Voler Vers La Lumière [Privado]

Una jornada laboral bastante entretenida y cansada. El cuadro que estaba pintando bajo la paga de una viejecilla gruñona, me ponía de muy mal humor. Pareciera que estaba sufriendo alguna clase de castigo divino, porque los últimos clientes que había conseguido, presentaban signos de estar poseídos por algún tipo de demonio neurótico. Odiaba a los ricos con toda mi alma, por su prepotencia, por su falta de humanidad ¡por todo! Sin embargo necesitaba el dinero. Del muñequero no sabía absolutamente nada y estaba planteándome seriamente dejar el empleo - aunque había mucho dinero bajo mi resguardo pero no me pertenecía - ¿qué se supone que debía hacer? ¿cuánto tiempo más tendría que esperar su regreso? Con todos estos pensamientos rompiéndome el alma, me apresuré a llegar a casa con el estómago vacío; iba hacer una de esas noches muy largas de insomnio seguramente sin nada más relevante que hacer, sin embargo ocurrió todo lo contrario...

Al doblar la esquina me topé con un nutrido grupo de gente, que miraba hacia un punto en particular, estaban abstraídos obstruyéndome el paso, por lo que descaradamente les aparté dando algunos codazos aquí y allá, pero cuál sería mi sorpresa al encontrarme ante el Génesis de aquella manifestación:

-¡Fabrice! -Grité  su nombre entre todos ellos y me apresuré a acudir a su lado; estaba en el suelo muy pálido y... -Oh no, no, no.- Su camisa blanca presentaba una grotesca mancha carmesí que iba incrementándose, conforme sus ojos recorrían su semblante. ¿Qué había sucedido? ¿un asalto acaso? -¡Necesito un médico! ¡Llamen a un médico!

Desafortunadamente nadie parecía querer mover un solo músculo, simplemente se limitaban a mirarse unos a otros, como si yo hablara un idioma diferente. Estaba asqueado de lo indiferente que podía ser la gente en una circunstancia como ésta, pero dejándolos de lado, lo tomé entre mis brazos, le sujeté con fuerza, e instintivamente comencé andar calles adentro. Tenía que llevarle a un hospital lo más pronto posible a como diera lugar, aunque se encontrara a cientos de kilómetros de distancia.

De camino yo seguí clamando por ayuda, hasta que finalmente un anciano regordete y calvo me hizo señas con ambas manos. No dudé un instante y acudía su puerta comentándole apresuradamente que ayudara a su amigo por favor.

-Encárgate de sus cosas, yo me encargo del resto y aléjate un par de pasos hacia cualquier parte.

Me aparté como el me lo pidió, pero no despegué los ojos de encima. Cuando el viejo se deshizo o de la ropa, pude ver un corte en un costado, del cual brotaba una cantidad abundante de sangre. Me preocupé aún más.

-Arma blanca- espetó el anciano quien ya comenzaba a limpiar la herida. Fabrice parecía retomar algunos momentos de lucidez para volver a su letargo.

-Se va a recuperar. ¿verdad Doctor?- pregunté ansioso. El viejo no me respondió, se limitó a hacer su trabajo, y el silencio me ponía los cabellos de punta. Esperaba haberlo traído a tiempo y no ser demasiado tarde.

El doctor salió y con un ademán de su rostro y de su mano, me indicó que podía pasar. Yo llevaba entre mis manos, la pequeña mochila donde generalmente Fabrice llevaba sus valiosas esencias de las que tanto le gustaba hablar, cuando a veces coincidíamos de regreso a nuestras casas. Era sencillo hablar con él porque tenía esa vibra buena y clara de la que muchas personas carecen hoy día. Me gustaba verle sonreír y ese tic nervioso que a veces tenía de llevar la mano al cabello para revolvérselo y acomodárselo según fuera el caso.

Lo que Fabrice no sabía, era que cada que sonría, parecía que el sol salía. Poseía una sonrisa franca y y deslumbrante, que me de una vez imaginé plasmada en un lienzo. Era una idea que tenía en mente, quizás pudiera platicarle en el momento adecuado, sin embargo dadas las circunstancias, tendría que esperar un poco tiempo más hasta que estuviera completamente recuperado.

-Si, soy yo, el pintor de brocha gorda. - traté de bromear y darle un poco más de ánimo, porque la palidéz que presentaba en ese momento, presentaba prácticamente, una señal inequívoca de que no se encontraba muy bien. Fabrice solía tener la tez muy blanca, pero ahora que lo observaba con mayor detenimiento, parecía translúcido. Desechen las ideas funestas de mi pensamiento por un instante, ahora lo que importaba era que su herida no pasara a mayores y que pudiera ir pronto a casa. Yo le ayudaría en lo que estuviera mi alcance para que esto fuera así. Si tendría que cargarlo en brazos, lo haría.

-Me... Nos diste un buen susto allá afuera. Pero gracias a mi astucia -moví las cejas -Logré darle su merecido a los Malos. Estoy completamente seguro de que jamás van a volver a pisar la callejuela, así que no te preocupes que estarás a salvo por el momento. -Acomodé un par de mechones que tenía sobre los ojos y que no me permitían ver sus ojos azules.

Todo dependería de lo que doctor indicara. Tal vez tuviera que pasar la noche en el hospital como manera precautoria, pero como bien he dicho, era decisión del doctor y no mía. Yo estaría a su lado, dándole apoyo.

-Venga, que me vas a hacer creer, que de verdad soy un gran artista - de no ser porque estaba convaleciente, le abría dado un golpe en el hombro, jugando-. Tienes que ponerte bueno muy pronto porque quiero enseñarte un cuadro. No sé, me ha parecido buena idea que pusieras uno dentro de tu perfumería, en esa pared que tienes vacía.

Había trabajado en ése cuadro hacía algunas semanas atrás, intentando una nueva técnica. Estaba orgulloso de mi trabajo por primera vez en mucho tiempo.

-Así me das renombre y quizás algún día lejano que sea un artista famoso, todos vayan admirar mi obra maestra y quizás a comprarte alguna fragancia.

No pude evitar reír. A pesar de las circunstancias, y del tremendo susto que acababa de llevarme, Fabrice lograba ponerme de muy buen humor. El único con el que podía bromear, sin que me tildara de loco. Sólo él había comprendido mi extraña manera de vestir y de comportarme. Él y otra persona más que por breves instantes me arrancó un recuerdo. Aquella persona que alguna vez pensé  pudiera formar parte de mi vida, pero que por circunstancias del destino no se pudo consolidar nada, salvo compartir las sábanas blancas, que terminaron salpicadas de pintura.

El encargado de haber suturado la herida hizo acto de presencia, indicándole a Fabrice, que sería muy probable que pernoctara en el nosocomio. Pude ver su rostro desencajado, más no lo culpaba. Había muchos más pacientes alrededor nuestro que no paraban de quejarse lastimosamente. Personalmente no me gustaban esa clase de lugares, sin embargo sabía de buena fuente que solían ser sitios donde poder inspirarse y tener buenas ideas en la cabeza para escribir música o pintar.

-Tómalo con calma, pudo haber sido peor. El paciente de la última cama, lleva puesta una bata que... Le faltan algunos amarres en la parte trasera y ha dado un buen espectáculo cada que le animan a caminar. Todo habría resultado bien, si no se tratara de un octagenario. -puse cara de asco-. -Así que descuida, no tengo nada que hacer. No deseo volver a la tienda tan pronto. Me quedaré a hacerte compañia. - tomé su mano y la apreté para reconfortarle.