer mordisco al fruto prohibido, y como sus ancestrales padres, estarían condenados para siempre. El Diablo y sus secuaces riéndose, carcajada tras carcajada, mientras la estupidez humana -la de Alphonse y muchos otros- no conocía límites.
Apenas parpadeó; ni siquiera descansó entre acto y acto -demasiado absorto estaba-, y solo volvió a la realidad cuando el público les otorgó a los artistas un ensordecedor aplauso. El cardenal se sobresaltó, sacudiendo la cabeza y saliendo de su palco antes de que las escaleras se agolparan. Además, había quedado maravillado. Quería felicitar al actor que había dado vida a Mefistófeles.
Apurado, llegó hasta uno de los hombros del escenario, donde se agolpaban los intérpretes y el resto de técnicos necesarios. De La Rive se abrió paso entre todos ellos, viendo al caracterizado demonio. Mas, la escena que le esperaba era bien diferente a lo esperado.
Un energúmeno gritaba al actor, llegando incluso a abofetearlo. El arzobispo alzó una ceja, cruzándose de brazos hasta que el segundo espectáculo terminó.
-¿Y quién eres tú, para decir qué está bien o mal en esta obra? -no podía permanecer callado. Incluso cuando él mismo sabía que era mejor cerrar la boca. Apartó a varias personas, de modo que se colocó justo delante del desconocido-. ¿Acaso crees que tu punto de vista es el único aceptable? -echó un vistazo al hombre recién golpeado, quien tenía una mano cubriendo su colorado rostro-. Me ha parecido que el aquí presente ha realizado un ejercicio impecable. Y para mí, ha sido un Fausto inmejorable. Y que tú -le señaló amenazante, imitando el gesto que el otro había hecho anteriormente- no eres más que un miserable ignorante -sonrisa de autosuficiencia.
Ah, la sorpresa que se llevaría el religioso...
Tal vez, el hecho de que Christopher Marlowe y Alphonse de La Rive se conocieran no fue por mera casualidad. Ambos compartían recuerdos deseosos de ser olvidados, aunque las vidas mortales de ambos estuvieran separadas por siglos de diferencia. En esencia, no eran tan diferentes el uno del otro, los dos se debatían entre la dualidad de Dios y el Diablo, siempre acercándose temerosos a éste último. Y quizá ésa fue la razón de su incipiente amistad. Años sobre un escenario, citando por último a los corintios: porque hemos llegado a ser un espectáculo para el mundo, tanto para los ángeles como para los hombres.
Alphonse de La Rive- Inquisidor Clase Alta
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Re: Contesta solo sí, y Lucifer será tu esclavo - Capítulo I
Su mandíbula aún temblaba y su respiración, acelerada todavía, no daba señales de que fuera a calmarse en los próximos minutos. Tal era aquel arrebato que no se percató de la aparición de una nueva pieza en el tablero -¿un peón quizás? ¿alfil? ¿o el mismísimo Rey que pretendía destronar a su oponente en el tablero, el propio Marlowe?-. Un nuevo personaje en el escenario que aseguraba el dinamismo que la obra anterior no le hubo aportado. Y sus oídos sin embargo no respondían. Seguían escuchando su corazón -¿qué corazón?- palpitar, ¿o eran sus mandíbulas? No lograba discernir con certeza que era realmente, pero aquel sonido acompasado no dejaba de ensordecerle y no cesó hasta que sus oídos se dejaron embelesar por otra clase de diversión más apetecible. En este caso, las palabras del hombre que había entrado bruscamente en escena. Este no es tu acto, ¡este no es tu acto! -pensaba Marlowe- ¡Respeta tu tiempo en escena! ¡Tu tiempo en escena! No era buen momento para entablar una conversación con el vampiro, menos aún para llevarle la contraria. Alzó la mirada y abrió los ojos, clavando ésta en el hombre y quedando obnubilado completamente ante aquel bufón. Ni más ni menos que un hombre de Dios. Un hombre de Dios que se atrevía a contradecir al escritor. ¿Qué sabréis vosotros? Vosotros, que sólo rezáis para a continuación pecar y que aun así sois recibidos en el Reino de los Cielos con los brazos bien abiertos. Cuando yo, un hombre iluso que buscó en brazos ajenos el cariño que su Dios no le ofrecía durante una noche de confusión, termina siéndole negada la magnificencia del semblante de su Señor. El resquemor por lo descrito. La palabra injusticia marcada a fuego para el vampiro y ahora, aquel hombre en aquel lugar, bajo techo, pero amenazando tormenta.
- ¡Fuera todos, fuera! –alzando la mano y dando a entender con su mirada que el clérigo estaba exento de seguir sus palabras.
Dibujó nervioso una sonrisa en su rostro y se acercó al obispo con las manos en la espalda.
- Servidor soy del gran Lucifer y no podemos ejecutar sino lo que él mande. ¿No le parece? ¿Cree usted que Lucifer estaría contento ante un bochorno similar? – alzó su dedo índice con el otro brazo todavía tras de sí, al tiempo que lo movía de un lado al otro, negando- Sé de buena tinta que no. Mientras que usted –caminando por la estancia- sólo sabe lo que le susurra al oído su Dios –deteniéndose ante él y mirándole fijamente-. ¿Nunca se ha preguntado cuan aterciopelada será la voz del mismísimo Demonio, hm? O acaso… ¿la palabra condenación no le aterroriza, porque confunde el Infierno con el Elíseo?
Las palabras que el propio Marlowe había plasmado en su obra representada pésimamente aquella noche, estaban saliendo de su boca con doble función: la primera, burlarse del falso entendimiento del clérigo por la obra, pues el pobre estúpido encargado de dar vida a Mefistófeles en ningún momento logró recitar tales palabras debido a su falta de profesionalidad en el campo de batalla que era la mismísima puesta en escena. La otra, simplemente, asustar al hombre sin necesidad de derrochar imaginación en exceso, pronunciando los versos que en algún momento él mismo había escrito, versos que no tenía que pedir prestados a nadie y que, en más de una ocasión, erizaban el vello de muchos. Así mismo una tercera intención era subexpuesta al lado de las anteriores, y es que cualquiera que supiera de donde procedían esas palabras y hubiera estado atento al espectáculo que aquella noche había tenido lugar, era consciente de la ausencia de las mismas en el discurso del falso demonio.
Ahora sólo quedaba esperar. Esperar a que el obispo demostrara su ignorancia o su fanatismo y al mismo tiempo, con este último, que erró al desafiar al propio autor de la obra, a aquel que la había alumbrado con el más doloroso de sus alaridos y ahora tenía que soportar ser cuestionado por un hombre de Dios supuestamente entendido en la materia y que demostraba con cada palabra, no saber absolutamente nada.
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Contesta solo sí, y Lucifer será tu esclavo - Capítulo I
Desde bien joven se había dado cuenta de lo que representaba ataviado con los ropajes propios de los Siervos de Dios. En aquella ocasión, el púrpura entremezclado con el negro daba a entender qué posición presidía en la jerarquía eclesiástica: la de obispo -concretamente la ocupación de auxiliar, del por entonces arzobispo de París-. Mas, esto no era lo único que uno podía intuir a través de la simple imagen -cuando con ella decimos lo que queremos ser, o al menos aparentar. La superficialidad, en este caso y muchos otros, no era un defecto, si no una virtud para aquel capaz de comprender los mensajes, o así al menos pensaba Alphonse-. Ya que en verdad todo era mera apariencia. Apariencia de obispo, apariencia de ferviente católico, de creyente y hombre de Dios. No obstante, su verdadero espíritu poco tenía que ver con el santo, con la paloma de los buenos mensajes, sino más bien la propia de un condenado, al igual que aquel vampiro. ¿Reino de los Cielos? No, para de La Rive no. El perdón ya no era una opción.
Seamos sinceros, aquella situación le resultaba cómica. No solo por el extraño comportamiento del desconocido -los aficionados al teatro pueden ser gente peculiar, de hecho solo había que ver al francés-, sino también por la propia imagen que emanaba -ya puestos, hablando del tema-. Alphonse reconocía en su rostro ciertos símbolos indicadores de una condición mal vista por la mayoría. Las mejillas coloradas, la cara hinchada, los ojos amarillentos... en conjunto, ¿qué significaba todo esto? Un borracho, otro maldito beodo, otro compañero de penurias, otro que acompaña sus penas junto a un buen licor. Una sonrisa irónica hizo acto de presencia en los labios del religioso. Si nos centramos más en esa imagen, en ese brillo resplandeciente -que le vamos hacer, Alphonse era fácil de conquistar cuando hablamos de una cara bonita- procedente de todo su cuerpo, en conjunto, podremos ver un atractivo más que agradable ante la inquisidora mirada del propio inquisidor. Sus ojos repasaron al agitador, de arriba abajo -y además sin ningún tipo de pudor-. Y, gracias a todo ello, la molestia que había aparecido en su ser, desapareció por completo. Ahora todo le parecía una curiosa broma, una actuación más. Y el otro, un actor digno de admirar. Por sus palabras, y para qué mentir, por su semblante, en definitiva. Le comprendía, todos -o al menos todos los que hemos sido seducidos por el alcohol en alguna ocasión- forman parte de un selecto grupo, los ya acabados.
Cuando el hombre aquel gritó enfurecido, logrando que todo el mundo se fuera -¿cómo lo había logrado? ¿Por qué no le ignoraban? ¿Acaso formaba parte del teatro?-, Alphonse alzó una ceja, cruzándose de brazos, sin casi pestañear para así observar cada detalle del otro.
-Versos de Marlowe. Los reconocería en cualquier lugar -dándoselas de enterado, sin sospechar quién estaba delante de él-. No obstante, un actor también es un artista, ¿no cree? Él puede interpretar el personaje a su manera, por sus vivencias, o por su propio punto de vista -sacudió la cabeza cuando el otro negaba con el dedo, contestando de inmediato a lo que decía-. Si la obra siempre fuera igual, sin cambios, sería aburrida. Repetitiva. La novedad es interesante, siempre atrayente -rió entre dientes cuando el vampiro se dispuso a escasos centímetros de su persona. Sus ojos, por un momento, dejaron de fijarse en la mirada ajena, para recorrer un pequeño camino hasta sus labios. Unas milésimas de segundo, casi invisible, para rápidamente volver a dónde debía mirar-. El Altísimo nunca me ha susurrado al oído, caballero -señaló hacia el techo del lugar, en una referencia al cielo-. Él tiene otras mejores cosas que hacer, las batallas terrenales le son demasiado lejanas. Y mis relaciones se dirigen más hacia uno de sus renegados -le sonrió finalmente. Alzó a continuación una de sus manos, haciendo como que limpiaba algo en el hombro ajeno-. Motas de polvo, suciedad. Un consejo, vaya siempre impecable. Sé que con la borrachera uno puede olvidarse de lo más banal, pero la imagen siempre es importante. Siempre -recalcó ésta última palabra, dedicándole una más que exagerada reverencia-. Si me disculpa, tengo una botella del 94 esperándome. Mucho gusto.
Después, tras esta pequeña conversación que él -por lo menos- ya daba por finalizada, se enfundó en su particular capa, envolviéndose con ella y atusándose su bigote antes de dirigirse hacia la puerta.
Alphonse de La Rive- Inquisidor Clase Alta
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Re: Contesta solo sí, y Lucifer será tu esclavo - Capítulo I
Muchos habían sido los inconscientes que, a lo largo de las décadas, se habían molestado en intentar corregir al dramaturgo. Mortales, seres de su misma condición, brujos, clérigos de todo tipo. Altos, bajos, gordos, feos… atractivos también, sí. Sus favoritos, desde luego. El obispo sin embargo… no pertenecía a esta última categoría, lamentablemente. ¿Qué hubiera sido de Marlowe si aquel hombre que se atrevía a presentarse ante él no se hubiera asemejado tanto a una pasa arrugada? Quizás el escritor hubiese actuado de otra manera, de forma más caballerosa, más insinuante, menos airado. Vendería su alma una vez más en pos de otra quimera sin pensarlo. Pues sólo alguien de inestimable atractivo acallaría al dramaturgo en una situación similar. El clérigo, por el contrario, encendía en Marlowe ese temperamento que muchas veces salía a la luz por locura y otras pocas veces se valía de cordura en éste. No estaba seguro de cual de los dos se trataba en situación similar a ésta.
De La Rive había pasado el primer juicio. Reconocía aquellas palabras que el propio vampiro escribiera hacía años, siempre recordando donde estaba cuando su pluma tomaba las riendas y su corazón palpitante guiaba ésta arriba y abajo. ¿Cómo olvidarse de un momento así? Si Marlowe nunca había tenido hijos, lo más parecido eran los personajes de sus historias y él, un padre preocupado que amaba a todas sus criaturas. Nunca olvidaría el nacimiento de ninguna de ellas. Nunca. Menos de Fausto. Su Fausto. Él, que conocía a su hijo mejor que nadie en el mundo, tenía que escuchar ahora a aquel hombre presumir de cuanto sabía de alguien de quien no tenía ni la más remota idea.
Asintió haciendo ver al hombre que una vez resuelto el paradero de aquellos versos, podía continuar.
- Coincido con usted en que la novedad puede llegar a ser… interesante. Mas ¿por qué no aplicamos algo así a su doctrina? –haciendo contacto fugazmente con la cruz que el obispo llevaba al cuello- Puesto que la castidad resulta ya algo del otro mundo para la mayor parte de la población, ¿por qué no dejar de ver la... –suspiró- lujuria como algo pecaminoso? Así lo predispuso su- haciendo incapié en el hecho de que Dios nada tenía que ver con el escritor- Dios, de igual forma así lo hizo el magnífico escritor Christopher Marlowe –su boca paladeaba cada sílaba y la egolatría con que se refería a su propia persona casi no le dejaba ni respirar-, nuestro Dios esta noche.
Marlowe estaba confuso. ¿Aquel hombre había insinuado que el Altísimo no le acompañaba? ¿Qué sus quehaceres se centraban más en la figura de Belcebú? Podía haberlo malinterpretado, pero… no. Imposible, ¿Qué otra explicación cabía para una frase similar? Aun así, los hombres de Dios ya creían que su destino era arder en el Infierno simplemente por saltarse un día sus oraciones. De poco podía fiarse ante aquella insinuación tan ambigua sin conocer realmente al hombre en cuestión.
Fue entonces, cuando sus manos se deslizaron sobre el viejo –el más viejo de los dos, aquel con más de doscientos años a rastras- y éste las contempló de refilón, sintiendo un tacto curioso. ¿La mano de Dios, que por fin tenía a bien tocarle? Marlowe retomó sonriendo seguro de si mismo la posición que sus ojos mantenían antes de distraerse con las manos del obispo, intrigado cada vez más por aquel personaje tan pintoresco que hablaba y hablaba mientras el vampiro sólo miraba. Nadie le dijo que tras la función le aguardaba otro espectáculo con actores mucho mejor preparados. Pues, ¿qué mayores farsantes que los que siguen a pies juntillas a ese Señor todopoderoso y luego se encaman con jóvenes muchachos frente a un retrato de la propia virgen?
- Buena cosecha –dijo mientras la función estaba llegando a su fin-, pero de nuevo, no la mejor – el escritor seguía mientras el obispo se disponía a retirarse-. Parece ser que es usted un hombre que se conforma con cualquier cosa. Incluso que prefiere convencerse a sí mismo de la embriaguez ajena para solventar una conversación de la que… sin lugar a dudas, saldría escaldado. Me pregunto… después de un comentario como el suyo, ¿quién será el auténtico borracho? ¿No lo ha pensado? -la burla corría tan rápido como lo hacía la sangre del inquisidor por sus venas. Carne joven y sangre dulce eran dos de las predilecciones del vampiro que el obispo no poseía y sin embargo aquella forma de llevarle la contraria... el hombre no se merecía menos que un mordisco. Como poco- ¿Aceptaría la invitación de alguien que está dispuesto a compartir un buen borgoña con su persona? Un intercambio inocente de palabras, miradas, suspiros por una sociedad que confunde la actuación teatral con el libre albedrío del ignorante.
De La Rive había pasado el primer juicio. Reconocía aquellas palabras que el propio vampiro escribiera hacía años, siempre recordando donde estaba cuando su pluma tomaba las riendas y su corazón palpitante guiaba ésta arriba y abajo. ¿Cómo olvidarse de un momento así? Si Marlowe nunca había tenido hijos, lo más parecido eran los personajes de sus historias y él, un padre preocupado que amaba a todas sus criaturas. Nunca olvidaría el nacimiento de ninguna de ellas. Nunca. Menos de Fausto. Su Fausto. Él, que conocía a su hijo mejor que nadie en el mundo, tenía que escuchar ahora a aquel hombre presumir de cuanto sabía de alguien de quien no tenía ni la más remota idea.
Asintió haciendo ver al hombre que una vez resuelto el paradero de aquellos versos, podía continuar.
- Coincido con usted en que la novedad puede llegar a ser… interesante. Mas ¿por qué no aplicamos algo así a su doctrina? –haciendo contacto fugazmente con la cruz que el obispo llevaba al cuello- Puesto que la castidad resulta ya algo del otro mundo para la mayor parte de la población, ¿por qué no dejar de ver la... –suspiró- lujuria como algo pecaminoso? Así lo predispuso su- haciendo incapié en el hecho de que Dios nada tenía que ver con el escritor- Dios, de igual forma así lo hizo el magnífico escritor Christopher Marlowe –su boca paladeaba cada sílaba y la egolatría con que se refería a su propia persona casi no le dejaba ni respirar-, nuestro Dios esta noche.
Marlowe estaba confuso. ¿Aquel hombre había insinuado que el Altísimo no le acompañaba? ¿Qué sus quehaceres se centraban más en la figura de Belcebú? Podía haberlo malinterpretado, pero… no. Imposible, ¿Qué otra explicación cabía para una frase similar? Aun así, los hombres de Dios ya creían que su destino era arder en el Infierno simplemente por saltarse un día sus oraciones. De poco podía fiarse ante aquella insinuación tan ambigua sin conocer realmente al hombre en cuestión.
Fue entonces, cuando sus manos se deslizaron sobre el viejo –el más viejo de los dos, aquel con más de doscientos años a rastras- y éste las contempló de refilón, sintiendo un tacto curioso. ¿La mano de Dios, que por fin tenía a bien tocarle? Marlowe retomó sonriendo seguro de si mismo la posición que sus ojos mantenían antes de distraerse con las manos del obispo, intrigado cada vez más por aquel personaje tan pintoresco que hablaba y hablaba mientras el vampiro sólo miraba. Nadie le dijo que tras la función le aguardaba otro espectáculo con actores mucho mejor preparados. Pues, ¿qué mayores farsantes que los que siguen a pies juntillas a ese Señor todopoderoso y luego se encaman con jóvenes muchachos frente a un retrato de la propia virgen?
- Buena cosecha –dijo mientras la función estaba llegando a su fin-, pero de nuevo, no la mejor – el escritor seguía mientras el obispo se disponía a retirarse-. Parece ser que es usted un hombre que se conforma con cualquier cosa. Incluso que prefiere convencerse a sí mismo de la embriaguez ajena para solventar una conversación de la que… sin lugar a dudas, saldría escaldado. Me pregunto… después de un comentario como el suyo, ¿quién será el auténtico borracho? ¿No lo ha pensado? -la burla corría tan rápido como lo hacía la sangre del inquisidor por sus venas. Carne joven y sangre dulce eran dos de las predilecciones del vampiro que el obispo no poseía y sin embargo aquella forma de llevarle la contraria... el hombre no se merecía menos que un mordisco. Como poco- ¿Aceptaría la invitación de alguien que está dispuesto a compartir un buen borgoña con su persona? Un intercambio inocente de palabras, miradas, suspiros por una sociedad que confunde la actuación teatral con el libre albedrío del ignorante.
Última edición por Christopher Marlowe el Lun Feb 09, 2015 10:32 am, editado 1 vez
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: Contesta solo sí, y Lucifer será tu esclavo - Capítulo I
Blablablabla. Aquel tipo parecía querer retarle. ¿A qué? A una discusión, tal vez, a un debate, una reyerta... Cualquier forma de matar el tiempo, fuera cual fuera. Alphonse tenía cosas que hacer -beber hasta reventar-, y el hecho de hablar con un completo desconocido le distraía de su meta principal. La imagen de la botella del 94 resplandecía en su mente, a buen recaudo en sus aposentos, en el Palais-Cardinal. Ah, la boca se le hacía agua con tan solo rematar aquella magnífica noche de la mejor forma posible... La obra había sido perfecta, incluida la representación de Fausto -por mucho que aquel ignorante dijera lo contrario-. Había estudiado la obra de Marlowe desde hacía años, especialmente la aquí nombrada. Leída hasta la saciedad, interpretada incluso por él mismo, imaginándose en la misma situación que el protagonista -un demonio tentándolo, mostrándose ante él y ofreciéndole el poder que siempre imaginó-. No creía que nadie, absolutamente nadie, en el mundo entero... pudiera comprenderlo tan bien como su persona. Pobre ignorante, al tener justo delante al auténtico creador. Ignorancia quizá no era la palabra adecuada, ¿cómo iba a poder saberlo, o si quiera adivinarlo? No, no, inconsciencia. No era consciente de lo que pasaría en pocos minutos. Y cómo el vampiro se burlaba de él, se reía y divertía a su costa.
Habían quedado solos, allá tras el telón. Antes de que Alphonse se largara cruzando la puerta, escuchó como el inmortal seguía hablando -parecía no querer rendirse, y maldito sea el orgullo... Al clérigo le gustaba quedarse con la última palabra, aunque se aburriera, aunque el vino le gritara desde el palacio, aunque supiera que lo mejor era irse...-. Carraspeó, dejando que su capa cayera, acariciando el suelo con sutileza y liberando su cuerpo de nuevo, de modo que ésta ya no le cubriera. Entrecerró los ojos a la vez que suspiraba, otorgando su entera atención al desconocido -otra vez-. Una sonrisa más impresa en sus labios, irónica e hipócrita -una extensión de su ser-.
¿Por qué siempre, aunque fuera como un mero ejemplo, cuando la omnipresente Iglesia y su doctrina salían a relucir, el tema a tratar era el referente a la lujuria y la castidad? Era repetitivo, obvio, una parodia en sí mismo. Bostezó. Bostezó tan exageradamente que la burla era más que evidente -él no era tan buen actor como aquellos que habían hecho disfrutar a sus sentidos, en el escenario. Al menos a ojos del clérigo, por parte del otro ya quedó clara su opinión respecto a los cómicos-. Sin embargo, ese bostezo se cortó al darse cuenta de que el otro había suspirado. Plantado con aquel rostro digno del mayor estúpido. Cerró la boca. Clavando su azulada mirada en lo que cada vez le parecía más un atractivo varón. El otro tuvo que notarlo; en ocasiones Alphonse era todo lo contrario a la sutileza. Sabía que podía estar fingiendo, que aquel suspiro pudo ser por casualidad... -¿casualidad hablando de lujuria...? En la mente del inquisidor le gustaría que no fuera así-. Por unos segundos permaneció callado -algo tan extraño en él-, pensando en esas lujurias y en esa desaparición de la castidad, de la que hablaba el más joven en apariencia...
-La castidad puede ser algo de otro mundo para vosotros, ¿comprendes? Vosotros... la gente normal -volvió hasta dónde estaba su interlocutor. Apenas unos pocos pasos les separaban-. En el seno de la Santa Sede sigue siendo una norma infranqueable. Los cambios, como he dicho, están bien... pero no en lo que siempre ha funcionado tal y como está -una mentira tras otra, obviamente. Alphonse era el primero en saltarse las doctrinas de lo que debía considerar su madre, su padre, e incluso su propio hijo al que debía proteger. No obstante, el resto de la gente no tenía por qué saberlo, y siempre procuraba salvaguardar su imagen de devoto religioso.
Le costaba apartar los ojos del inmortal -en aquella situación jamás hubiera pensado en qué se convertirían, un vampiro y un inquisidor compartiendo una extraña amistad en un futuro no demasiado lejano, unidos por los mismos problemas, el mismo pasado y la misma desesperanza hacia los días venideros. Lo que ha unido el vino, que no lo separe el hombre. Amén.
-No me hace falta pensar quién es el auténtico borracho, no es necesario. Yo lo soy -¿compitiendo con un desconocido? ¿Encima, sobre quién es el mayor ebrio de los dos?-. Por eso mismo sé reconocer a los que son tan semejantes a mi persona -y lo último, el ofrecimiento... sí, de acuerdo. No le conocía de nada, mas, ¿cómo iba a negarse ante un hombre como aquel? Así de triste, de patético, podía ser Alphonse. Dejándose llevar por los deseos más ínfimos de la especie de humana. La respuesta, atendiendo a su mirada apenas parpadeante, era evidente-. ¿Un vino de excelente calidad? Eso me gustaría verlo, y sobre todo probarlo.
Última sonrisa. Si lo pensaba detenidamente, era un inquisidor -más un político en esencia... pero inquisidor, al fin y al cabo-. Podría salvaguardar cualquier incidente, ¿verdad? Y qué demonios, era un borracho. Un borracho deseoso de probar nuevos néctares divinos.
Alphonse de La Rive- Inquisidor Clase Alta
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Re: Contesta solo sí, y Lucifer será tu esclavo - Capítulo I
Un suspiro. ¿Qué era un suspiro realmente? ¿Qué denotaban éstos? ¿Siempre se trataba de pena, ansia o deseo? Ay, esa maldita manía que tenían los humanos de querer dar significado a todo. Así vivían, presos del pánico que les producía todo aquello que no podían entender cuando, para alguien como Marlowe –y aunque dada su condición de escritor consagrado pudiera parecer todo lo contrario-, si las cosas eran, eran y punto. El vampiro había suspirado y un suspiro es un suspiro. Un suspiro no es un ramo de flores. Un suspiro no es una cena romántica a la luz de las velas. Un suspiro no es un tirón violento de pelo durante la consumación del acto –o lo que quiera que hicieran los humanos en condiciones similares-. Un suspiro sólo era eso. Un suspiro.
Vosotros pensaba Marlowe. Vosotros. Ese vosotros hedía tanto como lo hacía el religioso y aun así, el escritor no se valió del curioso olor que intuía a distancia, sino que se aproximó de nuevo hacia el hombre, sin apartar la mirada de sus azulados ojos ni un segundo –así era él, curiosamente incómodo de principio a fin- hasta que su cabeza se ladeó, buscando el cuello de aquel supuesto casto señor y olisqueó cual perro uno a uno de los escarceos que Alphonse de La Rive había tenido a lo largo de los años. Hombres jóvenes, mujeres maduras, viudas, casadas, menores de edad… ¡Vaya, vaya, caballero! pensó el vampiro al tiempo que sonreía, creyendo conocer un poco más a un compañero que empezaba a sorprenderle.
- Vosotros, ¿verdad, caballero? –apuntó el susodicho mientras colocaba más correctamente el atuendo del otro sin abandonar su sonrisa-. Claro. Desde luego. Vosotros
Una vez el hombre hubo colocado su capa sobre los hombros con intención de abandonar el lugar, el vampiro estaba seguro de que aquellas palabras que pronunciaría a continuación harían mella en el clérigo de una forma u otra y que pronto, el que parecía el soliloquio final de éste, volvería a convertirse en una conversación de dos. Misión cumplida pensó Marlowe antes de abandonar aquel sitio con Alphonse de La Rive.
Minutos después.
Morada de Christopher Marlowe.
Morada de Christopher Marlowe.
La noche se antojaba joven. Todo lo contrario a nuestros protagonistas y sin embargo, éstos gozaban de todo lo joven que se les pusiera por delante. A excepción del vino, que debía estar a la altura en cuanto a añada.
- No hagáis nada de cuanto os he dicho, nada. Permitid que el Cardenal, hinchado con el vino, os conduzca otra vez al lecho y allí os acaricie –de rodillas frente al clérigo, acariciando a éste-, apretando lascivo vuestras mejillas , y os tiente el pecho con sus malditas manos –haciendo de nuevo lo propio en ambos casos. Acariciando la mejilla izquierda del religioso primeramente para colocar después una de sus manos sobre hombro ajeno y la otra acariciando un pecho que escondía aquel latir cada vez más rápido- y os bese con negra boca –a un palmo de los labios del Arzobispo, con proximidad amenazante, pero ¡eh! Marlowe era un payaso y aquel su circo, no una casa de citas. Cerca de propinar al hombre el beso mencionado, se alzó veloz y continuó recitando palabras que no pertenecían a él, al contrario que el hombre que en una ocasión las escribiera-. ¡Agradecida entonces, declaradle cuanto hay en el caso, decidle que mi locura no es verdadera, que todo es artificio!
Rara era la ocasión en la que el dramaturgo no aprovechaba para demostrar su buen conocimiento del teatro isabelino. En este caso, hasta arriba de vino y en compañía de un hombre que sabía tanto reconocer como apreciar todo aquello pronunciado. Fueron entonces los versos pertenecientes a Hamlet los que vinieron a la mente del vampiro, deseoso por continuar la sarta de estupideces que ambos comenzaban a hacer o decir a causa del alcohol. Erguido, caminando por la estancia, haciendo uso de los movimientos más histriónicos y la voz más teatral posible, hizo mención de aquellas palabras tan de memoria que era preocupante. Aunque ¿qué obsesión insana por una persona no lo es? Y el vampiro llevaba años suspirando por un hombre muerto al que nunca volvería a ver. ¿Qué menos que revivirlo con cada palabra, cada frase de sus propios escritos?
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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