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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Jue Ene 29, 2015 7:18 am

El esfuerzo que estaba haciendo para mantener los ojos abiertos durante toda la duración del sermón era absolutamente sobrehumano, y eso teniendo en cuenta que había acudido por mi posición a más misas de las que era capaz de recordar, debía ser tenido en cuenta con toda la intensidad que suponía. El resto de mujeres que me rodeaban en la parte izquierda de la catedral, también a la iglesia del cura, permanecía atento a cada una de las palabras que el sacerdote estaba soltando con un tono tan monótono como las ropas negras que todas, sin excepción, portábamos, y yo estaba haciendo mi mejor esfuerzo para disimular con resultados, igual que siempre, perfectos. De hecho llegué a pensar, mientras el anciano frágil y enfermizo nos exaltaba las virtudes de ser un perfecto seguidor de Cristo, el motivo de que separaran a hombres y mujeres en una iglesia durante los oficios, a derecha ellos y a izquierda ellas. La única opción que se me ocurría y que tenía un mínimo de lógica era que querían recordarnos que éramos unas pecadoras al situarnos a la izquierda, al lado en el que el ladrón malvado fue crucificado junto a Jesucristo según se había escrito hacía demasiados años para recordarlos. Eso, por supuesto, dejaba bien a los hombres; ellos estaban situados a la derecha, que era el lado ocupado por San Dimas (según los Apócrifos, al menos, que decían cosas bastante más interesantes que la vieja Biblia latina que yo tenía en mi mansión), el buen ladrón. Una vez más, se nos recordaba a las hembras que éramos unas pecadoras hiciéramos lo que hiciéramos, daban igual las circunstancias o incluso si era algo que no habíamos elegido; una vez más, me hastiaba la institución para la que había terminado trabajando, pero no podía decir nada porque, de lo contrario, intentarían quemarme en la hoguera... como yo había hecho muchas veces con condenados de la Inquisición, todo había que decirlo. Y tenía la práctica suficiente para saber que dolía tanto que no era algo que yo quisiera probar, muchas gracias.

Armándome de paciencia en aquella misa nocturna a la que había acudido solamente porque el cura me lo había pedido tras otorgarme una misión antes del comienzo de la ceremonia, mantuve la vista fija en el sencillo altar que habían decorado en el ábside de la basílica, simplemente decorado con esculturas. Con los ojos delineé el trazo de las figuras que aparecían, como siempre en actitud beatífica, frente a mí, con la expresividad que algún escultor había decidido regalarles con su martillo y su cincel y las palabras del sacerdote llegándome solamente de lejos, al igual que el resto de sensaciones. Por un momento me perdí en mis pensamientos, planificando la misión que después llevaría a cabo, una vez me liberara del yugo de la maldita ceremonia a la que había acudido por obligación, y seguramente por eso no noté el tufo a muerte que equivalía sin duda a un vampiro hasta que no fue demasiado tarde. ¿Cuánto tiempo llevaría allí el no muerto? Y, mejor, ¿de quién se trataba? Disimuladamente dirigí una mirada hacia la zona de las mujeres, donde nadie parecía emitir aquella peste dulzona a muerte y a cadáver andante, y al ver que de allí no provenía dirigí los ojos hasta la zona de los hombres, de nuevo con una gran sutileza. Allí, al tiempo que el cura daba fin al sermón que nos estaba embriagando de aburrimiento a todos por igual, identifiqué enseguida al cadáver andante como un hombre moreno, de piel cetrina (cómo no) y ojos azules tan claros que parecían hielo puro, a diferencia de mis ojos que, estaba segura, debían de parecer tan ardientes como la rabia y el odio que borboteaban en mi interior. No podía evitarlo; de todas las criaturas que me tocaba cazar para entregar al Santo Oficio, los vampiros eran mis menos preferidos de todos, y de hecho disfrutaba cuando tenía que arrancarle la cabeza a uno de ellos igual que una mujer de sociedad disfrutaba con un nuevo cotilleo en un baile. A cada cual con sus gustos, ¿no?

Aquel odio tenía mucho que ver con mi naturaleza de licántropa, lo admitía y no me ofendía lo más mínimo hacerlo, pero también estaba relacionado con el hecho de que a mi hermano mayor, Baptiste... o Raoul, lo llamaba de ambas formas, lo hubieran matado los vampiros hacía ya muchos años. Él y yo nunca habíamos sido cercanos, pero como hermano lo apreciaba más que a cualquier otro miembro de mi disfuncional familia (salvo, obviamente, a mi querido Roland), y el trauma que me había supuesto su pérdida a manos de chupasangres aún no se me había pasado... De hecho, había empeorado a raíz del mordisco del licántropo en mi piel, también hacía ya bastante tiempo, así que no podía evitar profesar a los no muertos un odio particular, con y sin motivo. Ignoraba quién era él, quién había sido o por quién se hacía pasar; también ignoraba qué demonios hacía en una iglesia en la que la misa estaba ya (¡aleluya!) terminándose, pero si había algo que sabía era que lo detesté con solo mirarlo y que, aunque fuera de pésima educación, no podía apartar la mirada desdeñosa de él... Incluso aunque él, hacía ya un buen rato, se hubiera dado cuenta de que lo miraba. ¡Como si a mí me importara! Tampoco lo hizo que al terminar la ceremonia me llamara el cura, una vez se establecieron los corrillos de rigor en el fresco interior de la iglesia, a diferencia del caluroso exterior, y me informara acerca de la misión. Lo escuchaba de fondo, y lo miraba solamente en ocasiones porque estaba ocupada vigilando al vampiro, que se había quedado al margen, cómo no, de la socialización para hacer el demonio sabría qué. No veía el momento de que el cura me liberara para ir a echar un vistazo al chupasangres, pero por desgracia seguía con ganas de hablar y de continuar con el sermón de antes, así que tuve que quedarme allí, embutida en el vestido largo que portaba y fingiendo que mi interés no estaba varios bancos por detrás...
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Mensaje por Christopher Marlowe Dom Feb 08, 2015 1:52 pm


Escribir siempre era difícil. Christopher Marlowe era consciente de ello, habiendo dedicado más de un centenar de años a satisfacer las exigencias del público y de sus editores, siempre poniendo por delante sus intereses y la necesidad de escribir algo que no quedara en el olvido de la misma forma que ya había quedado su viejo nombre -el que éste más apreciaba- una vez se fueron sucediendo los años.

Cada libro era más difícil que el anterior. La inspiración era escasa y las ideas se agotaban – lo lógico cuando vives tanto-. Marlowe se preguntaba día tras día si su decadencia como escritor no estaría ya ahí, a la vuelta de la esquina. Era entonces cuando acallaba aquellas voces con un trago de vino y volvía a coger su pluma para batallar con el papel usando como arma el intelecto. Su prosa ya no era la misma. Había tenido que adaptarse a los tiempos que corrían donde la clase de versos que el escritor solía utilizar estaban ya más que descatalogados entre lo reclamado por el público. Triste, desde luego. Había tenido que dar la espalda a tantas cosas a lo largo de los años que ya era casi inmune al dolor de la pérdida, a la añoranza, a la melancolía.


Armand se hincó de rodillas, reclamando todo aquello que su Dios le había prometido:
- Te ordeno que me asistas mientras yo viva y que cualquier cosa que Armand te ordene, lo hagas. Ya sea que la luna salga de su esfera o que el océano devore el mundo.
Los cielos se abrieron, la catedral tembló y el Dios por el que tanto había estado rezando, hizo acto de presencia.
- Servidor soy del bien y no puedo servirte cuando sé que tus actos están en el punto de mira del propio Lucifer.



- Esto no es más que basura. ¡BASURA! ¿ME OYES? –gritó al tiempo que lo tachaba, rompiendo la hoja con fiereza y esparciendo de un manotazo todos sus papeles por el suelo, colocando al mismo tiempo sus manos en las sienes, buscando aquella inspiración a la que tanto le gustaba jugar al escondite.

Fue entonces cuando de un salto se incorporó. La silla salió despedida, pero a él poco le importó. Abandonó su domicilio con prontitud y avanzó por las calles y callejas de París de forma veloz sin saber dónde pararse. Sin saber cuál era el lugar que le proporcionaría la inspiración que necesitaba. Tascas, burdeles… y cual señal divina, el vampiro tropezó y se dio de bruces en el suelo, levantando su mirada y observando la magnificencia de aquella catedral que se alzaba ante él. Si escribía sobre Dios, ¿por qué no hacerle una visita?

La misa era terrible, aburrida, vacía. Se limitó a escuchar dos respetuosos minutos para pasar a observar todo el lugar. Algo en aquel sitio tenía que servirle. Cruzó sus manos, sus pies bajo el asiento y observó el sitio con una mueca que desechaba lo inservible. Curiosamente, algo turbó su interés en los capiteles del lugar. Su mirada se posó lentamente en la persona, no, no era una persona, en la bestia, aquella bestia que había comprendido con un único olisqueo la naturaleza del hombre. Marlowe, haciendo gala de su faceta más payasa, saludó a la mujer con un gesto de cabeza y una sonrisa la mar de estúpida que para nada venía a cuento dado el odio que desprendía el semblante de aquella, la otra. Poco después su rostro e interés  volvieron  a recorrer el lugar, pero en este caso algo había cambiado. Ahora sí que sentía esa chispa, ese ardor, ese jugueteo interno.  Comenzó a atusarse una barba inexistente mientras pensaba en muchas otras de las características que su personaje, Armand de Valois podía tener. Licantropía, quizás. Una mirada ardiente, soberbia. Marlowe no negaba que muchas veces deseaba mantener relaciones físicas con sus propios personajes. Su mente daba vida a auténticas piezas de coleccionista que seducían al escritor con cada diálogo y movimiento. Hubiera permitido que su propio Fausto le encadenara y jugara con él, habría sido gustoso cortesano junto a Enrique II y satisfecho todas sus peticiones más íntimas. El turno había llegado para de Valois. Necesitaba seducir al escritor para saber éste que su trabajo iba por buen camino.

La misa concluyó y la gente abandonó el lugar mientras el escritor no hacía ademán alguno de querer irse. Observó que su nueva amiga tampoco seguía a la manada y posó la vista sobre ella. ¿Cómo se llamaría? ¿A qué se dedicaría? El vampiro pensó que con ese cuerpo podría  haberse dedicado toda su vida a la prostitución –sí, desde la infancia. A algunos los llaman viejos verdes por algo- , lo cual le hizo soltar una carcajada que recorrió gran parte de la catedral. Si las personas que habían abandonado ésta no pensaban que estaba loco, la mujer de sus preguntas lo haría pronto. La prostitución era algo tan aburrido para una mujer así que pensó dedicaría sus curvas y su cuerpo a los hombres en privado sin estar sujeta a abonación monetaria alguna. Monja, eso sería más divertido. Aunque había demasiado ardor en sus ojos para dedicar su tiempo a la caridad de ningún hospicio, así que el vampiro desechó esa idea también.  ¿Tan aburrido estaba el escritor Christopher Marlowe para perder el tiempo en juegos? Sí, mucho. Y lo peor es que tendría toda la eternidad para hacerlo.

Pronto pensó que tal vez sólo hubiera una forma de solventar todas sus dudas. Un solo parpadeo de la mujer le bastó para desaparecer de su vista, aunque no de su radar, pues Marlowe siempre parecía que destacaba por su encantador aroma, sacado de la más pútrida de las cloacas para aquellos que habían sido mordidos por un bicho con malas pulgas.
Esperó educadamente -¿de qué otra forma sino? Podía beber sangre humana, pero por Dios santo, era un caballero- a que la conversación de la mujer con el cura cesara y a que ésta se dispusiera a abandonar el lugar para salir de su escondite con la velocidad – y al mismo tiempo la calma- suficiente como para que la loba –o corderita- no se diera la vuelta antes de tiempo.

- Dime tu nombre y dejaré que me mires todo lo mal que quieras.
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Mensaje por Invitado Jue Feb 19, 2015 11:37 am

Si no fuera porque me había pasado toda mi vida fingiendo expresar felicidad cuando, en realidad, estaba ocupada planeando una ventaja que pasaba por matar a la mayoría de gente que conocía probablemente mis rasgos me hubieran traicionado, pero fui capaz de comportarme con una entereza sorprendente aun cuando el olor del chupasangres casi me asaltó, antes incluso de verlo. Ayudó que la conversación con el reverendo apenas se alargara mucho porque, bueno, no tenía demasiados temas en común con el buen señor y tarde o temprano hasta mi labia natural se esfumaba, pero el problema radicó en que la charla no duró lo suficiente para darme tiempo a mentalizarme de la presencia del vampiro, y por eso cuando llegó me pilló, dentro de lo que cabía, por sorpresa. Relativamente hablando, claro, porque me notaba en tensión desde hacía un rato y tenía la mano colgando a uno de los lados del cuerpo (la otra estaba directamente apoyada en mi cadera, indolente como yo siempre lo era) para poder acceder fácilmente a las armas que escondía bajo el vestido. Ni siquiera en unas circunstancias en las que no me esperaba estar en peligro podía evitar ir armada; era, suponía, un efecto adverso de la profesión a la que me dedicaba más en cuerpo que en alma, pero no podía evitarlo y en instantes como aquel me convencía de que era una idea muy buena porque nunca se sabía lo que podía pasar. ¿Terminaría ahorcándolo con mis manos, destrozando un banco para improvisar una estaca con la que atravesarle el corazón, partirlo en cachitos para lanzarlo a una hoguera hecha con los cirios de la iglesia...? La verdad era que el ambiente me daba muchas buenas ideas a la hora de enfrentarme a aquel improvisado problema que se me había presentado sin que yo quisiera o hubiera hecho nada por invocarlo, y solamente su comentario me hizo decidir responderle verbal en vez de activamente. No se merecía que gastara demasiada de mi atención en él, definitivamente.

– ¿Te piensas que necesito tu permiso para mirarte con el asco que me dé la gana? Por Dios santo, eso es lo que odio de vosotros los chupasangres: os creéis con derecho de decidir sobre lo que hacen los demás cuando, en realidad, suficiente deberíais tener con no ser una maldita plaga en este mundo.

Hasta yo noté el desprecio en mi voz, y él tuvo la oportunidad no solamente de oírlo, sino también de vérmelo en la cara (expresiva porque así se me había antojado aquel instante) cuando me giré para plantarme ante él y lo miré de arriba abajo sin disimulo alguno. ¿Qué sería lo peor que podría pasar, que ardiera en llamas por mirar al demonio...? Ni él me parecía particularmente demoniaco ni, además, creía que existiera un Infierno al que acabar yendo cuando mis pecados para el mundo fueran demasiado intensos, así que no temía nada que temer por mi insolencia habitual, especialmente hacia un vampiro. Lo único con lo que debía tener cuidado eran las personas que tenía alrededor, frente a las cuales yo era una mujer de sociedad hablando con un hombre (y sin carabina, pero el daño a mi reputación no me importaba demasiado: poco quedaba por dañar a aquellas alturas de mi vida) increíblemente mayor que yo... Porque eso sí que era sorprendente: ¿desde cuándo los vampiros no buscaban a reyes de la belleza jóvenes e increíblemente lozanos para transformarlos en uno de los suyos? Todos a los que yo había conocido (de los que no eran deformes, claro estaba) podrían pasar por seres angelicales si es que se creía en ellos y no se atendía a la peste que desprendían por cada uno de los rincones de sus cuerpos; todos salvo él, que aunque a su manera no era desagradable, todo lo bueno que pudiera parecerme se anulaba por los colmillos que se escondían en su boca. Eso, para mí, podía anular hasta al mismísimo rey de Francia, y según tenía entendido el rey que se habían sacado de la manga después de la Revolución era incluso un vampiro, así que si hasta a mi soberano despreciaba, ¿por qué no iba a despreciarlo a él...? Sería tan injusto por mi parte que ni siquiera resultaría apropiado, mucho menos conociéndome como lo hacía.

– No pienso decirte mi nombre por mucho que te empeñes o supliques, aunque no negaré que podría resultar divertido verte tirarte al suelo para rogarme un poco de piedad. Lo mejor que puedes hacer es largarte y dejarme tranquila, no tengo ningún interés en ti ni en que me conozcas. En conocerte, por supuesto, tengo aún menos...
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Mensaje por Christopher Marlowe Jue Feb 19, 2015 1:02 pm


La sonrisa del vampiro era lo menos apropiado en aquel momento, así que bajó el mentón intentando ocultar ésta durante unos instantes para, a continuación, alzarla de nuevo, contemplar a la mujer –una mujer poco corriente, por lo que llegaba a apreciar- más de la cuenta –pues el tiempo pasa volando cuando tus pensamientos van y vienen y ni tú mismo eres a veces capaz de seguir con tu vida mientras éstos transitan por las calles de la mente- y finalmente contestar a su desdeñoso –desdeñosamente divertido- comentario.

- ¿Y no ha pensado, querida dama –el trato se había modificado. Las formas regresaban a la boca y modales del hombre- que de todas las otras condiciones de las que soy partícipe: hombre, escritor, caballero, amante de las flores… podría resultar ofensivo que me viera como un simple carroñero de la noche? Porque estoy seguro de que su inexplicable odio hacia alguien que acaba de conocer como yo se vería exacerbado si sólo la tratara como a un par de voluptuosos atributos femeninos –guiando su mirada de forma todavía más gráfica y explicativa hacia sus pechos- o quizás como… -su olfato se agudizaba y al poco rato la sorpresa le hizo sonreír de nuevo- ¡ja!, una mujer con evidentes signos de licantropía. No se preocupe, no lo he adivinado por su vello corporal, es que soy muy observador. ¿Por qué no tiene a bien tratarme como a un ciudadano más y así no tendré que tratarla yo como la hipócrita que es usted viniendo a misa aun estando realmente tan condenada como lo estoy yo?

Hacía mucho tiempo que Marlowe no se las tenía que ver con un hombre lobo, mucho menos una mujer lobo, o menos aun una perra con malas pulgas como parecía serlo aquella. Y lo peor de todo era que detestaba a los vampiros. Por favor, habían estado en guerra durante tantos años que resultaba primitivo continuar con la contienda en lugar de tender una mano amiga a alguien que siempre podía resultarte provechoso. Y sino, siempre te lo podías comer.
Al escritor no le pareció muy inteligente la reacción de la mujer. No fiarse de un hombre, claro que eso era inteligente, y más cuando se trataba de un escritor, no digamos de Marlowe. Pero juzgarle sólo por el hecho de ser un vampiro… ay, mon jeune femme. Tanta gallardía y tan poco cerebro.

- Estoy seguro además de que a su Señor –alzando la mirada un instante- no le agradaría en absoluto esa forma con que menciona su nombre tan a la ligera, como si se tratara de una simple muletilla exclamativa. ¿A eso ha reducido a su Dios? ¿A una nota a pie de página en el capítulo decimoctavo de un libro con no pocas páginas? No se engañe, una vez en el Infierno probablemente nos toque compartir cuarto. ¿Prefiere encima o debajo?

Demasiado era el veneno que corría por la boca del escritor. La frustración de aquellos papeles en blanco que había dejado atrás se hacía patente en el trato con la mujer. Su aliento tampoco estaba del todo inmaculado. Quedaban restos de los pecaminosos contactos que había tenido momentos antes con aquella botella de vino que no paraba de decirle: tómame. Y así lo hizo una y otra vez, a falta de una buena mujer o un buen hombre. O qué demonios, unos buenos escritos.
Christopher Marlowe no era un mal tipo, sólo tenía un mal día, una mala noche. Así pues, haciendo caso al sarcasmo de la mujer y valiéndose del ridículo más propio que le representaba, el vampiro hincó sus rodillas y alzó la voz provocando en la mujer seguramente vergüenza.

- Oh, visión celestial, ten piedad por tu indigno siervo y concédele el privilegio de conocer tu nombre.
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Mensaje por Invitado Sáb Mar 28, 2015 5:32 pm

Si no hubiera estado completamente segura de que era un vampiro, seguramente me habría planteado que aquel demente se había escapado del circo gitano y había acudido a la iglesia para mortificarme con lo que se pensaba que era divertido, pero simplemente resultaba molesto. De haberse tratado de eso la situación tendría un pase, porque ni siquiera yo era tan cruel de desdeñar los desvaríos de un pobre diablo que había perdido la cordura, pero la peste que emanaba de aquel ser gritaba a los cuatro vientos que era un vampiro y, bueno, cuando se trataba de ellos yo no atendía a razones... Los detestaba demasiado, era algo que me hacía hervir la sangre en las venas y que me hacía sentir como si tuviera fiebre, igual de delirante e igual de irracional, aunque más orientada a la violencia. Él, por supuesto, lo ignoraba; para él sería, suponía, una simple loba o una mujer joven a la que había molestado en el día equivocado, pero si supiera la verdad... Si la supiera, probablemente, seguiría haciendo lo mismo. A alguien a quien le importaba tan poco mandar su reputación a tomar viento fresco no creía que le importara demasiado que estuviera enfadando a una inquisidora particularmente violenta porque, total, ¿qué más daba? ¡Si se había puesto a gritar en medio de la iglesia, tras una misa a la que él había acudido igual que yo! ¿No se daba cuenta de que llamarme hipócrita a mí era lo mismo que llamárselo a él...? ¿No se daba cuenta de que mi manera de ignorar al dios cuyos milagros se pregonaban a lo largo y ancho del continente era porque no creía en él desde que me había dejado abandonada a mi suerte y en una empresa que me era demasiado ardua? No, era evidente que no.

– Qué bochorno, qué insulto a la categoría de caballero en la que tan gustosamente os incluís, señor. Vais a hacer que me sonroje, ¿sabéis...? Pero por vergüenza ajena, no propia. Alguien que tan libremente ignora las enseñanzas del sabio Barón de Holbach no merece siquiera batirse en duelo verbal con una mujer como yo. ¿O acaso vuestra impresión de mí se limita a absolutamente todos mis atributos, igual que la mía se ve influenciada por los suyos? Sois vos un descarado, señor.

“Los niños nacen ateos; ellos no tienen idea de dios”. Cuánta verdad recogida en una idea del difunto barón, cuánta verdad en torno a la cual yo basaba mi pensamiento aunque no lo hubiera leído hasta no ser algo mayor que la niña que era cuando él había muerto, mentalmente hablando al menos. No obstante, dada la ignorancia de la obra del autor que profesaban la mayoría de personas que nos rodeaban, pronto asumieron que la conversación entre el vampiro y yo se había vuelto intelectual y decidieron dejar de prestarnos atención pese a los intentos desesperados (e infantiles) de aquel hombre por obtenerla. ¿Pensaba que así lograría que lo hiciera caso, ya que dejaría de poner en tela de juicio mi reputación? ¡Por favor, para eso habría de tener una que mereciera la pena considerar...! Sin que se me conociera, siquiera, ya se podía saber perfectamente que yo estaba en las antípodas de lo que una auténtica dama de la época había de ser, mas no podía culpárseme tanto a mí como a la educación que había recibido, una en la que primaban las enseñanzas inquisitoriales por encima de los buenos modales. Eso no significaba, por supuesto, que los ignorara, ¡Dios me libre! Simplemente elegía cuándo quería usarlos, y él no era digno siquiera del esfuerzo que suponía recordar las lecciones que sólo aplicaba de cuando en cuando: era tan sencillo como eso. Su declamatoria podía ser tan afectada como se le antojara, y podía pensar que mi posición era limitada porque mi cabeza no daba para mucho más, pero si con eso me aseguraba de que se perdiera de mi vista, bienvenido fuera. Un problema menos para mí.

– Tal vez a ese Señor no le agrade, es cierto, pero ¿habéis pensado que tal vez, sólo tal vez, no me interesa lo más mínimo? Mi dios se ha reducido a menos que eso: una gota de tinta borrosa en un pergamino con una serie de instrucciones que debo cumplir. Pero, bueno, ¿qué importa? Sólo soy una hipócrita descreída y con evidentes signos de licantropía. ¡Pardiez, vaya pieza estoy hecha! Comprenderéis, entonces, que no tenga piedad y no os diga cómo me llamo... Aunque sí os diré una cosa: siempre encima.
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Mensaje por Christopher Marlowe Lun Mar 30, 2015 6:07 pm


El brillo era cegador. Puñales que volaban de un extremo al otro en aquel ring que prometía condenación a ambos oponentes. Tantos santos escuchando la conversación. Algunos frunciendo el ceño, otros encantados por un espectáculo que se salía de las misas con sabor a ceniza. Los más bromistas, haciendo apuestas a favor de las uñas de la mujer o los colmillos del hombre. Al fin y al cabo, todo tiene cabida en la casa del Señor. Bien lo sabe todo aquel perteneciente a la institución de la Iglesia. Tantos pecados camuflados entre esas paredes, atravesados por columnas, intentando escapar entre enormes ventanales, representados en pórticos… benditos pecados.

El vampiro se sobresaltó, frenético ante las palabras de la mujer y ansioso por contestar, escondiendo su sonrisa todo lo que podía.

- Siento decepcionarla, pero no estoy muy puesto en Holbach ni en su filosofía. En la filosofía en general. Sólo he escrito, ¿qué? ¿Una decena de libros impregnados de ésta? Eso no es nada, desde luego. Usted parece ser, al contrario que yo, toda una experta no sólo en el culto a nuestro Señor, sino en las prácticas filosóficas nacionales. Así que por favor, ¿por qué no me instruye sobre ellas mientras yo finjo que la escucho?

Adoptó poco después una postura que le llevó a colocar su mano derecha en el rostro, jugando con su propia barbilla, al mismo tiempo que utilizaba el brazo izquierdo como apoyo a su hermano. No pudo sino fruncir el ceño mientras continuaba hablando.

- Lamento que haya comprendido mal todo aquello que he querido decirle, pues precisamente al ser tan descarado intentaba hacerle ver lo terrible que son los juicios sin conocimiento de causa. De todas formas, prefiero ser ave con mi lengua que animal con la vuestraMucho ruido y pocas nueces. Acto I, escena I-, pues, hermosa dama, se aventura usted demasiado pronto a tacharme de la lista de AQUELLOS, LOS ELEGIDOS –con un evidente retintín- para elevar la vista un palmo del suelo y cruzar dos palabras con usted. Lo cual hace pensar a un servidor que aunque podáis ser una gran adiestraloros -de nuevo haciendo hincapié en las palabras que el bardo puso en boca de Benedicto- carecéis tristemente de algo tan necesario como la humildad. O al menos eso demostráis.

El interés del inmortal se desplomó según pronunciaba sus últimas palabras y asentaba las últimas impresiones que la mujer había causado en él. Marlowe podía estar loco –podía, no que lo esté-, podía ser un bebedor compulsivo, un insaciable asaltacamas –hombres, mujeres, bichos de todo tipo-, un enamorado desesperado… pero ante todo valoraba a las buenas personas. ¿Alphonse de La Rive su mejor amigo? Si, por supuesto. Al margen de lo que todo el mundo pudiera llegar a pensar tras tratar una o dos veces con el Cardenal, el vampiro había escuchado parte de sus más ocultos pensamientos, de sus más tristes confesiones. No era más que otro pobre mártir, arrastrado en contra de su voluntad por las peores tentaciones al igual que el escritor se dejara llevar en su momento -años ha- por el amor –el peor de los amores. Bañado por una oscura obsesión que pudre cualquier corazón que toca día sí y día también-, la ira, la venganza y todo lo que ello implicaba: la peor vida de excesos que cualquiera se puede imaginar.

La forma en la que la mujer dejaba claros sus intereses hacia el Altísimo, aquellas creencias firmadas con mentiras y probablemente una historia detrás que el escritor bien podía aprovechar, hicieron que el interés del dramaturgo volviera a manifestarse.

- A lo mejor no eres una hipócrita descreída con evidentes signos de licantropía –el hombre se valió de un trato más cercano que esperaba ayudara a sus honestos propósitos-… y quizás, si me dijeras tu nombre, podrías convertirte en una persona. Ya sabes, yo podría tratarte como tal, tú a mí también. No es que no seas una persona –empezaba a ponerse nervioso, a pensar que quizás estuviera metiendo la pata con todo lo que decía y que por mucho que su tono se hubiera vuelto manso y temeroso, la mujer no desistiría, convirtiendo el apretón de manos metafórico que éste le ofrecía en otro cuchillo más-… en fin, comencemos de nuevo. Mi nombre es Christian, aunque por las noches me llaman Reina del desierto. Cosas de la noche, ya sabes -un humor que siempre sobraba pero que nunca dejaba de incluir-. Ahora bien, no sé cual será tu nombre, pero me encantaría saberlo.
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Mensaje por Invitado Lun Jul 06, 2015 11:43 am

¿De qué clase de loquero se había escapado aquella sanguijuela y por qué demonios no había alguien detrás de él que pudiera volver a meterlo en la celda que le correspondía? ¡A los locos como aquel no debería permitírseles salir a la calle! Pues aunque él intentara provocarme algo que no fuera el desdén que su aroma ya me provocaba (cosas de lobos, ¿alguien podía culparme?), lo único que conseguía era causarme extrañeza y algo de lástima por la cordura que se le debió de perder siglos atrás. Como a todos los de su raza, le faltaba un hervor en la cabeza, ¿es que acaso era una condición natural de todos los muertos vivientes o sólo se trataba de un rasgo que aprendían con los siglos incordiando a todo el mundo y a todos sus habitantes? Me había encontrado con los suficientes para saber que él era especial, pero no sabía hasta qué punto ese especial era bueno, porque ya ni siquiera me fiaba de un vampiro que tuviera a bien hablar con su enemigo natural de algo que no fuera afilar sus colmillos en mi pelaje, estando transformada. ¿Qué demonios planeaba? ¿Lo sabía él, siquiera, que parecía cambiar de un tema a otro con una facilidad exasperante? Porque su carácter me crispaba ya de forma natural, pero aquella irreverencia de la que no dejaba de hacer gala era tan frustrante que no dejaba de apretar la mandíbula y me estaba conteniendo muy duramente para no suspirar con el hastío que estaba sintiendo más o menos desde el primer momento de nuestro encuentro. Uno entre dos seres que, por mucho que él se empeñara, no eran personas ni lo seríamos nunca, ¿de verdad quería pretender que no se dedicaba a matar aquello que quería que yo tomara como referencia para tratarlo? Por Dios Santo... De entre todas las cosas extrañas que podían pasarme, un vampiro con complejo de humano y encima demente a su manera era lo que se llevaba la guinda.

– Aquellos, mis elegidos, suelen ser más bien los que elige Lucifer, no los que elige Dios, al menos si nos atenemos a las creencias de este lugar en el que nos hemos encontrado. Excepto, claro, cuando se trata de ciertos seres... ahí hago excepciones porque ni siquiera todos los condenados son de mi agrado. Será mi falta de humildad, que sale a la vista cuando me pongo exquisita al elegir mi compañía, pero si ya ni ese placer me es propio, señor mío, ¿qué me queda?

Christian... Qué nombre más irónico teniendo en cuenta que nos encontrábamos en una iglesia, ¿no? No se le podía haber ocurrido un nombre más propio y a la vez impropio para nuestra situación, y aun así me daba a mí en la nariz (siempre y cuando fuera capaz de apartar el hedor a muerto, claro) que no mentía o, al menos, no lo hacía demasiado. Si es que los vampiros podían decir la verdad en algún momento de sus largas y aburridas existencias, eso estaba por ver, pero aun así me parecía que estaba siendo sincero y eso se correspondía con su actitud de querer empezar desde el principio otra vez. Tabula rasa, que decían los antiguos y los eclesiásticos que se habían apropiado de la lengua que ya absolutamente nadie hablaba con normalidad, pero eso siempre era más fácil de decir que de hacer y ni siquiera de haber querido darle ese borrón y cuenta nueva habría sido capaz de hacerlo. Él era viejo (y no me refería a su apariencia, aunque la edad se le notaba. Mira que era raro que no transformaran a alguien en la flor de la juventud...), y yo era una loba bastante joven que, además, lo de controlar los impulsos no lo llevaba demasiado bien. No por algo era el quebradero de cabeza más recurrente de la Inquisición siempre que dejáramos aparte los de verdad, ya se sabe, todos aquellos que la institución condenaba por un motivo o por otro. No era físicamente capaz de apartar el desdén de él, pero sí era lo suficientemente madura (o algo así) para tener una conversación con él con la malicia que me caracterizaba. Porque otra cosa no, pero debía reconocerle el mérito de hacerme despertar la mente entumecida por la misa más aburrida que había presenciado en muchos años, y eso que mi familia era fervientemente católica y había tenido la oportunidad de acudir a muchas... desde luego a más de las que me gustaría.

– Por tratarse de ti voy a darte el nombre que menos me gusta de los que tengo y han utilizado para llamarme. Ahora no me vengas con falsas sorpresas, ¿eh? Estoy segura de que te imaginabas que no te diría el nombre que me gusta que mis hombres giman cuando los hago rozar el cielo con los dedos. Así pues, te permito que me llames Solange, pero me cabrea mucho que usen ese nombre conmigo, así que si yo fuera tú no abusaría del vocativo... Christian. Eso en caso de que vayas a seguir hablando conmigo, claro está.
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Mensaje por Christopher Marlowe Sáb Jul 18, 2015 1:56 am


Muchos eran los que podían asegurar que el vampiro pecaba de algún que otro atisbo de locura, perdiendo cordura por momentos debido al paso de los años, a los seres queridos que en algún momento se le escabulleron entre sus dedos, y a la exasperante vida eterna con la que debía lidiar quisiera o no. Aquella maldición que aceptó sin dudar, ebrio completamente y buscando una venganza momentánea pero tan estúpida como estúpido fue él aceptando su maldición.

- Mirándolo así… todavía es poseedora de un carácter atigrado, ¡Ah! Y un pelo precioso, por supuesto. Yo utilizo un jabón de color amarillento. No sé sus componentes, pero no me deja el pelo tan sedoso y manejable como el suyo. Algún día deberíamos quedar, ya sabe, para hablar de cosas de chicas: hombres, religión, los mejores métodos para desprender la carne humana del hueso usando simplemente unas zarpas con una buena manicura y una dentadura afilada…no sé, ¿qué soléis hacer las mujeres en esas situaciones?

Su cabeza le decía que se detuviera, pero su boca no parecía estar de acuerdo, verborreando locamente y sin percatarse de la cantidad de enemistades que ya tenía, fruto de ésta. Aunque, ¿quién en su sano juicio podía buscar otra cosa? ¿Amigos? Hasta los enemigos eran más fieles. ¿Amantes? Oh si, lo ideal cuando eres vampiro. Carecer de sangre que bombee tu corazón y que además te lo rompan. Marlowe el bebedor compulsivo, Marlowe el vampiro, el escritor, el loco… pero sobre todo: Marlowe el hipócrita en busca de aceptación social y enamorarse locamente. Aunque... no hablemos de los muertos, que los muertos todavía escuchan nuestros suspiros anhelantes. Pues aún, a dos metros bajo tierra, William Shakespeare seguía burlándose del escritor:

Escritor… tantos años derrochados en intentar superarme y ¿a quién recuerdan? A Shakespeare, El Bardo. Tan tonto fuiste que lo único que conseguiste vampirizándote fue difuminar tu nombre a lo largo de los años, convirtiéndote en poco más que un eco de lo que fuiste, haciendo dudar a todo ser viviente siquiera de tu auténtica existencia. ¡Felicidades, Christopher! Eres una leyenda. ¿No era lo que querías?

¡¡QUERÍA QUE ME AMARAS!! contestaba Marlowe inmediatamente y perdiendo los nervios a aquella voz que le atormentaba más de lo que él quisiera o pudiera reconocer, pues debía seguir fingiendo que poseía algo de cordura. Sólo algo. Lo suficiente para no perder también su credibilidad como persona o escritor. Aunque cualquiera que mantuviera una conversación con él más de dos minutos era capaz de percibir la excentricidad de sus pensamientos, actos e incluso algún que otro tic nervioso asociado a sus ojos principalmente.

- Me parece justo, yo tampoco te he dicho el mío. Christian… por favor. Tengo a Cristo clavado en la cruz delante de mí, debiste suponerlo en algún momento.  Pero bueno, aunque me digas tu nombre finalmente, no descarto lo de ponerme de rodillas y rogarte. Seguro que se lo dices a muchos hombres, pero realmente pocos lo hacen y yo estaría encantado –ya empezaba otra vez. No, Marlowe- Solange. Es un nombre… precioso y a la vez horrible. ¿Te gusta mi respuesta? Si te das cuenta, he sido muy inteligenteNo expliques esas cosas, Marlowe, que no es tonta-, porque he hecho que empaticemos sólo con decir que era horrible, y al mismo tiempo, puesto que es tuyo y bastante tienes con llamarte así, le he quitado algo de hierro al asunto diciendo que oye, no es tan feo. No sabría decirte si realmente lo es o no. Es feo, si. Pero tienes cara de Solange. No quiero decir que seas fea, es que…. ¡Hola! Soy Christian, encantado de conocerte, ¿cómo te llamas? ¿Podemos salir de aquí e ir a algún otro lugar? Creo que tener a Jesús mirándome todo el rato me está friendo el cerebro -el poco que le quedaba-. Lógico por otro lado, ya que soy un ser del Demonio. Camino del brazo de Lucifer y todas esas cosas. Pero ojo, él se agarra a mi brazo, no al revés. Todos en el infierno -comenzó a susurrar- sabemos que Lucifer es más de hombres que de mujeres. ¿Y bien?

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Mensaje por Invitado Dom Ago 02, 2015 4:39 pm

Si el lobo no me hubiera mordido hacía tanto tiempo que a veces me parecía una auténtica eternidad seguramente habría tenido dificultades auténticas para seguir el ritmo frenético de sus palabras, pero ¿realmente alguien podía culparme? Suficiente tenía con intentar seguir la línea básica de su pensamiento a la vez que censuraba la expresión de mi cara para que se limitara a una ceja alzada en vez de a la idea platónica de incredulidad que estaba a puntito de dibujar con mis rastros. De hecho, ni siquiera sé cómo aguanté sin hacerlo... Ah, sí, debía de ser por eso de ser francesa y que en mi cultura estuviera implícito que siempre debía decir lo que la gente quería oír, no lo que realmente pensaba. ¿O era lo de arrimarme al árbol que daba más sombra? Me habían criticado la personalidad tantas veces con un despectivísimo francesa usado como insulto que ya cualquiera de los rasgos de los que hacía gala me parecían propios de mi nacionalidad, y no de cómo era yo. Así que, claro, al final estaba tan acostumbrada a las críticas que los inesperados halagos ni siquiera me los tomaba como tales, y eso por no hablar de lo imposible que me parecía creer algo que dijera un vampiro que parecía más perturbado que los dementes con los que trabajaba en la Inquisición. Y eso que la Inquisición era una cantera maravillosa para llenar cualquier sanatorio mental... Se podía encontrar de absolutamente todo entre sus paredes, cualquier clase de locura en la que se pensara para escribir un libro o simplemente como la más vil de las desviaciones humanas, ya que todo se encontraba allí. Y si yo formaba parte de la institución, porque lo hacía, ¿dónde me dejaba eso? Mi única esperanza de cordura, según mi propia lógica, era compararme con alguien como él, que saltaba de un tema a otro como un conejo que huye de un depredador en la intimidad de la noche. ¡A semejante límite enmarañado de pensamientos había terminado llegando por juntarme con él!

– No estoy muy segura de que irme contigo sea una buena idea. No por lo del Diablo, para eso tendría que creer que Lucifer me haría algo diferente a darme la enhorabuena por existir y servirle de ejemplo constante de qué es lo que debe defender a capa y espada en sus dominios. No, es más bien por ti... Tal vez tu respuesta haya sido inteligente, pero dudo que tú lo seas tanto como lo crees.

Era superior a mis fuerzas aguantarme la mordacidad con él, especialmente si así me aclaraba los pensamientos y conseguía que volvieran a la senda normal. ¿Sería cosa suya, y estaba segura de que la culpa en parte sí que la tenía, o también tenía algo que ver el incienso de la iglesia? Porque el ambiente cargado tenía su parte de culpa, eso era evidente, aunque a él le afectara menos que a mí por eso de que estaba muerto y ciertas tonterías como el dolor de cabeza ni le afectaban ni le rozaban, siquiera, a menos que recibiera un buen golpe en la mollera. ¿Y si eso era lo que necesitaba para que su idea, en singular, volviera al lugar que le correspondía? Demonios, la idea era tan buena que sólo podía haber sido mía, pero como estaba (todavía) en un lugar en el que podía perder demasiado si alguien se iba de la lengua me tocaba controlarme, hasta si eso se me daba tan mal como estaba demostrando en aquel momento. ¿De verdad me había atrevido a asegurar tan felizmente que él era el loco? Porque unos minutos en su influencia me habían trastocado intensamente, lo suficiente para que terminara sacudiendo la cabeza y empezara a caminar hacia la salida para que el aire de la noche me diera una bofetada en la cara que me espabilara y me devolviera a mi estado habitual: Abigail, y no Solange. Tal vez así, además, pudiera coger la estaca que sabía que tenía guardada muy cerca (porque siempre llevaba una, aunque no fuera visible a simple vista) y clavársela en el pecho a la sanguijuela que me había liado lo suficiente para darle conversación y no matarlo, como sabía que debía hacer y no precisamente porque la iglesia en la que había estado me lo recordara. Estaba escrito en mí del mismo modo que lo estaban los colmillos y las garras cuando la luna llena salía a alumbrar el cielo nocturno cada mes, un cielo que vería pronto, si bien aún no había cruzado la puerta de la parroquia. Antes de hacerlo me mordí el labio inferior y, con la vista clavada en la puerta que estaba a punto de abrir, hablé en un susurro, que sabía que él podría escuchar a la perfección.

– Bien, yo casi he salido, y me voy a ir a otro lugar. Puedes seguirme y atenerte a las consecuencias de seguir haciéndome estar tentada de clavarte una estaca o que cada uno de nosotros vaya por su lado. Decidas lo que decidas, te recomiendo que sea rápido...
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Mensaje por Christopher Marlowe Dom Ago 16, 2015 10:53 am


Tal vez tu respuesta haya sido inteligente, pero dudo que tú lo seas tanto como lo crees.

El vampiro comenzó a reír pudiendo parar únicamente para intentar mantener algo de compostura, pero desembocando de nuevo en otra risotada que podría resultar incluso ofensiva a la mujer en cuestión.
Ni siquiera él sabía porque se reía. No sabía si lo hacía porque se creía el hombre más inteligente del mundo –bendito ego satánico- o porque precisamente creía ser un hombrecillo patético que sale de entuertos a base de bromas precisamente por carencia de ingenio auténtico. Fuera lo que fuera, le encantó.

Decidas lo que decidas, te recomiendo que sea rápido… Susurro no implica imperceptible y menos para alguien de su naturaleza.

- ¿Sabes? –apuntó el vampiro antes de que la mujer abandonara el lugar y sacando su reloj del bolsillo- Creo que ya se está haciendo tarde y que debería irme. La conversación ha estado bien, pero no veo que dé mucho más de sí. Los licántropos soléis ser un poco rancios, sin ánimo de ofender.  Así que si su peluda majestad me lo permite, me retiraré –finalizó desapareciendo cual polvo movido por el viento, intentando causar la cólera y frustración de su nueva amiga Solange al dejar a ésta con la palabra en la boca.

Después de aquel encuentro se había olvidado por completo del motivo que le había llevado hasta el lugar. ¿Escribir? ¿Qué es eso?

Se tomó su tiempo. Hizo acto de presencia en el tugurio más cercano y pidió un trago que bajó de un sorbo. Volvió a mirar su reloj. No quería parecer desesperado. Tampoco quería que su víctima se escapara. Bueno, ya va siendo hora pensó el dramaturgo abandonando la taberna y siguiendo su olfato para así dar con la loba que aullaba a su luna. No nos equivoquemos. No era especial, pero es que el vampiro no había conocido muchas. Menos tenido trato con ellas. Y mucho menos haberse reído a su costa y haber sido denostado por ésta. El mejor signo de que una relación iba a ser interesante.

- Por el cosquilleo de mis pulgares, algo maligno viene hacia mi –recitó el dramaturgo intentando sorprender, que no asustar, a la mujer y presentándose frente a ella en aquellos callejones por los que todavía deambulaba-. No te asustes. Shakespeare –ese cerdo que volvía a Marlowe monotemático- decía que la brevedad es el arma del ingenio –realmente lo que el isabelino solía decir era que la brevedad es el alma del ingenio, pero su coetáneo decidió que era mejor su versión- y como en nuestro pequeño encuentro anterior dudabas de mi inteligencia, he venido a presentártela formalmente en una segunda cita. Como pasa el tiempo, ¿no? ¿En la tercera tendremos que besarnos?
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Mensaje por Invitado Lun Oct 26, 2015 4:15 am

Yo era una mentirosa redomada, de acuerdo, lo aceptaba y vivía con ello como si no fuera la condena que para todo el mundo debía de serlo. Pero yo, cuando mentía, lo hacía por algún motivo de peso que no necesariamente pasaba por hacerme sentir mejor conmigo misma (ya iba sobrada en aquel departamento, gracias), y hacerlo para decir que me sorprendió que él hiciera mutis por el foro era una pérdida de tiempo tan impropia de mí como casarme por amor o mantenerme fiel a un posible marido. O sea, traducido al Román paladino, ¡ni de broma! Por eso ni siquiera parpadeé cuando él se marchó, y decidí dedicarme en su lugar a mis propios asuntos, pues tenía cosas mejores que hacer que perseguir a un vampiro al que el tiempo le había reducido los sesos a polvo, como hacía con los pergaminos más antiguos que manejaba la Inquisición. Y hablando de la susodicha, ella fue precisamente la que me mantuvo ocupada las siguientes noches, a la busca y captura de un grupo de vampiros al que sabía que él no pertenecía porque, de lo contrario, hasta me habría entusiasmado al cazarlos en vez de tomármelo como el acto rutinario que realmente era. Oh, qué bajo había caído si ni siquiera deslizar la estaca a través de pechos fríos y duros hasta un corazón marchito lograba arrancarme algo más que un bostezo… La monotonía, que hasta entonces había creído propia de los vampiros y no de seres mortales como lo era yo, me había atacado con ganas en aquella cacería que terminé porque debía hacerlo, y no por otra cosa. Y de esa guisa, paseándome con los pies casi arrastrándoseme por los adoquines de la ciudad de París en plena noche, fue como me encontró el vampiro al que por azares del destino había decidido no matar y que, en aquel momento, era lo más entretenido que se me antojaba aquella noche vulgar, sin nada que la hiciera destacarse de las demás.

– Sabía que los bichos como tú teníais un gusto extraño, pero ¿de verdad te apetece sentir mi vómito en tu boca al intentar besarme…? ¿Tanto te gustaría sentir que te arranque la boca en un mordisco de lobo que sabes tan bien como yo que tardará un tiempo en curarse?

Crucé los brazos sobre el pecho y alcé una ceja, examinándolo de arriba abajo. Mi memoria era lo suficientemente buena para haber guardado en el cajón de mis recuerdos todos sus rasgos, y no me sorprendió comprobar que él estaba exactamente igual que como yo lo había visto la primera vez. Bueno, exactamente igual no; había cambiado su atuendo, del mismo modo que el mío también lo había hecho, pues mientras la primera vez estaba disfraza de dama de la sociedad, en aquel momento lo estaba de Inquisidora. Sí, con todo el cuero, el corsé y las armas que podrían hacer a un hombre como él fantasear conmigo, incluso si la diferencia de razas nos volvía vomitivos para el otro sin siquiera intentarlo demasiado. En cualquier caso, me acerqué al vampiro un paso, lo suficiente para examinar su diferente atuendo y captar las diferencias desde la primera vez que nos habíamos encontrado, pero la cercanía se pagó su precio con una ráfaga de olor apestoso a chupasangre muerto que me hizo dibujar una mueca de asco en la cara. Demonios, ¿no podía cubrirse en flores para disimular la peste…? En una corona mortuoria, como esas que se ponían en las tumbas, sería sumamente apropiado que se envolviera, y a punto estuve de medio sonreír por mi sentido del humor, pero me contuve a tiempo porque él era capaz de pensar que sonreía por él, y no porque me estaba riendo de él… Pobre iluso si se pensaba que, pese a todo, yo lo respetaba o tenía la menor intención de hacerlo, por el momento. Hasta que no me demostrara que se lo merecía lo iba a tener más que complicado conmigo.

– Además, ¿qué te hace pensar que vas a estar vivo para una siguiente cita? A lo mejor me cansó de ti, le hago un pequeño soplo al Santo Oficio y te despiertas una mañana bajo el reluciente sol del amanecer a tiempo de ver cómo te reduces a polvo. ¿Ya te has olvidado de esa posibilidad?
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Mensaje por Christopher Marlowe Dom Ene 17, 2016 1:20 pm



- Regurgitaciones, mordiscos… en realidad no has mencionado nada que me desagrade. Lo que en verdad no es del todo de mi agrado es el hecho de que una inocente -dijo con retintín como indicando que se trataba de absolutamente todo lo contrario- mujer dedique sus noches a deambular por callejones oscuros sin la protección del hombre indicado. Es decir, un servidor.

Como si aquella loba de dientes afilados -tal vez no tan afilados como los del vampiro, pero que con algo de fuerza bruta bien podría clavárselos a éste sin problema- necesitara la ayuda de nadie. Como si no fueran aquellos que se acercan a ella en mitad de la fría noche y se atreven a atentar contra ésta, los que necesitaran de ayuda para poder preservar sus vidas.
Que inocente el pensamiento del vampiro, tan inocente como sus intenciones además. La misma inocencia que pareció desaparecer una vez el chupasangre vislumbró el nuevo atuendo de la susodicha.

- ¿Alguna vez te han dicho que los corsés imposibilitan la realización de determinados movimientos y no es la mejor prenda a la hora de bueno... hacer lo que quiera que hagas? Al cuero le sucede lo mismo, te lo digo por experiencia. Demasiadas mujeres cubiertas de cuero a las que no he podido posicionar en mi lecho como buenamente he querido -y aunque su comentario se hubiera decantado por los derroteros del dormitorio, en ningún momento se equivocaba. Muchos años en el teatro, ayudando con las diferentes telas, ropajes y movimientos de sus actores como para no saberlo. He ahí la auténtica fuente de información y no sus sábanas-.

El acercamiento de caperucita y su inmediata retirada frente al lobo -irónico cuanto menos- le resultó incluso ofensivo. En ningún momento se percató de que el motivo de aquella espantada fuera su olor natural -un hedor que ya no apreciaba tras tantos años a su lado y que ya se había acostumbrado a tapa por una cantidad ingente de perfume que parecía ser vaga para seres sobrenaturales como aquel- y su gigantesco -y en verdad inventado por él mismo de una forma necesaria para su supervivencia- ego se desvaneció dejando en su rostro la pregunta clave: ¿Por qué?

- En eso has errado. Si nos encontráramos en la posición de disfrutar de otro encuentro, seguiría estando muerto de igual manera. Te recuerdo mi naturaleza. Te recuerdo también que si tus amigos inquisidores -pronunció con un miedo fingido que le hizo temblar estúpidamente- consiguieran hacerme disfrutar del hermoso sol que hace años que no consigue poner mi piel lo suficientemente morena como para no parecer poco más pálido que la ropa interior de una núbil virgen, te obligarían a recoger el polvo que yo mismo dejara por el suelo al desaparecer, puesto que eres mujer, lo que a su vez lo convertiría en otra cita.

Marlowe no era ni siquiera cercano a la premisa de ser misógino. Era un hombre que amaba tanto a hombres como a mujeres y, en ocasiones, a otros seres. Demasiados años viendo a las féminas sublevarse y hallar diferentes cargos de poder en diferentes imperios, así como a éstas usando sus malas artes para acabar con los hombres de forma acertada e incluso dicha de admiración. Su humor, sin embargo… era otra cosa bien distinta. Cosa que pocas personas comprendían y acostumbraba a ser malentendido la mayoría de veces que sus palabras emprendían el paseo desde su boca hacia afuera.

- Además, necesitas a alguien que te ayude a cazar a esos congéneres míos que buscas -sí, Marlowe se había informado sobre las andanzas de la loba-. Bueno, tal vez no lo necesites, pero quizás sí a alguien que sepa sobre su escondrijo habitual, ¿qué me dices? Así no perderías tu valioso tiempo. A lo mejor, si consigo ahorrarte algún que otro minuto… ¿mi atención podría reclamar un ínfimo momento para otra de nuestras encantadoras charlas?
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Mensaje por Invitado Jue Feb 11, 2016 6:21 am

Oh, por supuesto, el alegato a las mujeres y su posición que no faltara... Esa era otra de las cosas que había escuchado tantas veces de diversas formas, igual que los insultos hacia mi persona llamándome ramera y demás profesiones similares (entre mis favoritos se encontraba el de mujer de vida fácil, como si la mía en algún momento lo hubiera sido), que ni siquiera me afectaba. Sólo que, en el caso de mi posición, sabía que él sí tenía algo de razón, algo que yo me encargaba de eliminar de todas las maneras que me fuera posible hacerlo, principalmente a través de mi posición dentro de la Inquisición. Por eso siempre aspiraba a los altos cargos, ya fuera como mano derecha del líder de los espías, como entonces, o líder de los soldados, cuando mi padre muriera a mis manos por fin... Y yo tuviera una excusa para heredar el título. Así que eso sólo me llevaba a preguntarme si, con la inteligencia que él parecía poseer (aunque no lo demostrara en absoluto), no se daba cuenta del porqué de mi comportamiento, que él había identificado en el mundo en el que me había tocado vivir. Ah, hombres... Por algo eran tan fáciles de manejar: solamente se fijaban en lo que les apetecía, no en los hechos tal cual eran, y ese era el error que él no dejaba de cometer conmigo, alguien a quien podría llegar a interesar si no fuera tan... bueno, tan él. ¿O debería decir tan insoportablemente él? Porque solamente sería correcta la parte de ser insoportable, al no dejarme hacer otra cosa que poner los ojos en blanco con sus comentarios. Él se perdía el espectáculo de ver el verde de mis iris al obligarme a enseñarle el blanco de mis orbes tan a menudo que parecía haberse convertido ya en su color habitual.

– Eres un vendido, Marlowe... Sí, yo también he hecho mis averiguaciones, aunque te voy a reconocer que ha sido un tanto complicado hasta que me he metido a leer libros de literatura. Siendo un chupasangre, lo cierto es que tengo mis propias ideas, pero necesito que me respondas a algo para confirmármelo: ¿qué opinas de William Shakespeare?

Deslicé las palabras por mis labios como si fueran un licor particularmente dulce, pero nada empalagoso; deslicé la burla subyacente, la provocación, con la suavidad con la que enredé mi brazo con uno de los suyos, odiando cada instante de su proximidad, pero celebrándola por el efecto de molestarlo que buscaba conseguir. Con desparpajo, igual que siempre en mi actitud, lo conduje a través de los callejones en un paseo que, lejos de ser tranquilo, sí que lo parecía ante los ojos de aquellos que no identificaban mi atuendo con mi profesión y al hombre que me acompañaba con mi enemigo, quizá potencial aliado. A la vista de la ciudad de París, parecíamos dos amantísimos acompañantes que sonreían (yo) y no tanto (él) mientras caminaban en la soledad de la noche en dirección a un parque cercano que nos permitiría cierta intimidad, pero no para los arrebatos carnales que a él le encantarían, sino para una charla que no era apta a los oídos de cualquiera, solamente a los nuestros. Una vez allí me apoyé en el tronco de un árbol, frente a él, y con indiferencia me miré las uñas mientras él se debatía entre las posibilidades que se le estaban ocurriendo sobre qué hacer conmigo. Oh, fascinante, la espera me estaba matando... Pero de aburrimiento. En ocasiones, como aquella, mi mente parecía funcionar demasiado rápido para las circunstancias, y si él no acompañaba el ritmo frenético que yo estaba imponiendo lo obligaría gustosamente.

– Mi atuendo responde a fantasías, no a realidades, pero ya deberías saber que estoy maldita y que la ropa que lleve no interfiere en mis movimientos de ninguna de las maneras. Ahora bien, dime, ¿por qué necesito que alguien me confiese escondrijos cuando parte de la emoción viene de la investigación...? Por supuesto, prefiero clavar la estaca, y el momento de disolveros en polvo es casi orgásmico, pero no le quites mérito a los pasos previos. No, si quieres esa charla tendrás que darme algo a cambio. Si no, nada me impedirá marcharme y dejarte aquí tirado.
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Mensaje por Christopher Marlowe Lun Jun 20, 2016 2:39 pm



La luna se rompió en pedazos cuando escuchó el nombre del vampiro. Un ser tan condenado como la sombra que dejaba su legado. Alguien que escondía parte de su auténtico ser en cada nombre falso y en cada década , intentando suavizar el eco de la podredumbre que venía enfangando sus zapatos a cada paso con la pluralidad de su carácter jocoso.

El sordo aplauso que le dedicó a la loba resonó en el callejón. La inocencia le resultaba entrañable y atrayente en cierta manera. La prepotencia, por el contrario, dejaba aturdida la capacidad de confrontación del chupasangre. Era como darse contra la pared y, en verdad, aunque nunca hubo conocido pared más dura que la de Fausto, elegantemente recubierta de palabrería, el resto de paredes le resultaban carentes de interés por culpa del cazador. Con las mujeres le sucedía a una frecuencia bastante inferior. Pocas eran las que lograban jugar a un juego digno de admiración y muchas las que provocaban sus furiosos bostezos. ¿Cuál sería el puesto de Solange? Demasiado pronto para tomar decisión alguna, quizás. Aunque las cartas que se había atrevido a jugar resultaban absolutamente jugosas. Tanto como ella misma.

- Bravo. Y no lo digo por tus recientes descubrimientos, sino que me vitoreo a mi mismo por espolearte a leerme. Espero, sin embargo, que hayas escogido bien. Tu opinión sobre mi podría tambalearse mucho dependiendo del año del escrito.

En su cabeza volvía a despertarse el fantasma del Bardo, entusiasmado por oir su nombre. Un nombre y una provocación que el vampiro no sabía como manejar. ¿Con lógica, quizás? ¿Situándose en una posición defensiva y usando las armas de su dialecto en el contraataque?. Mas, ¿desde cuándo Marlowe actuaba con lógica? Tomó el brazo que recientemente se había prendido a él y besó con suavidad la mano que daba fin a la extremidad. El paseo de los amantes comenzó con una sonrisa, la del triunfo, y unos ojos melancólicos, los del recuerdo.

- ¿Cuántos años tienes? ¿Sabes? No importa –pensativo, continuó hablando una vez hubieron llegado al destino marcado por la loba-. A veces me pregunto si yo podría dedicarme a lo que vosotros. Cazar, matar, vivir. Curiosamente, me veo a mi mismo a día de hoy, temblando ante lo que todavía desconozco, con una edad que… mírate –advirtió señalándola-, triplica la tuya y todavía peco de humildad al rebajarme a triplicarla únicamente. Me pregunto cómo logro sobrevivir al ansia de conocimiento que recorre mis venas y como existen personas que aún compartiendo la sangre que bombea su corazón, carecen de pasión e interés por el mundo que les rodea. No. Yo no podría hacer lo que tú haces, pues sentiría a la ignorancia propia abofeteándome con cada vida sesgada y con cada recuerdo, pensamiento y pizca de sabiduría derramada, convertida en el polvo del olvido. Mírame tú ahora. He aquí un pedazo de la historia –proclamó alzando sus brazos, colocándose en el punto de mira de Dios y retando a éste con su propia existencia- y tú, la encargada de decidir qué hacer con él. No busco comerte. Pocas son en verdad las personas a quienes deseo mal alguno y pocas a las que he hecho sufrir de una manera u otra. ¿Vas a matarme sólo por un momento de debilidad en el cual dejé mi cuello -interrogó deslizando su mano en derredor de éste, frío como el hielo- al descubierto? ¿Por qué no me dejas el tuyo? Tal vez pueda demostrarte lo peligroso que soy cuando, en lugar de hundir mis dientes en la dulzura de tu sabor, recite mis mejores versos en tu oído. Puede que no necesites que nadie vele por ti –volvió a comenzar, atreviéndose a emprender el rumbo hacia ella-, o que tu cama sea frecuentada hasta hartarte de aquellas criaturas que sí reciban tu beneplácito y lo último que busques sea otro cuerpo inerte dejando impregnado el hedor de su muerte en tu ropa. Sin embargo, ¿vas a cerrar las puertas del conocimiento en pos de unas creencias que generalizan de forma absurda a cualquiera que no se adhiera a la vida? En Notre Dame te atreviste a jugar con Holbach, pero ¿acabarías con el mismísimo Barón si tuvieras la oportunidad y él la naturaleza equivocada? ¿Le harías eso al mundo? Y lo más importante de todo… ¿harás eso conmigo?
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Mensaje por Invitado Mar Jul 12, 2016 2:23 pm

El vampiro pretendía alzarse por encima del resto de seres por ser parte de la Historia, de una que había leído hasta en lo que a él respectaba, pero pecaba de los mismos vicios que el resto ya no de vampiros, sino de hombres: su tendencia a los monólogos en los que solamente él y sus pensamientos en alto tenían lugar era la misma de siempre. ¿Es que nunca cambiarían...? Ni siquiera habiendo dejado de ser humano era capaz de resistirse a la seducción de su propia voz, como tantos otros que había conocido, mientras que yo, por mi parte, siempre en movimiento, solamente hablaba cuando quería conseguir algo, bien fuera provocar u obtener cualquier tipo de información del rival. Pese a que a veces pecara de simple en mi forma de ver las cosas, ya que no se me pasaba siquiera por la cabeza el remordimiento al que él hacía referencia cuando eliminaba seres “históricos” por encargo porque sabía que muchos de ellos habrían estado mejor fuera de los Anales escritos por Clío, no lo era tanto en comportamientos como él, que pasaba de la loa a sí mismo a la provocación y después a los intentos vacíos de... ¿De qué? ¿De seducirme, de molestarme, de hacerme reaccionar más allá de lo que mi instinto me exigía que sintiera? Porque como mujer me atraía, y como loba me repelía: lo que se encontraba más allá de eso, lo que él quería despertar, no había hecho aún señales de vida, y no estaba muy segura de que fuera a hacerlo, pero si él quería seguir intentándolo, adelante, no iba a ser yo quien se lo impidiera mientras no me molestara en exceso. Entonces sería cuando me volvería la guerrera que él no sabía que era, aunque algo hubiera podido intuir en nuestro encuentro anterior, pero mientras fuera civilizado... ¿por qué no escucharlo? ¿Por qué no, incluso, provocarlo un poco más, sencillamente porque podía? Tal vez así dejara de ser un cliché andante sobre el vampirismo, bajara esos aires de grandeza suyos y me demostrara si merecía la pena siquiera escucharlo.

– La verdad, lo que elegí me pareció un tanto mediocre, seguramente por el lenguaje afectado, y eso que no opté por una traducción. Leerte en tu propia lengua era hacerte una justicia que no sé si te merecías, y acabé un tanto... fría. Exactamente igual que si te dejara colarte en mi cama, ¿no te has dado cuenta ya de que yo ardo y necesito a alguien que pueda llegar a semejantes extremos? No te pido que rompas en llamas, aunque si quieres abrazar al sol es cosa tuya; te pido que estés un poco más vivo. Y me temo que eso pasa por intentar morderme, de lo contrario temo que me aburras, pedazo de historia del que nadie se acuerda si no es porque tú insistes.

Provocadora, me solté de su brazo simplemente para ver mejor su rostro, para ver cómo reaccionaba a las palabras deliberadamente agudas que le había regalado. Qué podía decir: me gustaba el peligro, el Diablo era mi compañero de baile preferido (aún lo sería más si creyera en él, dicho sea de paso), y si él se mostraba calmadamente filosófico yo me aburriría y ¿qué diversión había en tener a tu interlocutor pensando en su siguiente asesinato? Hasta él debía admitir que era más interesante tratar conmigo cuando era aguda y agresiva que cuando estaba domada, o al menos cuando fingía estarlo, y si no lo hacía era porque estaba pretendiendo conocer a alguien totalmente diferente a mí pero a quien le ponía mi rostro, como un auténtico fetichista. Algo, por cierto, que no dudaba en absoluto que fuera, a su manera, y es que desde el momento en que alguien que triplicaba (más bien quintuplicaba, diría yo, pero allá él si quería lanzarse inmerecidas flores) mi edad se había fijado en mí, muy en sus cabales no debía de estar. ¿Tan rápido se les olvidaba a los vampiros que yo era una niña en comparación con ellos...? Al parecer sí, pues su interés por mi edad había volado tan rápido como él si le lanzaba una estaca de madera en dirección al pecho para que atravesara su corazón podrido y muerto, que hacía funcionar a una mente medio viva o medio muerta dependiendo del momento. No estaba segura aún de qué pensaba de él, eso era cierto, pero sí sabía que me divertía criticarlo y llevarlo al extremo, por otra parte como a todo el mundo con el que me cruzaba, no fuera a creerse especial por ser, en realidad, uno más en mi larga lista de conocidos con los que no me importaba pasar un rato. De hecho, si en algo se diferenciaba del resto era en que con él no quería compartir la cama necesariamente, así que algo honrado sí podía sentirse: la historia con piernas, como él debía de considerarse, había hecho momentáneamente historia conmigo y se había diferenciado del resto. Menudo honor, ¿no?

– La sabiduría viene de muchos sitios, y la curiosidad también. Si tuviera varios siglos, me tomaría el conocimiento como tú: de forma anticuada. Sin embargo, considero que de todo se puede aprender, y no por matar a alguien estás eliminando una forma de hacerlo, sino únicamente una fuente que, en muchos casos, era un don nadie que nada aportaba a la Historia. Quienes la escriben tienen la desagradable costumbre de olvidar lo importante y recordar lo que quizá no lo era tanto... Bien, aún no sé qué voy a hacer contigo, y si bien al Barón lo despedazaría, a ti aún creo que no lo voy a hacer. Tal vez así me recites algo más interesante de lo que pude leer yo misma.
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Mensaje por Christopher Marlowe Lun Oct 17, 2016 6:08 am



- Tranquila, lobita -sonrió-. Has presupuesto demasiadas cosas. Tantas como errores has cometido presuponiéndolas. No confundas la fría indiferencia que pueden producir mis últimos escritos -algo que ni siquiera él se atrevía a negar- con el carámbano que pareces tener por corazón -declaró acercando su mano al pecho de la mujer para sentir el frío Cáucaso, negándose finalmente y por iniciativa propia a posarse en éste-. Tal vez tengamos ideas distintas de lo que supone inmolarse frente al sol, Sol-ange. Me resultas tan encantadora como salvaje e ignorante. No pretendo insultar tu evidente inteligencia, pero si burlarme de esa forma tan asilvestrada de ver la vida, de sentirla, de consumirla en llamas. No hace falta ser un hombre-lobo para comprender de un solo olisqueo que la sensualidad que desprendes arrasa con todo a tu paso. No te mentiré; yo también he sido devastado por ella. Sin embargo, déjame que te diga que son ya muchos años a expensas para sorprenderme por semejante físico, semejantes provocaciones y un ser que presume de su vena filosófica pero no entiende otro lenguaje que el de los zarpazos. Parte de ti, probablemente... -se acercó a su cuello, mintiendo, aceptando las provocaciones de la loba y contestando a éstas- ni siquiera mienta cuando dice que la parte divertida de un encuentro como este comenzaría una vez mis colmillos rasgaran tu hermoso cuello. Presumes de odiarnos, pero te hiere de forma personal la curiosidad de alguien que sabe que nunca sentirá el ardor que siente un vampiro a raíz de su primer mordisco y la absoluta sensualidad con que explotan cada uno de los que acompañan a éste. ¿Quieres probarlo? -apunto de cubrir a la inquisidora con su propia sangre y dar a ésta un motivo para matar de una vez al vampiro, el dramaturgo guardó sus colmillos y se alejó - Aunque tal vez sea demasiado para ti.

Las calles parisinas se veían amenazadas por los pasos del isabelino, parte oculta de la historia a lo largo de los siglos. Con sus manos entrelazadas tras si mismo y dando la espalda a la mujer, el dramaturgo, carácter contemplativo, echó a andar en dirección a Dios sabe donde.

- ¿Vas a perseguir a tu presa o vas a seguir menospreciando mi lugar en la historia? -volvió durante unos segundos el cuello- ¿Sabes quién es William Shakespeare? Tal vez no, tienes pinta de que no -era su turno de menospreciar-. Piensa que estás hablando con aquel que le enseñó todo lo que sabe al escritor sobre la palabra y su intención. Aunque sí, puede que tengas razón: no soy nadie para la historia y mi existencia no hubiera supuesto un cambio más grande que... no sé, ¿la existencia de Homero?

Su danza con la gala seguía en pie y sus pasos continuaban desfilando por las calles de la provocación, así como del mismísimo París, alejándose despreocupadamente de Solange.
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Mensaje por Invitado Mar Nov 22, 2016 2:49 pm

Aunque no pudiera decirse que había hecho un cambio con respecto a su actitud anterior porque seguía siendo el mismo vampiro arrogante de antes, hubo algo que lo hizo, de repente y sin ningún tipo de preliminar, volverse un anciano ante mis ojos. Qué podría ser… Ah, sí, tal vez la estúpida costumbre que tenían los hombres, especialmente, cuando pasaban cierta edad, de considerar que todos aquellos que llevaran mucho menos tiempo que ellos pisando el mundo eran automáticamente menos inteligentes o capaces. Ante mis ojos, su arrogancia era tal que al parecer si no era una escritora letrada con siglos de experiencia (y edad, que eso no se le olvidara) no debía de ser digna de atraer su atención más allá del obvio efecto que sabía que tenía en los demás seres, especialmente masculinos. ¿O acaso creía que era tan ignorante que ni siquiera sabía utilizar mis armas de mujer? Por favor, me había llevado años educarme en esos aspectos que nadie nunca había querido que utilizara; mis visitas al burdel se habían convertido durante varios años en constantes desafíos, no solamente a mi reputación, de la cual únicamente se salvaban en el presente la segunda y tercera sílabas, sino a la autoridad de la familia y de la Iglesia, y todo para tener un arma con la que defenderme. Obviamente, de él no necesitaba ninguna defensa más allá de la lengua afilada, utilizada de forma bien distinta a como él fantaseaba, como incluso había llegado a admitir; y además, ni siquiera iba a esforzarme más, pues eso supondría darle más atención de la que merecía. El escritor con ínfulas, que creía que William Shakespeare había sido una influencia mayor en la existencia que alguien como Robespierre, Rousseau o el propio Milton; el escritor vampiro, que era demasiado cobarde para admitir que alguien como yo pudiera romperle los esquemas, se iba, y no pensaba detenerlo en absoluto, allá él si deseaba hacerse el digno.

– Todos los viejos os comportáis igual. Desautorizáis a los jóvenes para, a continuación, elevaros a la categoría de dioses a vosotros mismos. Conozco a Shakespeare, sí, ¿y? Prefiero a Cervantes. ¿No se trata éste de un juego de comparaciones? Tú arrójame a tu dramaturgo a la cara, que yo me refugiaré en Molière o en el señor don Félix Lope de Vega y Carpio. Ningún genio es eterno, todos mueren, y hasta tú lo harás. No me impresiona lo más mínimo que fueras maestro de alguien que es competidor de tantos otros en calidad.

Encogiéndome de hombros, alisé mis ropajes y me adecenté un tanto, lista para hacer algo semejante a lo que había hecho él y marcharme en mi propia dirección. No obstante, me repateaba vilmente imitar algo que el vampiro hubiera hecho, hasta si se trataba de lo que yo debía hacer para regresar a mi hogar, y por ello decidí darle la vuelta a la tortilla un instante y demostrarle que, efectivamente, si algo había pensado bien de mí era mi imprevisibilidad. Así, firmemente convencida de mi superioridad frente a él (¡como si sus palabras hubieran conseguido que dejara de estarlo en algún momento! En sus sueños más húmedos, tal vez, aquellos que sin duda protagonizaría yo), me acerqué hacia el vampiro y, ni corta ni perezosa, lo besé. Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, él reaccionó inmediatamente, y se abrió ante el contacto como una delicada flor que recibe de pronto el agua de lluvia, casi como si fuera una virgen, aunque tenía tal cara de vicioso que, a su lado, era yo la que parecía casta, pura e inocente. Aprovechándome de su momentánea debilidad, lo cogí de la nuca para intensificar el beso, y en uno de los brincos que dio su lengua con la mía, lo obligué a que se arañara con los colmillos para que la sangre me manchara a mí el interior de la boca. Solamente entonces, con mi objetivo cumplido, me aparté de él, apoyando las manos en su pecho, y aprovechando que estaban enguantadas para proteger mi piel del cuchillo de plata diminuto con el que lo ataqué a continuación, como pago por el sabor pútrido que me duraría en la boca meses. Genial, ni siquiera el mejor vino de Aquitania podría limpiar la peste de la muerte que se estaba extendiendo por mis labios y que me daba auténticas arcadas.

– Aclárame algo, oh gran maestro. ¿Con ardor te refieres al de estómago que me ha entrado por tu estúpida sangre? ¿Y por sensualidad a un beso que he controlado yo porque te habrías derretido en mis brazos de no haberlo hecho? Tenías razón, ha sido demasiado para mí; discúlpame mientras vomito. Pero, admítelo, también ha sido demasiado para ti mismo… Porque tu existencia, como la de toda tu calaña, está vacía sin seres vivos como yo que le den un poco de juego a tu obsesión por los que ya están muertos.
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